Hilos invisibles de Aurelia Puentes

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HILOS INVISIBLES Aurelia Puentes


© de los textos y de las imágenes Aurelia Puentes edición taller contar la propia historia Buenos Aires 2021


HILOS INVISIBLES Aurelia Puentes



Dedicado a mi hija que dio la primera puntada hacia mi transformación, que hizo que me abriera al amor más genuino de todos. A mis hermanos por estar siempre de modo incondicional. A mi madre, por la vida, la presencia, por su fuerza, las canciones, los libros. A mi padre, por su palabra, su inteligencia, por traer la tranquilidad en el caos, por siempre generar nuevos proyectos, por empujarnos a los tres a disfrutar. Y a quienes se fueron cruzando en mi camino a lo largo de estos años. Gracias, gracias, gracias.



Me regalaste un reloj de mano. A lo largo de estos años lo fui sacando de mi caja de recuerdos y lo miraba tratando de entender. Es un reloj demasiado serio para la quinceañera que fui. Demasiado formal para alguien como yo. Pero aun así lo guardé, porque era lo único que tenía tuyo. Representaba esa distancia, ese no conocernos. Hoy pareciera que sus manecillas marcharan hacia atrás. ¿Se nos acabó el tiempo? Tantos años sin vernos. Tantas palabras por decir. Tantas vivencias no


compartidas. Y sin embargo, la conexión inexplicable. Después de treinta y seis años algo me decía que debía verte, que debíamos hablar. Y mágicamente fue ese día que en otro espacio, en otra ciudad, en otro contexto, te internaban sin poder diagnosticar bien qué te pasaba. Y yo sin saberlo. De esto me enteré quince días después por un mensaje de un primo que hacía años no veía. Inmediatamente organicé todo para ir a Rosario. Mientras viajaba imaginaba el reencuentro después de años de no vernos:


quería que charlásemos, que nos pusiéramos al día. Recuperaríamos el tiempo perdido. Voy directo al Hospital. La lluvia me retrasa y cuando llego el horario de visita ya se terminó, sin embargo, curiosamente, se había pospuesto. Me recibe tu segundo hijo, Santi, mi medio hermano. Abrazo enorme ¡gigante! Ese contacto: aun sin vernos, sin prácticamente conocernos, sabemos lo que el otro siente. Sin soltarme la mano en ningún momento me acompaña a UTI. Un lugar frio, celeste, mucha luz, muchos sonidos raros de las máquinas a las cuales estás conectado. Entro y ahí te veo, después de años. Tan distinto, pero tan igual.


¿Por qué nos reencontramos en estas circunstancias? ¿Por qué no fue antes? ¿Por qué no tuvimos momentos juntos? ¿Por qué no conociste a mi hija personalmente? ¿Por qué no me buscaste? Te observo, te agarro de la mano. Quisiera contarte sobre mí, que me conozcas, que sepas en quién me convertí. Y sin embargo ya no hay tiempo. No puedo en tan pocos minutos contarte todas las transformaciones a lo largo de mi vida. Una niña tímida, callada, curiosa, cuestionadora, con una imaginación que podía llegar a los mundos más locos que se te pudieran ocurrir. Lectora incansable. Amante de la música y del baile. En el escenario del colegio, en cada fecha festiva de la primaria, parecía perder la timidez y he llegado a interpretar algunos de los papeles mas importantes del evento. No te movés, ya me habían dicho que no esperara una respuesta de tu parte.



Pero necesitaba que me escucharas igual. Entonces digo: —Tardé en llegar pero acá estoy, entenderás que a veces ciertas cosas nos llevan tiempo... Te movés. Me asusto. Comenzás a moverte cada vez más, los números de los aparatitos se vuelven locos. Estirás tu brazo, y nos agarramos de la mano. Vuelve Santi, te agarra de la otra mano mientras me cuenta que en tus últimas charlas te preocupaba que la familia estuviera unida. Estirás la mano para agarrarme más fuerte. y él se corre a un costadito. Ninguno


de los dos podemos creer tanta interacción. Te agarro más fuerte. Y Te sigo hablando. —Tenés que tener fuerzas para salir, ya vamos a tener tiempo de hablar, afuera estaremos todos JUNTOS esperándote. Parece que quisieras levantarte, hacés fuerza. —Quedate tranquilo, te va a hacer mal. Pero escuchame, quiero decirte algunas cosas... ....Gracias por mi existencia, gracias a vos y a mamá estoy acá... Girás la cabeza, y me mirás a los ojos. Escalofríos en todo mi cuerpo. Nos miramos fijo, y te sonrío. ¿En qué seremos parecidos? Físicamente nos parecemos mucho, según dicen.


