Flor Canchica
© del texto y selección de imágenes Flor Canchica Edición taller contar la propia historia Tel Aviv, Israel / Buenos Aires, Argentina 2021
Flor Canchica
A Dios por manifestarse en cada una de las transformaciones que he vivido como parte de su plan maestro. Al pasado... a mis padres por darme vida y amor incondicional, así como a todo aquel con el que haya tenido una conversación trascendental y transformadora. Al presente... a mi esposo e hija, mi mundo, mis ángeles, mi luz, mi gran motivación. Al futuro... por lo que sea que me depare, tendré la mejor disposición para recibirlo.
2 de agosto de 1979, 11:20 PM Juan se encontraba en la sala de espera de la clínica, su esposa Flor estaba dando a luz, era el cuarto hijo de ambos, querían que fuera una niña. Sus dos hijos estaban grandes, ambos varones, Juan José de 15 años y José Juan de 11 años. Flor le había dicho a su doctor que no le revelara el sexo porque si era otro varón no iba a tener fuerzas para parir. Flor ansiaba una niña... no sería la primera, trece años antes había nacido Marta Coromoto o Martica como le decía ella, pero había fallecido a los 5 meses de nacida, por una afección en los pulmones. Luego tuvieron a José Juan y decidieron quedarse con dos varones nada más.
Se encendió la luz roja anunciando que era una niña, todos en la sala de espera estaban saltando de la felicidad… cuando Juan y Flor vieron a su pequeña hija se sintieron como flotando en una nube.
2 de agosto de 1994, 3:01 PM
Yo ya tenía el nombre escogido desde mucho antes de siquiera saber que iba a nacer. A mi mamá nunca le había gustado su nombre, Flor Josefina, mucho antes de pensar en quedar embarazada había leído en una revista que la hija de un presidente muy conocido en Venezuela se llamaba Flor Ángel, entonces pensó: “Si algun dia vuelvo a tener la dicha de convertirme en mamá de una niña le pondré ese nombre”. Desde pequeña tuve todo lo que quise siempre, vivía como en un sueño encantado. Si bien mis papás no eran millonarios, cuando yo nací tenían cierta holgura económica, viajabamos 3 veces al año, me compraban todo lo que quería, crecí y me convertí en una adolescente malcriada, egoísta, poco empática...
Mis papás venían de crianzas traumáticas, con falta de amor y muchas otras carencias, así que por eso supongo que no se limitaron en darme amor y también cosas materiales, combinación letal para tener una hija malcriada. ¡Como yo! Mamá era de temperamento bastante fuerte, dominante y controladora, con ella no había puntos medios, la gente la amaba o la odiaba. Mi papá era un tipo callado, reservado, pero sociable, casi siempre de buen humor, tranquilo, le gustaba llevar la fiesta en paz. Mi mamá en cambio, era explosiva, impulsiva, con una gran fe y fuerza interior, era la que decía “¡no!”, la que ponía los límites, horas de llegada, etc. O sea, la mala del cuento para ese entonces, porque ¿a qué adolescente le gusta que le pongan límites? A lo largo de mi vida he atravesado por muchos cambios y transformaciones, algunos escogidos, otros forzados, algunos con mucho dolor y sufrimiento, otros con alegría. Pero así es la vida, dinámica, cambiante, transformadora; por alguna razón la palabra cambio a la mayoría de nosotros nos causa una especie de escozor, es como si le tuviéramos alergia, nos resistimos a ello, sin darnos cuenta de que los cambios son inminentes, que en la mayoría de los casos son para mejor y que algunas veces terminan siendo hasta liberadores. Yo por mi parte he aprendido a bailar con ellos, a abrazarlos, a darles la bienvenida.
