El río de Karla Mesones

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EL RÍO Karla Mesones Díaz


© de los textos y de las imágenes Karla Mesones edición taller contar la propia historia Lima / Buenos Aires 2022


EL RÍO Karla Mesones



Agradezco a mi familia que apoyó siempre mis locas decisiones. A Crystell el ángel que siempre está para animarme a seguir. A mis amigos sobrevivientes hasta hoy, los auténticos. Para mis siete tesoros y sus retoños con todo mi amor.



Pasaporte en busca de libertad

Nada es casualidad. Llegó a mí una propuesta que hacía tiempo yo pedía apasionadamente en silencio. Se trataba de realizar un viaje fuera del país trabajando ad honorem para los más necesitados. Era una respuesta a mis múltiples oraciones: poder ayudar a otros poniendo todas mis habilidades, conocimientos y mucho amor. Me había preparado para eso durante mucho tiempo. Feliz, entusiasmada y ansiosa realicé todos los preparativos necesarios. Cuando anhelamos algo con tanto ahínco los caminos se abren y así fue. Necesitaba aquel espacio para aclarar ese momento lleno de confusión interior y tristeza profunda, tan profunda que no entendía de dónde provenía ni porqué. En estas páginas comparto de manera resumida los detalles importantes de esta maravillosa aventura. Sé que muchos se identificarán con algunas palabras o frases. Ojalá este relato ayude a que cada uno encienda su propia luz. Han pasado muchos años entre aciertos y errores, pero debo reconocer que este fue el comienzo de mi camino. Karla Mesones Díaz


Con muchos planes en mente


Descubrí un mundo nuevo

Llegué a la orilla del mar, me colocaron un chaleco salva vidas y eso me puso algo nerviosa (si no hubiera peligro no me lo pondrían, pensé). Subí a la lancha de motor con un grupo de personas a las que acababa de conocer. Compartíamos el mismo destino final: la hermosa comunidad afro descendiente de Colombia llamada Nueva Vida. Me encontraba expectante como un faro, mirando y escuchando atentamente el ruido de las olas. Íbamos mar arriba hasta encontrarnos con el río Atrato, caudaloso al principio y con tramos en calma después. Todo era nuevo; la adrenalina al millón, mi ritmo cardíaco acelerado. Majestuosos arboles, raíces del tamaño de una casa de dos pisos, ranas verde limón pequeñitas como un insecto, monos saludando a lo lejos y mucha vegetación flotando en el río. Hicimos una primera parada y cambiamos de embarcación. Ahora era una canoa sin motor, pequeña, se guia con un largo palo que nuestro anfitrión manejaba muy bien. Comenzaron las preguntas y conversaciones, todos muy amigables. Finalmente llegamos. Estaba en medio de una comunidad de personas con mucha necesidad, muy pero muy lejos de casa, sin electricidad, sin agua potable, sin las comodidades acostumbradas. Me preguntaba: ¿Ahora qué sigue? ¿Por dónde comienzo?. Con muchos planes en mente me instalé en la habitación que me asignaron, era aun de mañana y el sol incandescente llenaba de luz el lugar.


Los niños se acercaban con abrazos


Recibí la invitación de hacer un primer recorrido, me sentía feliz, quería verlo todo. Las casas de madera estaban levantadas de nivel pues llovía mucho en invierno y así evitaban las inundaciones, los techos eran de madera y hojas muy grandes de los árboles. Todos salían de sus casas para verme pasar: hermosos ojos llenos de luz, de vida, de energía de la misma madre naturaleza. Los niños se acercaban con abrazos pero algunos adultos no me miraban con mucha aceptación. No había más de ciento cincuenta personas en todo el lugar. Tenían una escuela, un centro de encuentros que era una especie de templo. Allí se realizaban reuniones de los patriarcas y matriarcas: los ancianos y ancianas, por tanto los sabios de la comunidad. Eso fue lo primero que me inspiró mucha admiración. Llegó la noche y con ella el gran ruido de la selva, del bosque vivo. Las cinco primeras noches no pude dormir de tanto ruido entre monos gritando, ranas cantando, cigarras frotando sus alas, búhos cazando con su canto tan característico, insectos. Era la hora en la que el bosque se hacía escuchar y la vida nocturna apenas iniciaba.


