EL DÍA DESPUÉS de Alejandra Paione

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El día después Alejandra

Paione

© de los textos y de las imágenes Alejandra Paione edición taller contar la propia historia La Plata / Buenos Aires / Córdoba 2022

El día

después

Alejandra Paione

Asamblea Vecinal Parque Castelli La Plata, provincia de Buenos Aires. Para Nacho y Uru que aún me ayudan a secar instantáneas grises de la vida.

“El agua bajó, las huellas quedan”

Miércoles, 3 de abril

7:10 hs. Ya no llueve. No hace frío, tampoco calor y hay una leve brisa cargada de humedad. Por momentos salen unos rayos de sol, pero no secan nada.

Aún no puedo salir de mi departamento. Estoy atrapada en un gran revoltijo de cosas corridas de sus lugares habituales.

Los muebles, artefactos de cocina, ropas y otros objetos están mojados y desparramados en el suelo. Hay charcos de agua y barro en el comedor. Mientras camino pisando cosas sin querer y moviendo otras, siento mucho olor a río, como si estuviera en la playa de Punta Lara. Nunca me gustó esa playa, pero era la única salida con mi familia para refrescarnos en días de verano. A mí me molestaba la textura de la arena en la planta de los pies.

7:25 hs. Nacho está durmiendo en su habitación. Se acostó muy tarde. Estuvo subiendo y bajando la escalera del departamento para llevar algunas cosas de la planta baja a la planta alta.

Hoy no va a ir al colegio.

¿Habrá clases hoy?

¿Las escuelas estarán inundadas?

7:45 hs. Carla, la compañera de teatro de Nacho, duerme en un sillón. Tuvo que permanecer con nosotros lejos de su casa hasta que bajara el agua. Imagino la ansiedad de Beatriz, su mamá. Qué suerte tuve de estar con Nacho en todo momento.

8:05 hs. No hay electricidad, ni gas, ni agua potable. Mi celular ya no tiene batería. Hay mucho silencio. No sé cómo están mis vecinos. Seguro que a Silvia, que vive en el 5to. de la Planta Alta, no le pasó nada. Me alegro por ella; demasiada pérdida y dolor sufrió en su vida como para que el agua le provoque otras. Por momentos pienso que la inundación ocurrió solo en mi departamento. ¿Qué pasará afuera? ¿Por qué creo que las cosas siguen igual?

8:15 hs. Voy chapoteando por el comedor y veo la foto de mami debajo de una silla volcada. La recojo, intento secarla frotándola en los lugares secos de mi remera. Hace tres meses que ella falleció. Una enfermedad larga y cruenta me la arrebató sin piedad. Aún sigo esperando sus llamados telefónicos preguntando por Nacho, si necesita algo. Enseguida pienso que su tumba también está inundada. Sé que, si estuviera aquí, me estaría ayudando a secar y ordenar para seguir adelante; me pondría al tanto de las cosas de mis hermanos y me conversaría sobre cosas banales para correr la cortina y ocultar la escena. Esa era siempre su táctica…

8:45 hs. Sigo recogiendo cosas del piso. La computadora portátil de Nacho está mojada. La mía también. Me doy cuenta de que perdí muchos archivos de mi trabajo. ¿Cómo voy a hacer para recuperar todo eso? Tengo que avisar que hoy no podré ir a trabajar.

9:05 hs. No dejo de pensar en Uru. ¿Dónde estará ahora? Hace poco que decidimos proyectar una vida juntos pero ahora el agua se nos interpuso como la tercera en discordia. ¿Por qué intentar ser feliz es siempre un esfuerzo para mí?

La última vez que nos vimos fue la tarde anterior cuando fue a guardar el auto en la cochera. Luego se desató la lluvia torrencial. Pudimos hablar por celular en un par de ocasiones hasta que perdimos contacto. Me dijo que tuvo que alejarse mucho del barrio buscando un lugar donde estacionar, que la lluvia intensa enseguida inundó las calles y los cordones de las veredas no se veían. También alcanzó a decirme que quedó varado con el auto sobre la rambla de la 66. Después, no supe más nada de él. ¿Cuándo va volver?

