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Unirse a las filas
Susana Cárdenas
La Cristiada Aunque el gobierno podía impedir que su hija recibiera un acta de nacimiento, no podía impedir su bautismo. Por eso, al escuchar la noticia de que las iglesias cerrarían indefinidamente esa tarde, envolvió a su hija en un mantel de encaje, la estrechó contra su pecho y corrió desde la casa hasta la parroquia más cercana. Frente a todas las iglesias aún abiertas de la colonia Roma se sucedían colas de madres que esperaban ansiosamente a que el sacerdote, exasperado, celebrara una tras otra la ceremonia apresurada. Los niños venían luciendo camisitas de vestir, medias, y hasta paños de cocina en una suerte de improvisado ropón de bautismo. Como mujer indolente que era, mi bisabuela se pasó la mayor parte del tiempo juzgando con la mirada a las otras madres que venían con maridos, o se colaban en la fila, o lloraban, o suplicaban. Su rostro pétreo no mostraba desesperación alguna, incluso cuando pasaban guerrilleros armados; permaneció estoica. Y así, mientras llovían las balas a pocas cuadras, mi abuelita recibió el agua bendita, y el sol, con sus esquinas rosáceas, se derritió justo a tiempo. El IRA Durante el primer año de mi papá en la Universidad Iberoamericana, miembros del Ejército Republicano Irlandés se le acercaron en el campus y lo reclutaron para las filas de la resistencia. Él, un barbudo y ávido estudioso de Guevara, se consideraba apto para la tarea y ya revolucionario, aunque de qué, no estaba seguro. Quizás le atraía la posibilidad de ser una amenaza para la seguridad nacional, lo mismo que tal vez le llevó a casarse con la hija de dos refugiados cubanos. En cualquier caso, me hace gracia pensar en él a sus dieciocho años, un poeta corpulento con una columna vertebral cual medusa y la cara escondida tras un gorro pasamontañas, volando puentes para los provos sólo para considerarse un verdadero marxista.
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Susana Cárdenas es escritora creativa y ensayista, graduada en DePaul. Vive en Chicago con su gato Alfonso.