Descontaminados del mundo


Finalmente llegó un nuevo amanecer, sol radiante y mucho calor, pero la emoción de comenzar a trabajar y compartir con aquella comunidad lo hacía todo más fácil. Me dirigí a la escuela. Tenía en el aula cerca de veinte personas, niños y adolescentes de distintas edades, varios grados de instrucción en un mismo salón de clase. Un desafío más para el día. Traté de organizarme pues los más pequeños querían jugar y se aburrían muy pronto, los mayores deseaban saber más y les aburrían los más pequeños. Fui creando actividades para cada uno y puse en esa primera semana toda mi creatividad a funcionar. Al cabo de varios días ya llegaban todos contentos. Me traían regalos: un pescado salado, botellas de agua de río, caimito, que es una fruta tropical. Me sentía querida y halagada pues ellos compartían conmigo de lo poco que tenían para comer. Cuando la clase terminaba pronto todos a jugar y a sus casas con grandes sonrisas. Los adolescentes me buscaban por las noches para jugar cartas y dominó, eran muy buenos en estos juegos de mesa. Mientras jugábamos y conversábamos me quedaba absorta, como mirando desde fuera, enamorada de su color, sonrisas, nobleza, inocencia, todos descontaminados del mundo.


A corta distancia estaba el río fresco


Dormir, comer y ducharse, lo cotidiano se hace maestro de vida

Después de varios días de estar en esta hermosa comunidad Nueva Vida logré dormir plácidamente pues llegaba a la noche muy cansada de trabajar y recorrer las casas bajo ese sol incandescente. Sentía que caminaba sobre brasas, gracias a Dios a corta distancia estaba el río fresco y el agua corriendo deliciosa. No recuerdo cuántas veces al día me mojaba, en ocasiones con todo y ropa, sin preocuparme por el maquillaje ni por cómo quedaría mi cabello luego de mojarlo tantas veces. Aquí no cabían estos detalles. Al comienzo el baño diario fue complicado pues el agua potable no existía allí. Los pobladores están acostumbrados a beber agua del río que filtran con piedras, pero nosotros teníamos que recoger agua de lluvia en grandes tinajos y traer agua potable en embarcaciones cada quince días, para beber y cocinar. Para bañarme a diario debía usar solo un pequeño balde de cuatro litros de agua de lluvia, era difícil ya que estaba acostumbrada a tomar duchas de largo tiempo.


El baño significaba toda una aventura


El baño era una caseta de madera al costado de la casa y los animales, gallinas y cerdos pasaban por debajo cuando me estaba bañando. Si quería tener privacidad tenía que hacerlo muy temprano de mañana, pues entre madera y madera había algunos espacios. Ocuparme en el baño significaba toda otra aventura: las letrinas estaban algo alejadas de las casas, eran cabinas de madera con cortinas de tela, con grandes agujeros en la tierra y dos maderas donde apoyar los pies. Tuve que acostumbrar al cuerpo a ciertos horarios pues cada vez que tomaba el camino a las letrinas los niños me gritaban preguntando: “profesora ¿va a cagar?”. Me daba mucha risa, pero también algo de vergüenza.


Lo pequeño se hace grande


Luego cuando llegaba la tarde era darle la bienvenida a todos los insectos de la selva, en especial a los zancudos. Nos cubríamos de repelente, ropas de manga larga y pantalones largos. Además salían las ratas a merodear el lugar por lo que dejábamos nuestros alimentos en contenedores sellados. Nuestras camas tenían mosquiteros y había que envolver el colchón con ellos una vez dentro de la cama, era como armar una carpa. Las primeras noches no dormía por el ruido y el pánico que le tengo a las ratas, me daban mucho miedo y me quedaba dormida de tanto llorar. Pensaba que no podría seguir, pero al día siguiente me veía rodeada de hermosa vegetación y de las sonrisas de todos que me llenaban de fuerza y amor para seguir adelante con mi misión. Todos estos detalles cotidianos: dormir, bañarme, ir al baño, comer, se convirtieron en grandes maestros. Tenía muchas necesidades creadas por la comodidad, que no está mal, pero en el día a día no me daba cuenta ni valoraba que lo pequeño se hace grande. Así daba gracias por cada litro de agua, por cada pan, por una cama, por una letrina, por el amanecer, por una sonrisa.


¿Cuál es la verdad verdadera?


Vuelta de pastel, planes al agua

El viaje había sido largo. Llegué a Bogotá con muchas cosas en la mochila: mi polo favorito, las zapatillas más cómodas, libros de consulta, maquillaje, lentes para sol, pantalones, libretas. Tuve que dejar allí la mitad de todo lo que cargaba y aunque me sentía despojada de todo apego me di cuenta poco a poco de que aún faltaban detalles por pulir. Cabe señalar que además del equipaje físico cargaba una gran maleta de conocimientos, conceptos, juicios, prejuicios estructurados y listos para ofrecer a todos a mi alrededor, no olviden que llegaba con la misión de evangelizar y enseñar la ley de Dios: el cómo, cuándo y dónde de la verdad que predicaba en ese momento. Desde el primer momento me sentí guiada y pequeña ante tanta luz, con tantas muestras de cariño y generosidad. Me bastó conversar con la gente de la comunidad, en especial con los ancianos y ancianas, poseedores de una sabiduría apabullante, la sabiduría de la naturaleza que, en vibración con cada palabra, abrazo y gesto, iluminaba mi mente y mi corazón. Ellos no tenían religión alguna y aquellos que seguían alguna religión diferente a la católica nunca me hablaron de ello ni insinuaron o pretendieron imponer nada. El acercamiento era a través del amor a la vida, a la madre tierra. ¿Cuál era la verdad verdadera? ¿Debía cumplir con mi deber al pie de la letra?


