Confrontando un siglo de cambio global en el Panamá rural
Gloria Rudolf
Traducción: Ana Matilde Ríos
ISBN 978-9962-8564-0-5
© 2023, Gloria Rudolf
Obra publicada por:
Fundación Ciudad del Saber
Calle Luis Bonilla, edificio 104
Ciudad del Saber, Panamá
República de Panamá ciudaddelsaber.org
Todos los derechos reservados
Título original: Esperanza Speaks. Confronting a Century of Global Change in Rural Panama. © 2021, University of Toronto Press
Impreso en Colombia en febrero de 2023
Primera edición en español. 1,000 ejemplares
Traducción: Ana Matilde Ríos
Edición: Walo Araújo
Diseño e ilustración de cubiertas: Meera Sachani
Fotografías: Gloria Rudolf, Reid Frazier, Hans Buechler
Mapas: University of Toronto Press (mapas 1 y 3), Mir Rodríguez (mapa 2).
Maquetación, preprensa y servicios de impresión: Benny Porras Cossani |
SABEN, S.A. (Panamá)
Imprenta: Disonex Zona Franca S. A. S (Bogotá)
No se permite la reproducción total o parcial de este libro por ningún medio ni de cualquier forma, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.
A los residentes de Loma Bonita, del pasado, del presente y del futuro
A mi querida familia: mi hijo, Reid – siempre mi ancla – y Marijke, Anya y Ruby
A mis padres Jack Rudolf, Ruth Abowitz y Marguerite Silverman
El mundo continuará y su rumbo no nos será ajeno. Lo estamos decidiendo nosotros cada día, nos demos cuenta o no.
– Gioconda Belli, El país bajo mi piel (2001)
Contenidos
Figuras ix
Recuadros xi
Agradecimientos xiii
Personas a quienes conocerás xvii
Miembros de la familia Ruiz xx
Introducciones 1
1. El istmo de Panamá: dos mundos diferentes (antes de la década de 1920) 30
2. Niñez: En el momento que abrí los ojos (décadas de 1920 y 1930) 37
3. Juventud: Siempre podía renunciar e irme a casa (décadas de 1940 y 1950) 57
4. Adultez: Una voz destinada a ser escuchada (décadas de 1960, 1970 y 1980) 76
5. Vejez: Puertas que se abren, puertas que se cierran (desde 1990 hasta 2019) 111
6. Las siguientes generaciones. ¿Quién regresa a casa? (2019) 142
Reflexiones finales 155
Notas 173
Glosario 183
Bibliografía 185
viii Contenidos
Figuras
Mapas
1. Panamá: Puente de las Américas xxi
2. República de Panamá, provincia de Coclé xxii
3. Coclé, El Copé, Loma Bonita y Frailecito xxiii
Fotos
I.1. Loma Bonita, casas muy dispersas, 2007 4
I.2. Casa de adobe con techo de tejas rojas, 1972 5
I.3. Esperanza y Andrés frente a su cocina, los setenta 14
I.4. Esperanza lavando la ropa en la quebrada, 1972 16
2.1. Cosechando maíz en el monte, 1993 42
2.2. Cortando leña para el fogón, 1979 44
2.3. Tina tejiendo un sobrero, 2015 51
3.1. Lavando granos de café en la quebrada antes del secado, 2011 62
3.2. Granos de café cosechados secándose en el suelo de los patios de la gente, década de 1980 63
3.3. Esperanza y Andrés, juntos 50 años más tarde, 2007 71
4.1. Primera reunión de católicos en Loma Bonita para elegir delegados de la palabra, 1979 100
5.1. Proyecto de urbanización, ciudad de Panamá, construyendo una casa poco a poco, bloque por bloque, 1990 112
5.2. Ayudando a Natalia a bajar unas escaleras empinadas para ir de El Mirador a Loma Bonita, 2001 120
5.3. La casa de Esperanza y Andrés (arriba) y la casa de un turista residencial (abajo), 2007 129
6.1. Hijos de Esperanza y Andrés, 2016 144
6.2. Esperanza y muchos de sus hijos, nietos y bisnietos, 2017 151
R.1. Esperanza y Gloria, trabajando juntas, compartiendo vidas, 2017 161
R.2. Esperanza, 2015 171
x Figuras
RecuadrosPerspectiva más amplia
2.1. Diversas ascendencias en la población panameña 39
3.1. El cultivo comercial del café en Panamá, después de la Segunda Guerra Mundial 66
3.2. La migración rural - urbana en Panamá y Latinoamérica, después de la Segunda Guerra Mundial 68
4.1. El imperialismo estadounidense y la soberanía de Panamá, a principios de la década de 1960 79
4.2. Industrialización por sustitución de importaciones en Panamá y Latinoamérica, en la década de 1960 83
4.3. La desaparición de las reformas socioeconómicas de Torrijos, década de 1970 96
4.4. La iglesia católica y los delegados de la palabra, década de 1980 99
4.5. La década de 1980, la trampa de la deuda y las reformas neoliberales en Latinoamérica y Panamá 102
4.6. 1989, la invasión de Estados Unidos contra Manuel Antonio Noriega y Panamá 110
5.1. La desigualdad, estilo civil - Los años noventa 115
5.2. 1999 - Estados Unidos devuelve el Canal de Panamá 117
5.3. El turismo en Centroamérica y Panamá desde 2000 127
5.4. El turismo residencial y el acaparamiento de tierras en el Sur Global y América Latina 140
6.1. Panamá 2018 - Todavía dos mundos desiguales 152
xii Recuadros
Agradecimientos
Gracias, Esperanza, mi maestra, amiga y a veces madre, por su regalo de medio siglo de confianza y tiernos cuidados, tendido sobre el abismo de nuestras diferencias. Gracias, Andrés, siempre conmigo en espíritu, y Tony, Viviana, Lety, David y Sophia por acogerme con los brazos abiertos y con corazones compasivos a lo largo de los años. Si bien el presente libro ha estado mayormente enfocado en una familia de Loma Bonita, cada miembro de esta comunidad me ha recibido cálidamente una y otra vez, me ha enseñado sobre su vida y deseos, y ha hecho esta obra posible. Le estoy especialmente agradecida a Tina, Francisco y sus seis maravillosos hijos porque se atrevieron a darme una oportunidad hace 50 años, y mantener la puerta entreabierta desde entonces. La risa contagiosa de Tina y su canto melódico nunca están lejos de mí. Hago extensivo un especial reconocimiento también a Antonio Ortiz y Narciso Blanco por sacar tiempo en cada viaje de campo para compartir sus conocimientos y ser mis guías. A fin de proteger la identidad y a la vez reconocer la contribución – pasada y presente – de cada uno en Loma Bonita, solo hago una lista de sus apellidos: Aguirre, Arcia, Arrocha, Camacho, Castillo, Coronado, Fernández, Franco, García, Gómez, González, Guevara, Herrera, Márquez, Martínez, Mora, Morales, Navarro, Ortega, Pérez, Quirós, Rodríguez, Sánchez, Santana, Tenorio y Valdez. No hubiera podido llevar a cabo mi investigación en Panamá todos estos años sin las enormes contribuciones de mi colega y hermana -
amiga Marcela Camargo Ríos. Como exdirectora del Instituto Nacional de Patrimonio Histórico y profesora de Historia en la Universidad de Panamá, Marcela me ayudó a abrirme paso por las autoridades y la vida académica y me invitó a compartir mi investigación en salas de museos y universidades. Dando más allá de la ayuda profesional, Marcela me ha honrado con mi propia habitación en su encantadora casa llena de plantas, donde la mejor parte es que puedo pasar el tiempo con su talentosa y amorosa familia, que incluye a su hija Juana Carlota Cooke Camargo, su yerno Florencio Díaz Pinzón y su nieto Adrián Despaigne Cooke. De igual importancia para mi trabajo y bienestar en Panamá ha sido la familia de Marcela en Penonomé que por cinco décadas me ha adoptado como familia. Quiero agradecer primero a los que se han marchado: abuela Cornelia Cisneros López, padre Réne Camargo Cisneros y, querida madre, Carlota Ríos Sagel. Hoy en día la hermana de Marcela, Cornelia Camargo Ríos, continúa la tradición de invitarme a su casa – con un abrazo, una comida, una cama, conversación afectuosa y asistencia para encontrar cualquier cosa o persona en Penonomé.
La amistad con muchos colegas en la capital ha sido mi gran fortuna. Mariela Arce y – hasta su desgarrador deceso – Raúl Leis han desempeñado un importante papel en mi educación política e intelectual sobre Panamá, sin mencionar los inolvidables ratos de diversión que pasamos juntos en su casa en la mágica isla de Taboga. Una y otra vez he sido la beneficiaria de la curiosidad intelectual, agudeza política y corazón indefectiblemente empático de Francisco Herrera. Otros que han mantenido un interés en mi investigación todos estos años y mi ánimo a flote, siempre que fuese posible con cervezas panameñas, incluyen: Guillermina De Gracia, Ariel Espino, Carlos Gómez, Beth King, Carlos Guevara - Mann, Eyra Harbar, Luz Graciela Joly, Gisela Lanzas, Belsi Medina, Aixa Quirós, Beatriz Rovira, Alina Torrero, Aimée Urrutia y Jorge Ventocilla.
Este libro le debe su todo a dos de mis colegas y entrañables amigos, Hans Buechler y Richard Scaglion. Ambos han leído los innumerables borradores de cada capítulo y ofrecido críticas honestas pero escritas con amabilidad, a la vez que me recordaban que era un proyecto que valía la pena hacer. Hans es un poderoso oyente, un hombre que fácilmente queda absorto en la historia de vida de alguien. Allí se encuentra el análisis antropológico, pero es la humanidad de cada
xiv Agradecimientos
persona lo que realmente le atrae, y eso me fue útil mientras me esforzaba por dejar escrita la vida de Esperanza. «Estás avanzando», me decía, aun cuando no era así, teniendo en mente mi humanidad también. Richard («Rich») es un educador en todo sentido, uno de los pocos antropólogos de mi generación que nunca se cansó de enseñar «Introducción a la Antropología». Esto se debe a que todavía se acuerda – y todavía siente – la emoción de aprender acerca de los «otros» de la antropología, personas cuyas formas de vida habían sido desconocidas, malinterpretadas o ni siquiera imaginadas. Fue Rich, una y otra vez, quien me recordó que mantuviera el enfoque centrado en los «otros» de Loma Bonita en vez de en mí misma.
Extiendo mi profundo agradecimiento también a otros colegasamigos y a mi hijo, cuya ayuda hizo de este un libro mucho mejor. Carol Hendrickson, Monica Frölander-Ulf y Reid R. Frazier hicieron comentarios sobre un borrador completo del libro. Carlos Guevara Mann revisó un capítulo, y Tony Ranere y Richard Cooke leyeron la sección relativa a la arqueología de Panamá y me ayudaron con la bibliografía. David Brumble compartió conocimientos y libros sobre los relatos de los indígenas de Norteamérica. Mariuxi Cordero y Evan Templeton calmadamente contestaron mis desesperadas llamadas de ayuda con los mapas y diagramas de parentesco, y me ayudaron a superar las rebeliones de la computadora.
También deseo hacer un reconocimiento a otros amigos que me han acompañado en distintas etapas del camino de este libro: Laurel Bossen, Judie Donaldson, Stephanie Flom, James T.G. Frazier, Beth Goode, Marijke Hecht, Todd Jailer, M. Barbara Leons, Jeff Lesak, Bill Mitchell, Rachel O’Brien, Peter Oresick, Barbara Paull, Joseph Plummer, Cathy Rafael, Joan Ranere, Tony Ranere, Steven Rudolf, Myrna Silverman, Stephanie Studenski, Merrily Swoboda, Cynthia Vanda, Diana Wahle, John Warren y Mark Weakland.
Desde la publicación de este libro en inglés a principios de 2021, mi misión más ardiente ha sido encontrar la manera de compartir una edición en español con la gente de Loma Bonita y de Panamá. Estaré eternamente agradecida a Eduardo (Walo) Araújo y Dagmar Álvarez por encender la chispa que ha hecho posible este sueño. Recayó en Walo, en su posición como Líder de Proyectos Estratégicos de la Fundación Ciudad del Saber, hacer avanzar el proceso, un desafío que enfrentó con asombrosa persistencia, habilidad y creatividad, ya fuera
xv Agradecimientos
para encontrar financiamiento y personas talentosas para avanzar en el proyecto, o para asumir tareas más mundanas, como editar todo el manuscrito. Igualmente importante para mí ha sido su espíritu indefectiblemente optimista y colaborador que nos ha ayudado a superar los inevitables altibajos de la esperanza y la decepción. En última instancia, todo el trabajo de Walo ha dado sus frutos gracias al apoyo total para este proyecto de Jorge Arosemena, Presidente Ejecutivo de la Fundación Ciudad del Saber e Irene Perurena, Vicepresidenta Ejecutiva. Les agradezco a ambos de todo corazón. Asimismo, estoy en deuda con Marixa Lasso, Directora Ejecutiva del Centro de Investigaciones Históricas, Antropológicas y Culturales AIP - Panamá (CIHAC), y con Harry Brown, Director del Centro Internacional de Estudios Políticos y Sociales AIP - Panamá (CIEPS), por su disposición a dar su tiempo y conocimientos con poca antelación para dirigir un conversatorio público sobre el libro en Ciudad del Saber en 2022. Otros que han hecho generosas contribuciones a la publicación de esta edición en español son Víctor Sánchez y M. Barbara Leons, por su apoyo financiero, y Belsi Medina y Florencio Díaz, por su gran esfuerzo para ayudar a encontrar una editorial. Y no olvido agradecer a Ana Matilde Ríos, oriunda de Penonomé, quien sobrevivió a mis exigencias y caprichos durante casi dos años y realizó una excelente traducción. También quiero reconocer la importancia crucial de algunos financiadores para mi investigación a lo largo de los años, especialmente: el Programa Fulbright [Fulbright Senior Scholar (1999–2000), Fulbright Senior Specialist (2005)], el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y el Centro de Estudios Latinoamericanos «Justo Arosemena» (CELA) de Panamá (2010), y la Oficina Cultural de la Embajada de los Estados Unidos en Panamá (2007 y 2010).
Para terminar, tengo una deuda eterna con tres ángeles guardianes que permanecieron cerca pasara lo que pasara: mi hermana Debbie Manheim, con sus llamadas semanales, «¿cómo te va?», mi hermana - amiga Karen Miyares, quien frecuentemente mandaba mensajes optimistas, y mi hermana - amiga Jan Carlino, compañera jardinera, que me dijo al principio: «Recuerda, estás jardineando un libro».
xvi Agradecimientos
Personas a quienes conocerás
Andrés, esposo de Esperanza. Él y Esperanza han vivido en un terreno que él heredó de su madre en Loma Bonita. Agricultor toda su vida, tuvo cinco hijos con Esperanza.
Belsi, esposa del tío Dionisio de Esperanza. Tuvieron 13 hijos.
Benita, abuela de Esperanza. De niña, Esperanza la quiso y en ocasiones realizó labores agrícolas para ella. Benita está casada con Natividad.
Bianca, Felipa y María, primas hermanas de Esperanza e íntimas amigas desde la niñez que la ayudaron a menudo con el trabajo en la ciudad y en su vida. Son hijas de Marta y Manuel.
Cristo, funcionario político del área (regidor) en Loma Bonita en la década de 1970. Se postuló como candidato para representante municipal y obtuvo el apoyo de Esperanza y Andrés.
David, hijo de Esperanza. Se recibió como sacerdote católico luego de 16 años de sacrificio y mucho apoyo material y emocional de sus padres y hermanos.
Diana, hija de una de las tías de Esperanza. De niña, una maestra se la llevó a la ciudad de Panamá y allá se educó y se casó. Ayudaba a menudo a Esperanza con el trabajo en la ciudad y su vida.
Dionisio, tío de Esperanza. Agricultor y ganadero toda su vida, Dionisio y la madre de Esperanza, Natalia, se disputaron el control de la tierra de su padre después de su defunción. Tuvo 13 hijos con su esposa Belsi.
Esperanza, una de las primeras mujeres en Loma Bonita en migrar a la ciudad para laborar por periodos temporales como trabajadora doméstica interna. Tuvo cinco hijos con su esposo Andrés.
Francisco, anfitrión en la casa donde he vivido cuando he estado en Loma Bonita durante los últimos 50 años. La casa está construida sobre tierra heredada de su padre. Aprendió solo a construir casas de bloques de cemento y a hacer trabajos de carpintería, prefiriendo esto a la agricultura. Tuvo seis hijos con su esposa Tina.
Janeth, nieta de Esperanza, hija de Viviana. Se esforzó como madre soltera para asistir a la universidad con la ayuda de su madre y hermanos.
José, esposo de Sophia, hija de Esperanza. Trabajador de la construcción, ayudó a hacer la casa de bloques de cemento de Esperanza y Andrés en Loma Bonita. Tiene cuatro hijos con Sophia.
Lety, hija de Esperanza. Se fue a los 13 años a trabajar como doméstica en un área urbana. Luego de muchos esfuerzos en la ciudad de Panamá, se graduó de la escuela de costura y después trabajó en una pequeña fábrica de ropa y también de forma independiente en su casa. Más tarde, comenzó un negocio de alimentos con su esposo en un pueblo en las tierras bajas. Tiene dos hijos.
Manuel, padre biológico de Esperanza, casado con Marta, tía de Esperanza. Cuando Esperanza nació, Manuel regaló a Natalia, la madre de Esperanza, y a Teodoro, su esposo, una parcela de tierra en Loma Bonita para que la ocuparan y cultivaran alimentos. Tuvo 10 hijos con Marta.
Marcela, prima hermana de Esperanza. Cuando Marcela tuvo problemas con el hombre con quien estaba viviendo en la ciudad, Esperanza la ayudó a regresar a Loma Bonita.
Marta, tía de Esperanza. Su casa en Loma Bonita quedaba cerca de la vivienda donde Esperanza creció y hubo un constante intercambio de recursos y trabajo entre las dos familias. Tuvo 10 hijos con su esposo Manuel.
Narciso, sobrino de Andrés en Loma Bonita, quien siempre los ha ayudado con su trabajo y compañía.
Natalia, mamá de Esperanza. Esperanza fue su primogénita y vivió con su madre por unos cuantos años después de casarse.
Natividad, nieto de Reina Ruiz y abuelo de Esperanza. Fue ganadero y agricultor en Loma Bonita y uno de los primeros en cultivar café para vender en el mercado. Esperanza nació en su casa. Está casado con Benita.
xviii Personas a quienes conocerás
Nella, vecina en Loma Bonita quien fue contratada para cuidar a Esperanza y Andrés.
Noris, nuera de Esperanza, madre de cinco hijos. Tuvo su propio pequeño negocio de venta de comida en la ciudad de Panamá por años y a veces pagaba a sus cuñadas para que trabajaran con ella.
Reina Ruiz, pobladora original de Loma Bonita en las décadas de 1830 o 1840.
Sophia, última hija de Esperanza. Sophia partió para Panamá a los 15 años para laborar como trabajadora doméstica y más tarde se mudó a Colón con su esposo, pero ha regresado a Loma Bonita a menudo para cuidar a sus ancianos padres. Tiene cuatro hijos con su esposo José.
Teodoro, padrastro de Esperanza.
Tina, anfitriona en la casa donde he vivido cuando he estado en Loma Bonita durante los últimos 50 años. Cuando era una joven adolescente, la enviaron a trabajar como empleada doméstica en la ciudad de Panamá y continuó yendo y viniendo la mayor parte de su vida. Ella y Esperanza viven cerca la una de la otra y son buenas amigas que intercambian comida, compañía y apoyo. Tuvo seis hijos con su esposo Francisco.
Tony, el mayor de los hijos de Esperanza. Se marchó para la ciudad a los 18 años y se quedó como trabajador de la construcción. Tiene cinco hijos con su esposa Noris.
Viviana, la mayor de las hijas de Esperanza. Se fue a los 13 años para laborar como trabajadora doméstica en un área urbana y se quedó en la ciudad de Panamá. Sin embargo, ha regresado a menudo a Loma Bonita para cuidar a sus ancianos padres. Tiene cuatro hijos: Isabel, Sebastián, Alexander y Janeth.
xix Personas a quienes conocerás
Miembros de la familia Ruiz
Mapa 1. Panamá, Puente de las Américas
Mapa 2. República de Panamá, provincia de Coclé
Mapa 3. Coclé, El Copé, Loma Bonita y Frailecito
Introducciones
MI LLEGADA A LOMA BONITA, ENERO DE 1972*
La puerta del microbús blanco se cerró de un trancazo detrás de mí. ¡Tan! El busero lanza mis tres grandes bolsas de lona desde el techo del vehículo al camino de tierra, y luego salta para entregarme mis dos garrafones de cinco galones de agua. Aquí estoy, con gran parte de mis provisiones del año a mis pies, parada al borde de la calle principal de El Copé, una comunidad muy pequeña en las montañas de la provincia de Coclé en el centro de Panamá (ver Mapas 1, 2 y 3). En vista de que aquí termina la carretera de pavimento, el microbús da la vuelta para empezar el viaje de retorno, bajando por la inclinada carretera que ha sido recientemente pavimentada. No hay otro carro a la vista. A medida que el sonido del motor se pierde en la distancia, siento como si la conexión con todo lo que conozco se cortara. Para calmarme los nervios hago lo que solía hacer en esos días: de la bolsa de lona verde oscuro que colgaba de mi hombro, buscar un cigarrillo, encenderlo e inhalar larga y profundamente.
* A fin de proteger las identidades de las personas, he cambiado algunos detalles y todos los nombres salvo los apellidos mencionados en los Agradecimientos del presente libro y los de figuras públicas históricas y contemporáneas. Los miembros de la familia de Esperanza y la mayoría de los miembros de la comunidad citados en más de una escena (y todavía con vida en 2019), escogieron sus propios seudónimos. No hubo cambios en los topónimos.
Es entonces que me doy cuenta de que no estoy realmente sola. A la orilla del camino de tierra de tres cuadras, que es la calle principal de El Copé, cuento alrededor de 20 casitas de quincha o de bloques de cemento, una iglesia, un cuartel de policía y una abarrotería llamada La Victoria. Un grupito de hombres con sombreros de paja está afuera de la tienda, y cada uno de ellos me está mirando fijamente. Me siento incómodamente conspicua en mi piel blanca, cabellera rubia, jeans y camiseta sin mangas, y hago un esfuerzo para sonreír y saludar. «Buenos días», grito totalmente apenada de escuchar mi acento gringo resonar por toda la tranquila calle.
Son las 8:50 a.m. según el pequeño despertador que saco de mi bolsa verde. Faltan 10 minutos más para que el señor Ricardo Ortiz llegue para buscarme con dos caballos – uno para mis bolsas y otro para mí. Así es como voy a subir la montaña hasta mi lugar de destino – Loma Bonita, una comunidad aún más pequeña. Montar un caballo o subir a pie, estas son las únicas formas de llegar allá durante los ocho meses de la estación lluviosa, que acaba de terminar.
El arreglo se hizo con el señor el sábado pasado, 8 de enero, cuando visité Loma Bonita por primera vez. Estuve acompañada en ese momento por un estudiante de la Universidad de Panamá llamado Julián que estaba muy interesado en mi trabajo y podía ayudarme con mi escaso español. ¡Qué día memorable había sido para mí! Tras cinco largos años de estudiar Antropología y planear mi investigación para el doctorado, al igual que cinco semanas aquí en Panamá en búsqueda del lugar apropiado para llevarla a cabo, había finalmente arribado a Loma Bonita y rápidamente sentí que este podría funcionar. Primero estaba la simpatía aparente de la gente. A lo largo de una subida de tres horas a pie de El Copé a Loma Bonita, Julián y yo habíamos pasado un constante flujo de hombres y mujeres descalzos que bajaban la montaña con pesados sacos de café a cuestas. No obstante sus bultos, casi todos* se tomaron el tiempo para contestar nuestro saludo. El que tanto mujeres como hombres estuvieran realizando la dura labor física de llevar el café al mercado de El Copé fue algo más que me atrajo, dado mi interés en estudiar los roles de género.
* He tratado de utilizar un lenguaje inclusivo de género en la medida posible, pero para facilitar la lectura debo utilizar a menudo las terminaciones estándares masculinas.
2 Esperanza habla
Y, luego, estaba la belleza del área. Cierto, se me había hecho difícil darme cuenta durante la primera ardua subida por la montaña bajo una temperatura de 32°C. Por ser una fumadora sin la costumbre de hacer ejercicios que nunca había subido una montaña, había mantenido los ojos fijos en el suelo durante todo el viaje para no tropezar con piedras o culebras, o caerme mientras saltaba de roca en roca a través de las quebradas. De hecho, había tenido que luchar para levantar la mirada, sonreír y saludar a toda persona que nos pasaba por delante. Pero cuando llegamos a la primera casa en Loma Bonita – una pequeña vivienda con paredes de quincha y techo de tejas rojas – tuve un momento para relajarme y darme cuenta del paisaje a mi alrededor. Una mujer descalza estaba parada afuera, vestida con una falda y camisa manchada, un sombrero de paja bastante deshilachado. «Buenas tardes», dijo, su voz tan tenue que tuve que esforzarme para escucharla. Ella sonrió y extendió la mano levemente. Fui a estrecharla, pero la deslizó rápidamente. Julián y yo nos sonreímos con ella y nos invitó a su patio para que descansáramos un rato. Exhaustos, empapados de sudor y sedientos debido al largo ascenso, entusiastamente aceptamos la invitación y la taza de café que nos brindó. Admito que sentí una leve inquietud por lo que la taza podía incluir, pero la señora Blanca sirvió un delicioso brebaje humeante de café negro tostado, endulzado con abundante miel de caña. Sentada ahí en su banco bajo de madera mientras tomaba ese celestial café, me enfoqué por fin en el panorama delante de mí. Mis ojos alcanzaban a ver los picos escarpados de las montañas y verticales laderas y valles boscosos contra un cielo celeste del color de las nomeolvides. En amplia dispersión aquí y allá, el techo de una casa se asoma por encima del enramado.
Subiendo, bajando y bordeando estas pendientes pronunciadas continuaba el sinuoso camino de tierra arcillosa que habíamos tomado desde El Copé. Esta asombrosa escena cerró el trato para mí. Sí, decidí con gran alivio, quiero hacer mi investigación aquí. Ya había recibido el permiso para hacer mi estudio de parte de la institución gubernamental adecuada en la ciudad de Panamá, pero para quedarme en Loma Bonita también necesitaba la bendición del funcionario político local llamado el regidor. Le pregunté a la señora Blanca adónde vivía el regidor. «No se preocupe – me dijo – el señor Cristo
3 Introducciones
Soto vive cerca de aquí, y mi hija Ramona la puede llevar allá». Cuando la llamaron, Ramona, de 12 años, salió de la casa, descalza y dispuesta a ser nuestra guía. Sin embargo, la idea de «cerca» de la señora Blanca no coincidió con la mía. Por casi una hora, lentamente bajamos, bajamos, bajamos a un valle en el mismo camino de tierra, y en ocasiones tuvimos que maniobrar por encima o alrededor de peñascos. Dolorosas ampollas me salieron en los dedos de los pies por la fricción contra mis apretadas zapatillas. Durante la mayor parte del viaje, no vimos casas, aunque a veces podíamos escuchar el ladrido de perros o el cacareo de gallinas.
Por fin, viramos hacia un sendero de tierra, con rocas y peñascos a los lados, que llevaba a una densa arboleda de cafetos y naranjos. La primera casa que noté al borde del sendero tenía las consabidas paredes de quincha y techo de tejas rojas, pero no había nadie a la vista. Unos pocos minutos después, en un claro cerca a una pequeña quebrada, vimos una casa pintoresca de dos cuartos, ubicada en el medio de una profusión de árboles y arbustos – cafetos, naranjos, matas de guineo, papayos, palos de mangos, cocoteros y veraneras de un rojo brillante. Era la única casa de bloques de cemento que había visto hasta ahora aquí, con una pared parcialmente pintada de color turquesa. Las gallinas andaban dando vueltas, pero no vi a nadie. «Ya casi estamos llegando»,
4 Esperanza habla
Foto I.1 Loma Bonita, casas muy dispersas, 2007.
dijo Ramona, consciente que mi energía se estaba acabando. Justo antes de llegar a la casa del señor Cristo, pasamos otro claro en los cafetos donde un hombre y una mujer y tres niños, estaban construyendo una casa de madera, tierra y paja. Ramona saludó con un grito y la mujer vino dando saltos hacia nosotros. Era bastante gruesa y vestía un traje verde brillante. Se movía más rápidamente de lo que me hubiera imaginado con tanto peso. «¿Adónde van?» preguntó, mirándome directamente a los ojos como nadie aquí lo había hecho antes. Parecía ser de mediana edad, y era una cabeza por debajo de mi propio 1.57 metros. Debajo de su rasgado sombrero de paja, dos trenzas negras casi llegaban a la cintura. «Vamos a hablar con el señor Cristo Soto, el regidor», le contesté. «Bienvenida a Loma Bonita. Me llamo Esperanza Ruiz», dijo con una sonrisa tan amplia que pude ver que no tenía los dientes frontales. «Gracias. Me llamo Gloria, este es Julián, un amigo mío. Mucho gusto de conocerle», le respondí también con una sonrisa.
A los pocos minutos de despedirnos de la señora Esperanza, llegamos a la casa del regidor. Hubo un momento de terror por el gruñido de dos perros que corrieron hacia nosotros, pero el señor Cristo salió de la casa a tiempo para impedir una matanza. Al igual que toda la gente que había conocido hasta el momento, él no era mucho más alto que
5 Introducciones
Foto I.2 Casa de adobe con techo de tejas rojas, 1972.
yo; estaba descalzo y llevaba un sombrero de paja muy usado. Lo que me llamó la atención inmediatamente fue su rostro ultra serio, con ojos azabaches en contraste con una piel trigueña. Nos saludamos y presentamos, una tarea en la cual Julián sobresalía, y entonces le conté al señor Cristo acerca de mi misión. «Soy una estudiante universitaria de Estados Unidos y me gustaría venir a vivir aquí por alrededor de un año para conocer la vida en Loma Bonita». La apariencia seria de su rostro se tornó incrédula. Después de todo, más tarde aprendería, pocas personas de las tierras bajas suben a Loma Bonita aunque sea brevemente y menos para una estadía de un año. Mujeres, no. Una mujer blanca de otro país, nunca.
El señor Cristo titubeó, y Julián vino al rescate. «Tiene los permisos de la oficina gubernamental que patrocina estudios como este en Panamá», dijo. Eso bastó. A partir de entonces, el señor Cristo no pudo ser más complaciente. «OK, decidió, usted puede vivir en la casa de los maestros en la escuela». Ya me esperaba esta sugerencia, pero quería más bien alojarme con una familia a fin de tener una mejor oportunidad de llegar a ser parte de la comunidad. Así que intenté negociar. «Puesto que estoy sola, con mi familia lejos, señor Cristo, espero poder vivir con una familia». Luego de un momento de cavilación, respondió. «Bueno, podría estar cómoda viviendo con la familia de Dionisio Ruiz». Ya había hecho mis averiguaciones antes de venir a Loma Bonita, y me había enterado que Dionisio Ruiz era el más «rico» en esta comunidad. Sabía que no quería vivir ahí tampoco, dado que eso podría limitar mis relaciones con la otra gente. Súbitamente visiones de la casa pintoresca a poca distancia me daban vueltas en la cabeza. Le dije, «Señor Cristo, justo antes de llegar a su casa pasamos una casa de bloques que parecía cómoda. ¿Me podría quedar con esa familia?». Sin demora, el señor Cristo mandó a una muchacha a traer al hombre de la familia, y cinco minutos más tarde Francisco Soto nos acompañó. El señor Cristo le dijo a Francisco, «esta señora es una estudiante universitaria de Estados Unidos que quiere conocer de cerca la vida aquí en Loma Bonita, y vivir con su familia. ¿Le parece bien?». Conmigo ahí parada, qué podría decir el pobre Francisco Soto. Le agradecí profusamente y dije que estaría de regreso con mis pertenencias en una semana. El señor Cristo prometió que un hombre de nombre Ricardo Ortiz me recogería en El Copé con dos caballos a las 9 a.m. el siguiente domingo, 16 de enero.
6 Esperanza habla
¡Eso es hoy, 16 de enero! Ya son las 9:10 de la mañana, pero el señor Ricardo no ha aparecido. ¿Se habrá olvidado?
Estoy parada a la orilla de la calle principal de El Copé, exactamente en el mismo lugar donde el microbús me había dejado. Con tantas bolsas pesadas a mis pies, no puedo ir a ninguna parte. No hay a donde sentarse, así que me muevo de un pie a otro, y prendo cigarrillo tras cigarrillo. Cerca de una docena de personas adultas y algunos niños se han congregado en la calle no muy lejos de mí, con la mirada fija y sin hablar. Periódicamente sonrío y digo hola, una risita o un saludo a veces recibe contestación. No obstante, nadie se ha atrevido a pasar y hablarme. Además de sentirme sola y conspicua, el poderoso sol panameño ya está que arde, y estoy sudando profusamente bajo mis pesados jeans. Y cuando hay sudor en Panamá, los mosquitos zumban. Van directo hacia mis brazos, cuello y tobillos descubiertos. Son las 9:30 a.m. y todavía nada del señor Ricardo. Luego, las 10 a.m. Justo en el momento en que la desesperación entra en escena, también lo hace el señor Cristo Soto, el regidor de Loma Bonita. Ver a este hombre produce que involuntarias lágrimas de alivio bajen por mis mejillas. «Buenos días», nos saludamos. Él explica que el señor Ricardo había ido a una fiesta patronal en las tierras bajas ayer y no había podido conseguir transporte de regreso a El Copé para encontrarse conmigo esta mañana. En su lugar, él, Cristo había venido a ayudar, pero, desafortunadamente, sin un caballo. Sugiere que deje mis bolsas con una familia del lugar y suba con él a pie hasta Loma Bonita, con la promesa de que mandaría un caballo para buscar mis cosas. Se me aprieta el pecho de la ansiedad. ¿Cómo puedo dejar todas las posesiones materiales que necesitaré en mi nueva vida a una suerte totalmente incierta? Sin embargo, la única alternativa es dar la vuelta y regresar a casa, lo cual no es realmente una opción. De manera que renuncio a la necesidad de controlar mis cosas y mi destino por el momento. «Vamos, señor Cristo», digo.
Después de dejar mis bolsas, caminamos más o menos tres cuadras hacia el camino muy escarpado de tierra arcillosa que sube sinuosamente hasta Loma Bonita y más allá. Le digo al señor Cristo lo apenada que estoy por mi falta de habilidades para ir loma arriba, y cuánta dificultad tuve la semana pasada para llegar allá a pie. Me dice
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que no me preocupe. «Caminaremos despacio». ¡Ja! Se me hace difícil mantener su «lento» paso a pesar de que con sus casi 60 años me lleva tres décadas. Tenemos que detenernos dos veces en la primera media hora para que pueda recuperar el aliento. Pero entonces, como magia, se aparece. Es el hijo adolescente del señor Ricardo, Carlos, que se encuentra con nosotros mientras bajaba la montaña hacia El Copé para rescatarme. ¡Y Carlos tiene un caballo!
Carlos y el señor Cristo sostienen al caballito marrón mientras yo gustosamente me trepo en una silla de montar sumamente incómoda. Decido no mencionar que nunca en la vida he montado a caballo. Aun así, no tengo mucho miedo porque uno de ellos lleva las riendas y guía el caballo todo el tiempo. Puedo relajarme y prestar atención al paisaje, sonido y ritmos a mi alrededor. Un mundo tranquilo nos rodea. Además de nuestras voces y pisadas, solo está el taca, taca, taca del caballo, una miríada de cantos de pájaros desconocidos, el burbujeo del agua en la quebrada, el esporádico canto de un gallo a la distancia o el golpe de un machete contra un árbol.
Subimos, subimos por el camino de tierra bordeado por árboles altos, arbustos bajos y flores silvestres moradas y entrelazado aquí y allá por pequeñas quebradas. En dos ocasiones nos salimos del camino principal para tomar un atajo por encima en vez de alrededor de la colina, y veo ganado escuálido con costillas protuberantes pastando libremente. El señor Cristo aprieta el freno de mi caballo y explica que en ocasiones el ganado ataca a la gente que se interpone en su camino. Son tan empinados estos atajos que estoy segura de que mi caballo y yo estamos casi paralelos al suelo. Mis muslos y trasero están pagando el precio. Subimos directamente por cerca de una hora hasta que llegamos a una cumbre.
«Esta es Loma Bonita», el señor Cristo anuncia mientras señala su entorno. Ante mí una vez más se extiende el panorama que la semana pasada me dejó atónita. En esta ocasión me percato de cuán maravillosamente verde es el paisaje debido a las lluvias tropicales que caen en esta parte de Panamá entre abril y diciembre. Les digo a Cristo y Carlos que ahora puedo entender por qué alguien llamó a este lugar Loma Bonita.
Desde la cumbre, comenzamos el descenso de casi una hora a la parte de Loma Bonita en donde viviré durante el año siguiente. Pronto cruzamos una quebrada que pasa por la pintoresca casita que será mi
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hogar. Dos perros flacos corren hacia nosotros, ladrando ferozmente, pero el hombre y la mujer parados en el patio de adelante los llaman a que regresen. Francisco Soto, Tina Peña y sus cuatro hijos, todos menores de 10 años, nos están esperando. Todos están descalzos y portan un sombrero de paja. Desmontar del caballo no fue nada fácil considerando mis magulladas partes inferiores, pero me las arreglo. Los tres nos acercamos a la familia y las presentaciones comienzan. Me encanta ser la persona más alta en mi nueva familia. Cuando me acerco para darle a Tina un entusiasta apretón de manos, ella desliza su mano rápidamente luego de tocar la mía levemente, justo como lo había hecho la señora Blanca la semana pasada. Hago una anotación mental que el apretón de mano de mujer a mujer es diferente aquí. Los niños, como en El Copé, están parados en silencio y con la mirada fija en mí. Francisco, que cojea un poco al caminar, casi no hace contacto visual o conversa conmigo y pronto se escabulle.
A Tina le toca el socializar. Es una mujer conversona, con un tono de voz alto y una risita que me parece nerviosa. Me entero de que tiene cerca de 35 años y nació y se crio en una comunidad más arriba en la montaña a unas cuantas horas de Loma Bonita. Es hermosa: ojos de un color castaño claro poco común y cabello ondulado, piel canela, y la primera adulta que he conocido hasta ahora a quien no le faltan sus dos dientes frontales. Su vestido de algodón rosado parece más «moderno» y menos desteñido que otros que he visto en este mundo rural. En el momento en que encuentro una oportunidad, la llamo a un lado para preguntarle adónde puedo orinar. Me lleva a la parte trasera de la casa y me señala una arboleda de cafetos aproximadamente a 45 metros. Me dirijo hacia allá en búsqueda de un lugar que no tenga casas de arrieras, culebras o escorpiones, y descubro que también tengo que estar ahuyentando cuatro perros flacuchentos que me han acompañado y ahora aguardan de cerca como buitres.
De regreso al patio, acompaño al señor Cristo y a Carlos sentados en unas banquetas. Francisco, Tina y los niños han desaparecido dentro de la casa. Un par de vecinas pasan y se detienen para saludar. La atmósfera alrededor de la conversación va de incómoda a dolorosa. Sonrío, escucho, hago preguntas acerca de sus vidas en mi titubeante español y contesto sus preguntas acerca de la mía. ¿Cuánto tiempo toma llegar a Estados Unidos? [Todo un día.] ¿Adónde vive? [Pittsburgh, Pennsylvania en el noroeste del país.] ¿Cuántos años tiene? [30.] ¿Tiene
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hijos? [No.] ¿Es casada? [Sí, mi esposo está trabajando en Pittsburgh.]
¿Cuántos años llevan de casados? [8 años]. Tina sale de la casa y cuando estamos solas por un momento, aprovecha la privacidad, se me acerca y susurra, «¿Cómo puede estar casada por tanto tiempo sin haber tenido ningún hijo?». Me arriesgo y le explico acerca de mi diafragma y su lubricante. Ella nunca ha oído semejante cosa, dice, casi muerta de risa con lo del «lubricante».
Por el resto de este largo, largo día estoy anclada a la banqueta en el patio. En realidad, me siento más alicaída que nunca. Mis muslos y trasero me duelen por el viaje a caballo. También me siento acalorada, sudorosa, cansada, hambrienta, sedienta y asustada, y tengo un incesante dolor de cabeza por la tensión de entender y hablar español. Quizá la parte más dura es que tengo que estar sonriendo, hablando de cosas triviales, aparentando jovialidad, emoción, entusiasmo y vigor con todo el mundo que aparece.
Por fin, a las 5 p.m. Tina me lleva al patio trasero de la casa en donde ella ha puesto una mesita de madera y una silla bajo un árbol. Estoy sentada totalmente sola, y ella me sirve un sabroso plato de arroz, frijoles con un huevo frito y plátano, seguido de una deliciosa taza de café, igual al que me brindó la señora Blanca la semana pasada. Después de la cena, Tina me muestra mi cuarto. Una pared de quincha de tres metros que no llega hasta el techo separa las dos piezas de esta casa. Ella y Francisco duermen en uno de los cuartos; un tabique de quincha no tan alto de dos metros divide el otro cuarto. A los cuatro niños les toca dormir en una cama en la mitad del cuarto y a mí en la otra mitad. Por el momento, mi mitad está vacía excepto por una escoba hecha a mano que Tina ha dejado para que barra el piso de tierra. No es sino hasta las 7 p.m. que el señor Cristo y el señor Ricardo llegan con el caballo que carga mis bolsas y agua. Poco después la esposa del señor Cristo se aparece para obsequiarme unas mandarinas. Desaparece rápidamente en la cocina, un rancho en el patio trasero de la casa donde Tina y los niños están congregados. Me quedo sola con los hombres en frente, y la conversación torna hacia la política. «Está invitada a una reunión en la escuela el martes», me dice el señor Cristo. «Estaremos planeando un baile para recaudar fondos para la escuela. Es entonces que la puedo presentar a la comunidad». Acepto la invitación, pero desde ya estoy nerviosa en cuanto a lo que voy a decir. Más preocupante aún es la segunda invitación del señor Cristo.
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«El sargento Vito Delgado de la Guardia Nacional sabe que está aquí y quiere conocerla». «Con mucho gusto», miento.
Sé que hace unos pocos años los militares de Panamá, la Guardia Nacional, derrocaron el gobierno civil del país y enviaron a uniformados al interior a vivir y ostensiblemente mejorar las vidas de la gente del campo. De hecho, mi investigación busca entender el impacto de esta presencia militar en las condiciones sociales y económicas de las mujeres y hombres de Loma Bonita (Capítulo 4).
Pero sinceramente el espectro de policías armados por todas partes me asusta en lo personal, y estoy segura de que políticamente complicará mis relaciones en estas montañas.
Son las 8 p.m. y está oscuro cuando por fin estos vecinos se levantan y se van. Tina corre para hablarle al oído al señor Cristo y pedirle que me traiga un escritorio de la escuela. «Sí» – dice – «y trátela bien, sobrina». Ah, hago una anotación mental, son familiares. Francisco desaparece por alguna parte en la sombra. Tina agarra su lámpara de kerosene y se va para acostar a sus cuatro hijos; la escucho enseñándoles una oración católica. Estoy sola por primera vez desde mi arribo a El Copé. El aire de la noche está fresco, pero no frío. Las estrellas y la media luna se sienten lo suficientemente cerca como para tocarlas. Saco mi linterna de mi bolsa de lona y camino hacia los cafetos para orinar. ¡Oh, no! La batería se muere, y no hay luz en este mundo sin electricidad para buscar las baterías en mis bolsas. El árbol más cercano debe ser suficiente. Solo me queda rezar para que nadie me vea.
Estoy indescriptiblemente cansada y tengo todo el cuerpo molido. Sin embargo, me acuerdo de esto: lo logré. Estoy aquí. Tengo mi catre de lona y bolsa de dormir ya listos, y la mitad de una habitación designada como mi espacio. La gente ha sido amable y mucho más habladora de lo que me imaginé posible. Mi español… bueno, fue suficiente. Y la comida no asusta para nada. Puedo hacer esto. ¡Sé que puedo!
CONOCIENDO A ESPERANZA Y SU FAMILIA
He estado aquí solo dos semanas y ya estoy enfrentando una crisis. Comenzó la mañana de ayer cuando Tina me llamó a desayunar. Como todos los días desde mi llegada, caminaba al área abierta en la
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parte trasera de la casa donde una solitaria mesa de madera y una silla me esperaban debajo del árbol. Como cualquier otro día, la comida se veía apetitosa, pero comiéndola en soledad me sentía triste. En dos ocasiones había mencionado mi deseo de comer con toda la familia, pero Tina no había contestado; todavía no habíamos hallado un punto de comodidad o familiaridad entre las dos. Sin embargo, ayer, supe que algo era diferente porque en vez de la usual risita nerviosa de Tina y su inmediata retirada después de servirme la comida, se había quedado cerca de la mesa. Por fin, las palabras salieron en carrera. «Quiero decirle que mañana me voy a trabajar por un rato en Panamá – mientras los muchachos están en las vacaciones de la escuela». Me explicó que su hermana había pasado la semana pasada para decirle que las monjas de una escuela secundaria católica donde ella trabajaba le habían pedido que Tina viniera a cocinarles y hacerles la limpieza.
Me van a pagar 30 balboas1 al mes, y me dan hospedaje, comida, ropa y cosas para la casa. ¿Ve esa olla grande allá en la esquina de la cocina?
Me la dieron la última vez que trabajé allá.
En un tono que sonaba a disculpa, Tina mencionó que ella y Francisco necesitaban el dinero para comprar comida y pagar los uniformes y cuadernos de la escuela. «Francisco no tiene mucho trabajo de construcción ahorita; en Loma Bonita no hay dinero para pagarle», me dijo.
Durante todo el tiempo que estaba hablando, yo pensaba: «Pero ¿qué hay de mí?». En cambio, dije: «Me alegra que encontró el trabajo que necesitaba, Tina. ¿Quién se encargará de los niños mientras usted no está?». Francisco y su familia, y la mamá de Tina también ayudarían, me dijo. Yo quería gritar «¿qué hay de mí?» pero esperé, ya más acostumbrada a la forma lenta e indirecta en que la gente se comunica en Loma Bonita. Unos segundos después – que parecieron una eternidad – Tina añadió: «Usted todavía puede vivir aquí con nosotros. Francisco no es gran cocinero, así que he hablado con la tía Esperanza, y ella ha aceptado cocinarle».
Alivio. La casa de Esperanza quedaba a solo cinco minutos a pie, y ella me había parecido amigable cuando la conocí mi primer día en Loma Bonita. Lo mismo su esposo Andrés, que se había detenido ayer camino a El Copé y ofreció llevar la carta que había escrito a la oficina de correos. «La voy a extrañar, Tina», le dije. «Gracias por su
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maravillosa hospitalidad y comida». Me pregunté si ella realmente se estaba yendo, en parte, para escapar del trabajo pesado y la pena de atenderme. Una pena aguda todavía me acompaña a todas partes, con toda la gente, todos los días en Loma Bonita.
Ahora, mientras me acerco al patio delantero de la casa de Esperanza y Andrés para mi primera cena con su familia, el corazón se me hace un nudo, tengo el estómago revuelto, justo como antes de una «cita a ciegas». «¡Uiy, uiy!», grito; ya he adoptado uno de los agudos saludos de la región que suenan algo así como el canto de un pájaro tropical.
«¡Uiy, uiy!», Esperanza me imita mientras viene corriendo para saludarme y detener a Capitán, el perro, antes de que pueda atacar. Al igual que la primera vez que la vi, me sorprende la velocidad con la que su rollizo cuerpo se mueve a través del espacio.
La sigue Andrés que me da la bienvenida también. Andrés Blanco es un hombre flaco con una sonrisa contagiosa y ojos tan oscuros que la piel alrededor de ellos tiene un tinte negruzco. El patio está desordenado. Hay dos estructuras en construcción – una casa y una cocina – ambas hechas con postes de palos y paredes y techo de pencas. Tina había mencionado que Esperanza y Andrés viven la mayor parte del año en Frailecito, una comunidad a un par de horas a pie, pero vienen a Loma Bonita a cosechar su café durante la estación seca de enero a abril. Este lugar en Loma Bonita fue donde creció Andrés, en un terreno que su mamá heredó de su abuelo.
La cocina es tan pequeña que el fogón, que llega hasta la cintura, ocupa la mayor parte del cuarto y deja poco espacio para el tráfico humano y ni hablar de algo como la mesa de comedor de la familia. De manera que los bancos y troncos esparcidos alrededor de la cocina sirven de asientos. Tres de los hijos de Esperanza y Andrés están en el área de la cocina cuando llego. Tony, el mayor, de 17 años, está parado sobre el fogón cocinando algo. De cerca, sentados en un tronco, están David de 11 años, que sonríe dulcemente, y Sophia de ocho años, cuyas trenzas negras le llegan a la cintura. Todos piensan que es gracioso copiar mi saludo. «¡Uiy, uiy!», gritan claramente divertidos. Esperanza me invita a sentarme en uno de los bancos.
