María Soledad Albisu
Los científicos dicen que estamos hechos de átomos, pero a mí un pajarito me conto que estamos hechos de historias. Eduardo Galeano Con profunda gratitud A Dios y a mis Padres que me regalaron la vida. A mis Hermanos con quienes comparto el afecto de familia. A todas las personas que me dejaron una huella en el corazón.
@de los textos y de las imágenes María Soledad Albisu edición taller contar la propia historia Buenos Aires 2021
SOL SOLEDAD EDAD María Soledad Albisu
Todos los mayores han sido primero niños pero pocos lo recuerdan. Antoine de Saint Exupery Un agradecimiento especial a mi niña interior
¡Mamá, tengo miedo, no puedo dormir!. Era la frase repetida de todas las noches. Siempre tuve miedo a la oscuridad, a los fantasmas que se me aparecían con formas diferentes.
Yo quería que mamá me agarrara de la mano. Pero ella siempre me decía: No tengas miedo, no pasa nada, pensa en algo lindo y de a poco va a venir el sueño. Entonces se activaba mi imaginación. Empezaban a aparecer las imágenes, los colores. De a poco se iba el miedo y al final me quedaba dormida.
Tenía un sueño que se repetía, soñaba que caminaba y caminaba sin parar, buscando algo. De pronto comenzaba a tomar altura y a despegar del suelo, me encontraba flotando en el espacio y cuando miraba hacia abajo…
…me veía a misma, chiquita, sola, parada sobre un globo terráqueo, como el que teníamos en casa. Tenía un cartelito en la mano que decía ¿para qué? Después no me acuerdo que pasaba. Era como una historia sin terminar.
Siempre nos juntábamos a jugar los cinco más chicos. Éramos la última tanda de quince hermanos, diez varones y cinco mujeres. Para mí era normal ser parte de una familia tan grande. Recién me di cuenta cuando comencé primer grado y tuve que dibujar a mi familia: todos salían al recreo y yo seguía dibujando.
Había dos preguntas que no me gustaban de niña. La primera era: Y ella ¿qué número es? La número once. ¡La número once! La mayor de los cinco más chicos. Una nena entre siete varones. ¡Cuántos números! Me confundían la cabeza. La otra pregunta que tampoco me sonaba bien era: ¿Cómo se llama la nena? Soledad. ¡Ah que lindo nombre pero qué raro llamarse Soledad entre tantos hermanos! Se me hacía un nudo en la panza. Me sentía sola.
Yo jugaba con mis hermanos a la pelota, a los autitos, a las figuritas, a trepar a los árboles, a las carreras, como uno más. Siempre después del cole venia el momento de la tele. Nos sentábamos alrededor mientras tomábamos la leche con mis hermanos. Cuando se hacia el click, también se encendía mi imaginación. Todo cobraba una magia especial. Me metía en los personajes y era parte de esas historias.
Teníamos una especie de niñera, que a veces cocinaba, planchaba y también nos cuidaba. Una mujer descendiente de alemanes, muy buena y habilidosa pero también firme y exigente. Mi sensación de niña era su preferencia por los varones. No me daba celos, pero me sentía diferente.
Papá y mamá eran dos personas admirables, los quería mucho pero les tenía santo respeto también. Eran gigantes, unos gigantes muy buenos, pero algo lejanos porque siempre estaban ocupados. Papá trabajaba todo el día y llegaba de noche y mamá se ocupaba de la familia y de la casa.
El momento sagrado para papá era la hora de la cena, cuando estábamos todos. La mesa grande y ovalada era la de los mayores. Llena de conversaciones de distintos temas. También estaba la mesa de los más chicos. Cuando los grandes hablaban, los niños hacíamos silencio. Había que escuchar. Papá era un gran médico, trabajador, exigente, muy sociable y amigo de hacer favores. Cuando llegaba tarde nos traía un bombón. No me dormía hasta que él llegaba.
Mamá era ama de casa, estaba con nosotros todo el tiempo. Ocupándose, resolviendo, cuidando. Incansable. Recuerdo el ruido que hacían sus pulseras, cuando escuchaba ese ruido sabía que ella andaba por ahí haciendo algo. Me gustaba sentarme con ella en la cama grande a hacer collares de mostacillas y ordenar la caja de las fotos familiares. Yo le preguntaba el nombre de cada uno, y ella me recordaba alguna historia. O cuando me ayudaba con alguna tarea o algún dibujo para la escuela. En esos momentos yo creía que estaba para mí sola.
Con la que me sentía especial, era con mi abuela materna, era tierna y alegre. Mis abuelos vivían con nosotros. Ella siempre nos sacaba una sonrisa, suavizaba las dificultades y se daba sus ratitos para acompañarnos a la escuela, a la plaza o a pasear.
Una noche tuve otro sueño más largo. Soñé que estaba en un bosque, era de noche, estaba muy oscuro y hacía mucho frío, estaba sola y sin protección, tenía miedo. Me quedé muy quieta y acurrucada hasta que amaneció. Cuando empezó a aclarar un poco, comencé a caminar y a caminar, estaba un poco desorientada pero seguía adelante.
Después de un tiempo me encontré en un país diferente al mío, hablaban otro idioma y vestían de otra manera. Me quedé allí no sé por cuanto tiempo, pero creo que mucho. Me sentía bien. Era un buen lugar. Después empecé a sentirme triste y sin ganas. Entonces me fui.
A medida que avanzaba fueron apareciendo nuevos caminos que nunca había recorrido antes pero que tenían algo en común: los colores que yo tanto amaba. De a poco fui recuperando la fuerza y la alegría, sentía mis pasos y hasta ganas de saltar. Subí corriendo por una colina y al final del camino encontré una casa con un jardín lleno de árboles y flores.
La puerta estaba abierta y entré. Me iluminó un rayo de luz que entraba por la ventana y que rebotaba en el espejo. Me acerqué y encontré un cartelito que decía: “te estaba esperando”. En ese momento me desperté.
¡Al fin encontré lo que tanto había buscado!
Por suerte la vida me regaló la posibilidad de reencontrarme conmigo misma y estar a gusto en mi piel, poniéndole sol a mi edad.
La peor Soledad es encontrarse incómodo con uno mismo. Mark Twain - Literatura 451