Jerzyk, historia de un niño en guerra de Federico Fuchs

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JERZYK

HISTORIA DE UN NIÑO EN GUERRA

Federico Fuchs Wightman

Federico Fuchs Wightman 1


JERZYK, Historia de un niño en guerra

© de los textos Federico Fuchs Wightman Las fotografías pertenecen a archivos familiares. edición contar la propia historia Buenos Aires, 2023 2


Federico Fuchs Wightman

JERZYK HISTORIA DE UN NIÑO EN GUERRA

Federico Fuchs Wightman

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JERZYK, Historia de un niño en guerra

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Federico Fuchs Wightman

Pensado y realizado para mi abuelo, Jorge -Jerzyk- Román Fuchs. Este libro no hubiera sido posible sin la ayuda y el apoyo de mis padres Alejandro y Carina, mi hermana Camila y mis tíos y primos, que contribuyeron de muchas maneras, aportando memorias, ideas y material fotográfico, para la construcción de este libro. Agradezco también la ayuda, creatividad y entusiasmo de las integrantes de Contar la Propia Historia,

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PRÓLOGO

Nací en 1992, en Buenos Aires, Argentina. Tuve una infancia amable y alegre. Fui al colegio, al club, me hice amigos y viajé. Mi familia siempre estuvo al lado mío. Nunca me faltó un plato de comida o abrigo. Como buen niño de condición privilegiada, tampoco imaginaba que algunas de esas cosas podían faltar. Todo eso cambió cuando mi abuelo, Jerzyk, empezó a contarme su historia. El primer recuerdo que tengo de esto es en uno de los restaurantes clásicos de costanera norte, yo tendría alrededor de cinco años. Él me había llevado un sábado o domingo al mediodía. Siempre le gustó ir a comer frente al río, algo del agua le daba paz. No me acuerdo exactamente qué pedí, pero sí que dejé sobras en el plato. Mi querido abuelo me miró incrédulo. —Cuando yo tenía tu edad, a veces no tenía para comer. Luego procedió a contarme cómo, durante la guerra, en las raras 6


Federico Fuchs Wightman ocasiones en las que conseguían una gallina, su madre no desperdiciaba ni la más mínima parte para cocinar. Además de los cortes esperables, hacía salchichas, hervía los huesos para hacer caldo, nada sobraba, porque lo que faltaba era comida. Nunca más me permití dejar alimento en el plato. Ese día escuché por primera vez algunas de las historias de lo que él había tenido que vivir cuando era un niño judío en Polonia, durante la Segunda Guerra Mundial. Como ese día, se sucedieron cientos más, hasta que eventualmente me animé a empezar a ordenarlas y a escribirlas. El resultado es este libro, el testimonio de lo vivido por mi abuelo Jerzyk. Él fue, es y será para toda mi vida una fuente interminable de inspiración y admiración. Desde que tengo uso de razón, escucho a conocidos y extraños describirlo como una persona brillante, trabajadora, sensible y profundamente generosa. Guardo en mi corazón el más profundo cariño hacia él y deseo con este escrito sostener su memoria. Por otro lado, reconstruir su pasado me ayudó a valorar mi presente de una manera distinta, y ojalá que tenga ese mismo efecto sobre cualquiera que lo lea. Por eso y por respeto a su historia, intenté que la rigurosidad de los hechos fuera la máxima posible, aún sabiendo que muchos se encuentran supeditados a los recuerdos de mi abuelo y de otros familiares. Afortunadamente, pude contar con las memorias de su primo Szymon Lichtig para complementar lo contado por Jerzyk. Szymon llevó un diario durante todos los años de la guerra y la persecución. Abre su escrito declarando la esperanza de que quien lo lea hará todo lo posible por evitar que se repitan los horrores que tuvo que vivir. Espero aquí poder aportar en el mismo sentido. Las historias que siguen fueron recopiladas desde mi infancia hasta que cumplí treinta años, en el 2022. 7


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LA FAMILIA ANTES DE LA GUERRA

Mi abuelo Jerzyk nació el 25 de marzo de 1937 en Cracovia, Polonia, ciudad en donde se encontraba la clínica más cercana al hogar de su familia. Su núcleo familiar estaba compuesto por su madre Helena (Hela) y su padre Jacobo (Iziek). Él era hijo único. La familia estaba asentada en Chorzów (Silesia, Polonia). Vivían del comercio, principalmente a través de un local de mercería en la calle Wolnosci 39. Poseían además un edificio de seis pisos en la calle Krzywa 7, en el cual ocupaban un departamento y presumiblemente, alquilaban el resto. Helena tenía un hermano llamado Rubek, que huyó a lo que ahora es el Estado de Israel previo al comienzo de la guerra. Allí tuvo tres hijos, primos de mi abuelo, llamados Oran, Judik y Dany. Cuando yo era un niño, pude conocer a Oran y a sus hijos, en una visita que hicieron a la Argentina. Su hijo mayor tenía aproximadamente mi edad y jugábamos juntos al Gameboy Color. Judik falleció antes de que pudiera conocerlo. Había sufrido polio durante la infancia, y había quedado parcialmente paralizado de la cintura para abajo. Una vez vino a la Argentina y a mi abuelo le pareció 9


JERZYK, Historia de un niño en guerra una idea divertida llevarlo a ver un partido de Boca Juniors. Para mi familia, al igual que para tantos otros, La Bombonera es mucho más que un estadio de fútbol, es un lugar icónico. Mi abuelo tenía miedo de que Judik no pudiera con la multitud y las escaleras, dada su discapacidad. No fue el caso, al punto tal que, al finalizar el partido, mi abuelo quiso pasar por el baño y le pidió a su primo que lo esperase, pero Judik decidió salir a la calle solo y mi abuelo se volvió loco buscándolo pensando que le había pasado algo. Finalmente, se encontraron afuera del estadio, en el auto. Me miraba como si nada, pero yo lo quería matar, me había pegado flor de susto, me contaría mi abuelo años después. El padre de mi abuelo, Jacobo, tenía cuatro hermanos: Fredrek, Dora, Tekla (Susla) y Regina (Race). Fredrek y Dora también vivían en Chorzów. Fredrek estaba casado con Rózia, con quien tenía un hijo –mi abuelo cree recordar que era albino– llamado Heinz. Jerzyk también tiene un recuerdo de su tío Fredrek regalándole un autito rojo, a pesar de, que, lamentablemente, no pudieron pasar mucho tiempo juntos. La tía Dora vivía con su marido Herman Werker y sus hijos Ruth y Fredrek. Susla y Race vivían en Tarnów (Polonia, al este de Chorzów) con sus respectivas familias. Allí también estaban los abuelos Abraham Fuchs y Rachel Lichtblau. Abraham murió por causas naturales antes del inicio de la guerra. La tía Susla estaba casada con Samuel (Karol) Jachimowicz, con quien tenía cuatro hijos llamados Fajwek (Federico o Wojtek), Hania (Cristina), Sala (Olga) y Gienek. La tía Race vivía con su marido Aron Samuel Lichtig y sus hijos Hania (Ana), Chamek (Jaime) y Szymon (Juan), a quién mencioné en el prólogo. 10


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JERZYK, Historia de un niño en guerra Cuando era chico, podía pasarme horas preguntándole a mi abuelo sobre su familia, sobre cómo era su vida antes y durante la guerra, sobre las cosas que fueron haciendo para sobrevivir. Para mí, era como una película, con escondites, huidas y bombardeos, pero relatada por la voz mi abuelo en vez de en una pantalla de cine. Para él, supongo, era terapéutico. Su postura era particular: siempre tuvo un gesto solemne, pero al mismo tiempo cálido. Creo que parte de eso podría deberse a que la guerra empezó cuando Jerzyk tenía solamente dos años, y tal vez muchas de sus vivencias le fueron contadas por terceros más que recordadas por él mismo, aunque no podemos saberlo. Así y todo, es importante aclarar dos cosas: la primera es que Jerzyk siempre tuvo una memoria y capacidad que solo pueden describirse como prodigiosas; la segunda es que la concepción de la infancia en tiempos de paz no es comparable a aquella de los que crecieron en el medio de una guerra. Mucho de lo que, para nosotros, los afortunados, queda en el olvido de la pequeñez, para los que sufrieron niveles de violencia y estrés inimaginables, puede haber quedado marcado a fuego. Mi abuelo siempre fue muy enfático en su agradecimiento a sus padres por todo lo que hicieron por él antes, durante y después de la guerra. Solía expresar mucha admiración por la capacidad de su padre para “rebuscársela”. Nunca faltaba el relato de una historia en especial, de tiempos anteriores a su propio nacimiento. Contaba que su padre, -siendo joven- un día se había escapado de sus estudios de religión, le había pedido un collar de oro a su hermana y había procedido a empeñarlo. Luego había usado ese dinero para comprar y vender sucesivamente otros bienes, hasta retornar triunfante con el collar y dinero extra. Años más tarde acuñaría la frase: “un gramo de comercio vale más que un kilo de trabajo”. 12


Federico Fuchs Wightman El comercio, más allá de ser una herramienta estrictamente económica, significó para ellos la posibilidad de sobrevivir. Gracias a las memorias de Szymon, pude indagar un poco más profundamente en cómo era la vida en Polonia antes de la guerra. Él describe un nivel de discriminación muy alto, no exclusivamente originado en el nazismo, sino propio de los polacos (y también de los vecinos ucranianos). “En Polonia había un antisemitismo muy grande. Había contradicciones, por un lado se permitía a los judíos no atender a clases los sábados en los colegios primarios. Se permitía la matanza de animales para carne Kosher, en los colegios había profesores judíos que daban clases de religión judía. Por otro lado había restricciones en las universidades y mucho antisemitismo en el ejército, había un diario muy antisemita dirigido por curas. En nuestra ciudad éramos 60.000 habitantes y la mitad éramos judíos. Era muy común ver escritos en las paredes y oír gritos: ¡judíos a Palestina! Teníamos un parque en la ciudad, tipo Palermo en miniatura y si íbamos allí después de las diez de la noche nos agarraban a golpes. En esa época se nos enseñaba a no devolver los golpes para no provocar”. Para ir a la universidad, por ejemplo, existía un cupo máximo de judíos que podían asistir, llamado numerus clausus. Además de eso había que irse a vivir a Cracovia, que era caro, por lo que muchos optaban por no estudiar. Otros aplicaban a la Universidad de Jerusalén, como el hermano de Szymon, aunque nunca llegó a poder irse por el estallido de la guerra. A pesar de las dificultades, no todo era malo. En 1938 Szymon tuvo una sobrina -hija de Hania- llamada Marylka. Era un año más chica que Jerzyk, y una alegría para toda la familia: 13


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“Vivíamos una época muy feliz, mi cuñado se integró en la familia como uno más, vivían en un lindo departamento en el mismo edificio donde tenían el taller […] Yo disfrutaba mucho de nuestra casa dentro del gran jardín lleno de frutillas en una parte y en el resto había todo tipos de verduras y vegetales […] Cuando venía la época de madurar de las frutillas solíamos poner manojos de paja por debajo para que no tocaran la tierra, eran muy grandes y con mucho sabor y las vendíamos en el negocio de mis padres”. Poco tiempo después, estallaría la Segunda Guerra Mundial, y la vida de Jerzyk, Szymon y del resto de la familia cambiaría para siempre.

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SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Corría el año 1939. Mi abuelo tenía solamente dos años, pero el resto de la familia conocía el peligro que se avecinaba. Szymon escribió: “El mes de agosto vivíamos con mucho nerviosismo y mucha angustia, especialmente cuando escuchábamos los discursos incendiarios de Hitler por la radio y las odiseas vividas por los expulsados que llegaban de Alemania”. Justamente, miles de refugiados judíos y no judíos que escapaban de Alemania, lo hacían hacia Polonia, con la esperanza de que el ejército polaco no permitiera el avance nazi hacia el este. Contaban, entre otras cosas, que les habían quitado la ciudadanía y los derechos civiles, que eran obligados a llevar la Estrella de David en la vestimenta y que eran atacados violentamente por los seguidores nazis. Cuando el primer día de septiembre de ese año comenzó la invasión, la suerte estaba echada. El ejército polaco no era rival para los alemanes, que cruzaron la frontera arrollándolo con sus tanques. 17


JERZYK, Historia de un niño en guerra Invasión y primeros intentos de huida La ciudad de Chorzów estaba destinada a caer rápidamente, ya que estaba prácticamente sobre la frontera con Alemania. Con la esperanza de alejarse de las fuerzas de ocupación, la familia de Jerzyk, la de su tío Fredrek y la de su tía Dora, decidieron escapar hacia Tarnów, en donde se reunirían con el resto de sus parientes. Como dije antes, ellos tenían muy claro que quedarse en territorio ocupado por los alemanes era una mala idea y había que irse. El problema era que el avance del ejército nazi era muy veloz. Menos de una semana después de iniciada la guerra (para el 7 de septiembre), Tarnów también caía bajo control alemán. Así fue que no les quedó más opción que seguir huyendo con el objetivo de eventualmente cruzar la frontera rusa. “Todo el mundo empezó a escaparse para el lado este, hacia la frontera rusa, en general a pie, los más suertudos en carro a caballo”. Mi abuelo, de hecho, fue uno de los suertudos, al igual que la familia de la tía Dora. Szymon, en cambio, partió a pie junto a su hermano Chamek y la familia del tío Fredrek. Con sus mochilas cargadas, salieron a la ruta, que se encontraba abarrotada por tropas a caballo, carros y civiles. La comida les duró menos de un día y, debido a la cantidad de gente que escapaba, los negocios quedaron vacíos. Llegaron al punto de comer la fruta todavía verde de los árboles que se cruzaban, mientras tiraban cosas de la mochila para poder caminar más livianos. En lo que parecía un golpe de suerte, un oficial del ejército polaco, que también era de Chorzów, reconoció al tío Fredrek. Le ofreció llevarlo junto con su familia en un carro a caballo. Acordaron con el resto que 18