Pronto todos se sientan cerca de mí. Mi corazón canta; al fin no tendré que comer sola. Esperanza nos sirve a cada uno un plato de metal lleno de
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arroz con porotos. Sentados en el medio de esta área en construcción, con los platos en los muslos, la conversación es informal. Les hago preguntas. ¿Qué planes tienen para mañana? Esperanza cosechará café con su hermano. Andrés se quedará en casa para continuar la construcción de la cocina. David y Sophia, de vacaciones de la escuela, ayudarán a su papá, y Tony participará en la junta (cooperativa de trabajo) de su tío para cortar árboles y arbustos en una parcela en los terrenos de su tío. Me lanzan algunas preguntas también. «Adónde fue hoy?», me pregunta Esperanza. Mi respuesta es honesta pero mesurada dado que necesito descifrar cómo mantener mi interacción con toda la gente en esta pequeña comunidad, de tres docenas de hogares, totalmente confidencial. «Hoy visité todas las casas arriba en Caña Blanca», es todo lo que digo. No mucho después, los chistes y la risa son lo más importante. Y yo contribuyo. «Cometí un error hoy», digo luchando para contener una sonrisa. «Alguien preguntó si tenía hambre. En vez de decir, sí, tengo hambre, dije ¡sí, tengo hombre!». Todos se sumaron a la hilaridad.
El ambiente es perfecto y doy mi discurso planeado de cómo espero acompañarlos dos comidas al día y recibir la misma comida que todo el mundo, nada especial. Esperanza dice, «Seguro, Gloria». Todos asienten con una sonrisa. Quién sabe lo que están pensando realmente, pero dije lo que quería decir.
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Foto I.3 Esperanza y Andrés frente a su cocina, década de 1970.
Se termina la cena, y Esperanza y Andrés recogen los platos sucios y se dirigen hacia dos grandes peñas a la orilla del patio. Voy detrás. «¿Puedo ayudar?», pregunto. «No tiene que hacer eso, Gloria», Esperanza dice. «Pero me gustaría ayudarlos», insisto. «En mi casa, la persona que no cocina le toca lavar los platos». «Bueno», dice. «Así es como lo hacemos». Esperanza vacía las pocas sobras en la mitad de una calabaza grande para los animales. Luego limpia nuestros platos, cucharas y totumas en un platón de plástico con agua ligeramente enjabonada y me los entrega. Meto una calabaza grande partida por la mitad en otra palangana llena de agua limpia de la quebrada y enjuago el jabón. Entonces coloco todo en una pila encima de una roca grande cercana. Más tarde ella entra todas las cosas al área de la cocina y las mete en una paila grande tapada con una batea que ayuda a protegerlas del ejército de cucarachas y otras criaturas que descienden en la noche.
Mientras trabajamos, la conversación no se detiene. Con su labio inferior hacia afuera, Esperanza señala los objetos de sus cuentos acerca de gallinas, hurtos y la confección de sombreros tejidos en Loma Bonita. Me da instrucciones detalladas sobre cómo hacer chicha fuerte y preparar el café; explica que una debe tostarlo solamente al atardecer para no mojarse después y pescar una terrible fiebre. Me pregunta acerca de mi esposo, y yo le digo cómo Jim apoya mis estudios universitarios. Aprovecho este momento de relativa familiaridad para preguntarle cuánto dinero les voy a deber por mis dos comidas diarias. «No sé», dice con la mirada en el suelo y apenada por primera vez. Suavemente insisto, y al final tengo mi respuesta: 50 céntimos por día. ¡Uf! Dado que Tina ha sido enfática en no cobrarme alquiler – «Nadie nunca ha pagado por dormir en Loma Bonita», había dicho – tendré suficiente dinero para quedarme un año. Aparte de un pequeño subsidio de viaje de la Facultad de Antropología de mi universidad, mi presupuesto depende principalmente de los US$ 500 que heredé hace poco de mi tío Joe2.
Está anocheciendo cuando regreso a la casa de Francisco y Tina después de cenar. Toda la familia se está acomodando en sus camas. En mi cuarto, prendo la lámpara de kerosene que Tina me ha prestado hasta que pueda comprar la mía. Saco de mi bolsa verde de lona un cuadernito en el que he escrito rápidamente «apuntes de memoria» todo el día. Este es mi tiempo, mi único tiempo, para escribir mis notas de campo diarias. En un cuaderno más grande que guardo en la gran
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bolsa de lona en mi cuarto, escribo sobre cada detalle de mi día. Bajo el tema «Economía» incluyo lo que Esperanza dijo sobre gallinas y robos, y en la sección de «Género», registro su información sobre la confección de sombreros y mi observación sobre la forma en la que ambos, ella y Andrés, llevaron los platos sucios de la cena al platón para lavarlos. Al final, en un apartado que llamo «Apuntes personales de la investigación», escribo:
Luego de mi primera comida con Esperanza y Andrés esta noche, me siento animada. Pienso que he encontrado mi primera familia en Loma Bonita y, en Esperanza, alguien que me enseñe cómo vivir aquí y me haga relatos de su vida.
Podría escribir toda la noche, pero a las 10 p.m. a duras penas veo mi cuaderno. Hay un hervidero de insectos ruidosos que atraviesan las ventanas sin vidrio y se dirigen hacia la única luz en esta ladera de la montaña. La mía. Me rindo.
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Foto 1.4 Esperanza lavando la ropa en la quebrada, 1972.
ESTE LIBRO
Temas
Esperanza continuó contándome historias acerca de su vida durante todo el tiempo que estuve en Loma Bonita en 1972 y luego continuó haciéndolo a lo largo de medio siglo durante mis 19 subsecuentes visitas de investigación a la comunidad, más recientemente en 2019. Como se podrán imaginar, en el transcurso de este medio siglo he presenciado y documentado muchos cambios en este lugar llamado Loma Bonita.
Hace un siglo, era un poblado pobre de agricultores de subsistencia, pero relativamente independientes. Los cultivos alimenticios que sembraban y los animales que cuidaban suplían gran parte de sus necesidades para sobrevivir. Típicamente, una persona nacía, crecía, se casaba y la enterraban en Loma Bonita o sus alrededores. Aun cuando en ocasiones la gente de esta comunidad iba a las tierras bajas para rituales religiosos o negociaciones comerciales de pequeña escala, se trataba de incursiones de poca duración. Los moradores de las tierras bajas, por su parte, rara vez emprendían el arduo ascenso por las laderas para visitar esta elevada región. Más remota aún para los residentes de Loma Bonita estaba la capital, la ciudad de Panamá, una travesía que podría tomar una semana o más a pie, a caballo y/o por barco. En contraste, hoy siembran café y naranjas para vender en el mercado nacional y global, y en cada familia muchos de sus miembros trabajan por necesidad como asalariados y viven muy lejos en las ciudades y pueblos del país. El mundo de una persona ha quedado definido por el ir y venir entre el espacio rural y urbano de familiares, dinero, mercancías, ideas y servicios. El viaje a la capital solo toma medio día por carro ahora, y la comunicación entre Loma Bonita y la capital puede estar al alcance de una llamada por celular. Hijos y nietos que residen en la ciudad vienen a pasar los días feriados en la comunidad provistos con teléfonos inteligentes y la última moda. Se hablan en Facebook y WhatsApp. En suma, Loma Bonita hoy y el mundo global más amplio están directa y rutinariamente vinculados.
En el presente libro sigo la pista del recorrido de esta transformación de un siglo de duración que ha traído a la gente
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de Loma Bonita – su producción, trabajo y tierra – a la órbita de la economía capitalista de Panamá, nacional y global. Por medio de las vidas de Esperanza Ruiz y su familia, examino cómo y por qué sucedió dicha transformación y sus impactos en la comunidad. Esperanza se destaca como el principal personaje en esta historia porque pienso que será tan gran maestra para ustedes como lo ha sido para mí. Nació en 1922 y ha sido testigo de la mayoría de los cambios que el desarrollo capitalista ha producido en Loma Bonita. Además, es una aguda observadora e intérprete de la saga de su comunidad. Habla con toda franqueza, es empática y una magnífica narradora, pues sabe el momento exacto en que debe ir con rapidez o lentitud en su relato a fin de mantener intrigado a quien la escucha. En cuatro capítulos que examinan la niñez, juventud, adultez y la vejez de Esperanza – y otro capítulo que resalta a sus hijos y nietos – comparto lo que he aprendido de ellos sobre la familia y la comunidad y el cambio socioeconómico y cultural, y comparo sus experiencias con las de las otras familias de la comunidad. Los amplios contornos de la experiencia de Loma Bonita no son únicos. Se han desarrollado, no solamente en una multitud de otras comunidades rurales panameñas sino también en toda América Latina y el Sur Global. Para dar un vistazo a los importantes aspectos de este panorama general, a lo largo del libro he incluido apartados titulados «Perspectiva más amplia».
El enfoque en este libro sobre las experiencias vividas de personas de carne y hueso busca hacer hincapié en un tema importante: que las personas corrientes tienen una enorme capacidad para enfrentar cara a cara sus difíciles condiciones de vida y hacer cambios en sus vidas que a veces resultan beneficiosos para ellos y para otros. Por una parte, la gente de Loma Bonita ha sido claramente víctima; ha tenido muy pocos recursos económicos y políticos a su disposición para confrontar nuevos problemas o sacar provecho de las inéditas oportunidades que traen los cambios nacionales y globales. A lo largo del tiempo, su creciente conexión con el mundo capitalista la ha dejado con más acceso a bienes y servicios, pero menos control sobre su existencia cotidiana, y más dependiente para su supervivencia de mercados distantes y fuerzas políticas sobre las cuales no ejerce ninguna influencia. Sin embargo, la victimización es solo parte de la historia. Como protagonista
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activa de su propia vida, la gente de Loma Bonita ha recurrido con creatividad a cuantos bienes o relaciones ha tenido a su alcance en busca de pequeñas ventajas que la ayuden a sobrevivir o superar sus cambiantes posibilidades. A veces sus decisiones y actos la han llevado a mejores circunstancias, en otras ocasiones, no. El presente libro documenta la naturaleza y razones para los variados resultados y excava debajo de la superficie para descubrir la forma en que las desigualdades económicas y de género dentro y entre las familias de Loma Bonita han favorecido a unos por encima de otros en su lucha con los desafíos en tiempos de cambios.
Muy a menudo aprendemos sobre el capitalismo globalizante de arriba hacia abajo; poderosos funcionarios gubernamentales y elites empresariales dominan el paisaje. Perdemos de vista lo que la gente «regular» está haciendo en el terreno, e incluso ni siquiera preguntamos sobre la importancia de sus acciones. Por el contrario, cuando vemos el cambio de abajo hacia arriba, poniendo en primer plano las vidas y la humanidad de personas como Esperanza y su familia, se hace claro que personas comunes pueden influir en la manera en que se desarrolla la historia. Ustedes verán que la manera específica en la que el capitalismo global se ha desarrollado en Loma Bonita no solo ha dependido de las decisiones de poderosos forasteros, sino también de la forma en la que distintos miembros de la comunidad han elegido actuar sobre la base de las opciones que tienen disponibles.
El mismo sistema global que llega a lugares como Loma Bonita le ofrece al resto de nosotros una gama de opciones de acción en nuestras propias vidas. Espero que lo que ustedes aprendan en este libro sobre Esperanza y su familia les ayude a hacer elecciones que puedan beneficiar tanto a gente como ellos, como a ustedes mismos. Todos estamos vinculados como creadores de historia, con un papel a desempeñar en la conformación del futuro del cambio económico y sociocultural alrededor del mundo.
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Trabajo de campo
ORIGINAL, 1972
Llegué a Loma Bonita en enero de 1972 con mis principales preguntas de investigación en mano. Guiada por teorías sobre el desarrollo del capitalismo mundial en (lo que antes se denominaba) países del Tercer mundo como Panamá, quería aprender qué pasa cuando nuevos programas gubernamentales que pretenden aliviar la pobreza rural llegan a una comunidad como Loma Bonita, que nunca antes había recibido asistencia pública de afuera. Para ser más específica, ¿cómo afectan estos programas a las familias más pobres en contraste con las más acomodadas (clase), así como las mujeres en contraste con los varones (género)?
Aprendí sobre tales preguntas complicadas mientras vivía en Loma Bonita como una «observadora participante»3. Esto significó que dedicaba mis días en la comunidad a participar en cada aspecto de la vida al que tuviera acceso, y a la vez a observar todo lo que mis ojos y oídos pudieran ver y oír. Algunos días, por ejemplo, me quedaba con Esperanza u otra mujer compartiendo historias de nuestras vidas mientras lavábamos la ropa en la quebrada o ella preparaba la próxima comida. Otros días, subía o bajaba las lomas para visitar a una o dos familias que me habían invitado a conversar, o una persona que había aceptado una entrevista más formal – a veces grabaciones en cintas (años más tarde, grabaciones digitales) – sobre la genealogía de su familia, sus ideas en torno a asuntos políticos o religiosos, o su historia como agricultor o migrante. O bien, acompañaba a una o más personas a sus terrenos para aprender cómo siembran el arroz o cosechan el café, iba a la escuela de Loma Bonita para asistir a una reunión política o un baile para recolectar fondos o, si me invitaban, a un grupo de oración en la casa de alguien o al nacimiento de un bebé. En ocasiones, en cambio, hacía el recorrido de un día o más con una persona de la comunidad para visitar a su familia en otro lugar en las montañas o la ciudad.
Aunque mis actividades diarias variaban mucho, una cosa nunca cambió: antes de acostarme, escribía mis notas de campo. Del bolso o mochila que había llevado a todas partes durante el día, sacaba un
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cuaderno en el que había apuntado cosas para consignarlas más tarde. Entonces, en una libreta más grande escribía un relato de lo que había hecho, visto, escuchado, sentido y aprendido ese día. Ningún detalle era demasiado pequeño para mis notas de campo. Esta manera de aprender a través de la observación participante puede parecer una forma sencilla, directa, incluso divertida de investigar la vida social, pero en realidad es un método de investigación repleto de complejidades y problemas. En este trabajo no hay nada que importe más que ser capaz de establecer relaciones de mutuo respeto y confianza. Y no hay nada que pueda ser más difícil. Pongo como ejemplo mi interés en comprender la naturaleza de las desigualdades de clase y género en Loma Bonita, algo que, como se señaló, fue fundamental para mi propuesta de investigación. Desde el principio esto significó que debía tratar de evitar que la mayoría de las personas me asociaran mentalmente con la gente más acomodada de la comunidad, o con los hombres, o los funcionarios del gobierno militar por la desconfianza que dichas asociaciones podrían generar acerca de mí entre todos los demás. Para enfrentar este reto, tuve que descifrar la forma en la que cada persona a mi alrededor encajaba en este rompecabezas y de ahí conscientemente buscar la compañía y consejo primero de las familias más pobres de Loma Bonita antes que las más ricas, las mujeres antes que los hombres y los miembros de la comunidad antes que los funcionarios gubernamentales.
Complicando aún más mis esfuerzos para establecer buenas relaciones con todos los residentes de Loma Bonita estaba la realidad de mi posición privilegiada. Estaba plenamente consciente de que, ante los ojos de cada persona de la comunidad, no era solamente una extranjera, sino también una estudiante universitaria de Estados Unidos de piel blanca y clase media, alguien ubicada mucho más arriba en la jerarquía socioeconómica global que ellos. Para tratar de mitigar nuestra amplia división social, me esforcé en «nivelar ciertas condiciones», haciendo cosas como memorizar senderos comunitarios para no necesitar de guías, y caminar con una carga ligera para no necesitar que me ayudaran con ella.
Los esfuerzos de mi parte no pretendían desmentir la realidad de nuestras desigualdades sino darnos la oportunidad de formar relaciones sobre la base de nuestra humanidad común; el trabajo de campo (al igual que la vida) es tanto un asunto del corazón como de
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la mente. Lo más que podía hacer era esmerarme para tener claro en la mente, y luego en mis escritos, la naturaleza e implicaciones de nuestras diferencias de poder4.
Si bien mis intentos por humanizar nuestras relaciones tuvieron muchas altas y bajas, me ayudaron a lo largo de ese primer año a establecer suficiente confianza mutua y respeto para ser bien recibida en la mayoría de los 36 hogares de Loma Bonita y aprender de la mayoría de sus residentes – los más pobres al igual que los más acomodados, tanto mujeres como hombres. Con todo, fue con las mujeres con quienes desarrollé mis relaciones y percepciones más profundas.
RETORNANDO UNA Y OTRA VEZ
No fue sino hasta seis años después, en 1979, que me fue posible regresar en otra visita de campo. Un dulce retorno. Sonrisas por todas partes. Para las familias de Tina y Esperanza, que nuevamente aceptaron darme hospedaje y comida, traje obsequios de ropa y un pequeño aporte en efectivo equivalente al dinero que un miembro migrante de una familia podría llevar a casa. Una vez más, me estaba financiando esta visita de campo y tenía un presupuesto muy limitado. A las otras familias de Loma Bonita les traía un recuerdo – una bolsa de ziploc (de por sí deseable) con una pluma, un lápiz y adornos para el cabello que entregué de casa en casa. Fueron visitas invaluables que tomaron casi dos semanas para completar, pero nos dieron tiempo para ponernos al día de las noticias – y para recordar la confianza. Además, me brindó la oportunidad de mostrar un ejemplar de la tesis que había escrito sobre la base de mi investigación en la comunidad en 1972 y para explicar sus puntos principales. Por supuesto que se trababa de solo un gesto ya que estaba escrita en inglés, pero por lo menos respondía en parte a la pregunta que me hizo una mujer aquel año: «¿Qué hace con todas las palabras que le doy?».
Mi agenda durante la visita de retorno a Loma Bonita estuvo centrada en la migración laboral hacia las ciudades y pueblos de Panamá, un tema que resultó ser el enfoque de mi tesis. Tuve que descartar mi plan original de escribir sobre los efectos de los proyectos gubernamentales en Loma Bonita a fin de evitar cualquier posibilidad de represalia política contra los miembros de la comunidad que habían
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estado en contra del gobierno militar. No se me hubiera ocurrido en ese entonces, 1979, que a esta visita de campo de retorno le seguirían otras 18 a lo largo de los próximos 40 años. Mantenerme al tanto del desenvolvimiento de las vidas de la gente y también de la historia de la comunidad se me había convertido en una pasión. ¿Y mi misión? Describir y explicar los impactos a largo plazo del desarrollo capitalista en las personas corrientes a través de repetidas visitas a las mismas personas en el mismo lugar durante muchos años. Soy de la opinión de que el trabajo de campo de observación participante, no obstante sus complicaciones y limitaciones, abre la puerta al mundo cotidiano de la creación de la historia como no lo puede ofrecer ningún otro método de investigación.
Narrativas de vidas
Asistía a una conferencia de antropólogos hace aproximadamente una década, cuando me topé con un colega que anteriormente había conducido una investigación en Panamá. Luego de una breve conversación sobre mi trabajo en Loma Bonita – en ese tiempo ya llevaba cerca de cuatro décadas – me preguntó: «¿No te aburres después de tanto tiempo estudiando un pequeño lugar, en un país pequeño?». No, nada de aburrida. Al contrario, como he mencionado, todavía estaba fascinada con mi continua trayectoria académica en la comunidad. No obstante, la pregunta de mi colega sí puso al descubierto un anhelo insatisfecho de compartir la experiencia histórica de Loma Bonita con una audiencia más amplia que en el pasado. Había publicado un número de artículos, y un libro, todos redactados en el estilo tradicional académico, pero ninguno había transmitido la esencia de lo que me había mantenido apegada a mi trabajo de campo todos estos años. La gente de Loma Bonita, ellos mismos, su obstinada voluntad de continuar la lucha a pesar de los incontables golpes en su contra, sus alegrías y dolores, humor e ira, desesperación y esperanza. Quería que estas personas cobrasen vida para los lectores.
Me hice el propósito de escribir acerca de la historia de Loma Bonita de una manera más sentida, a través de la historia de vida de Esperanza Ruiz y su familia, personas cuyos pasos he venido siguiendo
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por décadas. Personas que conocí bien. Al ofrecer una vista de cerca de sus vidas, esperaba que los lectores fuesen capaces de imaginarse mejor «el individuo en la historia y la historia en el individuo»5. Esto no es una idea nueva. El estudio de vidas individuales como forma de entender su contexto cultural e histórico más amplio tiene raíces profundas en la Antropología, remontándose por lo menos un siglo. A principios del siglo pasado, mientras muchos antropólogos estadounidenses estudiaban a pueblos indígenas para clasificar sus «rasgos» culturales, un joven antropólogo de nombre Paul Radin ocupaba su tiempo escuchando a los indígenas de la tribu winnebago narrar las historias de sus vidas6. Su autobiografía de 1926 de un hombre winnebago llamado Crashing Thunder se convirtió en uno de los relatos de vida mejor conocidos del período y alentó a otros antropólogos que estudiaban las culturas de los pueblos indígenas a utilizar este género de «narrativa de vida».
La mayoría de los estudios antropológicos que siguieron el ejemplo de Radin fueron realizados por hombres acerca de hombres (al igual que gran parte de los trabajos antropológicos) y trataban a las indígenas solo de paso y principalmente como esposas y madres7. La excepción ocurrió en 1961, con la publicación de la antropóloga Nancy Lurie de la autobiografía de Mountain Wolf Woman, la hermana winnebago de Crashing Thunder. Por cinco meses, Mountain Wolf Woman, se sentó en la casa de Lurie en el estado de Michigan y grabó un recuento de sus 75 años de vida. Ella surgió en el libro como una mujer con confianza en sí misma, autosuficiente, recolectora de alimentos y jardinera e importante protagonista económica en control del ingreso y las finanzas de su hogar8. Como observó una crítica del libro9, esta autobiografía fue casi única en ese tiempo como una descripción de una indígena que lleva una vida plena en su propia esfera.
Por aproximadamente dos décadas después de la publicación de Mountain Wolf Woman hubo una pausa en el uso de los relatos de vida en la investigación antropológica10. No obstante, a principios de la década de 1980, bajo la influencia de las ideas feministas y postmodernistas, el estudio de las vidas individuales por medio de historias de vida y autobiografías volvió con fuerza11.
Una nueva generación de antropólogas feministas, como Lurie antes que ellas, se empeñaron en abordar la falla de su disciplina en el pasado de documentar completamente las vidas de las mujeres. Algunas se
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inclinaron por estudios de mujeres individuales como forma de mostrar la importancia, diversidad y complejidad de sus papeles y experiencias. Entre el torrente de latinoamericanas inolvidables que encontramos en estas narrativas de vida a lo largo de las décadas de 1980 y 1990 están: Rigoberta Menchú12, indígena guatemalteca y líder política que narró su historia como una forma de exponer las atrocidades de su gobierno contra su pueblo, y que más adelante ganaría el Premio Nobel de la Paz; Esperanza Hernández13, una vendedora ambulante mexicana cuya «fuerza de lucha» fue el tema principal de su vida y que más tarde sería el personaje central de una producción teatral basada en el libro; y Sofía Velásquez14, una «valerosa» vendedora de mercado, dirigente sindical, y conjuradora de magia que también se convertiría en el sujeto de un video sobre su vida15.
Al mismo tiempo, una nueva generación de antropólogos influida por ideas postmodernistas comenzó a experimentar con tipos innovadores de narrativas de vida que ponen en el centro de su investigación y escritos a los efectos de la propia biografía del investigador (un proceso conocido como «auto reflexividad»). Una forma que suele denominarse «autoetnografía»16, típicamente incluye la historia personal del antropólogo como parte de su estudio de otros y de manera intencional busca dejar al descubierto los apegos emocionales involucrados en el proceso de investigación. Ruth Behar, por ejemplo, entrelazó su propia historia como cubana-americana con la de la vendedora ambulante mexicana cuya vida estaba documentando. En otros estudios de este género, la antropóloga examina su propio grupo étnico o minoritario, e incluye su propia vida en la investigación.
Otro tipo de narrativa de vida experimental y más reciente, denominado «etnografía íntima», está arraigado en las ideas de la antropología feminista, postmodernista y marxista. En este género, el centro de atención de la investigación no es la antropóloga sino alguien con quien esta ha tenido una relación íntima. Por ejemplo, Alisse Waterston17, presenta la historia de vida de su padre como un medio para analizar la naturaleza de la violencia global en el siglo XX y sus efectos en las vidas humanas individuales.
Me he inspirado para el presente libro en todas estas frescas corrientes de narrativas de vida. Al igual que muchas historias de vida feministas y etnografías íntimas, la historia de Esperanza examina
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su vida como un medio para entender cómo cambios históricos específicos afectan las experiencias diarias de gente de carne y hueso. Y de forma similar a cada tipo de relato de vida mencionado, este libro intenta honrar la dimensión emocional de las relaciones de Esperanza y mi conexión con ella y su familia.
Sin embargo, de una forma importante, esta historia de vida es distinta de todas las otras.
La narrativa de vida de Esperanza y su familia
La mayoría de los antropólogos han aprendido la historia de vida de una persona al sentarse con ella por una (o más de una) sesión de entrevista18 y, con la grabadora prendida, decir: «Cuénteme acerca de su vida». Pueden, o no, hacer preguntas específicas para guiar el relato de vida19. Este método generalmente le pregunta a la persona entrevistada, frecuentemente una mujer u hombre mayor de la comunidad, que se remonte lo más posible al pasado. Es un enfoque investigativo que evoca fascinantes relatos de lo vivido, narrados a menudo con perspicacia y brío. Pero cuando se basa solo en el relato de una sola persona, también puede plantear preguntas sobre la precisión histórica. ¿Qué tal si la memoria de esa persona le falla, o si intencionalmente ha matizado el pasado en formas que presentan un retrato erróneo de sí misma y los otros? O ¿qué tal si ha inventado experiencias simplemente para complacer a la entrevistadora? Preguntas como estas dejan una mayor corroboración de la narrativa a la antropóloga que puede o no estar en condiciones de investigar la veracidad.
Este estudio de la vida de Esperanza toma un enfoque metodológico distinto para aprender sobre su pasado y presente. Nunca me senté con ella y le pedí que narrara la historia de su vida. Para ser franca, no tengo idea qué me habría dicho de haberlo intentado. En su lugar he recurrido a mi investigación de observación participante a largo plazo para reconstruir la historia de esta mujer y de los miembros de cuatro generaciones de su familia.
Esperanza y yo siempre nos hemos reunido como antropóloga y sujeto de investigación, pero desde el principio hemos sido sencillamente dos mujeres a quienes les encanta el contar y escuchar que da lugar a conversaciones animadas y, con tiempo y confianza, al intercambio de relatos personales. Esto sucedía a menudo después
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del desayuno, cuando el resto de la familia se había marchado al trabajo del día o la escuela. Estaríamos solas, sentadas en los bancos, cara a cara y muy de cerca, intercambiando cuentos, quizá mientras pelábamos los frijoles en las bateas colocadas en nuestros regazos. En otros momentos, los recuerdos fluían mientras bajábamos a El Copé para comprar provisiones o asistir a una reunión política, o viajábamos juntas a visitar a sus hijos en la ciudad. También tuvimos «verdaderas» entrevistas grabadas en cinta (o digitalmente) cuando le preguntaba, así como lo haría con cada adulto en la comunidad, sobre un tema en particular: su historia laboral o la genealogía de la familia, sus perspectivas políticas o religiosas.
Mi creciente vínculo con Esperanza fomentó mis relaciones con su familia inmediata. De lo más fácil. El vernos dos veces al día para sentarnos a comer, por lo cual la conversación y el humor eran necesarios, nos dio un nivel de comodidad mayor del que tuve con cualquier otra familia. El esposo de Esperanza pronto se convirtió en mi aliado, y sus cinco hijos, siguiendo el ejemplo de su mamá y papá, rápidamente interactuaban conmigo, como a alguien con quien hablar y reír, y también ayudar con su trabajo.
Todos los cuentos que me contaron, y las experiencias que hemos compartido en el transcurso de mis 50 años de trabajo de campo y 20 visitas de investigación, fueron a parar a mis notas de campo, entrevistas, grabaciones, archivos de computadora y fotos. De esta montaña de documentos y recuerdos sale la presente narrativa de vida.
Basar la historia de vida de Esperanza en mi trabajo de campo de medio siglo, en vez de la narración retrospectiva de su vida, conlleva pérdidas y ganancias. Pierdo el acceso a su propia memoria del pasado, lo que ella hubiera recordado (o no) sobre su vida en el momento de las entrevistas. Gano, además de un alto grado de inmediatez, las tres principales ventajas que provienen de haber estado presente en la comunidad, ya sea como testigo ocular en los acontecimientos de la vida de Esperanza o con acceso a otros que estuvieron allí. De cualquier manera, habría escrupulosamente consignado lo que ella y otros decían, hacían y me contaban que pensaban.
La primera de estas tres ventajas es una mejor oportunidad para entender cómo Esperanza experimentó acontecimientos a medida que ocurrían. La segunda es mi habilidad de verla no solo de manera individual sino como parte de una comunidad y familia, con muchas
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de las interacciones y emociones complejas que las relaciones de vecinos y familiares conllevan. La tercera ventaja de basar el relato de vida de Esperanza en mis 50 años de observación participante en vez de solamente entrevistas retrospectivas, es que pude registrar los mínimos detalles de un relato a través del tiempo, lo que podría revelar patrones y conexiones que de otra manera no serían evidentes. Mantengan estas tres ventajas en mente mientras lean esta historia sobre Esperanza y cuatro generaciones de su familia.
Claro está que el uso de la observación participante a largo plazo, al igual que cualquier método de investigación social, tiene muchas limitaciones. Lo que he aprendido de Esperanza y su familia, y plasmado en este libro, representa solo una realidad parcial – la parte que opté por seguir mientras hacía el trabajo de campo y escribía al respecto, y la parte que ella y su familia decidieron revelarme. Además, algunos relatos que originalmente incluí tuvieron que ser revisados o eliminados a petición de ellos: en 2019, con el primer borrador del libro en mano, me senté con Esperanza y cada uno de sus cinco hijos, por separado, para traducir lo que había escrito sobre ellos y pedir permiso para incluirlo. Por lo tanto, lo que ofrezco es un imperfecto cuadro en movimiento de su vida familiar, pero que espero sea esclarecedor y memorable.
Redacción
De las hebras de medio siglo de notas de campo y entrevistas recopiladas que documentan mis experiencias y conversaciones sobre Esperanza y su familia, he tejido la tela para este libro. Mientras trabajaba en la redacción, mantuve mis propósitos resueltamente en frente de mí. Además de contar la historia de Esperanza y su familia de una manera que arrojara luz sobre un siglo de cambio en su comunidad y el mundo más amplio, quería tratar de captar y mantener la atención de mis lectores. Esto significó escribir un libro relativamente corto que, en lo posible, «mostrara» la historia por medio de relatos y no la «narrara» por medio de conferencias.
¿Y yo? Estoy descaradamente presente en este libro, como la encargada de narrar y explicar, la persona que suministra los hechos y cifras para dar algún contexto de lo local a lo global. Y, después de 1972, aparezco como un personaje en algunas de las escenas. También
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estoy presente tras bambalinas; la persona que decidió qué narraciones incluir en el libro, cómo presentarlas y en qué orden. Pero a pesar de mi presencia en estas formas obvias y más sutiles, el presente libro se trata de ellos, no de mí. He limitado intencionalmente todo lo relevante a mi propia historia a la introducción y la conclusión para privilegiar lo que en mi concepto es lo que más importa: esta mujer y su familia, la gente de Loma Bonita y la historia de todos ellos. Para enmarcar esta historia, aquí hay un vistazo al mundo panameño más amplio en el que nacería Esperanza.
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Capítulo
1
El istmo de Panamá: dos mundos diferentes (antes de la década de 1920)
Hace más de cinco siglos, los españoles invadieron el istmo de Panamá. Construyeron un camino a través de una angosta franja en el medio del istmo que conectó los océanos Atlántico y Pacífico, y este tramo – esta «zona de tránsito» – se convirtió en sede de riqueza y poder, con estrechos vínculos a la globalizante economía mundial capitalista. El control de la zona de tránsito y sus riquezas estuvo en manos de las clases comerciantes de Panamá y, a lo largo del tiempo, de una serie de poderes extranjeros: España, Colombia y, por último, Estados Unidos después de 1903, cuando construyó el Canal de Panamá y creó su propio centro de poder, la «Zona del Canal». El resto del istmo, el «interior», es donde la mayoría de los panameños, incluyendo la gente de Loma Bonita, han vivido en la pobreza como agricultores de subsistencia durante estos siglos. Su mundo aparte ni siquiera estuvo conectado a la zona de tránsito por una carretera pavimentada hasta la década de 1940.
EN EL PRINCIPIO
Podría haber sido hace tanto como 15 millones de años cuando una angosta franja de tierra emergió de las aguas del océano y creó un puente terrestre por primera vez entre dos continentes anteriormente separados – América del Sur y del Norte1. Este puente es el istmo de Panamá, una cinta de hermosa tierra montañosa que formó un vínculo entre dos continentes y separó dos océanos – el Atlántico y el Pacífico (ver Mapa 1).
El istmo de Panamá: dos mundos diferentes (antes de la década de 1920)
Si alguien se hubiera dirigido al istmo alrededor de hace 13,500 años, habría encontrado gente que iba de lugar en lugar subsistiendo de la cacería de animales y la recolección de plantas2. Fueron los primeros humanos que los arqueólogos han documentado que vivieron en el istmo. El registro de los arqueólogos muestra que hace cerca de 9,500 años algunos de estos pueblos indígenas habían añadido a su dieta cultivos, como el arrurruz y más tarde el zapallo, pero no fue hasta 7,000 años más tarde – hace alrededor de 2,200 años – que algunos se habían establecido en grandes aldeas agrícolas permanentes. Allí plantaban cultivos como el maíz, la yuca, el zapallo y el camote e intercambiaban sus bienes con diferentes comunidades y regiones. Con el paso del tiempo, sus asentamientos aumentaron y las poblaciones crecieron. Hace 500 años en el istmo se había establecido una rica variedad de culturas y hasta un millón de habitantes3. Dice una leyenda que el nombre Panamá significaba «tierra de abundancia de peces» en la lengua de uno de esos pueblos indígenas.
UN MUNDO EN PEDAZOS
De pronto, su mundo fue súbitamente destrozado. Los españoles llegaron a la costa Atlántica del istmo a partir de 1501, y comenzaron su ataque contra la población indígena. El primer gobernador español, apodado «Pedrarias el Cruel» por sus atrocidades, promovió masacres, violaciones, despojos y esclavitud4. Muchos de los indígenas se organizaron, lucharon ferozmente y ganaron batallas. Un legendario dirigente de esta resistencia, Urracá, era oriundo de las montañas centrales de Panamá, no lejos de la actual región de Loma Bonita. Organizó líderes del área para combatir a los españoles en Natá, un pueblo de las llanuras al que atacaron exitosamente varias veces y redujeron a cenizas en 1529. El final de Urracá es también legendario; aunque los españoles pudieron tenderle una trampa y capturarlo, se escapó de sus garras y retornó a su comunidad natal en las montañas, donde continuó la rebelión hasta su muerte en 1531 libre del cautiverio español5. Desafortunadamente la mayoría de los pueblos indígenas no compartieron el destino de Urracá en esa área occidental y más populosa del istmo. Para 1522, hasta el 93% de la población había perecido en lo que el historiador Castillero Calvo denomina un «holocausto»6. La arrasó el salvajismo y tecnología
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militar avanzada de los españoles, más las enfermedades europeas contra las cuales carecía de inmunidad7.
Muchos de los que sí lograron sobrevivir la conquista y sus secuelas se zafaron del dominio español en los llanos del Pacífico al escapar hacia las montañas aledañas. Allá se unieron o formaron pequeñas comunidades de familiares que trabajaban la tierra como agricultores de subsistencia para proveer su propia comida y necesidades básicas. Mientras tanto en las tierras bajas, los españoles – ahora con pocos trabajadores a quienes pudieran explotar – empezaron a importar africanos esclavizados y trabajadores forzados de otras partes para que construyeran sus pueblos y laboraran en sus minas, fincas ganaderas y plantaciones agrícolas.
Un día en septiembre de 1513, un gobernador español de nombre Vasco Núñez de Balboa ascendió a la cima de una montaña en Panamá y vio algo asombroso. Balboa había estado dirigiendo una expedición de varios cientos de hombres en una marcha ardua hacia el sur desde el lado del Atlántico del istmo a través de densas junglas, ríos y pantanos. Su misión era encontrar oro y también un «nuevo mar» que los indígenas le habían dicho existía hacia el sur. Desde el sitio alto donde estaba ese día, Balboa divisó ese «Mar del Sur» – el océano Pacífico – y pronto lo reclamó en el nombre de la Corona española8. Tal descubrimiento moldearía una historia única para el istmo de Panamá.
ZONA DE TRÁNSITO FRENTE AL INTERIOR
El conocimiento de que Panamá proporcionaba un corto «puente» entre los dos océanos llevó a la Corona española a construir un estrecho Camino Real de piedras a través del istmo y así conectar los océanos Atlántico y Pacífico. En el extremo Pacífico, los españoles establecieron la ciudad de Panamá. En la costa Atlántica fundaron otros puertos que les permitían llevar la plata extraída de las minas en Sudamérica (Perú y Bolivia) por la costa del Pacífico hasta la ciudad de Panamá, y de ahí cargada por esclavos y mulas a través del istmo a lo largo del Camino Real y embarcada a España. Una vez ahí, las mercancías iban a parar a otros países europeos y por último a China. A partir de entonces la «zona de tránsito» de Panamá entre sus costas del Pacífico y Atlántico se convirtió en un centro de vasta riqueza, unido estrechamente a la naciente economía global capitalista. Una
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pequeña clase enormemente acaudalada de españoles en la ciudad de Panamá controlaba este comercio altamente rentable y ejercía gran poder en el istmo. Sus riquezas provenían de las múltiples empresas de negocios que poseían, especialmente de servicios de transporte y bienes raíces conectados a la zona de tránsito. Algunos de ellos también fueron dueños de haciendas ganaderas o compraron barcos con esclavos para pescar perlas valiosas en el golfo de Panamá9.
Afuera de esta ajetreada zona de tránsito está el resto de Panamá, conocido como el «interior», un mundo del todo distinto10. La mayor parte de la población istmeña habitaba en esta región predominantemente rural, algunos bajo la autoridad de españoles en pequeños poblados o haciendas en las tierras bajas o como peones en sus minas. Otros eran descendientes de aquellos indígenas o esclavos que se habían escapado del dominio español y convertido en agricultores de subsistencia independientes, cuyas vidas eran ajenas a los altibajos de la economía globalizante de Panamá en la zona de tránsito. Pudieron mantener este modo de vida agrícola por la abundancia de tierras disponibles que el Panamá rural les ofrecía. Al contrario de otros países centroamericanos donde los oligarcas españoles mantenían el poder mediante el control de la tierra, la riqueza de la mayoría de los oligarcas panameños estaba vinculada a la zona de tránsito urbana. La mayor parte de la tierra del interior, por lo tanto, continuaba siendo propiedad de la lejana Corona española, la cual libremente otorgaba a los pobres agricultores «derechos de uso», pero no posesión legal, de la tierra en la que España no tenía ningún interés11.
El año 1739 marca la saga inicial en un periodo de cambio a largo plazo en la provincia de Coclé. Ese año, los británicos atacaron y destruyeron el puerto Atlántico de Portobelo, lo que provocó el decaimiento del istmo como ruta de comercio internacional y una depresión económica de un siglo12. Esta grave situación económica en la zona de tránsito llevó a muchos comerciantes prósperos a abandonar la ciudad de Panamá13 y trasladarse a la vecina provincia de Coclé (ver Mapa 2) donde dividieron las tierras bajas del Pacífico en grandes haciendas ganaderas14.
Aunque esto dejó a los agricultores más pobres en las tierras bajas sin suficientes terrenos para su sustento, pudieron seguir cultivando la tierra dirigiéndose hacia áreas más remotas en las montañas colindantes donde había terrenos públicos (de la Corona) disponibles para su «uso».
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Uno de esos casos fue el de una joven de nombre Reina Ruiz quien, según las genealogías que recogí, hizo este traslado hasta una zona casi deshabitada de las montañas del Pacífico de Coclé y se asentó en un lugar llamado (actualmente) Loma Bonita. Reina fue la tatarabuela de Esperanza Ruiz, a quien conocería muchos años más tarde15
IMPERIALISMO EXTRANJERO: ESPAÑA, COLOMBIA Y LOS ESTADOS UNIDOS
Los mundos separados y diferentes de los pobres agricultores del interior y los citadinos de la zona de tránsito siguieron caracterizando la historia panameña durante el resto de los tres siglos de dominio colonial español. Tampoco hubo un cambio después de 1821 cuando Panamá declaró su independencia de España y se unió a una federación con Colombia16. Como uno de los departamentos de Colombia bajo esta alianza, Panamá estaba oficialmente gobernado por los que ejercían el poder en la remota Bogotá. Sin embargo, la realidad era que la autonomía de la clase mercantil de élite de la ciudad de Panamá tenía sus alzas y bajas según cambiaba el poder entre los partidos Liberal y Conservador de Colombia17. De un lado al otro se balanceó el péndulo político a través del siglo XIX, mientras dichos partidos luchaban por el control e instauraban épocas de gobiernos democráticos o autoritarios, de paz o de violentos conflictos, de intervenciones extranjeras o de control interno. De particular importancia para Panamá fueron los auges económicos en la zona de tránsito en la década de 1850, cuando capitalistas neoyorquinos financiaron un ferrocarril a través del istmo, y en la década de 1880 cuando los franceses intentaron (sin éxito) construir un canal18
No obstante los vaivenes del péndulo a través del tiempo, una cosa nunca cambió: la atención y recursos de los que mandaban en Bogotá, en Panamá y en ciertos países extranjeros permanecieron enfocados hacia la zona de tránsito y no al interior. Ni siquiera había una buena carretera que conectara estas dos partes del istmo a principios del siglo XX cuando el destino de Panamá estaba nuevamente a punto de transformarse19.
En 1903 Estados Unidos envió a Panamá buques de guerra para ayudar a un grupo de las élites panameñas a lograr la independencia de Colombia a cambio del derecho a construir y controlar un canal. Estados Unidos construyó el Canal de Panamá20 entre 1907 y 1914,
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una vía acuática que atravesó en forma de zigzag aproximadamente 80 kilómetros (50 millas) del istmo para unir los océanos Atlántico y Pacífico. Sin embargo, la nueva República de Panamá no obtuvo su real independencia. El Tratado del Canal de Panamá de 1903 (que ningún panameño vio o firmó)21 y la nueva constitución de 1904 convirtieron al istmo virtualmente en una colonia de Estados Unidos, dominada a un grado sin parangón en el hemisferio. Estados Unidos consiguió autoridad sobre el canal «a perpetuidad» y por ahí mismo una «Zona del Canal» de cerca de ocho kilómetros (cinco millas) de ancho a cada lado, que incluía el antiguo Camino Real español y la zona de tránsito. Solamente las dos ciudades en cada extremo de la Zona del Canal (Colón en el lado del Atlántico y la ciudad de Panamá en el del Pacífico) permanecieron bajo la jurisdicción panameña.
Y por si fuera poco para los panameños, la Zona del Canal fue organizada como un enclave colonial semejante al apartheid. Para mantener el control sobre esta área y asegurar que servía los intereses de los Estados Unidos, el gobierno estadounidense desalojó y desmanteló lugares donde anteriormente habían vivido y trabajado los panameños22 y los reemplazó con nuevas bases militares, pueblos y comunidades para el personal estadounidense y trabajadores del canal. La Zona tenía sus propias escuelas, oficinas de correo, tiendas, puertos, fuerza policial y administración bajo el control de Estados Unidos. En este territorio oficial estadounidense, empleados blancos de ese país ganaban mucho más que los panameños y otros trabajadores no estadounidenses23, y eran los únicos que podían vivir en casas hermosas y bien mantenidas con césped nítidamente cortado. Pero el dominio no estaba restringido a la Zona del Canal; Estados Unidos adquirió el implícito poder de vetar las acciones panameñas que consideraba contrarias a sus intereses24. Bancos, corporaciones y el gobierno estadounidenses dominaban la economía, incluso con la adopción del dólar como la moneda panameña. Era tan estricto el control económico de Estados Unidos que los panameños no tenían permitido construir ferrocarriles, carreteras o medios de comunicación sin la aprobación estadounidense. Además, los militares norteamericanos adquirieron un firme control sobre el nuevo país; según una estimación25, Estados Unidos invadió o intervino en los asuntos panameños por lo menos 16 veces entre 1856 y 1925, a menudo para reprimir disturbios sociales o rebeliones entre las clases populares.
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Alejado del ajetreo de esta zona de tránsito a principios de la década de 1920 estaba el interior rural, aún un mundo distinto sin ningún camino decente que conectara las dos regiones. Las vías terrestres en el interior desaparecían en la lluvia y el lodo durante una buena parte del año, mientras que el viaje en pequeños buques de vapor o vela a la zona de tránsito era costoso y tomaba mucho tiempo, según los vientos preponderantes o el tiempo. Sin embargo, había un posible cambio en el horizonte. Para la década de 1920 algunos miembros de las clases comerciantes panameñas buscaron franquear el control norteamericano sobre el transporte y las comunicaciones mediante la construcción de un camino que conectaría la zona de tránsito con el interior y estimularía los negocios para su propio beneficio. La construcción se inició en 1922 a lo largo de la costa del Pacífico en la provincia de Coclé y llegó a la ciudad de Panamá en 192626. De todas formas, era un camino de grava escabroso e incompleto que se hacía impasable durante periodos de la estación lluviosa de ocho meses. Me han contado que en esa década el recorrido en carro de 193 kilómetros (120 millas) desde el pueblo de Penonomé, en las tierras bajas de Coclé, hasta la capital tomaba 12 horas.
Fue en un lluvioso jueves en noviembre de 1922, mientras el camino estaba en construcción en las tierras bajas del Pacífico de Coclé, que en lo alto de las montañas contiguas la bebé Esperanza abrió sus ojos por primera vez.
Es hora de que Esperanza hable.
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habla
Capítulo
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Niñez: En el momento que abrí los ojos (décadas de 1920 y 1930)
Cuando Esperanza Ruiz era una niña, Estados Unidos acababa de terminar el Canal de Panamá y solidificar su poder sobre el istmo. Sin embargo, Esperanza nunca vio el canal o la ciudad de Panamá, nunca supo nada acerca del mundo globalizado de la zona de tránsito. Sus alegrías y tristezas, temores y esperanzas estaban cifrados en el mundo de Loma Bonita y sus montañas aledañas.
Esta era la vida en una economía rural de subsistencia, en un tiempo en el que la tierra era abundante y proveía a las familias con la mayor parte de lo que necesitaban para su sustento. Era un tiempo en el que la gente tenía pocas posesiones materiales pero una abundancia de familiares y vecinos por todos lados para compartir cargas y alegrías y ofrecer un grado de seguridad económica y control sobre el ritmo de la vida.
1922 - BIENVENIDA ESPERANZA
De rodillas, fuertemente agarrada a la soga que cuelga de las vigas, Natalia Ruiz da un empujón final y trae al mundo a una niña, su primogénita. La tía de Natalia está ahí mismo para cortar el cordón y limpiar y envolver en la manta a la bebé Esperanza. Es finales de noviembre de 1922 en plena estación lluviosa. Torrentes de agua caían contra el techo de tejas de esta casa de quincha de una pieza, propiedad de los padres de Natalia, Natividad Ruiz y Benita Herrera. Afuera en la cocina colindante, con su techo de paja y paredes de cañita, la mamá de Natalia y dos hermanas comentan cada detalle del exitoso alumbramiento mientras hierven agua en un fogón de leña. Están
preparando la tortilla changa y pollo que serán el plato principal de la dieta de Natalia en los siguientes 40 días. No se come mucha yuca, el alimento básico usual de la familia, durante este momento delicado. Natalia y la bebé Esperanza permanecerán dentro de la casa por siete días, y luego muy cerca por los siguientes 33.
Hay fuerzas malignas que amenazan las vidas de las recién paridas y sus bebés en Loma Bonita. De tal manera que la hermana mayor de Natalia amarra un pedazo de hilo rojo alrededor de la muñeca izquierda y el tobillo derecho de Esperanza para resguardarla contra las brujas y el mal de ojo (gente que le puede hacer daño simplemente con mirarla o reírse de ella). Natalia también se protegerá durante los próximos 40 días al ponerse algodón en los oídos, un paño alrededor de la frente y un sombrero en la cabeza. Su mamá la ayudará a sanar del parto con un baño diario de esponja con hojas de varias plantas nativas1.
La bebé Esperanza entró a ser parte de una unidad familiar de 10 miembros. Esta incluye a su madre de 21 años y los padres de su madre, junto con su hermano y tres hermanas solteras, una de ellas con tres niños que habitan en la casa. El padre de Esperanza, Manuel Blanco, no participa en esta escena de alumbramiento, aunque vive en una ladera aledaña en Loma Bonita. Está casado con Marta, la hermana mayor de Natalia, y aunque admite ser el padre, se niega a reconocer a Esperanza formalmente y aceptar sus responsabilidades. La madre de Natalia, Benita, dice que lamenta que Manuel «se aprovechó de la joven Natalia, pero ya eso pasó, y la bebé Esperanza se ve saludable». Natalia y su bebita se quedarán en la casa de sus padres todo el tiempo que ella quiera, así como lo hace su hermana con sus tres hijos. Esto es un arreglo común en Loma Bonita cuando la joven madre o el padre no quieren juntarse. Sin acuerdo no hay unión pública2. No existe impedimento legal o económico para que una joven se quede con sus padres; no hay vergüenza social. Esperanza usará el apellido de su madre, Ruiz, como es la costumbre.
