2 minute read

Billy Priest

Por Miguel Angel Martín Maestro, magistrado

El juez Priest (1934) y El sol siempre brilla en Kentucky (1953), de John Ford

Advertisement

¿Es usted policía? Mucho peor, soy juez

Así le responde Trintignant a Irène Jacob en Rouge de Kieslowski.

Los jueces no solemos caer simpáticos. Como compañero de profesión de Billy Priest, me agrada ver en pantalla a jueces socarrones, humanos, flexibles ante el débil, despreocupados de su imagen y, ante todo, honrados. Con esta colaboración, espero que duradera, con el ICAVA, pretendo hacer un recorrido por su presencia en el cine. Normalmente suele ser episódica, figurativa, intrascendente, alejada de la realidad, pero hay un buen puñado de películas con jueces como protagonistas.

Estas dos son como Río Bravo y El dorado de Hawks, la misma película, pero diferentes; lugar, personajes, ambientación, sureños y unionistas… todo se repite; la historia de amor entre jóvenes de clases sociales distintas, la lucha electoral entre Billy Priest y el estirado corrupto fiscal; pero entre una y otra hay variantes sutiles que cambian la orientación del mensaje y el tono con 20 años de distancia entre ambas. En El juez Priest lo fundamental es el juicio a un inocente, donde Priest tiene que abstenerse por haber salido en defensa pública del acusado en un incidente previo. En El sol siempre brilla en Kentucky ronda el fantasma del racismo, que obliga al juez a enfrentarse con sus votantes el día antes de la reelección; en ambos casos esta queda comprometida, al actuar el juez en contra del sentir mayoritario de la población, planteándose la disyuntiva sobre si ha de primar interés personal o el respeto a la ley.

En El sol..., aclarado el crimen y celebrándose la noche electoral, el grupo de votantes desfilará por la población bajo una pancarta: “Gracias, juez Priest, nos salvaste de nosotros mismos”, mensaje dirigido a una masa que se comporta dejándose llevar irracionalmente. El juicio de Judge Priest sirve para tocar la fibra sensible del espectador, alejándole de prejuicios y valorando las razones por las que una persona puede haber visto destruido su futuro por razones ajenas. En

Juez Priest se revela la identidad del padre de la joven a lo largo del juicio y se produce el encuentro; en El sol… la joven descubre su origen y las razones del silencio del pueblo y por qué se oculta, produciéndose el reencuentro final entre nieta y abuelo tras un breve y vibrante discurso del juez.

El humor de Ford aparece en la rivalidad norte-sur, que se mantiene en ambas películas, los derrotados confederados que observan cómo poco a poco las costumbres y los cargos públicos van siendo ocupados por los unionistas, aunque en El sol… el sentido del humor corroe el escaso rencor que pueda permanecer entre ambos bandos: todos son norteamericanos y defensores de la constitución, los roces no pasarán de pequeñas bromas, porque “esta noche no hay lugar para la política… pero recuerden que mañana son las elecciones”.

Como ese desayuno con whisky , necesario para que el juez despierte, el dixie suena por las calles de esta ciudad de Kentucky, mientras el juez Priest de 1934 vive aquejado por el recuerdo de una mujer y unos hijos ausentes, y el de 1953 aparenta bonhomía, salud frágil cuidada a base de alcohol y un permanente recuerdo de las causas perdidas en camaradería con sus viejos compañeros militares; y si hay que tocar el dixie en la sala de vistas se toca con corneta, aunque proteste el fiscal. Ambas películas se cierran con un toque nostálgico y melancólico extremadamente bello después de una apoteosis festiva, pero el final de El sol… conduce directamente a The searchers : Billy Priest, enmarcado por el vano de una puerta, nos deja mientras se adentra hacia su solitario trabajo.

De mayor me gustaría ser el Priest de 1953.

This article is from: