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e LAS TRAMPAS

e LAS TRAMPAS

me ponga como un trapo, no le jagaj cazo, que la batriga pué maj que er queré. Yéva- te á lot zagalej y nmo te preocupej por mí. Ayí tendrán ujtédej pan, y aunque no ej gran coza, máj vale argo que ná, y uno quería un cortijo y ze conformó con una teja.

La pobre git:na hizo lo que su marido le indicó. Agustin, ya solo, vió un día que la cosa iba de veras, y comencido de que el hombre de bien será siempre pobre de so- lemnidad, le dijo dos palabras á la vergienza y se robó la mejor gallina de su vecino. La mató con el mayor sigilo y enterró las plumas para que no lo delataran, pues era público y y notorio que había años que en su casa no entraban bichos de plumaje. La fortuna an- daba aquel día borracha y le agujereó el bol- sillo á un prestamista y le puso en su camino un duro. Agustín la bendijo, compró una bo- tella de vinu y otras menudencias de cocina, y á puerta cerrada, se puso á guisotear para satisfacer su buen apetito, que de puro enga- ñado de todo desconfiaba ya. Hecha la co- mida, puso la mesa, apartó del fuego la ca- zuela, y ya se disponía á dividir con su relu- ciente faca una hogaza, cuando de un rincón, salió la trampa del panadero y le echó en cara su mal proceder «Bien pudiste darme medio duro y conformarte con el otro medio»

El gitano le hizo un corte de manga y le volvió la espalda -Entonces del opuesto rincór, salieron la del carnicero, la de la comadrona, la de un compadre suyo, toda una legión de furias que sin tocarle le apretaban el cuello y no le permiían tragar bocado. Oyó hablar del juez, de demandas, de cárcel; la del panadero decía que ella tenía asomos y puntas de-estafa, y si él lo dudaba, la Justicia lo decidiría. Tanto lo acosarun, que soltando la cuchara, les dijo:

Pajeraj, cómanzela, que el hijo é mi mare ze va ahora mijmo ar pueblo é zu mujé, que de aquí ayí hay trej leguaj, y tar ejtá er camino, que ze atajcarán ujtedej y no pudrán perzeguirlo.

Y dicho y hecho: dejó alrededor de la mesa á las implacables perseguidoras del pobre cuando busca la soledad, y al pueblo de su mujer se fué á ver si cambiando de lugar cambiaba de suerte, y nc será poca la del narrador si el cuento agradare al lector.

JosÉ BONACHEA.

Noviembre 1g11, Gijón

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