Natalia se pasa los primeros meses de la bebé en la casa de sus padres, pero resulta que su estadía no es larga. Un pretendiente en el cual Natalia está interesada comienza a aparecerse por la casa. Teodoro Ruiz, un primo lejano, le informa a Natalia y sus padres que él quiere que vivan juntos y reconocer a Esperanza como hija suya. A Natalia le gustan su piel clara y ojos azules, una característica de algunos de sus familiares, pero Teodoro no tiene terrenos propios. En una acción inusual, su papá
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Niñez: En el momento que abrí los ojos (décadas de 1920 y 1930)
2.1 PERSPECTIVA MÁS AMPLIA: DIVERSAS ASCENDENCIAS EN LA POBLACIÓN PANAMEÑA
La piel clara y los ojos azules de Teodoro eran raros pero no únicos en esta región rural. Los descendientes de Reina Ruiz, como otros panameños, eran mestizos, es decir, una mezcla de ascendencia indígena, africana y europea. La historia de Panamá había forjado esta mezcla distintiva que tiene sus inicios en el siglo XVI con los «encuentros» entre los pueblos indígenas, los españoles invasores y un gran número de esclavos y trabajadores forzados traídos por los españoles de África y otros países latinoamericanos. Posteriormente, durante el siglo XIX y principios del siglo XX, los extranjeros franceses y estadounidenses que financiaron el ferrocarril y los dos canales, importaron casi todos los trabajadores de las islas del Caribe y China, y algunos también de Colombia y Europa3.
Esta historia produjo un pueblo diverso, pero con predominancia africana en Panamá. Estudios recientes de lingüística y genética de la población entera del país han revelado algo muy interesante: que debajo de la superficie de esta diversidad yace una persistente influencia de los pueblos indígenas en la reserva genética. Estas investigaciones indican que más del 80% de los panameños contemporáneos llevan una herencia materna exclusivamente indígena; en contraste con su herencia genética masculina que es más europea y africana4. Dichos patrones encajan con lo que sabemos sobre las primeras décadas de la conquista española en Panamá. La actual preponderancia de genes femeninos indígenas podría estar vinculada al hecho de que los invasores españoles, casi en su totalidad varones, frecuentemente violaban a mujeres indígenas o cohabitaban con ellas – con su consentimiento o no. La contribución menos prominente de genes masculinos indígenas a la actual población panameña probablemente está relacionada con la tasa de mortalidad muy alta de hombres indígenas, comparada con las mujeres, durante las devastadoras guerras con los españoles.
había vendido todas sus tierras a un tío hacía años y se había ido de Loma Bonita para vivir en otro lugar. Manuel Blanco, el padre biológico de Esperanza, ofrece una solución cuando le propone a Natalia y Teodoro un lote de sus tierras en el cual pueden construir una casa «para que la
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bebé tenga un lugar donde vivir». Y el abuelo de Esperanza, Natividad, ayuda al prometer que les prestará suficiente tierra para que siembren los cultivos que necesitarán para alimentar a su familia. Natalia decide aceptar esta unión, y ella y Teodoro construyen una casa de quincha de un cuarto en lo alto de la loma donde Manuel y Marta viven. Esperanza tiene seis meses cuando se mudan a su nuevo hogar.
UNA VIDA RODEADA DE FAMILIARES
«¿Qué es lo primero que recuerda de cuando era pequeña?», en una ocasión le pregunté a Esperanza.
Tan pronto abrí mis ojos vi estas montañas y a todos mis familiares. Siempre estaban ahí, como esa piedra grandísima cerca a la quebrada.
Todos con quienes Esperanza conversó, jugó o trabajó durante su niñez eran familiares. En su propia casa, tenía tres hermanas y cuatro hermanos al final de su adolescencia. No muy abajo de las laderas vivían la tía Marta y Papa Manuel, una casa que con el tiempo incluyó 10 primos hermanos. Otras dos de las hermanas de su mamá no vivían muy lejos, con lo que se añadía 20 primos hermanos más a su vida diaria. Y el descenso por las laderas llevaba a Esperanza a la casa de sus abuelos donde había nacido y donde otras tías, tíos y primos vivían. Esos familiares más cercanos formaban el núcleo del mundo de Esperanza, pero también estaba emparentada con alguien en cualquiera de los otros 11 o 12 hogares de Loma Bonita. Esta estrecha red de parentesco se remontaba a una mujer, Reina Ruiz, que, como he mencionado (Capítulo 1) estuvo entre las primeras personas en radicarse permanente en Loma Bonita en la década de 1830 o 1840. Cuando Reina y algunos miembros de la familia llegaron por primera vez a esta región escasamente poblada, la tierra todavía era propiedad del gobierno. La familia de Reina podía reclamar «derechos posesorios» sobre todo lo que necesitasen. Las genealogías indican que con el tiempo Reina tuvo 10 hijos (con dos hombres), de los cuales ocho (cinco mujeres y tres varones) más adelante se casaron con alguien de una comunidad aledaña y trajeron a sus parejas a vivir en Loma Bonita. De esta manera la comunidad creció con más que suficientes tierras disponibles para los cultivos y el ganado de todos. Cuando Reina murió a principios del siglo XX, cada casa en
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Loma Bonita incluía por lo menos un descendiente suyo. Natividad fue su nieto, lo cual hace a Esperanza, como he señalado, su tataranieta. Según Natalia, la mamá de Esperanza, la casa donde su hija nació quedaba muy cerca del lugar donde Reina había formado a su familia.
AGRICULTURA DE SUBSISTENCIA CUANDO ABUNDABA LA TIERRA
Al igual que su tatarabuela y luego su madre, Esperanza creció en una familia de agricultores de subsistencia que obtenían la mayor parte de lo que necesitaban para comer y vivir de la tierra que cultivaban y los animales que criaban. Practicaban la agricultura de roza, un tipo de agricultura adaptado al patrón de clima tropical que moldeó sus vidas. Cuando las lluvias cesaban en enero, su abuelo Natividad les ofrecía a los padres de Esperanza un lote de monte (terreno boscoso para sembrar cultivos alimenticios). Con su machete, su padrastro Teodoro tumbaba los árboles y los arbustos de su lote y dejaba todo en el suelo para que se marchitara totalmente durante los tres meses secos y calurosos del siguiente verano. Luego, justo antes de que empezaran las lluvias otra vez en abril o mayo, él y Natalia quemaban los arbustos, ya secos y crujientes, para poder sembrar entre las cenizas con la ayuda de un chuzo. Una o dos veces antes de la cosecha, regresaban a desherbar este monte. Por dos años seguidos, cultivaban el mismo lote, pero luego lo dejaban en barbecho para que descansara y se regenerara por 15 o 20 años. Por lo tanto, después de cada ciclo de dos años, el abuelo tenía que prestarles a los padres de Esperanza un monte nuevo para que lo trabajaran. Natalia y Teodoro eran socios en esta vida agrícola. En esos tiempos, los hombres eran primordialmente los responsables de tumbar los árboles y arbustos, mientras que hombres y mujeres participaban en la quema, siembra, deshierba y cosecha de los cultivos. Una vez terminada la cosecha, las mujeres se encargaban de gran parte del procesamiento y cocción de los alimentos. Sin embargo, las circunstancias de la familia a menudo determinarían quién haría cada labor. Por ejemplo, Natalia tenía seis hermanas y solo un hermano, de manera que las hijas de la familia ayudaban con la mayoría del trabajo en su monte. Incluso para trabajos usualmente asignados a un género, había mucha flexibilidad; las muchachas a veces cortaban los árboles y arbustos, y los varones a menudo ayudaban con tareas domésticas como pilar el arroz.
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Señalando su monte, un día Natalia me dijo: «Esta tierra nos da vida; es como nuestra madre». La tierra era la fuente del sustento de todos, al igual que su hogar, cuando Esperanza era una niña y las mujeres y los hombres tenían por ley los mismos derechos de utilizarla y luego pasársela a otros para que la usaran. También era abundante, así que todas las familias tenían suficiente acceso a ella, por lo menos para satisfacer la mayoría de sus necesidades básicas de subsistencia. Aunque el gobierno panameño todavía era el dueño legal de casi todas las tierras en las regiones montañosas en la década de 1920, los miembros de la comunidad –como Reina Ruiz un siglo antes – podían hacer valer sus «derechos de usufructo» al tumbar una parcela del bosque que no haya sido reclamada por otro, notificar al funcionario local (regidor) y cultivarla por el tiempo que fuese necesario5.
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Foto 2.1 Cosechando maíz en el monte, 1993. Fotografía de Reid R. Frazier.
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En 1972 Manuel Blanco, el padre biológico de Esperanza describió la situación de las tierras así:
En aquellos días, éramos pobres, sin plata. No teníamos zapatos o ropa decente o casas elegantes u hospitales y escuelas, o siquiera una iglesia. Pero todos teníamos suficientes tierras para cultivar la mayor parte de nuestra comida, y había madera, buena madera, cerquita. Por donde quiera que miraras había monte, puro monte, y los ríos y quebradas en estas partes estaban llenos de peces y puercos de monte, y la iguana se encontraba por todas estas lomas.
Los cultivos alimenticios más importantes eran maíz, frijoles, yuca y arroz, pero había muchos otros que las familias sembraban en cantidades menores como ñame, guandú, otoe, caña de azúcar, guineos, plátanos, cacao, coco, café, calabazas y frutas como naranjas, mangos y guayabas. Para las proteínas, todos criaban pollos, y algunos como los abuelos de Esperanza, tenían vacas, caballos y puercos. «Nada se desperdiciaba», Natalia explicó:
Cortábamos madera del bosque cercano para construir nuestras casas y muebles, y para cocinar la comida, y usábamos las arcillas de todas partes de aquí para nuestras casas y cosas para la cocina. Sembrábamos calabazos para guardar el agua y hacer tazas y cucharas. De la paja que hay cerca, hacíamos jabas y sogas, techos para nuestras casas, y sombreros tejidos para usar y vender. Cultivábamos mucha caña para usarla como alimento para los animales y también endulzar el café o hacer raspaduras o guarapo y otras bebidas alcohólicas. Nuestros animales nos daban manteca para cocinar y para medicinas y jabón. En todas partes había plantas que podíamos usar como medicinas.
Hubo «tiempos de vacas flacas» en Loma Bonita, especialmente en junio y julio antes de la cosecha, pero, como Esperanza recordó: «Aunque en esos meses pasamos algunas noches en que nos acostábamos sin suficiente comida – solo una yuca vieja e hilachosa – no puedo acordarme de ningún tiempo en que no tuvimos nada de comer».
En los meses de vacas flacas de junio y julio, los hombres también salían a cazar para suplementar sus provisiones de alimento. Manuel Blanco recordaba con entusiasmo las incursiones de cacería de larga
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distancia cuando cruzaba la Cordillera Central del lado del Pacífico para llegar al «otro lado» [Atlántico].
Cuando no había mucho trabajo que hacer en el monte, mi hermano y yo caminábamos por días hasta el «otro lado» para cazar puercos de monte y venados y regresar a casa con la carne. A veces traíamos caucho que sacábamos de los árboles de allá, o aceite de tortuga para vender o usar como medicina. Nos encantaba estar allá.
COOPERACIÓN, CUANDO UNO NO PUEDE HACERLO POR SÍ SOLO
No obstante, tener acceso a suficientes tierras no garantizaba suficiente comida. «Nadie podía por sí solo. Uno necesitaba ayuda de familiares y vecinos», Esperanza explicó:
Mi casa era una como una gran familia con mis abuelos y la gente de las dos hermanas de Mama que vivían cerca de nosotros. Los niños pasábamos siempre corriendo de una casa a la otra para entregar o pedir prestado cosas como yuca o sal. A veces en la mañana nuestro fogón estaba frío porque el leño que Mama había dejado prendido para la noche se había apagado. Mama me mandaba corriendo donde la tía
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Marta para conseguir un fósforo. Mis abuelos tenían vacas y nosotros, no. Así es que ellos nos daban leche, queso o carne, y ellos venían adonde nosotros a buscar miel de caña o para que les trabajáramos un día en su monte.
Miembros de estos cuatro hogares compartían regularmente el trabajo al igual que alimentos. Cuando una familia necesitaba ayuda, alguien de los otros hogares venía a trabajar por un día. Podrían ganar un día de trabajo que sería reciprocado en el futuro o, en vez, llevarse una parte de lo que habían cosechado. Esperanza se acuerda que la gente también podría trabajar por algo que no fuera trabajo o alimento.
Una vez trabajé para mi abuela cosechando yuca durante la tarde a cambio de un bello pedazo de tela. También me acuerdo haber ayudado a mi abuelo a sembrar arroz por cinco centavos por día, además me dieron de comer dos comidas grandes con carne, y me dieron maíz para llevar a la casa para hacer bollos
Estas distintas maneras de intercambiar trabajo entre familiares y vecinos cercanos fueron la clave para la supervivencia de las familias de Loma Bonita. Pero ni así se resolvía su necesidad de un mayor número de peones para realizar ciertos trabajos pesados como tumbar monte o construir una casa, o una labor que tenía que hacerse rápidamente, como la quema, siembra y cosecha. Es entonces cuando la familia organizaba una junta. Invitaban a gente de una, cinco o seis casas para que vinieran a trabajar por un día. A cambio, los peones recibían una o dos comidas y chicha de maíz fuerte (o dulce) al final del día. Luego, los «dueños» de la junta quedaban debiéndole a todas esas personas un día de trabajo en el futuro.
De niña a Esperanza le gustaba ir a las juntas. Me contó:
Todo el mundo estaba ahí: mis abuelos, tíos, tías y un montón de primos. Algunas mujeres se quedaban en la casa para cocinar comidas deliciosas, pollo o carne frecuentemente con arroz y tejer sombreros, mientras las otras y los hombres se iban a sembrar arroz o lo que fuere. Mientras trabajaban, uno podía oír a esa gente gritando alegremente desde lejos. Los niños usualmente permanecían en la casa. A menos que estuviésemos peleando o nos hiciéramos daño, nadie nos prestaba mucha atención, y
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trepábamos los árboles y jugábamos al escondite o la rayuela. Más tarde, los adultos regresaban a la casa donde había montones de comida y chicha fuerte. Esos hombres podían tomarse un galón cada uno. Todo era muy alegre; bailaban el tamborito toda la noche, mientras las mujeres cantaban y aplaudían y varios hombres tocaban los tambores.
Las juntas no eran simplemente un tiempo par realizar labor agrícola. Eran una de las principales maneras de socializar, divertirse o pelear de la gente. A menudo, había drama a granel. Hombres y mujeres tenían sus aventuras, y los chicos y chicas coqueteaban. Esperanza recordó:
De adolescente, era baja y la única chica gorda. Yo tenía el pelo malo y solamente me crecía hasta el pecho. Pero tenía una bonita cara porque era joven, y en las juntas coqueteaba con los muchachos tanto como cualquier otra chica.
Las juntas eran también un tiempo en el que los adultos, más los hombres que las mujeres, se envalentonaban o descontrolaban con la chicha fuerte y peleaban – con palabras o machetes. He escuchado casos de hombres que perdieron un ojo, parte de la pierna o la vida durante una junta. Según contó Esperanza:
Una vez cuando era pequeña, mis dos tíos se pusieron a pelear una tierra durante una junta en nuestra casa. Estaban muy, muy borrachos y casi ni podían pararse. Tío Leonel le cortó la oreja al tío Simón con su machete, y luego tío Simón le cortó la mano a tío Leonel. Había tanta sangre que a tío Leonel tuvieron que llevarle en una hamaca a un curandero que estaba a media hora loma arriba. Estaba aterrada de ver esto. El tío Leonel nunca más pudo usar bien su mano, y ambos fueron a la cárcel por un tiempo.
LA ESCUELA POR FIN, CON ALGUNOS INCONVENIENTES
Un factor clave diferenció la vida de Esperanza de la de su madre. En 1921, el gobierno panameño respondió a las solicitudes de la localidad y estableció la primera escuela primaria en Loma Bonita. Con el tiempo, los niños de cuatro comunidades contiguas asistirían a sus tres grados.
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Antes de eso, la mayoría de los residentes de esta comunidad y la región eran analfabetos. Manuel Blanco, nacido en 1885, se describió de esta manera en 1972:
Soy ignorante. No sé cómo leer o escribir o nada. Solo sé cómo conversar. Porque en ese tiempo no había escuela por aquí. Ahora hay escuelas por todas partes. Todo el mundo está abriendo los ojos.
Para la gente de Loma Bonita y sus alrededores la presencia de una escuela fue transcendental. La comunidad se organizó para construir una pequeña escuela con un lugar para que el maestro durmiera durante la semana escolar. La mamá de Esperanza, Natalia, me contó acerca de «esos días emocionantes».
Todos ayudamos. El regidor organizó nuestro trabajo. Los hombres ya tenían su faena [un grupo de hombres mayores de 18 años a quienes el gobierno les exigía que prestaran tres días de trabajo al año para limpiar los senderos de la comunidad y el cementerio.] Así que ahora tenían que construir también la escuela. Nosotras las mujeres vinimos a ayudar a cubrir con paja el techo y las paredes. Y trajimos agua y comida para los hombres y el maestro. Cada mes una familia diferente traía la comida a los trabajadores, y empezamos a tener reuniones para los padres de familia.
Para cuando Esperanza comenzó la escuela en 1930, Loma Bonita tenía su propio edificio de un salón con paredes de quincha, piso de cemento y techo de zinc. Le pregunté qué recordaba de sus días de escuela.
Bueno, me acuerdo que con frecuencia llegaba tarde porque tenía que hacer mis tareas de la mañana. Buscaba el agua en la quebrada y entonces le daba de comer a las gallinas. ¡Jo!, cómo venían corriendo esas gallinas cuando les tiraba el maíz e imitaba el llamado de Mama: uupe, pollito, pollito. Luego Mama me hacía las trenzas y buscaba mi vestido arriba del fogón.
El viaje a la escuela no era fácil, dijo Esperanza:
Tenía que cruzar cinco quebradas, y podía ser peligroso, sobre todo cuando llovía. En la primera quebrada usualmente me encontraba con mis primas Felipa y Bianca, que me hacían compañía.
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Lo que recuerdo de la escuela es que el maestro nos hacía repetir la misma cosa una y otra vez y eso podía ser muy aburrido. La verdad es que lo que más me gustaba era el recreo. Felipa, Bianca y yo encontrábamos una esquina para jugar a los jacks
De lo que Esperanza se acordaba principalmente era del regreso a casa al final de las clases. «Estábamos todas tan contentas. Caminábamos lentamente y buscábamos frutas y cangrejos para atraparlos en la quebrada para la cena. A esos cangrejos cómo les gustaba la lluvia».
El camino a la casa también podía volverse un drama. Esperanza describió numerosas peleas entre las chicas, especialmente entre sus primas Felipa y Mónica.
Esas dos muchachas siempre andaban peleando. Ahí mismo en el camino, se quitaban los trajes y se gritaban y empujaban hasta que alguien mayor las separara o empezara a llover. Entonces se volvían a poner los trajes, y todos corríamos a casa. Mantener esos vestidos limpios era importante. La ropa que nosotras nos poníamos en ese tiempo era de cualquier tela que estaba por ahí. Así que una usualmente solo tenía un vestido decente para la escuela.
A veces, después de esas peleas, llegaba tarde a casa y Mama estaba brava. Lo primero que me decía era: «Esperanza, quítate ese vestido ahora mismo», y lo colgaba sobre el fogón para secarlo. Entonces me regañaba y a veces me pegaba aquí en la pierna.
«¿Su mamá le pegaba a menudo?», le pregunté.
«No, a menudo no» ella respondió, «pero a veces duro, con la correa. En esos tiempos, Gloria, se acostumbraba a enseñar a los hijos así, para que aprendieran a respetar a sus mayores y trabajar duro».
Yo continué, «¿Alguien más le pegó cuando era joven?».
Mi padrastro. Papa Teodoro a veces incluso me daba una fuerte cachetada. Y mi abuelo Natividad también. Era un hombre alto, delgado, que se ponía bravo rápidamente y regañaba a la gente. A los niños nos gritaba y pegaba. Yo le tenía miedo. Una vez, fui a su casa para ayudar a moler la caña y llevar algo para Mama. Por error se me cayó la calabaza que tenía jugo adentro. Fue un accidente, pero me pegó de todas maneras.
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La abuela Benita no era como él. A veces me regañaba y decía: «Esperanza, no agarres el machete de esa manera», pero ella nunca me pegó. Tenía una forma distinta de enseñarnos. Fue muy buena con nosotros sus nietos y todos nosotros la queríamos. Aunque bastante encorvada, era bonita, con cabello muy ondulado, ojos café claros y la piel blanca; dicen que su familia tenía algo de sangre española.
CATOLICISMO SIN IGLESIA O SACERDOTE
Como todo el mundo en Loma Bonita en las décadas de 1920 y 1930, la familia de Esperanza se consideraba católica. Dado la ausencia de sacerdotes, iglesias o capillas alrededor, practicaban su fe en reuniones de oración dirigidas por la comunidad en las casas de la gente. Uno de los primeros recuerdos de Esperanza fue cuando su hermanita murió. «Los parásitos se la llevaron – me dijo – aunque Mama pensó que se la habían ojeado».
Yo solo tenía cuatro o cinco años, pero recuerdo bajar la loma con Mama a la casa de mis abuelos. Mama estaba cargando el cuerpo de mi hermanita. Pusieron velas alrededor de ella, y toda la tarde y noche todo el mundo de Loma Bonita vino a rezar. Esa noche los hombres hicieron una caja de madera para mi hermana. Al amanecer del otro día, unos adultos bajaron a nuestro cementerio para cavar el hueco, y cerca del mediodía otros bajaron con la caja hacia el cementerio y la enterraron.
Contadas veces al año la gente iba a los pueblos de tierras bajas para visitar una iglesia. Iban a pueblos de la provincia de Coclé como Penonomé, Natá o Antón para visitar a ciertos santos y pedir un favor o asistir a bautizos, a una que otra boda y celebraciones importantes religiosas y fiestas patronales.
La Semana Santa estaba entre los más importantes de estos peregrinajes a las tierras bajas. Cada año, una de las tías de Esperanza y su familia saldrían para Penonomé a las 5 a.m. del miércoles con motetes llenos de ropa y comida. Pernoctaban a la vera del camino o con un familiar o comadre que habitaba en esa dirección. En Penonomé se quedaban en la casa de un familiar pero cocinaban su comida aparte. El sábado emprendían el viaje de dos días a pie a Loma Bonita.
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Tener una familia que te diera hospedaje por una noche o dos hacía el viaje fácil. Sin embargo, dijo Esperanza, esta tradición de albergar a la gente de las montañas en su viaje de Pascua a las tierras bajas estaba comenzando a morir:
Aunque la gente en los pueblos fue hospitalaria con nosotros por un tiempo, al morir la generación vieja, los jóvenes no nos querían a nosotros los cholos en sus casas. Esto le pasó a mi familia cuando la gente más joven les alquilaba la casa a extraños por una semana solo para no tener que darnos un sitio para quedarnos.
Otras familias no salían de Loma Bonita durante la Semana Santa. Esto solía ser el caso de la de Esperanza. Más bien:
El martes salíamos a recoger suficiente leña para cocinar toda la semana. Nos quedábamos en casa todos los días. Estábamos tristes, de luto por la persecución de Cristo. No hacíamos nada porque si usabas tu machete, estarías matando a Cristo. Si comías carne, sería comer a Cristo, y la gente no tenía sexo tampoco. Entonces llegaba el sábado y era alegre. Si no llovía, era un día para quemar nuestro monte de ese año.
EL DINERO EN UNA ECONOMÍA DE SUBSISTENCIA
La mayoría de las cosas que las familias necesitaban cuando Esperanza era joven provenían de su monte y la producción casera, su tierra y su trabajo. Sin embargo, había unos cuantos artículos necesarios o deseados que había que comprar en efectivo. Tela y ropa estaban entre esos gastos, aunque, como la historia de Esperanza deja claro, la mayoría de la gente tenía poquísima ropa y no calzaba zapatos comprados en tiendas. Típicamente, los hombres se ponían pantalones de tela gruesa de color crema o de mezclilla azul y camisas de manga larga de los mismos materiales. El atuendo diario de las mujeres, llamado refajo, usaba similares materiales. Esperanza describe el de su mamá:
Mama se envolvía un pedazo grande de tela gruesa azul alrededor de la cintura (que en la noche la usaba como manta), y entonces se ataba un pedazo cuadrado de cualquier tela vieja alrededor del cuello – de adelante hacia atrás – y se lo metía por la cintura, dejándose los hombros desnudos al sol. Algunas mujeres evitaban este problema al ponerse una blusa de algodón blanca.
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Para las celebraciones y bailes, la mayoría de las mujeres se ponía un atuendo más festivo llamado pollera: falda ancha y blusa fruncida hechas de materiales de algodón blanco o de colores, a menudo con ribete bordado. La pollera era importante para su dueña; la abuela de Esperanza, Benita, se puso la suya para su boda y la siguiente vez fue para su entierro.
Además de tela y ropa, la corta lista de artículos de primera necesidad para un hogar que había que comprar con efectivo en la década de 1920 incluía sal, tabaco, fósforos, kerosene y machetes. He calculado que la cantidad que una familia hubiera necesitado pagar por las compras de un año de esos artículos sería de B/.20 aproximadamente6. Aunque parezca una cantidad pequeña, obtenerla requería mucho trabajo dada la gran escasez de dinero en las montañas.
La fuente de dinero más confiable provenía de los sombreros tejidos hechos principalmente por las mujeres en cada hogar. Cuando Esperanza era una niña, un sombrero que le tomaba a su mamá dos
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Foto 2.3 Tina tejiendo un sobrero, 2015.
o tres días tejer y coser se vendía en El Copé por 10 centavos. Si por encima de sus otras responsabilidades, ella hubiera podido producir dos sombreros por semana – ciertamente una hazaña difícil – hubiera ganado alrededor de B/.10 al año, la mitad de lo que se necesitaba.
¿De dónde podría venir la otra mitad?
ACCESO AL DINERO: DIFERENTES FAMILIAS, DIFERENTES CAMINOS
Unas cuantas familias en mejores condiciones podían ganar el dinero necesario mediante la venta de ganado. Los abuelos de Esperanza eran uno de los solo tres hogares en Loma Bonita que tenían más de 10 cabezas de ganado en la década de 1920. Ella recordó:
Cuando mi abuelo Natividad era joven, trabajaba con su padrastro, que compraba sombreros y café por estas partes y los llevaba abajo a caballo para vender a un hombre conocido. Ese hombre entonces le vendía unas cuantas cabezas de ganado que llevaría a Penonomé para revenderlas a otra familia que conocía. Más tarde, mi abuelo tuvo su propio ganado.
El único hijo de Natividad, Dionisio (hermano de Natalia), me habló sobre la importancia del ganado para la familia cuando él estaba creciendo:
Desde que yo era un pelado, ordeñaba y cuidaba las vacas. Cuando era joven, aproximadamente en 1913 o 1910, mi abuela tenía 12 y su marido, 8. Papa (Natividad) tenía 8, Mama (Benita), 4. Tú podías comprar una vaca por 20 o 30 pesos (B/.10 o 15). Todos los años cada uno de mis padres mataba dos vacas; algo de carne era para que comiéramos y el resto lo vendían por los alrededores de Loma Bonita y El Copé. Las teníamos que matar para comprar cosas como ropa y fósforos. Con ese dinero, mi papá también puso un techo de zinc en nuestra casa y se compró ese trapiche que está allá.
La mayoría de las familias de Loma Bonita durante la década de 1920 no tenía suficiente ganado para dedicarse a la venta, pero unas cuantas personas intentaban ganar dinero en efectivo como
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vendedores itinerantes a pequeña escala. Octavio Ruiz fue uno de los principales de estos vendedores en Loma Bonita en ese tiempo. Él vendía sombreros, sogas, miel de caña y café producidos en las montañas para un socio comercial en las tierras bajas y compraba unas cuantas cabezas de ganado. Luego regresaba con los animales a Loma Bonita para sacrificarlos y vender la carne por todas las montañas.
Otras familias obtenían los B/.10 o 20 que necesitaban cada año mediante trabajos asalariados temporales, en vez del comercio. Siempre había sido posible ganar pequeñas cantidades de dinero por trabajos para un familiar o vecino en las montañas. Sin embargo, ningún hogar tenía suficiente dinero extra para pagar a adultos un salario diario de 10 a 20 centavos por un periodo sostenido, y no había empleadores en el área. Hasta El Potroso.
A finales del siglo XIX, una familia de comerciantes de Penonomé estableció una plantación grande de café y cacao, llamada El Potroso, en las montañas, a una distancia de alrededor de una hora a pie desde Loma Bonita. Hombres, mujeres y niños de la comunidad y la región aprovecharon la oportunidad de ganar dinero en efectivo en un lugar cercano durante el tiempo de cosecha. Ni los Ruiz ni los Ortiz tuvieron que hacer este tipo de trabajo difícil, pero miembros de la familia Blanco de Loma Bonita, sí.
Manuel Blanco, el padre biológico de Esperanza, empezó a cosechar café y cargar leña en El Potroso por siete centavos al día cuando tenía 10 años. Su papá y mamá (la que, a él le gustaba recordarme, tenía «sangre indígena») también trabajaban allá durante la cosecha, al igual que su hermano Ernesto y años más tarde la esposa de Ernesto. En 1972, la hija de Ernesto me dio una idea de lo que El Potroso significaba para una persona empobrecida de las montañas en ese tiempo.
Mi mamá siempre dijo que esta fue su primera oportunidad real de mejora. Mama decía: «¡Imagínate! Podía ganar 25 centavos al día. Eso es un peso (50 centavos) por dos días de trabajo, mucho más que los dos reales (10 centavos) que gano con la venta de mis sombreros». Mi papá aprendió carpintería en El Potroso y más adelante ganaba dinero haciendo bancas y puertas.
Para cuando la finca El Potroso cerró en la década de 1930, otra vía para ganar dinero en efectivo para satisfacer las necesidades de
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subsistencia se había puesto más al alcance de los hombres como los Blanco de Loma Bonita. Varios grandes cañaverales se habían establecido en los llanos de la provincia de Coclé a finales del siglo XIX, y algunos hombres de las montañas habían hecho siempre el largo y arduo trayecto a pie para trabajar allí durante la zafra. Sin embargo, este pequeño flujo de peones se había convertido en una corriente más grande para la década de 1930, después de que la construcción del escabroso camino de grava por las tierras bajas del Pacífico en la provincia de Coclé (Capítulo 1) hizo el viaje a los cañaverales un tanto más fácil. Grupos de seis o siete hombres de las montañas bajaban juntos a pie o a caballo para cosechar la caña por un corto periodo en junio y julio cuando sus montes requerían menos atención. El grupo – me dijeron – a menudo empleaba a una mujer (a veces la compañera de uno de los peones) como su cocinera; cada hombre contribuía para pagarle un salario diario similar al de ellos. La zafra era un trabajo caluroso, sucio y difícil – los peones de las montañas tenían que dormir en el suelo en los cañaverales – pero podían ganar de 35 a 50 centavos al día (menos gastos de alimentación, viaje y, con frecuencia, alcohol y cigarrillos). Y este dinero llegaba en buen momento, durante el tiempo de más hambre y durante las fechas de dos importantes santos – San Juan (24 de junio) y Santiago Apóstol (26 de julio) – cuando todo el mundo quería efectivo para licor y alimentos especiales, como las cebollas.
DIFERENCIAS ECONÓMICAS Y DE GÉNERO MITIGADAS POR RELACIONES DE PARENTESCO
Cuando Esperanza era una niña, sus abuelos estaban entre las familias en mejores condiciones económicas de Loma Bonita; su abuelo, Natividad Ruiz, había heredado varios cientos de hectáreas de tierra de Loma Bonita y algunas vacas de su madre, Rosa, una hija de Reina Ruiz. Dado que Natividad fue el único de sus hermanos que estableció su residencia principal en Loma Bonita como adulto, podía reclamar derechos sobre gran parte de ellas.
Estar «en mejores condiciones» con tierras y ganado en ese tiempo significaba tener un poco más de leche, queso y carne en la dieta y unos pocos «lujos» no al alcance de todos, como un techo de zinc o un trapiche nuevo. Además, significaba que una familia podía en
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ocasiones pagar con dinero en efectivo o carne para conseguir la ayuda de otros en las labores agrícolas. Y, más importante aún, significaba que una familia podía obtener la cantidad de efectivo extra necesaria para satisfacer sus necesidades de subsistencia sin tener que hacer los tipos más explotadores de trabajos asalariados, en lugares como El Potroso y los cañaverales de los llanos.
De todas formas, incluso la más pequeña ventaja material que tuvieran sobre otros era efímera. En cualquier momento, esto podía cambiar; mis genealogías dan fe de las muertes repentinas de mucha gente por enfermedades, caídas de árboles, descargas eléctricas o ahogamientos al cruzar un río. El ganado también se moría frecuentemente de caídas y periódicamente de plagas. Como me dijo
Dionisio Ruiz: «Cuando mis padres su pusieron viejos, para sostenerse tuvieron que matar la mayoría de sus animales para comer o vender». Cuando estos problemas surgían, la gente se veía precisada a buscar la ayuda de otros de su red más amplia de parentesco. Y en Loma Bonita en las décadas de 1920 y 1930, ya fuera uno Ruiz, Ortiz o Blanco, uno era familia – emparentado de alguna forma con Reina Ruiz – con ciertas responsabilidades mutuas. Las leves desigualdades económicas siempre se mitigaban mediante relaciones familiares de apoyo.
En el mismo orden de ideas, las relaciones económicas entre las mujeres y los hombres parecían complementarias en vez de desiguales. Aunque escuché relatos de hombres dominantes o violentos con las mujeres (y ocasionalmente lo inverso), en esos tiempos mujeres y hombres gozaban de igualdad de derechos para reclamar, trabajar y heredar tierras y animales. También eran tiempos en los que ambos desempeñaban importantes y flexibles roles en las tareas agrícolas de la familia y también podían ganar pequeñas sumas de dinero con la venta de sus productos (sombreros, sogas, jabas) o su labor agrícola por breves periodos. Tal como lo expresó Esperanza en una ocasión: «Los hombres y las mujeres ambos tenían sus trabajos importantes que realizar; los dos eran necesarios para el éxito».
Esperanza creció como una residente pobre de las montañas con uno o dos trajes, nada de zapatos y pocas posesiones materiales. Sin embargo, esta pequeñita fue rica en cuanto a relaciones. «Si tenía un problema – me dijo – podía parar en cualquier casa y conseguir
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ayuda. Todo el mundo me conocía, no importaba si mis padres eran buenos amigos de ellos o no». El que las familias de Loma Bonita intercambiaran todo tipo de asistencia era clave para su supervivencia. Que además tuvieran suficiente tierra y dinero en efectivo para suplir sus necesidades básicas de subsistencia – con poca interferencia de políticos o religiosos de afuera – les daba a todos un grado de seguridad económica y control sobre sus decisiones diarias en torno a cómo usar su producción, trabajo y tierra.
El café y El Copé estaban a punto de transformar este modo de vida para siempre.
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Capítulo
3
Juventud: Siempre podía renunciar e irme a casa (décadas de 1940 y 1950)
Esperanza Ruiz se pasó su juventud viajando entre Loma Bonita y la zona de tránsito, donde laboraba por cortos periodos como trabajadora doméstica interna. Una parte de su sueldo era para sus padres en Loma Bonita con el fin de ayudarlos a pagar artículos de primera necesidad que sus pequeños terrenos ya no podían cubrir, y a participar en el nuevo mundo del cultivo comercial del café. A lo largo del camino, Esperanza vivió la emoción de conocer cosas novedosas, así como las indignidades y explotaciones del trabajo doméstico. A lo largo del camino, ella también buscó un buen hombre para casarse.
Eran los primeros tiempos de la incorporación de la producción (de café) y la fuerza laboral de Loma Bonita a la economía capitalista nacional y global. En el proceso, algunas familias se beneficiaron más que otras del cultivo comercial del café, y los hombres ganaron mayor control que las mujeres sobre la agricultura y la tierra de la comunidad.
1939 – LA HUIDA DE ESPERANZA
El corazón de Esperanza le palpita mientras está tendida en la oscuridad y finge dormir. El único sonido es el suave ritmo de la respiración de sus seis hermanos menores que duermen rendidamente uno al lado del otro junto a ella, en el jorón de la cocina. Apenas amanezca tendrá que ponerse en acción. Revisa su plan a sabiendas de que si falla sus padres le pegarán. Se escabullirá de los otros, bajará la escalera de madera a la cocina en donde anoche escondió un viejo saco de harina. En el saco están su peinilla, una peineta y tres vestidos:
dos de ella y uno prestado de su prima Nivia. Se pondrá el más viejo, el azul con el borde blanco. Entonces, antes de que alguien se despierte, agarrará el saco y correrá hasta bajar al pueblo de Penonomé.
Este plan le había estado dando vueltas en la cabeza por unos días, desde que ese hombre la violó. Nadie se enteró. Él le dijo que no podía decírselo a nadie y ella le tenía miedo. En una ocasión, encolerizado, este hombre había golpeado a una amiga de ella con tanta fuerza que le había dejado la piel roja e hinchada y con un moretón muy feo. ¿Cómo podía Esperanza huir de él? Se iría y conseguiría trabajo como su prima Bianca había hecho recientemente. Bianca había pasado seis meses en la ciudad de Panamá trabajando con una tía en el mercado público. Cuando regresó, se había engordado un poco y tenía la piel más clara por no haber estado al sol todo el día. Y tenía nuevos vestidos, un par de zapatos y un peinado diferente.
Esperanza quería todo esto. Ella también se iría, conseguiría un trabajo, compraría unas cosas nuevas y estaría a salvo. Iría a Penonomé, donde una familia que conocía podría ayudarla. El hijo de la familia había sido el maestro de Loma Bonita el año pasado, y su mamá, la señora Paula, había subido a veces a la comunidad a caballo para recoger y dejar su ropa. Para Esperanza, parecían ser personas amables. Sin embargo, cuando una vez le dijo a su mamá que quería ir a Penonomé a trabajar, Natalia le contestó: «No, hija. Nos hace falta la plata, pero tú eres la mayor y te necesito aquí para que ayudes con los niños».
De manera que Esperanza Ruiz, de 16 años, había tramado el plan para escabullirse y solo se lo contó a su prima Nivia, quien la había alentado para que se fuera a Penonomé.
Los primeros rayos se asoman en el jorón, y Esperanza baja silenciosamente la escalera, se viste, toma el saco y deja su casa atrás. El viaje de entre nueve a 10 horas a pie a Penonomé es agotador, pero ella conoce el camino; lo ha recorrido un número de veces con su mamá. Para cuando llega al río, no lejos de Penonomé, la mata el hambre. Como no ha traído nada de comida en su saco con el fin de mantenerlo liviano para su viaje, agarra una piedra grande, rompe la dura cáscara del fruto de un árbol (algarrobo) y se come
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la parte blanca que cubre la semilla. Sabe bien, pero apesta. Es por eso que nunca ha querido comerla antes. Sin embargo, hoy tiene que sobrevivir.
Son las 2:30 p.m. cuando Esperanza llega a la angosta calle en Penonomé donde ella y su mamá visitaron a la señora Paula en una ocasión.
«Señora Paula. ¿Está ahí?», grita. Sorprendida, pero amable, Paula sale a la puerta.
«Hola, mi niña. ¿Con quién estás?».
«Estoy sola y he venido para que me ayude a conseguir un empleo, señora Paula. Sé cocinar y solo necesito que me paguen algo y me den comida».
«Entra, siéntate y toma algo de comer, Esperanza». Mientras Esperanza come, la señora Paula va a la casa cercana de una pareja que tiene una panadería ahí; recientemente le habían dicho que necesitaban una empleada. De una vez, aceptaron contratar a Esperanza a partir de mañana. Por B/.5 al mes, ella deberá trabajar seis días a la semana de 7:00 a.m. a 7:00 p.m., limpiando la casa, lavando los platos y barriendo y trapeando los pisos. No tendrá que cocinar. La señora Paula le ofrece a Esperanza un cuartito en su casa para que duerma todas las noches. Sin cobrarle.
Esperanza trabaja duro en su nuevo empleo. Está encantada con la comida; todos los días sus patrones le dan pan recién salido del horno, un huevo y café con leche. Y para Esperanza Ruiz su sueldo de B/.5 es mucho dinero.
Pasa un mes. Con el pago de su primer mes, Esperanza se dirige de una vez a la tienda a comprar cosas para su familia: un saco de 100 libras de arroz a B/.2.50, una bolsa grande de pan a 20 centavos y una peinilla de marfil.
«Parece que vas a gastar todo tu dinero sin dejar nada para ti», le dice la dueña de la tienda. «¿Te gustaría comprar un corte de tela para un nuevo traje?».
«¿Me queda suficiente dinero?».
Sí, sí le queda, y se compra tres yardas de una tela bonita con flores color rosa.
El siguiente día, mientras barre afuera ve a un joven de Loma Bonita y le pide que le lleve un recado a su mamá para que venga con un caballo a buscar sus nuevas compras.
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Por cuatro meses más Esperanza trabaja para la pareja de Penonomé. Entonces, cansada de trabajar y contenta con sus compras, incluyendo su primer par de zapatos, renuncia y regresa a casa con el dinero que ha ahorrado para sus padres. Años más tarde, me dirá que ese fue un buen primer trabajo, que ellos y la señora Paula la trataron bien.
Esperanza se quedó en Loma Bonita por unos cuantos meses, ayudando a sus padres en la casa y el monte. Pero resultó ser un tiempo de profundo pesar. Después de comer una gran cantidad de mangos, su hermano de 15 años repentinamente sufrió una terrible enfermedad y murió. «Si no hubiera sido un tiempo tan triste – me contó Esperanza – mis primas Felipa y Bianca y yo nos hubiéramos divertido yendo a las juntas, bebiendo chicha dulce o fuerte y coqueteando. Si hubiera habido un baile en cualquier lugar cercano a Loma Bonita, hubiéramos caminado hasta allá para conocer jóvenes. Pero no. Mi familia estaba de luto».
Entonces vino el 15 de enero de 1940, la celebración del Cristo de Esquipulas en el pueblo de Antón, en las tierras bajas. La familia de Esperanza viajaba allá todos los años y se quedaba con la hermana de su mamá, Carlota. Ella se había casado con uno de los primeros maestros de Loma Bonita e ido a vivir con él a Antón. La tía Carlota tenía una propuesta para Esperanza. ¿Quería trabajar para una mujer que Carlota conocía en Panamá? Con el permiso de su mamá, Esperanza contestó un clamoroso «sí». Le entusiasmaba ganar dinero para ropa y zapatos para su familia y ayudar a sus padres a comprar plantones de café.
En unos días Esperanza estaba en Panamá por primera vez. «Fue emocionante», me dijo:
Había tantas cosas que nunca había visto antes, como lavadoras, películas, edificios grandes. Aprendí a cocinar con gas. Todo era nuevo para mí porque de donde yo vengo todo era puro monte y más monte.
Sin embargo, Esperanza a duras penas vio la ciudad. Trabajaba horas interminables en su empleo, seis días y medio a la semana por B/.12.50 al mes. Incluso su medio día libre, el domingo, no era del todo de ella porque debía limpiar después del almuerzo de la familia.
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A pesar de ello, durante sus pocas horas de descanso ella y su prima Bianca se encontraban en el cuarto de una mujer que conocían de su comunidad. Era el lugar donde sus coterráneos en la capital se reunían a menudo los domingos para compartir historias y divertirse. A veces ellas caminaban hasta el malecón cercano y por encima divisaban el mar ondulante; de vez en cuando iban al cine. Sin embargo, Esperanza no estaba contenta. «Después de un año en ese trabajo, renuncié y me fui a casa», me dijo. «Estaba cansada de que me trataran como una esclava. Ni siquiera me iban a pagar mis vacaciones».
Era 1940 cuando regresó a Loma Bonita con ropa para ella y su familia, un catre y dinero para sus padres; había estado enviando hasta la mitad de su sueldo a casa cuando podía.
Solo tenía 18 años cuando regresé a Loma Bonita de ese empleo, pero necesitaba descansar. Demasiado trabajo. Sé que había lavadoras [en la ciudad] en ese tiempo, pero donde yo trabajaba tú tenías que lavar un montón de cosas a mano.
EL ALICIENTE DEL CAFÉ
Una vez en su casa, las cosas estaban duras para sus padres, quienes para 1940 tenían pocas tierras con las cuales cubrir todas las necesidades básicas de sus otros cinco hijos aún pequeños. Su padrastro, Teodoro, no tenía terrenos propios en Loma Bonita, y su mamá, Natalia, solamente tenía la parcela que había recibido de Manuel Blanco cuando Esperanza nació y el pequeño monte que su padre, Natividad, les asignaba cada pocos años. Por suerte, uno de los familiares de Teodoro había ayudado recientemente con un regalo de seis hectáreas que no necesitaba en un lugar llamado Frailecito, a una distancia aproximada de dos horas a pie. En partes de este terreno podían cultivar alimentos para suplementar su cosecha de Loma Bonita. Pero, desafortunadamente, no era apto para el café.
El cultivo del café se había puesto de moda en Loma Bonita y la región, a partir de la década de 1920 cuando varios comerciantes de las tierras bajas se trasladaron a la comunidad de El Copé. Uno, Felipe Meng, había abierto una abarrotería y ofrecía comprar los productos de los lugareños, especialmente el café, para revenderlo en las tierras bajas. Nunca antes la gente de Loma Bonita había podido obtener
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dinero en efectivo tan cerca por sus productos. Todos habían querido sembrar café. Sin embargo, no todos pudieron. A unas cuantas familias les había ido mejor que a otras porque pudieron acceder a tierra en mayores altitudes, las más adecuadas para el café. El papá de Natalia, Natividad, había sido uno de los más exitosos en ese tiempo. Pero para 1940, aunque estaba anciano, no había decidido todavía dividir sus terrenos entre sus hijos.
Su decisión de mantener el control de sus tierras fue, sin duda, una razón por la cual su hija, Natalia, se encontraba en una situación económica tan estrecha, sin suficiente tierra para dar sustento a su familia. Un drama similar enfrentaba casi la mitad de las familias de Loma Bonita en ese tiempo1. Por una parte, esta escasez de tierras era simplemente el resultado del crecimiento natural de la población que había dejado a cada generación con una porción más pequeña para compartir. Por otra parte, el cultivo comercial del café había exacerbado este problema porque tres hombres – el comerciante de El Copé, Felipe Meng, en alianza con Natividad Ruiz y otro de la comunidad – habían logrado reclamar casi la mitad de la tierra cultivable de Loma Bonita, dejando menos a otras familias para dividir2
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Foto 3.1 Lavando granos de café en la quebrada antes del secado, 2011.
La pregunta que enfrentaban los hogares con escasas tierras, como el de Natalia, era esta: ¿qué haces si necesitas dinero para el sustento de tu familia, pero no tienes los recursos para participar en el «furor cafetero»? Había solo un camino a la vista: el trabajo asalariado. La Segunda Guerra Mundial los ayudó. En diciembre de 1941 Estados Unidos entró en la guerra. Virtualmente se apoderó de Panamá y su canal y dio inicio a actividades, especialmente en las áreas urbanas, que crearon un alud de trabajos no calificados en la construcción y en servicios, empleos que pagaban el triple de los salarios de la preguerra y en el campo3. Incluido entre los proyectos de guerra estadounidenses estaba el mejoramiento y pavimentación del viejo camino de grava a lo largo de las tierras bajas del Pacífico de Coclé, y este nuevo tramo de la Carretera Interamericana facilitó el acceso de las y los trabajadores de Loma Bonita a gran cantidad de nuevos trabajos.
MIGRANTE URBANA EN TIEMPO DE GUERRA
Cuando estalló la guerra, Esperanza había estado en Loma Bonita un año y ayudaba a sus padres a construir una casa de un cuarto
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Foto 3.2 Granos de café cosechado secándose en el suelo de los patios de la gente, en la década de 1980.
en Frailecito. Un domingo, su prima Bianca pasó de visita y habló maravillas de los empleos remunerados disponibles en la ciudad debido a la guerra. Esperanza inmediatamente se mostró dispuesta a ir, y su madre, que necesitaba dinero para la nueva casa, estuvo de acuerdo. Teodoro se había marchado recientemente para buscar trabajo en la excavación de cunetas cerca de la capital, y Natalia no tenía idea si regresaría con algo.
Esperanza rápidamente encontró empleos en la capital, primero como mesera en un restaurante y luego en un hotel donde aprendió sobre la prostitución en tiempo de guerra. Según me contó:
Era el tipo de hotel donde la gente alquilaba un cuarto para tener sexo. Había 17 habitaciones y mi trabajo era llevar cerveza a las habitaciones de los clientes; yo tenía una llave para cada cuarto. El jefe, me enteré, tenía un cuarto especial con un hueco en la pared para observar a los huéspedes. Estaba ganando mucha plata ahí con las propinas, pero se acabó cuando la policía allanó el hotel y envió a muchos a la cárcel. Por suerte la policía me encontró dormida en mi cuarto con la puerta abierta y me dejó ir. Me fui derechito a casa con mi nuevo puente dental y dinero para que Mama se comprara una yegua.
