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José Ramón Ripoll
Jose Ramón Ripoll nació en Cádiz, España, (1952), escritor, musicólogo y director de «RevistAtlántica de poesía», es autor de varios poemarios, entre los que destacan El humo de los barcos (Visor, Madrid, 1984), Hoy es niebla (Visor, Madrid, 2002) Piedra rota (Tusquets, Barcelona, 2013) o La lengua de los otros (Visor, Madrid, 2017), que han sido galardonados con los Premios Rey Juan Carlos I, Tiflos, Fundación Loewe o Europa in Versi. Ha escrito numerosos ensayos y monografías literarias y musicales, muchas de ellas dedicadas a estudiar la relación entre música y poesía. Se han publicado varias antologías de su obra, como La vida ardiendo (Bogotá, 2013), El espejo y el agua (Ciudad de México, 2018) o La sombra de nombrar (Sevilla, 2019).
Cuerpo o palabra
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Cuerpo o palabra, dime tú, quién eres de los dos, quién custodia la luz dentro de sí, quién guarda aquel anhelo que aún permanece vivo buscándote en la noche, desvélame, palabra o cuerpo, este deseo que clama muerte y amor, y que es el mismo pálpito de ayer cuando en lo oscuro despertaba con miedo a ser nombrado ya sin tiempo por ti, palabra que vigilas mi sueño, cuerpo que das forma a mi cuerpo, vano clamor o nebulosa que en el centro de mi conspiración aún vaga y te apoderas de aquello que no fui, soy ni seré, cuanto ha de ser o no, solo la duda como remota posibilidad de seguir siendo sin haber nacido, sin ser del todo libre o preso de tu roce y nombrar, cuerpo o palabra, agua y sed en el fuego, eterna paradoja que resuena antes de que la vida, más allá, antes de que la nada y el vacío, voluntad sin propósito, ansia azul como el mar que transcribe en sus olas la vibración de la mirada suspendida en el aire, preguntándote, qué soy más que deseo, más que empeño en la búsqueda, más que otro cuerpo, otra palabra.
Las gaviotas
Llegan las gaviotas. Surgen del difuso horizonte que se atisba desde las azoteas, una línea borrosa que separa las nubes de las aguas como una cicatriz que esconde tras su trazo el dolor de la herida. Vienen de aquel lugar que ya he soñado antes de estar aquí, de una estación perpetua donde siempre es ahora y un verbo inconjugable reina sin tiempo ni compás.
En su vuelo dibujan un axioma, el germen de mi propio pensamiento antes de mi existir. Esbozan forma y fondo de un sintagma sin dueño, un vocablo en el aire las sílabas ocultas que habré de descifrar.
¿Les inquieta el otoño o el incierto principio de la vida que late bajo el sol como un reclamo? Entonan la canción de los muertos, de los que no nacieron todavía y al otro lado habitan, un canto sin palabras que sepulta la voluntad diciente de mi voz bajo un graznido eterno.
Bajan las gaviotas a posarse en el pretil del alma y en la vana cornisa de la vida. Tras el cristal las miro y aguardo entre la niebla el instante fugaz de su partida unísona, el deseo de volar en su bandada y con ellas volver al horizonte.
La lengua de los otros
Quiera la noche que este idioma de herrumbres y murmullos cárdenos, que en duermevela me musita la canción de la noche, no me abandone nunca, ni me ofrezca desnudo a la otra lengua bajo el pretexto de la vida.
Quiera el oscuro mar que guarde en el acuoso intento de mi respiración el arcaico compás de la tormenta donde aún naufragan las palabras que nunca se dirán.
Quiera el errante viento no otorgarles la forma de otro cuerpo, ni otra voz que me enuncie, ni que me represente más allá de la gruta donde habito sin nombre, sin causa y sin materia
Quiera el verbo del mundo ser el eco de un eterno silencio que amalgame el azar y el destino, la reverberación de un filamento que vibra en el olvido igual que en la memoria, punzada monocorde de un laúd que acompaña la canción de la noche con la que me resisto a la otra lengua: la lengua de los otros.