Y pareciera que todo lo artístico que tanto me atrajo ha sido el hilo invisible que me ha tenido conectada a vos, porque nadie de la rama materna tiene mis gustos. Siempre me convocó dibujar, pintar, escribir y por lo poco que sé, a vos también. Tal vez hubiese tenido tu apoyo para seguir mi rumbo por ese lado. Mi hijita tiene una veta medio artista; ¿tendrá algo tuyo? Por momentos me da mucha pena que no se hayan conocido personalmente, me imagino situaciones que podrían haber compartido. Es un ser hermoso, que me abrió un mundo desconocido. Ser madre te conecta con tu parte más animal, con lo mamífero. ¡A mí me hizo querer convertirme en mi mejor versión! Hizo que de pronto quisiera volver a las bases, a cocinar, a crear, a investigar sobre alimentación. Con su mera presencia ya genera, convoca, interpela. Es un fueguito ariano , un personaje de película que ama los colores, Lo que tiene de ocurrente, lo tiene de graciosa. Me hace tentar de risa con sus caras, respuestas o preguntas que a veces me dejan como tildada. Confieso que haberme convertido en madre a los treinta y dos años hizo que quisiera entender qué había pasado conmigo, porque no me imagino una vida alejada de mi hija. No entendía qué podía haber sucedido para que alguien llegue al punto de alejarse de su cachorro. Sé que eran otras épocas, que nadie se cuestionaba tanto las cosas como hoy en día, pero me fue inevitable comenzar a preguntarme todo esto. Te veo cansado, haciendo un esfuerzo muy grande por seguir en este plano.



¿Cómo puede ser que hayas aguantado tantos días así, en este estado? Nadie lo puede explicar medicamente hablando. ¿Habrás sido un padre compañero? ¿cariñoso? ¿con quien se podía hablar? ¿Cocinabas? ¿Cuáles eran tus hobbies? Todos estos años tuve la dicha de tener la compañía, la palabra, el apoyo de un padre puente a lo que hoy soy. No me faltó la figura masculina a lo largo de mi infancia, ni la mirada de autoridad ante ciertos temas. Sin embargo creo que hay algo que se vislumbra en cuanto a mi relación con los hombres. Puede ser que no termine de fiarme del todo de que sigan allí, o tal vez inconscientemente sienta que en algún momento todo se termina diluyendo, desvaneciendo, desapareciendo. Y es tal vez por eso que me voy antes de que se vayan, me evito la ausencia, el abandono. Te miro, observo como Santi cariñosamente te habla, y creo que debes haber sido un buen hombre, buen padre, un tipo accesible, de mente interesante.


Una vez fui a leerme los registros akáshicos. Laura se llamaba la facilitadora. Tras recibirme en una habitación blanca, luminosa y muy bien aromatizada, empezó a garabatear cosas en una hoja y a «bajar» mucha data sobre mí, y mis vidas anteriores. En esa sesión hice varias preguntas, una de ellas fue qué veía en relación a vos y me dijo «él estaba destinado a traerte al mundo, quedate con eso». Y yo, que ya venía maquinando que debíamos vernos y hablar, pensé ¿por qué me habla como en pasado? ¿por qué no me dice que nos vamos a reencontrar, a retomar desde acá, compartir cosas, hablar, conocernos? Ahora te miro, y al verte tan frágil, tan débil, temo que sus dichos signifiquen que esto será todo. Agradezco a la vida todo mi camino recorrido, sobre todo espiritualmente y sé que aun falta mucho por aprender, pero llego distinta hoy a poder hacer frente a esta escena tan fuerte.


Más allá de que mi vida parece una maraña de hilos enredados, creo que de a poco se va desenmarañando. A mi manera, que no es precisamente para convertirse en un prolijo ovillo unicolor sin nudos, sino más bien con partes desmechadas o unidas con inesperadas lanas de otros colores. Hace poco una amiga me dijo “¡en lo que llevo de una vida mía entran como diez tuyas!” y me dejó pensando. Mirando para atrás puedo darme cuenta perfectamente a qué se refiere. Desde chica he cambiado de colegio, de ciudades, de casa, de carreras, de facultades, de trabajos, de pareja. Pareciera que siempre me estoy yendo, siempre dejando algo inconcluso en el camino y en este transitar han cambiado también mis ideas sobre varias cuestiones de la vida. Si hubo algo que dio un giro a mi vida fue un viaje que hace unos años hice a Traslasierra, Córdoba.



