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Cultura de la unidad

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Sed de justicia

Mientras estaba de viaje en Brasil, en noviembre pasado, estallaban los desórdenes sociales en Chile. Las manifestaciones multitudinarias y la violencia excesiva de algunos actos de protesta sorprendieron la opinión pública mundial, que consideraba ese país como uno de los más estables del contiente. Sin embargo, para quien conoce Chile de cerca, por haber vivido allí, y no poco tiempo, como es el caso de quien escribe estas líneas, esos acontecimientos no fueron para nada una sorpresa.

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Después de la dictadura de Pinochet, el país austral vivió un sucederse de gobiernos demócratas cristianos, socialistas y liberales de derecha, sin que la crónica desigualdad económica y social que aflige duramente la convivencia entre sus habitantes encontrara una respuesta adecuada o, al menos, algu

na perspectiva de solución. Bastó entonces el anuncio de la suba del pasaje del subte, orgullo de los capitalinos, para destapar la olla y hacer estallar la rabia, contenida hasta ese momento. Casi contemporáneamente, en la vecina Bolivia las manifestaciones populares, con el apoyo de Policía y Ejército, que se generaron por la sospecha de fraude en las elecciones, provocaron la caída del gobierno del presidente Evo Morales.

En síntesis: manifestaciones populares desbordantes de ira, y una sensación de cansancio ya incontenible y de rechazo a gobiernos de signo contrario: liberal de derecha en Chile, populista de izquierda en Bolivia. Por no hablar de lo que pasó en Hong Kong y en otras partes del mundo. ¿Qué sucede?

Algunos observadores de mirada lúcida y sabia hablan de un cambio de época irreversible. Uno de ellos es sin duda el Papa Francisco, pero también filósofos como el chileno Gastón Soublette, de quien pude escuchar una conferencia sobre la crisis en su país, y muchos otros. Es evidente: las esquematizaciones mentales con las que acostumbrábamos referirnos a las distintas concepciones de lo social -es decir, simplificando al máximo, la visión de derecha y de izquierda-, ahora no se sostienen y saltaron por los aires. Un ejemplo clarísimo: ¿podemos hablar hoy de China como una nación comunista?

Hoy hay una sed de justicia generalizada, encendida en millones de personas en todo el planeta, que espera con urgencia una respuesta. Debo admitir que no sé cuál puede ser esa respuesta, en su articulación concreta. La única cosa que llego a visualizar como perspectiva de esperanza (y en esto estoy de acuerdo con el filósofo chileno que mencioné) es el crecimiento deseable y posiblemente imparable de “minorías creativas” capaces de hacer frente a la actual crisis antropológica (porque de esto se trata) con propuestas de pensamiento y vida simples, radicalmente opuestas al homo economicus, tecnológico, mercantilista y consumista que el actual sistema global nos quiere imponer.

Estas “minorías creativas” deben estar bien formadas en el pensamiento relacional, para contrarrestar el individualismo exasperado como ideología de nuestro tiempo. Al mismo tiempo, y como consecuencia inmediata de esa forma mentis relacional, deben resistir la tentación de ceder a un inmanentismo absoluto, ciego a cualquier forma de trascendencia.

La apertura a la trascendencia, que es más que una actitud religiosa, nos libera de formas de finitud material que nos quitan el aliento y la capacidad de elevarnos a cosas más altas y hermosas. Por último -pero no menos importante-, es preciso recuperar el amor como categoría existencial y social, la única que nos lleva a lo mejor de nosotros mismos. Solo el amor calma la sed de justicia.

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