9:10 hs. Miro el estado calamitoso de mi departamento y no sé por dónde empezar. Quiero rescatar todo lo que se me cruza por el camino pero no me dan los brazos. Lo primero que intento salvar son los libros infantiles de mi biblioteca, pero las páginas se desprenden y se deshacen en mis manos. Veo boletas de servicios empapadas y los cuadernos de la primaria de Nacho totalmente bañados en agua. Yo también estoy húmeda y destruida. Por instantes me engaño y pienso que las cosas se pueden recuperar. Entonces, empiezo a buscar como loca el secador de cabellos. Lo encuentro en una estantería volcada pero no sé si funciona ¿De verdad tengo que deshacerme de lo que tanto me costó conseguir?

9:20 hs. Abro la puerta y salgo al pasillo. Aún está mojado y muy sucio. El departamento 3ro. que está al lado del mío, está cerrado. Miriam no está, tuvo la suerte de estar fuera de la ciudad durante la inundación. Sin embargo, pienso que no fue tan afortunada. Quizás ella hubiera querido estar aquí rescatando sus cosas. Más al fondo, veo a Osvaldo del 1ro. escurriendo un trapo de piso. Luego veo a Juan y Pirucha del 2do. que sacan al pasillo un mueble. Todos se ven desanimados. Se nota que no descansaron. Entre lamentos y asombros los escucho murmurar acerca de la huella que la crecida del agua dejó en la pared. ¿Cómo diablos entró tanta agua?

9:35 hs. Intento salir al barrio para ver lo que pasa allí, pero el del 1ro. me avisa que afuera hay autos inundados mal estacionados, muebles tirados en las veredas, gente caminando como zombis, que parece una ciudad después de la guerra. Así que no voy.

Alguien viene a buscar a Carla y la despido sin poder decirle nada. ¿Cuándo va a volver Uru? ¿Por qué tarda tanto? Aunque lo creo capaz de afrontar adversidades, su demora me impacienta. No quiero pensar cosas feas.

9:40 hs. Se levanta Nacho y me ayuda. Con sus quince años de edad, lo noto entero y confiado en que todo se arreglará. Jamás tuvo miedo cuando vio entrar con fuerza el agua por las rendijas de puertas y ventanas. Tampoco se abatató para rescatar cosas y apilar otras con rapidez. Para él, fue toda una aventura.

—Fue como si la casa se hubiera tirado a nadar en una pileta —me dijo con tono chistoso mientras secaba su mochila del cole.

Con sus ocurrencias de adolescente logra distraerme y levantarme el ánimo, aunque dura poco tiempo. Me dan ganas de tomar mate y comer algo, pero enseguida me doy cuenta de que la alacena está toda mojada y no se pueden usar los artefactos.

¿Cuánto tiempo me llevará arreglar todo esto?

¿Una semana?

¿Meses?

Me agobia pensar en eso…

10:05 hs. Al fin llega Uru. Entra apurado, me busca y me abraza fuerte. ¡Cuánto alivio me da verlo! No sé cuánto tiempo pasó, pero se me hizo eterna la espera. Me tranquiliza saber que está bien. Lo veo cansado y también húmedo. Toda la noche intentó entrar al barrio, pero fue imposible. El agua corría con mucha fuerza. Ya no me importa el auto. Trajo alimentos y agua caliente para el mate. También trajo mantas, toallas secas y artículos de limpieza. Mientras me ayuda a ordenar y limpiar, me cuenta el estado de situación en la ciudad y las malas noticias del barrio: gente extraviada, ahogados, viviendas destruidas por el agua… —¿Qué vas hacer con esto? —me pregunta señalando los libros mojados. —Los voy a poner al sol para que se sequen —le respondo. —¿Vos pensás que van a quedar como antes? ¿No ves que están todos destrozados?

No respondo. No soporto la idea de deshacerme de los libros. No puedo pensar en eso. ¿Cuántas cosas más voy a perder?

Entiendo que para él son solo papeles escritos que cuentan cosas. Pero no lo culpo. El recién llega a mi vida y no sabe aún que para mí son mucho más que eso.