Federico Fuchs Wightman se quedarían en el carro hasta que este se desviara de la ruta, donde se bajarían y esperarían a los que venían caminando. Sin embargo, luego de caminar varias horas, Szymon y Chamek llegaron a un cruce donde la policía solamente dejaba avanzar a transporte militar. Los civiles estaban obligados a desviarse. “… Con desesperación, tratamos de explicarles que si no nos dejaban seguir derecho nos perderíamos con los familiares; pero no había caso, nos desviaron y así nos perdimos”. La aviación alemana bombardeaba y ametrallaba a la gente en los caminos, mientras el ejército seguía avanzando. Szymon y los suyos llegaron hasta la ciudad de Rzeszów, cuando fueron alcanzados por los alemanes. Habían caminado ochenta kilómetros. No les quedó más opción que volver a Tarnów. Al tío Fredrek, su esposa e hijo nunca más los pudieron volver a encontrar. Mi abuelo no recuerda el camino específico que hizo su familia, aunque parece probable que hayan logrado alcanzar territorio soviético y luego, por razones que desconozco, hayan vuelto a Tarnów. Sí recuerda una historia en un control ruso de carretera: él era muy pequeño y se puso a gritar “muti muti ich habe angst”, que significa en alemán “mamá mamá tengo miedo”1. Esto alertó a los soldados del régimen soviético, aunque no produjo ese día mayores problemas. La pesadilla judía que había comenzado a gestarse con el ascenso del nazismo y su discurso de odio, empezaría a sentirse en carne propia.

1/Es relevante para la historia aclarar que Jerzyk aprendió a hablar a muy temprana edad alemán, además de su polaco nativo. A lo largo de su vida también desarrolló un español e inglés fluidos, además de francés rudimentario y algo de italiano.

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JERZYK, Historia de un niño en guerra El ghetto de Tarnów De vuelta en Tarnów, se delimitó una zona a donde debían concentrarse los judíos, conocida como ghetto. Los nazis los obligaban a identificarse con una Estrella de David y quemaron todas las sinagogas. “En Tarnów era muy difícil andar por la calle sin la estrella amarilla porque la gente nos reconocía y muchos polacos católicos aprovechaban la oportunidad para denunciarnos al alemán o al policía polaco que pasaba”. Los alemanes y la policía polaca hacían razzias (ataques sorpresivos) en donde capturaban gente para realizar trabajos forzados. En una ocasión agarraron a Szymon junto con otros jóvenes y los encerraron en un calabozo durante toda una noche. A la mañana siguiente, los llevaron a los cuarteles del ejército y los forzaron a limpiar las cuadras y los establos donde tenían los caballos. Los forzaron a cumplir estas tareas durante un año. La alternativa era ser asesinado: “… Todos los SS pasaban continuamente, entre ellos había un Gestapo que se llamaba Kendra, era un tipo muy sanguinario […] le gustaba elegir sus víctimas obligándolos a alejarse tres pasos y les pegaba un tiro […] Una mañana, mientras trabajábamos allí diez chicos, el tipo pasa, se para en la vereda y hace señas con la mano llamando a alguno de nosotros […] no sé por qué, yo dejé la pala y me acerqué, sacó el revolver y me dijo su frase favorita: aléjate tres pasos que te voy a pegar un tiro; como yo lo tomé bien en serio le dije ya que me quiere matar aléjese usted los tres pasos […] me tuvo algunos minutos apuntando, guardó el revolver y me llevó a la Gestapo […] me hizo entrar a un cuarto oscuro, con él entraron dos más y sin saber de dónde venía recibí una trompada […] me pusieron una silla para que me agachara sobre el respaldo y uno de cada lado me empezaron a pegar con un tipo de látigo que era cuero por 20


Federico Fuchs Wightman afuera y alambre por adentro, yo no grité no porque no me dolieron los golpes sino porque los golpes me sacaron el aire de los pulmones […] ellos gritaban te haces el duro, no querés gritar, descargando los golpes con más fuerza hasta que caí en el piso medio desmayado […] ellos salieron dejando la puerta del pasillo abierta […] me arrastré por el piso al pasillo acercándome a la puerta de la calle […] empujé la puerta y salí sin que nadie me lo impidiera”. En el año 1940, el cuñado de Szymon y padre de Marylka, Manek, fue capturado por la Gestapo. A través del jefe de la policía judía del ghetto, lograron comunicarse con un alto rango alemán llamado von Malutki para pedirle ayuda con el caso. El nazi solicitó una máquina de fotos Leika, un bien más que escaso, para liberarlo: “… Hicimos lo imposible y la conseguimos, pero el maldito en vez de liberarlo lo mandó a Auschwitz al campo de concentración. Mi hermana y Marylka vivían con nosotros, a los pocos meses llegó un telegrama que decía que mi cuñado había muerto de un ataque cardíaco”. Para intentar sobrevivir, los demás, tuvieron que seguir un camino que requirió enormes adaptaciones. Una de ellas fue cambiarse los nombres. Helena pasó a llamarse Zosia (Sofía) y Jacobo pasó a llamarse Alfredo, adoptando todos el apellido Uchacz. Jerzyk continuó llamándose Jerzyk (aunque a veces se referían a él como Jurek) dado que ese era un nombre que podía pasar como católico (Jorge). Otras de estas inmensas adaptaciones incluían escaparse de sus hogares, moverse de ciudad en ciudad o enconderse en condiciones que uno no le desearía ni a su peor enemigo. También tenían que intentar trabajar para sobrevivir, aunque era complicado, tortuoso y pésimamente remunerado. Había dificultades de abastecimiento, ataques sorpresivos y hambre.

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“En una oportunidad estaba en el negocio con mi hermano -Chamek-, atendiendo y entró un polaco conocido como malhechor y pidió manteca, le contestamos que no había, volvió a insistir y cuando mi hermano le repitió que no teníamos, levantó la mano como para pegarle, en ese momento salté adelante y le pegué un puñetazo entre los ojos, el tipo salió medio mareado y empezó a gritar los judíos pegan a los polacos […] bajamos rápido la cortina y nos fuimos a casa; varios días más tarde el tipo encontró a mi padre sólo y le rompió la cabeza en varios lugares, por suerte papá se curó bien.” Primera masacre de Tarnów Si bien los orígenes del discurso antisemita del nazismo pueden rastrearse a tiempos anteriores como el siglo XIX, donde autores como Paul de Lagarde ya promovían ideas de aniquilación total, hacia 1941 se alcanzó un nivel de organización y mecanización del horror sin precedentes. La conocida “Solución Final a la Cuestión Judía” consistía nada más y nada menos en el asesinato en masa de todos los judíos. La instrumentalización del programa de genocidio sistemático incluyó: fusilamientos masivos, asesinatos a golpes, hambruna o enfermedades potenciadas por la desnutrición, trabajo forzado en campos de concentración y homicidios en cámaras de gas; en combinación con un complejo sistema de transporte principalmente basado en trenes, dedicado a acelerar estas prácticas. El resultado fue el genocidio de alrededor de seis millones de judíos, aproximadamente dos tercios del total que vivía en Europa (además de muchos otros pertenecientes a otras minorías, como gitanos). Por orden de las fuerzas de ocupación, todos debieron tramitar una nueva documentación -Kenkarte-. Aquella que se les daba a judíos y gitanos tenía un color distintivo. A la brevedad, una nueva orden 23


JERZYK, Historia de un niño en guerra obligaba a los judíos a ir a los colegios del barrio en donde oficiales de la Gestapo sellaban las kenkarte: algunos recibían una esvástica2 y otros una letra K. El criterio para distinguirlas era desconocido, pero podían intuir que ocultaba algo malo -más adelante se enterarían de que las diferentes marcas separaban a aquellos aptos para trabajo forzado de los que consideraban como “no esenciales”. “… La Gestapo revisaba la Kenkarte y de acuerdo a su parecer ponían en ella un sello con la esvástica o un sello con la letra K, nadie sabía de qué se trataba, pero la cosa olía mal…” A través de contactos del primo Chamek en la oficina de la comunidad judía, se enteraron de que el sello de la K tenía una connotación negativa: “Mi hermano trabajaba en la oficina de la comunidad judía que en teoría dirigía la vida en el ghetto pero en realidad cumplía órdenes de la Gestapo, nos dijo que el sello K era malo y que significaba Kugel -bala-”. En su momento, la famosa filósofa y escritora judía Hannah Arendt se vio envuelta en una enorme controversia por cuestionar el papel de la distintas “conducciones” dentro de las organizaciones judías en la Segunda Guerra. En su libro Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal, ella critica el liderazgo judío de los ghettos por su cooperación con los nazis. Su argumento era que, mediante la ayuda brindada para organizar las deportaciones hacia los campos, los líderes se volvieron cómplices del Holocausto. En su opinión, ellos se equivocaron al creer que existía la posibilidad de cooperar con los nazis para salvar a algunos judíos. Este es un tema de gran complejidad, 2/En disidencia con lo recordado por Szymon, fuentes históricas indican que en vez de una esvástica, el sello podría haber sido las letras SD.

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Federico Fuchs Wightman discutido largo y tendido por académicos e historiadores, que excede ampliamente mi capacidad de análisis, aunque algo de lo escrito por Szymon me recordó las críticas de Arendt. Volviendo a la historia, la familia sabía que los que tenían el sello de la K estaban en problemas. Entre ellos, se encontraba Zosia, la madre de Jerzyk. Era urgente conseguir documentación falsa o adulterar la que tenían. “En el ghetto vivía un hombre que antes era fabricante de sellos, mi hermano con unos amigos prácticamente lo secuestraron y lo obligaron a hacer varios sellos de la Gestapo que se usaban en las Kenkarte, inclusive el que tenía la esvástica…” Así, resellaron la Kenkarte de Zosia, la del padre de Szymon y las demás que hicieron falta. Además, consiguieron documentos falsos. “Por plata, mi hermano consiguió de un empleado de la municipalidad (que era la encargada de emitir las Kenkarte), formularios de esos documentos vacíos de color gris, que eran los que se entregaban a los católicos y preparó los documentos falsos para toda la familia, para que en algún momento empezáramos a planear escaparnos del ghetto”. Una madrugada de junio de 19423, oficiales de la SS acompañados por la policía polaca y unidades ucranianas (recordadas como particularmente sanguinarias) irrumpieron en el ghetto y fueron puerta por puerta reclamando identificaciones. Tanto aquellos sellados con la K como quienes no tenían documentación eran asesinados en el acto, deportados a campos o fusilados en un bosque en las afueras del barrio. Tarnów 3/ En su libro, Szymon estima que los eventos descriptos sucedieron a fines del 41, aunque las fuentes históricas sugieren que sucedieron algunos meses después.

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JERZYK, Historia de un niño en guerra tenía, antes de la guerra, alrededor de 30.000 judíos, que componían aproximadamente la mitad de su población. Terminada la masacre quedaron menos de la mitad, y para principios de 1943 menos de 9.0004. “… Bloquearon el ghetto, no permitiendo salir a nadie, era un día jueves, ese día empezó la primera razzia que duró una semana, éramos 30.000 judíos, entraron en el ghetto a tiros y nos redujeron a la mitad…” Esa noche, los nazis entraron a donde se encontraban Jerzyk y su familia. Szymon lo recuerda de la siguiente manera: “… Querían llevarse a mi tía Zosia -madre de Jerzyk- porque por debajo del sello con esvástica, translucía el sello K, empezamos a explicarle, rogarle, pero él insistía en llevarla. En eso se despertó Jorge -Jerzyk- que era chiquito, se asustó y empezó a llorar, pidiendo mami mami, creo que fue esto lo que lo hizo ablandar, se dio vuelta y se fue sin decir nada.” Cuando leemos la historia con mi abuelo hoy trato de imaginarme lo que siente. Él no se caracterizó nunca por ser demostrativo, aunque todos los que lo conocemos, entendemos su sensibilidad, y también entendemos de dónde salió la coraza que lo rodea. Me imagino a un niño de tres años en esa situación. Afuera, ruidos de disparos, gritos, sollozos. Adentro, ver a sus padres asustados, desesperados suplicando, sin terminar de entender qué es lo que pasa. Sentir el corazón latiendo tan fuerte que sacude el pecho. “Nosotros tuvimos suerte, nuestra familia, la del tío Alfred y la de tía Zosia quedaron enteras y también mi abuela materna, era como si hubiéramos nacido todos juntos de nuevo…” 4/http://www.holocaustresearchproject.org/nazioccupation/tarnowdeport.html