Estaba en un momento de tristeza profundo, de esos que se convierten en bisagra. Buscando en google vaya a saber qué cosa llegué al sitio web de una persona hermosa que contaba que a través de una técnica muy simple podíamos modificar nuestro estado físico y emocional simplemente golpeteando algunos puntos determinados de nuestro cuerpo. Por supuesto que no lo creí. No podía existir algo tan simple, al alcance de nuestras manos y que pudiera generar tanto en las personas. Tras meses de investigar y leer, me anoté en el taller online. A partir de ahí, cada noche, al irme a acostar y cuando mi bebe y mi pareja ya estaban dormidos, me proponía poner en práctica las técnicas que había aprendido ese fin de semana. Lo hacía en silencio, era un ritual prácticamente secreto.



Casi sin darme cuenta, unos meses después mi actitud era otra, me sentía mas resuelta, confiada, contenta, tal es así que mi vida dio un giro de ciento ochenta grados. Ese mismo año me separé, me mudé, emprendí, y viajé al encuentro de un aquelarre de las más hermosas brujas, que sin saberlo, iban a cambiar mi vida.




Fue para un fin de semana largo de noviembre, mi pequeña se quedaría con su papá y hermanos. Partí rumbo a Córdoba en avión desde Buenos Aires. Llegué al hotel y me sentía ¡pésimo! ¡Mi cabeza parecía explotar! Mi cuerpo estaba somatizando los nervios, el miedo, la incertidumbre que sentía. Finalmente, después de varias horas de seguir viaje llegué a la posada y conocí a


las demás. Éramos nueve mujeres reunidas con el fin de nutrirnos y aprender todo lo que Cris tenia para enseñar. Cuando la vi por primera vez en persona, me miró y con sus ojos claros y sonrisa fresca me transmitió mucha paz. —Abrazo de corazón a corazón, —me dijo acomodándome el cuerpo para que ambos corazones se toquen en el abrazo. Estaba a salvo, en el lugar correcto, nada de esto era una locura. Esos días fueron intensos: nos levantábamos temprano, desayunábamos jugos verdes, comíamos a base de plantas, y partíamos al espacio de Cris. Era mucha teoría, y práctica a la vez. Fueron días de sentarnos en ronda, de llantos, de risas, y de entender muchas cosas que años de terapia no me habían dado. Escribíamos mucho lo que nos iba pasando con cada ejercicio, con cada técnica, y a medida que pasaban los días podía notar como mi mente se iba abriendo. La primera noche en la Cabaña La Arrimada fue mágica. Fue ahí que las empecé a ver en acción... —¡Vengan, vamos a ver un poquito como estamos! —dijo Andre, la mayor de todas. Sacó unas cartas, y le iba diciendo a cada una lo que les habia salido.



—¿Te animás? —me dijo —Bueno, dale, –respondí un poco temerosa. Saqué una carta y ella me leyó lo que decía el oráculo: VULNERABILIDAD «Solo los valientes y de gran corazón se atreven a permitirse ser vulnerables, ya que esto requiere coraje para derribar todos los muros y exponer su humanidad. Tu orientación angelical es que te hagas conciente de tus mecanismos de defensa, que te mantienen separado de los demás y de lo divino. Pídele a tus ángeles que te ayuden a disolver tus máscaras y barreras para que tu verdadero y frágil ser pueda emerger como una mariposa de su capullo. La recompensa es libertad, amor y un sentido de seguridad interior. Así que atrévete a ser vulnerable y abierto. Afirmación: La vulnerabilidad es mi fortaleza» Claramente era yo, rompiendo ese caparazón de años. ¿De qué sirve ser tan fuerte? De qué sirve poder siempre sola con todo? ¿Con qué fin ocultamos nuestras debilidades? Estaba abriéndome a otros mundos, a mis sentimientos más dolorosos, a mi fragilidad que siempre había estado disfrazada de estoicismo. Me sentía más vulnerable que nunca, y según este oráculo curiosamente esa estaba siendo mi fortaleza. Seguramente ese caparazón de años tuviera que ver con mi infancia, con haber sido siempre tan distinta: la que venía de otro colegio, la que había vivido un tiempo en un campo sufi, la de los padres separados, la que se brotaba si se exponía al sol o la que se ponía roja fuego al enojarse.


