ESA GALLINITA de Katia Herz Castro

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ESA GALLINITA

Katia Herz Castro


@de los textos y las imágenes Katia Herz Castro edición taller contar la propia historia Lima / Buenos Aires 2021


ESA GALLINITA Katia Herz Castro


Mi nombre es María y este es mi mundo.



Un mundo distinto Mi abuela me contó que hace muchísimos años, cuando no existía el tiempo aún, los primeros hombres que vivieron acá tenían hermosas alas en los hombros y en los pies. Dicen que estos hombres eran adivinos y un día, escapándose de tribus salvajes se refugiaron a orillas de Lluichococha, la laguna donde los venados saciaban su sed.


Esta laguna es mágica y es muy difícil visitarla porque aun viven ahí esos hombres misteriosos, pero nunca se dejan ver. Después de muchísimos años, al quedar este lugar abandonado, llegó mi gente, una pequeña tribu quechua conocida como chazutinos, que recorría la selva buscando un mejor lugar para vivir. Encantados con la belleza de los paisajes, la frescura del clima, la abundancia de especies para pescar y cazar, decidieron rehacer sus vidas en este lugar y lo bautizaron con el nombre de Chazutayacu.


Aún seguimos acá, a orillas del río Huallaga y resguardados por las verdes montañas de la Cordillera Azul; acá donde alguna vez vivieron esos mágicos hombres alados y donde ahora vivo yo. Chazuta, como ahora lo llamamos, es un pueblo de cultura y arte ancestral. Hemos sabido mantener y transmitir nuestros saberes y tradiciones en la pesca, la gastronomía y los tejidos; en el uso de las plantas y el respeto por la naturaleza; en la música, las danzas y sobre todo en las cerámicas, a través de las que transmitimos nuestra visión del mundo, de un mundo de colores, mágico y sabio.




María y la arcilla Yo empecé mi vida en la barriga de una ceramista. Lo primero que sentí al nacer fue el olor a arcilla fresca en las manos de mi mamá. ¿Tú sabes a que huele la arcilla? Algunos dicen que huele a hojas y a tierra húmeda, otros dicen que huele a piedras mojadas, algunos incluso dicen que es el mismo olor que entra por la ventana los días lluviosos. La arcilla puede oler a muchas cosas. Para mi la arcilla huele a las manos de mi mamá, pero también a arte y a historia. Huele a mi pueblo, al majestuoso río Huallaga que corre cerca de mi casa y a ese hermoso bosque sin fin que nos da la vida. Desde bien huambra he acompañado a mi mamá y a mi abuela al taller de cerámica y muy pronto me tocará aprender también, así como ellas aprendieron de sus madres y abuelas. Las manos chazutanas pueden hacer desde los objetos mas sencillos como tinajas, poncheras y ollas para el uso diario, hasta las figuras mas elaboradas que usamos para adornar en las fiestas y fechas especiales.


El achuni Me gusta conversar con los animales que entran a mi jardín, como lo hace mi abuela, que desde niña tiene un don especial para entender lo que los animales y los espíritus del bosque le dicen. Ellos le avisan cuando está cerca la lluvia, dónde se pueden encontrar los peces más grandes, qué plantas usar para alimentarnos y cuáles para curar las enfermedades. No puedo imaginarme otra vida. La selva me da este viejo shihuahuaco con el que me protejo de la lluvia cuando salgo a jugar, me da el canto del ayaymama que camuflada en el tronco de una topa me avisa que la noche ya llegó y es hora de regresar a casa, me da el caimito que me llena la panza camino a la escuela y me da este achuni que todas las noches llega hasta mi casa para oír mis historias. La selva siempre tiene algo bueno para dar. —María, entra ya, deja tranquilo al achuni y ven a dormir, que mañana salimos temprano —me gritó mi mamá desde la cocina, mientras preparaba la comida para nuestro viaje. —Nos vemos pronto achuni. El achuni me miró fijamente a los ojos, luego desapareció entre los árboles. Le di las buenas noches a mi mamá, me acurruqué en mi hamaca, me tapé con una manta, y sin darme cuenta me quedé dormida arrullada con el sonido que hace la noche en el bosque, mientras veía como una lechuza vigilaba mi sueño desde la rama de una vieja lupuna.



El viaje Mis padres y yo salimos muy temprano. La luna aun no se había ido pero su luz apenas lograba iluminarnos. Sería un viaje largo hasta Lagunas, el único lugar donde podíamos conseguir la arcilla blanca para hacer nuestras artesanías. En Lagunas había mucha arcilla blanca, la usaban para pintar sus casas. Para nosotros era como oro, porque teníamos que viajar ocho días en balsa, llevando cocos, naranjas, plátanos y fariña, que usábamos para intercambiar por ese barro blanco. Otro grupo de personas aprovecharía para pasar por Lamas, donde cambiarían zúngaros, paiches y doncellas que mi padre y sus amigos pescaron con mucho trabajo, por arcilla amarilla.


