LA DIMENSIÓN TERAPÉUTICA DEL MINISTERIO PASTORAL Rubén J. Arjona Mejía
L
a idea central que hoy quiero compartir con ustedes es que el ministerio pastoral, por definición, tiene una importante dimensión terapéutica. Además, creo que en la medida que reconocemos y profundizamos esta dimensión terapéutica, nuestros ministerios de acompañamiento pastoral serán más pertinentes y efectivos en su labor. Con esta idea, desde luego, no estoy descubriendo el hilo negro. Muchos hemos estado haciendo esta labor de reconocimiento y profundización de la dimensión terapéutica del ministerio pastoral: en nuestras congregaciones, en nuestros hogares, y otros espacios comunitarios. Sin embargo, creo que resulta necesario reflexionar sobre el tema porque hay sectores dentro de la tradición cristiana que desde hace tiempo han argumentado en contra de cualquier visión pastoral que incorpore conceptos, principios y métodos de las ciencias humanas en general, y particularmente, de la psicología. Este sentimiento antiterapéutico, anti-psicológico puede documentarse bien tanto en América del Norte como en América Latina y otras partes del mundo. Pero dada la cantidad de recursos financieros, y, por lo tanto, de libros y otros materiales, en inglés hay todo un cúmulo de literatura que propiamente podría clasificarse como literatura antiterapéutica. Comparto con ustedes el caso de uno de los autores más influyentes en el contexto de los Estados Unidos. Se trata del obispo William H. Willimon, profesor de práctica ministerial en la Escuela de Divinidades Duke, en Durham, Carolina del Norte. Reflexionando 26
sobre su trabajo como obispo de la Iglesia Metodista, Willimon (2013) escribe lo siguiente: Mi admiración irrestricta para aquellos ministros que persisten en la proclamación del evangelio ante la resistencia del mundo. Pero he encontrado muchos ministros que han permitido que el cuidado congregacional y el mantenimiento superen actos ministeriales más importantes, como la proclamación de la verdad y el liderazgo misional. Estos ministros cansados insisten en ofrecer a sus congregantes una compasión indisciplinada en lugar de la pura verdad bíblica. En un estudio de su congregación, una pastora descubrió que el 80% de su congregación pensaba que el trabajo principal del ministro era ‘cuidar de mi y de mi familia.’ Ante este panorama, se puede predecir el debilitamiento de un kleros que no tiene propósito más alto que la servidumbre de las voraces necesidades personales del laos (p. 11).
Para Willimon, pues, la atención a las necesidades, como el dice, las necesidades voraces de la gente, parece ser contraria a la verdad bíblica. Por esta razón, mi colega y amigo, Robert Dykstra (2018), profesor de teología pastoral en el Seminario de Princeton, siguiendo a su maestro y amigo—ya fallecido—Donald Capps, pregunta lo siguiente: “¿Por qué hemos de asumir que el cuidado y mantenimiento congregacional, o la compasión pastoral y la atención a las necesidades personales de la congregación, son incompatibles con la verdad bíblica y el liderazgo misional?” (p. 7). Para Dykstra, el espíritu antiterapéutico, antipsicológico, revela, en el fondo, una motivación puritana, ajena tanto al espíritu del evangelio como, en nuestro caso, a la identidad reformada. Al respecto, Dykstra cita le definición de puritanismo de H. L. Menchen, según la cual, el puritainsimo es “el miedo perseguidor de que alguien, en algún lado, pudiera ser feliz.” Dykstra (2018), como Capps, responde a los argumentos de Willimon y otros autores con argumentos bíblicos. La palabra therapeuo es una palabra griega de la que proviene la palabra therapy y nuestra palabra, “terapia.” Según explica Dykstra, en el