¿Hubieses dado lugar a esas debilidades?, ¿a esas ganas de llorar? ¿Fuiste de los que decían no pasa nada, no es para tanto, no exageres? Soy frágil desde siempre, solo que tuve que disimularlo. Soy altamente sensible a todo lo que sucede a mi alrededor. Me enojan las injusticias, me duele el dolor ajeno, me emociono facilmente, puedo llorar escuchando una canción, viendo a alguien bailar, soy insoportablemente esponja de todo y recién ahora empezaba a escurrir todo aquello absorbido y retenido por años. Una astróloga me dijo: «se acaba de romper la pecera donde siempre guardaste esas emociones» y me sentía exactamente así. Y ahora ¿qué hacia con ese pececito que daba saltos sin encontrar cómo respirar? —¿Te resuena? —preguntó Andre —Mucho, demasiado, –respondí con la voz entrecortada —Bueno, ahora agarrá este libro, respirá profundo y abrilo en la página que sientas. “Carta 7: Ángeles de las almas afines. Este ser de luz nos reúne con las almas afines con las que debemos conectarnos en cada etapa de nuestro desarrollo espiritual aquí en la Tierra. Con su presencia propicia un clima de amor, paz, y de unidad. Nos ayuda a armonizar los lazos de amistad y a relacionarnos con nuevos amigos o aliados. Representa a los grupos sociales, laborales, familiares o espirituales. Es ideal invocar a este ser de luz para realizar grandes convocatorias y para reunir seres con la misma energía” Ahí estábamos reunidas, mirándonos y sonriendo ante semejante


sincronicidad. Salté a lo desconocido y la red de pronto apareció. Estábamos donde debíamos estar y los oráculos lo confirmaban. ¡Esa noche no pude dormir de la excitación que tenia! Quería saber más sobre esas cosas, quería que me contaran, quería conocer más sobre ellas, dónde habían aprendido lo que sabían, algunas de ellas parecían leer los pensamientos y yo quería saber la técnica si es que la había, o saber de dónde sacaban esos oráculos o los amuletos que llevaban colgados o en sus bolsillos. Al día siguiente fue todo aun más movilizador. Cada cosa que sucedía superaba a la anterior. Ese día después de desayunar fuimos a tomar una sesión de arquería terapéutica. Es una experiencia difícil de explicar. Una vez que te preparas para apuntar, se empieza a conformar una unidad entre el arco, la flecha y el arquero. Tiro, tras tiro, algo interno se va moviendo, dicen que «al inhalar y tensar hay que vaciar la mente, al apuntar apaciguar el corazón y al exhalar y soltar, liberar el espíritu». Ese día junto a la última flecha se fue una de mis mayores angustias... Los otros dos días estuvieron repletos de experiencias movilizadoras,



revelaciones, sincronicidades, magia. Cerramos ese encuentro con una danza circular que tendré en mis fibras por siempre. Llegué a Buenos Aires siendo literalmente otra persona, con ese viaje había terminado la formación propuesta por la Escuela de Cris, había concluido un ciclo completo de algo. Nunca había podido sostener ningún estudio hasta el final. Desde entonces no paré de estudiar y perfeccionarme en absolutamente todo lo que generara autonomía para nuestro propio bienestar. Estudié Tarot , registros akashicos, soy Maestra de Reiki, más tarde termine la formación con Cris para poder brindar toda esta info a otros, entre muchas otras cosas más que hoy me hacen la mujer que soy. Por momentos pienso que de algún lado saqué todas estas inquietudes, no sé



cómo llegué hasta acá, pero a veces creo que esta parte más esotérica viene del lado paterno. Lo escucho a Santi, que me habla de la energía, de tus sueños premonitorios y quisiera saber más. Te observo tratando de adivinar cómo eras, ¿te solía pasar de soñar algo y que luego sucediera? ¿leías sobre eso? ¿meditabas? Te veo haciendo un esfuerzo gigante por querer comunicarte, te miro a los ojos nuevamente y entiendo que estás muy cansado. —Nos tenemos que retirar, el horario de visita terminó, —dice Santi Ya no te pido fuerzas, ya no te hablo de lo que podríamos hacer cuando salgas. Te agarro la mano, te sonrío, te entiendo. —Tranquilo, sabes que? nos vamos a encontrar donde tenga que ser. De este encuentro quedáte con mi agradecimiento más sincero. No hay reproches, solo amor por el solo hecho de existir. Te di un beso en la mano y salí de terapia temblando. Necesitaba abrazar a mi hijita que estaba con su papá esperándome afuera en un restaurante. Necesitaba abrazar el otro lado de la realidad, la vida, el futuro. Salí del Hospital y crucé la calle ya con algunas lagrimas.


Entre, la abracé y rompí en llanto. —Mamá estas bien? —Si, mamá está muy bien. Llora de emoción. Esa madrugada te fuiste, me llamaron para avisarme que partiste con una cara de paz especial. Querías que la familia estuviera unida, y ahí estábamos todos reencontrándonos, hablando de vos, de nosotros, estabas en el aire, en las lágrimas, en los abrazos. Esta historia debía ser de este modo, una conexión a la distancia, tan inexplicable como mágica que hizo que después de treinta y seis años yo estuviera ahí, para decirte todo lo que necesitábamos. Y digo necesitábamos porque creo que me esperaste todos esos días para que el encuentro sucediera. Un último encuentro que a los dos definitivamente nos transformó.



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