Viviana Farrell
de los textos y de las imágenes ©Viviana Farrell edición contar la propia historia Buenos Aires 2024
Viviana Farrell
de los textos y de las imágenes ©Viviana Farrell edición contar la propia historia Buenos Aires 2024
Viviana Farrell
“Quien me salvara de vivir?”
“Me
siento tan aislado que puedo palpar la distancia entre mí y mi presencia”
Fernando Pessoa
Sin tener la intención, sin pensarlo siquiera, vuelve a maravillarme como “eso” que llamamos inconsciente se coló por mis dedos al teclear esta historia.
Hay un lugar que está entre el recuerdo y la fantasía. Es como esos agujeros que cavamos en la arena muy mojada que enseguida se llenan de agua y se borran las fronteras: ¿es recuerdo? ¿es real? ¿es fantasía? ¿es arte?
Me acerco a la biblioteca de mi casa, me gusta mucho esa estantería. La llevo conmigo a todos lados, me sería muy difícil vivir sin ella. Veo en una pila de libros uno muy conocido: Alicia en el país de las maravillas.
Siempre recuerdo el momento en que Alicia, sentada en el césped, ve pasar un conejo y lo sigue, el conejo se mete en su madriguera y ella cae con él a un mundo que no conoce y allí comienza la aventura de Alicia y la mía porque allí asocie con el secreto mejor guardado que poseo, tan guardado que casi lo había olvidado: yo no soy de este planeta.
Vengo de una superestrella llamada JECIRA.
Mi pueblo es pacifico y ordenado, cuidamos el respeto y la cooperación. Nuestro valor más importante es la amorosidad. No existen los prejuicios ni las mentiras y por sobre todo somos auténticos. Somos “pizanzapra”. En mi idioma, que es el indi jeciriano, eso significa ser uno mismo.
Cuando nacemos, un Consejo de Mayores sabios leen las marcas que traemos y en conjunto con mapas de los cielos y fórmulas secretas nos asignan un lugar donde crecer. Esos lugares se llaman “hogares” y allí recibimos una formación compleja y completa. Ponen mucho énfasis en que miremos hacia nuestro interior, y nos conozcamos a nosotros mismos.
Nos acompañan para que descubramos nuestras fortalezas y debilidades. Este consejo me estudió detenidamente y decidió que yo sería del hogar de los mensajeros. Nací para llevar el mensaje de Jecira a otros planetas o estrellas del Universo.
Esa es la razón por la que estoy hoy aquí relatando mi historia.
Desde tiempos inmemoriales sabemos que nuestro modo de vida es muy valioso. Por eso nuestra misión es trasmitirlo, llevando sus semillas a otros planetas y estrellas. Cuando llega el momento de emprender el viaje nos ilustran sobre las características del destino en el que deberemos cumplir nuestra misión; la cultura, los gustos y disgustos, los amores y desamores. Borran gran parte de nuestra memoria en un intento de evitar que queramos volver pronto, ya que la misión es muy difícil. También debemos aprender aquellas características que veamos como buenas para llevarlas a nuestros hogares y sumarlas a las nuestras.
Emprendí el largo viaje desde Jecira hacia la Tierra en barcos, aviones y trenes, hasta que caí en un tubo, un túnel sumamente desapacible, como el de la madriguera de Alicia. Una fuerza extraña me empujaba hacia afuera para salir. Por delante todo era oscuro. No existen o no tengo palabras para esta oscuridad. No es la de la noche, sino la de la ignorancia ante lo desconocido; ¿qué habrá allí y más allá de ese allí? ¿Será eso que llaman miedo? Allá, en Jecira, casi no sabíamos de esa emoción pero me habían explicado lo que era el miedo antes de partir. Apenas podía ver unos tallos de un verde intenso y fresco, con un perfume muy especial, que luego aprendí se llamaba pasto. Antes de caer escribí mi nombre en la pared del túnel. Pensé que si me perdía y quería volver, siguiendo esa señal podría retornar a mi lugar de origen, porque en ese momento supe que en esta nueva tierra donde había aterrizado, iba a sufrir.