Por un rato, Esperanza permaneció en Loma Bonita y se enredó en un posible nuevo «interés romántico» con un hombre llamado Jaime de una comunidad aledaña. Fueron novios por unos pocos meses, pero Esperanza tenía sus dudas sobre él. Como me dijo más tarde:
Jaime tenía fama de mujeriego. Le había hecho un hijo a mi prima, Felipa, pero negó ser el padre. Entonces un día yo estaba lavando la ropa en la quebrada mientras Jaime estaba en la casa con Mama. Mama le dijo que no quería que su hija anduviera con un hombre que no se hacía responsable de sus hijos. Jaime bajó a la quebrada. Levantó su machete y lo reventó contra una roca cerca de donde yo estaba de cuclillas. Me dijo lo que Mama le había dicho y me ordenó: «Empaca ahora y alístate para irte a casa conmigo. Pero entérate que no voy a olvidar a otras mujeres».
«Lo pensé por un segundo», Esperanza se acordó, «y luego le dije:“Ajá, gracias por la invitación, pero, como dice el dicho: en guerra avisada no muere soldado. Adiós, vete a tu casa”».
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MIGRANTE URBANA EN BUSCA DE UN BUEN HOMBRE
Durante la Segunda Guerra Mundial, casi un tercio de los solteros de Loma Bonita se fueron de la comunidad para trabajar en áreas urbanas4, principalmente en la construcción. Sin embargo, cuando la guerra terminó en 1945, este trabajo se evaporó y la mayoría de los hombres retornaron a Loma Bonita para ocuparse de los cultivos alimenticios y de café de sus familias. No fue así para las solteras de la comunidad, la amplia mayoría de las cuales (80%), al igual que Esperanza, se había ido a trabajar a la ciudad por lo menos una vez durante la guerra. El auge económico de la posguerra en Panamá aumentó la demanda de los empleos mal remunerados de las domésticas, para servir a la clase media en expansión. Y los padres de Loma Bonita que, como Natalia, no tenían las suficientes tierras para alimentar a sus crecientes familias, continuaron cediendo a sus hijas solteras para que ocuparan estos puestos en las ciudades y pueblos.
Esperanza estaba entre ellas. A sugerencia de una prima, regresó a Panamá a trabajar en un restaurante y trajo consigo a su prima, Katia, de 16 años. En el restaurante Esperanza conoció a un hombre que le gustó llamado Damien, y después de un rato se fue a vivir con él en su cuarto alquilado en la capital, acompañada de la joven Katia. Sin embargo, Damien resultó ser otro mujeriego. Dijo Esperanza,
Por largo rato fui una tonta. Damien dejó a Katia embarazada y yo no sabía que él era el papá. Lo mantuvieron en secreto. La mamá de Katia en Loma Bonita dijo que yo debería mandar a Katia a casa. Pero le dije que no, que me haría responsable hasta que diera a luz.
Después del nacimiento del bebé, Esperanza llevó a Katia a un lugar seguro con familiares y decidió darle a Damien una segunda oportunidad.
Fue entonces cuando Damien me llevó lejos a vivir con su familia en una comunidad mucho más allá de Penonomé. De verdad no tenía idea adónde estaba, ni dinero para llegar a casa. La familia de Damien me trataba bien, pero él era malo. Cuando se ponía bravo, traía a otras mujeres a la casa o me pegaba. Su mamá me defendía y decía: «Si
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no quieres a esta mujer deberías dejar que se vaya». Él decía: «Esta mujer arruinada morirá en mis brazos». Y yo le decía: «Sí, me siento arruinada por vivir contigo».
La mamá de Esperanza, Natalia, me contó la forma en que esto terminó:
Por mucho tiempo, no supe adónde estaba mi hija o lo mal que la estaban tratando. Pero al fin un hombre que ella conocía en la comunidad le prestó dinero para su pasaje de vuelta aquí. Mi hija me pidió ayuda y me prometió que ya no se iría más con Damien.
Era el año 1949 cuando Esperanza partió para la ciudad otra vez para ganar dinero y ayudar a sus padres a comprar plantones de café y la cerca para su pequeño terreno en Loma Bonita. El café se había vuelto más lucrativo después de la guerra.
3.1 PERSPECTIVA MÁS AMPLIA: EL CULTIVO
En la floreciente economía panameña de la posguerra – apoyada por bancos estadounidenses y extranjeros, al igual que por prestamistas internacionales (como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI) – el aumento en la producción cafetera fue uno de los objetivos del gobierno. Era el tiempo del alza en los precios de este producto en el mercado global del café; el precio de una libra en las tierras bajas de Coclé subió de alrededor de 12.5 centavos antes de la guerra a 25 centavos a principios de los años cincuenta, y a 40 centavos al cierre de la década. La producción de café en la provincia de Coclé creció en dos tercios en los años cincuenta5.
Los programas gubernamentales destinados a aumentar la producción de café llegaron a la región de Loma Bonita por primera vez en la década de 1950. Funcionarios gubernamentales fueron enviados a las comunidades de las montañas para enseñar a la gente cómo prevenir las enfermedades del cafeto y de paso a comprar el café de los lugareños y venderles plantones baratos (cinco centavos cada uno) con créditos fáciles. Muchos agricultores de Loma Bonita participaron en estos programas.
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DEL CAFÉ EN PANAMÁ, DESPUÉS DE
COMERCIAL
LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
Juventud: Siempre podía renunciar e irme a casa (décadas de 1940 y 1950)
Esta vez Esperanza fue a la ciudad de Colón. Su prima, Marcela, estaba viviendo cerca con dos hijos pequeños y un hombre llamado Máximo que era el padre de su bebé. En una visita a la casa de Marcela un domingo, Esperanza se enteró de la situación desesperada de su prima. Máximo la maltrataba, le dijo Marcela, y nunca le daba dinero. Para conseguir ropa para ella y sus hijos había estado comprando flores por la vecindad y cargándolas junto con sus hijos hasta Colón para venderlas. Le suplicó a Esperanza que la ayudara a escapar. Esperanza narró lo que pasó a continuación:
Nuestra tía Elena estaba trabajando en Colón, así que fui a su casa para preguntarle qué debíamos hacer. Tía Elena tuvo esta idea: yo compraría una botella de ron y llevaría a Máximo, Marcela y sus dos hijos al gran baile del fin de semana. Jumaríamos a Máximo, y cuando cayera dormido nos escaparíamos en silencio a la carretera. Mientras tanto, tía Elena iría a la casa de Marcela, cogería su ropa y cinco pollos y los traería a la carretera donde nos estaría esperando.
No fue fácil llevar a cabo este plan, Esperanza me contó:
En el baile, se me salía el corazón del miedo. El hijo de tía Elena llegó por fin y nos susurró que todo estaba listo en la carretera. A eso de las 3:00 a.m., cuando Máximo se desmayó borracho, nos escapamos y conseguimos un carro hasta Antón y de ahí a Penonomé. De Penonomé tuvimos que ir a pie el resto del camino hasta Loma Bonita con niños cansados y pollos chillando. Pero lo logramos.
Eso no fue exactamente el final del relato. Alrededor de una semana más tarde, llegó a Loma Bonita una carta del municipio con una citación para que Esperanza compareciera. Se le acusaba de «romper un hogar». Máximo estaba en la audiencia cuando Marcela, Esperanza y Natalia, la mamá de Esperanza, llegaron. Marcela le dijo al corregidor que le había suplicado a Esperanza que la ayudara. Natalia declaró sobre las malas condiciones de vida de Marcela. El corregidor retiró los cargos.
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3.2 PERSPECTIVA MÁS AMPLIA: LA MIGRACIÓN RURAL-URBANA EN PANAMÁ Y LATINOAMÉRICA, DESPUÉS DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
La migración de jóvenes rurales a áreas urbanas en búsqueda de trabajo asalariado durante y después de la Segunda Guerra Mundial no ocurrió exclusivamente en Loma Bonita. En Panamá durante esos años, el crecimiento de la población interiorana y la mayor desigualdad sobre el control de las tierras6, dejó a masas de familias de agricultores pobres sin suficientes tierras para suplir sus necesidades básicas. Su principal opción consistió en enviar a sus hijos a trabajar en pueblos y ciudades para ganar dinero con el cual cubrir sus necesidades. Un resultado fue una explosión urbana: el porcentaje de la población panameña que vivía en áreas urbanas saltó de un tercio en 1940 a casi la mitad en 19707. De hecho, para 1960, casi 40% de la población de la ciudad de Panamá estaba compuesta de migrantes del interior8.
Otros países latinoamericanos experimentaron desarrollos urbanos similares en la era de la posguerra, desencadenados también por el aumento de la población rural y la creciente desigualdad en el acceso a la tierra. Entre 1940 y 1970, el número de personas que vivían en áreas urbanas en Latinoamérica saltó de un cuarto a la mitad del total de la población. Y, como en Panamá, puesto que la mayoría de los migrantes rurales - urbanos se trasladaron solo a una o dos ciudades importantes en sus países, el número de ciudades con medio millón de personas en Latinoamérica subió de ocho en 1940 a 20 en 19609.
Después de unos meses en Loma Bonita, ayudando a su mamá y coqueteando con un joven llamado Andrés Blanco, Esperanza recibió un mensaje de una prima llamada Diana en el que le pedía que regresara a trabajar a la capital. Esperanza no conocía bien a esta prima, porque de joven a Diana se la había llevado una maestra de Loma Bonita a vivir a Panamá, donde había ido a la escuela y más tarde se había casado. Pero Diana se convertiría en el primer pilar urbano de Esperanza al brindarle un lugar confiable donde llegar cuando Esperanza buscaba trabajo o huía de los tiempos malos en la ciudad.
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Juventud: Siempre podía renunciar e irme a casa (décadas de 1940 y 1950)
En el transcurso de los tres años siguientes, con la ayuda de Diana, Esperanza tuvo varios empleos como «doméstica interna», unos buenos, otros malos. Entonces, en 1953 enfrentó una monumental crisis personal y le pidió a su patrona una semana de vacaciones para regresar a Loma Bonita. No le había llegado la regla y pensó que podría estar embarazada. En los últimos años, durante sus vacaciones y días feriados en casa, ella y Andrés Blanco habían pasado tiempo juntos. A ella le gustaba él. Andrés era muy trabajador. Y considerado. Ella se enteró que, al contrario de muchos hombres que derrochaban su dinero bebiendo y fumando, cuando Andrés trabajó en la ciudad durante la Segunda Guerra Mundial regresó a casa con una paila grande, ropa para su familia y un caballo. También supo que algún día él heredaría de su padre tierra apta para café en una comunidad cercana, y de su madre, una pequeña parcela en Loma Bonita. Ella decidió que, de estar encinta, querría vivir con Andrés. Me contó:
Cuando no me llegó el periodo, se lo dije a Andrés de una vez. Es importante hacer esto para que luego el hombre no niegue a la criatura. Andrés no lo creía. Me quedé en Loma Bonita todo ese mes, esperando, pero todavía nada de periodo. Se lo volví a decir a Andrés. Él dijo que si yo estaba encinta nos podríamos juntar, pero no ofreció un plan de acción. Así que el 28 de julio, me fui para volver a trabajar. Andrés me prestó su caballo para ir a Penonomé, pero no fue conmigo.
Cuando Esperanza retornó, se enteró de que había perdido el empleo; en vista de que se había demorado en regresar unas cuantas semanas, su patrona la había reemplazado. Ella se dirigió al apartamento de la hermana de su prima Bianca, María, que recientemente había comenzado a vivir con un capitalino. Inmediatamente Esperanza encontró un empleo mediante un anuncio en el periódico, pero en unos meses la despidieron. A continuación, por qué:
Era el almuerzo del domingo. Había hecho la comida de la familia y me estaba preparando para ir a la casa de Diana en mi único medio día libre. Entonces llegó la hija de mi patrona con su esposo e hijo, y la patrona me dice que tengo que hacer comida para tres más. Le dije: «No. Esta es mi tarde libre». Le dije que, aunque ella podía pensar que yo era una chola sin educación, no era esclava de nadie. Acuérdese, Gloria, estaba bien pipona y me ponía brava rápidamente.
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Esperanza se marchó y se presentó en la puerta de Diana, desempleada y con seis meses de embarazo. Andrés no le había contestado sus cartas, y ella estaba considerando el ofrecimiento de Diana de quedarse y tener el bebé en un hospital. Pero entonces llegó un mensaje urgente de su madre. Su querida abuela, Benita, había fallecido. Esperanza recordó del viaje de retorno: «Cuando llegué a Penonomé, mi hermano me estaba esperando con un caballo que Mama envió. El viaje a casa fue bien duro, porque la barriga me dolía mucho».
Esperanza pasó los últimos meses de su embarazo con su familia en Frailecito y Loma Bonita. Entonces tuvo una caída y se hirió la espalda. Andrés la llevó a un curandero del área, quien dijo que ella estaba muy vieja para tener el bebé en la casa y debería ir al hospital. «De ninguna manera», dijo Esperanza. «La casa es lo que conozco». En ese tiempo Andrés iba y venía entre su casa y la de ella, pero no decía nada de vivir juntos. Él tenía otra mujer en una comunidad a unas cuantas horas de distancia y no había decidido a quién elegir. El alumbramiento no fue fácil. Esperanza narró:
Tuve dolores por dos días en Frailecito pero no podía dar a luz. Ahí fue cuando mi hermano fue a Loma Bonita para traer a Andrés de regreso a nuestra casa. Él iba en camino a visitar a la otra mujer, pero, en cambio, él y su padre vinieron aquí.
Tony Blanco Ruiz, hijo de Esperanza Ruiz y Andrés Blanco, nació ese día de marzo de 1954. Dijo Esperanza:
Andrés me dijo que podía vivir con él y su familia en Loma Bonita, que él le haría otro cuarto a la casa para nosotros. «No», le dije. «Hay demasiados hombres en tu casa». En ese tiempo, había cinco hermanos y dos sobrinos viviendo en la casa de los abuelos de Andrés. Así que me quedé en la casa de mi mamá en Frailecito, y Andrés vino a vivir con nosotros, aunque iba y venía entre nuestras dos familias.
Ese mismo año, Esperanza y su madre utilizaron sus ahorros combinados para pagar una pequeña finca cafetera en Palmar, unas cuatro horas más arriba de Loma Bonita. Andrés también sembró café en la tierra de su padre. Por fin hacían sus pinitos en el mundo del café.
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Esperanza y Andrés tuvieron algunas dificultades en los primeros años de su matrimonio. Un día, por ejemplo, Esperanza lo atrapó con otra mujer de una comunidad aledaña. De acuerdo con Natalia, Esperanza estaba tan furiosa que tuvo que contenerla para que no le hiciera nada malo a la otra mujer. Sin embargo, estas experiencias no terminaron la unión de Esperanza con Andrés, y en 1957 construyeron su propia vivienda de un cuarto, con paredes y techo de pencas.
Aunque su nuevo hogar estaba a solo cinco minutos de la casa de Natalia en Frailecito, Natalia lloró cuando se fueron.
Esperanza y Andrés se casaron en 1959 en una ceremonia gratuita de matrimonios comunitarios en la iglesia católica de El Copé. Tres de sus hijos estuvieron con ellos. Dos más nacerían pronto. «¿Por qué decidieron casarse?», le pregunté a Esperanza años más tarde. «Para vivir en gracia de Dios».
LA CARRERA LABORAL PREMATRIMONIAL DE ESPERANZA
Durante los 15 años que Esperanza trabajó en el Panamá urbano antes de casarse, tuvo 11 empleos como trabajadora doméstica interna, la mayoría mal remunerados. Atrapada en las paredes de las casas de
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Foto 3.3 Esperanza y Andrés, juntos 50 años más tarde, 2007.
sus patrones, tenía poco poder para negociar mejores condiciones de trabajo. Sin embargo, sí tenía una carta importante. En las palabras de Esperanza: «Yo siempre podía conseguir otro trabajo en la ciudad y podía renunciar e irme a casa». De hecho, renunció a seis de sus 11 trabajos en la ciudad entre 1939 y 1953 porque la maltrataron, acosaron sexualmente o golpearon. Este acto de autodefensa y desafío fue posible porque sus padres en las montañas todavía tenían suficientes tierras para sobrellevar sus retornos a Loma Bonita. Se puede decir lo mismo de la mayoría de las muchachas solteras de Loma Bonita que migraron en ese tiempo. Sujetas a formas antes desconocidas de explotación laboral, clasismo, racismo y abuso sexual en el mundo urbano, la mayoría, como Esperanza, consideraron los empleos en las ciudades como asuntos temporales, necesarios para ganar dinero con el fin de poder regresar más adelante a las montañas, comprometerse y formar familia en Loma Bonita10. Pero ciertamente no regresaron siendo las mismas. Junto con el bagaje de haber estado expuestas a formas de discriminación sin precedentes, trajeron de regreso una riqueza de nuevo aprendizaje sobre el amplio mundo, un toque de independencia y algún control sobre las pequeñas pero deseadas recompensas monetarias de su trabajo.
LA LUCHA DE MAMA NATALIA POR LA TIERRA EN UN MUNDO DE HOMBRES
A través de los años, Esperanza y, más tarde, sus hermanas enviaron a su madre de sus sueldos urbanos una ayuda considerable en forma de dinero, comida, ropa, pollos, útiles escolares, artículos del hogar, materiales de vivienda, plantones de café e incluso un caballo. En verdad, estos aportes sirvieron para aliviar los problemas económicos de Natalia en Loma Bonita. Al mismo tiempo, sin embargo, sus frecuentes y largas ausencias de Loma Bonita como migrantes urbanas perjudicaron a Natalia cuando trató de defender sus derechos sobre la tierra contra los hombres de su familia y el gobierno11
Era una mañana de febrero alrededor de 1950. Natalia había decidido sembrar ese año en un lote ubicado cerca al lugar de su antigua casa en Loma Bonita, una parcela que su papá, Natividad, le había asignado antes de morir. Ella no había cultivado esa tierra desde que trasladó su casa principal de Loma Bonita a Frailecito hacía una década.
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Natalia organizó una junta para que la ayudaran a trabajar su monte porque solamente un hijo adolescente estaba viviendo en casa. Sus tres hijas, incluyendo a Esperanza, estaban en la ciudad trabajando, y su esposo, Teodoro, se había ido y estaba viviendo en algún lugar de la costa Atlántica junto a dos de los hijos de ellos. Hacía unos años Teodoro los había maltratado de tal forma a ella y a sus hijos que Natalia lo echó. «Mejor estar sola que con un hombre que es un problema», me dijo mientras sacaba la mandíbula inferior lo más que podía. «Le dije: “Tienes que escoger: te vas de aquí como un hombre libre o te vas a la cárcel”».
En aquella mañana de febrero, Natalia estaba esperando a sus trabajadores de la junta cuando su hermano, Dionisio, se apareció. Estaba furioso. Ella no tenía derecho a usar esta tierra, le dijo. Era su tierra porque él era quien estaba cuidando a su madre anciana. «No», ella le gritó. «Papa Natividad me dio esta parcela para que la trabajara para mi familia». Pero Dionisio insistió en que se fuera.
Natalia había llegado a su límite. Ella y sus seis hijos necesitaban tierra para cultivar alimentos, y Dionisio ya tenía la mayor parte de los terrenos de su padre. «Me puse bien, bien brava», Natalia me contó. «Tan brava que estaba lista para ir a la oficina del corregidor para presentar una denuncia y conseguir mi justa herencia».
Le mandó un mensaje a Esperanza y a sus otras dos hijas en la ciudad para que regresaran, la acompañaran y trajeran dinero para sobornar a los funcionarios. Ninguna podía dejar su trabajo inmediatamente, y lo único que las hermanas pudieron reunir fue B/.10 en tan corto plazo. Por eso Natalia fue sola a la oficina del corregidor, sin dinero en mano. Cuando llegó Dionisio ya estaba ahí, y presuntamente había expuesto su caso ante las autoridades. Al contrario que Natalia, él conocía a los funcionarios en esta oficina, puesto que Dionisio, al igual que su padre antes que él, había sido el regidor de Loma Bonita en el pasado. Luego de un breve intercambio de información, el oficial le dijo a Natalia: «Vaya a su casa. Cuando usted y todos sus hermanos estén juntos y acuerden resolver sus reclamos de tierras, nos avisan, y haremos una reunión para tratar la partición de la tierra».
Dionisio regresó a casa muy enfadado con Natalia, y se desquitó con Benita, la anciana madre de ellos; la regañó por no decirle a Natalia que desistiera del caso. Entre lágrimas, Benita llamó a Natalia a su lado para suplicarle que abandonara la idea.
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Natalia se sintió acorralada y sola, sin sus hijas que la acompañaran y defendieran. Tampoco pudo conseguir que sus hermanas que vivían en el área la ayudaran. Dos estaban enfermas y todas tenían hijas que también estaban trabajando en la ciudad. Además, estaban seguras de que Dionisio ganaría porque tenía influencia con las autoridades. Y tenía una comprobada vena violenta por lo que temían por su madre y ellas mismas. Natalia optó por desistir del asunto, «dejarlo en manos de Dios». No quería ver a su madre sufrir.
La reunión para dividir los terrenos de Natividad Ruiz nunca se llevó a cabo. No obtuve la versión de Dionisio y él murió en 2001. Sin embargo, lo cierto es que él quedó en control de la mayoría de las tierras y animales de su padre, a pesar de la legislación nacional que otorga a los hijos varones y mujeres igualdad de derechos a la herencia de sus padres.
Natalia al final se quedó con aproximadamente ocho hectáreas en Loma Bonita, una pequeña parte del patrimonio de su padre, y el resto, el terreno que le había dado Manuel Blanco cuando nació Esperanza. Estas tierras, junto con la que le habían regalado a ella y a Teodoro en Frailecito, ayudaron a permitirle a sus hijos, incluyendo a Esperanza, criar sus propias familias en Loma Bonita. Sin embargo, la siguiente generación, los nietos de Natalia, crecerían en un mundo distinto.
CULTIVO COMERCIAL DEL CAFÉ, MIGRACIÓN Y DESIGUALDADES DE GÉNERO EMERGENTES
Natalia no fue la única en su batalla o derrota. Sé de varias otras familias de la comunidad de los años de la posguerra que pasaron por dramas de tierra similares con resultados similares para las mujeres.
El cultivo comercial del café, aunado a la migración urbana, estaba inclinando la balanza en favor de los hombres. Juntos, estos dos procesos estaban socavando la economía agrícola con mayor equidad de género que había existido durante la niñez de Esperanza, cuando hombres y mujeres parecen haber hecho valer por igual sus derechos a reclamar, heredar y trabajar la tierra (Capítulo 2).
¿Cómo contribuyó el cultivo comercial del café a esta emergente desigualdad de género? Involucró a extraños que ejercían algo del poder local – hombres como el comerciante Meng y funcionarios del gobierno – de manera más directa en los asuntos de la comunidad
74 Esperanza habla
Juventud: Siempre podía renunciar e irme a casa (décadas de 1940 y 1950)
de Loma Bonita. Siendo ellos mismos hombres que operaban en el contexto de una economía política nacional controlada por hombres, no es sorprendente que estos comerciantes y políticos hicieran alianzas y tratos de negocios principalmente con los hombres de las tierras altas, como Natividad y Dionisio Ruiz. Un resultado: la victoria de los hombres en las disputas de tierras.
La migración urbana reforzó las mencionadas ventajas económicas de los hombres en Loma Bonita. Con las tres hijas de Natalia trabajando lejos en la ciudad, por ejemplo, Natalia no pudo reunir rápidamente el dinero y apoyo político que ella sintió que podría ayudarla a ganar sus derechos sobre la tierra. Las migraciones también les dieron a los hombres de Loma Bonita una ventaja sobre las mujeres en la producción agrícola. Con mujeres jóvenes, como Esperanza, que iban y venían frecuentemente entre la comunidad y lugares urbanos, ya no estaban tan regularmente disponibles como los padres y hermanos para trabajar en los campos de la familia. Encima de esto, sus frecuentes ausencias dejaban a las otras mujeres en sus hogares –abuelas, madres, hermanas – con más trabajo en el cuidado de los niños y los quehaceres domésticos y menos tiempo para la agricultura. La disminución del acceso de las mujeres a las tierras de la familia y de sus contribuciones a la labor agrícola ocurrió paulatinamente. Las mujeres todavía reclamaban y heredaban algo de los terrenos de sus padres, pero no tanto como los hombres. Todavía trabajaban en el monte de la familia y sus fincas cafetaleras, pero no tan regularmente como los hombres. Y, al mismo tiempo, era su trabajo en las ciudades y pueblos y su espíritu de familia lo que marcaba toda la diferencia para el bienestar de sus familias.
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Capítulo
4
Adultez: Una voz destinada a ser escuchada (décadas de 1960, 1970 y 1980)
Como madre y esposa en una familia joven sin suficientes tierras para subsistir, Esperanza volvió a laborar de trabajadora doméstica por cortos periodos en la ciudad de Panamá. Años más tarde, cuando sus hijos también se marcharon para trabajar allá, los guio a través de los peligros y placeres de la vida urbana. Esperanza, como adulta perteneciente a la comunidad de Loma Bonita, era una fuerza que hablaba sin tapujos y utilizaba su energía y fe para trabajar en conjunto con los demás en los proyectos del gobierno y la iglesia, que ella esperaba aliviarían las tribulaciones económicas de todos.
Esta fue la vida durante dos décadas del régimen militar en Panamá que mantuvo a la esperanza y al miedo turnándose. En Loma Bonita, el cultivo comercial del café (y las naranjas) aumentó incentivados por el gobierno, pero también aumentaron la población y, por tanto, la escasez de tierras. La necesidad de dinero empujó a una segunda generación de jóvenes, como los hijos de Esperanza, hacia trabajos mal remunerados en la zona de tránsito de Panamá. Al contrario de sus padres, la mayoría no hubiera tenido suficientes tierras en Loma Bonita para poder regresar a las montañas y levantar sus propias familias.
1967 – UNA BUENA CASA ANTES DE MORIRME
Es un viernes como cualquier otro en junio de 1967, pero algo inusual pasará en la familia de Esperanza antes de que termine el día. Son las seis de la mañana en Frailecito y el gallo señala la hora con su alborotoso canto. David, de cinco años, y Sophia, de dos, están en la cocina comiendo su desayuno con su mamá. Su papá amontona la
Adultez: Una voz destinada a ser escuchada (décadas de 1960, 1970 y 1980)
leña para el fogón cercano. Los tres chicos mayores, Tony, Viviana y Lety, ya han traído agua de la quebrada, se han comido su desayuno de arroz y café y se han puesto su uniforme escolar. Esperanza viene a hacer las trenzas de Viviana y Andrés las de Lety. Los niños salen para la escuela de mala gana porque está lloviendo y tienen por delante una caminata que puede durar dos horas. Ningún otro estudiante en Loma Bonita vive más lejos.
Partes del sendero son puro lodo y resbaladizas. Sin embargo, tratan de caminar rápidamente. En la quebrada llamada Los Perros –la más peligrosa de las tres que tienen que cruzar – Tony, de 13 años, agarra las manos de sus hermanas menores. Llegan tarde, mojados y enlodados, pero la maestra no presta atención, y el día pasa sin incidente.
El retorno a casa es divertido, aunque todavía está lloviznando. Tony, Viviana y Lety caminan cada uno con sus amigos; todos andan buscando mangos y otras preciadas frutas para comer. En la rama baja de un árbol, Viviana avista el nido de un pájaro con tres pichones sin plumas. Atrapa dos antes que la madre regrese; en la noche sus padres los asarán para comerlos con yuca o arroz. Cuando los chicos llegan a la quebrada Los Perros lo ven. El sucio de su camisa de color caqui les dice que acaba de venir de su monte. «Papa» gritan y corren hacia él. Andrés está esperando para ayudarlos a cruzar la quebrada bajo la lluvia. A los tres niños les encanta caminar con su papá. Él siempre está de buen humor, rara vez enojado. Con solo bajar la voz, él puede conseguir que se porten bien. Su mamá … es otra historia. La aman, pero a ella le gusta regañar y en ocasiones usa una correa de cuero y les pega duro. En esos días, han escuchado a su padre decirle calmadamente: «A los niños les damos comida, no rejo».
De regreso a la casa, ha dejado de llover y los estudiantes se quitan sus buenas ropas y las cuelgan para que se sequen. «Almuerzo», grita Esperanza desde la cocina, una estructura de un cuarto con paredes y techo de hojas de caña de azúcar que protegen el fogón de leña, que llega hasta la cintura. Debajo del árbol de mango afuera de la cocina, la familia se aglomera alrededor de una mesita de madera hecha por Andrés. Esperanza le sirve a Andrés primero, un plato hondo grande con sopa de plátanos, ñame y yuca y otro tazón con frijoles. Luego les sirve a sus hijos. El plato de Andrés queda vacío rápidamente. «¿Te gustaría más sopa?» le pregunta Esperanza.
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«Sí, me gustaría más», dice el esposo que titubea por un largo segundo antes de añadir: «que antes». Este chiste de familia los hace reír a todos.
Después del almuerzo, Andrés se prepara para regresar a su monte. «¿Quién, además de Tony, quiere venir a ayudarme?», pregunta. «Yo, yo, yo», ambas niñas mayores gritan, pues prefieren trabajar en el monte que buscar agua y leña, barrer el patio, pilar el café o practicar a tejer sombreros. Además, su papá a menudo les da permiso para que se bañen o pesquen en la quebrada cerquita, actividades favoritas de la tarde. Esperanza decide. «Viviana, vete con tu Papa. Lety, te quedas aquí para ayudarme».
No es sino hasta la cena que Esperanza y Andrés dan la noticia. Esperanza habla.
Niños, estaré saliendo el domingo para trabajar en Panamá por un rato. No los quiero dejar, pero mi prima Diana me ha encontrado un trabajo para que tengamos la plata para arreglar esta casa. Quiero una buena casa para ustedes antes de morirme, una con paredes de quincha y un techo fuerte de zinc, con camas de verdad en vez de estos tallos de guineo y cueros de vaca en el jorón. Mientras estoy fuera, quiero que Lety duerma con la bebé Sophia. Papa y Abuela Natalia los van a cuidar bien. Y pronto tendremos esa nueva casa.
La noticia alegra a Lety al pensar en toda la comida y ropa que su mamá traerá cuando regrese. Viviana se siente triste de que su mamá se irá, pero aliviada de que no tendrá que enfrentar el enojo esporádico de Esperanza. Los cinco niños están contentos de quedarse con su padre. El domingo, Esperanza, Andrés y sus cinco hijos bajan a El Copé a pie. Tony lleva a Sophia en la espalda. Hay un gentío cerca de la iglesia porque ahora se puede conseguir un carro ahí para ir directamente a los pueblos y la capital. El año pasado el gobierno terminó una vía pavimentada de 26 kilómetros desde la carretera de las tierras bajas hasta El Copé como parte de un plan para promover la agricultura comercial en esta región. Quiere que la gente de las montañas cultive y venda naranjas, al igual que café, y este camino permite a los compradores subir sus camiones hasta El Copé y, durante la estación seca, hasta Loma Bonita y más allá. Para Andrés y Esperanza se acabaron los días de esas arduas caminatas de ocho a 10 horas hasta Penonomé a fin de conseguir transporte hacia la ciudad, es decir, siempre y cuando puedan reunir los B/.2.50 para el pasaje.
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Esperanza habla
Adultez: Una voz destinada a ser escuchada (décadas de 1960, 1970 y 1980)
Esperanza se monta en el carro de pasajeros. Andrés y los chicos están listos para subir a casa. Pero primero, como siempre, Andrés les compra una golosina; hoy es una paleta. ¡Que alegría!
4.1 PERSPECTIVA MÁS AMPLIA: EL IMPERIALISMO ESTADOUNIDENSE Y LA SOBERANÍA DE PANAMÁ, A PRINCIPIOS DE LA DÉCADA DE 1960
Cuando en 1967 Esperanza hizo el viaje de El Copé a la ciudad de Panamá en la nueva carretera pavimentada, había escuchado rumores de que Estados Unidos había pagado esta vía. Sin embargo, no podía saber que la carretera era parte de un esfuerzo mayor de dicho país en los años cincuenta y principios de la siguiente década para contrarrestar lo que veía como la amenaza del creciente nacionalismo de izquierda en América Latina. Por un lado, Estados Unidos envió sus tropas militares a ciertos países (Guatemala, República Dominicana, Cuba) para ayudar a derrocar a sus «indeseables líderes izquierdistas». Por otro lado, el gobierno estadounidense pretendió crear una barrera contra los movimientos de izquierda al otorgar a gobiernos «privilegiados» enormes sumas de asistencia económica en apoyo a las reformas para los pobres y las clases medias. Mediante la Alianza para el Progreso y el Cuerpo de Paz, creados en 1961, Estados Unidos respaldó el desarrollo de infraestructuras (como la carretera de El Copé) y otros proyectos rurales1.
El gobierno panameño fue uno de los destinatarios. Entre 1961 y 1963, recibió 41 millones de dólares en asistencia económica al año, seis veces el promedio anual otorgado durante la década anterior2. No obstante, todo ese dinero no pudo contener la oleada nacionalista en Panamá donde la presencia del canal, la Zona del Canal y los militares bajo el control de Estados Unidos, habían alimentado protestas populares llenas de resentimiento a largo del siglo XX.
Entonces vino el 9 de enero de 1964. Ese día, estudiantes de la escuela secundaria de la Zona del Canal izaron la bandera estadounidense en su escuela en desafío a una orden del gobernador de la Zona. Se regó la voz, y cerca de 200 estudiantes panameños – enojados por la ausencia de la bandera panameña y la
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falta de respeto a la soberanía de su país – marcharon hacia la Zona y trataron de izar su propia bandera en la escuela. Hostiles adultos de la Zona se unieron a los muchachos de su país y rodearon a los panameños. En la subsecuente reyerta la bandera panameña fue rasgada y la situación se tornó violenta. Se lanzaron piedras y pronto la policía de la Zona del Canal estaba usando gases lacrimógenos y pistolas. Las multitudes de ambos lados aumentaron en tamaño y rabia, y el Ejército de Estados Unidos, estacionado en un lugar cercano, fue llamado. Miles de panameños, al oír que la bandera había sido profanada, se unieron a la «rebelión por la soberanía», y la lucha se extendió dentro de la capital y a otras partes de Panamá. Los militares panameños y estadounidenses detuvieron los disturbios unos días después, pero la rabia contra Estados Unidos estaba en ebullición: 22 jóvenes panameños (y cuatro soldados estadounidenses) murieron, y cientos quedaron heridos. Panamá rompió relaciones diplomáticas con Estados Unidos por varios meses, pero con el tiempo esta rebelión conduciría a las negociaciones entre los dos gobiernos para la eliminación de la Zona del Canal y la devolución del canal a Panamá. El 9 de enero es conmemorado cada año en Panamá como el «Día de los Mártires».
No es solamente la nueva casa lo que impulsa a Esperanza a trabajar de nuevo en la ciudad. Ella y Andrés han estado teniendo dificultades para levantar su joven familia sin suficientes tierras para satisfacer sus necesidades básicas. Primero, pensaron que la venta de café les daría suficiente dinero para comprar lo que necesitaban y los dos sembraron cafetos en sus tierras. Pero precisamente cuando los cafetos empezaron a producir a principios de la década de 1960, el precio del café en el mercado global bajó y los compradores de El Copé redujeron el precio por libra de 40 centavos a 35 centavos. Mientras tanto, el costo de los artículos en las tiendas de El Copé subía rápidamente.
De manera que, al parecer, el café no los podía salvar. A la vez, conseguir más tierras de sus familias para cultivar alimentos estaba descartado también. Del lado de Esperanza, su madre, Natalia, tenía seis hijos adultos con quienes compartir sus pequeñas propiedades. Y Andrés era uno de siete hermanos adultos que pronto se dividirían las tierras de sus padres.
80 Esperanza habla
Adultez: Una voz destinada a ser escuchada (décadas de 1960, 1970 y 1980)
Habían intentado de otra forma conseguir más tierras para cultivar sus alimentos a principios de la década de 1960, pero Andrés casi queda lisiado. Invitados por la prima de Esperanza, Marcela, empacaron sus pertenencias e hijos e hicieron el agotador trayecto de siete horas a pie por el lodo y la lluvia a través de la Cordillera Central al «otro lado» (el Atlántico). Era un área salvaje y hermosa con poca gente y abundantes tierras del Estado para reclamar como derechos posesorios. Marcela había solicitado en la oficina del gobierno ese derecho de uso en una parcela grande allá.
Esperanza y Andrés sembraron y cultivaron abundantes cosechas de arroz, maíz, frijoles y yuca en el «otro lado», pero la vida, era muy, muy dura, dijo Andrés.
No había caminos, médicos, tiendas o escuelas – puras culebras, insectos y peligros. El vecino más cercano de Marcela estaba a una distancia de media hora a pie. Si un niño se enfermaba, tú tenías que cargarlo de regreso a Penonomé. Algunos se murieron.
Entonces Andrés sufrió una seria herida en la rodilla y la familia tuvo que regresar a Frailecito y Loma Bonita a vivir todo el año. Es por eso que Esperanza había decidido en 1967 que no había otra forma de construir su nueva casa si no se iba a la ciudad de nuevo a ganar dinero como trabajadora doméstica.
En el transcurso de unos cuantos años, Esperanza tuvo siete empleos urbanos, cada uno por pocos meses. Dejó dos empleos porque sus patrones no le pagaban, otros tres cuando sintió que la trataban mal, y otros dos más porque Andrés le mandó a decir que la necesitaba en casa. Con sus ganancias de B/.25 a B/.30 al mes, Esperanza enviaba B/. 10 a Andrés para la comida, ahorraba B/.10 o B/.15 para la nueva casa y utilizaba lo poco que le quedaba para sus propios gastos. «Era muy triste echar de menos a mis hijos», me contó más tarde.
Sophia tenía nada más dos años cuando me fui por primera vez. La peor parte era cuando servía una buena comida y mi patrona me decía que botara las sobras. Comida buena, deliciosa. Me ponía a pensar en mi bebé comiendo yuca sancochada en casa y me ponía a llorar.
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A finales de los años sesenta Esperanza había ahorrado suficiente dinero para terminar la nueva casa. Su hija Sophia se acordaba: «Para nosotros, esta casa de un cuarto era bella porque era nueva. Incluso teníamos camas de verdad que Papa nos hizo. Estábamos felices. No sabíamos de otras casas [más elegantes] así que estábamos felices con lo que teníamos».
Una vez más, sin saberlo, Esperanza fue una pionera, una de las primeras mujeres casadas de su generación en dejar a su esposo e hijos en Loma Bonita para ir a trabajar en la ciudad. Algunas personas no estuvieron de acuerdo. Según me contó:
Decían que andaba por las calles (de la ciudad de Panamá) buscando hombres. Pero a mí no me importó; a la gente solo le gusta hablar. Mi Mama ayudó a Andrés con los niños, hasta que la gente incluso «hablaban» de ellos. Por eso Andrés empezó a hacer todo por sí solo, monte, casa, hijos. Él siempre ha sido ese tipo de hombre. Su papá también. Muchos hombres no.
DÉCADA DE 1960 – DESIGUALDAD EN EL ACCESO A LA TIERRA Y EMIGRACIÓN URBANA
Esperanza y Andrés distaban de ser los únicos con sus dilemas económicos. A mediados de los años sesenta el crecimiento de la población y las divisiones de las tierras familiares había dejado a alrededor del 75% de los hogares de Loma Bonita sin suficientes terrenos para satisfacer gran parte de las necesidades de subsistencia3. Al igual que Esperanza y Andrés, estas familias con pocas tierras habían llegado a depender del trabajo asalariado para sobrevivir. Estaban enviando a más de sus varones más fuertes a cosechar la caña de azúcar en los cañaverales infernalmente calientes de los llanos de Coclé4, y a muchos más de sus solteros (además de unas pocas mujeres casadas) a trabajar en empleos de baja remuneración en el Panamá urbano. Para ese entonces, casi el 75% de las solteras de la comunidad (de 12 a 50 años) y aproximadamente el 20% de los varones de este rango de edad habían emigrado por lo menos una vez para trabajar en una ciudad o pueblo5. Las mujeres de la comunidad todavía trabajaban casi exclusivamente como empleadas en casas de familia; los hombres, como jardineros, empacadores en supermercados o trabajadores de la construcción.
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Esperanza habla
Adultez: Una voz destinada a ser escuchada (décadas de 1960, 1970 y 1980)
4.2 PERSPECTIVA MÁS AMPLIA: INDUSTRIALIZACIÓN POR SUSTITUCIÓN DE IMPORTACIONES (ISI) EN PANAMÁ Y LATINOAMÉRICA, EN LA DÉCADA DE 1960
En la superficie, la economía panameña en los años sesenta parecía estar floreciente. Además de su tradicional énfasis en las exportaciones agrícolas y servicios internacionales en la zona de tránsito, el país se había estado industrializando desde la década anterior6; y para los años sesenta tenía una de las tasas más altas de crecimiento económico promedio anual de Latinoamérica7. Como gran parte de América Latina desde la Segunda Guerra Mundial, la industrialización de Panamá se sustentaba en una estrategia conocida como ISI, un modelo de desarrollo promovido por bancos estadounidenses y extranjeros y prestamistas internacionales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI). La estrategia ISI requería la creación de industrias dentro de cada país para producir bienes de consumo doméstico que anteriormente habían sido importados. Sin embargo, para los años sesenta se había hecho evidente que el modelo de desarrollo ISI no estaba generando suficientes empleos para mejorar las vidas de la mayoría de la gente; las industrias tendían a ser pequeñas, y las que eran propiedad de estadounidenses u otros extranjeros importaban todo de sus propios países, desde máquinas hasta gerentes, y utilizaban tecnología avanzada que requería pocos trabajadores. De hecho, para la década de 1960, los prestamistas internacionales consideraron a la ISI como un fracaso en la mayoría de América Latina y en su lugar promovieron una estrategia de desarrollo diferente: la industrialización orientada a la exportación.
En Panamá, a principios de los años sesenta, la ISI había traído gran riqueza a un pequeño sector de la élite empresarial panameña e inversionistas extranjeros – y aumentado la clase media – pero casi la mitad de la fuerza laboral en las áreas más pobres de la ciudad de Panamá estaba desempleada o subempleada8. Para mediados de la década el desempleo en el país llegó al 25%, y en las áreas rurales el ingreso per cápita anual se estimó en menos de B/.44. Los trabajadores, estudiantes y desempleados estuvieron en las calles protestando estas condiciones a largo de la década9.
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En contraste, algunos de los hijos, especialmente los varones, de las pocas familias de la comunidad en mejor situación con la cantidad adecuada de tierras podían evitar los empleos más explotadores del trabajo asalariado migratorio en las ciudades y los cañaverales. Por ejemplo, para 1970, el tío de Esperanza, Dionisio Ruiz y su esposa, Belsi Ruiz, tenían 13 hijos. Ninguno de sus seis hijos varones adultos había emigrado a trabajar en un área urbana o (con una breve excepción) cortando caña en los llanos. Por el contrario, algunos fueron enviados a la escuela para que aprendieran agricultura, el manejo de carros o mecánica.
1968 – UN VIERNES QUE CAMBIÓ LA HISTORIA PANAMEÑA
11 de octubre de 1968. Ese día en la ciudad de Panamá, la Guardia Nacional derrocó de manera exitosa y casi sin derramamiento de sangre a Arnulfo Arias, el presidente civil recientemente electo. Para ese tiempo, la oligarquía tradicional del país se había mostrado incapaz de llevar a cabo las reformas económicas necesarias o ganar control del canal, y estaba profundamente dividida en cuanto a seguir con la política económica ISI. Para llenar este vacío saltó a la palestra la Guardia Nacional10
El dirigente de la nueva junta militar fue el coronel (poco después, general de brigada) Omar Torrijos, hijo de un maestro en un pequeño pueblo rural. Recién investido con el título oficial de «jefe supremo de la revolución panameña», Torrijos clausuró la antigua legislatura y despojó a la oligarquía tradicional de su poder político (mas no necesariamente económico). Esto iba a ser un Panamá distinto.
El general Torrijos encabezó un triple proyecto de cambio para el país. Primero, en línea con las cambiantes políticas de Estados Unidos y los prestamistas internacionales, rechazó el modelo económico ISI y en cambio pasó a expandir grandemente el papel histórico de Panamá en el comercio internacional y los servicios financieros en la zona de tránsito. Esto incluyó la creación de un centro bancario extraterritorial, un oleoducto transístmico y una modernizada Zona Libre de Colón, todo lo cual integraría a Panamá más a fondo en la economía global. Segundo, Torrijos prometió un nuevo tratado con Estados Unidos que pondría fin al dominio estadounidense en el canal y en el país. «De pie o muerto, pero nunca de rodillas», fue una de sus más famosas consignas para retar el imperialismo del país norteño11
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Esperanza habla
Adultez: Una voz destinada a ser escuchada (décadas de 1960, 1970 y 1980)
Por último, Torrijos se comprometió a mejorar las condiciones de la mayoría de los pobres y clases trabajadoras del país. Para los agricultores pobres del interior, en donde la mitad de la población todavía residía, sus nuevas iniciativas conllevaron una reforma agraria, proyectos de desarrollo económicos y sociales y ampliada participación política. La incorporación de las mujeres pobres en esta lucha fue un objetivo declarado, y carteles proclamaban por todas partes: «Las mujeres lucharán contigo, Omar – ahora y siempre». Con el propósito de administrar este esfuerzo a gran escala, el gobierno de Torrijos creó nuevos puestos militares por todo el interior, donde los uniformados asumieron el doble papel de policías y personal de desarrollo comunitario, encargados de iniciar cooperativas y proyectos sanitarios y escolares. Se estableció un puesto militar en El Copé y otro en una comunidad que quedaba a unas horas más arriba de Loma Bonita.
1972 – LAS REFORMAS DE TORRIJOS: CUANDO LA ESPERANZA Y EL MIEDO SE TURNAN
En esta mañana de abril de 1972, tres meses desde mi llegada a Loma Bonita, me despierto con el suave chasquido de pequeñas lagartijas en los techos y paredes de la casa de dos cuartos de Francisco y Tina. Enseguida viene el alegre saludo mañanero de Tina. Había regresado hacía dos días de su trabajo de tres meses en la escuela católica en Panamá, y pareció aliviada ayer cuando Esperanza (a petición mía) se ofreció a continuar dándome las comidas.
Después de mis rituales de la mañana, voy a la casa de Andrés y Esperanza a desayunar. David, de 11 años, está llorando cuando llego; tiene empapados sus grandes ojos negros y pestañas. Esperanza le da una lección: «No llores, hijo. Todo se muere. Lo enterraremos pronto».
Resulta que David había amarrado su caballito en el potrero la noche anterior, pero lo encontró muerto en la mañana, estrangulado con la soga.
David se calma y se sienta en la mesita de madera entre su hermano mayor, Tony, y su hermana menor, Sophia; Esperanza, Andrés y yo nos sentamos apiñados en el otro lado de la mesa. Es entonces cuando me entero de que Tony – un joven de 18 años lleno de simpatía y juguetón – se irá el siguiente mes a trabajar en la ciudad de Panamá por primera vez; sus dos hermanas, Viviana y Lety se marcharon a la capital el año pasado para laborar como trabajadoras domésticas. Tony me dice que
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va a vivir con Diana, prima de Esperanza, y trabajar en un restaurante. Está emocionado por irse.
En esta comida sale a la superficie otra decisión familiar: Esperanza y Andrés planean trasladar su principal residencia de Frailecito a Loma Bonita todo el año para facilitar a los niños el acceso a la escuela y a ellos, a las tiendas de El Copé y el transporte.
Después del desayuno, David y Sophia se van para la escuela, y Andrés y Tony salen para su monte. Por suerte, una prima de Esperanza les ha prestado tres hectáreas para que planten sus cultivos este año, un regalo de «familia y amistad», Andrés me dijo, sin necesidad de dar nada a cambio.
Esperanza y yo estamos solas, sentadas en dos bancos en el patio. Aprovecho el momento para conversar sobre su nuevo «papel estelar» en el proyecto electoral que el sargento Vito Delgado anunció por primera vez en una gran reunión política en El Copé el mes pasado.
El sargento Delgado es uno de los militares a quien el gobierno de Torrijos envió a esta área en 1970 para instalar un cuartel del ejército más arriba de Loma Bonita, a pocas horas a pie, y comenzar los proyectos de «desarrollo comunitario» en la región. En la reunión en El Copé, Delgado le había dicho a la gente que en agosto los votantes en cada comunidad elegirían a alguien para que los representara directamente en una flamante «Asamblea de Representantes de Corregimientos» que se reuniría periódicamente en la capital. «Esta es una manera» – había dicho Delgado – «en la que mi comandante en jefe, el general Omar Torrijos, quiere ayudarlos».
Inmediatamente después del anuncio en El Copé, su regidor, el señor Cristo, había convocado una reunión en la escuela de Loma Bonita para ayudar a Delgado, su aliado político, a poner en marcha el proyecto electoral «Nuevo Panamá». Mis notas de campo registran lo acontecido en la reunión.
