Cucú café de Ana Bueno

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CUCÚ CAFÉ

Ana Bueno


© de los textos y de las imágenes Ana Bueno edición taller contar la propia historia Islas Canarias / Buenos Aires 2021


CUCÚ CAFÉ Ana Bueno


Agradecimientos: A mi pareja, compañera incondicional en mi viaje por la vida. A Irene y Belén, amigas y maestras en mis primeras andanzas por los libros ilustrados en su taller Contar la propia historia. En honor a mi tía Mercedes.


Dedicado a mi padre.



Dos meses antes de que comenzara el invierno, había decidido visitar a mi tía Mercedes. En el avión, destino a Barcelona, me asomaba tímidamente por la ventanilla y contemplaba cómo las grandes planicies de tierra invadían el espacio continental. Acostumbrada a vivir en mi isla natal, llena de montañas y volcanes y delimitada por el mar, la vista se me perdía en el infinito. Curiosa a la vez por encontrar parajes nuevos que inspiraran mis sentidos, me dejaba embriagar por el espíritu nómada que vivía dentro de mí y que tomaba forma cada vez que me movía de mi lugar de origen. Me convertía en un águila imparable ante la aventura.



Cuando le dije a mamá que quería ir a Francia con ella a visitar a Mercedes, me miró y me dijo: —Claro que sí, pero vamos a hacer el viaje tal y como lo hice con

tu padre la última vez que la visitamos. Cogemos el avión hasta Barcelona y luego el tren al día siguiente, para llegar a la ciudad de Nimes. Y allí estábamos las dos, rumbo a Francia. Papá ya no estaba con nosotras. La vejez había hecho su trabajo y él ahora vivía en mi corazón.


Pronto me encontraría con su hermana mayor. Mi tía Mercedes sobrevivía con 93 años en un pequeño barrio francés a las afueras de la ciudad. Vivía sola. Así que decidimos ir a compartir con ella los recuerdos y el reencuentro, tras la partida de mi padre. El tren llegó a la estación. Atenta a los carteles en francés, escuché: —Passagers destination Nîmes! Bajamos del tren. Allí estaba mi prima Cristina, esperándonos con sus buenos modos y cortesía. ¡Ella es una mujer llena de sorpresas! Se mostraba amable todo el tiempo, e intentaba hacerme sentir bien. Sus diminutos ojos ocultaban a una mujer poderosa y llena de ternura, aunque no lo aparentara.




Llegamos a casa de Mercedes al atardecer.



Yo a mi tía no la había tratado lo suficiente como para conocerla en profundidad. Solamente la había visto en cuatro ocasiones en mi vida: La primera y la segunda vez, yo tenía cinco y catorce años. Fue durante un viaje familiar que hicimos a Francia de vacaciones. La tercera vez ella vino a mi isla de visita. Tengo escasos recuerdos de ella en aquella ocasión, yo era ya una mujercita de diecisiete años y tenía mi cabeza en otras cosas, la familia me había dejado de interesar. La cuarta vez fue completamente distinto. Ella nos visitó junto a sus hijas. Y con mis cuarenta y ocho años de edad, disfruté del encuentro ¡tanto! Mi padre y ella hacía años que no se veían…


Y allí estaban juntos otra vez. ¡Eran iguales!. Misma nariz, misma boca, mismos ojos. Las manos, la inclinación de sus viejas columnas hacia el lado derecho de sus cuerpos. ¡Andaban igual! ¡Hablaban igual! Mi padre brillaba junto a su hermana. Ella le traía a la memoria sus orígenes franceses, en Casablanca, donde ambos habían nacido.




