UN SUEÑO A LA MADRUGADA Constanza Fabiani
Šde los textos y las ilustraciones Constanza Fabiani Edición taller contar la propia historia Buenos Aires, julio del 2020
Un sueĂąo a la madrugada Constanza Fabiani
La madrugada estรก viva.
Ahí está. La tranquera de entrada al jardín, su pintura verde agua, áspera y craquelada. Justo al lado de la despensa, la casa tomada por ratones muertos de hambre, que agujereaban las cajas de yerba taragüí y mascaban las bolsas de papa con sus macabras paletas roedoras. Frutas, verduras, arroces, polenta, fideos. Mucha comida para el invierno.
Bajo derecho por la puerta de la despensa y siento lo ĂĄspero de la escalera, hecha con piedras fĂłsiles y cemento. Aterrizo en el jardĂn enfrente de mi casa.
Me arden las rodillas… Es que me caigo, por torpe, por atolondrada o porque mi hermana me pellizca el culo o hace alguna cosa por mi espalda, para provocarme y dejar claro que ella es la hermana mayor. —¡Isabella! ¡Me dejaste una frutilla! Escucho un ritmo percusivo, de más lento a más rápido. Es el motor de luz. Siento el alivio de que haya luz en casa. A eso de las once, el miedo al silencio cuando se apaga. Entonces… “la de 36”… —¡Prendé la de 36!
Tardé bastante en entender que así le decían en casa a la luz que sí funcionaba de noche. Me desperté con la luz prendida, pensando en eso y con una sensación rara en el cuerpo, como de haber dormido entre piedras. Solo tenía fresca esa escena del sueño, y la voz diciéndome que prendiera la luz. Sabía que, si esperaba un poco, vendrían más detalles, más momentos. El sueño había sido largo y tuve que esperar a despabilarme para que apareciera completo. Me senté en la cama y estornudé… El viento patagónico y su polvo mágico…
Llegué ayer, me hubiera gustado cruzar en la barcaza, pero como vine de Buenos Aires llegué en avión. Me recibió la Isla helada. Mi hermana volvió a vivir en el campo pero más lejos. En vez de “La madrugada” se llama “Despedida”. No hay ovejas, hay vacas. No hay mar. Hay cordillera y ríos helados. No hay malaspina. Hay ñires. La plaga no son las liebres, son los guanacos. Y en vez de piches hay castores. La casa no es de ladrillo, es de chapa. También hay motor de luz, pero desde acá no se escucha. Al lado de mi cama hay una estufa que hace ruido. Me siento en la cama tapada hasta la nariz y entiendo que estoy despierta, que ese ruido es ese ruido.
Anoche tuve miedo y dormí con la linterna del celular prendido. Miedo de escuchar la nada. Pensaba mientras daba vueltas en la cama “¿por qué ladran los perros? ¿hay alguien afuera?”. Quería irme corriendo a la cama de mi hermana. Pero ahora tiene marido, una hija y un bebe recién nacido. Me aguanté las ganas, ya tengo casi veintinueve. Yo tengo un gato, dos hermanos y dos hermanas, una guitarra y un clarinete. No tengo marido ni proyecto de. En Despedida hay wifi, no hay que hacer quince kilómetros hasta los acantilados con la valija de celular motorola a buscar señal. Así que le escribí un mensaje, para saber si estaba despierta, si su marido ya se había ido y si dormían los pequeños. Y me fui a su cuarto.
—¿Te acordás de nuestras camas? Eran iguales. De esa madera fuerte, llena de vetas. Los veladores, también, blancos y con florcitas… tan mamá. La mesita de luz tenía unos cajones para guardar las pantuflas. El tuyo siempre estaba ordenado. ¿Te acordás también de los cubrecamas? Yo sí. Rosa viejo… y claro, con florcitas. Tu cama, tenía el perrito arrugado marrón y el hipopótamo que te regalaron cuando naciste. En mi cama el koala gris, que tenía un cierre para guardar pijamas…
—Vos eras mucho más valiente que yo. A mí el ruido del calefactor me daba miedo, tenía que dormir siempre mirando para tu lado, porque si miraba la pared soñaba cosas feas… Las paredes de madera estaban llenas de monstruos. Siempre terminaba pidiéndote que prendiéramos el velador. ¡Como te molestaba! ¿Y cuándo mamá nos leía Charly y la fábrica de chocolate en voz alta? No me acuerdo mucho más, pero sé que se sentaba en mi cama a veces y otras en la tuya. ¿Vos te acordás? ¿De qué te acordás? ¿Te dormiste? Dale, ya son las 8…
—Estoy despierta. Falta que me abras el ojo y me digas: ¿Estás despierta? Te acordás que le hacíamos eso a papá… ¿Papá estás despierto? Qué densas. —Anoche no me podía dormir. Soñé con el campo. ¿Será la vuelta de Saturno? —Bueh… vos y el esoterismo.