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Federico Fuchs Wightman La pérdida de Race y Hania Poco tiempo después, la familia decidió que lo mejor sería intentar escapar del ghetto, considerando el inminente peligro y el empeoramiento de las condiciones de vida. Después de la primera masacre, debido a la disminución en la población provocada por los asesinatos, se había achicado aún más la zona delimitada para el ghetto; las familias de Jerzyk y la de su primo Szymon (nueve personas en total) fueron asignadas a un pequeño departamento de dos ambientes. Siempre que salían del departamento estaban obligados a llevar la Estrella de David en el brazo y a caminar por la calle, ya que tenían prohibida la vereda, y tanto alemanes como polacos católicos los golpeaban regularmente y sin provocación alguna. “ … Para decir la verdad los golpes alemanes no dolían tanto porque de ellos no esperábamos otra cosa, lo que si nos dolía mucho era cuando los polacos católicos nos gritaban y golpeaban, ellos también sufrían la ocupación alemana pero el odio a nosotros era más grande.” Decidieron que las primeras en escapar serían la tía Race, su hija -y prima de Jerzyk- Hania y su nieta Marylka. Especulo que la razón para esto radicaría en que los nazis podrían llegar a querer asesinarlas primero por no considerarlas aptas para trabajo forzado. El ghetto estaba delimitado por determinadas calles y en los edificios que daban al límite no estaba permitido abrir puertas ni ventanas: el objetivo de la segregación era que los judíos no pudieran ver ni fueran vistos desde afuera. Las salidas y entradas oficiales se hacían a través de un portón, pero también había puertas secretas por donde era posible huir. “En la misma casa donde vivíamos, vivía una familia cuya hija tenía un novio 27


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Federico Fuchs Wightman católico que a veces de noche entraba al ghetto a visitarla por una puertita secreta […] Este muchacho novio era macanudo, se llamaba Maniek, siempre dispuesto a ayudar…” Una noche, abuela, hija y nieta, salieron por la puerta secreta y cruzaron hacia la casa de una familia polaca cuya hija era amiga de Hania (habían estudiado juntas en el secundario). Allí, debían permanecer hasta la madrugada, cuando Maniek las recogería para acompañarlas a tomar un tren a Lwów (Ucrania, territorio ocupado por la URSS en ese entonces). Sin embargo, esa noche un hecho inesperado desencadenó una tragedia: el hijo de la familia polaca que las escondía era ex oficial del ejército polaco y justamente esa noche la Gestapo decidió ir sorpresivamente a apresarlo. Él no se encontraba allí, pero en su lugar encontraron a Race, Hania y Marylka que se escondían en el altillo. “Por la mañana, según dijo la Gestapo a los dirigentes judíos del ghetto, se las encontró en la celda con las venas de las muñecas cortadas…” Race y Hania estaban muertas, pero a Marylka no le habían cortado suficientemente profundo y sobrevivió, por lo que fue devuelta al ghetto y recuperada por la familia. “Creemos que antes de verse obligadas a decir de dónde habían sacado los documentos falsos eligieron la muerte, nosotros quedamos destrozados.” Segunda masacre de Tarnów A pesar del dolor, la vida siguió para Jerzyk y los suyos. Las condiciones, sin embargo, continuaban empeorando. En julio de 1942, se desencadenó una segunda masacre -Aktion-, conocida 29


JERZYK, Historia de un niño en guerra también como Kinderaktion por la gran cantidad de niños asesinados. Los alemanes forzaron a las familias a salir a la calle, los obligaron a sacarse los zapatos y a caminar descalzos hacia la plaza central. Los chicos eran separados de sus padres, llevados a un galpón cercano y fusilados, aquellas familias que se resistían eran exterminadas en el acto. Los adultos, en su mayoría, elegidos para hacer trabajo forzado o deportados al campo de Belzec5. Mi abuelo no recuerda detalles de lo sucedido, mientras que Szymon tuvo la suerte de ser salvado: “… En el trabajo me habían trasladado a los depósitos de útiles para los cuarteles del ejército […] El jefe del depósito era un suboficial del ejército que se llamaba Walter Bernhard […] Nos trataba bien en el trabajo, le gustaba la bebida […] Cuando estaba tomado nos contaba que él pertenecía al contra espionaje […] le molestaba mucho ver cómo se mataba a mansalva a gente indefensa […] Una tarde cuando terminamos el trabajo en el depósito y ya era hora de que nuestro suboficial (Bernhard) nos llevara al ghetto nos dijo: hoy no van a ir al ghetto, van a quedar encerrados aquí […] desde la madrugada y durante todos los días siguientes se escuchaba mucho tiroteo, nos dimos cuenta que la segunda razzia en el ghetto estaba en marcha. Bernhard sabía que la razzia iba a empezar y nos había encerrado para conservarnos”. Szymon y los demás le insistieron a Bernhard para que los dejara volver al ghetto. Estaban desesperados por saber qué había pasado con sus familias. El soldado accedió, los puso en fila de a dos y los llevó marchando, dejándolos en sus respectivas casas con la condición de que a las dos horas los volvería a recoger. “… Por suerte, mi papá y Chamek -su hermano- estaban bien, el tío Alfred 5/http://www.holocaustresearchproject.org/ghettos/tarnow.html

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Federico Fuchs Wightman -padre de Jerzyk- con los suyos y la tía Tekla con los suyos también. Lo que había pasado en el ghetto en la segunda razzia era tremendo, los muertos estaban por todos lados, en las calles, en las escaleras, en las camas y en el cementerio, la mayoría a medio vestir, en pijamas o camisones. Obligaban a los sobrevivientes a tirar a los muertos sobre camiones, apilándolos como si fueran troncos.” Una vez más, afortunadamente, los que quedaban del grupo familiar pudieron sobrevivir. No obstante, esta segunda Aktion reforzaba una idea que primaba desde hacía tiempo: la única posibilidad que tenían de sobrevivir era escapar del ghetto. “La segunda razzia nos convenció de que había que escapar del ghetto, intentarlo nos daba dos posibilidades, podíamos tener suerte o no, quedarnos era esperar lo peor”. Escape de Tarnów El plan era escapar de Tarnów con destino a la ciudad de Lwów (Lviv en ucraniano), usando los documentos falsificados provistos por Chamek. Los primeros en huir fueron Susla, Samuel y sus hijos, seguidos poco tiempo después por Jacobo, Hela y Jerzyk, y luego por Chamek. Szymon se quedó atrás intentando convencer a su padre Aron de acompañarlos en la huida, aunque no lo logró. “Un día de junio6 Bernhard nos dijo que al día siguiente tendría lugar la tercera razzia, me permitió ir temprano al ghetto, quise convencer a papá de que escapáramos a la noche pero no quiso, desde que murió mamá y Hania estaba muy abatido y resignado, insistía en que me fuera yo solo.”

6/Pienso que es probable que esto haya sucedido algunos meses más tarde en realidad.

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JERZYK, Historia de un niño en guerra La ruta de escape, contada por Szymon, fue la siguiente: “A medianoche salimos del ghetto Dora -una amiga-, Maniek -su amigo católicoy yo, por la puertita secreta y nos fuimos caminando por las vías del tren hasta la estación Nowy Sacz […] Compramos los pasajes y pasando las dos de la madrugada abordamos el tren que venía de la estación Tarnów para Lwów, durante todo el viaje estuvimos pendientes de que la policía viniera a revisar los documentos. Maniek, por las dudas estaba sentado aparte en el mismo vagón, no vino nadie y llegamos sin problemas.” Imagino que el camino seguido por Jerzyk y sus padres debe haber sido similar. Para ese momento, mi abuelo debía tener cerca de cinco años, muy chiquito. Sus padres le habían enseñado a guardar silencio y a ser cuidadoso, dos características que mantuvo intactas toda su vida. Siempre fue de esas personas capaces de decir mucho con pocas palabras. Así y todo, imaginarme a un niño de cinco años escapando con sus padres por una puertita en el medio de la noche, en completo silencio, caminando por las vías del tren hasta la estación y luego viajando en medio de la noche, simulando no ser judío, percibiendo los nervios alrededor, sabiendo que su vida y la de sus padres están en peligro, me produce un nudo en el estómago. Cómo lograron llegar hasta Lwów con éxito es un verdadero milagro. Sé que una vez que llegaban, Maniek, a quien hoy solo puedo ver como una especie de ángel enviado desde el cielo, informaba al resto de la familia dónde habían conseguido vivienda. La vida en Lwów Una vez arribadas, las distintas familias del clan se fueron ubicando donde podían. En Lwów, el trabajo y las viviendas escaseaban, por lo que 32


Federico Fuchs Wightman la municipalidad las asignaba mientras mantenía un celoso registro de inquilinos ya que existía una sospecha generalizada de que si aparecía gente joven nueva, debía tratarse de ex-soldados polacos o de judíos. Szymon recordaba que Chamek había conseguido su vivienda a través de una amiga que era conocida de la esposa de un ex-juez, gracias al cual pudieron -dinero mediante- lograr que la oficina de vivienda les asignara una. Asimismo, consigna en sus memorias el nombre de la calle en donde vivían ellos -Szpitalna- y la de la familia de Susla -Kolejowa 9-, pero no dónde vivía mi abuelo. Respecto de su prima Sala (Olga) -hija de Susla-, escribió que habían conseguido ubicarse, junto a su marido, en una estancia como administradores. Lógicamente, todos vivían con documentos e identidades falsas. “Como se dice, la plata no es todo, pero ayuda mucho, nosotros nos trajimos un poco del ghetto y la administrábamos con muchísimo cuidado tratando de que durara lo más posible.” Vivir con una identidad falsa no era fácil. El miedo a ser descubiertos era constante. “… Nosotros para subir debíamos primero cruzar este patio -un patio interno- de donde mirando para arriba se veían las ventanas; antes de subir la escalera, como siempre estábamos pendientes de que pasara algo imprevisto, convinimos en que por el lado de adentro de la ventana siempre estaría colgado un repasador para señalar que todo estaba bien y si no estaba significaba peligro […] La situación en Lwów se nos ponía cada vez más difícil, muchos polacos y ucranianos civiles andaban al acecho de caras nuevas en el vecindario, en el barrio y en la ciudad, era vox populi que los judíos se escapaban de los ghettos con documentación falsa y nuestros queridos conciudadanos no querían perderse la oportunidad de sacar alguna ventaja económica a cambio de no denunciar…” 33


JERZYK, Historia de un niño en guerra A pesar de encontrarse asediados por el contexto, mis bisabuelos intentaron mandar a Jerzyk a una guardería infantil. Puedo inferir que serviría para guardar la apariencia de católicos y también para poder hacerse de tiempo para trabajar. Mi abuelo ya tenía algo así como cinco años en ese momento y más consciencia de lo que pasaba. Cuando me contó su experiencia en la guardería sonreía, marcando las arrugas al costado de los ojos; no estoy seguro de si era por su propio recuerdo o por el recuerdo de sus padres contándole sus travesuras. Cualquiera sea el caso, me reconfortó ver que, a pesar de todo, hay cosas de su infancia capaces de sacarle una sonrisa. Me contó que en la guardería lo obligaban a dormir la siesta, y que a él no le gustaba ni un poco. Hoy me resulta curioso, dado que mi papá, su hijo, me cuenta que como adulto, mi abuelo siempre dormía la siesta en vacaciones y los fines de semana. Especialmente en vacaciones, cuando dormía tres horas de siesta y después ¡se volvía a dormir temprano! Se ve que con el tiempo supo agarrarle el gusto. Por otra parte, en Lwów, mi abuelo probó su primera mandarina. Me imagino lo difícil que habrá sido su infancia como para que algo tan trivial como probar una mandarina sea un recuerdo cálido y digno de ser contado durante ochenta años. Cuando me lo contaba, casi podía verlo saborear esa bendita fruta de nuevo. Para ser honesto, no puedo juzgarlo, la mandarina siempre fue mi fruta favorita (ahora que lo pienso tal vez por influencia suya). En esa ciudad también sufrió una caída en la que se rompió el labio superior (justo debajo de la nariz), dejándole una cicatriz que conserva hasta el día de hoy y que obligó a su madre a llevarlo al hospital para ser suturado. Cuando me contaba la historia podía ver su vergüenza, porque se sentía responsable de haberlos expuesto a ser descubiertos por un error infantil. Por suerte ese no fue el caso. 34


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JERZYK, Historia de un niño en guerra Finalmente, Jerzyk también recuerda haber pasado algún tiempo en una zona rural. Intuyo que probablemente se hayan ocultado en algún momento en la estancia que administraba Sala (Olga) con su marido. Aún recuerda vívidamente cuando Ceska, una yegua en la que estaba montando, salió disparada sin contemplaciones al ver el establo a la vuelta de un paseo. Como la puerta del establo era demasiado baja, mi abuelo debió agacharse para evitar ser golpeado. Pese a que podría haberse lastimado mucho, Jerzyk guarda con regocijo el recuerdo, y mantuvo intacto el cariño por los caballos. Cuando mi hermana y yo éramos chicos, él solía llevarnos a andar en pony a Plaza Francia. Creo que a él le divertía más vernos que a nosotros montar, pero dado que a nosotros nos gustaba pasar tiempo con él, el programa era bueno para todos. Hoy pienso en las pocas historias lindas que mi abuelo tiene de su infancia, e inevitablemente las comparo con las mías. Entiendo que las posibilidades de disfrute de un niño judío en el medio de la Segunda Guerra Mundial eran, siendo generoso, limitadas. Hasta se podría considerar que él fue afortunado, porque sobrevivió. Pensar en la cantidad de niños de su misma edad que exterminaron a sangre fría en la Kinderaktion de Tarnów me produce angustia en el pecho. Aún así, no puedo dejar de imaginar su infancia y pensar lo gris que tiene que haber sido como para que comer una mandarina sea uno de sus recuerdos más intensos. Una olla a presión A pesar de todos los esfuerzos, las dificultades en Lwów crecían día a día. Como conté antes, muchos polacos y ucranianos civiles vivían al acecho de caras nuevas, en busca de identificar judíos para extorsionarlos por dinero. 36


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“… Mayormente repetían sus demandas y cuando el limón ya no tenía más jugo para exprimir nos entregaban igual, era como -haga patria entregue un judío- y éramos tantos para entregar…” Prácticas de ese estilo eran habituales en la época, por lo que mi abuelo y sus seres queridos vivían en un constante limbo entre la vida y la muerte. Era frecuente que, ante la duda, se mudaran por miedo a ser identificados -siempre con ayuda de la esposa del juez y su contacto susceptible de ser coimeado-. Entre los familiares, se citaban en lugares y horarios diferentes para poder encontrarse regularmente. “Vivíamos permanentemente sobre ascuas sin saber si al día siguiente volveríamos a ver a los nuestros, con quienes nos citábamos todos los días a diferentes horas y en diferentes lugares.” Poco tiempo después, una noche Chamek no volvió a su casa como de costumbre. La preocupación se volvió rápidamente insoportable, hasta que aparecieron unos muchachos de unos veinticinco años en su lugar, explicando que ellos también eran judíos y que sabían su paradero. “… Nos dieron muchos datos de mi hermano que solamente él les podía haber dicho para convencernos de que eran sinceros…” Estos chicos habían sido apresados por la Gestapo, pero los dejaban salir a trabajar como plomeros en las casas ocupadas por los oficiales alemanes. Ellos decían que Chamek se encontraba en prisión. Prometieron hablar con alguno de los alemanes con esperanza de poder arreglar algún tipo de intercambio.