Vivieron en Marruecos cuando era protectorado francés, después de la segunda guerra mundial. Allí crecieron juntos, él y mi tía. Su lengua natal: el francés, sus costumbres, sus maneras… Los caprichos del destino los distanciaron y los llevaron a hacer cada uno su vida, separados por tres mil kilómetros de distancia. Pero ahora estaban allí, juntos… Todos estos recuerdos acudían a mi mente, mientras nos aproximábamos a la puerta de la casa de Mercedes. Y allí estaba. No hizo falta tocar a la puerta. De pie, apoyada en el taca-taca, nos sonrió tímidamente dejando abrir un poco la comisura de los labios.


Mi corazón se llenó y rebosó de ella. En ese instante, al verme en el espejo de sus ojos, como si fueran los de mi padre que me volvían a mirar, lloré. —Bonsoir. Comment allez-vous? Comment a été le voyage? La abracé suavemente. ¡Era tan tierna y suave que tenía miedo de lastimarla! Ella seguía hablando en francés, todo el rato, como un cotorrito, preguntando cómo estábamos y cómo había sido el viaje, una y otra vez.




Ya en el interior de la casa, mi prima nos instaló en el piso superior del adosado. La escalera para subir era angosta, y Mercedes desde hacía tiempo no podía subir a ese piso. Ella vivía en la planta baja, donde tenía todo lo que necesitaba: su cama, un baño, la cocina, el televisor, las gavetas y repisas de las vitrinas, llenas de recuerdos, que revisaba una y otra vez, tal como comprobé en los días que siguieron.



Se dedicaba a repasar los papeles viejos con anotaciones de su difunto marido. Miraba las fotos de sus hijos y de sus nietos, les limpiaba el polvo, las besaba y las volvía a colocar en su sitio. Eran sus tesoros, su santuario, que repasaba diariamente.



Esa noche después de cenar nos fuimos a dormir. Y a la mañana siguiente… me despertó el olor a café. Entre sueños me pareció escuchar una voz que me llamaba, pero no era un sueño. Era mi tía Mercedes llamando. —Annie… Annie…! Cucú… Cucú… allez… allez… Cucú café!. Esta vez escuché con claridad.


Me levanté y caminé hacia las escaleras y allí estaba. Sonriendo y mirando hacia arriba.




Aquel desayuno no lo olvidaré en mi vida. Mamá se levantaba todos los días de mal humor pero yo en aquel momento era la persona más feliz del mundo. En la mesa, estaba el café recién hecho, la leche, tostadas, mermelada y mantequilla. Ella nos miraba y continuamente preguntaba: —Avez-vous bien dormi? —Avez-vous faim? —C´est bon?


A mamá todas estas preguntas la aturdían y su mal humor iba creciendo por momentos. —Si… si… está bueno, pero hambre no tengo ninguna… y no he dormido NÁ, —le contestaba con su acento andaluz.

Mercedes, que no captaba su mal humor, solo entendía que se encontraba cansada y más le preguntaba: —Prenez-vous des somnifères? —Voulez-vous un toast avec de la confiture? Y así, todas las mañanas de los ocho días que estuve junto a ella, se repetía una y otra vez la misma historia.




Como si el tiempo se hubiera congelado en ese instante, volvía a escuchar al despertar: ¡Annie…! ¡Café!



Para mí, su voz era como el canto de los gallos al amanecer, cuando se despierta la naturaleza y nos recuerda que estamos vivos. O la llamada del muecín a la oración, que nos trae el recuerdo del corazón. Mi tía Mercedes, tan vieja y tan llena de vida y de buenos modos. Mi tía Mercedes, que trajo a mi memoria, los recuerdos más tiernos de mi infancia junto a mi padre, cuando él también preparaba el café en casa y nos despertaba los domingos con el pan tostado, la mermelada, la mantequilla, los buñuelos fritos que él mismo preparaba.


Mi tía Mercedes, que dejó instalado en mi corazón, el recuerdo de quién soy y de quién quiero ser. Que me hizo sentir la sencillez de las cosas, la transparencia de las

buenas almas, de la buena gente, la nobleza de la sangre de mi padre. Gracias por todos aquellos desayunos querida Cucú…




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