Mis libros fueron testigos de un proyecto no compartido que intenté sostener en vano con tanto esfuerzo, me ofrecieron refugio ante una convivencia difícil que navegó sin rumbo durante años y que finalmente dejé hundir. Conformaron un escudo fiel para ayudarme a enfrentar el engaño y la separación, lo protegieron a Nacho, escucharon mis lamentos y acompañaron mi soledad. No quiero perderlos.

Con la mirada, Uru me pide no aferrarme al pasado y finalmente accedo a su pedido. Mañana los dejaré ir…

11:45 hs. Llegan mis hermanos con mi papá. Afortunadamente ninguno de ellos se vio afectado por la inundación. Siempre operativo, mi hermano Fernando trae en andas un equipo electrógeno y una garrafa. Su racionalidad para resolver cuestiones prácticas me obliga a controlar por un instante mis emociones y enfocarme en la tarea. Eso lo aprendimos muy bien de mi papá. —Mirá la foto de mami… —le digo—. Está toda mojada… —Ahora no pienses en eso —me dice—. Tratá de concentrarte en la cocina. Cuando menos lo pensás, se viene la noche y tenés que tener luz, gas y agua.

Como buen ingeniero hidráulico, mi papá nos comparte su teoría acerca de la inundación, pero yo no puedo prestar atención. ¡Al diablo con la física y el comportamiento de los líquidos! Sé que está muy dolido por la ausencia de mami, que está enojado con los médicos y con los benditos remedios para calmar dolores. El perdió su compañera de vida pero no entiende que yo perdí una madre. Yo también perdí. Y encima ahora, acabo de perder las cosas de mi casa…

14:25 hs. Sigo limpiando y levantando bártulos mientras mi hermana Titi colabora y se compadece de mí. Santiago, mi hermano menor, mira la escena como sin darle importancia. Todos ofrecen sus casas para bañarnos, comer algo o descansar, pero a mí solo me importan los libros infantiles que siguen allí tirados y mojados. Me duele ver “Niños como yo” todo desarmado y con las hojas desprendidas. Me encantaba esa enciclopedia de Unicef. Tenía tapas acolchadas y bellos testimonios sobre diversidad de infancias del mundo. Pero ya no se edita más. ¿Lo encontraré en algún mercado de libros usados?

—¡Maaa! —grita Nacho desde el patio—. ¡Encontré la armónica!

—Ah… qué bueno. ¿Y funciona? —le pregunto. —Creo que sí. ¡Bah! Al menos, no se ahogó, jaja —me dice jocoso. Enseguida escucho el sonido de su armónica y me da alegría. Nacho logra sacarme otra sonrisa en medio de tanta angustia.

20:40 hs. Mis hermanos y mi papá se despiden con palabras de aliento como “quedate tranquila”, “las cosas materiales se recuperan”, “no te hagas mala sangre”, “hay cosas peores”. Y yo me pregunto ¿Hay algo peor que perder tres bibliotecas de libros?

22:30 hs. Uru y yo estamos cansados. Mañana nos espera otro día para seguir limpiando y ordenando.

Uru me avisa que ya alquiló un container para tirar todos los enseres insalvables, incluidos mis libros.

Como un exiliado a quien lo despojan de sus símbolos, me imagino adonde van a ser arrojados y donde finalmente también terminarán arrojadas sus historias. ¿La mía también? Me largo a llorar.

23:45 hs. Entro a la habitación de Nacho y lo veo dormido con la armónica en su mano. Mientras levanto algunas prendas que dejó tiradas en el piso, encuentro un papel medio arrugado que despierta mi curiosidad. Es la letra de él.

¿En qué momento escribió esto? Lo recojo y leo en silencio:

18:05hs

Mamá está pasando el secapatio. Entró mucha agua en la cocina y en el comedor. Mamá está preocupada.

19:20hs

Mamá está poniendo trapos y toallas debajo de las puertas para que no entre más agua. Mamá está nerviosa.

20:35hs

Mamá está levantando almohadones, carpetas, libros y cualquier otra cosa que encuentra en el camino para llevarlos a la planta alta. Está apurada. Da órdenes para que subamos cosas con velocidad. Grita, protesta mucho. Mamá está locaaaaaaaaaa

22:10hs

Mamá camina por el comedor inundado tratando de salvar más cosas. Está toda empapada, pero insiste. Perdió comunicación con Uru. Mamá está llorando.

