Célula Madre de Mónica Yaconi

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CÉLULA MADRE

Mónica Yaconi

de los textos y de las imágenes © Mónica Yaconi edición contar la propia historia

Santiago de Chile / Buenos Aires 2024

CÉLULA MADRE Mónica Yaconi

Madre madre tu me besas pero yo te beso más…
Gabriela Mistral

Estamos en pleno mes de julio, son las diez de la mañana de un frío día de invierno. Apoyo mi cuerpo en el ventanal, el sol apenas entibia. Una melodía de Roger Williams suena con fuerza. Es “Till”, tu preferida. La escucho todos los días, te recuerdo sentada en el sofá del living abrazada a mi padre.

Disfruto de la primera taza de café y decido escribirte. Las palabras surgen como cascadas de amor, sin pensarlas, es menos doloroso.

Observo las fotos que cuelgan en la pared de la salita, veo en tí mi reflejo y recorro con los dedos tu bello rostro de ojos soñadores. Me pregunto si cumpliste alguno de tus sueños, si fuiste feliz…

Ahora que iniciamos nuestro mutuo conocimiento, el tiempo nos juega en contra. Me apena que el tren arranque sin mí.

Estas líneas las compongo para confesarte lo mucho que amo tu ropaje, que el día que te marches no dejarás deuda, que en tus brazos me sentí la flor más bella del jardín y perdono tus ausencias.

Nuestra historia la iniciamos juntas habitando una misma piel.

Crecí pegada a tí, como un molusco en su guarida, férrea, llena de sueños.

Me entristece saber que no llegarás a leer estas palabras. Hace más de dos años la ceguera te arrebató una de las cosas que más amabas. Cómo olvidar la biblioteca atiborrada de libros, y a tí en cada primavera leyendo a los pies del liquidambar en el jardín, rodeada por tus polluelos. Leías hasta tres veces una misma novela, parecías un río cristalino fluyendo entre bosques nativos. Dejaste de hacerlo y tus días empezaron a desvanecerse en la oscuridad.

Madre, quiero contarte un sueño. Se repite por las noches, es una historia de amor. Los personajes se confunden, somos tres y tú eres uno de ellos. Soy su hija, ella mi madre, tú mi hija, una dentro de la otra. Semejamos una “Matrioska”, la muñeca rusa.

Corro al compás de las olas, el pelo me tapa los ojos, me agacho a buscar caracolas, deseo regalarte un collar. Me envuelve un viento cálido, la veo aparecer.

Grande. Blanca. Luminosa.

Su brillo me ciega, se aproxima suave como la espuma. Me acuna entre sus brazos. No dejo de mirarla, impregnada de su esencia vuelo a pertenecerle.

Flotamos en el aire dentro de su luz, nuestros dedos se rozan. Susurra una melodía y me libera.

Me desinflo como un globo y caigo al agua de regreso a tí, al origen.

Las manecillas del reloj no paran de girar, esta historia se repite una y otra vez.

Nunca te he dicho que adoro nuestros encuentros semanales en el café, y permanecer horas sentadas al aire, sentir los rayos del sol en nuestra piel y acurrucarme en tu regazo. Necesito quedar impregnada de ti, de tu olor antes de partir. Me agarro a tus manos huesudas y deformes, acaricio tus mejillas secas, me sorprende la semejanza de nuestros rasgos.

La pequeñez de tus años me conmueve. Me he vuelto más paciente contigo, y tú más amorosa. Me suplicas que no desaparezca, que no deje de visitarte.

Cómo podría hacerlo madre amada si eres mi “Matrioska”.

Hemos mutado, ya no somos las de siempre.

Tu cabello se volvió blanco, en el mío las canas emergen y las disfrazo, tal como tú hiciste por años.

El eterno retorno de la vida nos atrapa y descubro cómo nos volvemos parecidas.

No me canso de mirar cada línea de tu rostro. Los recuerdos se agolpan en mi mente mientras tú te confundes en los tuyos.

Nuestras miradas se pierden en el rojo de cada atardecer.

Observo tu silueta de caminar pausado confundirse en el ocaso, alejarse, y volverse un punto diminuto en el horizonte.

No me cansaré de pensar en tí.

Mi camino es el tuyo y el tuyo se volverá mío.

Oda a mi madre

La vida fluye sin pausa entre rojos y grises entre calma y llanto.

Ahí estás célula navegante, embebida en esencia.

Bella, frágil como el pétalo de una flor

te deslizas delicada en la fina piel, trazos de bocetos inventados.

Deambulas por décadas buscando el camino, delicada como el vuelo de una mariposa.

Comienzas el viaje del conocimiento, penetras bosques y montañas derrochando amor y miel, noches estrelladas de mágico deseo.

En cada amanecer descubres ramas y colores, atrapada bebes de futuros inventados.

Brillas cruzando los inviernos sin descanso, cierta de cada espacio habitado recorres amorosa los minutos del encuentro.

Estuviste mucho tiempo negándote al placer hasta verte enfrentada al espejo.

Despojándote de las capas que cubren tu cuerpo, saboreas cada fragmento dorado, te diluyes en mil pedazos, partículas de polvo flotan en el aire.

El humo se diluye entre las grietas, atrás quedaron los sueños la fruta sin morder los besos deseados las caricias ausentes las noches sin pasión el llanto sin liberar el aroma a mantequilla derretida el aire gélido golpeando tu mejilla.

Más allá del cristal las voces se pierden en un horizonte frío, atardeceres de oleaje bravío succionan voraces la triste soledad.

Al final de este espectáculo lloras, gritas, te retuerces en el camino, los océanos mecen tu cuerpo, sucumbes ante tierras desconocidas.

Enfrentada tú y el cosmos, espíritu inhalas agónico un último instante, el fin se acerca extinguiendo la llama desvaneciéndose en la no existencia.

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