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Amalia García Medina, Secretaria de Trabajo y Fomento al Empleo, CDMX
Presentación
Amalia García Medina Secretaria de Trabajo y Fomento al Empleo, CDMX
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El mundo y la vida misma —la de todos los seres vivos—, están envueltos en un intenso fenómeno de migraciones y de movimiento. El desplazamiento incesante de personas y de grupos humanos, como los nómadas en los albores de la humanidad —unos en busca de alimento o refugio, o huyendo de conflictos bélicos, y otros buscando nuevos mundos o con el anhelo de superar su calidad de vida y buscando trabajo—, ha sido y es una decisión compleja, no sólo porque se deja atrás la casa, la tierra y, en muchos casos, a los seres queridos, sino porque, en la mayor parte de los casos, el futuro es de incertidumbre; pero también de esperanza. Los migrantes llevan a cuestas consigo su visión del mundo, de la vida y la cultura propia: es su patrimonio y su herencia
Siempre, a lo largo de la historia, la movilidad ha trascendido las fronteras físicas, y de ella ha resultado un profundo intercambio cultural, social y económico entre los recién llegados y los habitantes del territorio elegido, provocando el reconocimiento, en muchos casos, de que en la diversidad cultural está una de las mayores riquezas de la humanidad. En México, hemos sido protagonistas y testigos del efecto de las migraciones, y como nación nos hemos beneficiado y transformado con el legado y la herencia de esa diversidad cultural.
El mestizaje cultural y humano que surgió en la época colonial, aun siendo resultado de una conquista que intentó borrar los vestigios del mundo anteriormente existente, es muestra de la capacidad formidable del ser humano de dar vida al surgimiento de nuevas manifestaciones culturales,
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16 no sólo entre lo que llegó del “Viejo Mundo” y lo del “Nuevo Mundo”, sino incluso con lo que a través del Galeón de Manila transportaba la Nao de China, todo un amasijo cultural de frutos, animales, lenguas, religiones, sabores, piedras labradas convertidas en catedrales con ángeles rindiendo tributo a dioses antiguos y especias. Viendo hacia el futuro, a esa mezcla se agregaron las afirmaciones de Fray Bartolomé de las Casas y de Vasco de Quiroga: todos los seres humanos, manteniendo su identidad y sus diferencias, tienen alma, y también la afirmación cultural de ese nuevo mundo, con el genio de Sor Juana.
Mientras, en el norte del continente americano, miles de familias pobres emigraron desde Europa en busca de una mejor vida, simbólicamente representada por el Mayflower, atravesando llanuras en su peregrinar para conquistar el oeste, subordinando a las tribus originarias. Fueron migrantes que construyeron una nueva cultura y una nueva nación, también con el aporte que llegó desde África en barcos de esclavos, y en el sur, con los habitantes de los territorios anexados de manera posterior.
Más recientemente, al despuntar el siglo XX, inició una lenta pero constante migración de mexicanos trabajadores hacia territorio norteamericano, conforme crecía la demanda de mano de obra, primero durante la Primera Guerra y después masivamente con la Segunda Guerra Mundial, al requerir el Gobierno norteamericano miles de trabajadores para salvar y levantar la producción agrícola con el programa “Braceros”. Este programa, de manera simultánea a una explotación brutal, significó el encuentro de comportamientos, tradiciones, costumbres y rituales completamente diferentes entre los recién migrados y los residentes.
No obstante, las diferencias, la mezcla y el intercambio cultural se impuso. La irrupción del movimiento chicano y la lucha por sus derechos civiles y movimientos, como el encabezado por César Chávez, permitieron, a su vez, el despliegue de múltiples manifestaciones artísticas de la raza en la música, el arte urbano o callejero, como el grafiti, la literatura, el cine (recordemos Zoot Suit) y floreció una nueva forma de comunicación, con un lenguaje que mezcla inglés y español, abriendo los horizontes de un apasionante fenómeno que ahora se denomina interculturalidad.
Los dos lados de frontera entre México y los Estados Unidos han sido especialmente prolijos en ese intercambio cultural. Escritores, cineastas, artistas plásticos, ensayistas, dramaturgos, narradores, y académicos han dado aliento a una corriente creativa que no tiene parangón y que en cada oportunidad muestra su vigencia y solidez, abrevando de la compleja y dura realidad de este territorio que separa y une a millones de seres humanos; de dos países que comparten una línea que no se sabe si es frontera o es herida, por donde cruzan migrantes, pisando una tierra que hace poco más de siglo y medio fue de sus antepasados.
Entender, interpretar y reflexionar sobre los alcances, la profundidad y el impacto cultural y humano que traen consigo las migraciones, fueron algunas de las razones que despertaron el interés de la Oficina en México de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), para la realización de esta publicación, cuyo propósito es abordar y comprender los significados de la creación artística y los procesos culturales en el contexto de la migración; los procesos de fusión, de adquisición, de apropiación y de surgimiento de nuevas expresiones culturales, y su asimilación por parte de actores sociales.
Por lo demás, los vasos comunicantes culturales entre los migrantes “allá” y los mexicanos “acá”, han mostrado una firmeza formidable, y sus manifestaciones se reproducen a un ritmo acelerado, convirtiéndose en un nuevo componente que enriquece y transforma la cultura norteamericana. Algunos de esos elementos se expresan en el poder de la lengua, en las expresiones artísticas, y sin duda en ese patrimonio intangible de la humanidad que es la gastronomía.
México ha sido y es, en este siglo XXI, país de origen, tránsito, destino y retorno de migrantes. Como los que vinieron, como a su propia casa, cruzando el Atlántico, para salvar la vida ante el terror del fascismo, y que cargando su cultura a cuestas fundaron editoriales, o como Luis Buñuel, que contribuyó a darle dimensión universal al cine mexicano. O los migrantes de Sudamérica, perseguidos por gobiernos militares que asilados por México aportaron a la academia, al teatro, a la música. Y los centroamericanos de ayer y de hoy, amenazados primero por las feroces dictaduras, y ahora por el hambre, la delincuencia organizada, la precariedad laboral y la necesidad de trabajo.
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Los textos de esta publicación arrojan resultados espléndidos, experiencias innovadoras, propuestas y reflexiones lúcidas para el abordaje de la simbiosis migración-cultura, y al mismo tiempo alienta un diálogo constructivo y permanente entre arte y sociedad, en contextos donde existen migraciones.
Por esas razones también, mi reconocimiento a la decisión de Nuria Sanz, Directora y Representante de la UNESCO en México, por poner en la agenda elementos para diseñar una estrategia que contribuya no sólo a la protección de los migrantes en esta región del mundo y al reconocimiento de sus derechos, sino a valorar y justipreciar su valiosa aportación cultural, más allá de las fronteras, y su derecho a su identidad.
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Todas y todos, independientemente de nuestro lugar de origen y condición migratoria, somos portadores de derechos; pero, resulta sumamente grave que se extienda la visión de que los migrantes, sin importar su nacionalidad, representan una amenaza para cualquier país, y que la cultura de la intolerancia y el odio hacia “el otro”, hacia el “diferente”, empiece a tener respaldo desde espacios de poder.
También por ello es necesario reforzar valores universales, como la libertad y la igualdad, junto al respeto a la diversidad humana, a las múltiples manifestaciones culturales, a los derechos humanos, tal fue el compromiso compartido de quienes participan en esta publicación. El compromiso sigue vigente.
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