Había que caminar mucho para encontrar agua


Me encontraba sin saber cuál era el siguiente paso. Llegó la sequía y con ella la lección más grande de todas: el motor de la lancha que cada quince días traía víveres se malogró y había que caminar mucho para encontrar agua río arriba, a veces más de una hora. Caminábamos por el mismo cauce del rio y yo pensaba que ese cauce por el que antes corría tanta agua ahora estaba vacío. Me sentía vacía yo también. Mi cauce estaba seco pero deseoso de ser llenado nuevamente de agua viva. Al llegar al agua teníamos que llenar los baldes pero yo simplemente no pude cargarlos. Me sentía tan inútil. Dos niños me ayudaron, cargaron esos baldes en la cabeza como si fueran una piña, sin una mirada de reproche ni una palabra de exigencia. Regresamos cantando con agradecimiento y alegría de haber encontrado agua para ese día. “¡Agua lista!, mañana será otro día”, decían. Yo sufría de sólo pensar que al día siguiente haría la misma travesía y que ojalá alcanzara el agua recopilada. Una anciana me preguntó: “¿qué ves ahora?” Señalando el agua, respondí: “veo agua” y la anciana me dijo: “sí, agua hoy, mañana ya veremos”. Así de simple. Y yo complicada hasta no poder más.


Suelto y confío


Por la madrugada llovió mucho y fue una gran bendición pues los tinajos para agua de lluvia amanecieron repletos. Con el amanecer nuevamente la matriarca anciana sabia me visitó en casa con arroz, manteca de palma y cocos. Los traía dentro de una olla viejita, pero brillaba de tan limpia que estaba. Los ojos se me llenaron de lágrimas, pues ella sabía que la embarcación que nos abastecía estaba malograda y nos hacían falta alimentos. Ella, como toda la comunidad, tenía poco, pero compartía mucho. En la ciudad yo no tenía idea de quiénes eran mis vecinos y mucho menos de si les hacia falta algo. ¡Y decía ser dueña de la verdad! El silencio se apoderó de mi en los días posteriores pues ¿cómo un piojo enseña a sabios de la naturaleza? Creció en mí el deseo de sumergirme en ese silencio y allí dentro encontrar quién era realmente. Todos los conocimientos, estudios y teorías no me servían de nada para la realidad que allí vivía: la verdad de simplemente SER, en momento y espacio real. Hoy hay, mañana veremos, como arrojándose a los brazos del padre. “Suelto y confío”. La clave era no resistir.


Cantos de las mujeres lavando ropa


Maravillosa MADRE

Recorrer la aldea era siempre un gran placer. Las casas con las puertas abiertas, cada familia haciendo labores, algunos pelando arroz, otros moliendo semillas con grandes martillos de madera, otros sacando cocos de las palmas, las madres con sus bebés en la espalda como arrullándolos con el trabajo. Nada se detenía, era como una melodía perfecta que fluía haciendo de lo cotidiano una hermosa obra de arte. Al borde del río abundantes risas y cantos de las mujeres lavando ropa. Estar con ellas era la tertulia más deliciosa, compartíamos todo. Aunque yo no supiera lavar muy bien estaba allí escuchando, riendo, observando y disfrutando del momento, aprendiendo a fluir en el hoy. Llegó el día de la invitación a la comunidad vecina que tenía un nombre súper especial “Esperanza en Dios”. Salimos caminando rumbo al lugar. Comenzaron los cantos y risas, seguía muy de cerca a los guías pues cruzar la selva no era cosa fácil, al menos no para mí. Fueron dos horas y media de caminata.


Nosotros moriríamos sin ella


En el camino me fueron enseñando nombres de plantas, de flores, de árboles y de las serpientes que veíamos enroscadas en los árboles. Me pedían tener cuidado con no cortar ramas, solamente apartarlas y pedir a cada paso permiso al bosque. Era tal el respeto y el agradecimiento a la madre naturaleza que me abrumaba la sensación de pequeñez ante tanta grandeza. “Ella no nos necesita”, decían, “pero nosotros moriríamos sin ella”. Me sentí como en un vientre materno, cuidada y alimentada. Por instantes sólo escuchaba mi respiración al unísono con la del bosque, yo inhalando y la madre exhalando de sí para alimentarme de la vida misma fluyendo por mis venas.