Los planetas a los que llevábamos nuestro mensaje estaban siempre en estado de caos: guerras, luchas, familias rotas, mucho egoísmo, falsedades, pero lo más grave era que ni siquiera lo registraban o estaban ya sumamente cansados. Perdidos en ese caos seguían viviendo como podían, con desesperanza, ansiedad, profunda tristeza, enojo. Nuestra primera labor y la más difícil era hacerles tomar conciencia de su situación, para luego poder mostrarles nuestras enseñanzas.
Darse cuenta de la realidad es absolutamente necesario ya que solo reconociéndola se puede generar esperanza y con ella la voluntad para comenzar los cambios. Porque la esperanza es un acto de fe y la fe necesita acciones concretas para sostenerse.
En este mundo que no es el mío muchas veces me siento muy sola. Ese estado a veces perdura por días. Es como un velo que se aloja en mi alma y me pregunto si los terrícolas tendrán ese velo o habrá quienes tengan un fondo más alegre, claro, limpio, como el mío cuando estoy en mi súper estrella. Ese velo me aleja de los otros, no puedo involucrarme del todo, estoy como observadora o directamente no estoy. El tono es triste, nostálgico, no me impulsa a vivir. Sigo adelante porque sé que debo cumplir con mi misión, llevo la carga como el Buenbuey. Me ayudan la música, la poesía, los amigos y el Buenbuey pero el trabajo a realizar es enorme. Es muy difícil ya que vivo un “como si” casi constante, mi esencia es muy diferente.
Cuando describí Jecira, nombré la amorosidad.
Qué bella palabra. Es como una mantita de bebe tejida por una abuelita que espera con alegría y sabiduría a su nietita o nietito por llegar. Suave, amable, amoroso suena dulce, con perfume a dedos callosos, trabajadores, quizás poco acariciadores, que saben de dolores y alegrías y todo el pentagrama de emociones y sucesos de esto que llaman vida.
Al escribir tantos diminutivos recuerdo al que me hicieron llamar Papá en este nuevo mundo, él detestaba a aquellos que utilizaban exageradamente esa manera de hablar… también le molestaban mucho los hombres que usaban camisas color rosa; o a los que tenían autos con el escape libre y a los Beatles. Era un señor adusto, serio, muy legalista porque se dedicaba a algo con leyes, un tema muy árido y así era él, árido, seco, muy durito. Casi nunca se reía porque todo era algo serio e importante; cuando yo le preguntaba sobre algún tema respondía pero con tanto detalle que tenía que hacer un enorme esfuerzo para no quedarme dormida. La que me hacían llamar Mamá era un poco menos seria, pero me imagino que no podía ser más alegre al lado de un señor tan tan serio. Organizaba reuniones de beneficencia, estaba siempre impecablemente vestida, hablaba y me hacía hablar con mucha corrección. Ambos eran muy estrictos en cuanto a los modales: yo los vivía como acartonados, les faltaba vida, espontaneidad. Eran lo opuesto a los amorosos
Pues tengan por seguro que es un tremendo disgusto no poder ser lo que uno es.
Así es que aquí estoy intentando estar bien a pesar de esta condición de estar viviendo un personaje que no siento en el cuerpo y que me aleja de mi verdadera esencia. Se me hace cada vez más cuesta arriba, pero allí esta Buenbuey, siempre dispuesto a sostenerme.
Hoy me desperté y como en una película vi un parque muy grande con hortensias, lavandas y más lejos una enorme planta de moras. En el pasto estaba sentado mi abuelo, uno de los amorosos. Me enseñaba una canción en otro idioma que después yo sabría es italiano, la canción era para prepararme para ir a la cama a dormir, decía algo así:
Stella. Stellina… La notte s’aviccina…
Acto seguido estaba en una noche cálida de verano, nuevamente mi abuelo me mostraba el cielo, millones y millones de estrellas. Él me enseñó donde estaba la Cruz del Sur y las Tres Marías, yo sentía mucha emoción, mi corazón latía fuerte, ahí arriba estaría mi hogar, donde había dejado escrito mi nombre. Mi vestidito blanco quería volar hacia allí pero aún no era mi tiempo de volver y me quedé tomada de la mano cálida de Abito, mi abuelo,
Abito, Abita así los había bautizado yo, la nieta mayor, por abuelito, abuelita: a veces los mayores tenemos privilegios. Mi abuela era callada, más tranquila que el Abito, cosía y tejía muy bien, ella me enseñó a tejer. Mi primera obra fue una bufanda roja, bien roja, estaba llena de agujeros porque se me escapaban los puntos pero cuando yo me molestaba conmigo por esos agujeros ella disimuladamente intentaba arreglarlos o me decía que estaba bien, que recién empezaba, que ya saldría mejor, pero siempre animándome. La usé muchos inviernos.