23:40hs

Mamá mira por la ventana de su habitación con una linterna. Espera. El agua dejó de entrar y está bajando. Ahora, mamá está más tranquila.

2
de abril

Por primera vez en el día, me aflojo y me siento en el borde su cama. Sonrío con el contenido de la nota mientras lo contemplo de reojo. Al mismo tiempo, siento mucha ternura. Me conmueve saber que estuvo pendiente de mi todo el tiempo. Él también perdió cosas pero no se detiene a pensar en eso. Se libera fácilmente de lo doméstico, escribe y me convierte en personaje de una historia para dramatizar. A mí me tranquiliza saber que puede enfrentar las pérdidas de otra manera, dejando atrás los silencios y retiros en su habitación frente a la ausencia paterna y una madre dolida frente a la separación. Mientras, yo sigo atrapada entre la planta baja y la planta alta, contabilizando cosas insalvables y rescatando otras, lamentando lo que no pudo ser y apostando fuerte a lo que viene.

Dicen que la vida puede cambiar en un instante.

Hasta las 18:05 de ayer yo tenía luz, gas y agua potable. Funcionaba la tele y también la heladera, el lavarropas, la cocina… Miraba la foto de mami en el portarretrato del comedor, disfrutaba los libros de mis bibliotecas y atesoraba los cuadernos de la primaria de Nacho.

Hasta las 18:05 de ayer yo escribía en la computadora. Conversaba con Uru sobre el viaje a Uruguay que habíamos hecho en auto en semana santa. Me gustaban los días de lluvia, el color del cielo nublado y el ruido que hacía el agua al caer contra el pavimento.

Hasta las 18:05 de ayer yo pensaba que las cosas materiales las iba a tener toda la vida, que era necesario aplazar tiempos personales para alcanzarlas, coleccionarlas y luego disfrutar de ellas. En un instante, todo cambió. Fue solo un instante.

El agua ya bajó y yo sigo aquí sobreponiéndome de un naufragio que me enfrenta a pérdidas y abandonos de un pasado reciente. Con la fuerza de su caudal, el agua consiguió tambalear una aparente quietud y despojarme de lo que creía seguro, me recordó que el dolor está cerca, que se puede tocar fondo y salir a flote. Esta vez doblemente bendecida.

A pesar del desamparo que conlleva ver las ruinas de mi hogar, siento que la vida me concedió un regalo: salir a la superficie y advertir que aún tengo la posibilidad de leer nuevos libros y seguir escribiendo, de hablar con Nacho y escuchar el sonido de su armónica que me cuenta de sus sueños, de reencontrame con Uru, sus berrinches y su espíritu aventurero, de embarcarme nuevamente y disfrutar de cada instante de mi vida como único e irrepetible porque después puede entrar el agua sin permiso y arrasar con todo otra vez.

En solo un instante.

Epílogo

Este era el patio de mi departamento el día después de la inundación.

Estaba colmado de libros mojados. Nunca los conté pero sé que eran muchos.

Algunos los conocí en brazos de mi mamá. Con ella descubrí de niña el mundo de los cuentos tradicionales que solía leernos a mí y a mi hermana en horas de la siesta.

También estaban los de Nacho, los de su escuela y otros que le acerqué con voz materna, la voz primera.

Muchos otros los fui adquiriendo a lo largo de mi carrera docente y cada vez que los leía lo hacía como si fuera la primera vez. Disfrutaba ver las caritas y gestos de niños y niñas que se entusiasmaban al ver y escuchar aventuras de personajes e historias de otros mundos posibles.

Otros tantos fueron regalos de colegas y amistades que conocían mis pasiones y me traían oportunas sugerencias para nutrir el espacio de lecturas.

Todos juntos formaban un modesto fortín que me custodiaba y disociaba de los problemas. Con mucha ilusión intenté secarlos, pero no logré rescatar ninguno. Despedirme de ellos fue dar vuelta una página de mi vida que ya no intento reescribir.

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