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Las mujeres en la literatura

LAS MUJERES en la literatura Redactado por: Johanna Marcela Rozo Enciso Docente del programa

La historia de la mujer en la literatura es amplia y muchas de ellas tuvieron que usar seudónimos masculinos para lograr ser escritoras, ser monjas para acceder a las bibliotecas y a la educación, disfrazarse de hombres para poder estar en lugares académicos y compartir sus ideas. La historia está cargada de mujeres valientes, talentosas, inteligentes y sobre todo empoderadas. Y aunque me gustaría hablar de todas ellas para la conmemoración del día internacional de la mujer he querido hacerle un homenaje a cuatro escritoras que han despertado mi admiración ellas son: Virginia Woolf, Alejandra Pizarnick, Silvia Plath y María Mercedes Carranza.

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Virginia Woolf fue una escritora excepcional nacida en Londres, una de las escritoras más influyentes del siglo XX. Reconocida por ser novelista dentro de sus obras La señora Dalloway (1925) Al faro (1927), y su libro Una habitación propia (1929) donde agrupa una serie de ensayos sobre el rol de la mujer en la sociedad que fue hecho con la recopilación de conferencias sobre la mujer que dictó en diferentes espacios. A través de su obra Virginia nos muestra a una mujer fuerte, pero llena de contrastes, y nos invita a pensar en el espacio físico y psicológico que necesitamos para nosotras, un espacio para escribir, leer… para ser libres ella dice en ese libro: “Una mujer debe tener dinero y una habitación propia si desea escribir ficción.”.

En público era una mujer que despertaba la admiración de hombres y mujeres, pero ella sufría de depresión por la prematura muerte de su madre a los trece años y más adelante el fallecimiento de su padre. Se casó con el escritor Leonard Woolf, una relación complementaria con colaboraciones mutuas, sin embargo, en sus últimos días el trastorno bipolar del que sufría, más el poco éxito de su última obra y la carga emocional la llevó a suicidarse en un río. A ella este poema:

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Resuena tu nombre detrás de las ventanas que esperan tus cartas es Londres el que grita Virginia, Virginia, detente. Yo como tú también necesito una habitación propia en el lugar del mundo donde puedan soñar que son reales las palabras en los libros. Detente, Virginia no camines hacía el río, saca las piedras del bolsillo cierra el libro y vuelve a sonreír tú y la otra tú. Tus huesos corroídos bajo el árbol necesitan un lector. La poeta Alejandra Pizarnick nació en Argentina, con una infancia llena de complejos con las continuas comparaciones con su hermana. En la adolescencia tuvo problemas de depresión, anorexia y un continuo inconformismo por su aspecto físico. Su pasión por la poesía la llevó a estudiar Filosofía y Letras, luego periodismo y tomó algunos cursos de pintura. Viajó por muchas partes del mundo y conoció al poeta pamplonés Jorge Gaitán Durán, del que se rumora estuvo enamorada sin ser correspondida. Dentro de sus obras se destacan “La tierra más ajena”, “Un signo en tu sombra”, “La última inocencia”, “Los pequeños cantos”, “Una noche en el desierto”, entre otras obras póstumas, una larga carrera en la poesía. Recuerdo de ella estas palabras: “Lo que pasa con el alma es que no se ve/ lo que pasa con la mente es que no se ve/ lo que pasa con el espíritu es que no se ve/ ¿de dónde viene esta conspiración de invisibilidades? / ninguna palabra es visible”. Se quitó la vida a los 36 años después de un fuerte cuadro de depresión. Para conmemorar a Alejandra le escribí este poema.

Quiero que a tu regreso no encuentres mi sombra en el espejo. Necesito estar en tierras lejanas lejos del humor de los vivos de la falda en tinte gris. Ya no es posible que siempre vuelvas y mis pasos sigan enterrados en la misma arena y mi nombre siga sin pronunciarse en el eco: ¡Flora! Es mi mano izquierda la que hace posible el milagro llevándome a vivir lejos de la tormenta en el sueño profundo. Quiero que a tu regreso leas la nota y la recuerdes para siempre: “No quiero ir más que hasta el fondo”. Sylvia Plath es una poeta estadunidense que me ha conmovido profundamente con sus versos. Versos que recuerdo como: “Le hablo a dios, pero el cielo está vacío” o “Tus propias limitaciones te crucifican”. Dentro de sus obras más conocidas están “La campana de cristal”, “Cartas de cumpleaños” y obras completas de poesía. Ser mujer lo sentía como una cárcel: "Mi gran tragedia es haber nacido mujer" decía Sylvia. Su padre muere cuando ella tenía apenas 9 años y eso marcó su historia de adulta que estuvo opacada por varios intentos de suicidio. Sylvia se casó con el poeta Ted Hughes, matrimonio que acabó por la infidelidad de él y de la que le quedaron dos hijos. A ella este poema: PIZARNICK DE FALDA LARGA

Acaso la noche conoció la inmensidad de tu tristeza ¿es de nuevo el amor el que te hace cruzar la esquina hacia la nada? Sylvia: No me queda más que extenderte la mano para obsesionarnos juntas con la idea de la muerte. Cada vez que te di mi aliento tú me devolviste un poema dándole al mundo la voz de Victoria Lewis. Con gusto sería mensajera de tus Cartas a Casa para entrometerme un poco en tu desesperación, es aquí donde duele saber que entregaste tu vida antes que el universo la exigiera. Y para cerrar esta conmemoración a través de la literatura quiero recordar a María Mercedes Carranza poeta nacida en Bogotá, hija del poeta Eduardo Carranza. En su carrera se destacó por hacer periodismo cultural en los periódicos La Vanguardia y El Siglo, además de ser directora de la Casa de poesía Silva y jefe de redacción de la NO TE DERRUMBES SYLVIA

revista Nueva Frontera. Tuvo una participación importante en la sociedad siendo elegida por la Asamblea Nacional Constituyente de 1991 y por la Alianza Democrática M-19. Su poesía cotidiana con el lenguaje ágil y fácil de entender que nos hizo ver el amor desde la realidad y no desde la utopía en su libro “Vainas y otros poemas”. El secuestro de su hermano, Ramiro Carranza, la llevó a la angustia y la depresión; por esta razón decide quitarse la vida en el 2003. Le dejó a su hija Melibea que hoy es poeta una carta de despedida. A Mercedes Carranza este poema.

Es tan cierto que la bala cruza por donde debería transitar el dulzor. También lo es, que frente a la mente infectada de los hombres no tenemos nada que hacer. Te creo la guerra como el amor es cruel la vida es nuestra hasta que la mano se empuña. Sin embargo aún creo que la poesía salva lo eterno del fondo de las entrañas nos redime incluso cuando le hacemos guiños a la muerte. MERCEDES, EXALA

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