Mientras tanto, en mi pueblo, algunas mujeres recogerían más arcilla de las canteras al borde del río Huallaga. Viajar en balsa por largo tiempo puede agotarnos mucho, especialmente cuando llueve. El río se volvió grande y me daba miedo cuando la balsa se movía mucho y se golpeaba con algunos troncos.Pero luego salió el sol y secó nuestra ropa, el cielo volvió a ser azul y las aves nos acompañaron durante el resto del camino. Fue un viaje largo pero hermoso, era la primera vez que viajaba con mis padres a recoger arcilla. Era importante para mí hacerlo porque con esa misma arcilla aprendería a hacer cerámica y sentía que debía de recogerla yo misma para ser parte de todo y algún día llevar a mis hijos o a mis nietos en este mismo viaje.


Tierra blanca, tierra amarilla y piedra negra Y así llegó el día. Me levanté muy temprano en la mañana. Recogí tres tinajas de agua del río, calenté la leche en una olla en el fogón, aticé la leña con mucho cuidado y coloqué el pan recién horneado en la mocahua. Mi madre me miraba sonriente, sabía que era un día especial para mí. Al terminar de desayunar salí con mi mamá a recoger a mi abuela y las tres, agarradas de la mano, caminamos rumbo al taller. Me senté entre ellas. Desde pequeña las observaba, pero no me dejaban tocar la arcilla. Hoy sí, hoy por fin la tendría entre mis manos. Ya se había secado al sol por una semana, así que estaba lista para ser preparada. Con mucho cuidado comencé a imitar lo que mi mamá hacía para no equivocarme. Primero colocamos un poco de arcilla seca en una tina para chapearla, para eso, debía tener mucho cuidado en disolverla con agua poco a poco para luego colarla y sacarle todas las impurezas. Todos me miraban. Yo solamente sentía como la arcilla se disolvía entre mis dedos. Dejamos que la arcilla se asentara y botamos toda el agua. Estaría lista cuando quedara como api o mazamorra. —Ven María, pongámosla al sol en este manto, para mezclarla con shaño —me dijo mi tía Auraluz El shaño son todos los pedazos de las vasijas rotas quemadas que se muelen para volverlas a usar y endurecer un poco la arcilla que estamos preparando. Ahora venía un momento muy divertido, mezclar bien todo con los pies. Pisamos y pisamos la arcilla con el talón, entre alegres miradas, tiernas sonrisas y algunas historias que Don Ojanama contaba mientras frotaba las ollas con yanarumi, esa piedra negra que le da un brillo especial a las cerámicas.


Luego agarramos un poco de esa mezcla y la metimos al fuego. Si la arcilla se quema bien estará lista para usar. Me quedé esperando algunas horas muy ansiosa. Nada podía fallar, había hecho todo con mucho cuidado tal como me enseñaron. Mientras esperábamos aprovechamos para almorzar, mi mamá había cocinado timbuchi de doncella. —La arcilla pasó la prueba, vengan a trabajar— escuchamos a lo lejos. Me levanté tan rápido que dejé mi timbuchi a medio comer. Ese día comenzó una nueva etapa en mi vida, me convertí en una artesana, como mi mamá, como mi abuela, como mi pueblo. Ese día fui inmensamente feliz.


El tiempo Llegaron y se fueron las lluvias, este año comí mas siquisapas que el año pasado. Comenzó la época de mijanada y los pescadores pasaron más tiempo en el río lanzando sus redes para atrapar familias enteras de boquichicos y palometas, ractacaras y mijanos, bagres y mojarras, sapa mamas y shicshis. Las tinajas de los malpasos estaban llenas de peces que alcanzarían para todo el año.


Ya llegaba la gente de Lamas para ayudarnos a sembrar en la chakra a cambio de pescado. Afuera pasaron muchos soles y lunas, muchas lluvias y vientos, cayeron muchos frutos y los venados, majaces y sajinos tuvieron nuevas crías. Yo estaba a punto de cumplir 9 años. Adentro, en el taller, bajo el techo de paja a dos aguas, modelando la arcilla sobre la mesa de madera, el tiempo no se sentía.