Estaba viva y no me daba cuenta


Lágrimas de lluvia

Pienso que los nombres de las personas o cosas tienen un significado en el destino. “Esperanza en Dios” fue llamada así luego de vivir horrores de matanza y abusos por parte de fuerzas paramilitares y terroristas. Todo me fue compartido en esa noche de lluvia torrencial, escuché los relatos con mucha atención y respeto. Cuanto más me enteraba mayor era mi reverencia frente a estas personas. La lluvia muy fuerte y ruidosa, era como un llanto desconsolado que hacía de fondo. Confundida por la violencia humana, triste por las muertes y abusos, muy impotente por que no podía cambiar esa realidad, quedé inmovilizada, sin palabras, las lágrimas corriendo por mis mejillas. Una sensación de mucho agradecimiento por ser parte esa gran familia, ahora no había secretos y me sentía más unida que nunca a ellos. La lluvia fue menguando poco a poco y cuando la conversación y la lluvia terminaron nos dimos un abrazo de varios minutos y besos en la frente. Caminé de vuelta hacia la casa donde dormía, sin prisa, sin pensar nada, sin preguntas, sintiendo mi cuerpo, mis latidos, la vida, escuchando la noche, oliendo a tierra mojada. Cuando llegué a mi habitación tenía un solo pensamiento: “estoy viva y no me daba cuenta”. Ese encuentro había sido un encuentro con la muerte, como si me la hubieran presentado directamente. La pregunta no era “¿que haré ahora que tomé conciencia de la muerte?, la pregunta era “¿qué hago con mi vida hoy?”


Cubrían sus necedidades apoyándose unos a otros


De casa a caza

Llegó el día de caza. Salieron de madrugada y al regresar por la mañana todos fueron a recibir a los hombres. Se juntaron en el centro de la comunidad para agradecer con un pequeño ritual a la tierra y a estos animales que dan su vida para que otros se alimenten. Yo no dejaba de sorprenderme, seguía en silencio, expectante y maravillada. Se realizó la repartición de toda la comida y las mujeres se pusieron a cortar y a salar las carnes para conservarlas. Recibí invitaciones para comer esa tarde, feliz asistí a la casa de una gran mujer que me dio la bienvenida a su hogar. La comida era cerdo salvaje cocinado a leña, simplemente delicioso. No solo había caza sino también pesca abundante así que ayudé a la familia a limpiar el pescado y a salarlo, tenían un barril grande lleno de peces. Poco a poco llegaron más mujeres y todas ayudaban. El sistema entre ellos era el trueque: unos llegaron con carne de venado a cambio de pescado, otros con carne de cerdo a cambio de verduras y así todos tenían que comer, cubrían sus necesidades apoyándose unos a otros. Yo que había estado preocupada por cómo conseguirían dinero, me sentí tan fuera de sitio, ignorante ante tanta sabiduría ancestral. En pocas horas recibí una lección de economía práctica muy interesante y es que la vida es de un día a la vez y a cada día bástale su afán. Sé que es una frase conocida, pero recién en ese momento la experimentaba.


La palabra “gracias” era un mantra


Al Punto de partida

Pasados los seis meses, recibí la orden de salida. Cuando llegó el día de la despedida la palabra GRACIAS era ya un mantra cargado de sentido. Tenía una gran lista de aprendizajes. Había despertado del letargo en el que me había sumido haciendo lo que otros esperaban de mi. Transitando caminos desconocidos para mi alma, sintiéndome una intrusa en mi propia vida, había recibido una brújula con la que me había encontrado a mí misma. Entendí que el camino apenas comenzaba, que esa despedida era el punto de partida de un camino que era yo, de un proceso que era yo, de muchas más experiencias por delante que serían yo. Tomé el compromiso de vivir en plenitud donde la única responsable sería yo misma. Fui casa por casa haciendo el recorrido que había hecho al llegar pero en esa ocasión con abrazos de todos en la comunidad. Salí caminando hacia la embarcación que me llevaba de regreso entre lágrimas de agradecimiento. Sentía que estaba dejando mi hogar para ir no sabía adónde, algo desorientada por tantas emociones y sentimientos en mi corazón. Nuevamente el rio me regaló su calma y me recordó que siempre es nueva el agua, que no se detiene, que sigue su cauce por encima de cualquier obstáculo, que siempre sigue adelante dando de sí a su paso. Mi camino apenas comenzaba…



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