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La ética del cuidado en tiempo de pandemia
Paola Galbany Estragués Presidenta del Colegio Oficial de Enfermeras y Enfermeros de Barcelona
Hace no muchos años, muchos aseguraban que las enfermedades infecciosas acabarían desapareciendo. El éxito que supuso la erradicación de la viruela humana, en 1977, generó un estado de euforia que llevó a muchos científicos a pensar que los antibióticos, las vacunas, los desinfectantes y las medidas higiénicas podrían acabar algún día con todas las infecciones, por lo menos en los países más ricos.
Sin embargo, la euforia duró poco. La epidemia de VIH y el aumento de la resistencia a los antibióticos demostraron que es imposible acabar con los patógenos. De hecho, la globalización, la masificación urbana y el calentamiento global nos han hecho aún más vulnerables a las infecciones, aunque nunca habíamos tenido tantas herramientas a nuestro alcance para protegernos de los microbios. La pandemia provocada por la covid-19 ha sido el último episodio, y también el más impactante, lo que demuestra que las infecciones siguen siendo una amenaza viva y con un impacto cada vez más global.
El ser humano no es invulnerable. Aunque los avances científicos y tecnológicos hayan hecho que vivamos más tiempo y con mejor calidad de vida y que cada vez seamos más capaces de entender mejor la realidad que nos rodea, siempre estaremos expuestos a un sinfín de peligros que amenazan nuestra vida. Como vemos con la crisis climática, muchos de estos peligros los estamos provocando nosotros mismos.
Reconocer que las personas somos vulnerables es la premisa principal de la ética del cuidado, una teoría moral que fue desarrollada por la psicóloga Carol Gilligan durante los años 1980 y que ha sido muy influyente en el discurso feminista de las últimas décadas.
[1] La ética del cuidado de Gilligan se contrapone a la ética de los derechos o de la justicia –que es la que tradicionalmente ha imperado en el ámbito de la política y del derecho–, que se basa en valores masculinos, tales como la uniformidad, el individualismo y el respeto a la norma. De hecho, ambos enfoques son complementarios, por lo que la ética del cuidado supone la humanización de la ética de la justicia.
Gilligan pone énfasis en la relación de las personas y en su interdependencia, teniendo en cuenta que todo el mundo tiene necesidades diferentes, que en cada caso deben ser abordadas de forma diferente. La ética del cuidado tiene un enfoque comunitario, que se orienta hacia las relaciones y la satisfacción de las necesidades de las personas.
El modelo de Gilligan coincide plenamente con los principios que guían la profesión enfermera, que se ocupa de cuidar a las personas. El cuidado parte de la base de que las personas somos vulnerables y tenemos necesidades en la esfera física, en lo emocional, en la social y en lo espiritual.
Tradicionalmente, la práctica del cuidado ha sido realizada por las mujeres y ha sido socialmente poco valorada y no remunerada. El cuidado tiene una importancia primordial en la supervivencia de nuestra especie. Durante gran parte de la historia de la humanidad, el arte del cuidado se ha ido transmitiendo de generación en generación, de madres a hijas, y se ha restringido al ámbito familiar, de donde se ha dado siempre por supuesto que debía permanecer. Fuera de este ámbito, la práctica del cuidado se ha visto con desconfianza e incluso se ha perseguido, como, por ejemplo, durante la Edad Media, cuando las matronas y las sanadoras –que la población llamaba “mujeres sabias”– eran tratadas de brujas.
Fruto de la confluencia entre esta tradición de provisión de cuidados informales y la visión científica procedente de las ciencias biomédicas, se desarrolló la enfermería moderna, que profesionaliza el cuidado a partir de la evidencia científica.
La pandemia nos ha hecho dar cuenta de la importancia que tiene el cuidado en nuestras vidas y ha puesto en valor las actividades que realizan las personas que se ocupan de velar por el bienestar de los demás, especialmente, el rol que tienen las enfermeras para satisfacer de un punto de vista holístico las necesidades de las personas, tanto las físicas como las psíquicas, como las sociales.
Ahora es un buen momento para repensar la forma en que nuestras sociedades se cuidan a sí mismas. Las desigualdades sociales, que cada vez son más acusadas [2], y las situaciones como las que estamos viviendo con la pandemia y con los efectos de la crisis climática, que se agravarán durante los próximos años, sólo podremos abordarlas situando el cuidado en el centro de las políticas públicas con el objetivo de garantizar el bienestar de toda la población. Esto implica incorporar una mirada ética que asuma la vulnerabilidad de todos los individuos y priorice la satisfacción de las necesidades de todas las personas.
Referencias
1. [1] Gilligan, Carol (2013). El daño moral y la ética del cuidado. A: Gilligan i altres. La ética del cuidado. Barcelona: Fundació Víctor Grífols i Lucas.
2. [2] European Anti Poverty Network (2021). El estado de la pobreza: Seguimiento del indicador de pobreza y exclusión social en España 2008-2020. Disponible en línea en: https://www.eapn.es/estadodepobreza/ARCHIVO/documentos/informe-AROPE-2021-contexto-nacional.pdf