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“Dos días después, los dos muchachos volvieron diciendo que habían conseguido la promesa de un Gestapo de liberar a Chamek a cambio de dinero. Ellos creían que no los iba a trampear Me encontré con los Fuchs y los Jachimowicz y juntamos lo que pudimos, se lo dimos al día siguiente a los muchachos, creo que ellos de alguna forma deben haber agregado alguna suma para engrosar el monto”. Ellos sabían que era muy probable que el alemán los robara sin liberar a Chamek, pero entendían que no quedaba otra opción. “El Gestapo cumplió lo prometido y liberó a los míos -Chamek y otros amigos-, al verlos nos parecía un sueño, nos parecía imposible, pero era cierto…” Otro golpe al corazón de la familia “Un día nos enteramos de que el Arbeitsamt (oficina de trabajo) alemán tomaba jóvenes varones polacos para mandarlos a hacer trabajos para el estado a Dniepropietrowsk en Rusia ocupada y que la revisación médica era de cintura para arriba…” El detalle de la revisación médica no era menor. El hecho de poder conseguir un trabajo, sin exponerse como judíos, era una gran oportunidad. En la familia se debatió largo y tendido respecto de la posibilidad de irse hacia Dniepropietrowsk. “Le hicimos saber también a los dos amigos plomeros de la cárcel que nos visitaban, ellos seguían haciendo trabajos en las casas de la Gestapo, decidieron escaparse”.

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JERZYK, Historia de un niño en guerra Chamek les preparó documentos falsos a todos, de manera que no faltaba nada para poner en marcha el plan. El gran problema era que la posibilidad de ir a Rusia era solo para hombres, ¿qué podían hacer con las mujeres? Pasaron varios días discutiéndolo, sin encontrar solución, hasta que una tarde, Chamek, Mojna Kruger -un amigo de Chamek- y Heniek (uno de los plomeros) caminaban por la vereda de una de las avenidas y un Gestapo los reconoció y los detuvo. “… El día siguiente los sacaron de la cárcel en un camión junto con otros presos, los llevaron a unos arenales fuera de la ciudad y los fusilaron. Nos enteramos por uno que logró escaparse con una bala en el hombro, pero no recuerdo ya quién era.” Me cuesta imaginar lo que debe haber producido la muerte de Chamek en los demás. Szymon no escribió mucho más sobre eso, tal vez porque el dolor de hacerlo era demasiado grande. A lo largo de todo su escrito transmite una cercanía muy grande con su hermano. Hasta puede leerse entre líneas un cierto nivel de admiración. Mi abuelo, por su parte, prácticamente no lo recuerda, aunque sabe que, de no ser por él, jamás podrían haber sobrevivido. Desde mi lugar, esto es absolutamente evidente: Chamek fue quien consiguió los sellos para las Kenkarte en Tarnów, fue también quien consiguió los documentos falsos y el contacto para las viviendas de Lwów; sin él, mi abuelo no estaría acá, y, por lo tanto yo tampoco. Destinos divergentes En un contexto de creciente opresión y terror sobre los judíos que continuaban escapándose del nazismo por Europa, la gran familia se vio obligada a atomizarse para subsistir. Buscaban a toda costa evitar 40


Federico Fuchs Wightman ser reconocidos, intentaban trabajar en lo que fuera posible para ganar algo de dinero y así comprar comida e insumos. Lo único importante era seguir vivos. De su testimonio, puede extraerse que Szymon había desarrollado un interés sentimental por Dora Fluhr, junto a quien había escapado de Tarnów. La nombra muchas veces en su diario y, evidentemente, formaba parte de su cotidianeidad. Luego de lo sucedido con Chamek, ella terminó siendo una de las pocas sobrevivientes entre sus personas más cercanas. “Con Dora tomamos la tremenda decisión de que yo me presentara para ir a Rusia y allí tratara de conseguir alguna documentación para poder venir a buscarla mientras ella se quedaba esperando en Lwów […] yo me presenté en el Arbeitsamt donde me aceptaron previa revisación médica, todo fue como esperábamos, de cintura para arriba…” Pasados unos días, se acercaba el momento de partir. A Szymon le preocupaba mucho dejar a Dora sola, sin una vivienda fija y en una situación tan delicada. Es imposible leer su despedida sin sentir su angustia: “Un día antes de la partida a Rusia al encontrarme con Dora, me contó que el hijo de la dueña de la casa que la estaba alojando era un policía ucraniano, que había empezado a insistirle para que saliera con él, mi desesperación era grande sabiendo que yo tenía que partir dejándola abandonada a su suerte, el peso que sentíamos en el estómago al despedirnos era muy grande, los dos conocíamos nuestras intenciones, pero también sabíamos que estas podían perderse en esta gran hoguera de la guerra que nos estaba consumiendo”. Szymon se fue a Rusia a la mañana siguiente. Desde el comienzo de 41


JERZYK, Historia de un niño en guerra la guerra, su madre y hermana habían muerto intentando escapar de Tarnów, su padre se había quedado allí, rendido, y su hermano había sido asesinado en Lwów. Él había nacido el 25 de agosto de 1922, por lo que para este momento tendría algo así como veintiún años. Veintiún años. En Estados Unidos recién estaría entrando en edad suficiente como para comprar una cerveza, pero él se estaba yendo a Dniepropietrowsk, se estaba separando de la chica de la que se había enamorado, para intentar trabajar y sobrevivir, mientras lo perseguía para matarlo uno de los aparatos genocidas más eficientes de la historia, que ya había asesinado a casi toda su familia. Cuando yo tenía veintiún años, me estresaba tener que rendir finales en la universidad. A veces es importante poner las cosas en perspectiva. Szymon emprendió su camino hacia el este, adentrándose en la Rusia ocupada por los alemanes. Adaptándose a lo que arrojaba el contexto, terminó en Kiew (Kiev). Consiguió empleo como trabajador de manutención en un aeropuerto, lo cual le permitió obtener un uniforme de aviación gracias al cual podía moverse con algo más de seguridad. Wowek, uno de los plomeros amigos, había ido con él. “Wowek y yo nos sentíamos tremendamente solos, sin saber qué pasaba con los nuestros, yo habiendo dejado a mi papá en el ghetto en Tarnów y a Dora en Lwów, la única noticia de lo que pasaba en el mundo era el noticiero radial alemán, según el cual siempre seguían victoriosos […] Los bombardeos nocturnos, aunque fueran de un solo avión ruso, eran para mí una señal de esperanza de que alguien todavía luchaba contra los alemanes […] Al pasar el segundo mes me propuse buscar alguna forma para obtener alguna documentación para poder ir a Polonia a Lwów y traer a Dora si bien no sabía dónde buscarla.”

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Federico Fuchs Wightman En su afán por volver a Polonia a buscar a sus seres queridos, empezó a hablar con sus distintos superiores en busca de un permiso para viajar. Al principio no tuvo éxito. “… Me hicieron pasar a su oficina, era un tipo petiso, flaco, que te quemaba con los ojos, cuando le hice mi pedido, me agarró del cuello, me llevó a la puerta, la abrió, me dio una patada y me gritó ¡desaparezca!, así terminó mi primer intento desesperado”. Para empeorar las cosas, en un giro desafortunado, otro de los trabajadores lo encontró orinando, obligándolo a darse vuelta para que no se notara que estaba circuncidado. Szymon pensaba que no había llegado a verlo, pero de cualquier manera fue una razón más para insistir con viajar a Polonia. Hizo un segundo intento con una historia que inventó para dar lástima y que lo dejaran viajar, sobre su esposa presuntamente enferma. “Cuando llegué a la oficina del comando el oficial no estaba, me atendió una mujer joven alemana uniformada […] se quedó charlando conmigo compadeciéndose de la enfermedad de mi esposa […] Cuando llegó el oficial y entró a su oficina, ella me dijo que me quedara sentado y que ella iba a hablar con él primero, al rato salió y me guiñó el ojo. Me llevó ante él, que me miró y me dijo que ella ya le había explicado mi problema y que estaba de acuerdo en darme la orden de viaje por 14 días y una nota de la fuerza aérea dirigida al Arbeitsamt- Oficina de trabajo de Lwów, para que le otorgaran la documentación a Dora para viajar a Kiew para ser empleada en las oficinas de ellos […] creo que la mujer era algo más que solamente su secretaria […] Me parecía que estaba viviendo el cuento de las mil y una noches, no podía creer que lo que escuchaba era real…”

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JERZYK, Historia de un niño en guerra Szymon se preparó, consiguió un uniforme nuevo con todas las insignias de aviación que pensaba que le facilitarían moverse y estaba listo para partir. Una noche antes de irse, sin embargo, el hombre que lo había visto orinando, a quien él describe como un bruto, se emborrachó mucho: “… Yo ya estaba en la cama haciéndome el dormido, cuando éste empezó a proclamar a toda voz que yo debía ser un judío […] curiosamente, ninguno de los demás hizo ningún comentario, ni a favor ni en contra mío, al final se tiró sobre su cama y se quedó dormido […] La mañana siguiente todos salieron a trabajar sin ningún comentario, me despedí de Wowek, sabiendo que a este lugar no debía volver, era una lástima porque los últimos tres meses, desde que había entrado a este trabajo, me había sentido mucho menos perseguido, pero no hay caso, los polacos en general, tienen el antisemitismo en la sangre, lo maman desde chicos de sus padres.” El viaje de vuelta a Lwów fue sin inconvenientes, aunque las noticias que encontró a su arribo no eran las que estaba esperando: la situación de Dora se había puesto demasiado difícil allí, por lo cual ella había tenido que volverse a Tarnów. “Esto fue para mí un tremendo golpe, todos los tres meses en Rusia vivía obsesionado con poder ir a Lwów para buscarla y ahora que lo había logrado, ella había vuelto al ghetto.” No tuvo más remedio que continuar viaje hacia Tarnów. El gran problema era que todos lo conocían allí y era muy peligroso que lo identificaran como judío. “… Decidí ir a Tarnów, a tratar de entrar de alguna forma al ghetto para rescatarla, no sabía si mi padre todavía estaba. Como Tarnów era una ciudad 44


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Federico Fuchs Wightman chica la mayoría nos conocíamos y para que no me reconocieran el oculista me vendó media cara […] así viajé, llegue a Tarnów por la mañana y me puse a caminar para el centro por la calle Krakowska […] en el camino vi como llevaban a grupos de judíos marchando por las calles al o del trabajo, entre ellos había varios de mis amigos, es difícil explicar lo que sentí al verlos, tenía ganas de gritar: Mírenme, aquí estoy…” Caminando por su ciudad, Szymon me hace pensar en un viajero del tiempo, invisible, recorriendo el lugar que otrora fuera su hogar, pero sin poder tocarlo. “Mi intención era caminar por la ciudad hasta que anocheciera, para ir en la oscuridad a la calle Pracy 8, que era donde vivíamos antes de la guerra y donde suponía que estaba viviendo todavía Juzia Mizera, la mujer que había trabajado más de 20 años en nuestra casa […] Mientras seguía caminando por la ciudad, pasé por donde solía vivir mi abuela, todas las casas del barrio habían sido derrumbadas y habían construido una estación terminal de ómnibus en su lugar […] pasé por el frente de la casa donde solía vivir mi hermana, el edificio estaba de pie, fui a ver el lugar del negocio de mis padres, el local estaba cerrado, crucé la plaza del frente Plac Rybny para ver el lugar donde había antes un importante templo que los alemanes habían quemado el 9 de noviembre de 1939, las cuatro columnas del arco donde se guardaban las Toras que sobrevivieron el incendio, seguían de pie, como gritando al cielo ¿POR QUÉ? […] Me di cuenta de que caminaba como un autómata, veía los lugares pero no me llegaban, posiblemente era porque tenía mi mente puesta en cómo entrar al ghetto, que veía de lejos sin acercarme demasiado.” Eventualmente, la oscuridad llegó y, con ella, Szymon a Pracy 8. “ … Golpée la puerta varias veces, pero no demasiado fuerte para no alarmar 47