El señor Cristo le dijo a la gente que había que elegir dos comités – uno de varones, otro de mujeres. Los comités entonces recogerían fondos para el proyecto electoral «Nuevo Panamá» mediante el patrocinio de rifas y bailes. Sin mayores explicaciones, Cristo abrió las nominaciones para el comité de mujeres. Un largo y penoso silencio. Sin voluntarias. Alguien llamó en alto el nombre de Juana Duarte. «¿Todos a favor?», preguntó Cristo. Unos cuantos dijeron «sí». Sin más que hablar, Juana
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Adultez: Una voz destinada a ser escuchada (décadas de 1960, 1970 y 1980)
fue «elegida» para el comité. El mismo penoso proceso se repitió una y otra vez hasta que la mayoría de los puestos de los dos comités estuvieron llenos. Entre las muchas personas que no se ofrecieron pero fueron «elegidas», como Juana, estaban Esperanza y Andrés, los nuevos presidentes de los comités de mujeres y hombres.
Esperanza había buscado al señor Cristo después de la reunión. «Estoy confundida», dijo. «No entiendo por qué debemos recoger plata o por qué las mujeres y los hombres estamos separados». Cristo había explicado que el objetivo del comité era apoyar al gobierno de Torrijos mediante la recolección de fondos para los candidatos. En vista de que las mujeres son mejores para recaudar fondos, dijo, el gobierno quiere comités de mujeres aparte. «Pero ¿qué pasa si uno no está con este gobierno?», preguntó Esperanza. «Entonces sabremos quién eres», fue su ominosa respuesta. Mientras subían de regreso a casa después de la reunión – fuera del alcance de los oídos del señor Cristo – la gente expresó su opinión. La mayoría en este grupo se había opuesto al principio a Torrijos por haber derrocado al presidente Arnulfo Arias, su héroe político. Uno de ellos ahora dijo que pensaba que el señor Cristo se había convertido en espía de Delgado (y Torrijos) en Loma Bonita. Otros estuvieron de acuerdo. Andrés ventiló otras frustraciones. «Me han puesto ahora en cuatro comités distintos, cada uno con reuniones, rifas y bailes. ¿Cuándo voy a tener tiempo para quemar mi monte y prepararlo para la siembra cuando venga la lluvia?». Entonces habló Esperanza con una voz que había que escuchar:
Esto es lo que yo veo. Mejor será que hagamos este trabajo de comité, nos guste o no. Mire, Delgado y otros del ejército andan por todas partes en sus uniformes militares y con sus pistolas, y probablemente hablan directamente con el general Torrijos en Panamá sobre todo lo que decimos y hacemos.
Nadie estuvo en desacuerdo. El miedo era palpable.
Esa reunión en la escuela de Loma Bonita tuvo lugar unas cuantas semanas antes. Hoy quiero hablar con Esperanza sobre lo que ha pasado desde entonces. Varias personas han informado al señor Cristo
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que quieren renunciar a sus puestos en el comité, me dijo. Antes de que pudiera terminar su relato, escuchamos una voz que llamaba desde el patio. «Buenos días». Es Juana Duarte, sobrina de Esperanza y miembro del comité de mujeres. Juana es de mi edad, y tan tímida que a menudo baja los ojos y esconde la boca con las manos al hablar. Ella vive cerca con su esposo y los padres de él.
Juana le dice en confianza a Esperanza que su suegra y su esposo están disgustados con su trabajo por el comité de mujeres y la acusan de ir a las reuniones a «buscar hombres». Su suegra incluso le dijo que renuncie o se vaya de la casa – pero sin sus hijos.
Esperanza trata de consolarla y exhortarla a que continúe.
No te puedo decir lo que debes hacer, pero tu suegra está equivocada. Estás haciendo un trabajo importante para el comité de mujeres. Cuando comenzamos este trabajo del comité, estaba confundida y asustada con este gobierno y Delgado, con su pistola y su manera de buscar a todas las muchachas. Pero he empezado a pensar de una manera distinta.
¿Qué tal si esta elección «Nuevo Panamá» es nuestra oportunidad de votar por alguien – no de El Copé o de abajo, como siempre – sino de aquí arriba, cerca de Loma Bonita? Alguien que pudiera contar al general Torrijos y su gente en Panamá sobre nuestra situación real. Quizá este gobierno sea diferente y escuche lo que necesitamos.
Esperanza entonces pasa a decirle a Juana su nueva idea: conseguir que el señor Cristo de Loma Bonita salga electo en agosto como representante de corregimiento. «Andrés y yo estamos de acuerdo», dice. «Queremos al señor Cristo, y estamos listos para trabajar por él en nuestros comités».
Juana está sentada escuchando en silencio mientras Esperanza la alienta a tratar de limar asperezas con su familia y quedarse en el comité. «Tenemos que cooperar juntas para tratar de mejorar nuestra vida aquí, aun si tenemos miedo», Esperanza le dice.
Ella manda a Juana a su casa con las manos llenas de plátanos, y luego me dice que se siente triste por Juana y agradecida de que Andrés nunca le impide hacer lo que ella quiere hacer. «Pero los hombres están divididos en esto – dice – y he visto que ni Andrés nos defiende a las mujeres cuando está con otros hombres. De todas
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maneras, no me importa lo que la gente dice de mí. Que hablen».
Son las 9:30 a.m. y me levanto para irme, pero no … otra visita llama desde la entrada del patio. Es la vicepresidenta del comité de mujeres. Ha venido a pedir el consejo de Esperanza sobre otra integrante del comité que se ganó la lotería y abandonó su puesto para irse a trabajar a Panamá. ¿Debería reportar la deserción de esta mujer al señor Delgado o al señor Cristo? A medida que me voy caminando, escucho a Esperanza decir: «No, no, no la metas en problemas con ellos».
Camino de regreso a mi otro hogar con Francisco y Tina para recoger mi cuaderno y cámara. Tina está en la cocina tejiendo su próximo sombrero. Francisco, como siempre, está sentado en el patio delantero escuchando las noticias en su radio de plástico azul. He notado que ni Francisco ni Tina han asistido a las reuniones del comité político en las últimas semanas, pero no me he sentido cómoda planteando el sensible tema de la política. Tomo asiento en un banco al lado de Francisco, y este hombre de pocas palabras me sorprende al comenzar una conversación en torno a la campaña electoral «Nuevo Panamá». Dice:
Ellos [el gobierno militar] lo único que quieren es nuestra plata. Los precios suben y si queremos comprar o matar un puerco o vaca ahora, tenemos que sacar un permiso o pagar. Si hablas en contra de ellos, te llevan a El Copé para que pagues una multa. Eso no era así antes, cuando ellos no vivían tan cerca. ¡Lo más importante que queremos es una carretera pavimentada! Pregúntele a cualquiera. Cuando vea esa carretera es cuando cooperaré con esos comités y este gobierno.
1972 – ESPERANZA COMO GESTORA DE MIGRANTES
A las 8:30 a.m. ya está caliente, húmeda y soleada esta mañana de domingo en septiembre cuando debería estar lloviendo a cántaros. La sequía de este año ha causado estragos en los cultivos y la gente. Voy camino a recoger a Esperanza y Tina en mi Volkswagen blanco, el auto que embarqué desde Pittsburgh a Panamá en enero pasado al inicio de mi trabajo de campo. Lo tengo guardado en la casa de algunos amigos cerca a Penonomé. Estaciono mi auto en la polvorienta parada de buses en el cruce de la carretera de las tierras bajas del Pacífico y el camino hacia El Copé. Cinco minutos más tarde, el microbús llega desde El Copé, y Esperanza y Tina se bajan luciendo nítidas y
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adornadas en sus mejores trajes azul y verde de algodón y zapatos plásticos negros. Esperanza lleva el cabello cuidadosamente trenzado debajo de su sombrero de paja limpio. Tina lleva el cabello corto y ondulado sin sombrero. Salimos para Panamá.
Voy allá por 10 días para trabajar en los archivos nacionales de tierras y entrevistar a migrantes de Loma Bonita. Tina y Esperanza fueron las únicas personas de la comunidad que pudieron venir esta vez en este viaje gratis. Las tres nos sentimos despreocupadas al estar juntas en esta aventura urbana. Tina se ríe mientras nos dice que solo tiene 75 centavos en su haber, pero que su hermana en Panamá la ayudará con dinero y un trabajo en la escuela católica donde trabajó antes. Dice que Francisco no está contento con este viaje, pero no tienen nada de plata; no hay dinero en Loma Bonita para contratarlo para construir casas o hacer muebles, las únicas cosas que le gusta hacer.
Ya sé que Esperanza vino a ver cómo estaban sus tres hijos empleados. Viviana y Lety han trabajado como domésticas en Panamá durante el último año, pero recientemente escribieron para decir que no están contentas y quieren que ella les encuentre empleos distintos. Tony salió para la ciudad por primera vez hace unos pocos meses y trabaja en un restaurante, pero Esperanza no ha sabido de él desde que se fue de la casa de la prima Diana y alquiló un cuarto con dos de sus primos.
Esperanza también tiene una segunda misión en este viaje: pedir a sus tres hijos ayuda financiera adicional para comprar un lote cerca de su casa. La semana pasada, el señor Cristo se lo ofreció a ellos por B/.61, un buen precio porque tiene 98 cafetos y cuatro naranjos que ya están produciendo. Desde que Cristo ganó la elección para representante de corregimiento en agosto, ha necesitado dinero para pagar sus viajes a las reuniones, sus comidas en la capital y mejor ropa. Esperanza y Andrés pensaron que es triste que tuviera que vender el terreno para conseguir dinero, pero estaban emocionados con la oportunidad de aumentar sus pequeñas propiedades. Andrés incluso tuvo un sueño al respecto: «un gran sueño, que había comprado la finca al tío Cristo y estaba recién limpiada y era hermosa». Esperanza me había explicado: «Esta tierra es para los hijos, para que tengan algo más adelante. No es para nosotros, ya estamos viejos».
«¿Usted piensa que les hubiera propuesto la venta si no lo hubieran apoyado en la elección para representante?», le pregunté. Encogiendo
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lo hombros y sonriendo me contestó: «Quizá no. Y he estado pensando que después de que se juramente el 11 de octubre, le preguntaré si puede conseguir mejores empleos para mis hijos en Panamá».
Hemos estado en la carretera hacia Panamá por muy poco tiempo cuando Tina empieza a cantar una canción que ella misma compuso sobre una mujer que se enamora. Su voz es fuerte y melódica. Esperanza y yo la acompañamos. Entonces, como suele ocurrir, nuestra plática deriva al tema del sexo, embarazo y contraceptivos. Esperanza habla de su temor de que sus hijas en la ciudad queden embarazadas y quizá no consigan buenos maridos. Les ha advertido al hacer mención de una larga lista de muchachas de Loma Bonita, cuyas vidas son mucho más difíciles porque quedaron embarazadas de citadinos que las han dejado abandonadas. Añade Esperanza:
Los contraceptivos son un problema también. La cosa que los médicos te meten adentro [DIU] la gente dice que causa cáncer, y las pastillas y la operación son demasiado caras. Estos doctores no saben nada de las dificultades de nuestras vidas.
Dice que nunca fue a ver un médico, hasta que llevaba seis meses de embarazo de David casi a los 40 años, porque era muy caro.
¿Y si le dicen que necesita medicinas u hospitalización? Qué pena no poder pagar. ¿Y si se muere en el hospital, pero su familia no tiene la plata para traerla a casa para el entierro? Eso es lo que le pasó a la mamá de Andrés. No, si voy a morirme, me moriré en casa para que mi familia no tenga los gastos.
Esto lleva al tema de los curanderos del área, los principales practicantes de medicina utilizados por los residentes de las montañas. Esperanza y Tina describe muchas curaciones milagrosas que ellas han experimentado y visto.
Después de varias horas de charla y bromas, entramos en los enredados embotellamientos de la ciudad de Panamá, y dejo a Tina en el lugar de trabajo de su hermana en la secundaria católica. Esperanza y yo vamos a visitar a Tony en el restaurante. Un hombre de estatura
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excepcionalmente baja y mirada furtiva nos saluda y dice que a Tony lo despidieron la semana pasada. Sin la mínima consideración por los sentimientos de Esperanza, le dice que Tony estaba robando comida para dársela a dos de sus «malos primos». Esperanza se disculpa profusamente ante el hombre en una voz baja que nunca había escuchado antes. Nos vamos. «Qué pena», dice, mientras se le escurre un hilito de lágrimas por primera vez desde que la conozco. «Ay, Dios mío, ¿qué vamos a hacer con lo de la plata?», es lo primero que piensa. Lo segundo: «Tenemos que encontrar a Tony».
Hacemos las rondas. No está en el cuarto donde vive; uno en una larga hilera de cuartos que bordea un edificio oblongo en un barrio pobre de la ciudad. Apiñados en el cuarto que comparte con otros dos jóvenes, veo tres catres, una radio, una mesita de madera, unas cuantas bancas, y ropa colgada de cualquier manera en un alambre por encima de nosotros. Cerca, en frente de la fila de cuartos, están unos cuantos servicios y baños comunales, y varias tinas de cemento con grifos para lavar.
Seguidamente nos vamos en el auto al apartamento donde trabaja su hermana Lety para una antigua maestra de Loma Bonita, y mientras estamos ahí, Tony se aparece con su hermana Viviana. Se había enterado de que andábamos buscándolo. Tony se ve guapo con una camisa nueva, zapatos negros lustrosos, y reloj (que simula ser) de oro en la muñeca. Viviana está callada; tiene de su madre el cuerpo grueso y los ojos negros expresivos. La versión de Tony de lo que pasó culpa a una joven con quien él trabajaba en el restaurante. Le dice a Esperanza que ha estado buscando otro empleo.
Esperanza escucha, pero no dice nada sobre la situación. Ella, sus tres hijos y yo nos despedimos de los patrones de Lety y nos montamos en mi carro. La siguiente parada: otra área marginal de la ciudad para visitar a los dos hermanos menores de Andrés que viven en un cuarto similar al de Tony. Dejo a los hijos de Esperanza cerca de la entrada mientras ella y yo vamos a buscar estacionamiento. Caminamos de vuelta en una calle repleta de gente que habla, grita, se ríe, canta, pelea y frecuentemente bebe cerveza. Veo a dos muchachas que conozco de Loma Bonita que pasean en dirección nuestra y estoy emocionada por detenerme y conversar. Sin embargo, nos pasan con un displicente «hola» y siguen de largo.
«¿Qué acaba de pasar?», le pregunto a Esperanza. «Actuaron como si no nos conocieran. ¿Es porque estoy con usted?».
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«No Gloria. Soy yo. En la ciudad esas jóvenes y otras – a veces mis propios hijos – se avergüenzan de mí. Sé lo que están pensando: “Aquí viene la chola”».
Miro más de cerca a Esperanza. Bueno, sí, es claramente una mujer humilde del interior. Tiene puesto un vestido limpio, pero es holgado, no moderno. Sus zapatos negros de plástico, el cabello trenzado en la espalda y, sobre todo, el sombrero tejido de bellota son indicadores de su estatus rural y pobre.
Pasamos el resto del día visitando familiares y terminamos en la casa de su prima María. Esa noche, después de que Tony y sus hermanas se van, Esperanza se debate sobre qué hacer. ¿Debería dejar que Tony se quedara en la capital y ganara dinero para enviar a casa?
Todo el mundo en la casa de María tiene una opinión. Para la siguiente mañana, Esperanza decide que Tony no está listo todavía. Mañana tomarán el bus a casa.
Me quedo en la ciudad otra semana para visitar a los migrantes de Loma Bonita. La primera en mi lista es Lety, la hija de Esperanza de 14 años. Solo la he tratado en pocas ocasiones, y todavía no tenemos una relación cómoda. No estoy segura de qué esperar. Lety abre la puerta del pequeño apartamento de dos recámaras de sus patrones, ubicado en una barriada de clase media baja de la ciudad, y me da la bienvenida con el único brazo que tiene disponible; con el otro sostiene un bebé, y tiene una niña pequeña a sus pies. Lety es flaca, con cabello que le llega a los hombros y ojos negros. Su familia la llama «Negra» porque su piel es más oscura. Sus patrones no están, así que podemos hablar libremente.
Le pregunto cómo consiguió este primer empleo.
Cuando terminé la primaria, Viviana [la hermana mayor] ya se había ido para trabajar. No quería quedarme atrás y ser una esclava, y quería seguir con la escuela para aprender a coser. Así que cuando alguien en la comunidad le dijo a Mama que la maestra de Loma Bonita andaba buscando una empleada en Penonomé, y mucho quería irme. Estaba contenta de estar trabajando, pero a la vez triste porque extrañaba mucho a mi familia. Pensaba en ellos todo el tiempo. Papa me escribió y leía y volvía a leer sus cartas.
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Además de limpiar el apartamento, Lety se encarga de los dos bebés y lava y plancha su ropa. [Años más tarde me diría: «Llegué todavía una niña para cuidar a otros niños»]. Dice que le gusta cantar y jugar con los niños, pero la mejor parte es que le paguen.
La primera vez que fui de compras con mi patrona, compré algo para David y Sophia, y para mí unos anillos de oro bonitos, un reloj y zapatos.
«¿Pero por qué quiere dejar el empleo ahora?», le pregunto. Lety menciona unas cuantas cosas que no le gustan, incluso que tiene que dormir en la sala y no puede acostarse hasta que sus patrones no hayan terminado de ver la televisión ahí. Pero lo más importante es la escuela, dice.
Mi patrona no me va dejar ir a la escuela porque dice que ella va a la universidad en la noche. Pero en realidad ella no va a clases. Le dije a Mama que pienso que ella no quiere que personas como nosotros nos superemos, ni siquiera un poquito.
Hay también otra razón apremiante por la cual Lety quiere un empleo diferente; el esposo de la maestra sigue acercándose sigilosamente donde ella duerme en el sofá y tocándola. Una vez se le enfrentó – me dice – e incluso se lo dijo a la esposa, pero ella necesita alejarse de ese abuso.
Cuando dejo a Lety, siento que he llegado a conocerla un poco. Me encanta su arrojo y me conmueve la ambición y franqueza de esta chica de 14 años.
En los siguientes 10 días, visito y hablo con 11 otros migrantes de Loma Bonita. Algunas visitas van bien y aprendo mucho sobre sus vidas. Otras son menos exitosas, con una vergüenza tan espesa como la mantequilla de maní.
Días más tarde regreso a Loma Bonita con Tina, quien se ha anotado una grande y está de muy buen humor. Se ha ganado B/.7.50 por dos días de trabajo con su hermana en la escuela católica y cinco días en la casa de una de las profesoras de la escuela. Además de dinero en efectivo arrastra dos cajetas grandes de comida y un saco pesado y muy grande con ropa usada de la profesora. Sin embargo,
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parte de la historia que me cuenta es entristecedora. Me dice que la madre superiora de la escuela la trata como basura y critica todo lo que hace. También, se enteró por medio de su hermana de que esta monja le había advertido a la profesora que no debería contratarla, porque «Tina es muy ignorante. Nunca terminó el primer grado y ni siquiera sabe leer». Cuando Tina me hace el relato, queda claro que resiente semejante trato. Pero por otra parte me mata de la risa con su imitación de la «demasiado ignorante madre superiora».
De regreso a Loma Bonita, luego de 10 días en la caliente y ruidosa ciudad, llego a la tranquila casa de Esperanza y Andrés para cenar. Inmediatamente le pregunto a Esperanza sobre la petición de Lety para que la ayude a conseguir otro empleo. Ya Esperanza ha ido a hablar con una maestra en una comunidad ubicada más arriba a unas cuantas horas de distancia y le solicitó que acepte a Lety y la ayude a aprender a coser. Esperanza le dijo a la maestra que le entregaría a Lety «como si fuera su propia hija». Pero, a decir de Esperanza: «Si esto no sale bien, yo misma regresaré a Panamá a trabajar para que Lety pueda dejar su mal trabajo».
Andrés y Tony entran de regreso de su monte. Tony carga en la espalda un motete con el maíz que han cosechado. Terminada la cena le pregunto a Andrés si se había disgustado por el retorno de Tony. «Al contrario», responde:
Tengo tanto trabajo que hacer aquí, pero no hay nadie cerca que ayude, ni pagando. Pronto tendré 50 y todo lo que he visto es trabajo. Los jóvenes ahora se van a la ciudad o las plantaciones para ganar plata. Y las jóvenes, todas están en la ciudad; ni siquiera andan por aquí para que los jóvenes se casen. Tony es un gran trabajador y lo necesito.
Tony sonríe conforme. Le pregunto lo que sintió al dejar la ciudad. «Triste. Pero pronto estaré de regreso».
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4.3 PERSPECTIVA MÁS AMPLIA: LA DESAPARICIÓN DE LAS REFORMAS SOCIOECONÓMICAS DE TORRIJOS, DÉCADA DE 1970
La esperanza y el miedo dominaron el panorama político de Panamá a lo largo del gobierno militar de Torrijos en los años setenta. Si bien la proliferación de programas gubernamentales para promover el desarrollo económico y social y ampliar la participación política generaba esperanza, no tardó mucho en que los acontecimientos globales deshicieran la mayoría de dichos proyectos. En 1973 la OPEP subió los precios del petróleo, y el mundo occidental cayó en una recesión12. En Panamá esto conllevó una menor demanda de sus bienes y servicios, algo especialmente serio dado que las políticas de Torrijos habían puesto el énfasis en la expansión de los servicios internacionales y la producción de exportación. Panamá se fue en picada hacia el decaimiento económico; en 1976 su tasa de crecimiento económico se paró en seco13, y los fondos para los proyectos de reforma de Torrijos para los pobres fueron desviados a otra parte. Para principios de la década de 1980, algunas nuevas escuelas, proyectos sanitarios y caminos se habían completado, pero el país sufría un alto desempleo, los salarios reales bajaban a la vez que la inflación y los precios subían rápidamente14. Panamá para entonces tenía la tasa de desigualdad de ingresos más alta en Centroamérica; 40% de la población rural y 12% de la urbana no tenían suficiente comida15.
Los mencionados cambios globales y nacionales se desplegaron en Loma Bonita. En el transcurso de mi presencia de un año en 1972 la comunidad se convirtió en un enjambre de proyectos de desarrollo gubernamentales, incluyendo la campaña electoral «Nuevo Panamá» que ya he tratado. En de pocos años, sin embargo, estos esfuerzos decayeron o se extinguieron, a medida que las presiones globales y nacionales redirigieron los fondos y la atención. Su desaparición se debió también a la forma vertical y antidemocrática en que representantes del gobierno, como Delgado en Loma Bonita, llevaron a cabo su trabajo, tal como lo ilustró la experiencia de Esperanza (y otros) en la elección «Nuevo Panamá»16.
Nunca sabremos cómo Torrijos hubiera lidiado con esos problemas. El 31 de julio de 1981 él y seis personas más abordaron un avión en Penonomé para un corto vuelo a una comunidad ubicada
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justo al otro lado de la cima de la montaña desde Loma Bonita. El avión se estrelló. Todos a bordo perecieron. (Algunos consideran que este accidente es sospechoso porque otros dos opositores clave de la política estadounidense en América Latina, el presidente Roldós de Ecuador y el general Hoyos de Perú, murieron en accidentes similares en cuestión de meses). Indiscutiblemente, Torrijos cambió a Panamá para siempre. En 1977 él y el presidente estadounidense «Jimmy» Carter firmaron los Tratados Torrijos - Carter que disolvieron la Zona del Canal y establecieron un cronograma para transferir el control total del Canal a Panamá el 31 de diciembre de 1999.
1984 – LA PRÁCTICA DEL CATOLICISMO COMO BÁLSAMO EN TIEMPOS DIFÍCILES
Estoy de regreso en Panamá y voy hacia Loma Bonita, con mi hijo Reid, de 10 años, a mi lado. Esta es la primera vez que Reid me acompaña durante toda la visita de campo, aunque hace cinco años él y su papá me visitaron en Loma Bonita por unos días. A las 6 a.m. nos montamos en el carro que va de Panamá a El Copé, y tan pronto como llegamos, veo a Hernaldo Vásquez que se baja de un brillante camión rojo. Es el dueño de una pequeña abarrotería en Loma Bonita y, ahora, de este nuevo camión, me dice. Nos llevará a la comunidad por un peso cada uno y «un cigarrillo» añade tímidamente. Se muestra desilusionado cuando le digo que dejé de fumar hace cuatro años.
Junto con 13 otros pasajeros y sus cargamentos, Reid y yo nos montamos en la parte trasera sin techo del camión de Heraldo, y nos sentamos apretados como sardinas en bancas que flanquean ambos lados. Y vamos para arriba. Esta es mi primera vez en un vehículo y no a pie, y me entusiasma estar moviéndome por un espacio familiar con tanta fuerza y velocidad. También estoy aterrada. Como todos los demás, me sujeto con todas mis fuerzas a cualquier cosa sólida, y a la vez aprieto a mi hijo, mientras el camión esquiva peñascos y profundos barrancos. Desde 1972, han ampliado y nivelado la vía un poco, pero la carretera de pavimento prometida hace años nunca se hizo realidad. Cuando llegamos a nuestro destino 20 minutos más tarde, le pago a Heraldo B/.1 y con enorme alivio piso el suelo firme.
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Hay una nueva abarrotería a un lado del camino y Victoriano Ortiz grita un efusivo hola desde atrás del mostrador. Cuando terminamos de intercambiar saludos, Reid y yo nos ponemos en marcha en el estrecho sendero bordeado de cafetos y naranjos que lleva a la casa de Tina y Francisco. Detrás de nosotros se va quedando el ruidoso chirrido que hace el camión de Heraldo con el esfuerzo para continuar su ascenso por el tortuoso camino de lodo rojizo de la empinada falda de la montaña. Adelante, nuestra sorpresa.
No le he dicho a nadie que llegaríamos hoy. Ya me estoy imaginando la risa de Tina tan pronto me vea, pero resulta ser que está en la ciudad cuidando a su madre enferma, y Francisco se ha ido a Penonomé a comprar provisiones. Seguimos para sorprender a Esperanza y Andrés.
«¡Uiy, uiy!», llamo desde la entrada de su patio, y me doy cuenta de que su casa de dos cuartos, con paredes de quincha y techo de zinc, por fin está terminada. Inmediatamente, la veo sentada en un banco al borde del patio, un libro en su regazo y un par de anteojos de montura negra y demasiado grandes cubren gran parte de su cara. Por un momento, Esperanza se ve sobresaltada pero rápidamente pone los anteojos y el libro (la Biblia) en el piso y viene corriendo con los brazos abiertos, imitando con tono burlón mi llamada «¡Uiy, uiy!». Andrés está justo detrás de ella. Abrazos para todos. Esperanza se dirige a mí, con los ojos húmedos, al igual que los míos. «Ha regresado y trajo a su hijo».
Andrés carga cuatro bancos al área afuera de la cocina, la cual todavía es una estructura de un cuarto y techo de pencas, ahora con dos paredes hechas de láminas de metal atadas a postes de madera. Esperanza inmediatamente prende el fogón de leña para hacernos café. Ya no tiene que bajar a la quebrada a sacar agua, sino que camina hacia la pluma instalada en el patio cerca a la cocina. El sistema de tuberías de plástico que llevan el agua a las casas de la gente es una mejora realizada durante los años de Torrijos; el gobierno suministró algunos tubos, pero los miembros de la comunidad tuvieron que recaudar los fondos para el resto y donaron gran parte de la mano de obra. «Vamos a ver si la pluma me quiere dar agua hoy», bromea Esperanza mientras se pone a dar ejemplos de las veces en las que los tubos se dañaron cuando estaba en la regadera toda enjabonada. Hoy funciona.
Andrés y Esperanza ahora tienen 61 años y el cabello negro de Andrés está lleno de chispas blancas. Está tan delgado como siempre. Esperanza, lo mismo de gruesa. Les pregunto por sus hijos. «Estamos
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solos», dice Andrés. «Tony, Lety y Sophia están trabajando en Panamá, Viviana y sus dos hijos viven allá lejos en Darién con su marido, y David está en Penonomé continuando sus estudios religiosos para, si Dios quiere, ser sacerdote».
David de sacerdote. He estado siguiendo su camino religioso desde mi visita de campo en 1979 cuando fue elegido en un grupo de oración de católicos en Loma Bonita para ser uno de los primeros «Delegados de la Palabra» de la comunidad. Los delegados son dirigentes laicos, instruidos con el fin de que reúnan a los miembros de la comunidad para hablar sobre el catolicismo y sus vidas. Cada pocos meses después de su elección, David – junto con aproximadamente 60 jóvenes elegidos de similar manera de otras comunidades pobres y rurales de la provincia – había asistido a un seminario de cuatro días dirigido por la iglesia en Penonomé. Estudiaron religión, la posición de la iglesia en temas socioeconómicos y métodos para llevar a cabo su labor. Entre seminarios, él y otro delegado se habían pasado la mitad de las horas del día en Loma Bonita organizando una vertiginosa variedad de actividades, incluyendo un comité religioso, sesiones semanales de oración, las «celebraciones» del domingo y la construcción de una capilla.
4.4 PERSPECTIVA MÁS AMPLIA: LA IGLESIA CATÓLICA Y LOS DELEGADOS DE LA PALABRA, DÉCADA DE 1980
Después de las reuniones del Concilio Vaticano II de la Iglesia Católica en los años sesenta, un movimiento se extendió por Latinoamérica con la intención de revitalizar el catolicismo y a la vez ayudar a las masas de pobres de la región. Era conocido como la teología de la liberación y el movimiento comunidades eclesiales de base (CEB); en Panamá, «Delegados de la Palabra». Este movimiento religioso y social inspiró a sacerdotes progresistas católicos, a menudo en desafío a la «iglesia establecida», identificaban a dirigentes laicos en las comunidades pobres y les enseñaban cómo organizar discusiones en sus propias comunidades sobre la Biblia y la lucha para mejorar la vida. Una de las primeras CEB fue creada en Panamá en 1963 17 y durante los años setenta y ochenta otras fueron establecidas lentamente por todo el país 18
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Esperanza, claramente orgullosa de su hijo, me pone al corriente mientras que Andrés se lleva rápidamente a Reid para ver cómo están las gallinas y una tortuga que capturó recientemente.
Cuando David terminó sus cuatro años de instrucción para ser delegado de la palabra, fue uno de cerca de 30 jóvenes a quienes el padre Henry invitó a continuar la secundaria y las clases de religión en Penonomé. Si David lo logra, podría seguir estudiando para ser sacerdote. Un sacrificio, pero, si Dios quiere, uno bonito.
¿Quién paga sus gastos? pregunto. La Iglesia paga los seminarios y las clases, pero no el transporte, la comida y los cuadernos, me informa Esperanza.
David ganó un poco trabajando en las cañas [plantaciones de caña de azúcar en las tierras bajas] durante las vacaciones de la escuela, pero todos hemos ayudado. Hay gastos especiales también. Cuando David necesitó un libro de álgebra, Sophia ofreció B/.14 de su salario. Antes de esto, con su primer salario en la ciudad, le compró una Biblia. El año pasado, David mencionó que quería una máquina de
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Foto 4.1 Primera reunión de católicos en Loma Bonita para elegir delegados de la palabra, 1979.
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escribir. Tony encontró una por B/.80 en la ciudad, y Andrés la fue a recoger. Gracias a Dios y nuestros hijos, y a nuestras naranjas también, él todavía está estudiando.
Esas son las buenas noticias de la familia. Enseguida me entero de los problemas apremiantes.
«Ahora que se han ido los hijos – Esperanza se lamenta – no hay nadie aquí para ayudarnos en el monte y la finca. Sigo tratando de convencer a Tony de que regrese con Noris (su esposa) y sus hijos, pero ella no va a venir».
Andrés y Reid regresan y tengo la oportunidad de preguntarle a Andrés sobre la cosecha de este año. Ha demostrado ser uno de mis más atinados maestros en asuntos agrícolas.
Ay, Gloria, este fue un mal año. Los vientos en febrero fueron tan fuertes que perdimos la mayoría de las naranjas, y nuestro café se ha estado muriendo de enfermedades por años. Nuestra última cosecha buena de café fue en 1974, con cerca de 400 libras. Ahora en un buen año nuestros árboles dan 50, y en un mal año, como 1980, solamente 35. Es así para la mayoría de la gente aquí, menos las familias que viven más arriba en las lomas.
Andrés es un hombre que vive, respira y sueña con su monte y sus cosechas, pero me dice que no hace mucho estuvo sin poder trabajar bien la tierra:
Las rodillas y las piernas se me pusieron tan mal que casi no podía caminar. Viviana tuvo que venir de la ciudad con sus hijos para ayudar a Esperanza con la cosecha, y Tony vino a llevarme a la capital donde él y Lety me llevaron arrastrado a los médicos. Todo lo que esos médicos hicieron fue sacarnos plata. Me quedé sin esperanzas de comprar un caballo por B/.40 o esos anteojos de B/.80 para mí. Ni siquiera teníamos la plata para las medicinas que me mandaron. Por dos años, solo pude trabajar cerca la casa.
Sin embargo, lentamente, con la ayuda de un curandero cerca de Loma Bonita, las rodillas de Andrés se han mejorado lo suficiente para sembrar maíz y frijoles en Frailecito este año.
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4.5 PESPECTIVA MÁS AMPLIA: LA DÉCADA DE 1980, LA TRAMPA DE LA DEUDA Y LAS REFORMAS NEOLIBERALES EN LATINOAMÉRICA Y PANAMÁ
La mayoría de los países latinoamericanos en los años ochenta enfrentaron su peor crisis económica del siglo. Alentados en el pasado por bancos estadounidenses y otros bancos extranjeros y prestamistas internacionales para que contrajeran grandes deudas, ahora no estaban en capacidad de pagar. Los bancos respondieron con la llamada «trampa de la deuda»: permitieron a los gobiernos reprogramar los pagos de sus préstamos y pedir prestado más dinero, pero solamente si aceptaban una serie de exigencias conocidas como las «reformas económicas neoliberales y los programas de ajuste estructural de austeridad fiscal». Dichas «reformas» perjudicaron especialmente a los pobres y a los trabajadores, por ejemplo, con la reducción o eliminación del gasto público en la planilla estatal y los servicios de salud y educación. En todas partes el resultado fue el desempleo masivo y el aumento de la pobreza. En todas partes la gente, en números no antes vistos, respondió con acciones colectivas de resistencia contra los impactos de las reformas neoliberales.
Panamá no fue la excepción: para principios de los ochenta, tenía la deuda externa más alta per cápita en Latinoamérica, en gran parte, resultado de los préstamos otorgados en los setenta para pagar los programas de Torrijos. El sucesor de Torrijos, el general Manuel Antonio Noriega, continuó sacando nuevos préstamos y metiendo aún más al país en la trampa de la deuda de los bancos. Para mediados de los ochenta, el desempleo oficial en Panamá alcanzó el 12% 19, y sus ciudadanos estaban en las calles una y otra vez 20 protestando contra las políticas económicas neoliberales.
Reid y yo devoramos el café y el pancito de masa blanca suave de El Copé que Esperanza sirve mientras se disculpa por no tener «mejor comida». Andrés explica: «los tiempos están duros con los militares de Noriega por todas partes y los precios de todo subiendo».
102 Esperanza habla
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Se refiere al general menos carismático y más corrupto que tomó el mando de las fuerzas militares de Panamá después de la muerte de Torrijos. Andrés continúa:
Las cosas están tan mal en la capital que los hijos a menudo no nos pueden ayudar. Tony y Sophia los dos perdieron sus trabajos por un tiempo hace un año, y Viviana y toda su familia se dieron por vencidos y se fueron a vivir bien lejos, en Darién, donde el gobierno está dando terrenos a los agricultores pobres para que los usen para sus cultivos. Yo espero ir allá este año y traer maíz para la casa.
«En este tiempo oscuro de Noriega, Gracias a Dios por nuestra Iglesia», Esperanza añade en un tono más alegre. Entonces se levanta para anunciar que todos debemos irnos inmediatamente para llegar a la casa de Nella a tiempo para su asamblea familiar.
En el patio de Nella cuento ocho personas ya sentadas que viven en este sector de Loma Bonita. Antonio Ortiz, de 23 años, uno de los actuales delegados de Loma Bonita, rasguea en su guitarra una alegre canción de la iglesia para iniciar la asamblea. Todo el mundo canta a coro. Entonces relata la historia de una familia de agricultores cuyo hijo de siete años murió de parásitos. «¿Por qué piensan que el niño tuvo parásitos?», pregunta. «Porque la familia es muy pobre para tener agua limpia», responde Esperanza. La conversación sobre la pobreza y sus impactos continúa, y la mayoría de las personas contribuyen con algo. Entonces Antonio pregunta si la gente piensa que se puede hacer algo al respecto de la pobreza. Él guía la discusión hacia la noción de «unidad», que la gente en la comunidad se debe ayudar mutuamente. «La fe, sí, es importante – dice – pero fe sin acción, no». Otra alegre canción conducida por Antonio y la reunión termina alrededor de una hora después de haber comenzado.
Todos se paran y van de persona en persona, tocándose las manos en señal de saludo. Hay una atmósfera cordial y amistosa en el patio, una sensación de alegría. Nella me dice que estas asambleas la hacen sentir menos sola ahora que sus hijos se están yendo para trabajar en la capital. Y me dice que se siente más libre para desahogarse aquí sobre «este terrible tiempo del general Noriega». Andrés añade que cuando trabaja en los proyectos de los Delegados de la Palabra, se siente tan tranquilo que no quiere detenerse.
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Más tarde, después de la cena en casa de Esperanza, la conversación regresa pausadamente a las formas en que los Delegados de la Palabra tratan de «poner en práctica la fe con acción». El año pasado los delegados empezaron una cooperativa de intercambio de trabajo para abordar la escasez de mano de obra y de dinero de todos, un intento para revivir la idea de las juntas, las cuales habían casi desparecido debido al crecimiento del trabajo asalariado migratorio. La idea era que los miembros donaran cierto número de días a la semana para ayudarse mutuamente en sus montes. «Nos metimos de una vez», dice Andrés: Las cosas comenzaron de lo mejor. Pero ahora tenemos problemas: algunos miembros recibieron, pero no dieron en retorno, otros tuvieron que irse para trabajar en las cañas. Dos familias ya se salieron. No sé si este grupo durará.
«Ahora los delegados están hablando de comenzar una cooperativa de comida», añade Esperanza. Ella no es muy optimista:
Me voy a meter porque me gustan las cosas cooperativas, pero todavía me acuerdo de lo que pasó con la última que trabajamos bien duro para organizar durante Torrijos. Cómo nuestro administrador de la tienda «se comió» toda la mercancía, y perdimos toda la plata que invertimos. Quizá con la ayuda de Dios esta va a salir mejor.
Andrés dice que no está seguro de que participará.
Después de la cena, Andrés se para a lavar los platos, y Reid lo sigue, con ganas de ayudar. Juntas a solas, Esperanza va directo a lo personal. «Noriega ha hecho las cosas aún peor para nosotros que antes. Todos estamos comiendo menos pollo y huevos y más yuca, y a veces nos saltamos el almuerzo o hacemos sopa en vez de comidas secas. La lucha es larga». Aún así, su fe produce esperanza y ella continúa con un tono más ligero.
No importa cuánto cueste, estoy contenta de que David está en la iglesia aquí. Cerca de nosotros. No en la ciudad. Yo trato todo lo que puedo para mantenerlo aquí. Cuando ganó plata en las cañas, le alenté a que se comprara una camisa nueva en vez de darnos toda la plata. Y para el desayuno, trato de darle huevo con yuca. Quiero que sienta que no tiene que ir a la ciudad para ser moderno. Rezo todos los días para que podamos ayudarlo y que Dios le ayude a seguir adelante.
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Adultez: Una voz destinada a ser escuchada (décadas de 1960, 1970 y 1980)
LA DÉCADA DE 1980 – HIJOS MIGRANTES EN LOS DÍAS OSCUROS DE NORIEGA
Cuando Viviana estaba chiquita, su familia la llamaba «joven Esperanza» por lo mucho que se parecía a su mamá. Tenía 13 años en 1969 cuando terminó la escuela primaria y con el permiso de sus padres se fue de Loma Bonita para laborar de trabajadora doméstica en Penonomé; ayudaba con las labores de la casa y un bebé de tres meses. Un año más tarde, su patrona se encargó de que fuera a trabajar a Panamá para una amiga de la familia.
Viviana tuvo miedo, pues nunca había estado en Panamá, pero lentamente se adaptó a la vida en la capital de una trabajadora doméstica que duerme en casa, una vida principalmente de trabajo bajo la vigilante mirada de una patrona. De una manera crucial, su vida en la ciudad se diferenció de la primera experiencia de Esperanza.
Viviana tenía muchos otros familiares jóvenes y amigas que también trabajaban y residían en la ciudad, los cuales pronto incluirían a sus tres hermanos.
Y así es como conoció a Bernardo Vega en 1975. Un domingo en la piquera de buses de Panamá, donde muchos migrantes rurales pasaban su único día libre, él estaba ahí con el hermano de ella.
Viviana y Bernardo se hicieron novios y a pesar de las advertencias de su madre; pronto quedó encinta. Sin embargo, Bernardo tenía otra mujer y no podía decidirse.
Antes del nacimiento del bebé, Viviana pasó su mes de vacaciones en Loma Bonita con sus padres. Esperanza deseaba que su hija se quedara en Loma Bonita hasta que el bebé tuviera la suficiente edad y entonces lo dejara con ella y Andrés para ir a trabajar en la ciudad.
«Con solo un niño – Esperanza me contó más tarde – Viviana podría trabajar y mandar dinero aquí para cuidar bien al bebé. Ella no necesita a ese hombre». Sin embargo, las cosas resultaron de otra manera. La patrona de Viviana se ofreció para hacer los arreglos con el fin de que Viviana diera a luz en un hospital de la ciudad y se recuperara luego en su casa. Viviana aceptó por la oportunidad de recibir mejor atención
médica, y también con la esperanza de que Bernardo la escogería a ella. Él todavía seguía indeciso tres meses después del nacimiento de Isabel. Por tanto, Viviana e Isabel se mudaron con Tony, que vivía en un cuarto grande alquilado con otras cuatro personas: su esposa,
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Noris, sus dos hijos, y su hermana Lety. Tenían electricidad y agua en el cuarto, pero compartían dos letrinas y regaderas con los inquilinos de los otros 19 cuartos en el edificio. Viviana enseguida encontró trabajo como empleada doméstica con una patrona a quien no le importaba que trajera a Isabel cuando fallaban otros arreglos para el cuidado de la niña.
Viviana y Bernardo al fin se juntaron cuando estaba encinta de su segundo hijo, y se mudaron a un cuarto alquilado cerca del de Tony. Su hijo, Sebastián, nació en septiembre de 1977. Con dos bebés que atender, las dificultades de Viviana aumentaron. Bernardo trabajaba en un supermercado, mientras ella se quedaba en casa con los niños y cuidaba los hijos de los vecinos para ganar dinero. Sin embargo, para fin de año cedió a los deseos de sus padres y a sus propias necesidades y se llevó a Isabel y Sebastián a vivir a Loma Bonita por un tiempo, para poder volver a trabajar de día a tiempo completo como trabajadora doméstica y ahorrar dinero para una mejor vivienda.
Cuando visité a Viviana dos años después, en 1979, ella y Bernardo estaban viviendo en el mismo cuarto con sus dos hijos. Ahí también estaba Lety que ayudaba a cuidar a los niños y asistía a clases de costura en la noche. Cubrir sus necesidades era todo un reto para Viviana y Bernardo; tan solo el cuarto, la comida y el transporte consumían casi la mitad de sus salarios. Esperanza continuaba ofreciendo su casa en Loma Bonita para la familia o los niños, pero Bernardo estaba rotundamente opuesto. Quería que sus hijos lo conocieran y quisieran, decía.
Las cosas entre Viviana y Bernardo eran turbulentas. Un domingo, los hermanos de Viviana y la mamá de Bernardo estaban de visita en la casa, saboreando galletas, sodas y cervezas. Bernardo llegó a la casa borracho y enojado. En frente de todos, agarró la camiseta de Viviana, la rasgó y luego salió huyendo. Meses más tarde cuando Sophia le hizo el relato a su madre, la respuesta de Esperanza fue: «Dile a Viviana que la próxima vez ella debería devolverle el golpe».
Cuando volví a visitar la familia en 1981, Bernardo todavía trabajaba en el supermercado y Viviana como trabajadora doméstica. No obstante, habían mejorado sus condiciones de vida. Junto con decenas de miles de otros migrantes de bajos ingresos, ella y Bernardo habían pagado un depósito de B/.10 a un funcionario del gobierno y recibieron un pequeño lote en lo alto de un cerro extremadamente empinado, en las afueras de la ciudad. Por el momento el alquiler era gratis en este
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Adultez: Una voz destinada a ser escuchada (décadas de 1960, 1970 y 1980)
«proyecto de urbanización» del gobierno. En su lote construyeron una casa de un cuarto con paredes de tablas, techo de zinc y piso de tierra. Poco después, Esperanza y Andrés vinieron de Loma Bonita y trajeron yuca, frijoles, papaya y plátanos para sembrar en el pequeño patio fuera de la casa, y también unas cuantas gallinas para que comenzaran la cría. Por su belleza, Viviana sembró papos rojos y otras flores. Viviana se sentía orgullosa de su primera casa y del progreso de los dos. Sin embargo, como señaló, quedaba mucho por hacer. La casa era sofocante durante el calor y la humedad del día y húmeda y fría cuando llegaban las lluvias. Estuve ahí cuando la lluvia convirtió el barrio entero en un gran alud de tierra y corrientes de agua corrían por debajo de la puerta de Viviana, dejando un lodazal y un enjambre de mosquitos. Como no podían pagar la luz eléctrica, aprendieron a conectarse ilegalmente a los cables externos para prender un foco, la televisión y una pequeña refrigeradora, pero velas, lámparas de kerosene y linternas de mano eran todavía una necesidad. Afuera tenían un barril de metal para recoger agua y, al lado, una regadera improvisada donde todo el mundo se bañaba rápidamente para evadir las hormigas arrieras que marchaban en fila por todas partes. Las letrinas en estas colinas hacinadas estaban tan cerca las unas de las otras que, como Esperanza siempre se quejaba, el hedor era terrible cuando las brisas soplaban en ciertas direcciones. Sus hijos replicaban: «Ya nos hemos acostumbrado».
Entonces en 1982, Bernardo perdió su empleo. En vista del estancamiento de la economía de Panamá, él y Viviana, como he indicado, decidieron seguir a la madre y hermanas de él a una área distante y despoblada en el bosque de la provincia de Darién a la que el gobierno nacional pregonaba como un lugar de abundantes tierras sobre las que se podían reclamar derechos posesorios.
Tan solo llegar allá era costoso y arduo. Por B/.6 por persona, hicieron el viaje de cinco horas en carro desde la ciudad de Panamá hasta el caserío de El Tirao en Darién, un viaje horrible en una carretera bordeada de baches gigantescos. Luego vino el trayecto de dos horas a pie en terreno plano pero increíblemente lodoso; cruzaron el río Sabanas por encima del tronco de un árbol derribado para que sirviera como puente.
Pero llegaron – con ambos niños. Después de quedarse con la familia de Bernardo por un tiempo, construyeron su propia casa de techo de pencas, paredes de tablas y piso de tierra. El río aledaño era su única
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fuente de agua para beber, cocinar y bañarse. La vida allá, Viviana relató más tarde, era «como volver a mi niñez cuando mi familia se mudó al “otro lado”». La única escuela en la región quedaba lejos, en Tirao, y la educación era lo que importaba para el futuro de sus hijos. De manera que Viviana se llevó a Isabel y Sebastián a vivir con sus abuelos, Esperanza y Andrés, para que asistieran a la escuela de Loma Bonita por el año. No obstante, no estaba contenta con eso. Como me dijo: «No considero esto un arreglo aceptable porque los niños no aprenden lo suficiente en Loma Bonita, y esto los podría atrasar más tarde».
Aproximadamente un año más tarde, con un nuevo hijo, Alexander, en sus brazos, Viviana se enteró de un secreto de familia que cambió su vida. Se le escapó a la hermana de Bernardo: él había violado a una mujer que conocía. Cuando Viviana confrontó a Bernardo y él lo negó, decidió que ella y sus tres hijos tendrían que dejarlo. Y porque lo conocía, esto significaba que tendrían que «fugarse». Tras un fallido intento para llegar a Panamá, se fio de un conocido que «tenía un camión y creía en la justicia». Él los llevó sanos y salvos a la casa de un cuarto de su hermano Tony, y de ahí Viviana fue a vivir con su hermana Lety y la hijita de ésta.
Viviana perdió todas sus posesiones en el curso de su huida, pero sobrevivió con la ayuda de su familia. Ganó dinero para la comida y la educación de sus hijos como ayudante de Noris, la esposa de Tony, en su negocio de comida y además lavó ropa, vendió hielo endulzado a los vecinos y cuidó a los hijos de sus hermanos y vecinos.