—Fue como que volví. La luz seguía siendo generada por el motor a gasoil. La alfombra del cuarto era la misma, y los dibujos en los nudos del machimbre del techo también. ¿Te acordás? —Sí, de mi lado había muchos más dibujos… —Había como una luz, entre oscuro y claritos de sol de “casi-noche”, ahí en el lugar del mueble de las muñecas, había una caja cubierta por una gruesa capa de polvo… Un asco, mucha mugre. Me paraba a mirarla y decía con el ceño fruncido… “MALO”, “TONTO”… Como que estaba convencida, de que los que habían hecho esa mugre, eran ellos…” —¿Ellos?
—Si… ellos, vos sabes quiénes. Entonces mientras gritaba mis malas palabras de nena campera que no sabía putear y medio lloriqueando decía algo así como: “seguro la dejaron ellos”. —Que hijos de mil… —Monstruos… Soplé el polvo, suspiré y me guiñé el ojo con la bruja de al lado de la puerta, y el conejo que estaba arriba del calefactor. Conté hasta tres, miré por la ventana y vi que algo brillaba. Naranja flúor. —¡La casita de los pájaros! —El techo estaba despintado y se asomaban unos resabios de paja seca, algo así como un nido… En realidad, nunca había nidos en esas casas, eran medio ilusorias . —La mía sí tenía nido. —Bueno, seguro era la tuya entonces. Caja, polvo, objeto desconocido. Me creía mágica, ponía las manos arriba de la caja, como para adivinar qué o quién la habitaba. Suspiré fuerte, con ruido a mocos y con el último chorro de aire, saqué lo que quedaba de polvo… ¿Te dormiste? —¡No! Dale. Apurate, antes de que se despierten …
—Miré y vi una tijereta en mi dedo chiquito. Pegué un grito, de esos exagerados. —Una vez, te salió una tijereta por la bombilla del mate… y otra vez te tocó en un helado. —Las “criaturas” del machimbre, abrían los ojos muy grandes y me decían: “che, ya te olvidaste de los bichitos”. Miré por la ventana y salía un pajarito de su rancho… me quedé mirando sorprendida y dije: “h, pero estamos todos”. Ese momento fue rarísimo. Como si de repente, dentro del sueño me hubiera dado cuenta de que estaba soñando, e hice un esfuerzo para no despertarme. Bueno… me dio sed y corrí por el pasillo, hasta la cocina. La madera del piso seguía igual de ruidosa y a la derecha seguían estando los monstruos de la chimenea.
—¡Ja! Te daba un miedo mirar para ese lado… me acuerdo. —Sí, es que era muy oscuro y si había luna se veían al fondo la sombra de los cipreses moverse con el viento…Pero a vos también te daba miedo. Y me pedías que te trajera agua. Busqué el agua. Y volví al asunto. Conté hasta tres, me tapé la nariz, cerré la boca, después canté una canción, salté cinco veces y abrí la caja. —Loca. —Cuando la abrí, crujieron las maderas de todo el cuarto y el techo se rió muy fuerte. Ahí estaba la caja abierta, ya sin polvo… y adentro… —¿Una oveja miniatura?
—No “salama”… una zanahoria de la huerta. De las chiquititas. —¿Te acordás que no comías verduras? Siempre hacías un esfuerzo para comer… ibas a la huerta y sacabas una, la lavabas y después te daba asco, tenías arcadas y la metías en la canilla que estaba al lado de las rosas de mamá. Ahí donde estaba ese pedacito de cemento raro y jugábamos a aplastar fósforos con una piedra para que hicieran chispas… Igual no entiendo, ¿por qué una zanahoria en la caja? —Ves, vos también te acordás cosas. Agarré la zanahoria… con mi mano izquierda… y me la llevé al pozo de las piedras, arriba en la loma del “nochero”. —Donde llorabas a escondidas cuando mamá o papá te retaban. —Sí… la escondí entre las piedras y cerré los ojos para dejarla ir.
—¿Cómo? —No sé… es un sueño, pero la sensación era esa. La dejaba ir. Y decía en voz alta: “qué extraño, debería descansar”. Y me dormí, ahí. —¿Ahí en las piedras? —Sí. Y me desperté acá la cama. Llena de polvo. —Pero grande. —Claro, yo hoy. En pleno retorno de Saturno. —Qué pesada con eso… siempre te gustaron los planetas y esas cosas. Te acordás ese buzo azul que tenía un planeta, no te lo sacabas ni para dormir… Volvíamos de la señalada, llenas de sangre de oveja y garrapatas en el cuello, el buzo mugriento, y al otro día te lo volvías a poner… —Sí, mamá se volvía loca.
Dicen que el retorno de Saturno se puede percibir como una crisis, como si la red que siempre nos dio seguridad se desmoronase.Una especie de oportunidad para superar creencias viejas y reencontrarse con la esencia. Algo de la vida adulta‌ responsabilidades y esas cosas.