CUENTOS DESRAIZADOS Andrea Sienkiewicz
@del texto y de las ilustraciones Andrea Sienkiewicz edición taller contar la propia historia Santiago de Chile / Buenos Aires 2021
Cuentos desraizados Andrea Sienkiewicz
A mi papá, por sembrarme grillos inquietos en la cabeza. A mi mamá, por las veces que esperó que volviera a casa. A mis hijos, por la paciencia de enseñarme a ser adulta. Al cazador de arcoíris, por enseñarme el sentido de la aventura.
(La semilla)
Ho aperto gli occhi per guardare intorno a me. Jimmy Fontana
Una mujer con un hacha es un misterio profundo,
corta la leña y con ello taja de raíz el corazón del soldado que la observa.
Ningún enemigo ha sido tan certero como la mirada de aquella italiana de cabellos oscuros.
Herido de muerte, el corazón polaco ata a esas soñadas caderas su destino.
Ya pronto se olvida del horror de la guerra.
Ese incipiente amor es su nueva trinchera y la mujer es ahora el paisaje que habita.
(La poda)
And breaking the waves of the seas, to a strange land, homeland I will go looking (…) Lord Byron
Cuando salió de Italia, la abuela Rosita lloró todo el camino. Once mil sesenta y cinco kilómetros de ese viaje en barco eran una aventura segura hacia un desconocido mundo que solo le habían mencionado entre conversaciones fugaces. Su boda en Cigliano, el politécnico donde Stanislav había terminado sus estudios, las calles adoquinadas de Torino, el tranvía serpenteante, el río Po susurrando ceniciento en las frías tardes de febrero, todo… todo aquello se había cargado en sus maletas y en su mirada. El abuelo le ayudaba a llevar ese peso inconmensurable que hacía que la travesía por el océano Atlántico fuera más lenta y una cosa de nunca acabar. El destino era Tucumán, allí les esperaban. Lo conocían como el lugar donde nacían los ríos.
(Germinación)
Que tu sangre con mi sangre formen ríos, que digan a nuestro después de nuestro antes en idénticos y simétricos caminos. Enrique Sienkiewicz
Papá escribía poemas. En realidad, no los escribía: los cazaba como se cazan las mariposas y otros insectos. De repente, había un poema que se posaba en el hombro de su madre, en la sonrisa de algún amor o en la lluvia del atardecer, y raudo le tomaba las alitas y lo encerraba para siempre en el papel. Nunca supe o me contaron de uno que se le haya escapado. En la familia siempre se le reconoció por su experticia poética de cazador empedernido.
(Las flores)
Detalles tan pequeños de los dos son cosas muy grandes para olvidar y a toda hora van a estar presentes. Ya lo verás. Roberto Carlos
Dicen que de pronto, entre un mar de caras, la reconoció. Aquella mujer se llamaba Isabel, nombre robado tal vez de una reina, y cuentan que no necesitó más señales que saber que vestiría de rojo en el altar y le daría seis hijos.
(El fruto)
Pregonadas son las guerras de Francia con Aragón, ¿cómo las haré yo, triste, viejo y cano, pecador? ¡No reventaras, condesa, por medio del corazón, que me diste siete hijas, y entre ellas ningún varón! Anónimo
Cuando nació el hijo varón, mi papá llamó a todos los que estaban en la guía telefónica, los que eran parientes y los que no. Se enteraron del suceso los de aquí, los de allá y los de un poquito más acá, desde los cuatro puntos cardinales. Se hicieron agasajos, convites, fiestas de cien días. No importaba derrochar la casa por la ventana, todos, asentando con la cabeza, lo entendían: el apellido no lo podía llevar una nena.
(El fruto caído del árbol)
Pero el viajero que huye tarde o temprano detiene su andar. Alfredo Lepera
Leí que una frontera es una línea imaginaria que separa un estado de otro. Y esa línea, si la cruzamos ¿también nos separa de nosotros mismos? Algo de lo que somos y fuimos se queda allá del otro lado, como el fruto que cae del árbol pero nunca olvida el árbol del cual provino. Todo aquel que se va siempre anhela que la parte que allá se quedó se junte al fin con la que cruzó la línea.
(El arraigo profundo) Allí amé a una mujer terrible llorando por el humo siempre eterno de aquella ciudad acorralada por símbolos de invierno. Silvio Rodríguez Andrea no se reconocía en el paisaje que habitaba. Tal vez por
venir sus abuelos de unos grandes barcos no habían logrado transmitirle lo de echar raíces profundas. A ella le hubiera
gustado tener la profundidad de las acacias o de los nogales, ser parte de una tierra donde sus raíces durmieran al amparo de una
oscura tranquilidad, que el cielo fuera su cielo, que los azahares se hubieran tejido en su ventana o que los cerros a lo lejos le
formasen figuras reconocidas de la infancia. Y sin embargo el paisaje era otro, más esquivo, casi impermeable. Porque nunca
había dejado de ser una inmigrante ni aprendió como dejar de
lado la nostalgia. De pronto, estalló en su cabeza la idea que todo aquel que emigra, entra a un mundo y espacio nuevo, y que para reconocerse y formar parte del paisaje había que entrar
en él, había que por fin habitarlo y viceversa. Entonces, en su
interior albergó las dos razones para quedarse y fusionarse con la cordillera despierta.
(Retoños)
Ya se duerme la niña bajo su ventana
dos pícaros grillos
cantan una nana. Inés Mallinow
Me transitan el cuerpo miles de pájaros pero solo dos se quedan en mí para hacer su nido. Eligieron mis delgadas ramas y las hicieron más fuertes y yo les acuno las alas y sus dulces trinos. Ahora puedo protegerlos del sol, ahora puedo cuidarlos del invierno frío. Jamás mis raíces volverán a sentirse solas. Con sus tiernas caricias, con sus cantos de niños. Me transitan el cuerpo miles de pájaros pero solo dos se quedan en mí para hacer su nido.
(Florecer)
Solo nosotros sabemos estar distantemente juntos. Julio Cortázar
El juego consistía en lo siguiente: con presurosos pies subíamos una larga y delgada escalera que daba a la terraza, donde nos poníamos a cazar arcoíris en los días de tormenta. El verano era copiosamente lluvioso en Tucumán y el rumor crepitante de las plantas acompañaba la tarde. Entonces, la humedad irrumpía en todos los espacios de la casa, hasta las sábanas, donde buscábamos, al final del arcoíris, otro tipo de tesoros, más profundos, más oscuros, siempre con la ansiedad y premura del que espera embarcarse en un nuevo viaje.
(Diente de león)
A ti podría decirte que para mí cualquier lugar es mi casa si eres tú quien abre la puerta. Elvira Sastre
Soplo mi corazón y disperso mis sueños perennes al aire. Ya no me atan las raíces que atascan mis pies para el vuelo. Ahora fluye desde mi interior una voz como semilla que clama insistente: suéltate y veamos dónde te asienta la corriente, que todo aquel que se va siempre termina volviendo y renaciendo.