Viviana y Bernardo se hablaban solo de vez en vez después que ella lo dejó. Hasta un día de locos. Viviana y Lety estaban en el trabajo ese día, y Esperanza estaba en la casa porque había venido de Loma Bonita a ayudar con el cuidado de los niños. Bernardo entró repentinamente en la casa, levantó a su hijo Alexander y se marchó. Esperanza no tenía idea de qué hacer. Viviana sí. Después del trabajo, se fue directo a donde Bernardo estaba viviendo. Él le dijo que quería al bebé pero que ella podía quedarse con los otros niños. «Mis hijos no son pollitos que se pueden repartir», le dijo. En realidad, Viviana se había preparado antes para este momento. El año pasado, se entrevistó con una oficial del gobierno para preguntar si Bernardo tenía algún derecho a los hijos. Ninguno, le dijeron, puesto que él no estaba ayudando en nada. Según dijo la oficial, si él se lleva a los niños, Viviana debería regresar a la oficina inmediatamente. Sabiendo esto, Viviana amenazó a Bernardo. «Me das ese bebé, o mañana te voy a reportar con la oficial».
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Adultez: Una voz destinada a ser escuchada (décadas de 1960, 1970 y 1980)
«Coge tu hijo, pero no te voy a dar ninguna ayuda. Nada».
Ella nunca le pidió nada más.
Después de la separación de Viviana y Bernardo, Andrés me dijo: «Si Viviana decidió irse, tenía sus buenas razones». Esperanza dijo: «Mejor así. Ese hombre era malo para mi hija. Y él nunca me habló o dio nada, ni siquiera plata para el transporte cuando los visité».
1988 – LAS ILUSIONES PERDIDAS DE ESPERANZA
Para 1988 Panamá está en una profunda crisis política y económica debido a la decisión de Estados Unidos de procesar al general Manuel Antonio Noriega por tráfico de drogas y lanzar una guerra total para derrocarlo. En el proceso de cortar toda asistencia militar y económica, Estados Unidos destruyó la economía de Panamá y dejó hasta la mitad de la fuerza laboral sin empleo21
En Loma Bonita, Andrés está solo. Para alargar sus provisiones de comida come menos arroz y más sopa. Esperanza está en la ciudad por unas semanas para cuidar a sus hijos y nietos. David está principalmente en Penonomé pues se acaba de ganar una beca de seis años de estudios a nivel universitario para el sacerdocio.
En la ciudad, Tony, Lety, Viviana y Sophia – con sus crecientes familias – se las arreglan para sobrevivir la crisis económica, pero la lucha es grande. Los trabajos vienen y van cuando los empleadores los suspenden por periodos de tiempo más cortos o más largos. Sin embargo, ninguno dice que quiere regresar a Loma Bonita a vivir en el futuro previsible. Me dicen que por malas que estén las cosas en la ciudad, existe una oportunidad de ganar algo de dinero, y – lo más importante de todo – que la ciudad ofrece escuelas mucho mejores. Sus vidas giran en torno la educación de sus hijos.
Un día, muy entrada la tarde, Esperanza y yo nos sentamos en sillas de madera en el patio pequeñito afuera de la casa de dos cuartos de Lety, rodeadas en todas direcciones de casas de similar construcción. Esperanza critica a su familia entera.
Mis nietos no escuchan. Solo quieren jugar y sus padres no quieren que les pegue o grite. Y mis hijos, todo lo que hacen es comprar cosas que no podrían traer a Loma Bonita, cosas que necesitan electricidad, como televisiones y refrigeradoras. ¿Usted sabe lo que mis hijos les
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dicen a sus hijos cuando no estudian? «Si no estudias, te voy a mandar a Loma Bonita para que trabajes en el monte con tu abuelo». Loma Bonita es como un castigo.
Esa noche escribo en mis notas de campo: pienso que Esperanza está luchando por reconciliarse con este hecho de la vida, ni sus hijos ni sus nietos regresarán a vivir con ella y Andrés en Loma Bonita.
4.6 PERSPECTIVA MÁS AMPLIA: 1989, LA INVASIÓN DE ESTADOS UNIDOS CONTRA MANUEL ANTONIO NORIEGA Y PANAMÁ
Eran las 12:46 a.m. del 20 de diciembre de 1989 cuando el presidente George H. W. Bush violó los tratados del Canal de Panamá y el derecho internacional22, y dio la orden de proceder. En la total oscuridad, sin aviso previo, la primera bomba explotó23. En las siguientes 13 horas hubo 442 explosiones alrededor de la ciudad de Panamá. Para atrapar a un hombre, Manuel Antonio Noriega, Estados Unidos empleó 26,000 soldados y bombarderos Stealth. Mató entre varios cientos y varios miles de (principalmente) panameños pobres (y 27 ciudadanos estadounidenses), hirió a miles más, y dejó a 15,000 sin casa. Los militares de ese país la denominaron «Operación Causa Justa»24. Algunos analistas sostienen que la verdadera razón detrás de esta cruenta guerra contra Noriega no estaba relacionada con las drogas, sino con la intención de remplazarlo a él y a su ejército con dirigentes más dispuestos a cumplir con la política estadounidense en Centroamérica25. No fue hasta el 2018 que la invasión fue condenada por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, al encontrar a Estados Unidos responsable de múltiples violaciones a los derechos humanos26.
En 2022, la Asamblea Nacional de Panamá aprobó una ley que declaró el 20 de diciembre como Día de Duelo Nacional.
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Capítulo
5
Vejez: Puertas que se abren, puertas que se cierran (desde 1990 hasta 2019)
Como persona mayor de la familia y la comunidad, Esperanza ha seguido siendo una mujer en movimiento entre Loma Bonita y la ciudad. No obstante, ahora hace el viaje no para servir a extraños sino para ayudar a sus hijos y nietos a lidiar con la vida como ciudadanos urbanos que luchan por sobrevivir y mejorar su situación. Esperanza ha enfrentado logros y tragedias envueltos bajo la protección de su catolicismo.
Esta es la vida durante una época en la que la economía y la cultura globales se inmiscuyen directamente en Loma Bonita al traer mayor comercio y visitantes de afuera, aunque todavía no hay una vía fácil para salir de la pobreza. También es cuando parte de la tierra de Loma Bonita entra en el mercado capitalista nacional y global, convirtiéndose en propiedad al igual que «hogar» – la propiedad de compradores más ricos provenientes de las áreas bajas. En el proceso, el precio de la tierra se dispara y crea nuevas divisiones y conflictos en la comunidad.
1995 – EL TRIUNFO DEL HIJO DAVID
Hace dos años, a la edad de 71, Esperanza me dijo que había cambiado de parecer sobre la muerte.
Cuando Sophia llegó a los 15 años [en 1979] le dije a Dios: «Bueno, he vivido para ver a todos mis hijos crecidos y ahora me puedo morir». Pero ahora, Gloria, mire. Hoy Sophia tiene casi 30 años y todavía estoy aquí. Por eso ahora mi sueño es vivir para ver a David graduarse de cura. Mi hijo, un sacerdote.
Ahora, dos años más tarde, ella y yo conversamos sobre ese sueño. Estamos sentadas en el patio compartido entre las casas de Viviana y Lety en una barriada llamada El Mirador que está ubicada en lo alto de un cerro en las afueras de la ciudad de Panamá. Mañana, 21 de enero de 1995, seis jóvenes de comunidades rurales pobres de Coclé serán ordenados sacerdotes católicos. David Blanco Ruiz es uno de ellos. Las hijas de Esperanza se mudaron juntas a El Mirador, precisamente después de la invasión de los Estados Unidos a Panamá en diciembre de 1989. En ese tiempo, el lugar no tenía senderos, calles, medios de transporte, agua ni electricidad. Junto con sus vecinos, Viviana y Lety organizaron actividades para hacer mejoras y deshierbaron sus propios lotes para las casas que construirían bloque de cemento por bloque de cemento. Hoy, la casa de dos cuartos de Lety tiene un techo de zinc y pisos de tierra. La mayor parte de sus modestos ingresos como modista van para los gastos de la escuela de su hija de 13 años, y para ayudar a sus padres y hermano David en el interior. La casa de tres recámaras de Viviana, de bloques de cemento, donde vive con sus cuatro hijos, está más acabada con pisos de cemento y ventanas
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Foto 5.1 Proyecto de urbanización, ciudad de Panamá, construyendo una casa poco a poco, bloque por bloque, 1990.
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de vidrio. Aunque su sueldo como trabajadora doméstica es más bajo que el de Lety, recibe ayuda económica de su novio de hace cinco años, un hombre mayor que es casado pero que Viviana dice que la trata bien (así como a su esposa e hijos).
«¿Cómo se siente con la ordenación de mañana?», pregunto. «Nerviosa», dice Esperanza. En estos últimos tres días ha estado tomando una pastilla de Valium para estar «tranquila y feliz, pero no llorar».
Todo el mundo que me conoce dice qué gran logro es tener un hijo que estudia para ser sacerdote. La gente que no me conoce ven a David en Loma Bonita y lo admiran y piensan que su mamá debe ser alguien importante. Cuando ven que solo soy yo, me gusta decirles el dicho: «de un viejo tronco sale una flor».
Evocamos la travesía de 16 años que David y toda la familia hicieron para llegar a este momento. Yo digo: «Me acuerdo de ese día en 1979 cuando lo escogieron como el primer delegado (de la palabra) de Loma Bonita. Ese fue el principio».
«Sí – dice Esperanza – ha sido un largo, largo camino». Se acuerda del tiempo en que David era delegado, y no tenían dinero para ayudarlo. «Entonces sucedió un milagro. Llegó un hombre a la casa y compró B/.15 de naranjas, y pudimos enviarle a David B/.10».
Quiero decirle a Esperanza que he calculado que, en los últimos 16 años, ella y Andrés han logrado contribuir con más de B/.2,000 para la educación de David, sin incluir la comida que le proporcionaron cada semana durante años, o el dinero y los regalos de sus hermanos, o la pérdida de 10 años de su trabajo para la familia. Pero no digo nada de esto. Hoy es un día para celebrar, no analizar.
Viviana sale de la cocina con un paño mojado y tibio para la nariz de Esperanza y nos regaña por estar sentadas bajo un árbol de aguacate que nos da sombra solo parcialmente. Cuando estuve aquí hace dos años, Esperanza había estado cuidándose una llaga a un lado de la nariz que no sanaba. Viviana la había llevado al doctor, que había diagnosticado cáncer, pero cuando mencionó una operación, ni Viviana ni sus hermanos tenían seguro para cubrir los costos médicos de su mamá. Además, Esperanza había dicho que «no». No, no dejaría que nadie la cortara.
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Sin embargo, David había salvado a su madre. Esperanza describió cómo.
Cuando David estuvo en Panamá el año pasado, conoció a una enfermera llamada Mariela que había crecido en Penonomé. Nunca había estado en un lugar como Loma Bonita y quería que David la trajera aquí, aunque él le había advertido acerca de las lomas empinadas que hay que subir a pie y la falta de electricidad y plomería interna. Cuando vino, me puse un vestido bonito, incluso zapatos, pero lo que Mariela notó fue la llaga sangrante en la nariz. Me propuso llevarme a que me examinara un doctor que ella conocía en Penonomé. «¿Y el dinero?», le pregunté. «No se preocupe», me había dicho. «Yo puedo arreglar eso». David insistió también, y yo no podía decirle no a mi hijo.
Y así fue cómo a Esperanza por fin «la cortaron» los doctores de Penonomé primero para una biopsia, y después los especialistas de cáncer en Panamá. Mariela hizo los arreglos iniciales y el hijo de Esperanza, Tony, pudo afiliar a su mamá a un seguro médico mediante su trabajo de construcción. Como persona adulta mayor de bajos ingresos, Esperanza tan solo pagó una tarifa de B/.20 por cinco días de hospital.
Ahora, tres meses después de la operación, todavía está bajo el cuidado de sus hijas en El Mirador, mientras Andrés cuida su casa en Loma Bonita. Sus ojos oscuros y labio inferior protuberante siempre activo dan vivacidad al rostro de Esperanza, pero la roja cicatriz de 2.5 centímetros a un lado de la nariz lo distorsiona un poco. Un pequeño precio que pagar.
El gran día ha llegado. La ordenación de David. Antes del amanecer en El Mirador, 20 de nosotros nos metemos en el bus verde con blanco contratado por la familia con rumbo hacia la iglesia de Penonomé. Andrés se encontrará con nosotros allá. La anticipación llena el ambiente. Esperanza lleva puesto un vestido nuevo de algodón verde diseñado y cosido por Lety. Quería vestirse de verde, me dice, «porque significa esperanza, la esperanza que he llevado todo este tiempo por el éxito de David».
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5.1 PERSPECTIVA MÁS AMPLIA: LA DESIGUALDAD, ESTILO CIVIL – LOS AÑOS NOVENTA
Mientras las bombas caían en la ciudad de Panamá la noche de la invasión de Estados Unidos de 1989, los hijos citadinos de Esperanza y Andrés estaban reunidos con sus vecinos en sus patios, muertos de miedo y trataban de imaginar un mundo sin el general Manuel Antonio Noriega. Mientras tanto, en una base estadounidense cercana, funcionarios de ese país estaban instalando en secreto a Guillermo Endara1 en el poder como el primer presidente civil posterior a la invasión. Estados Unidos capturó y se llevó a Noriega a una prisión, pero dejó a Endara enfrentando una economía en ruinas con una inmensa deuda externa. Para ayudar a dirigir el camino, Endara nombró a un gabinete que incluyó a miembros de la oligarquía blanca del país, quienes habían sido purgados del control político durante las dos décadas de gobierno militar de Panamá. La élite del país estaba de vuelta en el poder.
Los gobiernos civiles de la década de 1990, al igual que sus predecesores militares, acudieron a Estados Unidos y prestamistas internacionales para aún más empréstitos. Como antes, su cumplimiento con las «exigencias neoliberales» de los prestamistas a menudo vino a expensas de la mayoría de los panameños. La clase trabajadora, por ejemplo, sufrió con las nuevas políticas y reformas laborales que dieron mayor facilidad a los patrones para transferir a sus empleados, reducir sus horas o despedirlos. Los derechos de los pueblos indígenas se vieron amenazados por las concesiones mineras a compañías extranjeras en tierras comarcales. Un informe del Banco Mundial en 19992 describió a Panamá como un país en donde «los más pobres son muy pobres y los más ricos, muy ricos», donde la desigualdad de ingresos estaba entre las más altas del mundo. El 37% de los panameños estaba viviendo en la pobreza, incluyendo la mitad de los niños del país. Los panameños protestaron en contra las políticas neoliberales del gobierno en la década de 1990 mediante manifestaciones masivas, boicots y huelgas.
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Para las 8:30 a.m. estamos en la iglesia donde más de 500 personas, muchas de ellas de Loma Bonita, están apiñadas en una pequeña área exterior. Cuento un arzobispo y un obispo y cerca de 30 sacerdotes ataviados con casullas almidonadas. El sudor corre como el agua mientras esperamos y esperamos la llegada del presidente de Panamá. Entonces el evento solemne comienza. Le susurro a Esperanza y Andrés, «David se ve muy guapo con su cabello negro, bigote y barba. Él es el primer graduado de la universidad nacido y criado en Loma Bonita». Irradian felicidad.
Una semana más tarde, estamos sentados, agobiados por el aire caliente, afuera de la iglesia de Loma Bonita donde cientos de personas están aglomeradas en un lugar muy chiquito. Entre ellos están jóvenes migrantes que han regresado de la ciudad engalanados con lo último de la moda urbana que resalta mucha piel al desnudo y zapatillas, algo que dista mucho de la indumentaria de incluso hace una década. Durante el pasado mes, mucha gente de cerca y lejos han excavado, serruchado, cortado, martillado, clavado, plantado y cosechado a fin de estar listos para este día en el que el padre David oficiará su primera misa. Algunos me han contado lo emocionados que están de que un hombre que creció en estas montañas y entiende lo que es la vida realmente haya alcanzado una posición tan estimada como la de «Padre». Me dijo uno: «Se siente como que estamos haciendo historia». Un obispo, un monseñor y aproximadamente 20 sacerdotes ya están aquí cuando el pick-up por fin trae a David y a otro sacerdote. Pronto David se para en frente del púlpito, su blanca casulla en contraste con el negro carbón de su barba. Salvo los llantos de los bebés, reina el silencio. Él celebra la misa. Me sorprende cuán profunda, a veces retumbante, se ha convertido su voz. El padre David está madurando como sacerdote.
2001 – EL LARGO RECORRIDO DE MAMA NATALIA
Acabo de regresar a Loma Bonita desde la ciudad de Panamá este soleado día de febrero y Tina me da la mala noticia. Sin dudarlo corro hacia la casa de Andrés y Esperanza donde ella me saluda en el patio con una expresión sombría. Señalando con su protuberante labio inferior hacia la casa, me dice: «Mama está adentro en la recámara
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habla
Vejez: Puertas que se abren, puertas que se cierran (desde 1990 hasta 2019)
chiquita». Entro a la casa y muevo la cortina que sirve de puerta de un cuarto muy pequeño que huele a orina; solo hay una cama y unos cartones amontonados a lo largo de una pared. En la luz tenue veo que Natalia Ruiz, de 98 años, está sentada en la cama. Me ve y sonríe. «Oh, es usted», me dice. «¿Cómo está?».
Me alegra y sorprende que se acuerde de mí. Ha tenido serios problemas con la memoria en estos últimos años y no se acordó de mi nombre la última vez que la vi. Pero entonces, me pregunta, «¿Adónde dejó su caballo?». Es claro que no tiene idea de quién soy. Me le acerco para que me pueda escuchar. El oído le ha estado fallando por dos décadas y ahora las conversaciones son a gritos.
«¿Cómo está?», le grito. Está mirando mi cinturón de cuero negro que está al nivel de sus ojos.
«¿Qué es eso?», me responde en alta voz.
«Una correa».
5.2 PERSPECTIVA MÁS AMPLIA: 1999 - ESTADOS UNIDOS DEVUELVE EL CANAL DE PANAMÁ
A las 12 del mediodía del 31 de diciembre de 1999, como estipularon los Tratados Torrijos - Carter, Estados Unidos devolvió el Canal de Panamá al igual que B/.30 mil millones en propiedades asociadas a este y todas las instalaciones militares estadounidenses.
Ese día, Mireya Moscoso, la recién electa presidenta de Panamá, exclamó «El canal es nuestro» mientras izaba la bandera panameña en el Edificio de la Administración en la extinta Zona del Canal anteriormente bajo el control de Estados Unidos. En realidad, los panameños han estado manejando el canal de manera exitosa por una década; más del 70% de los gerentes del canal y la mayoría de los operadores del equipo flotante ya eran panameños3. Muchos esperaban que esto marcara el final de más de un siglo de imperialismo estadounidense en su país.
En la lejanía de Loma Bonita, el padre David escucha la ceremonia en su radio. Se siente feliz y orgulloso de Panamá. Nadie más en la familia presta mucha atención al evento; están ocupados trabajando.
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«¿Tienes algo de dinero?», me pregunta.
«No».
Me siento en el borde de la cama y tomo su mano. «Señora Natalia, lamento que tuviera una mala caída».
«Gracias, hija. Voy a descansar ahora», dice y cierra los ojos.
Acompaño a Esperanza y Andrés afuera, cerca de la cocina, y describo la conversación. A pesar de la gravedad de la situación, nos da una risa incontenible lo de «la posible ubicación de mi caballo».
Hacemos remembranza de la vigorosa vida de Natalia. Recuerdo lo impresionada que estuve en 1993 al ver a Natalia a sus 90 años subir las escarpadas lomas entre Frailecito y su casa en Loma Bonita.
Pero más tarde en esa década, Esperanza trae a colación:
Mama perdió la habilidad de caminar y subir las lomas. Así que las hermanas y hermanos nos reunimos y decidimos que ella no podía vivir sola; nos íbamos a turnar cuidándola por cinco meses cada uno.
Entonces, un día durante el turno del hermano de Esperanza de cuidar a Natalia, ella «se escapó» de su casa. Una vecina la encontró horas más tarde deambulando por la quebrada escasamente vestida. Esperanza fue a casa y se lo dijo a Andrés. Su consejo: «Tráela para acá. Lo que comemos, ella comerá también». No obstante, la presencia de Natalia en la casa de ellos complicó grandemente sus vidas. En la pasada década Esperanza y Andrés habían estado viajando por turnos a El Mirador para ayudar a Viviana y Lety, ambas madres solteras. Después de todo, Esperanza había dicho, alguien tenía que proteger sus casas de los ladrones cuando iban a trabajar. Y alguien tenía que encargarse de los dos nuevos bebés que llegaron en 1998 y 1999, cuando Lety y la hija de Viviana, Isabel, dieron a luz a varones. Ahora que tenían que cuidar a Natalia, Esperanza y Andrés a veces tenían que llevarla con ellos a la capital.
Cuando visité la familia en El Mirador a finales de 1999, Natalia estaba allá. El turno de Esperanza en la ciudad estaba por terminar y Andrés la reemplazaría pronto. Esperanza estaba lista para regresar a su casa de Loma Bonita. «Estoy cansada del ruido constante de perros atados que conversan con sus ladridos», me dijo.
«Pero cuando esté en Loma Bonita, estará completamente sola», le señalé.
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«Sí, pero tranquila y contenta viendo mis gallinas y pollitos chillones», dijo a la vez que se levantó para aletear y graznar por un momento. Entonces se puso seria.
Si me muero sola una noche, Dios estará allá. Ya he planeado mi entierro. El sobrino de Andrés, Narciso, hará la caja y cavará el hueco. Tina y mi otra vecina, Nella, matarán y cocinarán los pollos y avisarán a mis hijos sobre los gastos. Saben que hay que enterrarme rápidamente y no esperar a mis hijos que podrían no tener suficiente dinero para llegar allí rápido.
Semanas más tarde, cuando Andrés estaba de guardia en El Mirador, Natalia no se cansaba de pedir que la llevaran de regreso a su casa y su monte en Loma Bonita. Él por fin accedió y la trajo a «su casa». Sin embargo, las cosas no marcharon bien. «Se ha puesto fuera de control», Esperanza me había dicho un día de febrero de 2000.
Anoche Andrés la agarró prendiendo fósforos y cuando la regañé, trató de pegarme. Me dijo: «Quiero irme a mi propia casa donde nadie me regaña, donde puedo hacer grandes bollos cuando quiero». Andrés dice que ya él no puede cuidarla. Cuando voy a la ciudad, tendré que llevarla conmigo.
Pregunto, «¿No sería más fácil quedarse aquí en Loma Bonita con ella?». Ella contesta, «¿Pero entonces quien ayudaría a mis hijas para que puedan trabajar?».
Esperanza dejó a su mamá con Viviana y Lety en El Mirador por el siguiente año, y ella misma se quedó gran parte de ese tiempo allá. No obstante, Natalia nunca dejó de implorar a todo el mundo que la llevaran de regreso a Loma Bonita, y Esperanza decidió en febrero de 2001 tomar en cuenta las súplicas de su mamá. El viaje de retorno fue complicado. Tuvieron que cargar a Natalia por una bajada de tierra muy escarpada desde la casa en El Mirador hasta la cima de una destartalada escalinata de piedra de lo más inclinada. Entonces tuvieron que conseguir que bajara muchos escalones hasta mi carro que aguardaba arriba en un camino pavimentado súper empinado. En esto tuvimos éxito y llegamos a El Copé, el final del camino para
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mi carrito. Y aunque la espera en El Copé por un transporte a Loma Bonita fue larga y el aire de la tarde estaba como el interior de una sauna brutalmente caliente, Natalia llegó a Loma Bonita ese día.
Fue poco después de su retorno a Loma Bonita que Natalia se paró de la cama a media noche y tuvo la terrible caída que me trajo corriendo a su casa hoy para visitarla. Todavía está muy adolorida para salir de la cama.
Esperanza y Andrés, casi con 80 años, no pueden atender muchas de las necesidades de Natalia, por lo que tan pronto como sea posible moverla, Lety se ha ofrecido a cuidar a su abuela en El Mirador por dos meses. Lety está actualmente desempleada, pero gana dinero como modista desde su casa mientras se ocupa de su bebé y un sobrino. Espero que con el cuidado amoroso de Lety, la próxima vez que visite a Natalia ella esté contenta de estar en El Mirador y se acuerde de que no tengo caballo.
Le toma a Esperanza unos pocos minutos para acordarse de dónde está en el momento que abre los ojos esta mañana de agosto en El Mirador. Es así porque ahora viaja cada dos semanas entre Loma
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Foto 5.2 Ayudando a Natalia a bajar unas escaleras empinadas
Vejez: Puertas que se abren, puertas que se cierran (desde 1990 hasta 2019)
Bonita y El Mirador, donde su mamá está bajo el cuidado a tiempo completo de Lety y Viviana. Esperanza ha estado en la ciudad por una semana, satisfecha de que Natalia se ve estable, aunque necesita ayuda para todo. No hace mucho le pregunté a Esperanza sobre las cosas en su vida por las cuales ella está más agradecida. Alto en la lista estaba: «Mi mamá todavía está con nosotros, un poco loca pero aquí». Esperanza se viste y camina los tres metros de la casa de Lety, donde ella duerme, hasta donde Viviana. Natalia todavía está acostada. Con la ayuda de Sebastián, el hijo mayor de Viviana, Esperanza baña a Natalia y le pone un vestido de casa azul. Su mamá come un buen desayuno de pan, café y un huevo.
El sol está fuerte cuando Lety, Esperanza y Sebastián ayudan a Natalia a moverse a un área en el patio entre las dos casas donde la familia ha acomodado una mesa, varias sillas, una máquina de coser y una camita para las siestas de Natalia. De esta manera Lety puede hacer sus costuras sin dejar a Natalia sola.
En la cena, a Natalia se le hace difícil tragar el arroz, por lo que Sebastián viene al rescate con un poco del yogurt que le gusta. Pronto es hora de acostarse y Sebastián lleva a su abuela a la recámara que comparte con él y su mamá. Viviana ya regresó de su trabajo. «Abuela – dice – vamos a dormir». Natalia sonríe. Son las 10 p.m.
Viviana tiene unos sueños inquietantes con su abuela. A las 3 a.m. se despierta, como lo hace todas las noches, para ayudar a Natalia a orinar. «Abuela, párate» susurra y la toca levemente. No hay respuesta. Ella intenta otra vez. No hay respuesta. Entonces comprende. Su abuela no está respirando. Murió mientras dormía. Viviana va corriendo con su dolor a la casa de Lety.
Siguen las lágrimas, el caos y el apuro a medida que todos tratan de resolver lo que deben hacer. Sin un teléfono cerca, la primera prioridad es contactar al resto de la familia. Lety y su esposo corren a la estación de policía del área para informar el fallecimiento y utilizar su teléfono para llamar a la tía María de Lety y su hermano David que, a su vez, le avisaría a Tony y a Andrés en Loma Bonita.
Este sábado por la mañana – 25 de agosto – en El Mirador, la familia entera está en movimiento. Lety me diría más tarde: «Todos estábamos tan desesperados. Fue lo que Dios quiso y ni siquiera habíamos tomado una taza de café para ayudarnos a andar corriendo por ahí con nuestro dolor».
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La hija mayor de Viviana, Isabel, toma un bus para Colón para traer a su tía Sophia a El Mirador. Lety corre a su iglesia para cancelar sus compromisos y luego agarra un bus rumbo al apartamento de la tía María para compartir la pena y planear el entierro. Una vez en casa de nuevo, Lety se acuerda del «vestido». Hace muchos años, su abuela le había dicho esto: «Cuando me muera, me gustaría que me entierren con un vestido blanco que me cubra los pies y de mangas largas». Lety sale corriendo otra vez para comprar el material para coser el vestido. Más tarde cuando ella y Viviana peinan el cabello de Natalia, le ponen el vestido largo blanco, le entalla de lo mejor. Tal como ella quería.
Mientras tanto, llevar a Natalia a la morgue es una prioridad. David les había dado instrucciones de que contactaran a la policía para que la trasladaran allá. Cuando la policía llega, envuelven el cuerpo de Natalia en una sábana y lo bajan por la empinada loma y escalinata hasta su furgoneta. Los miembros de la familia siguieron detrás y presenciaron el más triste de los momentos. Como me contó Tony más tarde: «Esos dos policías sencillamente tiraron el cuerpo de abuela en la parte trasera de su camión como si fuera un saco de yucas, o un perro. Todos lloramos cuando se marcharon».
Sophia y varios otros tenían una tarea distinta. Reclutaron a un familiar que tiene un carro para que los llevara a una funeraria. Compran el ataúd más barato por B/.150, pero no pueden pagar una carroza que lleve el cuerpo de Natalia a Loma Bonita para el entierro. En cambio, David encuentra un conocido con un pick-up; por B/.100 llevará a Natalia a su hogar en Loma Bonita el lunes. En el medio de todas estas necesarias tareas, un flujo constante de familiares y amigos de la ciudad se congregan en El Mirador el sábado y domingo. Esperanza, sus hijos y los hijos de estos están cocinando, sirviendo, llorando, riendo y contando cuentos.
El lunes, Viviana, Lety y Tony se montan en el pick-up que transporta el ataúd de su abuela en la parte de atrás. Cuando llegan a la casa de Esperanza y Andrés en Loma Bonita, el aroma de café y el murmullo de la gente flota en el aire. Andrés está haciendo la sopa.
Toda la noche la familia cocina bollos y otras comidas, en preparación para los rezos de mañana y luego el entierro en el cementerio. La gente viene a ver el cuerpo, recitar oraciones y despedirse de Natalia Ruiz Herrera. Nació el 3 de julio de 1901, antes que Panamá fuera incluso un país y vivió hasta los 100 años. La persona más anciana en Loma
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Bonita y quizá en la región entera. Dejó seis hijos vivos, 30 nietos y todos los hijos de ellos. Sophia me diría más tarde: «Estoy agradecida que Dios le dio a mi abuela 100 años y que murió en paz». Yo también estaba agradecida por el raudal de recuerdos que Natalia dejó. Como las veces que iba a su casa y pasaba la noche. Me enseñó a enrollar y fumar el tabaco negro, y se nos iba la noche conversando. Natalia me obsequió un dicho de su generación que me ha servido de enseñanza desde entonces: «Poco a poco la vieja come el coco, aunque no tiene dientes».
Meses más tarde, Esperanza calculó que los costos del funeral de Natalia sumaron alrededor de B/.500, y otros cientos más en comida. Las contribuciones de numerosos familiares y amigos proporcionaron casi B/.300, al igual que mucha de la comida. «Por suerte – me dijo –Andrés y yo teníamos casi B/.400 en ahorros, la mayoría en la cuenta de banco que David nos ayudó a abrir el año pasado. Si no, hubiéramos tenido que enterrar a Mama en la ciudad, y ella no hubiera podido venir a casa a descansar en paz».
2011 – ESPERANZA Y SU ESPOSO ANDRÉS A LOS 90
A medida que me acerco a la vivienda de Esperanza y Andrés para desayunar en esta brillante mañana de febrero con un límpido cielo celeste, me voy acordando de lo que Esperanza una vez dijo sobre su casa: «En esta vieja casa de quincha donde vivo, la gente vendrá a mi velorio». Se equivocó. En vez de esa estructura de quincha de tres piezas, ella y Andrés ahora viven en una casa de bloques de cemento con una sala y cuatro dormitorios. En la parte de atrás está la pequeña cocina interior con piso de tierra. Afuera, pegada a la cocina hay una regadera pequeñita que han construido, cerrada por tres paredes de zinc y una cortina plástica blanca por «privacidad». La vieja cocina externa todavía está en pie con su fogón alto hasta la cintura, y también la letrina a la cual se llega por la misma difícil e inclinada bajada sobre piedras ásperas e irregulares. José, el esposo de su hija Sophia – trabajador de la construcción – hizo esta vivienda en 2007, con la ayuda de varios miembros de la familia. Se pagó con las contribuciones de los hijos de Esperanza y Andrés y la venta de la pequeña finca de café de Andrés. La electricidad todavía no ha llegado a Loma Bonita y las señales de los celulares solo alcanzan
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los cerros más altos, pero en esta casa, gracias otra vez a la ayuda de los hijos, hay dos tomacorrientes y una televisión alimentada por un panel solar instalado por José.
«¡Uiy, uiy!», grito cuando llego. Como siempre, Esperanza y Andrés contestan mi llamado desde el interior de la casa. Andrés sale a saludarme. Está encorvado por el trabajo y todavía flaco como una lanza a los 90 casi años de edad. Viste pantalones grises holgados y una vieja camisa anaranjada al revés, cutarras y un sombrero deshilachado que cubre el cabello ahora mayormente blanco.
«¿Cómo se siente esta mañana?», pregunto y me doy cuenta de que sus ojos se le han puesto gris azul con la edad.
«¡Ave María!, me duele la rodilla izquierda. Y esta otra también. Y mis pies están que arden. Me levanté dos veces anoche y me puse un poco de mentolado para poder volver a dormir».
Me cuenta su sueño.
La muerte vino a mi cama y se acostó. Vestía de blanco. La toqué y era puro huesos. Pero ella no me tocó. Un amigo me dijo que esto no era la muerte; dijo que la muerte es gris y te toca. En mi sueño, el cielo es hermoso, una mansión inmensa donde puedes ver a todos los que se han ido.
Andrés está más débil cada vez que vengo; una vuelta de 10 minutos a la abarrotería de la comunidad ahora lo deja sin aliento. No ha podido trabajar de manera regular en su monte o finca de naranjas por casi 20 años, pero nunca ha dejado de anhelar estar ahí. A pesar de las caídas, algo que preocupa a sus hijos, él todavía trata de ocuparse de las tareas agrícolas ligeras cerca de la casa y anda por ahí con su machete amarrado a la cintura. Además de una tos fuerte de más de 10 años que su curandero no ha podido quitarle, está luchando contra el desgaste de la vista y el oído. De todas formas, su sentido del humor está intacto. Después de describir la belleza del cielo, se ríe traviesamente, «Pero prefiero estar aquí en este mundo feo». Esperanza nos llama a la cocina para desayunar. Ella tiene más energía que durante mi último viaje de campo, cuando sufría de una infección en las vías urinarias y tos. Dice que se siente bien, a pesar de la caída en la que se le quebró una costilla cuando cosechaba yuca hace unos meses.
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Recientemente probó su destreza. Su hijo Tony y su prima, María habían estado de visita de la capital y se estaban preparando para regresar allá con naranjas de la finca de Esperanza. Tony acababa de irse para llevar sus sacos a la carretera y esperar el transporte a El Copé. María, de 81 años, trató de levantar su saco de 25 libras, pero no pudo. Yo tampoco podía ayudar porque tenía las manos vendadas de una cirugía reciente. Así que Esperanza agarró el saco entero, lo alzó sobre el hombro y extraordinariamente lo llevó a la vía. Ella tiene 89 años. Andrés y yo nos sentamos en bancos afuera de la cocina y Esperanza nos sirve yuca sancochada y un huevo frito. «Buenos días», grita Nella desde la puerta principal. «Entra», le contestamos a esta vecina recientemente contratada por los hijos de Esperanza y Andrés para que les trabaje un par de horas en la mañana y en la tarde. Por B/.80 al mes, esperan que Nella haga algo de cocina y limpieza, esté atenta a ellos y les brinde compañía. Es una cincuentona vivaz a quien le gusta conversar y bromear con facilidad. Y es fuerte; la semana pasada la vi bajando una loma empinada con un saco de 50 libras de naranjas a cuestas.
Cuidar a Esperanza y Andrés se ha convertido en un gran reto para sus cinco hijos. Ninguno puede venir a vivir a Loma Bonita permanentemente. Todos todavía trabajan, excepto Viviana que se pensionó por motivos de salud, pero se encarga de sus nietos en la ciudad. Ni Esperanza ni Andrés quieren mudarse a la capital; les gusta visitar, pero luego retornar a sus pollos y su casa, «a nuestra tierra, nuestro hogar». Para mayor complicación, Esperanza y Andrés no se están llevando. Viejos resentimientos han llevado a peleas entre ellos, lo que deja a sus hijos tratando de entender si separarlos o mantenerlos unidos pero acompañados de otra persona. Esperan que la presencia de Nella pueda ser suficiente.
2011 – CUANDO LA TIERRA SE CONVIERTE EN PROPIEDAD CAPITALISTA AL IGUAL QUE «HOGAR»
Durante este viaje de campo en 2011, me concentro en aprender sobre la venta de tierras de Loma Bonita a forasteros de las áreas bajas. Estas ventas empezaron hace aproximadamente una década cuando el gobierno ensanchó, aplanó y luego asfaltó la carretera hacia el oeste desde El Copé hasta Loma Bonita y más arriba. A pesar de una miríada de problemas de construcción que vino después, esta carretera de dos carriles abrió la puerta a cambios importantes en estas montañas,
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incluyendo el control de las tierras. Personas de afuera con dinero de sobra, empezaron a ver esta área montañosa como un lugar para ellos por el clima más fresco y las vistas impresionantes, especialmente en las partes más altas del cerro. Y había mucha gente muy pobre que estaba dispuesta a venderles tierras a bajos precios – perfecto para una inversión o segunda casa como «turista residencial».
Comenzaron a aparecer compradores potenciales de las tierras bajas, una situación que presencié mientras visitaba a Cristino Blanco hace dos años, en 20094. Estábamos en el patio de su casa de bloques de cemento de tres cuartos, que estaba ubicada cerca de la entrada de uno de los cerros de Loma Bonita. De repente escuchamos el inusitado sonido del motor de un auto que descendía lentamente el inclinado camino de tierra que serpenteaba desde más arriba por ese cerro y pasaba por su casa. Un todoterreno negro, tan ancho como el mismo camino, se detuvo donde estábamos sentados. La ventana polarizada bajó con un crujido y un hombre con lentes oscuros gritó: «¿Vende algunas tierras? No había nadie en la casa arriba de usted». Cristino le respondió con un grito. «Hoy no. Quizá más adelante». La ventana polarizada subió y el hombre se alejó.
En ese tiempo, en 2009, Cristino era uno de 11 miembros de la comunidad – ocho varones y tres mujeres – que habían vendido parcelas de sus tierras a 26 diferentes forasteros, la mayoría de ellos comerciantes ricos o profesionales panameños de la capital o de algún pueblo de los llanos de Coclé. Cristino ya había hecho cinco o seis de estas ventas que medían desde unos cuantos cientos de metros cuadrados (12 m2 equivalen aproximadamente al tamaño de una plaza de aparcamiento para un carro) hasta ocho hectáreas. Sus razones para vender fueron similares a las de los otros 10. En sus palabras:
Yo sé que hay gente que se opone a vender. Dicen que está mal dejar que extraños – que podrían ser narcotraficantes – se apoderen de nuestras tierras. Pero, dígame Gloria, ¿qué es lo que debe hacer un viejo de 77 años? Ya no puedo trabajar, pero tenemos necesidades. Con el dinero de estas ventas construí esta casa, conseguí tuberías para agua corriente adentro y afuera y pagué mi operación de hernia. Y a mi edad, ¿qué tenía que perder con la venta de tierras bien arriba en el cerro, cuando de todas maneras no podía sembrar? Mis hijos y nietos viven en Panamá y no regresarán para quedarse.
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5.3 PERSPECTIVA MÁS AMPLIA: EL TURISMO EN CENTROAMÉRICA Y PANAMÁ DESDE 2000
En 2012 la sección de viajes de The New York Times resaltó a Panamá como un destino turístico deseable cuando le otorgó el primer lugar en su lista de «los 45 lugares para visitar»; de nuevo en 2019 Panamá obtuvo el cuarto lugar en su lista de «52 lugares para visitar»5. El turismo ha sido una fuente clave de ingresos nacionales, producto nacional bruto (PNB) y divisas en la mayoría de los países latinoamericanos desde la década de 19906, y en Centroamérica desde alrededor de 2000. Panamá ha encabezado este crecimiento explosivo más reciente7. Los prestamistas internacionales, como el Banco Mundial y el FMI, han estado detrás del impulso para promover el turismo por todas partes cuando han exigido que a cambio de sus préstamos los países eliminen las barreras al comercio exterior y acojan industrias globales de servicio, como el turismo. Los gobiernos panameños han cumplido con la introducción del turismo de playa, turismo cultural, ecoturismo y especialmente, como en otras partes de Centroamérica, «turismo residencial». En un esfuerzo para atraer a jubilados, especialmente a extranjeros adinerados, para que se radiquen en el istmo como turistas residenciales – al igual que a inversores y promotores turísticos para que construyan esas viviendas – el gobierno creó incentivos, tales como requisitos fáciles de visado, descuentos en la atención médica, reducciones de impuestos y permiso para exportar ganancias fuera de Panamá8.
Estas medidas han dado resultados. En 2009 el turismo, incluyendo el turismo residencial, estaba generando tantos ingresos como el Canal de Panamá; para 2014, casi el doble9. Sin embargo, ¿quiénes se han beneficiado? Según estudios realizados en dos áreas que el gobierno panameño ha destinado para el turismo residencial – las montañas de Boquete y las playas de Bocas del Toro –, una vasta riqueza ha ido principalmente a extranjeros y la élite panameña. Muchos lugareños, en cambio, se han tenido que enfrentar a exorbitantes precios de las tierras y viviendas, mayor costo de vida, congestión de tráfico y deterioro en los sistemas de agua y acueductos, al igual que una creciente desigualdad y conflictos en sus vidas cotidianas10. ¿Ha de ser este el futuro de Loma Bonita también?
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«¿Entonces, ¿quién vivirá en Loma Bonita en 10 años?», le pregunté a Cristino. Se encogió de hombros.
Dos años más tarde, en 2011, he venido a Loma Bonita a explorar los impactos de las ventas de tierras en la vida de la comunidad. Cuando llego a la casa de Esperanza y Andrés para desayunar hoy, Esperanza ya está vestida y lista para partir. Ella y Tina me han pedido acompañarme a mi visita a uno de varios de los cerros en Loma Bonita donde personas de afuera continúan comprando tierras y construyendo casas. Esperanza viste un vestido azul brillante y zapatos Crocs color verde lima con un hueco en la parte de arriba que ella cortó para tener aire. «Se ve bonita», le digo. «Sin brasier», presume. «Ya no me preocupo por esas cosas». Comemos rápidamente y nos vamos a recoger a Tina.
Estoy alegre de tener su compañía en este paseo turístico y me encanta ver su floreciente amistad. Desde que Francisco murió de un ataque masivo de asma en 2001, Tina y Esperanza se han vuelto más unidas. Se visitan y ayudan y realizan tareas juntas. Recién la semana pasada acompañaron a otros en un bus a Penonomé para protestar por el inminente despido de un maestro de Loma Bonita. El siguiente día viajaron juntas en carro a una comunidad aledaña para unirse a la protesta en contra de una decisión del gobierno concerniente a la oficina del corregimiento.
Las tres caminamos a la carretera pavimentada y por suerte conseguimos transporte rápidamente a la entrada del área de este cerro. De ahí subimos un escarpado camino de tierra con una franja de asfalto en el medio, construida por moradores de las áreas bajas para poder manejar a sus nuevas propiedades sin pasar por las casas de los residentes de Loma Bonita.
La vista es preciosa aquí arriba entre los altos pinos. Caminamos y hablamos libremente, dado que no hay gente de afuera los días de semana. Tina, siendo Tina, empieza a reírse y a cantar enseguida. Entona a todo pulmón una canción que ella creó en mi honor hace una década; describe su pena cuando llegué por primera vez y cómo nuestra relación con el tiempo la ha ayudado a superarla. Me han dicho que la canta cada vez que nuevos estudiantes o trabajadores del Cuerpo de Paz vienen a Loma Bonita11
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Foto 5.3 La casa de Esperanza y Andrés (arriba) y la casa de un turista residencial (abajo), 2007.
Mientras subimos, la conversación pasa fácilmente de los árboles y las plantas al dinero y la política. Tina dice: «Tía Esperanza, me compré un buen colchón con el dinero de mis 70 la semana pasada». Se refiere a los B/.100 que el actual gobierno del presidente Ricardo Martinelli da cada mes a todas las personas mayores de 70 años que califican como «pobres y sin jubilación»12. «También nosotros», dice Esperanza.
Con nuestro primer pago el año pasado compramos un nuevo colchón para David. Entonces fuimos al súper y la farmacia por las medicinas de Andrés, y más tarde pagamos a peones para que cosecharan nuestras naranjas. Fue como una fiesta. Le agradezco a Martinelli todos los días por ayudarnos. Nadie lo hizo antes.
Esta reflexión lleva a Esperanza a recordar el pasado:
¿Se acuerdan de los tiempos de Torrijos cuando el tío Cristo era candidato a representante y formamos comité tras comité? ¿Qué pasó? Nada cambió. Después vino esa cooperativa de comida de la iglesia que nos quitó nuestro tiempo y dinero hasta que se vino abajo, así como lo de Torrijos. Entonces, vino Mireya [Moscoso] en el 99; todos trabajamos bien duro para que saliera electa presidenta. Cuando ganó, le dije a Andrés, «si ella no nos ayuda, nunca creeré en nadie más. Quizá más nunca vote». Bueno, Mireya no hizo nada por nosotros tampoco.
Sin embargo, finalmente ahora tenemos a Martinelli.
Tina está de acuerdo, pero trae a colación el problema del aumento en los precios de la comida y la gasolina bajo Martinelli. Y dice que vio en la televisión, cuando estaba visitando a sus hijos en la ciudad, que él está haciendo «cosas malas a los pobres indios».
Llegamos al final del sendero en lo alto de este cerro y hemos contado siete lotes de extraños, cada uno con una cerca alrededor de la propiedad. En cuatro lotes, los dueños han construido casas de uno o dos pisos, ubicadas para captar las vistas magníficas desde las ventanas. Una mujer de Loma Bonita barre el piso en una casa y nos permite echar un vistazo adentro. Admiramos los pisos de baldosas, baño moderno y electrodomésticos de cocina que funcionan con un generador privado.
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«Cuesta creer que estamos en Loma Bonita», dice Tina.
«Nunca le vamos a vender tierra a esta gente», Esperanza responde. «¿Adónde irían nuestros hijos?».
Esta noche durante la cena se aparece Narciso, un sobrino muy querido de Andrés. Este hombre de 65 años vive cerca y siempre los ha ayudado con las tareas agrícolas y del hogar. Su asistencia se ha vuelto más importante a medida que Andrés y Esperanza han envejecido, no solamente porque sus hijos están lejos sino también por la creciente dificultad para encontrar peones para las juntas o incluso para trabajo pagado por día. Casi todas las mujeres jóvenes trabajan lejos y la mayoría de los jóvenes ahora migran a áreas urbanas u otras áreas rurales para ganar sueldos. Los varones que se quedan en la comunidad, como Narciso, van y vienen entre sus propios campos y las plantaciones en los llanos de Coclé la mayor parte del año. Por suerte, siempre ha dado prioridad a las necesidades de Andrés y Esperanza, y a menudo se presenta al final del día para ver cómo andan las cosas. Como hoy.
Dado que Narciso es un familiar de mucha confianza, me siento en libertad de mencionar el sensible tema de las tierras. Digo:
Esperanza, esta mañana usted dijo que nunca vendería tierras a personas de afuera, pero recuerdo que hace unos pocos años usted me dijo que estaba pensando en venderles un lote de su tierra en el cerro porque lo consideraba inservible para la agricultura.
Andrés responde. «Pero nuestros hijos dijeron “no”. Viviana nos dijo: “Ni se les ocurra”. Todos dijeron que no sabían del futuro, pero quizá querrían regresar a vivir aquí». Esperanza añade, «Ahora me alegro de que no lo hicimos». Continúa explicando por qué cambió de opinión.
Estas tierras están separando a las familias. Mire lo que le pasó a mi pobre prima Felipa. Primero le vendió a un forastero un terreno cerca de su casa en el cerro, emocionada de tener un buen vecino al lado. Pero, al contrario, él construyó una cerca que impidió que Felipa
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llegara a su tanque de agua. Luego, sus hijos empezaron a pelearse. Algunos dijeron que la familia no debía vender; otros siguieron adelante y vendieron lotes a extraños. Todos están bravos. Ha habido puñetazos y pleitos. Todo por las tierras y el dinero. La pobre Felipa está sola allá arriba ahora y se ha quedado casi sin tierras.
Narciso participa:
Hay que aceptarlo. Les vendemos aunque pagan casi nada por nuestras tierras. Nos parece mucho a nosotros porque tenemos tan poco y necesitamos tanto. Se salen con la suya porque no tenemos títulos legales.
Para sustentar su argumento, recita unos cuantos ejemplos. Raúl Ortiz vendió su lote por B/.4,000 a un forastero de las áreas bajas que lo revendió inmediatamente a otro forastero por más de B/.20,000. Y Pancho Ruiz vendió un lote a un extraño por B/.500 que luego construyó una casona y le pagaron B/.60,000 por ella. «Pero estamos aprendiendo», Narciso continúa:
La gente de Loma Bonita está pidiendo más dinero, aún si es mucho menos del valor real. Al principio algunos vendieron el metro cuadrado a B/.1.50, ahora es difícil encontrar al alguien que venda por menos de B/.6.00.
Esperanza discrepa. «Pero esto solo aumenta el precio de la tierra para todos nosotros». Se acuerda de que su hermanastro compró tierra a B/.20 la hectárea en los años cincuenta, e incluso en los años setenta ella y Andrés pagaron a sus dos tíos solo B/.160 por alrededor de tres hectáreas.
Pero ahora la mayoría de nosotros no podemos comprar. Hace unos cuantos años, Tina se horrorizó cuando supo que un vecino estaba pidiendo B/.10,000 por una parcela de menos de una hectárea. Ella la quería, pero no podía pagar.
