La historia de TÚ de Adriana Barrera

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Adriana Barrera


© de los textos y de las imágenes Adriana Barrera edición taller contar la propia historia Bogotá / Palma de Mallorca / Buenos Aires 2022


Adriana Barrera



Para Antonia y Felipe, Que siempre brillen sus alitas, Que muestren con orgullo su diferencia. Que encuentren en sus miedos oportunidades para crecer. Que no tengan miedo a equivocarse y sigan siempre su corazón. Que hagan del mundo un lugar cada día más amoroso. Que amen, amen mucho, amen siempre Y sobre todo que siempre se amen. Con amor, La tía loca.


Observando mis recuerdos, veo que todo está como tiene que ser, muy bien ordenado en el papel y en la memoria. Tan ordenado que se me olvidó sentir. Los observo, los toco, los leo, pero no los siento…



He recorrido mil paisajes, he estado en lugares mágicos, he dormido sobre la arena cálida, bajo el helado invierno, he acampado en grutas y minas, sobre dunas y montañas, he visto mares verdes, azules y grises, mares revueltos con furia estrellándose contra las rocas y mares muertos en paz.


He visto reyes africanos sentados en su trono, he comido hormigas, ratones, perros y ballenas…


Pero nada, ni las lujuriantes selvas húmedas donde la vida se expresa sin pudor, me ha hecho revivir…



En mis recuerdos tan bien ordenados no hay nadie… no hay ningún enamoramiento, ninguna rabia, ningún dolor… las muertes pasan, los nacimientos no se ven... Aunque quizás en esas cajas haya algo más… Algo con los que tejes ese gran TÚ que desde pequeña te dijeron que debías ser… ese TÚ bien peinadita, robusta y tiesa.



Pero TÚ no siempre fue así. Nació conmigo un domingo de octubre. Ese día no fue fácil, teníamos miedo de salir, hasta quisimos devolvernos, pero unos hombres grandes con bata blanca, con fuerza y fórceps, nos sacaron de ahí sin preguntarnos nada…


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Al principio TÚ pasaba horas inventado historias galácticas, haciendo exploraciones subterráneas, hacía largos viajes usando un par de alitas tímidas que afloraban de sus escápulas, dos alas naranjas, con la punta dorada. TÚ amaba pintar, vibraba con los colores, pasaba horas entre recortes, hojas, pinceles y pegantes, escarchas, masas y plastilinas. Adoraba la sensación de la arcilla húmeda en sus tiernas manos, moldear, sentir, ¡dar vida! Le gustaba cantar y hablar a solas, le contaba sus sueños al viento para que volaran.



TÚ empezó a crecer. En los mundos galácticos podía decidir con quién viajaba, pero en este mundo era diferente: había otros niños y había adultos, tenían voces fuertes y afinadas, algunas chillonas y penetrantes. Había gente malhumorada, seria y apresurada y entre los más pequeños gritos y pataletas. TÚ observaba. Veía un enorme desorden donde raramente la gente se tomaba el tiempo de parar… todo era prisa, todo era estrés. Sin embargo, en este mundo había cosas bellas: florecitas que atravesaban el cemento, y un montón de rayas en los pisos para jugar a no pisar, había helados de chocolate y regalos de navidad. Pero por alguna razón los adultos ya no podían verlos.



Y en ese mundo de afuera había muchas reglas, cosas importantes, decían los adultos, cosas que te enseñan como tienes que ser. Había formas de hablar y de vestir. No podías vestir como quisieras, aunque amaras esa falda de pepas verdes con fondo rojo ¿Qué por qué? No lo sé y TÚ tampoco. Solo se apresuraba a tomar nota de todo para aprender bien la lección, quizás sería porque esas pepas llamarían la atención de los pasantes grises y aburridos que siempre tenían afán… El afán era algo común, el afán debía ser algo serio e importante.


Tampoco podías hablar con extraños, en las instrucciones claramente decían: Cuidado con los hombres, ellos solo buscan sexo. Cuidado con los azules, no son de tu mismo color. Cuidado con hablar duro. Cuidado con pedir más. Cuidado con pensar diferente. Cuidado con creer que puedes cambiar al mundo. Cuidado con ser artista porque te mueres de hambre… Cuidado con ser soñador. Cuidado con contestar mal. Cuidado con tener mala cara. Cuidado con decir no. Cuidado con no saludar.. ¡Cuidado con tener forma de estrella… en este mundo afanado solo somos cuadrados! pfff. ¡Cuidado, cuidado, cuidado!



Eran tantos cuidados que TÚ estaba abrumada, tantas reglas ya no cabían en su cuaderno. Empezó a anotarlas en postits que se pegaba en la frente, en los brazos y en el vientre, pero se caían… ¡y eran tantas! Entonces TÚ creyó que lo mejor era cosérselas sobre el cuerpo, pegarlas tan profundamente en el alma, que ya no las pudiera perder.




TÚ comenzó a ir a la escuela y creyó que ahí sería más fácil encontrar su lugar. Era cortés y amorosa, muchas veces solitaria, era linda. Pero era diferente y es difícil ser diferente, los demás no la entendían… o ella no entendía a los demás. Y es que mi TÚ aun tenía sus alitas.


Y los niños se burlaban de ellas. Las jalaban, les pegaban chicles en las puntas, decían que tomaban mucho espacio en la fila de clase, que no podían ver, que eran feas, que brillaban demasiado, que cómo podía ser alguien con ese adefesio pegado en su espalda, que se iría al infierno, que nadie nunca jamás la amaría… Entonces TÚ ideó un plan perfecto.




Con cada herida retiraría poco a poco, para que no doliera tanto, esas alitas naranjas… Lo que TÚ no sabía era que entre pluma y pluma en esas alitas iba escondida la emoción…


Y así crecí, y mi TÚ se quedó pequeñito. Más tarde supe que todos tenemos un TÚ y que los TÚS siempre viven pero no crecen mucho, ellos solo llevan las memorias de la infancia. Con el tiempo decidimos escucharlos cada vez menos, pero ellos siguen ahí, agarraditos a nosotros, unidos por una cuerda dorada para no perderse.


Un día, aburrida de tanto orden decidí escarbar, caja por caja, entre recuerdos, miedos y dolores… Entonces me encontré con aquella cuerda dorada polvorienta, pálida y enredada. Con cuidado y paciencia, limpié y desenredé cada nudito. Jalando y jalando la tensión de la cuerda se hacía más fuerte… no quería romperla. ¡Y entonces la vi! Ahí estaba TÚ, aferrada a esa cuerda, un poco asustada y sucia, pero ahí estaba.


En el instante en que la vi, recordé lo que era sentir. Sentí tristeza, alegría y miedo, sentí emoción y ternura. ¡Sentí! ¡¡¡Sentí tantas cosas!!! Con amorcito me acerqué a TÚ y la miré a los ojos, y en ella me volví a ver. Con pañitos de amor propio y escencias de flores limpié cada llaguita que tenía, con aguja de punta roma descosí, uno a uno, los preceptos que con hilo rojo había cosido sobre su piel.



Y día a día en cada viaje TÚ y yo cantamos juntas. Nos abrazamos cuando la tristeza se asoma y celebramos cada nuevo amanecer, aveces nos enojamos y siempre nos escuchamos. Y ahora vamos vestidas de rojo y verde, sin miedo al juicio, cogiditas de la mano. Muy felices y perfectamente imperfectas.




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