19 de Enero del 2000, 1:11 PM
Murió mi papá. Se rompió la burbuja en la que yo había vivido mucho tiempo, pensé: ¿ahora qué? ¿quién va a servir de equilibrio con mamá? Porque mi mamá y yo éramos como perro y gato… Mi primer cambio forzado, doloroso, comenzó a partir de este día. Era inmadura y no sabía cómo lidiar con ese sentimiento que te carcome por dentro, así se sentía. Hasta le escribí un poema a papá, recuerdo que en uno de los versos decía: “Es un hueco que queda vacío y que ya más nunca volverá a estar lleno”. Yo tenía auto desde los 15 años, y a los 20 cuando papá murió no sabía lo que era ir a una estación de servicio, porque cada vez que yo llegaba de algún lugar, él tomaba el auto y se iba a ponerle combustible. ¡Sí, lo sé! Papá era especial, el extremo de consentidor y protector por eso me afectó tanto su partida.
Con la muerte de papá la familia más nunca volvió a ser la misma, fue como si le hubieran quitado una de las patas a la mesa. La convivencia con mamá era imposible, vivía angustiada, no podía salir con mis amigos, me sentía perseguida. Mamá me podía llamar 3 veces seguidas en un período de 4 horas, para preguntarme: “¿a qué hora regresas?”. Era nerviosa y también protectora, o mejor dicho sobreprotectora. Para escapar de esta situación, terminé casándome sin estar enamorada, para emanciparme. El remedio fue peor que la enfermedad, porque esta persona no tenía ningún respaldo económico y terminamos viviendo en casa de mi mamá. Los conflictos ya no eran a qué hora iba a regresar si no más bien que mi esposo era un vividor, un bueno para nada, que no tenía nada que ofrecerme, que salí de GuateMala y terminé en GuatePeor. Mi mamá finalmente nos ayudó a comprar un negocio, empezamos a trabajar juntos. Era la primera vez que trabajaba en mi vida, tenía 22 años. Fue mi primer golpe y llamado a tierra, saber que las cosas cuestan, hay que trabajarlas, se ganan, no bajan solas del cielo. Fue un despertar. Tal situación era insostenible, después de 3 años y medio nos divorciamos. Tuve la excusa perfecta: le descubrí una infidelidad larga y sostenida.
Mi esposo no era mala persona, aunque era mentiroso compulsivo, tenía mucho ángel, gracia o mejor dicho, mucha labia. Con el divorcio me quité un peso de encima. Logré mi cometido: me emancipé. Mamá dejó de ser tan intensa, ya me veía como una mujer hecha y derecha, con criterio propio, no era más una chiquilla, sino una mujer divorciada de 26 años. Algunas personas dirán que tuve que pagar un alto precio, pero yo decidí quedarme con el aprendizaje que toda esa experiencia implicó. Comenzaba una nueva vida para mí, una nueva etapa, emocionada porque aún era joven… ¡viví!
4 de Diciembre del 2011, 9:20 AM
Muere mamá. Esta vez dolió el doble, dolió mucho, aquí sí sentí que me quitaron el piso. Con 32 años me quedé sola, completamente sola, mis hermanos cada uno por su lado; uno en Panamá con su familia, el otro en USA viviendo su vida. Recuerdo que mamá siempre decía con voz quebrada: ¿en qué me equivoqué como mamá para que tus hermanos fueran así? Con la partida de mamá me quedó un gran sinsabor. Nunca pudimos ser amigas, eramos muy diferentes. Aunque yo siempre la admiré, hubo muchas actitudes de ella hacia mí que me confundían cuando era pequeña: no entendía sus cambios de humor repentinos, su poca paciencia. En ciertas cosas yo quería ser como ella y en otras todo lo contrario. Con el tiempo y la madurez la entendí, tenía muchas frustraciones, traumas de infancia; no era su culpa, y sé que siempre hizo y dio lo mejor de ella como mamá.