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Después de varias historias más de cómo los aumentos en los precios de las tierras han afectado a los lugareños, Andrés menciona que algo similar pasa con los peones. Residentes de las áreas bajas ahora pagan B/.10 al día en vez de los B/.7 usuales, dice, «lo que hace aún más difícil que gente como yo consiga peones». Narciso sonríe avergonzado, y sé por qué. A comienzos del mes, él y su hermano convinieron trabajar unas pocas semanas con alguien de afuera y no con Andrés, que estaba pagando B/.3 menos. Sí prometieron que trabajarían para Andrés más adelante, pero podría ser muy tarde para preparar el terreno para la siembra. Andrés continúa con su queja:
Así que, tenemos que pagar más a los peones o quedarnos sin ayuda en el monte y la finca. Ya no hay convivencia. Nadie hace nada sin que le paguen y casi ni hay juntas. A menudo no se consiguen peones para que ayuden, ni siquiera por plata.
Nunca había escuchado a Andrés sonar tan pesimista.
2017 – LA PRECIADA VIDA DE ANDRÉS
Me siento feliz en este 9 de enero, sentada en el frío aeropuerto de Atlanta. Atrás queda mi vida en Pittsburgh por unos cuantos meses; en frente, el calor de Panamá. Ding, suena mi celular. Hay un mensaje de WhatsApp de David, que sabe que estaré en Loma Bonita pronto. Dice: «Papa murió esta mañana».
No, no, Andrés no puede haberse ido sin decir adiós, sin darnos a los dos el tiempo para sentarnos uno al lado del otro en el patio al atardecer, como hicimos hace dos años, mientras gozábamos de la quietud, el naranjo y el árbol de mango y el papo amarillo, ya sin necesidad de conversación. Ya nos estaba dejando, durmiendo la mayor parte del día. A veces me conocía, otras no. Sin embargo, si me movía para estar realmente cerca de él y decía hola, él me daba una amplia sonrisa y decía: «Gloria, ¿cuándo llegó aquí? ¿Se quedará un rato?».
Me acuerdo de él como un hombre cincuentón o sesentón, siempre en movimiento, grácil, de sonrisa radiante y voz calmada que me hacía sentir protegida y segura. Una tarde en 1984 durante una estación
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lluviosa implacable, mi hijo de 10 años, Reid, y yo salimos de su casa después de cenar, para ir a la vivienda de Tina y Francisco a pernoctar. Nos abrimos paso por cafetos empapados y el lodo, pero quedamos atascados en la quebrada. El agua estaba alta y corría con tal rapidez que el intento de cruzar mientras sostenía a mi hijo me llenó de terror. Me regresé a buscar a Andrés que se metió en la quebrada con los brazos extendidos y llevó a Reid al otro lado. Son pocas las personas en este mundo a quienes les hubiera entregado mi precioso hijo en el medio de una corriente incontrolable.
En la misa por Andrés esta mañana aproximadamente 200 personas y 12 sacerdotes abarrotaban la iglesita de Loma Bonita. En el púlpito, con copiosas lágrimas, está el padre David. Más tarde la casa de Esperanza está llena de gente por todas partes, incluso en el nuevo baño interno, un regalo de B/.3,000 de una rica señora de los llanos, una católica devota que quiso ayudar a los padres ancianos del padre David. Hay tanta gente en el patio de Esperanza que no la veo cuando llego. Pero ahí está, rodeada de sus cinco hijos, 15 nietos, los hijos de ellos y otras personas de la ciudad, además de familiares y vecinos de Loma Bonita. Está sentada ahí, con una mirada distante. Voy a donde está y la abrazo. Ella dice: «Andrés dijo que usted era más como una hija». En la cocina, en la sala, las recámaras y el patio la gente cuenta historias de Andrés; se les salen las lágrimas y se ríen de las cosas jocosas que solía decir. Cuando me voy con Tina por la noche, cuento 30 personas que dormirán en la casa de Esperanza – en camas, hamacas, sillas o el piso en el patio. Me acuerdo de lo que Andrés me dijo hace 15 años cuando le pregunté si se consideraba «pobre».
Sí, pobre en salud. Me gustaba cargar leña y cocinar en las fiestas, pero ahora con esta tos y mi débil cuerpo no puedo. Pero en estima, no soy pobre. Tengo el mismo afecto por todos. Cuando salgo tengo muchos amigos.
Las abarrotadas reuniones en su iglesia y casa dan fe de Andrés Blanco Soto como un tesoro de la familia y la comunidad. Tenía 94 años.
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2017 – ESPERANZA LUCHA POR SOBREPONERSE A SU PÉRDIDA
Un mes más tarde trepo esos últimos peñascos hasta el patio de Esperanza, lista para el desayuno. Está sentada en la mesa afuera pero no corre a saludarme como siempre. Me preocupa Esperanza. Desde el funeral, se pasa los días sentada, comiendo, durmiendo y viendo la televisión ahora que la electricidad ha llegado hasta su casa, como a la mayoría de las demás. No reconozco a esta mujer letárgica.
Viviana está cerca regando las flores. Oigo a Sophia en la cocina y el clin clin de una cucharita contra la taza. En los últimos dos años estas dos hijas han estado alternando estadías de tres meses en Loma Bonita para atender a sus padres. Antes de esto, los cuatro hijos citadinos de Andrés y Esperanza los llevaban de una a otra de sus casas. Sin embargo, cuando Andrés se cayó de la cama y estuvo hospitalizado en 2015, acordaron que sus padres tenían que quedarse en un solo lugar y recibir atención constante. Ese lugar, donde ambos querían estar, era Loma Bonita, «casa».
La pregunta era, ¿quién podía vivir con ellos durante meses seguidos? No Tony, el obrero de la construcción que todavía estaba ayudando a mantener a sus cinco hijos adultos con sus parejas y bebés en Panamá. David, el sacerdote, tampoco podía dejar su trabajo para irse a vivir a Loma Bonita, aunque su iglesia estaba a una hora de la comunidad, y él venía regularmente para ver cómo andaban sus padres. Lety, como sus hermanos, no podía dejar su negocio por mucho tiempo. Hace una década, ella y su esposo se trasladaron de la capital a una pequeña ciudad en el centro del país para vivir cerca de la hermana de él y abrir un kiosco de comida. Su pequeño negocio, al que llamaron El Sol Sale Para Todos, prosperó y para 2015 se había extendido a tres kioscos adyacentes de venta de frutas, vegetales, comida preparada y todo tipo de artículos para el hogar y baratijas de plástico. Su continuado éxito dependía de que trabajaran del amanecer hasta el anochecer. Además, Lety tenía un hijo de edad escolar y una nieta que cuidar.
El compromiso de venir a Loma Bonita a cuidar a Andrés y Esperanza, por lo tanto, recayó sobre Viviana y Sophia. No es que pudieran dejar sus hogares urbanos fácilmente. Ambas ahora vivían cerca la una de la otra en un área rural no lejos de la ciudad de Colón. Aunque Viviana ya no tenía a un hombre en su vida, todavía estaba
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ayudando a criar a sus dos nietos. Y el hogar de Sophia estaba lleno de gente que la necesitaba, incluyendo su esposo, José, y cuatro hijos adultos con sus parejas y bebés. José no siempre estaba contento con sus largas ausencias. Sophia explicó:
Al principio decía, «Tú no eres su única hija. ¿Por qué tienes que ser tú la que va?». «Mírame», yo le decía. «Quien soy yo, lo que soy, es gracias a ellos. Si quieres encontrarte a otra mujer, bueno, adelante».
Él decía: «Tienes razón, tienes que ir». Pero en Navidad, otra vez dijo: «No otra Navidad fuera de aquí». Le dije que no sabía si mis padres siquiera estarían aquí la próxima Navidad. Él entendió y decidió venir a Loma Bonita para Navidad con regalos para los niños. Le gustó estar aquí con todas las visitas que recibes a diario de la familia y vecinos.
Después del desayuno, me despido por el día de Sophia y Viviana. ¿Pero adónde está Esperanza? Viviana me dice que su mamá se volvió a acostar. ¿Qué? Son a penas las 10 a.m. Viviana y yo conversamos sobre el estado depresivo de Esperanza y acordamos una estrategia para ponerla en movimiento. La voy a invitar a que me acompañe mientras paso de casa en casa de visita. Voy a la recámara de Esperanza y le pregunto si le interesa. Sí. Sin dudarlo. A los 15 minutos, Esperanza sale lista para ir vestida con una chaqueta color verde menta, vestido crema, sombrero de paja comprado en una tienda y zapatos Crocs blancos.
Esperanza sugiere que tomemos un sendero por los naranjales en vez de por el camino principal y pronto conozco el motivo. «Este es el nuevo naranjal de Lety que le compró a nuestro vecino Daniel. He querido darle un vistazo». Mientras caminamos Esperanza se da cuenta de todo.
Mire el árbol lleno de naranjas que no han cosechado. Mire los troncos dañados; es la plaga. Lety tendrá que fumigar aquí.
Seguimos andando. «Oh, mire allá. Esa mata de guineo se cayó a la tierra por los vientos. Debe haber 30 guineos que hay que cosechar de una vez».
Llegamos al final de la propiedad de Lety que está marcada por una cerca con tres hileras de alambres de púas. Se ve muy alta para
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Vejez: Puertas que se abren, puertas que se cierran (desde 1990 hasta 2019)
trepar por encima y muy baja para pasar por abajo. Digo, «Parece que tendremos que regresar».
«No, Gloria, podemos meternos por debajo aquí. Solo agarre la última hilera lo más alto que pueda».
Para mi sorpresa y deleite, Esperanza se agacha en el suelo y desliza su rollizo cuerpo por debajo del alambre. Estaba muy cerca. Se para en un instante y me sostiene el alambre. No puedo creer que realmente hizo esto; Esperanza de 94 años.
Luego de visitar tres familias, nos dirigimos a casa. Esperanza nos guía por una parte diferente del nuevo huerto de naranjas de Lety donde ni siquiera hay un sendero. En el camino describe la condición de este y ese árbol, arbusto, planta, flor, pájaro. Llegamos a un mandarino y ella se detiene, mira hacia arriba y ve unas cuantas mandarinas que en su opinión están buenas.
«Las voy a coger», dice y antes que pueda protestar, se trepa en una peña, se quita los zapatos, extiende la mano para alcanzar una rama y la sacude para desprender la fruta. Dos mandarinas se desploman y las pelamos con entusiasmo. Están totalmente secas. Nos entra una risa incontrolable.
Viviana nos aguarda en la casa. Está un poco preocupada puesto que hemos estado fuera por cuatro horas. Esperanza luce emocionada, como si hubiese estado en una gran aventura. Sus ojos le brillan y narra cuentos con ánimo. ¡Al menos por hoy, la Esperanza que conozco está de vuelta!
2017 – ¿VECINOS O ENEMIGOS? RESIDENTES DE LAS ÁREAS BAJAS EN LOMA BONITA
Siempre he disfrutado pasar el tiempo con otros aquí en frente de la pequeña abarrotería de Victoriano Ortiz, a la orilla del camino pavimentado. Hoy está más silenciosa que lo usual porque es domingo y pocos carros y camiones con frenos chirriantes y bocinas estridentes pasan por aquí rumbo a la montaña o de regreso. De repente el suave rugido de una moto verde brillante interrumpe la quietud. Mi transporte ha llegado. Antonio Ortiz, primo de Victoriano (y exdelegado) se ofreció a darme un recorrido por las casas de los forasteros que han comprado tierras en el cerro donde él vive, la misma área que Esperanza, Tina y yo exploramos en 2011.
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La moto nos lleva en poco tiempo. Pasamos una casa pintoresca con un patio exterior redondo. «Esta tierra solía ser mía – dice Antonio – hasta hace 15 años cuando un conocido de allá abajo me pidió como favor que le vendiera este lote a un amigo que necesitaba un lugar tranquilo para construir una cabaña». Antonio accedió y a un precio muy barato. Pero qué error, dice. El nuevo comprador no solo no construyó una cabaña, sino que revendió el lote a una ganancia considerable a una señora de afuera que construyó esta casa, pero casi nunca viene. Antonio presume que más adelante ella revenderá por mucho dinero y le preocupa quién será su próximo vecino. Él jura que ni él ni sus hermanos venderán tierras a personas de afuera otra vez.
La venta de las tierras de Loma Bonita a personas de áreas bajas continúa, pero a un ritmo pausado, dado que el gobierno (todavía) no ha destinado la región para «turismo residencial». La información relativa a ventas de tierras se transmite hasta ahora principalmente de boca en boca. De igual manera, ahora algunos miembros de la comunidad tampoco venderán porque salieron perdiendo, como Antonio, o las están guardando para sus hijos, como Esperanza. Otros que sí venden, como uno de los primos de Antonio, hace la distinción entre gente como él, que venden por necesidad y los que «solo quieren enriquecerse».
Para cuando Antonio y yo alcanzamos la cima de esta loma, hemos pasado nueve lotes ahora en posesión de personas de afuera, seis con casas ya construidas o en construcción. Esto hace dos lotes y casas más que en 2011 en este cerro en particular. En una casa vemos a un hombre que se baja de su camión. «Buenas tardes, Salvador», grita Antonio, y el hombre nos hace señas para que subamos al patio de su casa de dos pisos de bloques de cemento y piedra. Cuando nos acercamos, Antonio susurra que Salvador trabaja en un pueblo de las tierras bajas para un político importante. Nos trata con mucha amabilidad y nos ofrece soda y galletas. Salvador nos dice que espera algún día pasar su jubilación aquí.
Antonio tiene que irse por un breve tiempo, y en su ausencia Salvador cambia la conversación y el tono. Me cuenta lo duro que trabajó en su pueblo para traer agua y electricidad a Loma Bonita y a «esta gente». Sin él, parece estar diciendo, no se hubiera dado. Aunque creo que hizo un esfuerzo para traer estas conveniencias modernas a la comunidad donde ahora tiene una casa, me acuerdo de
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la lucha de 25 años emprendida por tanta gente de Loma Bonita para alcanzar este objetivo. Antonio regresa y Salvador cambia el tema a los beneficios que su familia ha traído a la provincia de Coclé. Cuando nos vamos, le digo a Antonio que Salvador se atribuyó el crédito por los adelantos en la electricidad y el agua de Loma Bonita. «Oh» –responde – a «Salvador le gusta alardear».
Casi dos décadas después de que gente de afuera empezara a comprar lotes en Loma Bonita, no veo evidencia de que se interesen en llegar a conocer la comunidad o sus residentes. Antonio está de acuerdo: «Cuando llegan a Loma Bonita, muchos de ellos se van directo a sus entradas privadas y se quedan en sus propiedades hasta que se van». Excepto por una mujer que Antonio alaba por ser «una buena persona que trajo regalos a los niños de la comunidad la Navidad pasada».
En general, los residentes de Loma Bonita y los propietarios que vienen de las tierras bajas interactúan no como vecinos e iguales en la sociedad sino, como agricultores y trabajadores pobres contra forasteros más ricos y empleadores temporales. Nunca antes en la historia de Loma Bonita sus habitantes habían tenido que lidiar con personas de una clase de vida más alta en su propio terruño.
En ocasiones escuché a compradores y a miembros de la comunidad elogiarse mutuamente, pero con más frecuencia usan un lenguaje de antagonismo. Como el comprador de afuera que me dijo que trajo a sus propios trabajadores hasta Loma Bonita en vez de contratar a los hombres del área porque «los más jóvenes aquí arriba quieren las comodidades sin trabajar por ellas». Por su parte, algunos residentes de la comunidad expresan resentimiento hacia los ricos forasteros que «han sido engañosos sobre sus planes para las nuevas propiedades» o «se demoran en pagarnos nuestro trabajo». Una persona comentó que esos vecinos ricos «casi ni me miran directamente». Hace pocos años una joven expresó una hostilidad del todo basada en conciencia de clase.
Va a venir la electricidad, pero son los rabiblancos [históricamente, miembros de la rica oligarquía blanca de Panamá] del cerro los primeros en beneficiarse, nosotros no. Quizá porque no tenemos dinero. No es justo que los que tienen más de 50 años viviendo aquí con ansias de tener electricidad no la tienen, mientras que los que llegaron recientemente ya la tienen.
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Esta noche en la cena, sentada alrededor de la mesa con Esperanza y Viviana, describo las casas de los forasteros que he visto hoy. Esperanza dice: «Por lo menos toda esa gente vive allá en el cerro y nos dejan solos. Pero ahora hay uno viviendo aquí abajo». Se refiere a una pareja que compró tierra y construyó una casa, no alto en el cerro sino cerca de su casa. «¿Serán buenos vecinos o enemigos?», se pregunta.
5.4 PERSPECTIVA MÁS AMPLIA: EL TURISMO RESIDENCIAL Y EL ACAPARAMIENTO DE TIERRAS EN EL SUR GLOBAL Y AMÉRICA LATINA
El turismo residencial en Loma Bonita se da todavía a una escala muy pequeña. Sin embargo, en otras áreas de Panamá (Boquete y Bocas del Toro) y en otros países centroamericanos, las perspectivas de ganancias espectaculares de este tipo de turismo ha llevado a un frenesí de operaciones empresariales de bienes raíces a gran escala. Con el apoyo de los gobiernos, las élites extranjeras y nacionales han comprado, arrendado o se han apropiado de grandes extensiones de tierra para convertirlas en espacios para turistas ricos o especuladores. La consecuencia documentada para los pequeños agricultores y pueblos indígenas que vivían en estas tierras – a menudo, como en Loma Bonita, sin títulos legales – ha sido el despojo y/o desplazamiento, a veces de manera violenta. De igual manera, este proceso turístico ha engendrado la especulación de tierras, daño ambiental y reducción de la seguridad alimentaria13
Una manera de entender esta adquisición de tierras a gran escala para fines de turismo residencial es verla como una pequeña parte del proceso masivo global de «acaparamiento de tierras» actualmente en marcha por todo el mundo, especialmente en el Sur Global. En los últimos años, entidades corporativas poderosas (incluyendo corporaciones, gobiernos y organizaciones no gubernamentales) en los países desarrollados y los subdesarrollados más ricos, han invertido inmensas sumas para ganar control sobre vastas extensiones de tierra; un estimado menciona 80 millones de
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hectáreas «acaparadas» hasta 201614. En América Latina, incluyendo Panamá, se están usando muchas adquisiciones para «cultivos flexibles» como el aceite de palma (para comida y combustible), o para viñedos de frutas, plantaciones de árboles, proyectos de conservación o minería15.
El acaparamiento de tierras en el Sur, por supuesto, es de larga data al remontarse a la era colonial, pero, según los analistas, la actual tendencia se distingue por la enorme velocidad y tamaño de las adquisiciones de tierras. Algunos ven este masivo acaparamiento como una reconfiguración del capitalismo global, mediante la cual diversas entidades corporativas poderosas responden a las crisis globales contemporáneas (como seguridad alimentaria y energética, cambio climático e inversiones financieras) de formas que a su entender los beneficiarán a largo plazo.
El daño a las personas, los animales y el ambiente que dichos acaparamientos globales de tierras han causado no se ha quedado sin respuesta. Por todo el mundo, las víctimas del acaparamiento y los movimientos sociales que las apoyan continúan organizándose para reducir o detener las adquisiciones de tierras que socavan los medios de vida, las culturas y los derechos humanos de las personas, además de que contaminan y destruyen los entornos que sustentan a todos los seres vivos.
Un ejemplo actual es la campaña pública contra TIAA, el gigantesco fondo de pensiones de maestros jubilados y otros profesionales en los Estados Unidos cuya cartera de inversiones para 2017 había adquirido casi 810,000 hectáreas de tierra cultivable alrededor del mundo16. Entradas de blog, listas de servidores de correo electrónico y campañas de petición de firmas están entre las tácticas empleadas por una coalición de organizaciones ambientales y de derechos humanos para denunciar violaciones y presionar a TIAA a fin de que se desprenda de sus tierras agrícolas en Brasil y Estados Unidos17.
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Capítulo
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Las siguientes generaciones: ¿Quién regresa a casa? (2019)
El sueño de Esperanza siempre ha sido ver a sus hijos y nietos regresar a Loma Bonita y convertirla de nuevo en su hogar. ¿Podrían regresar?
LOS HIJOS DE ESPERANZA Y ANDRÉS
Tony ha venido de la ciudad a visitar Loma Bonita por una semana. La presencia de este hijo de 65 años, canoso, juguetón y con una barriga imponente, siempre parece alegrar a Esperanza. Ella, Viviana, Sophia y yo nos sentamos alrededor de la mesa del patio al atardecer con emocionada expectativa. Tony está a punto de probar su experimento de B/.500. Esta mañana armó las piezas necesarias, todas de segunda mano y compradas a conocidos: una pequeña bomba eléctrica, varios cables eléctricos gruesos y numerosos tubos largos de plástico. En la parte trasera de la casa, encima de una colina en el naranjal está ubicada la pieza final: un tanque para agua de 50 galones de plástico negro. Ha trabajado todo el día ensamblando las cosas. Represó el agua de la quebrada cercana a la casa e instaló la bomba bajo el agua. Conectó las tuberías a la bomba y las llevó desde la quebrada por encima y a lo largo de la colina hasta el tanque.
¿Funcionará? Tony enchufa la bomba. Comienza. Escuchamos el agua de la quebrada moverse por las tuberías. Unos 35 minutos más tarde, el tanque de agua está lleno. Él abre la pluma del tanque y el agua fluye desde ahí hasta los naranjos por otras tuberías que ha colocado. Irrigación por primera vez. Aplaudimos y vitoreamos frenéticamente.
Los naranjos se están muriendo y Tony espera salvarlos; él volverá a Loma Bonita por unos cuantos meses para fertilizarlos, dice.
Dos cosas hacen posible este experimento de irrigación: la electricidad en Loma Bonita (desde 2014) y la reciente jubilación de Tony después de una carrera de 40 años en la ciudad en construcción y carpintería. Aunque a veces trabaja para su jefe anterior en contratos de corto plazo, tiene más tiempo para estar con su familia en Loma Bonita y una pensión mensual, más algunos ahorros en el banco.
Viviana y Sophia todavía se alternan estadías de tres meses en Loma Bonita para cuidar a su madre, pero están juntas ahora para ayudar con la cosecha y venta de naranjas de la familia. Y han encontrado la manera de ganar un dinero extra cuando están en Loma Bonita mediante la venta de café a gente de la comunidad. No, no es un café ordinario. Venden un café especial molido hecho con el extracto de un hongo rojo que promueve la salud y cura enfermedades, según el anuncio de la corporación internacional que lo produce y distribuye por todo el mundo. La mencionada corporación establece tiendas especializadas en un país determinado y entonces crea redes de compradores y vendedores, frecuentemente mujeres de las clases media y baja, que ganan comisiones, puntos y títulos con sus ventas. El año pasado, Lety se convirtió en una de sus vendedoras de café y luego incorporó a sus hermanas en Loma Bonita a su red de distribución. Varias personas de la localidad compran regularmente y tienen plena confianza en los beneficios del café para la salud.
Esperanza me dice que se siente feliz porque sus hijos (que aparecen en la Foto 6.1) quieren comprar tierra en Loma Bonita; ella posee muy pocas hectáreas para dar cabida a todos. Estamos sentadas en sillas plásticas de color verde menta en su patio. Con sus delicadas manos que ondean como una bailarina, Esperanza hace el relato de la primera compra de terreno de su hija Lety.
Cuando Daniel [un vecino] se enfermó y necesitó dinero en efectivo hace unos años, dejó saber que quería vender una parcela de su naranjal por B/.15,000. Yo sabía que eso era pedir demasiado, que él había pagado menos de B/.5,000 por esa tierra no hacía mucho. Ni siquiera llega a una hectárea y no toda es buena, un callejón. Aunque sí tenía naranjos y otros árboles frutales listos para la cosecha.
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Así que Esperanza comenzó las negociaciones con Daniel en nombre de Lety. En un momento, Daniel estuvo en la casa de Esperanza, y las negociaciones se pusieron tan candentes, me contó Sophia más tarde, que ella tuvo que pedirle que se fuera «antes de que le dé un ataque al corazón a mi mamá de 91 años». Al final, el precio bajó a B/.10,000 y a Lety se le permitió pagar poco a poco. Esperanza proporcionó el pago inicial de los ahorros de toda su vida y Lety empezó a pagarle a Daniel lentamente, gracias a las ganancias de su kiosco de comida, El Sol Sale Para Todos. Este negocio también costeó otras dos parcelas muy pequeñas en Loma Bonita, compradas a hombres de la comunidad que ahora residen con sus familias en la ciudad. Lety ha comenzado a construir una casita en la tierra que antes era de Daniel en donde ella y su familia «gozarán la vista, la brisa, la naturaleza y los sonidos de la quebrada y de los sapos». Uno de los lotes más pequeños tiene la ventaja de estar en un lugar alto donde llegan las señales de los celulares, explica Lety. «La vista en ese cerro es espectacular, así que quizá algún día construiré una cabaña y conserve la tierra». Su hijo adolescente pregunta por qué ella está poniendo el dinero producto de tanto esfuerzo en esta tierra. Ella simplemente contesta: «Algún día entenderás que es para ti».
Sophia también compró un lote pequeñito de varios cientos de metros cuadrados por B/. 2,500; tiene árboles de naranja y mandarina y matas
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Foto 6.1 Hijos de Esperanza y Andrés, 2016.
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de guineo que ya están produciendo. Pero ella ni siquiera considerará construir una casa en ese terreno a menos que pueda convencer a su esposo de que venga a vivir a Loma Bonita, dice. «No tiene sentido tener una casa que esté vacía esperando al próximo ladrón».
El hijo Tony también exploró la posibilidad de comprar un lote a familiares. Sin embargo, le dijeron que no porque planeaban titular su media hectárea y entonces venderla por mucho más que su oferta.
El precio y valor de la tierra continúan subiendo en Loma Bonita y la región. Además de la influencia de las compras de «extraños de las tierras bajas» está un reciente aumento en la demanda de tierra por parte de las mismas familias de la comunidad y especialmente de quienes, como Lety, Sophia y Tony, han trabajado por décadas en la ciudad, cuentan con algo de efectivo y pueden ver venir su jubilación. Con una carretera pavimentada y electricidad disponible ahora en su lugar de nacimiento – y recepción de celulares y wifi en el horizonte – muchos contemplan la posibilidad de volver del todo o a ratos, o de comprar tierras locales como una inversión para sus propios hijos. No me sorprendió, por lo tanto, cuando me enteré recientemente de un gran cambio en el hogar de Cristino Blanco. Es el hombre que en 2009 (Capítulo 5) estaba vendiendo muchos lotes a personas de tierras bajas porque, según me dijo, sus hijos en la capital «no regresarán para quedarse». No obstante, en 2019 dos volvieron. Uno ha construido una casa en la propiedad de Cristino; el otro se mudó con él y abrió una pequeña abarrotería. Ambos le exigen que deje de vender tierras a extraños.
Esperanza y sus hijos también han decidido titular la tierra de ella para protegerla de reclamos de otros y aumentar su valor. Por años, Esperanza y Andrés, al igual que todas las familias de Loma Bonita, habían esperado que el gobierno cumpliera su promesa de ayudarlos a conseguir sus títulos de propiedad a bajo costo. Pero eso nunca sucedió. Por ende, hace dos años los hijos de Esperanza se dieron por vencidos con el gobierno y emprendieron la costosa, lenta y burocrática pesadilla de solicitar el título legal del lote de Esperanza en Frailecito. David sabía lo que había que hacer, y él y Sophia hicieron varios viajes a oficinas de autoridades en 2017 para obtener los formularios necesarios. Entonces volvieron a la oficina correspondiente en Penonomé con un montón de papeles preparados, incluyendo fotocopias de sus cédulas, una foto de su tierra, una
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solicitud formal de medición y declaraciones firmadas de todas las personas con propiedades que constataban la veracidad de su reclamo. Además, tuvieron que contratar a un agrimensor certificado por el gobierno al igual que peones para que la tierra estuviera lista para el mencionado funcionario. Solamente ese paso inicial costó B/.700, lo que puso a los cinco hijos de Esperanza a apresurarse a encontrar su contribución de B/.140. Dos años más tarde no se ha emitido un título legal todavía. ¿Por qué? En parte, porque dicen que no están dispuestos a pasarle B/.500 a alguien «bajo la mesa».
«¿Por qué quiere tener tierra en Loma Bonita?», le pregunté a Sophia.
«Conozco a todo el mundo aquí y tengo bellos recuerdos. Para mí, Loma Bonita es todavía mi hogar».
LOS NIETOS DE ESPERANZA Y ANDRÉS
¿Y qué de los hijos de Sophia y los otros 11 nietos de Esperanza y Andrés? ¿Cuál es su conexión con Loma Bonita? Después de todo, ninguno nació o se formó allá. Son criaturas citadinas, con jóvenes vidas muy diferentes a las de sus padres y abuelos. Consideremos solamente su educación.
Esperanza una vez me dijo: «La “mente” hoy es como el machete en el pasado». Ella y Andrés siempre habían entendido que la escuela, no la agricultura, sería la puerta a un mejor futuro para sus hijos y habían luchado con todas sus fuerzas para que los cinco pasaran los seis grados, tres más de lo que ellos habían alcanzado. Fueron exitosos, pero por necesidad tuvieron que mandar a todos menos a David a trabajar en la capital. Una vez en la ciudad, a sus hijos se les hizo abrumador continuar su educación mientras trataban de ganarse la vida y formar sus propias familias allá. Ni Tony ni Viviana encontraron el tiempo para seguir «el camino de la mente», aunque sus dos hermanas sí.
Cuando Sophia fue a laborar como trabajadora doméstica interna, ya había terminado dos años del primer ciclo de El Copé, pero tuvo que salirse porque sus padres necesitaban su ayuda financiera. Le tomó cinco años mientras trabajaba como doméstica encontrar una patrona que le permitiera ir a la escuela, pero solo en su día libre. Por tres años tomó clases de 1:00 a 5:00 p.m. todos los domingos, hasta que finalmente obtuvo su diploma de secundaria. Lety también había aguantado dos
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patronas y cuatro años de trabajo doméstico antes de encontrar una que le diera permiso para estudiar costura en la noche. «Iba a la escuela de 5:00 a 11:00 p.m. y siempre estaba tan exhausta que me dormía parada», me contó. Pero con el tiempo Lety completó su primer ciclo mientras trabajaba. (20 años más tarde, todavía sedienta de educación, obtuvo su diploma de secundaria y se matriculó en la universidad).
No es sorpresa, dada esta historia, que una fuerza motriz en las vidas de los hijos de Esperanza y Andrés haya sido permitir que sus propios hijos tengan mayores aspiraciones, a la secundaria e incluso la universidad. Actualmente, nueve de los 15 nietos han terminado la secundaria, y a dos más solo les faltaban unos cuantos cursos para graduarse cuando decidieron dejarlo para ir a trabajar.
Dos de estos graduados de secundaria han ido más allá y han obtenido títulos universitarios, y un tercero debería graduarse en unos años. La hija más joven de Viviana, Janeth, es una. Empezó las clases universitarias después de la secundaria con dinero que había ganado como vendedora en una tienda y contribuciones de su mamá y hermanos. Entonces, la vida se complicó más. A los 20 años de edad, Janeth tuvo un bebé y se convirtió en madre soltera. Por un tiempo su mamá cuidó al bebé Omar para que Janeth pudiera continuar viajando diariamente de su casa cerca de Colón a Panamá, donde asistía a clases universitarias después de un trabajo diurno que le gustaba en un parque de la ciudad. Entonces la vida se complicó aún más. En 2015, el abuelo de Janeth, Andrés, tuvo una caída muy seria en Loma Bonita, y su madre y tía Sophia decidieron que tenían que vivir allá por turnos para ayudar a sus padres. Eso puso fin al arreglo que tenía Janeth de brindar al niño un cuidado gratuito, confiable y amoroso y provocó importantes cambios en su vida. Ella explicó:
Tuve que traer a Omar a Panamá para poder continuar trabajando. Nos mudamos a la antigua casa de Mama en El Mirador1 donde mi hermano y hermana estaban viviendo, sin tener que pagar alquiler. Omar era mi máxima prioridad. Yo quería que fuera a una escuela privada para que su educación tuviera un buen principio; las escuelas públicas cerca de El Mirador tenían demasiados estudiantes, muy pocos maestros y no suficientes materias, como inglés. Pero tenía un gran problema: mi salario mensual de B/.500 no alcanzaba para mandar a Omar a una escuela privada.
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Por tanto, Janeth renunció a su trabajo en el parque y consiguió empleo como maestra en una escuela primaria privada. Aunque su salario seguía siendo bajo, Omar podía asistir sin pagar la mensualidad. Durante los siguientes años enseñó en dos distintas escuelas privadas con contratos de un año y continuó tomando clases nocturnas gracias a que la esposa de su hermano se encargó del niño. Durante las vacaciones escolares, envió a Omar a Loma Bonita para que estuviera con su mamá y sus abuelos. En 2017, una década después de haber comenzado sus estudios universitarios, Janeth se graduó de la Universidad de Panamá con licenciatura en turismo. Pero ella quería más.
No fui una gran estudiante toda mi vida, pero tengo esta pasión de seguir adelante y, con la ayuda de Dios, de superarme por mí y mi hijo. No la estoy pasado fácil, pero al final, creo que todo sacrificio tiene sus recompensas.
Y así, poco después de graduarse y conseguir un contrato de un año para enseñar en una escuela privada para ella y Omar, Janeth se matriculó en otro programa universitario de dos años los fines de semana, que más adelante le permitirá enseñar en escuelas públicas y privadas. Me escribió por WhatsApp:
Estoy en la escuela otra vez, esta vez para sacar un título de profesora. Voy todos los sábados y tengo cinco clases y muchas tareas para cada una. Me siento muy estresada con tantas cosas que hacer, pero por el momento estoy tratando de sobrellevar todo. Haciendo lo mejor que puedo, con la ayuda de Dios, para salir bien este semestre.
El día de Navidad de 2017, me mandó una foto de ella y Omar. El mensaje decía: «Omar y yo somos una familia pequeña, pero llena de amor».
Un año más tarde, estoy en la ciudad de Panamá sentada en un restaurante; espero a Janeth que debe reunirse conmigo para almorzar. Veo una mujer joven que camina hacia mí sonriendo. Viste una blusa de estampado colorido con mangas con los hombros al descubierto, su cabellera ondulada y negra le baja por la espalda. Pienso, ¡mira! Janeth se ha convertido en una bella mujer de 30 años segura de sí misma. Ha
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terminado con su novio anterior, me dice. «Se puso muy dominante. Siento que soy una persona independiente». Sobre la escuela, acaba de terminar la última clase requerida para su programa universitario, y solo le falta completar una práctica antes de graduarse. «Sé que tu mamá está orgullosa de ti – y yo también –», le digo. «Es como una cadena», comenta.
Cada generación trata de mejorarse, superarse. Mama trabajó para darme la mayor educación posible dentro de sus posibilidades – más de lo que tuvo – y yo estoy tratando de hacer lo mismo por mi hijo.
Pero, por ahora, está desempleada otra vez. Cuando su contrato anual terminó, no había suficientes estudiantes matriculados en las clases de turismo para el próximo año escolar. Acaba de solicitar trabajo en otras tres escuelas y en un centro de llamadas, y mientras tanto gana un poco de dinero como tutora de una estudiante y cajera a medio tiempo en una farmacia.
La emociona hablarme de sus sueños para el futuro – convertirse en ingeniera ambiental. Janeth tiene por delante más estudios.
Me entero más tarde de que con la ayuda de una prima, Janeth consiguió otro trabajo por un año como educadora en una escuela privada, y ella y su hijo se mudaron a la casa de esa prima para estar más cerca de la nueva escuela. Gana B/.750 al mes y no tiene que pagar alquiler gracias a su prima. Además, Omar tiene otro año de escuela privada.
Al igual que Janeth, la mayoría de los otros nietos de Esperanza y Andrés están empleados en la capital. Ahora de 20 y 30 años, trabajan en tiendas, obras de construcción, oficinas, supermercados o como vendedores ambulantes. Un día, mientras Tony y yo saboreábamos un jugo de naranja recién exprimido en el patio de Esperanza en Loma Bonita, me dice lo orgulloso que se siente de que todos sus cinco hijos tengan trabajo. Repasa la lista. El mayor, nacido en 1976 con una discapacidad, empaca comida en un supermercado. Otros dos hijos casados – cada uno con tres hijos pequeños – son albañiles que, al igual que su padre, comenzaron su carrera siendo adolescentes. La hija mayor de Tony, madre soltera con un hijo pequeño, trabaja para una compañía que limpia oficinas, mientras que su otra hija, Zita, ha estado laborando por varios años en una empresa panificadora. Todos
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los días, Zita deja a sus tres hijos con su mamá o novio y camina, o toma un bus, a varios supermercados en su «territorio». Da seguimiento a los inventarios de pan, arregla la mercancía y comunica esta información a su jefe en una computadora portátil de la compañía. Tony dice que Zita ha sido juiciosa ahorrando dinero y recientemente compró la vieja casa de un vecino con planes para arreglarla y alquilarla más adelante. Él le ha prestado gran parte de sus ahorros para este proyecto, dinero que pretendía gastar en un carro de segunda mano.
Entrar a la casa de Tony y Noris en la barriada donde han vivido por más de dos décadas es como entrar a una pequeña ciudad. Cuatro de sus cinco hijos – junto a sus hijos – viven allá. Tres han añadido habitaciones a la casa original de sus padres, y un cuarto hijo construyó su casa en un lote aledaño. Cuando se reúnen para comer, 16 personas comparten la mesa. El alquiler no es una parte importante en el presupuesto de esta familia.
Ninguno de los nietos de Esperanza actualmente trabaja en los empleos de menor remuneración y prestigio de trabajadoras domésticas o trabajadores no calificados que su abuela y padres habían ocupado a sus edades. Como Zita, tienen la vista puesta en una vida mejor y también en horizontes más amplios. Lo primero que el hijo de Viviana hizo, después de hacer el pago inicial de un pequeño auto Toyota color rojo, fue llevar a su esposa, hijo y madre en un viaje de dos días a un pueblo al oeste de Panamá donde ninguno había estado antes. Yendo mucho más lejos, una de las hijas de Viviana ahora vive en Roma con un hombre que conoció en un sitio de citas de internet.
Sin embargo, la vida laboral urbana de estos jóvenes todavía descansa en un precario borde. Al igual que Janeth, la mayoría trabaja por contrato con sueldos muy modestos y sin seguridad laboral. En enero de 2019, tres dijeron que pronto se quedarían sin empleo y estaban buscando nuevas posibilidades.
¿Y Loma Bonita? ¿Cuál es su conexión con esta pequeñita comunidad rural a una distancia de medio día de viaje? Solo unos cuantos vivieron allá por más de un mes, aunque la mayoría pasó vacaciones anuales allá con gratos recuerdos.
En 2000, Sebastián, el hijo de Viviana de 23 años, me dijo que esperaba que sus abuelos nunca vendieran su tierra. «Dios no quiere
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que nadie más que nosotros pasemos vacaciones en esa tierra», me había dicho. Pero cuando le pregunté si le gustaría vivir en Loma Bonita algún día, no había titubeado:
Me encanta estar allá con la naturaleza, el río, los árboles frutales, pero solo de vacaciones. Una vez que comienzan las lluvias, me aburro y quiero estar de nuevo en la ciudad donde estoy acostumbrado a vivir.
Su hermana, Isabel, estuvo de acuerdo. «Sí, quiero ir de vacaciones a comer naranjas, pero no más. Me siento sola allá, como si todo fuera silencio. Estoy acostumbrada al ruido de la ciudad».
Eso fue años antes de que existiera una carretera de pavimento hacia Loma Bonita y electricidad. ¿Y qué tal ahora en 2019? Le he preguntado a otros siete si querrían venir a vivir a Loma Bonita algún día. Casi todos dijeron que les gustaba visitar – «para recargar mis baterías, descansar y relajarme» – pero luego retornar a la ciudad donde hay algo de trabajo, mejores escuelas para los niños, comodidades modernas y emoción.
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Foto 6.2 Esperanza y muchos de sus hijos, nietos y bisnietos, 2017.
Que yo sepa, ninguno de los nietos de Esperanza y Andrés se ha interesado en venir a vivir a Loma Bonita o siente una conexión con la tierra de Loma Bonita como «hogar». Indudablemente ninguno ve la agricultura en su futuro; la mayoría ni siquiera sabe cómo usar un machete, excepto para «cortar la grama», según me dijo uno. Son asalariados, parte de la insegura clase trabajadora de Panamá, que ven su cadena de superación en la ciudad. Para ellos, «hogar» parece ser la ciudad, no Loma Bonita. ¿Podría cambiar esto en el futuro? Por supuesto. Acontecimientos desfavorables en la zona de tránsito o grandes mejoras en Loma Bonita y el interior podrían un día ofrecer una fuerte motivación para regresar a Loma Bonita. Y ahora mismo sus padres están tramitando sus reclamos de tierra allá, por si acaso.
6.1 PERSPECTIVA MÁS AMPLIA: PANAMÁ 2018 – TODAVÍA DOS MUNDOS DESIGUALES
Usaron suficiente acero para erigir 29 nuevas torres Eiffel y tomó una década de construcción. Entonces, por fin, el 26 de junio de 2016, la expansión del Canal de Panamá se completó a un costo de más de B/.5 mil millones2.
¿Por qué ampliar el Canal de Panamá? A medida que el comercio global crecía rápidamente en la década de 1990, los buques de carga se hicieron muy grandes para caber por el canal original, y las compañías navieras empezaron a cambiarse al Canal de Suez3. La expansión, esperaban, devolvería este comercio a Panamá. La construcción tomó 10 años debido a problemas de diseño, laborales, financieros y serias críticas en torno a temas ambientales. Con todo, desde su apertura, el canal ampliado ha generado un negocio dinámico y Estados Unidos – firme partidario del proyecto4 –representó el 68% de los tránsitos durante los primeros 20 meses5.
El Canal de Panamá y otros de sus servicios internacionales, como la banca y el turismo, han convertido al país en una de las economías de más rápido crecimiento en el mundo. La tasa de crecimiento económico anual promedio fue de 7.2% entre 2001 y 20136, y 4.6% durante los últimos cinco años7. Sin embargo, la excesiva dependencia del país de los servicios internacionales también lo hace excepcionalmente vulnerable a los cambios del mercado global.
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Las siguientes generaciones: ¿Quién regresa a casa? (2019)
Por ejemplo, en 2018 las recesiones económicas, disputas laborales y cambios climáticos que afectan los niveles del agua en el canal arrastraron la tasa de crecimiento al 3.7%8. Aun así, esta tasa de crecimiento fue más alta que en la mayoría de los países. El problema es que esta prosperidad no ha permeado lo suficiente. Panamá continúa clasificado por el Banco Mundial entre los cinco países más desiguales en América Latina, con casi una quinta parte de su población que todavía vive en la pobreza9. Lo que es peor, un tercio de los menores de Panamá son pobres, una cifra que trágicamente se eleva al 90% para los jóvenes de algunos grupos indígenas10. Los más afectados son los pobladores de las zonas rurales, cerca de un tercio de la población. La enorme riqueza que se ha creado en la zona de tránsito por 500 años todavía no fluye hacia su interior. La mitad de la población rural vivía en la pobreza en 201611,con tasas para los pueblos rurales indígenas que alcanzan el 93% en algunos lugares12. Por lo tanto no es una sorpresa que la contribución de la agricultura al crecimiento económico del país se desplomó del 8% al 1.8% entre 2000 y 201813.
LOMA BONITA 2019: AGRICULTORES Y PEONES
Loma Bonita sigue siendo una comunidad agrícola. Los adultos aptos continúan yendo a sus montes a sembrar yuca, frijoles, maíz, guineos y plátanos para el consumo familiar y a cultivar naranjas y a veces café para vender en los mercados. Unos cuantos todavía tienen algún ganado. Sin embargo, en la actualidad ninguna familia tiene suficiente tierra para sembrar todo lo que necesita y quiere para comer, o para vender suficientes productos a fin de satisfacer todos sus nuevos deseos de lavadoras, refrigeradoras o educación para los hijos. Para estas cosas, y mucho más, cada hogar ahora tiene que encontrar una manera de acceder a suficiente dinero. Y el principal camino para conseguirlo – justo como lo fue en los tiempos de Andrés y Esperanza – es que la mayoría de los miembros jóvenes de la familia se vaya y consiga trabajo asalariado muy lejos, donde probablemente muchos de ellos se quedarán para criar sus propios hijos. En 2017, por ejemplo, había 75 hogares permanentes en Loma Bonita14. En casi la mitad (35),
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todos los jóvenes de más de 16 años – o todos menos uno – vivían muy lejos ya sea porque trabajaban o iban a la escuela15. Este éxodo de gente joven ha dejado a la mayoría de los hogares de Loma Bonita habitados por personas ancianas o muy jóvenes.
Los adultos que se quedan están siempre atentos a formas adicionales de ganar dinero. A menudo es mediante el micro comercio, como el «café saludable» que Viviana y Sophia venden. Unas cuantas personas, en su mayoría mayores de edad, todavía tejen y venden sombreros, pero la escasez y el costo de los materiales para hacerlos junto a su baja rentabilidad, han reducido grandemente este negocio. Tina todavía teje y vende sombreros, pero también tiene una manera más «moderna» de ganar reales. Caminar con ella en Loma Bonita se convierte en un recorrido de pare y siga porque siempre anda buscando latas desechadas. Las saca y aplasta con su pie, las tira en un saco y más tarde se las entrega a una vecina que le paga 20 centavos por 100 latas. Esta vecina a su vez revende las latas a un yerno residente de una comunidad cercana que tiene un camión y las lleva (junto con otra mercancía) a vender a un reciclador en la ciudad de Panamá.
También hay pequeños negocios en la Loma Bonita de hoy. Tres familias tienen camiones, compran naranjas en el área y las llevan a Panamá para revenderlas, y otras tres tienen pequeñas abarroterías. Otras dos familias tratan de cultivar el café comercialmente, de nuevo con la ayuda de un programa gubernamental que ofrece fertilizantes y seminarios en técnicas de irrigación. Y también está el «bar de cerveza» recién inaugurado en el patio de la casa de una familia desde donde la música, conversación, risa o rabia se dispersa resonando en lo que antes era la tranquilidad de la noche en Loma Bonita.
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Reflexiones finales
UNA MIRADA RETROSPECTIVA: CONFRONTANDO UN SIGLO DE CAMBIO GLOBAL EN LOMA BONITA
Es 1922, Esperanza Ruiz nace en Loma Bonita en la casa de quincha de un cuarto y techo de tejas rojas propiedad de sus abuelos. Con sus abuelos y madre, habitan esta casa tres tías, un tío y tres primos. Loma Bonita es un lugar donde la gente camina descalza y baja a las quebradas para conseguir agua para bañarse, lavar la ropa, cocinar y beber. Usan lámparas de kerosene para alumbrarse, cocinan en fogones de leña y «hacen sus necesidades» en el bosque. No hay escuela para la gente de la comunidad, y todos los adultos son agricultores que producen mucho de lo que sus familias necesitan para vivir, y muy poco más. La mayoría de las personas nacidas en Loma Bonita se quedan aquí o en los alrededores toda su vida y nunca llegan a lugares remotos como la ciudad de Panamá en la zona de tránsito. Todos son pobres, con pocas posesiones materiales, pero están en control de las decisiones concernientes a la forma en que pasaran sus días, y tienen familiares por todas partes que los ayuden. Y en su monte casi siempre hay muchas yucas para comer.
Adelantémonos a 2019. Esperanza Ruiz es una viuda de 96 años que vive en Loma Bonita en una casa de cinco habitaciones de bloques de cemento y techo de zinc, con cocina y baño internos. Agua del acueducto comunitario corre por los grifos de su casa y desde 2014 Esperanza
solo tiene que levantar un interruptor para tener electricidad y ver televisión. La señal de los teléfonos celulares todavía no llega a su casa, pero en los cerros más altos de Loma Bonita el mundo está al alcance de una llamada de celular. Yuca, maíz y frijoles todavía crecen en su monte, pero la mayor parte de su comida viene de una tienda. Durante la cosecha, camiones se estacionan cerca de su casa para comprar sus naranjas y llevarlas a Panamá para revenderlas. Esperanza ha estado viajando toda su vida de adulta entre Loma Bonita y la ciudad para laborar como trabajadora doméstica o ayudar a sus hijos que viven allá. Sus cinco hijos también partieron para trabajar en la ciudad siendo adolescentes, pero al contrario de su madre, se quedaron ahí para formar sus familias; dos se han desempeñado como trabajadoras domésticas, una como modista y otro en la construcción. El quinto es sacerdote católico. Como trabajadores urbanos, no agricultores, siempre han dependido para su sustento de las oportunidades de trabajo en la zona de tránsito.