Aquella gallinita Después de muchos meses de aprendizaje y práctica y de romper algunas ollas y tinajas en el camino, ya sabía trabajar sola. Llegaba al taller todos los días después de la escuela y me quedaba hasta el anochecer. Los fines de semana iba todo el día y no volvía a casa hasta terminar mis piezas. Me gusta mirarlas cuando están listas, para no olvidarme nunca de todo lo que hice. Me gusta mucho mi trabajo y según me dicen lo hago muy bien, yo también lo creo así y eso me hace sentir contenta y orgullosa porque todo mi esfuerzo valió la pena. Pero a pesar de haber aprendido a hacer tantas cosas, aun me faltaba algo. Yo sabía perfectamente lo que quería hacer y me sentía lista. Quería hacer una gallinita. Una gallinita como la que tenía mi abuela sobre la mesa de la cocina. La misma gallinita de cerámica donde mi abuela me escondía bizcochuelos recién horneados, entre las frutas y que yo comía a escondidas, como si nadie supiera. Ese viernes por la tarde salí de casa corriendo, pasé por la plaza donde unos niños aprendían a bailar shitareo, ya todos estaban en el taller, y Don Ojanama salió a abrirme la puerta. La arcilla ya estaba lista y pude empezar de inmediato a moldear el tiesto. Todo trabajo de cerámica comienza por el tiesto y a partir de ahí puedes dejar volar tu imaginación. Una vez que lo tuve hecho, comencé a colocar encima uno a uno los chunchullos, hasta darle el alto que deseaba, me sentía segura y emocionada al mismo tiempo. Le di la forma a la panza, a la cola y al cuello y luego comencé a formar la carita y el pico. Coloqué los engobes que son las arcillas blanca y amarilla que habíamos recolectado de Lagunas y Lamas, con ellas le daría color a mi gallinita y la dejaría bien lisa. Cuando estuvo más o menos seca la froté con yanarumi para que quedara bien brillante. Con mis manos aun amarillas, cogí un chujchero y comencé a dibujar las figuras geométricas, hojas y flores que me habían enseñado.


Los colores los sacamos del yanaurimi y las tierras. Con cada pincelada se me iba agrandando el corazón. Dejé mi gallinita lista en una repisa para que secara bien hasta que llegara el momento del quemado. Don Ojanama me llamó para comenzar a preparar el shunto, el cual recién estaría listo a las 2 ó 3 de la madrugada, cuando tuviera la temperatura ideal. Mi mamá me llevó a casa para descansar y poder despertarme a tiempo, pero casi no pude dormir. Fue una sensación extraña. Ya había hecho muchas piezas de cerámica, pero esta era realmente especial para mí. Cerca de las 2 de la mañana salí con mi mamá rumbo al taller, la luna estaba perfecta para la quema. El mejor momento para quemar y que la arcilla no se seque es cerca a la luna llena y faltando ocho días para la luna verde. Ya en el taller metimos las piezas en el shunto, yo metí mi gallinita con mucho cuidado. La quema dura mas o menos doce horas. No pude evitar quedarme al lado del horno mirando de rato en rato como iba quedando mi gallinita, mientras sentía el olor a leña de topa. Mientras pasaba el tiempo, podía notar como la arcilla amarilla iba cambiando lentamente a color rojo. Mi mamá me llamó a almorzar mientras esperábamos que las piezas reposaran. Al terminar abrimos la puerta del horno muy despacito para que el cambio de temperatura no quebrara las cerámicas. Luego con una palana y unas varillas fuimos sacando las piezas una por una para echarles rápidamente la resina de copal, que es lo que hace que las cerámicas se vuelvan impermeables. Finalmente las barnizamos con resina de acre. Yo miraba a mi gallinita con amor, me parecía la gallinita más hermosa del mundo, mucho más hermosa que la de los bizcochuelos de mi abuela. La había hecho yo con mis propias manos y muchísimo esfuerzo.



Mi Historia Coloque la gallinita sobre la larga mesa de trabajo, justo al centro, donde todos pudieran verla. Quería que todos la admiraran tanto como yo. Quería que todos me dijeran lo hermosa que era y me felicitaran como con todas mis otras piezas de cerámica. Pero nadie decía nada. Todos se miraban sonriendo y me sonreían a mí, pero nadie soltaba una palabra. Así pasaron muchos minutos, que se sintieron como horas, hasta que finalmente me animé a preguntar. —¿Y? ¿Qué les parece? Mi mamá se acercó a mi, me agarro de los hombros y me volteo hacía ella. Me dio un fuerte abrazo y un beso en la frente. Luego me dijo: —Es realmente una gallinita especial, no pierdas nunca esa emoción que sientes cuando haces cada pieza, no dejes de admirar tu trabajo y no esperes la aprobación de los demás para sentirte siempre orgullosa de lo que hagas con amor y esfuerzo. Han pasado ya tres años de ese momento y muchísimas hermosas gallinitas han salido de mis manos pero hasta el día de hoy, sentados en la mesa de madera del taller, todos recordamos esta historia: la historia de la gallinita con cola de colibrí, alas de garza y cuello torcido. Esa es la historia que le contamos a todas las niñas que se quieren rendir cuando una cerámica les sale mal. La historia del sueño de una niña, una historia de inspiración, de esfuerzo y de amor por las tradiciones de un pueblo. Esta es la historia de esa gallinita tan especial que está siempre llena de bizcochuelos, al centro de la larga mesa de madera del taller de cerámica. Mi nombre es María, soy una ceramista y esta es mi historia.




