PODERES de Paloma Rodríguez

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PODERES Paloma Rodríguez




© del texto y de las ilustraciones Paloma Rodríguez Edición taller contar la propia historia Vic-Fezensac, Francia / Buenos Aires, Argentina 2021


PODERES Paloma Rodríguez



Dedico este relato a todos los que creen en la magia de la vida. Especialmente a mamรก y a Toby, con amor.



I

LA NIÑA


L

a niña llegó al mundo con la certeza de que estaba de paso.

Desde muy chica asombraba a los padres con frases salidas de no se sabía dónde. Como cuando dijo a la madre «cuando yo era un ángel te elegí para ser mi mamá», o cuando, ante preguntas complejas, respondía «no os preocupéis, eso lo sabremos cuando nos muramos».


Aunque sus padres no eran especialmente religiosos, sólo iban a misa para asistir a bodas, bautizos y comuniones (los entierros llegarían más tarde), la niña rezaba todas las noches. A veces con verdadera fe y otras por superstición. Había comprendido desde muy temprana edad que era necesario mantener una buena relación con el «más allá», donde fuerzas de poderes incontestables e inconcebibles podían afectar al rumbo de la vida en un abrir y cerrar de ojos. Ese más allá abarcaba todo lo incomprensible: desde los ángeles guardianes, pasando por el desarrollo de las capacidades mentales, hasta las propiedades curativas de las plantas medicinales.



II

EL PADRE


E

l padre, muy dado a aficionarse a todo lo que se saliera de la

normalidad, aprovechaba cualquier reuniรณn familiar para hablar de sus temas favoritos: las civilizaciones antiguas, los extraterrestres, la evidente relaciรณn entre ambos, el maravilloso mundo de las pirรกmides, los poderes del magnesio, los templarios o los viajes astrales.


Tan natural era tener este tipo de conversaciones que la niña practicaba regularmente la concentración con el fin de doblar cucharas, como había visto hacer en la tele, aunque no comprendiera su utilidad. Mover objetos sí que le parecía más práctico; comunicarse telepáticamente con los animales hubiera sido simplemente genial.



III

LA MADRE


A

la madre no le interesaban tanto estos temas esotérico-

paranormales. De hecho no le interesaban en absoluto. Solamente formaban parte de la vida cotidiana de la misma manera que hacer las camas, preparar la comida, peinar a las niñas o forrar los libros del colegio. Así que también participaba cuando, durante las vacaciones de verano en el campo, todos salían por la noche a la pradera de delante de la casa, donde había menos luz, se tumbaban


en chaises-longues, y se quedaban observando el cielo, la Vía Láctea y las constelaciones, buscando platillos volantes o cualquier otro signo de vida extraterrestre. Todo estaba bien, todo podía ocurrir. No eran temas para compartir en las comidas con otros familiares ni con los vecinos, pero dentro de casa se podía hablar de todo aquello con total normalidad.



IV

LAS HERMANAS


E

ran dos. Una cuatro años mayor que la niña y otra dos menor.

Nacidas el mismo día, con seis años de diferencia, bajo el signo de Leo. La mayor se parecía claramente a la madre; la menor, al padre. La niña, balanza entre dos leonas, no se parecía a ninguno de los dos. Las tres, que en aquella época discutían, o mejor dicho se peleaban regularmente, estaban siempre de acuerdo en participar con gran entusiasmo en cualquier actividad propuesta por el padre.


Todas creían que cada una de ellas era la que más capacidades mentales podía desarrollar con las prácticas familiares. Para desconsuelo de las hermanas, el padre siempre decía, dirigiéndose a la niña: «tú tienes poderes».



V

LOS VIAJES ASTRALES


C

on excepción de la madre, toda la familia se puso manos a

la obra, o mejor dicho espíritu a la obra, cuando el padre propuso una nueva actividad: iban a realizar viajes astrales. La niña no sabía qué era aquello, pero cualquier cosa que tuviera que ver con viajar y con los astros, resultaba apasionante. Así que escuchó con mucha atención cuando el padre les explicó que los seres humanos poseemos dos cuerpos, uno físico y otro astral, unidos por una especie de delicado cordón umbilical. Cuando morimos, este cordón se rompe, dejando que el cuerpo astral vuele libremente hacia el más allá. Con estas premisas la propuesta de los viajes astrales tenía, como toda aventura, algo de peligroso y, por ende, de interesante. Comenzaron las prácticas. El padre había aseverado que el cuerpo astral podía viajar a nuestro antojo, solo hacía falta un poco de entrenamiento para llevar el timón de esta extraordinaria nave. Nadie tenía el manual de instrucciones, por lo que dieron por sentado que la voluntad bien dirigida bastaría para conseguirlo.


