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EL RATERITO

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ANTES de ayer muy de mañana, interesó mi curiosidad, un grupo de personas que se hallaba frente á la casa de Goanzález Padín.

Celebraban unos, y otros recriminaban á un chiquillo andrajoso, que contaba á lo más nueve años, por el hecho de haber sustraido de los escaparates, una muñeca y....pies para que os quiero, corrió como alma que lleva el diablo.

Un pohma fué en persecución del rapaz, sin atender á la voz de Anselmo que decía;

Dejadle, dejadle, pobrecillo.

Tantas vueltas y revueltas dió Juanito (así se llamaba el chico) que despistó -al policía, quien jadeante y sudando la gota gorda, regresó ál punto de partida, donde sufrió la rechifla consiguiente de aquel populacho ávido de divertirse, ya que estamos en pascuas.

Uno de los de la zambra, se me acercó y me dijo muy animoso:

Yo sé donde vive, pero no he querido decir nada, para no quitarle el gustazo de llevar á su hermanita enferma, ese presente de Año Nuevo.

¿Quereís acompañarme allá, le dije, para tener la satisfacción de presenciar las impresiones de esas criaturas, al tener en sus manos ese juguete?

Con mucho gusto, me contestó; usted conmigo.

Seguimos por la calle de San Francisco hacia la Caleta, tomamos por el Recinto Norte, nos internamos por la Puerta de San Juan y ya en el Paseo de la Muralla, apresuramos el paso y nos encontramos á los pocos momeutos frente á una casa de la calle de Isabel Segunda en la Marina que contaba infinidad de cuartuchos á cual más sucio, y en donde vivían muchas familias.

Entramos en el zaguán de donde salían - nauseabundos olores, y pasamos al patio.

Aquella diversidad de familia que se agitaba allí, formaba una comunidad miserable.

Seguimos por entre aquel bullicio de mujeres y niños con fisonomias de anemia y de haámbre, pero que no bastaban estas dos enfermedades hermanas para acallar 1-s voces de aquellos seres que hablaban y gritaban como ene -gúmenos.

Turbado, confuso, triste, intensamemte triste, entré en aquel laberinto y hacinamiento de carne humana y de porquería, y seguí á mi cicerone, quién al llegar á la más pobre de aquellas buhederas, me dijo:

Aquí vive Juanito.

Levantamos la cortina formada por pedazos de un saco que fué depósito de carbón, que servía de puerta, y una impresión que no pudimos definir si fué de asco, de conmiseración ó de espanto, nos dominó.

A nuestros oidos llegaban algunas de las guasas que las más descocadas de aquellas mujeres, lanzaban festivamente.

Ese s el Doctor Velez que viene á recetar -E la muertita la $a, 10 ......... decía una, y otra contestaba.

No mujer, ese uo es el Doctor Velez, ¿tu no ves que est es más canoso y más feo?

Vamos, só deslenguadas, replicó un anciano que permanecía sentado sopre un banquito ea la puerta de otra habitación, esas guasas no son para estos momentos.

Adios, miren al tío guiñapo...... ino se larga, objetó una tercera,!

.s*

La habitación componíase únicamente de una pieza de muy pequeñas dimensiones. En un extremo, hallábase un jergón grasiento. En él roncaba una mujer, cuyo vestido,.compuesto solamente de una camisa, estaba todo raido.

Las carnes flacas de aquella infeliz, presentábanse descaradamente.

A su lado, yacía sin vida, una mniña como de seis años y todo en ella acusaba la muerte por inanición; y arrodillado frente á esta, Juanito ofreciéndole la muñeca.

Tan abstraido estaba con su juguete y con la satisfacción de ver cumplidos los deseos de su hermanita, que no se dió cuenta de nuestra presencia.

Monsita.-.. Monsita. .. .decía, aquí tienes la muñeca que pedias esta madrugada; me dió un susto muy grande cuando la cogí, pero era para tí hermanita mía y....corrí, corrí con ella....tómala, tómala, aquí la tienes..... ¿no me oye5?. >..*Do desprertas? ... Huí.... que fria estás..

Le dió muchos besos y colocó la muñeca al lado de su hermanita.

Viéndonos entonces, se sobrecogió del susto é iba á llorar.

No te apures, Juanito, nada te sucederá, le dije, guarda tranquilamente el sueño de tu hermanita. ...

Mientras tanto, la madre roncaba sin darse cuenta del cuadro que durante su intenso y necesario sueño, se ofrecía allí.

Mi cicerone y yo no pudimos resistir más, y -nos retiramos por entre el bullicio de aquel infernal laberinto de inconciencia humana.

José CALDEROÑN APONTE.

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