ROMPECABEZAS de Mónica Yaconi

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Rompecabezas En algún lugar de Santiago…

Mónica Yaconi


@del texto y de las ilustraciones Mónica Yaconi Edición taller contar la propia historia Santiago de Chile / Buenos Aires 2021


Rompecabezas Mónica Yaconi



En algún lugar de Santiago…

Mucho alboroto en el espacio, el canto de los gorriones impregna de amor los rincones de la casa. La nana ordena, los niños juegan, la madre observa su figura en frente del espejo, la miras extasiada. Suena el timbre, es la una de la tarde, silenciosa te deslizas arrastrando tu cuerpo por el piso. Sentada en el suelo y aferrada a los barrotes del balcón ves a tu madre salir de prisa. El auto azulino, estacionado frente a la reja, parece una nave espacial. El hombre de rostro alegre y bigote espeso la abraza.

Los observas desaparecer en una nube blanca.


Desolada reptas a la pieza. Tu nana arregla la ropa, pacientemente hermana los calcetines huachos. Te abraza y recuerda que es miércoles, los espera un día de paseo. Emperifollada con su mejor vestido sale con sus cinco polluelos rumbo al parque de diversiones “Diana”. Después de un buen rato parten a la “Gallina”. Se sientan en la mesa acostumbrada, en el centro del lugar. Todo allí huele a dulce, de las paredes chorrean los almíbares, merengones decoran las lámparas, y los calzones rotos espolvoreados con azúcar flor suspenden en el aire los sentidos. Los churros y sopaipillas con chancaca son los preferidos de la nana. Antes de que oscurezca dejan el lugar, felices corren a tomar el bus. La nana los deja durmiendo y parte a su pieza soñando con la salida del próximo mes.




Cerca de la cordillera

Sola, juegas con la tierra. Te tiras abriendo los brazos, miras hacia el cielo, cierras los ojos y sueñas. Jocosa te tapas el rostro, dejas colarse la luz abriendo los dedos. Rodeada de árboles bautizas a cada uno con un nombre: Juanito el perfumado mandarino, Benito el manzano verde, y Danielita el jugoso limonero. Los haces tus amigos. La oscuridad persiste, pestañeas y el negro se impone. Lo observas mover las manos.


Lejana, entre cerros y arena, estás sentada en el auto arriba de sus piernas, como muchas tardes. Te llena de caricias y no se detiene. Eres ángel atrapado en las garras del demonio. Firme, sigues agarrada al volante.




Nace la flor

En el colegio te sientes incómoda, le pides permiso al profesor para ir al baño. Aterrorizada, con sangre en las manos, imploras ayuda. Pensaste que te desangrabas tirada en ese frío y húmedo lugar. Una compañera te calma contándote lo que en verdad sucedió.


Llegas a la casa en busca de tu madre. Ella sonriente te explica que eres mujercita. No comprendes. Recuerdas que una vez quisiste usar medias transparentes, tu madre te dijo que podrías hacerlo solo cuando fueras mujercita. Pasan los días y floreces, te vistes usando las pantys que ella te regaló.



Cohibida, circulas por la casa. Levantas el rostro y lo ves sentado al lado del padre. Lucifer ha vuelto. Te armas de valor y narras lo vivido hace un tiempo. No te creen. Encerrada en el baño sollozas sosegando las heridas.




Los recuerdos

Fantasmas y arpías te agobiaron durante muchas noches. Cubierta con las sábanas hasta la cabeza, apenas podías respirar. Los pies se te iban a la cama de tu hermana, te pegaste a ella como lapa. Se pasearon por meses intercambiando de lecho. Se convirtió en un rito. De madrugada te acurrucaste en el cuerpo generoso de la nana. Le narraste angustiada sin saber bien lo que quisiste borrar. Te abrazó tan fuerte que casi te despoja de la piel. Juntas tramaron un plan…


Lucifer apareció y dejó marcadas las huellas en el piso de madera. El talco lo delató. Ese fue su final.



Pasó el tiempo, la tormenta en tu corazón amainó. Tu nana pasó a ser la confidente.


Tu madre lo había pasado muy mal, no ibas a ser tú quién destruyera su mundo perfecto. Escondió la cabeza durante largos años compartiendo viajes y tertulias junto a su cuñado. Jamás lo encaró. El demonio siguió instalado dentro de la familia.




No recuerdas hasta dónde llegaron esas caricias…



Lo divisaste un par de veces esperando el bus. Agarrada firme al volante, pisaste el acelerador. Te perdiste en el camino.




Epílogo

El día en que Lucifer se desvaneció volviste a nacer. Tu padre creyó en ti y te pidió perdón.


Después de vivir cuarenta y dos años con la familia, la nana se fue a su casa propia.



Tu madre y tu padre se fueron a vivir al campo…



La niña que fuiste se transformó en una feliz madre de cinco hijos.



La nana murió rodeada de sus cinco pollos. Tenía los audífonos puestos y la transistor que le regalaste para un cumpleaños entre las manos.




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