Sobre esas palabras que no conoces Achuni: también llamado coatí o mishasho. Es un mamífero pequeño, de color oscuro, trompa fina y cola larga, que vive en la selva sudamericana. Acre: árbol amazónico también conocido como caucho. Ayaymama: ave amazónica de tamaño grande, pico corto, con plumas de colores crípticos que la ayudan a camuflarse en los troncos rotos de los árboles. Su nombre viene del sonido que emite. Según cuenta la leyenda esta ave representa los espíritus de dos niños que perdidos en el bosque llaman a su madre lamentándose. Caimito: fruta amazónica muy dulce y sabrosa. Gran fuente de vitamina C. Chakra: palabra quechua que se refiere a las tierras de cultivo. Chapear: disolver la arcilla en agua para pasarla por un tamiz y sacarle las impurezas. Chunchullos: palabra quechua que significa tripa. Son las bandas cilíndricas de cerámica con las que se van moldeando las artesanías. Se colocan una sobre otra hasta darle la altura deseada a la pieza que se va a elaborar. Chujchero: pincel de madera hecho del cabello de las mujeres artesanas. Copal: árbol amazónico que bota una resina muy usada en artesanías y como medicina natural. Doncella: pez amazónico de color gris, adornado por bandas oscuras transversales.


Huambra: palabra quechua que quiere decir muchacha, niña, adolescente. Fariña: alimento ancestral de la amazonía, rico en fibra y proteínas, elaborado a base de yuca y tiene textura de harina granulada. Lagunas: es un poblado de la región Loreto, a orillas del rio Huallaga a 2 horas de la Reserva Nacional Pacaya Samiria, a través de la quebrada Tibilo. Lupuna: el gigante de la Amazonía. Este majestuoso árbol puede llegar a medir hasta 70 metros. Su tronco es ancho, muchas veces lleno de espinas gruesas y redondeadas. Sus raíces tabulares con forma de grades brazos, son usadas como refugio por animales y personas. Su madera es muy usada en la selva para construir canoas y balsas. Majaz: gran roedor nocturno, de piel manchada y sin cola, cuya carne es muy apreciada en la amazonía. También se le conoce como paca o zamaño. Malpasos: lugar natural donde existen fuertes corrientes de agua, desnivel y rápidos. Mijanada: es la época en que los peces migran en grupo hacia los grandes ríos, generando una gran oportunidad de pesca para las familias ribereñas amazónicas. Mocahua: envase de cerámica con forma de plato hondo, que sirve para tomar bebidas como el masato, chapo, chicha, etc. También es usado frecuentemente para colocar frutos o alimentos. Paiche: conocido también como pirarucu o bacalao amazónico, es una de las especies de agua dulce de mayor tamaño en el planeta. Su hábitat natural se encuentra en la cuenca del Amazonas.


Timbuchi: comida ancestral chazutana. Sopa hecha con pescado de río, preparada con sachaculantro, ajo y sal. Hoy en día es conocida como chilcano en otras ciudades. Se sirve con plátano sancochado y ají de cocona. Topa: árbol de madera ligera, muy usado para hacer balsas o artesanías. Sajino: mamífero silvestre parecido al cerdo, también conocido como pecarí. Shihuahuaco: árbol milenario de corteza rojiza de la selva amazónica. Puede llegar a medir alrededor de 50 metros de alto a los 700 años en promedio. Shitareo: pandilla muy alegre que se baila en las fiestas en Chazuta. Su nombre viene del shitari, un pez de la Amazonía. Shunto: palabra quechua para nombrar al horno tradicional que usan para la quemar la cerámica. Siquisapa: “hormiga culona”. Una especie de hormiga de gran tamaño que suele salir del subsuelo inmediatamente después de las lluvias. Es muy codiciada por la gente de San Martín, que las preparan sumergiendo sus cuerpos en agua salada y tostándolas en ollas de cerámica. Yanarumi: palabra quechua que significa piedra negra. Zúngaro: pez que habita en lagunas y ríos amazónicos. Se le conoce también como manguruyú o pez gato.



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