JERZYK, Historia de un niño en guerra a los vecinos […] Juzia abrió la puerta y viendo en la oscuridad el uniforme, abrió la boca para gritar, se la tapé con la mano, hablándole, me reconoció, se calmó y se puso loca de alegría de verme […] me contó que papá seguía en el ghetto y que todas las mañanas lo llevaban a trabajar a una fábrica de cepillos en la calle Goldhamera […] Sabía que Dora estaba de vuelta en el ghetto […] Le expliqué para qué había venido y que quería entrar al ghetto, pero que para eso necesitaba ropa de civil […] por la mañana cuando llevaran a mi papá al trabajo, ella iba a ir a verlo para decirle que yo había venido y para que a la mañana siguiente trajera ropa de civil para mí, también le diría que a la hora que iba a salir del trabajo para el ghetto, yo iba a estar enfrente de la fábrica, para que aún a la distancia pudiéramos vernos”. “Es difícil decir lo que sentí al ver a papá marchando en grupo por la calzada, (a los judíos se los obligaba a caminar por la calzada) y yo por la vereda en la misma dirección para verlo más tiempo, todo se nos pasó por la cabeza, en silencio, éramos todo lo que había quedado de la familia”. Con la ropa de civil, Szymon esperó a que oscureciera y fue caminando alrededor del ghetto hasta encontrar una calle tranquila y menos iluminada. Eligió un punto apropiado y se infiltró por el cerco. Su papá y Dora lo esperaban en la puerta del edificio donde vivían. “Nos abrazamos en silencio, a nadie le salió la voz por un largo rato […] me contaron que muchos de los que se habían escapado con documentos falsos, estaban volviendo al ghetto, debido a la fuerte persecución de los católicos […] también me dijeron que los gestapos estaban al tanto de esta situación avisados por informadores del ghetto, (que también existían) y que cada tanto volvían y detenían a los que habían vuelto […] decidimos que yo me escondería en el altillo del edificio mientras permanecía en el ghetto.”

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Federico Fuchs Wightman Szymon les explicó a qué había vuelto y que quería que se escaparan con él. “Dora tenía el padre todavía en el ghetto, ya se habían llevado a la madre y a los dos hermanos y él se oponía a que ella se escapara otra vez conmigo […] fui a verlo, traté de convencerlo, le expliqué que tenía la posibilidad de llevarla a Rusia, pero no había caso, se encerró en que era lo único que le quedaba […] Tampoco tuve éxito en convencer a papá […] estaba ya muy resignado, sabía toda la verdad de lo que había pasado con mamá, Hania, Chamek y Marylka mi sobrina, a quien se llevaron con mi abuela materna Rachel Lichtblau, no tenía para qué luchar por la vida, insistía en que yo me escapara solo. En esa época vivía todavía en el ghetto un rabino, papá era creyente y ante mi insistencia me propuso que fuéramos a consultarlo […] el rabino después de escucharnos y pensar dijo: Vos joven, volvé a Rusia y vos padre quédate. El fallo fue lapidario […] al anochecer me despedí de ellos, con la sensación de que no los iba a volver a ver, el momento de la despedida no se puede describir”. Hasta aquí llega la descripción de Szymon sobre su último intento de rescatar a su padre y a Dora. Supongo que a usted leyendo le pasa lo mismo que a mí cuando lo leí por primera vez: quiere saber más; qué pasó con ellos y si los volvió a encontrar. La respuesta, triste y concisa, es que no. La intuición de Szymon respecto de la sensación de no volverlos a ver fue correcta y describe crudamente la realidad de ese momento. Cada despedida era potencialmente la última. Cada abrazo, mirada y beso se perdía en ese mar de violencia y dolor que eran la guerra y la persecución. Mucho tiempo después, ya como parte del ejército americano, Szymon recorrió el campo de Mauthausen, buscando información de los suyos. Allí, una chica que lo reconoció de su infancia en Tarnów, le dijo que había visto a su padre Aron en el campo de Płaszów (cerca de Cracovia, Polonia). Todo indica que murió allí. Respecto de Dora, no pude obtener mucha información. Szymon 49


JERZYK, Historia de un niño en guerra continuamente se refería a ella en sus memorias, especialmente en una sección donde transcribió su diario de la época: “Estoy pensando continuamente en Dora y en un soldado que vi ayer en el tranvía y que era muy parecido de cara a mi hermano […] La reunión era alegre, pero no para mí, pensé continuamente en Dora, traté de poner buena cara […] Estoy terminando de escribir mirando la foto de Dora, me voy a dormir”. Hay un sueño en particular que desgarra el corazón. “Anoche soñé otra vez que estaba en casa en Tarnów, estando parado delante de la casa vi caminar a Dora con su madre y una tercera persona, creo que era su hermano menor. Al verme ella se quedó esperándome, mientras los demás entraron en una casa en la plaza Wolnosci […] Dora me vino a buscar, me puse el sobretodo que era muy similar al de mi hermano y la gorra y salimos, Jozie gritaba atrás mío que me iba a resfriar porque tenía puestos los zoquetes cortos a lo que Dora le contestó que esto no le importaba. Después de salir de la casa, con mucha alegría y añoranza nos besamos, mientras caminábamos le besaba la mano y me desperté: ¡Oh! Dios, daría todo para que esto pudiera ser real, lamentablemente por ahora no me es dado, ¿lo será alguna vez?” Sobre el final de sus memorias, él hace un recuento de las pérdidas que sufrió durante la guerra. El cómo o cuándo del final de Dora no es descripto, supongo que porque él no lo sabía o porque le dolería demasiado escribirlo. “Los que murieron en el holocausto de mis más cercanos son: mis padres, mi hermana Hania, su marido Manek Malaver, la hija de ellos Marylka de tres años, mi hermano Chamek, mis abuelas materna y paterna, una tía paterna, 50


Federico Fuchs Wightman los dos hermanos de mi padre con sus esposas y dos hijos adolescentes cada uno, el tío Fredrek, hermano de mi mamá con su esposa e hijo de mi edad, mi primo Gienek Jachimowicz y mi querida Dora Fluhr”. El camino de Szymon luego del intento de rescate lo llevó a trabajar en Kiew (Kiev) para la Organización Todt (una empresa nazi célebre por utilizar trabajos forzados). El avance de los rusos en el este, obligaron a la organización a relocalizarlo en Saarbrucken, en Alemania. Él se iba enterando de que los aliados estaban atacando por distintos frentes. Saarbrucken estaba destruida. Las alarmas por bombardeos eran una constante, pero eran bombardeos estadounidenses e ingleses y para él eso era señal de esperanza. Para fines de 1944 empezaba a ver esporádicamente soldados estadounidenses en la ciudad, mientras las artillerías aliadas luchaban contra las alemanas por el control. Eventualmente, consiguió trabajo dentro del ejército americano gracias a que hablaba varios idiomas (polaco, alemán, ruso e yiddish), al igual que muchos otros extranjeros que habían sido llevados por los alemanes para realizar trabajo forzado. De su experiencia en el ejército me llevo un testimonio que quedó automáticamente grabado en mi memoria cuando lo leí: “Charlando mientras viajábamos en el jeep con Strauss, el judío americano de origen de Viena (Austria), le dije que cuando tuviera la oportunidad de vengar la muerte de mis familiares, mataría 10 alemanes por cada uno, a lo que él me contestó: y si yo lo veo te denunciaré. Lo increpé con tanta indignación diciéndole: ¿cómo vos siendo judío me puedes decir esto? Me miró con toda tranquilidad y me dijo: sí, porque nosotros no vinimos aquí para hacer lo mismo que ellos. Tardé muchos años en entender cuánta razón tenía él, tuve muchas oportunidades para cumplir mi venganza pero no pude hacerlo, cuando los 51


JERZYK, Historia de un niño en guerra tuve enfrente mío, apuntándolos, cuando tiraban sus armas arrodillándose, levantando los brazos y pidiendo ‘camarada no me mates’ no fui capaz de apretar el gatillo. Me daba mucha rabia contra mí mismo y me lo reprochaba continuamente, porque ellos sí podían hacerlo y no solamente contra soldados, sino contra las mujeres, ancianos y niños en una forma de ensañarse, que parecían gozar al matar. Yo no dudaría en disparar contra un alemán armado, porque en este caso sería o él o yo, quien disparase primero, pero ¿a gente indefensa? ¿estamos hechos de una masa tan diferente? ¿por qué?” Respecto de la familia de Jerzyk y los demás, con la partida de Szymon primero hacia Rusia y luego a Alemania, pierdo precisión sobre su devenir espacial y temporal específico en la guerra. Sí pude reconstruir que algunos de ellos, como Jerzyk y sus padres, se reubicaron en Czortków luego de Lwów. Desconozco las razones que llevaron a que se inclinaran por ese destino. Tal vez haya sido por su cercanía, porque tenían alguna posibilidad de trabajar allí o porque fue el único lugar al que lograron escaparse. Cualquiera haya sido la razón, allí pasarían el punto de inflexión en el cual los nazis dejarían de expandirse para verse obligados a retroceder hasta ser derrotados. Czortków ocupada por la Alemania Nazi La ciudad de Czortków (nombre polaco, Chortkiv en ucraniano), en forma similar a Lwów, fue ocupada primero por la Unión Soviética, luego por los nazis para luego volver a manos rusas. Jerzyk recuerda haber vivido en algún momento en la calle Koscielna, frente a una iglesia, aunque no pude rastrear la ubicación con mayor exactitud. Asimismo, es altamente probable que hayan tenido que mudarse sucesivas veces, al igual que en Lwów. Con cierta seguridad, también puedo situar a los Jachimowicz en Czortków. Es difícil acotar 52


Federico Fuchs Wightman con exactitud el período que pasaron allí, aunque parece claro que fue posterior a Lwów y se extendió al menos hasta la reconquista soviética. Durante el período de ocupación nazi, mi abuelo recuerda tener que esconderse dentro de una casa con un sótano oculto al cual se accedía por una puerta trampa. Si bien no cuento con muchos detalles respecto de las condiciones, lo imagino como algo muy precario. Él recuerda que el lugar era pequeño. Considerando que él mismo era un niño, ese sótano debía de ser realmente minúsculo. Tampoco había baño ni ducha. Tenían que hacer sus necesidades en un balde y, cuando se podía, las sacaban afuera. Durante el aislamiento obligatorio causado por la pandemia de Covid-19, intentaba poner en perspectiva el encierro recordando lo vivido por mi abuelo. No me gustaba estar encerrado, pero mi cómodo departamento con luz y baño era incomparablemente más amable que un sótano húmedo y oscuro en Ucrania. Además, el virus fue un desafortunado evento natural. Nadie voluntariamente decidió empezar a masacrar gente como lo hicieron los nazis. De hecho, en una de sus cacerías de judíos, oficiales alemanes se presentaron en el lugar con perros y la intención de realizar una inspección. Esto era habitual, los nazis perseguían a los judíos incansablemente, los buscaban sin dejar escondite por investigar. En la casa que ocultaba a mi abuelo y su familia, la puerta trampa que los protegía se encontraba al fondo, para llegar a ella había que pasar por un hogar con chimenea. Frente a la inminente amenaza, Jacobo -mi bisabuelo- tomó brasas del hogar y las distribuyó disimuladamente por el piso, obstruyendo el camino de los perros hacia la puerta trampa, para luego esconderse allí. Me pregunto si en esa casa habría otra familia que los escondía, una 53


JERZYK, Historia de un niño en guerra familia de católicos. Me parece razonable, dado que no tendría mucho sentido esconderse en el sótano de una casa vacía. Imagino a esa familia nerviosa, siendo interrogada por los alemanes sin soltar palabra sobre los judíos que escondían debajo de su propio hogar. Los imagino viendo a los perros merodear la puerta trampa. Su alivio al ver que la increíblemente veloz idea de mi bisabuelo de poner brasas calientes los alejaba. No puedo asegurar la existencia de esa familia, pero de haber existido, me encantaría poder agradecerles por haber salvado a mi abuelo y su familia. Czortków en conflicto El tiempo pasaba y en 1944, mientras Jerzyk y sus familiares hacían lo imposible para sobrevivir, se empezaban a oír rumores de derrotas alemanas. Durante gran parte de la guerra, el avance alemán parecía implacable e indefendible, pero algunas luces de esperanza empezaban a prenderse en los distintos frentes de batalla . En retrospectiva, la decisión equivocada tomada por Adolf Hitler de invadir la Union Soviética y su consiguiente derrota darían comienzo al fin de la guerra, pero mi abuelo y los suyos no lo sabían aún. Esa información, que hoy se encontraría a unos clicks de distancia, era muy confusa. Si bien llegaban comentarios del frente de batalla o esporádicas noticias en la radio siempre sesgadas por el aparato propagandístico del bando en poder, conocer el detalle del estado bélico era imposible. Las radios soviéticas siempre anunciaban victorias soviéticas, las alemanas, victorias nazis. De esta manera, lo que primaba era la incertidumbre. Era muy difícil volver a creer, después de los horrores vividos, de haber incorporado el miedo como un mecanismo tan arraigado. 54