Muchas veces íbamos a pasear o a pasar unos días con familias amigas. El papá y la mamá terrestres casi nunca venían… por suerte… se imaginarán porque digo esto.
La primera vez que vi el mar fue con mis abuelos. Fue algo increíble lo que sentí, casi no podía respirar de la emoción ante esa extensión tan inmensa, era casi grande como yo imaginaba sería mi super estrella. Tenía un olor especial y la arena blanca me hacía cosquillas en los pies, al principio me impresionó pero luego esa arena fue una gran compañera en mis juegos. Fui a la orilla y la espuma del mar me mojaba los pies, venía y se retiraba y así casi sin parar, unas veces se alejaba más que otras. Yo intentaba adivinar adonde llegaría la próxima, pero casi siempre me equivocaba. Fue una experiencia maravillosa.
Otra vez fuimos a un campo. Todo era verde, había animales que no conocía: vacas, caballos, chivos, ovejas, gallinas, abejas, conejos. Yo no podía parar de ir de un lado al otro tratando de incorporar y recordar tantas cosas nuevas. Por las noches hacían fogatas y comíamos al lado del fuego chispeante que nos daba calor y luz, además de cocinar nuestra comida.
¡Qué generosidad la del fuego!
El lugar que me impresionó muchísimo fue la montaña. Cuando la vi por primera vez estaba segura de que si subía llegaría a mi super estrella, ya que era tan, tan alta.
Además de mis abuelos, en este mundo había otros amorosos. Yo los reconocía porque eran personas que sentía cercanas, si bien no hablábamos de lo que nos pasaba por dentro había una familiaridad, un comprenderse, sabíamos que el otro entendía, había un idioma íntimo común. Aunque me reprendiesen, porque no siempre yo hacía lo correcto, los amorosos eran blandos, suaves, lo que me decían era siempre bueno para mí; aunque hubiera hecho algo que estaba mal, ellos lo corregían y yo sentía que así debía ser, no eran violentos aunque a veces sí eran severos. Por el contrario, a los no amorosos, los sentía como extraños, los conocía socialmente, es decir desde la superficie, no existía una conexión autentica, fluida, era incómodo compartir con ellos Volvía a sentir ese velo del que antes hablé que me distanciaba y todo se volvía artificial, sin una vida verdadera.
En mi historia acá en la Tierra sucedieron muchas cosas; algunos hechos fueron feos, otros tristes, podría compartir algunos pero solo lo haría con los de mi linaje, los de mi superestrella. Seguramente no todos mis lectores serán amorosos así es que mejor esconderé esos hechos, pero ¡qué feo es tener que esconder!
Un día me adentré por un bosque precioso lleno de tréboles y flores chiquititas de varios colores y me topé con una puerta pesada. Tenía pintado un dibujo que en ese momento no comprendí. Adentro había muchas habitaciones y todas eran distintas. En cada una había muebles, colores, y vestimentas diferentes, las caras de las personas, la música, los olores y hasta lo que hablaban cambiaba en cada habitación y eran infinitas. Ya me estaba cansando de recorrerlas cuando encontré una llena, pero llena de libros… ¡ahhh! al fin, eso sí lo conocía. Los de mi linaje, los amorosos sí que conocían los libros. Subí por una escalera que tenía rueditas y recorrí los estantes, era como una calesita, yo le regulaba la velocidad a las rueditas de la escalera, mi vestido ondeaba y yo estaba maravillada viendo paredes y paredes llenas de libros, realmente me quedé muda. ¿Cómo puede haber tanto escrito?… ¿quién lo escribe, porqué, para qué?, ¿cuáles son los temas? De repente vi un libro grande, rojo, fuertemente rojo, con unos dibujos bellísimos en la tapa. Era muy pesado pero se ve que era importante que lo viese porque de repente se transformó en algo liviano, lo abracé y pude bajar la escalera que por cierto era altísima. Me senté en el suelo dispuesta a mirar el libro. Tenía mucho escrito y también dibujos.
