EL PACTO Amalia Galรกn
© del texto y de las ilustraciones Amalia Galán Edición taller contar la propia historia Buenos Aires, Argentina 2021
Amalia Galรกn
EL PACTO
a mi abuelo Juan Galan Santiago orgullosa de ser parte de su estirpe “La memoria ata nudos que el tiempo no puede borrar�
Hace frío, me abrocho el botón del medio del tapadito azul de Marilú. No me gusta, la lana es picosa y pesa mucho. No me gusta, aunque mamá me diga que es un “modelo”. ¿Qué será un modelo? Parece que es algo bueno… —Hace frío —dice mamá. Me pongo los mitones de angora rosa con conejitos blancos que me tejió mi abuelita Magdalena.
Espero‌ espero mucho y Êl tarda. El abuelo tarda. Finalmente el timbre.
—Esperá, tenés un zapato desabrochado, dame el pie. Las guillerminas de Grimoldi. No me gustan. A mamá le encantan. Abre la puerta. Allí esta él, mamá lo besa con cariño. —Hola papá —le dice No es su papá, mi mamá no tiene papá. Se fue al cielo. Él es mi abuelo Juan, el papá de mi papá.
El abuelo es alto, peinado hacia atrás, tiene un sobretodo suavecito. Cómo me gusta acariciar la tela suave sin que él se de cuenta. También tiene la bufanda escocesa que usamos para tapar mis ojos o los suyos, si jugamos a las escondidas. Habla diferente a nosotros, es español de Málaga, y ahí, parece, hablan así. Dice Osú e vez de Jesús y salao en vez de salado. Mamá pregunta: —¿Qué van a hacer? ¿Adónde van? —A las hamacas Elenita. A la niña le encantan las hamacas.
La plaza está en la esquina, es enorme, con árboles gigantes, de los que juntamos trompitos de un olor muy fuerte, que mamá pone a hervir y dice que destapan los pulmones. Salimos hacia la plaza, el abuelo me agarra fuerte de la mano y cruzamos la calle más ancha. No sé cómo se llama, pero sí sé que la mía es Larsen y el número también lo sé: 2544. Mamá y los abuelos dicen que es muy importante que lo sepa de memoria. También me sé la calle de la casa del abuelo Juan: Bazurco… sí Bazurco y el número 2565, es por si me pierdo dicen. Las hamacas están en el centro de la plaza, son de madera de colores, con una cadenita que hay que usar para no caerse; eso también me lo repiten. A mí me gusta que me hamaquen fuerte y el único que lo hace es el abuelo, los demás tienen miedo, él no. Yo me agarro fuerte y nos reímos.
Después caminamos bajo los árboles, sopla viento y cruzamos de nuevo la calle ancha, esa que no me sé el nombre. Ahí enfrente está la caramelería, hay muchos caramelos de diferentes colores. El abuelo compra orozú para él, yo quiero gomitas rojas. Hay dos señoras muy viejitas que atienden y te los dan en bolsitas de papel con dibujitos, que hacen ruido y son lindas.
Seguimos caminando hacia la casa del abuelo, pero no por la calle ancha, ahora vamos por otra. El abuelo me cuenta el cuento de una princesa que se durmió para siempre y no era rubia, como todas, sino morena como yo y con flequillo. Igualita que yo me dice, pero al final viene un príncipe y parece que la despierta. ¡Qué suerte! Yo creía que los dormidos para siempre no se pueden despertar y se van al cielo, como mi otro abuelo. Nunca lo vi, eso me lo contó mi mamá.
Al doblar la esquina está el corralón, con un portón siempre abierto. Entran y salen unos carros con ruedas grandes, hay que tener cuidado porque te pueden atropellar. —¡Cuidado! ¡No ve que voy con la niña!
En la esquina está el bar de don Paco. Entramos.
¡Qué ruido! Hay muchos hombres, algunos apoyados en un mostrador parecido al del almacén de Don Jerónimo, donde compro las galletitas Floris, pero más grande y largo y de color plateado.
Hay una canilla y de ahí sale un líquido amarillo. El abuelo me explica que se llama cerveza. Todos se ríen fuerte y se palmean. No entiendo lo que dicen, están contentos. Los vidrios que dan a la calle están empañados ¿será del frío de afuera o que hace calor adentro? Hay muchos barriles de madera y un olor muy fuerte que se parece al del baño de casa, cuando mamá le grita a mi hermano que se olvidó de tirar la cadena.
—Hola Don Juan ¿Hoy con la niña? —Sí don Paco, es más tranquilo si vengo con ella y además ¡es tan mona! —A ver tú, te sientas sobre la mesa, así estás más alta, como en un teatro. —Desde aquí puedes verlo todo. Y sí, veo todo.
Algunos juegan a los dados y otros al dominĂł en las mesas de madera oscura en el fondo. Todos tienen vasos y los chocan y se rĂen y cuentas cosas que yo no entiendo. Son divertidos y me saludan.
—Juanito ¡cómo ha crecido! Parece Periquita con ese flequillo. —Don Paco traiga maníes, que le gustan a la niña y para mí cerveza.
—Si te portas bien y no le cuentas nada a Antonita ni a tu madre te la dejo probar. ¡Uy qué rica está la espuma! es blanca y fresca, pero es amarga. Hago caras. Se ríen de mi cara.
—¡Juanito! a la niña poco. —Traiga otra —pide el abuelo —¡Ya! Don Juan, ya, que no le hace bien —dice Don Paco —y si le ven sus hijos se enojarán conmigo. ¡Y está la niña! —¿La niña? pero si ella es mi ángel y los ángeles no hablan, porque saben guardar secretos. ¿Verdad mi cielo? —Verdad abuelo.