Federico Fuchs Wightman Aproximadamente para marzo de 1944, Czortków ya era frágilmente controlada por el Ejército Rojo. Sin embargo, el terror a una reconquista alemana estaba latente. Frente a esta posibilidad, la familia del primo Wojtek (Fajwek) optó por intentar huir a pie. Varios de ellos sufrieron de Tifus en el escape, en un contexto de muy bajas temperaturas, perdiendo Hania (Cristina) a su esposo por esta circunstancia7. Para los padres de Jerzyk, sin embargo, ese tipo de escape no era una posibilidad con un niño tan pequeño, por lo que se vieron obligados a buscar alternativas. En su desesperación, Hela (Zosia) les ofreció a soldados soviéticos un anillo de valor (que era de lo poco que aun poseían), a cambio de que los llevaran en sus camiones. Los soldados, lejos de aceptarlo, le explicaron que debían quedarse tranquilos: su intención era retroceder en un principio para igualar a los alemanes en altura y no quedar en desventaja por tener un terreno inferior, para luego contraatacar. Resignados a la suerte, Jerzyk y sus padres esperaron a que el combate terminase, y poco tiempo después una patrulla rusa pasó aventurando resultados positivos, luego confirmados por la re-ocupación soviética. La gente del pueblo ucraniano, con ánimos de festejo, carneó un chancho. En ese contexto, la carne era un lujo. Un lujo inimaginable. Mi abuelo nunca me relató el evento con demasiado detalle, pero me imagino la felicidad de quienes estaban allí sintiéndose libres de la ocupación alemana por primera vez en mucho tiempo y, además, pudiendo disfrutar de un plato al cual rara vez accedían. 7/ En este punto hay un discernimiento entre los relatos de Jerzyk y Szymon. El primero lo recuerda tal cual lo describo, mientras que para el segundo el marido de Hania (Cristina) falleció de tifus luego de la guerra, no durante. Me inclino por la versión de Jerzyk que me parece más armoniosa y da lugar a los tiempos necesarios para que Hania llegue a conocer a su segundo marido.

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Federico Fuchs Wightman Me los imagino saboreando el “lujoso manjar” y, en el medio, ofreciéndole a un pequeño niño polaco un trozo de morcilla. Desconozco los detalles de cómo fue que Jerzyk accedió a la morcilla, pero sé que le tomó un gusto que no perdió jamás. Al momento que escribo esta parte del libro, mi abuelo Jerzyk tiene ochenta y cinco años recién cumplidos. Su salud se ha deteriorado bastante en el último tiempo, especialmente desde que le diagnosticaron mal de Parkinson. Trato de visitarlo cada vez que puedo, sigo disfrutando tanto de su compañía hoy a mis treinta años como cuando era un niño de tres y él era para mí una especie de superhéroe. De alguna manera siempre va a ser para mí un superhéroe. En esas ocasiones, con el resto de la familia, tratamos de llevarlo a una casa quinta que todavía tiene en Don Torcuato, Provincia de Buenos Aires. Allí solemos hacer asados. Cuando voy a la carnicería para comprar la carne, tengo muy presente que no me puedo olvidar de comprar morcilla, porque sé lo que significa para él. Czortków ocupada por la Unión Soviética Vivir bajo ocupación soviética estaba lejos de ser una panacea, a pesar de ser una obvia mejora con respecto de los genocidas nazis. En septiembre de 1939, la tía de mi abuelo llamada Dora, junto a su marido Herman Werker y sus hijos Ruth y Fredrek, se separaron del resto del clan que había permanecido en Tarnów para asentarse en Lwów directamente. En ese entonces, la ciudad hoy perteneciente a Ucrania se encontraba del lado ruso del pacto firmado entre Hitler y Stalin. El régimen stalinista no se caracterizó por su humanidad en el trato de los refugiados de guerra. Muchos de ellos fueron enviados a Siberia con excusas varias: alguna supuesta relación con el régimen alemán o lo que llamaban 57


JERZYK, Historia de un niño en guerra comportamiento anti-soviético. Entre los deportados se encontraba el tío Herman, que tristemente no sobrevivió. La historia nos llegó a través de una carta enviada por la tía Dora al primo Szymon una vez finalizada la guerra. “Un día en el correo me entregan una carta […] La abrí y qué sorpresa agradable, era mi tía Dora Werker […] resultó que en septiembre de 1939, ante el avance de los alemanes, ella, su marido el tío Herman, los hijos Ruth y Fredrek, llegaron a la ciudad de Lwów, que fue la parte de Polonia, que por el pacto entre Hitler y Stalin, quedó ocupada por Rusia […] estos tomaron a todos los refugiados que vinieron de otras ciudades y los mandaron a Siberia, allí murió el tío Herman”. Asimismo, el padre de Jerzyk estuvo a punto de sufrir en carne propia un destino similar. Mi abuelo recuerda a un grupo de soldados soviéticos yendo en busca de su padre Jacobo, con la orden de enviarlo a Siberia. Anticipando que los soldados iban a entrar a su casa a buscarlo, mi bisabuelo se escondió. Lo normal hubiese sido que los soldados entraran y dieran vuelta el lugar hasta encontrar a quien buscaban, pero eso no sucedió. Cuando los rusos encontraron a un pequeño Jerzyk llorando junto con su madre, se compadecieron. El soldado a cargo le pidió que se tranquilizase y prometió dejar de perseguir a su papá. Al retirarse, uno de los subordinados le comentó a Hela (Zosia) que era la primera vez que su jefe no los obligaba a escrudiñar exhaustivamente toda la casa. Cuando era chico, mi abuelo me contaba esta historia una y otra vez, al punto tal que no puedo recordar cuándo fue la primera vez que la escuché. A mí se me confundía con una ocasión similar en Tarnów, que relaté anteriormente (en ese caso con soldados alemanes), pero en esta situación en Czortków Jerzyk era más grande y recuerda lo vivido 58


Federico Fuchs Wightman con mucha nitidez. Siempre me resultaba curiosa su obsesión con este recuerdo, porque parecía estar lejos de ser lo más interesante o shockeante de una infancia tan particular. Con el tiempo me di cuenta de que se sentía muy orgulloso de haber sido él quien había salvado a sus padres esa vez. Él siempre hacía muchísimo hincapié en el esfuerzo que hicieron sus padres para mantenerlo con vida durante la guerra. Una y otra vez, Hela y Jacobo encontraron la forma de no perder a su pequeño niño, pero no son tantas las veces donde el pequeño niño pudo hacer un aporte. Esta fue una, y hoy con más de 80 años, sigue emocionándose cuando la recuerda. Por mi parte, nada me hace más feliz que ver ese brillo en sus ojos una y otra vez. Además, tanto esta como la historia de Tarnów me generan una reflexión respecto del rol de los soldados y la guerra. Es fácil meter a todos en la misma caja del horror, pero, evidentemente, no todos los soldados, ni alemanes ni rusos, eran iguales. Algunos eran capaces de enternecerse con un niño, y perdonarle la vida a su familia. Otros, como los que llevaron a cabo la Kinderaktion en Tarnów, no tenían contemplaciones con nada ni nadie. Trabajar en la guerra Cuando escucho o leo acerca de la Segunda Guerra Mundial (o sobre cualquier otra guerra para el caso), también cuando converso con mi abuelo sobre sus experiencias, me resulta casi automático focalizarme en la pérdida de vidas humanas. Supongo que es esperable que la atención se vaya hacia lo más grave. Sin embargo, el alcance del daño producido es mucho más profundo y disruptivo. La gente no solo se muere en las guerras, también lo pierde todo: su hogar, su trabajo, proyectos, fantasías y sueños. La gente pierde tanto que su identidad misma se ve amenazada, 59


JERZYK, Historia de un niño en guerra especialmente bajo un régimen como el nazi, tan minucioso a la hora de deshumanizar a sus víctimas. Así, algo que debiera ser relativamente accesible como es el trabajo, se volvía de muy difícil alcance. Anteriormente describí algunas de las odiseas del primo Szymon para poder conseguir o retener un empleo que le pudiera generar sustento. Para el papá de mi abuelo, Jacobo (Alfredo), la posibilidad de trabajar significaba poder continuar alimentando a su familia. Posiblemente aun en Czortków, consiguió un puesto como chofer dentro de una organización que recopilaba materiales para la guerra. Sus habilidades como conductor alcanzaban para cumplir con su tarea sin mayores dificultades, hasta que un vehículo de la empresa sufrió un desperfecto técnico. Lejos se encontraba Alfredo de ser un ingeniero mecánico (título que años después obtendría Jerzyk), pero se las arregló para repararlo estudiando otro vehículo de igual modelo y comparando las diferencias, observando qué era lo que funcionaba distinto consiguió arreglarlo. La capacidad para adaptarse a cualquier circunstancia fue, sin lugar a dudas, una de las cosas que más los ayudaron para lograr sobrevivir.

Lo que el viento no se llevó Hacia fines del mes de abril de 1945, las fuerzas soviéticas atacaban y capturaban Berlín decretando la inexorable derrota alemana. Su final, sin dudas, sería recibido con una enorme alegría. Szymon, como parte del ejército americano, lo describía de la siguiente manera:

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Federico Fuchs Wightman “El 8 de mayo de 1945, llegamos a Winterburg, en Checoslovaquia, nos alojamos en una casa al borde de un lago […] por la noche, nos enteramos de la capitulación incondicional de Alemania, no se puede describir la alegría que nos produjo la noticia cuando escuché por la radio de la BBC de Londres las campanas y al locutor decir: Estas son las campanas de la paz, la guerra y los sufrimientos han terminado. Se me caían las lágrimas, hacía 5 años que esperaba oír esas palabras. Al lado nuestro había una unidad de artillería americana, metieron los cañones al lago, les tiraban agua encima, diciendo que estos tienen que oxidarse, porque van a ir a un museo”. “Habiendo terminado la guerra empezamos a organizar campamentos para refugiados más estables, registrar a la gente y agruparla dentro de lo posible por nacionalidades”. La alegría del fin, sin embargo, no borraría las atrocidades cometidas. Algunas veces se ignora que durante buena parte de la guerra pocos sabían los detalles de lo que estaba pasando en los campos de concentración y exterminio. De su recorrido por Mauthausen, Szymon describe algunos de los horrores que hoy son de público conocimiento: cámaras de gas, hornos, deshumanización, desnutrición, dolor, enfermedades y muerte. Mucha muerte. Tanta como pocas veces se ha visto. “… No es posible describir los horrores que vi allí, todo lo que se vio después en fotos y películas, es apenas una pequeña parte de la realidad”. Es difícil de entender o explicar cómo una sociedad se degrada moral y éticamente hasta volverse capaz de meter gente, desde niños hasta ancianos, en cámaras de gas para matarlos sistemáticamente.

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JERZYK, Historia de un niño en guerra No entiendo qué es lo que se rompe y apaga cualquier atisbo de empatía. Honestamente, no es mi área de conocimiento y probablemente pertenezca más a libros de ciencias sociales y filosofía que aquí. Sin embargo, hay dos puntos sobre los que me voy a tomar la libertad de opinar por lo destacables que resultaron desde lo pernicioso. El primer punto es la deshumanización. El nazismo, fue capaz de lograr, mediante su relato, que muchos alemanes dejaran de ver a los judíos como seres humanos. La empatía, la culpa, la identificación o la lástima eran sentimientos reservados para otras personas (o hasta para animales) pero no para estos entes llamados judíos, originarios de todos los males, que merecían ser exterminados. Por eso les asignaban números, los nombres eran para las personas. Por eso los uniformes. Era necesario no verlos como humanos. Eran menos que una vaca en un matadero. Tal era así que la utilización del gas Zyklon B para asesinarlos en masa en las cámaras surgió, en parte, debido al peso psicológico y emocional que tenía sobre los soldados nazis fusilar cara a cara a tantas personas (también fue una manera de acelerar los asesinatos masivos). Un sobreviviente del holocausto llamado Viktor Frankl, autor del conocido libro “El hombre en busca de sentido”, concibió una rama de la psicología (logoterapia) a partir de su experiencia y observaciones dentro de campos de concentración y exterminio (incluidos Dachau y Auschwitz). La psicología, como dije antes, no se encuentra dentro de mis áreas de expertise por lo que me voy a abstener de opinar al respecto, solamente quisiera acotar aquí que, más allá de su popularidad, sus teorías acarrean cierta controversia. Es, a pesar de ello, uno de los pocos autores que pudieron observar (y vivir en carne propia) el efecto que produce en las personas un total despojo de lo material, de lo social, del estatus, mucho de lo que nos hace sentir humanos en la modernidad. El daño 62