La niña se esmeraba todas las noches en dominar este segundo cuerpo sin mover el primero. Mucha concentración y un deseo muy fuerte eran las únicas armas frente a lo desconocido. Ella se imaginaba conociendo nuevos países, visitando desde los aires cordilleras y océanos; contemplando a las focas, las jirafas y los osos polares; descubriendo las costumbres de tribus desconocidas... Fue bastante decepcionante cuando el padre, en un brote de humildad, sugirió que para comenzar los entrenamientos podían intentar viajar a la casa de los vecinos, con los que mantenían una fuerte amistad y a los que veían casi a diario. La niña se preguntaba con escepticismo qué haría de original esa familia a la hora de dormir para merecer semejantes esfuerzos. No obstante, lo intentó cada noche, como sus hermanas, pero el libro de viajes que habían preparado para anotar las experiencias de las expediciones, permaneció con las páginas en blanco.



VI

LA RELAJACIÓN


E

l fracaso con los viajes astrales no melló en absoluto el espíritu

aventurero del padre, quien inmediatamente se puso a estudiar una técnica de relajación gracias a un curso por correspondencia. Recibía cassettes por correo que escuchaba cotidianamente, cuando regresaba del trabajo, encerrado durante horas en el dormitorio. Los sonidos que salían a través de la puerta intrigaban a la niña. Una especie de silbidos, en su mayoría agudos, que no formaban ninguna melodía. Algo parecido al canto de las ballenas pero con menos poesía. Una vez dominada la técnica, el padre comenzó a relajar a las niñas. Cualquier ocasión era buena: un dolor de cabeza, los nervios ante un examen, una pelea entre hermanas, todo se arreglaba, o al menos mejoraba, con la relajación. El primer paso era visualizar el cuerpo como si fuera un globo rojo que se iba deshinchando poco a poco. Ninguna comprendía el porqué del color, pero era tal la confianza en las capacidades paternas que la pregunta nunca se formuló o, si se hizo, no tuvo respuesta.


El único fallo del sistema vino cuando, cansado de guiar tantas sesiones en su tiempo libre (en una casa con tres niñas siempre había motivos para practicar), el padre decidió grabar las frases que pronunciaba regularmente de manera que las niñas pudieran practicar siempre que tuvieran necesidad. Todo estaba bien hasta que, casi al final de la cinta y cuando ya se había alcanzado una relajación profunda, se escuchaba la voz seria del padre diciendo «estás relajao, relajao, ralajao...». En este punto las niñas prorrumpían inevitablemente en un ataque de risa que rompía el hechizo y echaba por tierra el trabajo realizado. Pero el humor había cambiado y se podía seguir estudiando, o leyendo, o jugando, con otra actitud.



VII

LA HIPNOSIS


E

l padre, que no sabía nada del fiasco final de sus grabaciones y

muy orgulloso ante el éxito de su último descubrimiento, decidió ir más allá: dar un paso de gigante hacia los estados de trance y la hipnosis. Las cobayas serían como siempre las hijas, que se prestaban sin dudar a todas las experiencias que proponía. Practicaron durante semanas realizando sesiones de hipnosis en grupo. Las niñas sentadas en sillas frente al padre, que iba guiándolas desde la relajación al trance. La primera fase se realizaba con los ojos cerrados. Después, una vez relajadas y siguiendo las indicaciones del padre, los abrían para concentrarse en los movimientos del péndulo de fabricación casera.


Si bien ninguna de las niñas reconoció haber sentido nada de extraordinario, la experiencia era tan divertida que pronto corrió la voz entre las amigas del colegio. El padre se encontró hipnotizando a una decena de niñas que, a la salida de la escuela, iban a esa casa donde pasaban cosas inusitadas. Se instalaban en el salón para tener más espacio, mientras la madre preparaba la merienda para todo el grupo, a pocos metros de distancia y canturreando algún éxito del momento.