Había uno de una mujer saliendo del agua, tenía el pelo largo y una luna en la frente. Me fijé el nombre: era la diosa Oshún, diosa del amor y de la fertilidad.
Lo que yo quería encontrar era si había algo que nos uniera a tantos planetas, países, continentes, hogares, una energía, un cordón, un hilo que nos permitiera comprendernos, conocernos, aceptarnos, no tener tantos prejuicios, tantos mandatos, tener más empatía, más amor.
Me gustaron mucho los dibujos, mi cabezota no entendía pero sentía que el que había escrito ese libro estaba buscando algo parecido a lo que yo quería encontrar. La diosa que me miraba desde el dibujo parecía tener una clave. Necesitaba tiempo para leerlo pero empezaban a apagarse las luces de todas esas habitaciones y temía no poder encontrar la salida así es que tuve que dejar el libro y corrí, corrí por pasillos interminables. No recordaba haber caminado tanto cuando entré, tenía miedo. Al fin llegué a la puerta de salida donde otra vez vi ese dibujo tan raro. Una fuerte sensación me paró en seco, no abrí la puerta y me quedé mirando el dibujo… sintiendo que me quería decir algo. De repente lo entendí. Comprendí que podía tener un profundo sentido, que ese dibujo sintetizaba mi búsqueda de un símbolo con el mensaje de Jecira. Una sencilla trama que iría tejiendo con palabras y hechos, uniendo planetas y estrellas con los mensajes de gratitud, de solidaridad y de autenticidad, básicamente aquello que los amorosos viven día a día.
Pensando en mi aventura con los libros y especialmente en ese gran libro rojo, miré el dibujo de los hilos, recordé mi bufanda con agujeros y noté mi corazón más liviano. Respiré profundo y descubrí que había tomado una dosis de esperanza.
Mire a mi Buenbuey. Nos abrazamos y salimos.
Si algo podés obtener de este libro es la reafirmación de que como ser humano, estas intrínsecamente unido a las personas de este planeta (¿y porque no de otros?) a través de los dos lenguajes muy potentes, la palabra y las imágenes, lenguajes que nos toman de la mano para cruzar fronteras y ayudarnos a intentar comprender sino responder esas preguntas terriblemente difíciles que la vida, implacable, nos arroja.
Escribir este libro me ha ayudado recuperar, rever y revivir partes de mí misma que a veces cuesta enfrentar pero es un proceso necesario a pesar del dolor. Estos lenguajes (y lo más maravilloso es que no fue intencional) me permitieron ponerle nuevo y lozano nombre a esas partes o… a esas partes mías que debieron separarse para poder sobrevivir y que trabajosamente he intentado unir, poder jugar con ellas y de ese modo, colocarlas en un lugar más visible y más sano.
Agradecimientos:
A todos aquellos que de un modo u otro me ayudaron a ser quien verdaderamente soy, labor que aún no acaba.
Especiales gracias a Belén por generosa y cariñosamente ponerle hilo a mi barrilete creativo y a Irene por sumarse a mi cometa con toda su sapiencia y entusiasmo.
Sobre la autora.
Soy Viviana Farrell, nací en esta ciudad en un mes de mayo otoñal, unos pocos añitos atrás… un mayo pleno de crisantemos. Viví aquí hasta mis 18 años y luego en el interior y vuelta a esta ciudad que amo y odio casi simultáneamente. He sido una persona apasionada pero hubo una pasión que siempre descolló sobre las demás y fue y es mi interés por la persona, por el ser humano y su interioridad, sus emociones, sus conflictos, sus preguntas y las escasas respuestas. Encontré un camino para indagar en esos asuntos que fue la psicología, carrera que cursé y que aun ejerzo. Durante ese abrir caminos que es la vida, siempre estuvo allí la literatura, la poesía, el dibujo, algo de pintura y parejita con la literatura y casi cabeza a cabeza, la fotografía. Ambas, psicología y fotografía se ensamblaron y a veces, no siempre, me dieron esa profunda alegría de dar presencia a las ausencias, de llenar pero no alcanza, uno siempre va por más, las pasiones son así.