Federico Fuchs Wightman perpetrado sobre las víctimas fatales y sobrevivientes fue de tal magnitud que, aun tres generaciones más tarde, sigue doliendo. Por si ese dolor no fuera suficiente, el resurgimiento de grupos que reivindican ideologías de índole nazi, racistas y segregacionistas, y de grupos que hacen la vista gorda a este tipo de comportamientos, no hace más que echar sal sobre una herida que a pesar de los años, no termina de cicatrizar. El segundo punto está relacionado con la asignación de responsabilidad. Hannah Arendt, causó revuelo mundial con la publicación de su escrito titulado La Banalidad del mal. En esta obra, realiza una cobertura y análisis del juicio al que fue sometido Adolf Eichmann en Israel, posterior a su captura en Argentina. Una de las cosas que más sorprendió a Arendt en el juicio fue encontrarse con un personaje mundano. Supongo que, al igual que cualquiera en su posición, ella esperaba encontrar a una especie de genio maligno, capaz de perpetrar hasta los más oscuros horrores. En contraposición, describió haber encontrado a un hombre débil, común, un burócrata que aseguraba no tener nada personal contra los judíos sino haberse dedicado a cumplir un trabajo que le habían asignado. Argentina tuvo una discusión de similares características alrededor del decreto de obediencia debida posterior a las atrocidades realizadas durante la última dictadura cívico-militar. Tiempo después se conocieron grabaciones de Eichmann en donde se encontraría a un personaje más siniestro y parecido al que uno imaginaría capaz de las atrocidades de las que participó. A mí me cuesta la distinción que hizo Arendt, aunque encuentro sumamente interesante su análisis. Eichmann sabía perfectamente el uso que se le daba a la arquitectura de transporte que armó, difícilmente pueda entonces desligárselo de la responsabilidad, y, por lo tanto, supongo que sería lógico catalogarlo como algún tipo de demonio. Pero Eichmann no estaba solo, fueron realmente muchos, tal vez millones, que desde un 63


JERZYK, Historia de un niño en guerra lugar u otro, de mayor o menor influencia, sabían lo que pasaba y hacían lo posible porque siguiera pasando. Me resulta difícil concebirlos a todos como “demonios”. ¿Entonces? Dejando de lado las particularidades de cada caso, cabe preguntarse qué agujero hay en una sociedad para que casi nadie se sienta personalmente responsable de los males que se infligen a algunos pero que sin embargo, en conjunto, se siguen reproduciendo. Terribles genocidios, guerras, hambre, enfermedades o cambio climático; la forma en la que concebimos nuestra vida como conjuntos de personas nos ha permitido disociarnos de esas realidades cuando no nos alcanzan en forma directa, pero no por eso son menos reales. Hacernos cargo de ese agujero, recordar, pensar y prevenir, tal vez ayude a evitar que continue llenándose con sangre e injusticia. Lo que nadie, ni los nazis, les pudieron robar El costo psicológico de pasar la infancia temprana dentro de una guerra, perseguido y en peligro, es difícil de esbozar en su total dimensión. Imagino que haberla transitado como adulto, con plena consciencia del proceso no debe haber sido necesariamente menos grave. No creo que tenga sentido comparar ambos sufrimientos, aunque sí pienso que deben haber sido bastante distintos. El disco, y su película homónima, The Wall de Pink Floyd probablemente representen en conjunto una de las obras más creativas para describir la profundidad del daño producido por un conflicto bélico en un niño. Para mi abuelo, la guerra giró alrededor de sus padres. Sus mayores miedos, preocupaciones y hasta alegrías, dependían de lo que pasaba por ese filtro protector. El contexto externo, sin embargo, era imposible de frenar para cualquier filtro, por más que se intentara con todo el amor 64


Federico Fuchs Wightman del mundo. Hay horrores que no se pueden tamizar, pero, a lo largo de toda su vida, Jerzyk nunca dejó de ser enfático respecto del nivel de gratitud que tenía hacia sus padres por haberle salvado la vida. Los placeres en aquel entonces estaban marginados a un rincón ínfimo de la vida. Cosas tan triviales como comer una mandarina o una morcilla sobreviven en su memoria por más setenta años como si fueran sucesos irrepetibles o maravillosos. Mi abuelo recuerda también que su tía Susla preparaba guindado (un licor) y luego le daba algunas de las guindas alcoholizadas. Hoy en día, cuando lo visito, a veces nos sirve un poco a cada uno, y vuelve a contarme la historia de su tía y las guindas. No me voy a cansar nunca de escucharla ni de ver su sonrisa cuando la cuenta y, el día que ya no lo tenga, seguiré dando un sorbo de cuando en cuando a la botella de guindado para recordarlo. Escribo esto emocionado pensando en mi abuelo y en las cosas que vivimos juntos, y me doy cuenta de que, sin importar la denigración, el maltrato, el odio, las torturas o los asesinatos, los alemanes nunca pudieron lograr que los judíos dejaran de sentirse humanos. Aun reduciendo los placeres prácticamente a la inexistencia. Aun quitándoles todo lo imaginable y mucho de lo inimaginable también. Nada ni nadie logró quitarles a muchos de los que sobrevivieron las ganas de vivir. Tampoco les pudieron quitar la capacidad de querer o de amar. Mucho de lo inherente a la condición humana supo mantenerse encendido en ellos a pesar de todo. Szymon, como conté antes, conoció a su primer amor en el ghetto de Tarnów, -Dora Fluhr- quien lamentablemente no sobrevivió a la guerra. Uno de sus hijos, Ariel, me contó muchos años después que, en su lecho de muerte, él todavía conservaba una foto de Dora. El cariño y el amor 65


JERZYK, Historia de un niño en guerra de Jerzyk para sus padres tampoco fue olvidado ni un solo día en su vida. El amor y el cariño de ambos para sus familiares y seres queridos, tanto aquellos que sobrevivieron como los que no, son la prueba irrefutable de que el odio, en este caso nazi, aun en la más exagerada vehemencia, es incapaz de hacer desaparecer la humanidad en una persona.

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LA POSGUERRA

Reencuentros Finalizada la guerra, la primera urgencia que acaeció sobre la familia fue la de encontrar a sus seres queridos (al menos a aquellos que hubieran sobrevivido). En los tiempos que siguieron a la Segunda Guerra, sin internet ni telecomunicaciones, esta tarea no resultó sencilla. “Me sentía muy solo, si bien no había ningún peligro aun si me identificaban, un día se me ocurrió escribir a la comunidad judía de Tarnów diciendo quién era, pidiendo que me informasen si había algún pariente sobreviviente […] también recordé que cuando yo tenía 11 años en el año 1933, un primo de mi mamá, que era deportista amateur se había ido a Palestina para una Macabiada […] se había quedado allí […] Él se llamaba Erwin Lichtblau, entonces escribí también una carta a Rutemberg -donde recordaba que trabajaba- diciendo quién era…” Luego de algunas semanas, un día en el correo le entregaron una carta, con un remitente desconocido, una tal Dora Wachsman. 67


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“… Le dije al cartero que esto debía ser un error, me miró y me dijo: Está dirigida a vos, ¿qué error puede haber? La abrí y qué sorpresa agradable, era de mi tía Dora Werker…” La carta describía el camino de Dora durante la guerra, la pérdida de su marido y su relocalización en Israel, donde se había vuelto a casar. Sus hijos, Fredek y Ruth, se encontraban en Leicester (Inglaterra) y Tel Aviv (Israel), respectivamente. “… En la próxima carta me mandó su dirección y el teléfono, y también me informó que los que habían sobrevivido a la guerra eran: mi tía Zosia (Tekla), su marido el tío Smil (Karol) […] sus hijos Hania (Kristina), con su segundo marido Iziek Celcer (Tadeo), el primero murió de tifus […] Olga (Sala) con su marido Antek Wahl, Fajwek (Wojtek) y su esposa Rozia (María) Fuchs, -el que no sobrevivió fue el hijo mayor Gienek-, el tío Iziek (Alfredo, hermano de mi mamá), con su esposa la tía Helena (Zosia) y su hijo Jorge (Jerzyk). En el mismo día, por la tarde, recibí la carta de Erwin, que me escribió las mismas noticias, todos estaban en Berlín, Alemania Occidental…” Ahora conocemos algunos detalles más de cómo se conocieron Tadeo y Kristina. Resulta que terminada la guerra, en alguno de los vaivenes que tuvieron por Europa antes de poder viajar a Argentina, a mi bisabuelo Jacobo lo llevaron preso por intentar cambiar divisas. Mi bisabuela Hela (Zosia) estaba destruida, después de tanto escapar de los alemanes nuevamente se encontraban en un aprieto. Kristina le dijo que no iba a resolver nada llorando en la casa, que se vistiera y maquillara rápido, que irían a la comisaría. Allí, encontraron a Tadeo, que hizo los papeles para liberar a Jacobo. Aparentemente, mientras llenaba formularios tuvo tiempo de enamorarse de Kristina. 69


JERZYK, Historia de un niño en guerra Tiempo después, le contaría que él también era en realidad judío, se casarían y formarían una familia. La serie de reencuentros no fue trivial pero sí muy emotiva. “Con los que estaban en Berlín me comuniqué por correo, de inmediato, solicité al ejército un permiso para ir a visitarlos, tardaron como tres meses en dármelo, pero no llegué muy lejos, cuando me presenté en Londres, para retirar los documentos de viaje en el Ministerio de Guerra, me informaron que debido a que empezaba el bloqueo ruso de Berlín, todas las licencias quedaban suspendidas […] Al poco tiempo, los de Berlín me dijeron que se iban a trasladar a París, Francia, tan pronto supe que los Jachimowicz y Celcer llegarían, solicité permiso de ir por 14 días a París, me lo otorgaron de inmediato. Es difícil describir lo que sentí al verlos y abrazarlos, era como ver a alguien que había vuelto del otro mundo, los disfrutaba muchísimo.” Para ver a mi abuelo y sus padres, Szymon tuvo que esperar un poco más. Calculo que esto que transcribo sucedió a fin del del 46 o principios del 47. “Los que estaban por llegar todavía de Berlín eran los Fuchs y a mí se me terminaba el permiso, fui al comando militar británico y le expliqué mi situación al oficial, me miró y me dijo: así que estás con angina y no puedes viajar […] Me extendió el permiso por una semana, pero los Fuchs no llegaban, por fin nos confirmaron por teléfono que llegarían el lunes próximo, pero mi permiso terminaba el viernes anterior. Estuve desesperado por poder verlos, me armé de coraje y fui otra vez al comando, le expliqué al oficial lo que me pasaba y le dije: Señor si no hay más remedio, vuelvo, pero si es posible otorgarme aunque sea un día para verlos […] me otorgó otra semana, con gran alegría recibí a los Fuchs”. El camino de Jerzyk y sus padres que pude reconstruir, previo a su 70


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JERZYK, Historia de un niño en guerra encuentro con Szymon, empieza en Polonia. Una vez finalizada la guerra, volvieron a su ciudad, a su edificio en la calle Krzywa 7 (Silesia), donde encontraron viviendo a la esposa de un soldado alemán -supongo fallecido durante la guerra- con su hijo. Cuando era chico, y mi abuelo me contó esta parte de su historia, yo recuerdo haberle preguntado si los habían echado. Para mí, siendo un niño, lo lógico hubiese sido hacerlo. Pero evidentemente mi bisabuelo tenía un corazón más grande. Aun siendo alemana, Jacobo, lejos de verla como una perpetradora, la vio como otra víctima de la situación. Decidió no echarlos y les dio un cuarto para ellos. –Igualmente, después papá y mamá me contaron que yo les gritaba “Hitler kaput”, –me confesó Jerzyk años después. Fue poco el tiempo que se quedaron en una Silesia devastada, aunque no pude establecer cuánto con precisión. Sé que antes de partir hacia Berlín en Alemania Occidental, se detuvieron fugazmente por Szczecin, una ciudad fronteriza, aunque desconozco la razón. Cuando finalmente llegaron a la ciudad alemana, comenzaron a intentar hacer una vida “normal”, al menos en comparación con lo que habían estado viviendo antes. Sé, por ejemplo, que mandaron a Jerzyk al colegio, al que siempre sus padres intentaban que fuera, sin importar dónde estuvieran. Él sabía hablar alemán desde antes, ya que había tenido cuando era muy chiquito una niñera alemana que le enseñaba. Desconozco durante qué etapa de la guerra fue eso. El siguiente paso fue hacia París. Jerzyk recuerda vivir en un hotel -¿Empereur?-. Szymon contaba que el trámite de la visa y conseguir pasajes no fue fácil.