La muerte de los padres es algo natural, es ley de vida. En eso estoy clara, aunque sin importar la edad que se tenga uno nunca está preparado para eso, además significaba que mis futuros hijos crecerían sin abuelos, que yo no tendría domingos en familia, no tendría a quien acudir si tuviera un problema, que solo conocerían mi historia contada por mí. El 2012 no me recibió bien como nuevo año. Apenas dos meses después de haber fallecido mi mamá, terminé una relación de pareja, cerré un negocio y me tuve que mudar de país. Poco a poco me fui entregando a la tristeza, me aislé de todo el mundo, dejé de contestar llamadas. A veces lloraba y no sabía por quién estaba llorando, si por mi mamá o por mi ex novio, no le encontraba sentido a la vida. Una y mil veces lloraba desesperada, gritando le preguntaba a Dios ¿para qué estoy aquí? ¿Cuál es mi función en esta tierra? Los domingos sentía que el techo de la casa se me venía encima, eran lo peor. Me deprimí y me empezaron a dar ataques de ansiedad, sentía que el aire me faltaba, me sentía atrapada, me asusté.Fui a una psicóloga que me dijo: “¡pues claro! es más que normal lo que te pasa, estás atravesando por dos duelos y además otros cambios en un período muy corto de tiempo”.
Me recetó un antidepresivo y un ansiolítico, el primero solo lo tomé dos veces, el segundo nunca, no me gustó la sensación de seguir triste sin que me salieran las lágrimas. Durante todo ese año, busqué respuestas, tuve conversaciones reveladoras, leí libros de autoayuda. Recuerdo una conversación que tuve con alguien que me llegó, me hizo enfocarme en agradecer lo que había tenido y lo que en ese momento tenía, en lugar de enfocarme en lo que me faltaba y no tenía. Fue con la muerte de mamá que me encontré conmigo misma. Cambié la forma de ver la vida, me di cuenta de que el pasado ya pasó y de que aún no existe una máquina del tiempo que nos haga regresar a él; de que el futuro no existe aún y además es incierto, así como podremos pasar por experiencias dolorosas también en el futuro podemos tener experiencias llenas de alegría; de que hoy estamos vivos y mañana no sabemos, y que lo único cierto que tenemos es el aquí y ahora. Estaba lista para recibir con los brazos abiertos lo que fuera que Dios y la vida tuvieran destinado para darme. Fue un despertar, sentí que renací de las cenizas como el Ave Fénix. FLORECÍ...
4 de Julio del 2013, 2:05 PM Dicen que cuando el alumno está preparado el maestro aparece. Una vez Flor ya estaba lista y luego de haber besado unos cuantos sapos, al fin encontró a su “Príncipe Azul”. Se había devuelto a vivir a Panamá hacía unos meses, abrió un negocio junto a su hermano mayor de polarizados para vidrios de autos, bien conocían del tema ya que ese había sido el negocio familiar durante años. Fue ahí donde conoció a su futuro esposo, el hombre a través del cual terminaría un gran proceso de transformación. Oz llegó como cliente, solicitando el servicio para su auto. Por cosas del destino ella terminó llevándolo a su oficina. Conversaron, luego también le recogió, de nuevo conversaron, él se quedó con su número móvil, y a los pocos minutos de haberse ido le envió un mensaje invitándola a cenar. Flor aceptó, más por la curiosidad que le producía conocer mejor el estilo de vida de este hombre, ya que era judío, que por la atracción que podía sentir hacia él. Fueron a cenar y la conversación fluyó. Flor se empezó a interesar sobretodo en la paz que Oz le
transmitía, nunca había sentido algo así antes, era más como una conexión de almas, que una mera atracción física. A partir de entonces nunca más se separaron. A pesar de que Flor era venezolana, de alguna manera siempre sintió una falta de pertenencia a su país, su alma estaba inquieta todo el tiempo en la búsqueda de algo que le faltaba, como si hubiera sabido que su destino no se encontraba ahí. Desde hacía mucho tiempo no iba a la iglesia, no le gustaba la Navidad. Cuando conoció a Oz sintió una curiosidad instantánea hacia el judaísmo. Cuatro años después decidieron buscar lugar en Israel para que Flor se convirtiera. Tenían que separarse después de haber vivido todo ese tiempo juntos, ella pensó que no iba a ser capaz. Sin embargo una de las cosas que más disfrutaba era aprender, así que se dejó llevar por la emoción de la nueva experiencia que estaba a punto de comenzar a vivir. Terminó estudiando de manera ortodoxa en la ciudad antigua de Jerusalén. Fue la experiencia de su vida, un reencuentro con Dios, la cúspide de su florecer...