ELECCIONES de Mar Asulay

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Mar Asulay

ELECCIONES


© del texto y de las ilustraciones Mar Asulay Edición taller contar la propia historia Buenos Aires, Argentina 2021


Mar Asulay

ELECCIONES



Era de madrugada.

Aleana estaba en el living de su casa, sentada en el sillón de dos cuerpos deshilachado que había heredado de su abuela. Tenía que entregar un storyboard a la mañana siguiente y solo le quedaban unas horas para terminarlo. Tenía venas rojas de cansancio en los ojos. Las manos no paraban de dibujar curvas y líneas, pero, sobretodo, tachones. Estaba insatisfecha con todo lo que hacía. Sentía que nada estaba bien, que se lo criticarían y que perdería su oportunidad de crecer en la compañía.

E incluso, el trabajo.


Afuera soplaba un viento que hubiera podido levantar en vuelo hasta a un elefante. Aleana se asustó. Temió que los vidrios se rompieran. Los miró y pensó por favor, sean fuertes. No puedo afrontar su ruptura ahora. De repente, sintió un escalofrío en la espalda. Al volver la mirada a lo que estaba haciendo, se dio cuenta de que el lápiz no estaba. El humor, que ya tenía bastante agrio, se le volvió aún más áspero. —¿Cómo fuiste a parar ahí? —dijo mientras iba a buscarlo al pasillo. Apenas posó sus manos sobre el lápiz, unos pies putrefactos aparecieron frente a ella. —No otra vez… —murmuró con ojos cerrados.



Lentamente levantó la mirada. Al final del pasillo, flotaba una cara corroída por los gusanos. Casi hasta el hueso. No había cuerpo ni extremidades. Solo esos pies y la cara. La cara cadavérica empezó a reírse fuerte. Muy fuerte. Y en un abrir y cerrar de ojos, alcanzó a estar a escasos centímetros de Aleana. Ella lo único que atinó a hacer fue acostarse en el piso en posición fetal, enterrando su cabeza entre los brazos. —Que se vaya, que se vaya —susurraba para sí, como en una especie de mantra. Cuando la carcajada se disipó, levantó la vista y se vio nuevamente sola. Liberó una risita nerviosa. Esto es absurdo, se dijo.



Se levantó tambaleante, con el cuerpo aún asustado. Se acercó al gran espejo ovalado, que también parecía flotar en la penumbra del living. El reflejo le devolvió una figura doblada por la cantidad de horas de trabajo frente al papel y la inseguridad. Se frotó la cara con las manos e inspiró hondo. —Tengo que terminarlo —dijo, intentando convencerse de que así renovaba energías. Y se dirigió nuevamente al sillón para retomar la tarea. A los pocos minutos, y devuelta a la frustración, en el otro extremo del sillón, reapareció la Cara. Esta vez, Aleana tragó saliva y lentamente, decidió afrontarla. Se miraron.


Aunque no había ojos a los cuales mirar, sino unos huecos negros. El silencio era sepulcral. La respiración de Aleana era muy pausada, como pidiendo permiso, como si un suspiro de más fuera a generar un terremoto. Luego de unos minutos que parecieron una eternidad y al notar que la cara no hacía más que permanecer flotando y “mirándola”, Aleana, nuevamente se zambulló en su trabajo. —La sombra ahí está mal —le siseó la Cara Cadavérica. —Ya lo sé, pero tengo que terminarlo como sea. —Ahí quedó un manchón. No te lo van a aceptar.




—Callate y andate —murmuró ella. —No, Aleana, no me voy a ir. No me

puedo ir. Todo en vos está tan mal, que hasta ni me podes echar. No podes con tu vida. No podes con las relaciones. —Yo puedo sola. Siempre lo estuve… —No sabes cómo manejarte ni

tampoco sabes pedir ayuda. ¿por qué te querés autoconvencer de que te va a salir? Mirá la cantidad de papel que desperdiciaste. Pobres árboles… ¿dónde aprendiste a dibujar? Mejor dedicate a otra cosa.



—Pero yo quiero… Me gusta este trabajo.

—¿De verdad creíste que te querían dentro del grupo? Te incluyeron por

lástima, porque se quisieron hacer los “buenitos”. Pero en el fondo sienten lástima por vos. Nadie te quiere Aleana.

A nadie le importa si vas mañana al trabajo y presentás la carpeta terminada. Seguro van a elegir a Sofi, que, aunque tiene sólo un año de trabajo en la compañía, ya avanzó más que vos ¿Sabes qué?

Seguro te darán una excusa muy estúpida y, como siempre, agacharás la cabeza e irás a encerrarte en el baño a llorar, castigándote por ilusionarte una vez más —sentenció la Cara.



—Es… mi… última… —tartamudeó

ella, casi

inaudible entre llanto contenido, mientras intentaba seguir dibujando. La Cara Cadavérica se elevó, se dirigió al espejo y lo atravesó. Allí quedó quieta, observando a Aleana. —Ch,

ch —la llamó desde el espejo.

—No, no. Tengo que terminar —gimoteó, Aleana, sin levantar la vista de los papeles. —Vení...

patito feo.



Aleana frenó en seco. Parecía que el corazón se le iba a salir del pecho. Miró el vacío delante de ella. La espalda encorvada y el cuello tenso, la hacían parecer una gárgola. Cuando volvió a parpadear, se volteó lentamente y miró hacia el espejo. Como en automático, hizo a un lado los papeles, los lápices, el borrador, los descartes y caminó hipnotizada hacia su propio reflejo. La cara y el rostro de Aleana quedaron a la misma altura. Ya no había sorpresa, no había miedo, no había más que rendición.



Una mano salió desde el espejo. Aleana la observó, estiró su mano y la posó junto a la otra. Dio un paso. Otro. Otro más. Hasta que todo su cuerpo desapareció del otro lado.




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