VIII

LAS PIRÁMIDES


L

a época de las pirámides fue especialmente entretenida.

Después de leer varios libros sobre los poderes extraordinarios de estas estructuras, el padre decidió probar sus efectos en la propia piel y en la de su progenitura. Para lo cual construyó una gran pirámide de cartón rígido de aproximadamente un metro de lado. Para unir las aristas utilizó cinta adhesiva de embalar de que la que había en su empresa, roja con el logotipo blanco repitiéndose rítmicamente. Esto atenuaba un poco el aire solemne de la construcción, pero no se podía negar que cumpliera su función - y eso era otra de las cosas que interesaban al padre, que los objetos fueran prácticos aunque perdieran en estética-. Luego colocó unos hilos de nylon, de ésos que se usan para pescar: uno en el vértice superior, para poder suspenderla del techo de su habitación, y otro en uno de los laterales, gracias al cual y con la ayuda de una brújula, conseguía orientar el artilugio al norte, como debía estar para obtener los máximos beneficios. Pasó una temporada sentándose en la cama, bajo la pirámide, en una especie de meditación, esperando que los famosos poderes se dejaran sentir.


Para las niñas había construido unas pequeñas figuras, también en cartón, bajo las que dejaba vasos de agua. Cada día ellas debían beber el agua del vaso que llevaba más tiempo bajo las influencias cósmicas, con la intención de que los influjos piramidales acabaran con los pequeños problemas de salud, como esos insistentes eczemas en las manos o las migrañas. El sistema no dio los resultados esperados, ni para ellas ni para él. Así que un día decidió pasar a otra cosa pues, como explicó en reunión familiar, el único cambio que había observado era la aparición de fuertes dolores de cabeza durante sus momentos de concentración. La madre tampoco se quejó de esta afición mientras duró, aunque sintió un gran alivio cuando pudo, por fin, abrir el armario sin tener cuidado de no enredarse con el famoso hilo de orientación.



IX

LOS PODERES


C

omo era de esperar y gracias a estas extrañas prácticas, la

familia desarrolló capacidades que la hacían un poco especial. Las hermanas adquirieron cualidades extraordinarias. La mayor, la aceptación y la paciencia. La menor, la generosidad y la hospitalidad. Ambas, un sentido del humor que tenía la propiedad de iluminar cualquier sombra. La madre siguió sin interesarse a los ejercicios familiares, seguramente porque no los necesitaba. Ella lo sabía todo, lo oía todo, lo veía todo, lo encontraba todo y lo solucionaba todo. Los problemas se volvían pequeños o insignificantes o inexistentes cuando ella operaba su magia natural. Y siempre sonreía. El padre soñaba que era capaz de recorrer grandes distancias dando saltos kilométricos a través de valles y montañas. Aprendió a hablar inglés mientras dormía; con el inconveniente de que cuando despertaba no se acordaba de nada. Practicó durante años la imposición de manos sobre las cabezas de sus hijas, lo cual les transmitía confianza y seguridad antes de cualquier prueba escolar. Incluso las amigas, tal vez aún bajo los efectos de la hipnosis, iban a la casa los días anteriores a los exámenes a recibir la susodicha imposición.


La niña, como había presagiado el padre, comenzó a desarrollar poderes que la hacían un poco especial. No consiguió realizar viajes astrales, aunque a veces tuvo sueños de un irreal realismo que tenían ese aroma de los eventos importantes que conviene guardar en la memoria. Una vez vio a un Rey Mago. Y otra vez a Drácula delante de la puerta de su habitación. Los pájaros aparecían en su vida en momentos cruciales, trayendo con ellos mensajes de los seres queridos que ya habían partido. A veces podía cocinar platos exquisitos cuando casi no quedaban ingredientes en la nevera. Descubrió que, si se concentraba, sus manos emitían calor. Aprendió a escuchar con los oídos tan abiertos que ningún sonido o palabra cobraba más relevancia que otro, lo cual era muy útil cuando se encontraba en un ambiente ruidoso porque, siendo la escucha un don contagioso, cuando se expande, el ruido desciende. No movió objetos con el poder de su mente, pero descubrió que podía moverse hacia ellos para alcanzar sus metas. Eso sí, como nunca entendió cuál era su utilidad, dejó de intentar doblar cucharas.





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