Entre estos dos mundos distintos de 1922 y 2019 hay un siglo de transformación socioeconómica en Loma Bonita. En el presente libro, he trazado el lento proceso mediante el cual la producción, fuerza laboral y tierra de la comunidad han sido atraídas a la órbita de la economía capitalista y globalizada de Panamá en la zona de tránsito. En la medida de lo posible, he dejado que Esperanza y su familia relaten la historia de estos cien años, por medio de sus recuerdos de lo que les pasó y cómo respondieron. A través de sus ojos, hemos llegado a verlos como víctimas y a la vez protagonistas de sus historias. Han sido víctimas en este sentido: el haber nacido en familias rurales pobres siempre en necesidad de dinero, educación, crédito e influencia política limita sus opciones. Sí, podían cultivar café y naranjas para vender, pero la carencia de recursos para fertilizar, irrigar y transportar sus productos los dejó dependientes para sus ingresos de los comerciantes de El Copé y de los bajos y fluctuantes precios pagados por sus cultivos comerciales en los mercados nacionales y globales. Sí, podían usualmente conseguir empleos en las ciudades, pueblos y plantaciones de los llanos, pero mal pagados, de corto plazo, sin futuro y altamente explotados. Sí, podían vender sus tierras a extraños, pero a precios infinitamente por debajo de su valor en el
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mercado inmobiliario nacional. Es cierto que este siglo de integración en la economía del mercado capitalista ha proporcionado a Esperanza y a su familia muchos más bienes, servicios y comodidades que los que sus ancestros hubiesen podido imaginar. A la vez, su posición desventajosa como trabajadores rurales y urbanos pobres los ha dejado más dependientes para su supervivencia de empleadores, comerciantes, políticos y mercados distantes que no pueden controlar. Y han perdido el poder que sus ancestros tuvieron antes en cuanto a muchas decisiones sobre el uso de su propia producción, fuerza laboral y tierra.
Y, con todo, son sus logros frente a todas estas contrariedades lo que sobresale en las historias de sus vidas. Sus adelantos en la educación son un buen ejemplo. Mientras que los abuelos y padres de Esperanza no recibieron ninguna educación, y Esperanza y Andrés completaron solamente tres grados, sus cinco hijos los superaron: en 2019, dos habían terminado el sexto grado; dos, la secundaria y uno, la universidad. Sus 15 nietos han ido más lejos aún: nueve terminaron la secundaria y dos, la universidad.
Sus historias nos muestran cómo se las arreglaron a veces para seguir adelante a pesar de obstáculos por todas partes. A partir de sus opciones limitadas, los vemos una y otra vez encontrar rendijas que les permiten tomar acciones que podrían mejorar sus vidas. Recordemos a Esperanza a los 16 años, sola, en su trayecto de 10 horas hasta Penonomé para escapar los abusos de un hombre y dirigirse a un futuro posiblemente mejor. Y recordemos también a la mamá de Esperanza, Natalia, que encaró la vergüenza y el repudio en las oficinas gubernamentales para pelear un reclamo de tierra injusto y hacer valer sus derechos. Evoquemos también cuando Esperanza y Andrés desafiaron grandes dificultades y peligros al mudarse al «otro lado» porque lo consideraron la única forma de acceder a tierra para producir más comida para su creciente familia. En este mismo sentido, durante las décadas de 1970 y 1980, su unieron a las cooperativas de trabajo y comida en Loma Bonita con la expectativa de mejorar su seguridad alimentaria para ellos mismos y otros.
Algunos de sus esfuerzos para aprovechar nuevas oportunidades fracasaron. Al final Natalia no consiguió mucha tierra y la participación en las cooperativas de Loma Bonita tampoco ayudó a Esperanza y Andrés (o a la mayoría de los demás) a mejorar notablemente sus vidas
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materiales. Por otra parte, sus travesías al «otro lado» sirvieron para traer más comida a su familia por algunos años, y la carrera de cuatro décadas como trabajadora doméstica de Esperanza dio resultados a largo plazo. Con el dinero de estos trabajos, ella y Andrés se las arreglaron para criar cinco hijos hasta la adultez, por lo menos con una educación hasta el sexto grado, y darle al mundo otro joven sacerdote. Por encima de todo, sus historias demuestran que Esperanza y su familia sobrevivieron todas estas grandes luchas – fuera cual fuera el resultado – aprovechando su más abundante recurso: que cuentan los unos con los otros. Cuando a Esperanza la llevó a un tribunal el exnovio de su prima o su patrona la maltrató, ella pudo contar con su madre, hermanos, primos, marido o hijos para que estuvieran ahí para darle un techo, alimentarla y apoyarla. A la vez, cuando su prima, Marcela, tuvo que escapar de los maltratos de un hombre en Colón, Esperanza estuvo presente para asistirla. Cuando el hijo de Esperanza, David, necesitó comida, dinero, ropa o útiles escolares en su ruta de 16 años hacia el sacerdocio, sus padres y cada uno de sus hermanos compartieron la carga. Así como todos lo hicieron para ayudar a su hermana Viviana cuando regresó de Darién con sus tres hijos pequeños, pero sin dinero, comida o casa. Así como todos lo hicieron cuando Andrés necesitó ayuda al final de su vida y ahora Esperanza. Y tal enfoque cooperativo hacia las exigencias de la vida continúa en el tiempo de los nietos de Esperanza, como cuando Zita dependió de los ahorros de su padre como respaldo a su éxito en bienes raíces o cuando la prima de Janeth no le cobró alquiler para ayudarla.
Reflexionando sobre la cooperación en un mundo condicionado por el género, me gustaría resaltar la relación de seis décadas de Esperanza y Andrés. Por supuesto, tuvieron sus diferencias y conflictos, unos cuantos de los cuales vi con estos ojos míos, pero lo que observé rutinariamente a lo largo de los años fue cuán complementaria y flexible era su cotidiana división de trabajo. El presente libro abunda en ejemplos. Fuera de estos aspectos más visibles de su relación, vi algo más difícil de conseguir: un fuerte respaldo a los objetivos y decisiones de cada uno, y un absoluto gozo por los éxitos de cada uno.
La familia entera de Esperanza se ha sostenido por un espíritu de recíproca generosidad, incluso cuando ha habido desacuerdo sobre decisiones. Nadie en esta familia, incluyendo la generación de los nietos de Esperanza, ha entrado a la clase media todavía; el trabajo
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nunca ha sido seguro o constante y las finanzas siempre han pendido de un hilo. No podemos saber qué oportunidades se les puedan presentar en este mundo globalizado y siempre cambiante – si van a surgir esfuerzos serios para abordar la pobreza rural y urbana y la desigualdad o cambios climáticos que amenazan con sequías, olas de calor o escasez de alimentos. No obstante, podemos estar seguros de que los descendientes de Esperanza estarán atentos a toda posibilidad. Y, si la historia nos sirve de guía, es muy probable que estén ahí para tratar de salvarse el uno al otro de las caídas o ayudarse mutuamente a levantarse de nuevo.
A los 96 años en 2019, Esperanza todavía estaba ocupada previendo el bienestar de su familia. Estaba animando a sus hijos a que compraran tierras en Loma Bonita «para asegurar que hay suficiente espacio para todos, si necesitan venir a “casa”». Cuando le pregunté acerca de su propio plan para el futuro, esto fue lo que dijo:
Por mi parte, cuando venga Dios, estaré tranquila, lista. Ya he comido mucha yuca.
OTRAS FAMILIAS, HISTORIAS SIMILARES
Si hubiese escrito sobre una familia distinta a la de Esperanza, los detalles hubiesen variado. Factores económicos, como la cantidad y tipo de tierra y animales en posesión de cada familia, influyen en su historia. Y también, el número, edad y género de los hijos, los cuales determinan el tamaño y capacidad de la fuerza agrícola y asalariada de una familia. Factores personales también desempeñan un papel. ¿Son las mujeres en una familia menos enérgicas que Esperanza o los hombres más controladores o violentos que Andrés? ¿Es que la cooperación o el conflicto dominan la vida en común de una pareja? ¿A los hijos les va mejor o peor que a los de Esperanza en términos de empleos, cónyuges y educación? ¿Llegan a ser más o menos ambiciosos o cooperadores cuando crecen?
Todos estos factores interactúan para moldear la historia y resultados finales de una familia en particular. Sin embargo, en lo fundamental, la mayoría de las familias de Loma Bonita hoy se encuentran en circunstancias similares. Como he comentado, un proceso de un siglo de capitalismo global y el aumento de la población los ha dejado
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con una inadecuada tenencia de tierras, necesitados de dinero en efectivo para su sustento y sin trabajos asalariados decentes, escuelas secundarias y universidades u hospitales en las inmediaciones. La principal solución ha sido que la mayoría de los jóvenes se vayan de Loma Bonita a trabajar y formar sus familias en otras partes de las ciudades, pueblos y plantaciones en las tierras bajas de Panamá. Desde los años setenta, cada vez más varones jóvenes acompañan a sus hermanas en estas migraciones. A pesar de que las ventajas para los hombres todavía persisten en Loma Bonita en lo referente al acceso a la tierra y la producción agrícola (Capítulo 3), el bienestar de las familias ahora depende menos de sus propiedades – las cuales eran pequeñas para la mayoría – y más de lo que les pasa a los hijos en sus condiciones de trabajo y de vida lejos de Loma Bonita. En 2019, los adultos mayores en casi todos los hogares de la comunidad tenían muy pocos hijos, o a ninguno, para ayudar con el trabajo en sus campos, encargarse de sus asuntos y problemas diarios y compartir relatos en la noche.
Esto era así incluso en las familias que tradicionalmente tenían las propiedades más grandes y las mejores condiciones laborales para sus hijos. Uno de esos casos es la familia de Dionisio Ruiz y Belsi Ortiz, cuyas ventajas en lo referente a tierras (y una fuerte parcialidad hacia el dominio masculino) permitió que sus seis hijos (mas no sus siete hijas) se quedaran en Loma Bonita después de casarse. Juntos, los varones criaron 37 hijos en la comunidad, pero para 2017, solamente seis todavía residían y cultivaban la tierra allí.
Esto significa que independientemente de los detalles de sus situaciones, casi todas las familias de Loma Bonita ahora enfrentan predicamentos como los que Esperanza y Andrés tuvieron: cómo lidiar con la seria escasez de trabajadores y dinero, la dependencia de la ayuda de hijos que están muy lejos y el cuidado de los miembros jóvenes y ancianos de la familia.
ESPERANZA, SU FAMILIA Y YO, 2019
En algún momento en los años noventa, estaba parada afuera de una tienda en El Copé con Andrés cuando un amigo suyo a quién yo no conocía se le acercó para hablar con él, con una mirada de obvia extrañeza sobre quién era yo. Andrés lo saludó y me presentó como su
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hija. Nunca olvidaré el asombro en la cara de ese hombre hasta que se dio cuenta que se lo decían en broma. A partir de entonces, sin embargo, este chiste lentamente se ha arraigado como mitad en broma, mitad en serio. Solo en parte en broma, a veces llamo a Esperanza «Mama» y todos sus cinco hijos y yo nos llamamos hermano o hermana.
La verdad a medias es sentida por todos los involucrados. En el transcurso de los años, he visitado y dormido en sus casas en la ciudad, observado sus lugares de trabajo, celebrado nacimientos, cumpleaños y nuevos trabajos, y me he condolido por los niños enfermos, el desempleo, los hombres déspotas y el alcoholismo en sus vidas. Mi familia, especialmente mi hijo, y más tarde su esposa y dos hijas, ha pasado tiempo con ellos en Loma Bonita y la ciudad. Más recientemente, la era electrónica nos ha mantenido en contacto cuando no estoy en Panamá. Solía tomar hasta seis semanas para intercambiar una carta entre nosotros, pero me enteré de la muerte de Andrés en cuestión de horas por medio de un mensaje de WhatsApp de David. Y en ocasiones ahora, cuando estoy en Pittsburgh y tengo una pregunta para uno de ellos, me meto en mi computadora en vez de un avión para obtener la respuesta.
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Foto R.1 Esperanza y Gloria, trabajando juntas, compartiendo vidas, 2017. Foto de Hans Buechler.
Mientras que mi trabajo de campo de muchos años ha permitido que Esperanza, su familia y yo formemos vínculos a corazón abierto, estas conexiones se diferencian de otras relaciones estrechas. Después de todo, soy siempre la antropóloga que saca su cuaderno de su mochila para registrar lo que dicen y hacen. Igualmente, la desigualdad entre nuestras vidas persiste; mientras que yo los visito con dinero de becas o mi pequeña cuenta bancaria, ellos no pueden darse el lujo de visitarme en Estados Unidos. Sin embargo, nuestros profundos sentimientos mutuos muestran el poder de la humanidad compartida para superar el orden jerárquico global. Un día en 2019, Esperanza y yo conversábamos sobre las muchas cosas que había aprendido de ella a lo largo de los años. Se me ocurrió preguntarle si ella había aprendido algo de mí. Sin pensarlo dos veces, dijo: «Usted es alguien que piensa que todo el mundo es igual; antes no sabía que eso era posible».
RELATOS DE VIDA E INVESTIGACIÓN DE OBSERVACIÓN PARTICIPANTE A LARGO PLAZO
En la introducción, asevero haber adoptado un enfoque único en este relato de vida sobre Esperanza y su familia. En vez de aprender sobre la historia de Esperanza por medio del tradicional método de entrevista de relato de vida que le pide que piense en el pasado y recuerde su vida, reconstruí la historia de su vida sobre la base de mis cinco décadas de investigación en Loma Bonita. Sugerí tres ventajas que ofrece el uso de este método alternativo. Ahora después de contar la historia de Esperanza, puedo ilustrar cada una de ellas con ejemplos de su vida.
La primera ventaja que propuse fue que el uso de información emanada de una investigación de muchos años en vez de solo entrevistas retrospectivas aumenta la oportunidad de entender cómo Esperanza vivió los acontecimientos mientras ocurrían. Tomemos, por ejemplo, su participación en 1972 en el esfuerzo del gobierno militar de Torrijos de organizar al país para elegir a los miembros de la nueva
Asamblea Nacional de Representantes (Capítulo 4).
Estuve en la comunidad todo ese año y documenté el destino de esta reforma política. Porque estuve ahí escribiendo en mis notas de campo todo lo que aprendía de Esperanza y sobre ella, pude incluir
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en el presente libro el relato de la primera reunión organizativa en la escuela de Loma Bonita. En esa reunión fui testigo de la elección fraudulenta que lanzó a Esperanza, contra su voluntad, al mundo político como presidenta del comité de mujeres. Estuve con ella después del encuentro en la escuela cuando ella entabló una conversación privada con el regidor, el señor Cristo, para admitir su confusión sobre los motivos y planes del gobierno. Y también estuve a su lado después de la reunión mientras subía de regreso a casa con unos pocos miembros confiables de la comunidad. Todos expresaron confusión, preocupación y miedo en torno al gobierno militar, y todos estuvieron de acuerdo con Esperanza cuando ella advirtió sobre el peligro de no obedecer. Unas semanas más tarde, estaba con Esperanza en su casa cuando Juana, un miembro del comité de mujeres, vino a pedir consejo sobre los problemas familiares que estaba teniendo debido a su trabajo político. Escuché mientras Esperanza se identificó con la situación política que Juana y otras mujeres enfrentaban y describió sus propias ideas en evolución sobre las nuevas acciones políticas que ella pensaba podían beneficiar tanto a mujeres y como a hombres en Loma Bonita.
¿Si la entrevistara hoy, se acordaría Esperanza de estos detalles de eventos y sentimientos de hace 50 años? ¿Que ella sintió miedo político y confusión? ¿Que ella mostró coraje, sagacidad y liderazgo, e igualmente que era consciente de los problemas de las mujeres? Las posibilidades de eso son escasas, sostendría yo. Por el contrario, las remembranzas posteriores que me compartió sobre «esos días» se han centrado en la forma en que su comité de mujeres fue disuelto después de la elección, con muchos resentimientos por todos lados. Sin embargo, yo había estado allá en 1972 y dejé constancia escrita de esos momentos de la vida de Esperanza y la historia de la comunidad.
La segunda ventaja de utilizar la investigación de campo de largo plazo en vez de solo entrevistas retrospectivas – como mencioné en la introducción – es que pude captar a Esperanza mientras andaba por la vida, no solo como una persona individual sino como parte de una familia de cuatro generaciones cuyos miembros tenían lazos complejos y emocionales. La saga de una década del decaimiento y muerte de su madre ilustra la importancia de esta visión más amplia (Capítulo 5).
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A lo largo de cinco visitas a Loma Bonita en la década de 1990, me mantuve al tanto de los difíciles momentos que pasó Esperanza con su madre. Al principio, a medida que la salud física y mental de Natalia se volvió problemática, Esperanza y sus hermanos acordaron turnarse para cuidar a su madre en sus casas. Cuando ese acuerdo se vino abajo, Andrés asumió el reto. «Tráetela para acá», había dicho. «Lo que comemos, ella comerá también». En vista que en ese tiempo Esperanza y Andrés también se turnaban viajes a la ciudad para ayudar a sus hijas Viviana y Lety con el cuidado de los niños, a Natalia sencillamente la trajeron con ellos para atenderla en la capital. Dos veces durante esos años, Esperanza y Andrés escucharon las súplicas de Natalia de que la llevaran otra vez a su casa en Loma Bonita, pero ambas ocasiones terminaron en un desastre. Una vez, la encontraron prendiendo fósforos en la noche, y la otra, tuvo una caída seria. Con Esperanza y Andrés para ese entonces de casi 80 años, sus hijos se metieron más de lleno en el cuidado de su abuela. Lety y Viviana trajeron a Natalia a vivir con ellas en Panamá, mientras que Tony, Sophia y David ayudaron de la manera que pudieron. En este tiempo, Esperanza también se pasaba aproximadamente dos semanas al mes en la ciudad y ayudaba a cuidar a su madre. Grabado en el ojo de mi mente, así como en mis notas de campo, está el pequeño espacio del patio entre las casas de Lety y Viviana abarrotado con una mesa, silla, máquina de coser y una camita para las siestas de Natalia. Esa escena lo decía todo: la vida para toda esa familia – todas las tres generaciones – giraba en torno a la atención de Natalia.
Estuve en Panamá desde mediados de 1999 hasta la muerte de Natalia a mediados de 2001, y mis notas de campo y recuerdos dan fe de que Esperanza fue la figura central en el cuidado de su madre. Sin embargo, nunca estuvo sola. Su esposo, hijos y nietos más grandes – y a veces sus hermanos y primos cercanos – formaron un círculo a su alrededor para ayudarla a atender a Natalia; un abrazo de tres generaciones de apoyo, asistencia e intercambio de escasos recursos. ¿De ser entrevistada hoy, se acordaría Esperanza de mencionar todo el elenco que fue vital para este drama difícil de responsabilidad y amor?
No creo. No obstante, yo había estado allí en numerosas ocasiones para visitar a Natalia y a todos los que la cuidaban, con mi cuaderno y pluma listos.
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La tercera ventaja de basar el relato de vida de Esperanza en una investigación de largo plazo es que me permitió captar los más pequeños detalles de una historia en particular a lo largo del tiempo. En el proceso, pude detectar patrones y conexiones que no son fácilmente visibles mediante el uso solo del método tradicional de entrevista de historia de vida. La participación de Esperanza y su familia en la migración rural - urbana proporciona un caso ilustrativo. A través de los años, he recopilado relatos detallados sobre la migración de Esperanza y cada uno de sus hijos. Narrativa tras narrativa los muestra entrecruzando el espacio rural y urbano, mientras movilizan recursos, trabajo, ideas, información, sentimientos, asistencia y conflictos de un lado al otro en ambas direcciones como un medio para ayudarse a sí mismos y unos a otros a sobrevivir y prosperar. Recordemos, por ejemplo, que cuando Andrés se puso muy enfermo en la década de 1980 (Capítulo 4), Tony vino de la ciudad a Loma Bonita para traer a su padre a la capital donde él y Lety pudieron llevarlo a un doctor. Mientras tanto, Viviana y sus hijos pequeños se mudaron de Panamá a Loma Bonita por un tiempo para ayudar a Esperanza con la cosecha. De manera similar, cuando David necesitó una máquina de escribir para sus estudios en Penonomé (Capítulo 4), Esperanza se lo comunicó a sus hijos en la capital, Tony encontró una y Andrés fue a buscarla a la capital para entregársela a David en Penonomé.
¿Qué sale a relucir en los pormenores acumulados de estas historias? Las gruesas hebras de conexión que esta familia ha tejido entre lugares rurales y urbanos. Uno podría decir que han forjado una nueva forma de familia que atraviesa y enlaza el espacio rural y urbano. En el transcurso de estos movimientos, han reconstruido las que fueron dos realidades divergentes durante la juventud de Esperanza – la rural y la urbana – en un solo mundo social. Si Esperanza hubiera estado recordando hoy su historia de migración rural - urbana, seguramente habría puesto al descubierto la importancia de las conexiones campo - ciudad. Sin embargo, se requiere de la percepción extraída de las detalladas experiencias de la migración de toda su familia para comprender la magnitud de la transformación que se ha producido tanto en la vida familiar como en el panorama rural - urbano. La investigación de observación participante a largo plazo está a la altura de esta tarea.
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EL MÁS ALLÁ
Ahora que este libro está escrito, me toca ponderar su más allá. «El más allá» son las palabras utilizadas por la antropóloga Alisse Waterston1 para describir sus intentos de compartir con un público más amplio las ideas de su libro sobre la vida de su padre y la violencia mundial en el siglo XX. Mediante charlas a diversas audiencias académicas y no académicas, Waterston esperaba estimular una nueva forma de pensar sobre las historias y circunstancias dolorosas de los otros, especialmente esos «otros» considerados por muchos como indignos e invisibles.
Al igual que Waterston, por años he intentado forjar el más allá para mi obra – de compartir los resultados de mi investigación con un público más amplio fuera de Loma Bonita y, especialmente con la misma comunidad –. Mi «público más amplio» ha estado principalmente en la capital de Panamá donde a lo largo de los años he presentado los resultados de mi investigación en editoriales escritos para los periódicos, en charlas para organizaciones sin fines de lucro, museos y universidades, y en uno que otro programa de televisión o radio. En todos estos espacios, he tratado de poner un rostro a la pobreza rural y urbana, describir cómo la gente de Loma Bonita vive y lucha, y poner la causalidad donde debe estar: en el desarrollo capitalista y las políticas del gobierno. Algunos de mis esfuerzos marcharon bien, otros no, pero todos tuvieron una cosa en común: fueron lo que el antropólogo Robert Borofsky2 llama «hechos aislados» o «estallidos momentáneos de entusiasmo». Tuvieron las mejores intenciones de llegar al público, aunque las probabilidades de que duraran fueron pocas ya que no tuve manera de darle seguimiento a su impacto.
En Loma Bonita, por supuesto, esperaba que el más allá fuera más duradero, pero el proceso de compartir mi trabajo con miembros de la comunidad nunca ha sido fácil3. Tan solo para proporcionar ejemplares de mis publicaciones a los miembros de la comunidad fue necesario traducirlas al español y andar subiendo y bajando por las colinas para entregar personalmente una copia a cada hogar. Puesto que a muchos adultos mayores de la comunidad no les ha sido fácil la lectura, también he intentado otras rutas. Por ejemplo, una vez invité a una convivencia para tratar un aspecto de mi investigación – el fracaso de los «proyectos de desarrollo» de afuera para mejorar
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la situación de la mayoría de las familias de la comunidad. Tomó un sinnúmero de horas organizar, anunciar y llevar a cabo esta actividad, que al final resultó bien concurrida y divertida. Sin embargo, en la discusión en torno al «desarrollo» se oyeron muy pocas voces. Esto no quiere decir que no he tenido momentos del más allá alentadores en Loma Bonita. En 2001, después de la publicación de mi primer libro en español en Panamá4, «devolví» un ejemplar a cada familia de la comunidad y trabajé con el director de un pequeño museo en Penonomé en la organización de una presentación pública en ese lugar. Conseguí una ayuda económica para el transporte con la que se pagó el alquiler de los buses que trajeron a dos personas de cada familia de Loma Bonita a la actividad, y el director del museo les proporcionó un almuerzo. Ciento diez personas de Loma Bonita abarrotaron el salón el día del evento, muchas de las cuales habían ayudado a organizarlo. Algunos se habían encargado del transporte en bus; otros participaron en el programa. El adorable coro de la escuela de Loma Bonita dio inicio al acto con una canción, un grupo de adultos de la comunidad cantó y bailó un tamborito y el padre David fue uno de los oradores en la tarima. En el público también había muchas personas de Penonomé y la lejana ciudad de Panamá. Los comentarios de numerosos miembros de la comunidad después del evento fueron alentadores. «La gente del pueblo pudo vernos de una manera diferente, como gente importante», observó una persona. Y otra: «Ver a tanta gente interesada en este libro me sorprendió y me llena de orgullo haber crecido aquí arriba».
Muchos antropólogos actualmente luchan con el tema del más allá para su obra. Al igual que yo, quieren que otros, especialmente los que han sido parte de su investigación, puedan beneficiarse de alguna manera de ella. Existe una gama de respuestas a este dilema, según los puntos de vista personales y políticos del antropólogo, al igual que las condiciones de su trabajo de campo. Algunos diseñan su investigación específicamente para traer recursos materiales o políticos a aquellos con quienes han convivido, o para dar apoyo directo a las movilizaciones políticas y luchas contra la explotación y la represión de la gente. Otros sostienen que para lograr algunos o todos los objetivos ya mencionados hace falta cambiar el mismo proceso de investigación para que incluya a los que han sido objetos de estudio como socios colaboradores, al decidir a qué preguntas
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de la investigación dedicarse y cómo llevarla a cabo, analizarla y compartir los resultados5. Hallo mérito en todos estos derroteros de la investigación y me he esforzado para seguir algunas de sus ideas.
Mi esperanza es hacer una pequeña contribución a un mejor conocimiento y entendimiento de uno de los más trágicos problemas globales: la pobreza y desigualdad que golpean a gran parte de la humanidad6. Mi anhelo para este libro es que tenga un más allá ajetreado porque cuenta esta historia a través de las vidas de gente real y hace visible no solamente sus peligros y problemas, sino también su persistencia, creatividad, humor y cordialidad.
En este momento, lo que más siento por las familias de Loma Bonita es temor, temor de que sus sueños se verán seriamente afectados por la pandemia de COVID-19. Todavía no podemos saber cómo terminará, pero vemos que esta pandemia, como otras enfermedades contagiosas y problemas de salud, se dirigen mayormente a las puertas de personas como las de Loma Bonita – las familias pobres de este planeta. Viven en espacios reducidos, a menudo sin un adecuado suministro de agua, lo cual significa que no pueden mantener una sana distancia o lavarse las manos con frecuencia. Si están empleados, es usualmente en trabajos mal remunerados, pero «esenciales», que requieren su presencia diaria en lugares peligrosos como hospitales y restaurantes. En el momento en que escribo, en noviembre de 2020, la tasa de mortalidad de Panamá (por 100,000 habitantes) por COVID-19 es la más alta de Centroamérica y la novena más alta de América Latina7. En el momento en que escribo sé que hay más de un puñado de casos diagnosticados del virus entre los pobladores de Loma Bonita, y dos muertes: uno de los fallecidos era un familiar cercano de Esperanza.
MIRANDO ADELANTE: LA GLOBALIZACIÓN Y LOS CIUDADANOS GLOBALES
A partir de los años noventa, con la ayuda de nuevas tecnologías, la globalización del capitalismo ha estado pasando una buena racha; capital, gente, bienes, información e imágenes se han estado moviendo alrededor del globo a una velocidad y escala sin precedentes. Las vidas, economías y culturas de miles de millones de personas se han visto
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afectadas y vinculadas a este sistema mundial. Han surgido grandes ganadores y perdedores. Por una parte, utilidades corporativas incomparables han hecho a los ricos más ricos. Por otra parte, el fracaso en compartir esta riqueza con una inmensa porción de la humanidad ha llevado la desigualdad económica a nuevas alturas. El Banco Mundial informó que en 2018, la mitad de los 7,700 millones de habitantes del planeta vivían con menos de US$ 5.50 al día8, mientras que el 1% más rico poseía 45% de la riqueza del mundo9. La actual pandemia de COVID-19 solamente profundiza esta división. Los impactos de la intensificación de la globalización se sienten directamente en Loma Bonita, para bien y para mal. Para bien hasta ahora, el acceso a la comunicación de teléfonos celulares e Internet ayuda a los miembros de la familia a mantenerse en contacto más estrecho a través del espacio, incluso a través de los océanos para dos familias que tienen hijas que viven actualmente en Europa con hombres que conocieron en sitios de citas de internet. Sin embargo, en otra familia, la economía y la política global han traído desempleo. En 2018, Nathan Ortiz perdió su empleo como trabajador de desarrollo comunitario para una organización no gubernamental internacional que tenía una oficina cerca de Loma Bonita. Para Nathan, no se puede ocultar la conexión global entre la Casa Blanca de Estados Unidos y su casita de bloques de cemento en una cima de Loma Bonita.
Las políticas antiglobalización de Trump llevaron a los donantes de mi organización en Estados Unidos a reducir sus contribuciones y obligaron a la oficina de la organización en Washington a restringir el financiamiento de su sucursal en la ciudad de Panamá. Eso trajo reducción de personal a mi oficina aquí en Coclé, justo cuando estaba esperando construir un servicio interno en mi casa. Así que mi familia sufre por las políticas gringas tal como usted allá arriba.
En Loma Bonita la batalla continúa, aunque paralizada al momento por la pandemia. En el contexto de un mundo cada vez más globalizado y desigual, los miembros de la comunidad todavía buscan formas de traer el pan a la mesa, educar a sus hijos y tratar de encontrar rendijas que algún día podrían encaminarlos hacia las comodidades y aspiraciones de la clase media. Mi anhelo para los lectores de este libro es que el conocer a Esperanza y a su comunidad los animará a
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forjar una vida como ciudadanos globales. Con este término quiero decir una persona comprometida a involucrarse activamente en la restructuración del mundo en formas que puedan proporcionar mayor igualdad de oportunidades y beneficios a todos. Convertirse en un ciudadano global comienza por aprender las formas en las que el capitalismo global funciona para dar ventajas a unos, pero no a otros. Los ciudadanos globales aplican estos conocimientos a las decisiones sobre sus propias vidas; se preocupan por las injusticias que llegan a ver y quieren contrarrestarlas. De ahí, toman alguna acción en este frente – grande o pequeña; solo o, mejor aún, con otros – en sus vecindarios, ciudades, países o en un lugar remoto como Loma Bonita. Adoptar una posición y acción en cualquier parte de este mundo interconectado puede repercutir ampliamente.
Solía pensar que la esperanza era la fuerza vital humana más poderosa, pero he cambiado de opinión. Luego de medio siglo de conversación con Esperanza Ruiz, su familia y la gente de Loma Bonita, pienso que es el amor.
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Foto R.2 Esperanza, 2015.
Notas
Introducciones
1 El balboa (símbolo: B/.) ha estado ligado al dólar de Estados Unidos a una tasa de cambio de 1:1 desde la independencia de Panamá de Colombia en 1903. Tanto el balboa como el dólar se consideran monedas equivalentes oficiales del país, pero en la práctica es el papel moneda estadounidense el que más se utiliza en las transacciones diarias, ya que Panamá no imprime su propio papel moneda.
2 He tenido la suerte de recibir financiamiento parcial o completo para algunos de mis trabajos de campo posteriores en Panamá de distintas fuentes (ver Agradecimientos), y personalmente he sufragado otros viajes de campo mediante la docencia en los Estados Unidos y Panamá.
3 Además de la observación participante en Loma Bonita, he aprendido de las entrevistas con personas relevantes fuera de la comunidad, incluyendo maestros, sacerdotes, comerciantes, científicos sociales, patrones y funcionarios gubernamentales. Entre las relativamente escasas fuentes escritas sobre Loma Bonita están documentos familiares y registros oficiales como archivos catastrales, mapas y encuestas agrícolas. Para más información sobre mis métodos de investigación, ver Rudolf (1999, 15-17, 221-8; 2000, 41-4, 393-405).
4 Wolf (1992, 6, 13) sostiene este punto de vista.
5 Waterston (2019, 9).
6 Radin fue un estudiante del famoso antropólogo estadounidense Franz Boas en Columbia University, quien también tuvo una amplia influencia en los principios de la antropología canadiense. Cuando el Geological Survey of Canada estableció una División de Antropología por primera vez en 1910, otro estudiante de Boaz, Edward Sapir, fue contratado como su primer jefe etnólogo. Boaz y varios de sus alumnos estudiaron a los inuit y pueblos indígenas de la costa noroeste de Canadá (Preston y Tremblay 2006).
7 Calculo que de los casi 600 relatos autobiográficos de los «indios de Norteamérica» a los que Brumble hace referencia en 1981 (muchos de ellos editados por antropólogos), solo 50 fueron de mujeres indígenas (Brumble 1981).
8 Lurie (1961, 100-2, 112-3).
9 Underhill (1961, viii).
10 Frank (1995); Reed-Danahay (1997, 1).
11 Sobre este aspecto, ver Brettell (1997, 225), Castaneda (2009), Ellis, Adams y Bochner (2011, 273-74), Okely (1992), y ReedDanahay (1997, 1, 2, 125).
12 Burgos-Debray (1984, xv). Esta autobiografía (también clasificada como un «testimonio» porque su intención es sacar a relucir la represión gubernamental) generó una enorme controversia dentro de los círculos académicos. Para una revisión exhaustiva de este debate con una opinión favorable hacía Menchú, ver Grandin (2010).
13 Behar (1993).
14 Buechler y Buechler (1996).
15 Otras excelentes historias de vida de mujeres afuera de América
Latina en esos años incluyen Abu-Lughod (1993), Brettell (1982), Gmelch (1991), y Shostak (1981). Para historias de vida de hombres latinoamericanos, ver Mintz (1974) y Nash (1992), y afuera de la región, ver Crappanzano (1980). Entre las primeras obras importantes que aplican el enfoque de historia de vida al estudio de las familias latinoamericanas están las de Oscar Lewis (1961,1966).
174 Notas
16 Sobre autoetnografía ver Brettell (1997), Ellis et al. (2011), ReedDanahay (1997), y Waterston (2019, 12-13).
17 Waterston (2005, 2019).
18 Entre los antropólogos que trabajan haciendo historias de vida, hay una amplia variación en cuanto al número de entrevistas que realizan, el entorno y el tiempo que toman, pero lo más normal es que supongan periodos de tiempo relativamente cortos. Los Buechler entrevistaron a Sofía Vásquez durante seis visitas de campo a lo largo de 30 años, aunque no es lo usual.
19 Hay algunas importantes diferencias también en la manera y grado en que los antropólogos editan y reorganizan el material de la historia de vida para su publicación (Brettell 1997, 224-6; Frank 1979).
Capítulo 1 – El istmo de Panamá: dos mundos diferentes
1 Los cálculos de esta fecha varían en la actualidad, con algunos científicos que sostienen que debería aproximarse más a los tres millones de años (Arnold 2017; O’Dea et al. 2016).
2 Las fuentes para la información arqueológica provienen de comunicación personal con Tony Ranere y Richard Cooke, al igual que de sus escritos que incluyen Cooke (1976, 2005), Cooke y Ranere (1992a, 1992b), Cooke y Sánchez Herrera (2004), y Ranere (2006).
3 Gjording (1991, 263). Cálculos de la población en el momento de la invasión española varían grandemente de 225,000 a dos millones (Jaén Suárez 1978, 50).
4 Müller-Schwarze (2015, 64-73) describe la crueldad española y también la resistencia armada indígena en la región norte de la provincia de Coclé en el centro de Panamá.
5 La imagen de Urracá está en la moneda de un centésimo de Panamá.
6 Castillero Calvo (1995, 40-41, Cap. 1).
7 El impacto de la conquista española no fue uniforme por todo el istmo; había áreas menos pobladas que no sufrieron tanta devastación como los llanos del centro de Panamá, al igual que áreas donde la población entera desapareció (Castillero Calvo 1995; Richard Cooke, comunicación personal).
175 Notas
8 Wikipedia (2011).
9 Castillero Calvo (1995, 104-5). Para el periodo colonial español en Panamá, ver Araúz (2007) y Castillero Calvo (1995, 2015).
10 Para una explicación del término «interior» ver Castillero Calvo (1971, 70-1) y Jaén Suárez (1978, 70-4).
11 Weil et al. (1972, 273). Incluso en la década de 1970, de 88 a 90% de la superficie del país era propiedad del gobierno.
12 Castillero Calvo (2015, 110); Manduley (1980, 57).
13 Zimbalist y Weeks (1991, 21).
14 Jaén Suárez (1971, 70-5, 79-80).
15 Mi mejor estimación es que este traslado sucedió en la década de 1830 o 1840.
16 En el transcurso del siglo XIX este Estado pasó por varias reorganizaciones políticas y administrativas y en diferentes periodos se llamó la Gran Colombia, Nueva Granada, y después de 1886, la República de Colombia (Weil et al. 1972, 20-7).
17 Lasso (2019, 28-31). Fuentes importantes sobre el periodo colombiano de Panamá durante el siglo XIX incluyen Aparicio (2014), Araúz y Pizzurno (1993), Figueroa Navarro (1982), y Jaén Suárez (1971). Los estudios que tratan sobre la población indígena en las montañas de Coclé durante este periodo (y el anterior) incluyen Camargo Ríos (2002), Castillero Calvo (1995), Joly (1984), y Müller-Schwarze (2015).
18 Aunque la clase mercantil de Panamá continuaba teniendo poder político en el istmo durante este periodo, sus miembros carecían del capital para emprender grandes proyectos de construcción y, por tanto, buscaron capital foráneo, especialmente de los Estados Unidos (Carse 2014, 78).
19 A pesar que el ferrocarril abrió la puerta por primera vez a ciertas partes del interior, y más tarde a la agricultura comercial a gran escala con la producción de guineo (banana), este acceso estuvo exclusivamente controlado por extranjeros (Zimbalist y Weeks 1991, 6).
20 Para un análisis de la interacción entre el nacionalismo panameño y el imperialismo estadounidense, ver Aparicio (2014).
21 Zimbalist y Weeks (1991, 12). Lasso (2019, Cap. 1) describe un cuadro más complejo desde la perspectiva de las élites panameñas.
176 Notas
22 Carse (2014); Lasso (2019).
23 Conniff (1985).
24 Carse (2014, 173); Farnsworth y Mckenney (1983, 21-2, 24).
25 Zindar (1988, 33).
26 Rosas Quirós (1972, 56-7). Previeron que este camino en el futuro sería parte de un sistema nacional vial que iría en dirección oeste desde la capital hasta la frontera con Costa Rica.
Capítulo 2 – Niñez: En el momento que abrí los ojos
1 Conocer la niñez de Esperanza y la historia de Loma Bonita durante las décadas de 1920 y 1930 fue un reto. No estuve ahí, y tampoco existían registros sobre la comunidad o los moradores de esas décadas. Por tanto, mientras buscaba esta información durante los años setenta, dependí en gran medida de los recuerdos y genealogías de alrededor de una docena de ancianos de la comunidad que habían sido, por lo menos, adolescentes para 1920. Algunos de sus hijos también fueron narradores importantes de la historia, con los relatos que sus padres les habían contado sobre los «viejos tiempos» y de los primeros años de sus propias vidas.
2 Rudolf (1999, 57; 2000, 109). Mis genealogías de familias muestran que entre 1860 y 1919 más de un tercio (36%) de las mujeres en Loma Bonita que aceptaban juntarse con un hombre por primera vez, ya tenían hijos con otros hombres con quienes nunca habían convivido.
3 Carse (2014, 80); Castillero Calvo (1995, Caps. 1 y 2); Conniff (1985); Priestley (1986, 6); y Zimbalist y Weeks (1991, 8).
4 Perego et al. (2012); Cooke (2015). Ver también Arias et al. (1992,1) para un estudio genético previo de la diversidad física en una región cercana a Loma Bonita.
5 Weil et al. (1972, 274).
6 Rudolf (1999, 43-4; 2000: 85).
Capítulo 3 – Juventud: Siempre podía renunciar e irme a casa
1 Según mis cálculos, un hogar de la comunidad necesitaba tener acceso al derecho de uso de aproximadamente 27 hectáreas para
177 Notas
satisfacer la mayoría de las necesidades de subsistencia a largo plazo (Rudolf 1999, 46; 2000, 87-8). En 1920 todas las familias de Loma Bonita podían reclamar derecho a esta cantidad de tierra; para 1940, en cambio, siete de 16 hogares no podían (Rudolf 1999, 68; 2000, 134-5).
2 Para más detalles ver Rudolf (1999, 66-8; 2000, 134-6).
3 Rudolf Frazier (1976, 147-9).
4 Rudolf Frazier (1976, 150, Cap. 4); y Rudolf (1999; 2000, Cap. 5).
5 Rudolf Frazier (1976, 91); Rudolf (1999, 249n12; 2000, 436n12).
6 Rudolf (1999, 36; 2000, 119-20).
7 Rudolf Frazier (1976,19).
8 Rudolf (1999, 235n27; 2000, 416n27).
9 Rudolf Frazier (1976, 9-10).
10 Rudolf (1983, 142; 1992; 1999, 74; 2000, 145). Descripciones similares del patrón temporal de migración rural - urbana de las mujeres en otros países latinoamericanos incluyen Bunster y Chaney (1985), Chaney y García Castro (1989), Rubbo y Taussig (1978), y Smith (1973).
11 Rudolf (2003, 143-4).
Capítulo 4 – Adultez: Una voz destinada a ser escuchada
1 Gjording (1991, 23).
2 LaFeber (1979, 133).
3 Rudolf (1999, 70, tabla 3.3; 2000, 139, tabla 3.3).
4 A lo largo de los años sesenta, las exportaciones de azúcar de Panamá aumentaron en casi 30% (Zimbalist y Weeks 1991, 29), al igual que las oportunidades de trabajo para hombres en los cañaverales de la provincia de Coclé.
5 Rudolf (1999, 107, tabla 5.1; 2000, 203, tabla 5.1).
6 Zimbalist y Weeks (1991, 24-5); Manduley (1980, 62-4).
7 Zimbalist y Weeks (1991, 27,29).
8 LaFeber (1979, 150-1).
9 Priestley (1986, 23-4).
10 Priestley (1986, 21). Por 1968, la oligarquía tradicional de Panamá consistía principalmente de 20 familias que controlaban 99 de las principales 120 compañías (Gandásegui 1974, 151-68, citado en Gjording 1991, 266n15).
178 Notas
11 Priestley (1986, 28-32); Zimbalist y Weeks (1991, 30-46).
12 Gjording (1991, 30).
13 Manduley (1980, 65).
14 Priestley (1986, 68); Zimbalist y Weeks (1991, 122).
15 Zimbalist y Weeks (1991, 122-3, 126).
16 Rudolf (1999, Cap. 6; 2000, Cap. 6).
17 Opazo Bernales (1988, 35-7, 124-31).
18 Para detalles de este movimiento en Loma Bonita y América
Latina, ver Rudolf (1999, Cap. 8; 2000, Cap. 8).
19 Zimbalist y Weeks (1991, 128-35).
20 Scranton (1991, 85).
21 Zimbalist y Weeks (1991, 198n46, 149-150).
22 Los tratados estipularon que Estados Unidos no podía ir en contra la soberanía panameña.
23 Leis (1999, A10).
24 Los relatos de la invasión estadounidense incluyen Buckley (1991), Gandásegui y Priestley (1990), Independent Commission of Inquiry (1991), Koster y Sánchez (1990), y Ricord (1991).
25 Zimbalist y Weeks (1991, 143-4); Scranton (1991, 69-70).
26 AFP (2018).
Capítulo 5 – Vejez: Puertas que se abren, puertas que se cierran
1 Endara salió electo presidente en 1989, pero Noriega anuló la elección y puso a su propio candidato.
2 World Bank (1999).
3 Kovalski (1999, A01).
4 Rudolf (2014, 94-6).
5 New York Times (2012, 2019).
6 Robinson (2012).
7 Rudolf (2014, 91-3).
8 McWatters (2009, 78-9); Mellado (2011); Spalding (2013, 74).
9 CentralAmericaData (2014).
10 Rudolf (2014, 101-4).
11 Al Cuerpo de Paz estadounidense Torrijos lo expulsó en 1971 pero regresó en 1990, después de la invasión de ese país.
12 La edad bajó más tarde hasta los 65 años y el beneficio subió a B/.120.
179 Notas
13 Cañada (2010); Gascón y Ojeda (2014).
14 Fairbairn (2020, 3-4).
15 Fuentes importantes sobre el acaparamiento global de tierras (o «rebatiña de tierras») en Latinoamérica incluyen Borras Jr. et al. (2012), Edelman et al. (2018), y Fairbairn (2020).
16 Fairbairn (2020, 5).
17 Otro esfuerzo contemporáneo se dirige a defender los derechos de las tierras mayas de Guatemala contra arqueólogos con sede en Estados Unidos y sus aliados en el Senado de ese país, quienes han propuesto la privatización de algunas tierras dentro del importante sitio cultural maya de la cuenca Mirador - Calakmul. Hasta julio de 2020, una petición opuesta a esta acción tenía más de 200,000 firmas (Nazario and Cherofsky 2020).
Capítulo 6 – Las siguientes generaciones: ¿Quién regresa a casa?
1 En 2018, El Mirador estaba entre los sectores de la ciudad de Panamá «con la mayoría de sucesos delictivos» (Diaz 2018).
2 Mufson (2016).
3 Kahn (2016).
4 Guevara Mann (2011).
5 Sharma (2018). China, en segundo lugar, representó solamente el 18%.
6 World Bank (2018).
7 World Bank (2020).
8 Vega Loo (2019).
9 UNICEF (2017, 1).
10 Freire (2019).
11 Lasso (2016).
12 UNICEF (2017, 1).
13 Embassy of the Kingdom of the Netherlands in Panama (2018); Vega Loo (2019).
14 También Loma Bonita tenía aproximadamente 24 «casas vacías» que pertenecían a migrantes o residentes de los llanos (sin incluir La Cabuya).
15 En 22 de estas 35 casas, los adultos eran mayores de 70 años.
180 Notas
Reflexiones finales
1 Waterston (2019, 16).
2 Borofsky (2019, 132-3,141-2) sostiene que el trabajo duradero se alcanza mejor mediante la colaboración con grupos socialmente constituidos que gozan del respeto de la mayoría de los sujetos de la investigación.
3 Waterston (2019, 16) también señaló una larga lista de «restricciones» en sus esfuerzos, incluyendo el tiempo y costo requeridos para concertar y programar eventos, crear materiales de marketing, hacer la publicidad, viajar y suministrar ejemplares baratos de su libro.
4 Mi primer libro en español, La gente pobre de Panamá: víctimas, agentes y hacedores de la historia, fue publicado en 2000 por la Editorial Universitaria Carlos Manuel Gasteazoro (Universidad de Panamá).
5 Borofsky (2019, 163). Ver Rudolf (1999, 225, 268; 2000, 4001,465) para una discusión de algunas de estas alternativas. Obras recientes en Panamá bajo la rúbrica de «antropología comprometida» o «investigación de acción participativa» incluyen Theodossopoulos (2015), Velasquez Runk (2014), y Rodríquez Blanco y Herrera (está para salir).
6 Borofsky (2019, 91,132, 218) también expresa estas ideas.
7 Wikipedia (2020).
8 Lardieri (2018). Un cuarto de la humanidad vivía con menos de US$3.20 al día.
9 Credit Suisse (2018).
181 Notas
Glosario
Arrurruz Planta de raíz tuberosa como la yuca y el camote.
Bollos Bollos de maíz, un plato favorito. Se hacen moliendo los granos, que se envuelven en una hoja de maíz y se hierven.
Cerro La zona más elevada de una ladera montañosa, menos boscosa y usualmente sin cultivos, donde residentes de las tierras bajas compran terrenos en Loma Bonita para viviendas o inversiones.
Chola Término peyorativo utilizado por los habitantes de las tierras bajas para referirse a los pueblos indígenas y a los pobladores empobrecidos de las montañas.
El Mirador Proyecto de urbanización en las afueras de la ciudad de Panamá donde viven Lety, Viviana y, ahora, los hijos de Viviana.
Frailecito Localidad a dos horas a pie hacia el sur de Loma Bonita donde los padres de Esperanza, y más adelante Esperanza y Andrés, construyeron una segunda vivienda.
Interior Todo Panamá fuera de la «zona de tránsito». Esta es un área mayormente rural con pueblos pequeños.
Jorón Espacio directamente debajo del techo de una casa, rancho u otra estructura, a manera de ático, que puede usarse para almacenamiento y/o como espacio habitable.
Junta Grupo laboral cooperativo; en el pasado fue importante para la sobrevivencia en Loma Bonita.
Monte Tierra boscosa utilizada para sembrar cultivos alimenticios.
Penonomé Pueblo de la llanura y capital de la provincia de Coclé. Es un lugar para comprar provisiones, dedicarse al comercio a menor escala o dar acceso al transporte a la gente de Loma Bonita.
Pollera Falda ancha fruncida con blusa usada por las mujeres para ocasiones festivas e importantes.
Regidor Funcionario público de nivel local.
Subsistencia El estado de trabajar para producir lo que es principalmente para el uso de uno – para consumir, vivir. Cualquier excedente que se produzca no se acumula o transforma el sistema.
Tamborito Música folclórica popular en el interior de Panamá que consiste de canto, palmoteo y baile al ritmo de tambores.
Zona de tránsito Área estrecha en el centro del istmo de Panamá donde los océanos Pacífico y Atlántico han estado conectados por siglos – primero por un camino (siglo XVI), luego por el ferrocarril (siglo XIX) y después el canal (siglo XX). La zona de tránsito se ha convertido en el centro de riqueza y poder de Panamá con una ciudad importante en cada extremo.
184 Glosario
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