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“Antes de dejar París, hemos convenido entre todos que íbamos a emigrar a la Argentina, siempre y cuando consiguiéramos visas, el gobierno de Perón hacía muchas dificultades en otorgar visas a judíos, yo tenía la ventaja de que mi visa me la tramitaba el ejército en Inglaterra y además figuraba todavía con los nombres falsos como Jan Mizera, como católico, todos los demás obtuvieron las visas por plata […] …Celcer encontró en Paris a su amigo del secundario de Kraków, que se llamaba Friedner y al comentarle que pensaba ir a la Argentina, le dijo que él tenía un tío en Buenos Aires, que le podía brindar consejos útiles una vez allí […] Las dificultades para obtener pasajes seguían como antes. Hania (Kristina), Hela (Zosia) y Rozia (María), visitaban permanentemente las compañías marítimas y consiguieron pasajes para los primeros días de noviembre para la tía Zosia (Tekla) y tío Smil (Karol), para Fajwek (Wojtek) con Rozia (María) en un barco, para los Fuchs unas semanas más tarde y para mí el 3 de diciembre de 1948”. La historia que recuerda Jerzyk respecto de sus visas incluye algunos detalles más. Para conseguirla, Jacobo se comprometió a producir casas prefabricadas, cosa que no pudo cumplir, dedicándose al rubro textil en vez (como veremos más adelante). Durante un tiempo tuvieron miedo de que los deportaran hasta que la situación se resolvió a través de una amiga que se hizo mi abuelo paseando a su perro pekinés, que tenía un novio que trabajaba en migraciones. Por otra parte, Jerzyk también recuerda bien que el viaje hacia Argentina partió desde Le Havre. Cree recordar que el nombre del barco era Campana, en el que rememora con gusto haber viajado cómodamente, a diferencia de Szymon: “El barco se llamaba Kergulen […] yo tenía un camarote de unas doscientas 75


JERZYK, Historia de un niño en guerra cuchetas, era una gran bodega, si bien era para hombres siempre estaba lleno de chicos, de mujeres y de gritos. De noche solían robar cosas así que mi valija dormía junto conmigo en la cucheta superior […] una noche me pareció sentir a alguien al lado de mi cama, me senté bruscamente pero me olvidé de los caños que pasaban a la altura de mi cabeza y pegué un fuerte golpe con la frente abriéndome un tajo que sangraba mucho, las condiciones sanitarias eran terribles, los baños siempre estaban inundados y tapados, la nuestra era 3ra. clase y no se permitía subir para entrar a las otras, pero siempre me ingeniaba para usar los baños de arriba […] hacía muchísimo calor […] Posiblemente, este viaje hizo que nunca más quisiera viajar en barco.” La elección de Argentina como destino final tuvo bastante de casual. La idea era irse de Europa a empezar de nuevo prácticamente en cualquier lado que no se encontrara arrasado. Se barajaban distintas posibilidades, con Estados Unidos como una de las principales. Sin embargo, las chances reales de obtener una visa estaban en Argentina y Bolivia. Los comentarios respecto de la calidad de vida eran mejores sobre la primera, incluyendo a un señor en un parque haciéndole esta recomendación a Hela (Zosia), por lo que la eligieron. Emigración a Argentina Llegaron al puerto de Buenos Aires el 18 de septiembre de 19488, con nada más y nada menos que la oportunidad de empezar de nuevo. Una de las primeras memorias de Jerzyk fue ver que la gente tiraba la comida sobrante a la basura, algo inimaginable en la Europa de la guerra y la posguerra. También estaban sorprendidos al ver que no eran detenidos en la calle por la policía o el ejército para solicitarles documentación. 8/Aquí hay una pequeña discrepancia de fechas. De acuerdo con Szymon, mi abuelo su familia viajaron el mes de noviembre.

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“Recuerdo que lo que más me llamó la atención cuando llegué a la Argentina es que ningún policía en la calle me pidió los documentos…” De cualquier manera, tanto Szymon como Jacobo (Alfredo) y Helena (Zosia), al igual que el resto de la familia, siguieron utilizando ambos nombres, tanto el original como el falso católico, por el resto de sus vidas. Supongo que tenía que ver más con la costumbre de usar esos nombres que otra cosa. Mi abuelo y sus padres se mudaron a un departamento en la calle Saenz Peña. En un principio, también vivió con ellos Szymon que llegó poco tiempo después, aunque luego se mudaría con los Jachimowicz a la calle Constitución. Wojtek, además, rescató a otra prima, a quien yo conocí con los nombres de Juana o Jeanette. Ella era hija de Etka Fuchs y Heinrich Breitman, sus padres habían sido asesinados en la guerra. Ellos tenían una fábrica de perfumes en Lwów y, cuando supieron que los iban a buscar los alemanes, le dejaron sus objetos de valor a Vera -que cuidaba a Juanapara que se quedara con ella cuando ellos ya no estuviesen. El día que se los llevaron, a Juana la distrajeron lavando unas botellitas de perfume. Vera eventualmente le pasó la posta a Cristina, quien subsecuentemente se la pasó a Wojtek. En Argentina, mi bisabuelo Jacobo y su sobrino Wojtek compraron máquinas para hacer tejido de punto y junto a Szymon, y el resto de la familia, armaron una empresa textil que subsiste hasta el día de hoy y por donde por muchos años trabajaron sus descendientes (algunos continúan), incluyendo a Jerzyk y su hijo -mi padre-, y al nieto de Wojtek. Por su parte, el pequeño polaco Jerzyk logró integrarse a la vida en Argentina con mucho éxito. Aprendió español, e hizo el colegio en la 79


JERZYK, Historia de un niño en guerra escuela técnica Otto Krause. Le gustaban mucho las ciencias duras en general, y en particular la física y la matemática. Por el contrario, creo que no le llamaban tanto la atención las humanidades ni las materias más artísticas. Él siempre cuenta que su mamá, Hela (Zosia), quería que aprendiera a tocar el piano como ella, pero a él le gustaba tan poco que una vez se escapó por los techos para evitarlo. Se lastimó un ojo con un alambre en la escapada, aunque no fue nada grave. De más grande, optó por estudiar ingeniería mecánica en el Massachusetts Institute of Technology (MIT), en Boston, Estados Unidos. Para eso aprendió inglés, rindió el examen de ingreso y partió. Siempre me solía comentar, sin embargo, que le hubiese gustado estudiar física. De hecho, cuando empecé a estudiar (soy biólogo de la Universidad de Buenos Aires), solía contarle a Jerzyk respecto de los contenidos de la cursada, especialmente aquellos relacionados con las materias que más le divertían. Nunca me voy a olvidar mi asombro cuando empezó a recitar las leyes de movimiento planetario de Kepler de memoria, más de cincuenta años después de haberse recibido. Me contó también que, mientras estudiaba, ganó un premio por haber construido una maqueta que simulaba la forma de gravitar de los planetas alrededor del sol. Daría lo que fuera por ver una foto, pero me voy a tener que conformar con imaginarla. En Boston, además, conoció a mi abuela. Algunos años después vinieron a Argentina y tuvieron a mi tía y a mi papá, y mi abuelo se dedicó a la empresa familiar. Al momento de escribir esto, me encuentro a días de terminar un doctorado en biología molecular en el maravilloso IFIBYNE (UBA-CONICET), para luego partir a esa misma ciudad, a hacer un postdoc en Harvard Medical School. Cuando me ofrecieron la posición allí, más allá del prestigio del lugar, una de las cosas que me hizo inclinarme por aceptar fue ir a esa ciudad. En mi corazón, Boston fue el lugar donde 80


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JERZYK, Historia de un niño en guerra una gran parte de mí se empezó a crear, y siempre sentí que, de alguna manera, cerraría alguna especie de ciclo volviendo allí. Tiempo después Jerzyk se separó de su primera esposa, y se volvió a casar, con quien continúa acompañándose hasta el día en el que me siento a escribir estas palabras. El resultado de todo esto ha sido la gran familia que tengo el gusto de integrar. De alguna manera, una de las cosas que siempre admiraré más de mi abuelo y su familia fue la capacidad que tuvieron para rearmar sus vidas, para volver a animarse a querer y a amar, a emprender, a arriesgarse, luego de todo el horror vivido. Las últimas palabras de Szymon en sus memorias van en esa sintonía: “Lo que deseo para mis hijos […] es que tengan en sus matrimonios la misma suerte que tenemos nosotros, pero sepan que la suerte no viene sola, hay que ayudarla […] Todo tiene solución, con buena fe y razonamiento, yo suelo decir cuando se nos presenta algún problema que nos preocupa ‘Gestapo no es’, mientras que hay vida, hay esperanza”.

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JERZYK, Historia de un niño en guerra Reflexiones finales Hacia el final de su libro, Szymon también explica que Argentina le abrió las puertas y que, no sin esfuerzo, le brindó la posibilidad de desarrollar su vida de la forma que lo hizo. “… Si bien trabajé mucho desde que llegué al país, aquí pude trabajar en paz, formar una familia, criar y educar a mis hijos junto a mi querida esposa y ahora a disfrutar juntos de lo que hemos sembrado […] Gracias Argentina.” Sé de primera mano que mi abuelo se siente de forma similar, y que ambos consideraron al país que los acogió luego de la guerra como propio. Yo pertenezco a la segunda generación de argentinos nativos, luego del arribo de Jerzyk al país. Desde que tengo uso de razón escucho las historias de mi abuelo en la guerra. Es curioso como, a pesar de estar teñidas por la tristeza del contexto y de los horrores sufridos, él siempre logró transmitir una cierta calidez en sus relatos. La calidez no surge del contenido, sino de su postura frente a lo vivido y su capacidad, y la de los sobrevivientes de su familia, para sobreponerse y poder continuar desarrollándose cuando el mundo entero parecía empecinado en impedírselos. Es difícil describir una admiración más grande que la que tengo por mi abuelo, y por eso creo que ha sido tan difícil para mí escribir su historia. He pasado muchos años obsesionado, recopilando datos y leyendo testimonios, preguntando y escribiendo. He pasado muchos años intentando encontrar aquellas palabras que estén a la altura del dolor que me transmiten sus ojos. Desconozco qué tan exitoso he sido en este 84


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JERZYK, Historia de un niño en guerra cometido, pero sueño lograr con este escrito que sus memorias perduren, aun cuando ya no nos encontremos ni él ni yo para recordarlas. Poco tiempo después de la Segunda Guerra, en su novela Farenheit 451, Ray Bradbury escribió: “… Algún día, recordaremos tanto, que construiremos la mayor pala mecánica de la historia, con la que excavaremos la sepultura mayor de todos los tiempos, donde meteremos la guerra y la enterraremos”. En el mundo en el que vivimos, en el auge de la posverdad, es imposible ignorar las semillas de neofascismo que germinan en un terreno fértil de negacionismo y frustración. Veo una crueldad que ya no se circunscribe a pequeños grupos supremacistas nazis. Veo un relato que se disfraza de libertad mientras oculta una agenda de sometimiento. Veo partidos políticos que disimulan cada vez menos sus intenciones discriminatorias, su sed de segregacionismo y su hambre de violencia. Lo veo y con toda la fuerza de mi corazón espero que las palabras de Bradbury y los testimonios de mi abuelo y su familia -y tantos otrosresuenen fuerte para ayudarnos a evitar volver a caer en los horrores del pasado.

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JERZYK, Historia de un niño en guerra ÍNDICE DE FOTOGRAFÍAS Página 8: Jacobo/Alfredo, creemos que saliendo de su negocio (mercería). Página 11: Una de las casas de Polonia donde vivieron. No puedo asegurar cuál. Página 15: Jerzyk y su mamá Hela/Zosia. Página 16: Jerzyk con dos soldados. A juzgar por su edad y la pinta de los soldados, debían ser rusos. Página 22: Jerzyk de chiquito, disfrazado de soldado. Página 28: Jerzyk en Polonia. Página 35, de izquierda a derecha: no pudimos identificar al primero, a su lado está Cristina, arriba de ella Mijael (su primer marido), Hela/Zosia, otra mujer a quien no pudimos identificar y Jerzyk. A pesar de todo, no le pudieron la robar la sonrisa al niño. Página 39: Jerzyk, no sabemos exactamente dónde. Página 45: Szymon como parte del ejército de Estados Unidos. Página 46: Szymon en moto, también en el uniforme del ejército de Estados Unidos. Página 56: Jerzyk en algún tipo de feria, desconocemos el lugar. Página 68: Jerzyk y su mamá Hela/Zosia. Página 71: Dora, su primer marido Herman y Ruth. Página 73: Jacobo/Alfredo y Hela/Zosia, padres de Jerzyk. Página 74: Jerzyk de vacaciones, con sus padres Hela/Zosia y Jacobo/ Alfredo.

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Federico Fuchs Wightman Página 77: Hela/Zosia y Cristina. Página 78: Jerzyk. Página 81: Jerzyk (arriba a la izquierda) y sus compañeros del Otto Krause. Página 83: Jerzyk en MIT (Boston, Estados Unidos). Muchos años después pude visitar el mismo lugar. Página 85, de izquierda a derecha: Jacobo/Alfredo, Hela/Zosia, Jerzyk, Juanita, Marisha con Ana Rita en brazos y Federico/Wojtek. Páginas 88/89, de izquierda a derecha: arriba, Szymon, Marisha, Tadeo, Cristina, Zosia, Cuba (marido de Olga), Olga, Ariel y Marcelo (hijos de Szymon), Jerzyk con su hijo Alejandro; abajo, Julia (esposa de Szymon), Alfredo, Dora, no pudimos identificar a la mujer que abraza a Dora, Irene (hija de Tadeo) y Andy (hija de Jerzyk) con Patricia (primera esposa de Jerzyk).

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En Jerzyk Historia de un niño en guerra, usted se encontrará con el relato crudo de la experiencia de Jorge “Jerzyk” Fuchs y su familia durante la Segunda Guerra Mundial. Las historias que componen este libro, recopiladas por el nieto de Jerzyk con ayuda de su familia, combinan una meticulosa atención por los detalles con impresiones personales y afectivas de los protagonistas. Se trata no solo de un homenaje a la memoria de Jerzyk, sino también de un viaje a través de una historia familiar marcada por la resiliencia y la supervivencia. Con mirada íntima y reflexiva, se explora lo vivido por Jerzyk, Szymon y otros miembros de la familia durante uno de los períodos más oscuros de la humanidad, mostrando cómo el pasado moldea el presente y el futuro. Jerzyk Historia de un niño en guerra nos invita a valorar la importancia de la memoria y la historia familiar, y a reconocer la fuerza del espíritu humano frente a la adversidad.

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