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Cristián Gómez Olivares

POETAS INVITADOS

Cristián Gómez Olivares

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(Santiago de Chile, 1971) vive hace veinte años en Estados Unidos, entre Iowa, South Dakota y ahora Ohio. Fue miembro del International Writing Program, de la Universidad de Iowa, y Writer in Residence at Banff Center for the Arts. Es profesor de Literatura Latinoamericana en Case Western Reserve University. Entre sus libros se cuentan El hombre de acero (2020), El libro rojo (2019), La nieve es nuestra (2015) y Alfabeto para nadie (2008). También publicó el libro de ensayos La poesía al poder: de Casa de Las Américas a McNally Jackson (2018).

The Art of Swimming Mastered on land

Por favor no traduzcan a Laura Riding, déjenla tranquila con su metafísico devaneo, no se hagan eco de las falencias de la poesía, tampoco de las virtudes del lenguaje, no es tan difícil salir a cazar a las bestias cuando se trata en realidad de hacer volar las torres de alta tensión para que ese invierno de mil novecientos ochenta y tres haya que suspender las clases y los profesores comprometidos con el régimen nos amenacen con la obligación de recuperarlas. No salgan detrás de esas paredes que ocultan lo que ella quiso decir. ¿Por qué no se van a los bares donde ella bebía hasta quedar tirada por el suelo?, ¿por qué no van y fundan otra editorial sin imprenta, otra revista de poesía para que nadie se escandalice cuando los poemas salgan volando por la ventana, sin que nadie se lance a recogerlos? El poema es el sol que termina resignándose en alguien, la falta de explicaciones, la crueldad innecesaria de verlo desaparecer entre las líneas de las que quiere pero no puede prescindir: un boxeador peleando con su sombra sabe de antemano el resultado.

Extremely White People

Una profesora de lenguas clásicas recita a Kavafis en su idioma original. Las ninfas del bosque trabajan para la forestal Mininco. La casa cuesta lo mismo que financiar la colegiatura de una prole que brilla por su ausencia. Las palabras del opresor no pueden ser las mismas con las que nos deseamos feliz cumpleaños cada vez que volvemos a reunirnos. Una polera que diga. Esperando a los bárbaros es un poema que no podría ser escuchado con mayor atención que en esta fiesta: un ejemplo perfecto de la distancia que separa a las palabras de la realidad.

Cómo te lo explico: cada uno de nosotros

tiene que elegir el ojo de la aguja por el cual atravesará hacia el cielo.

Cada uno de nosotros

ha admirado la altura de estos árboles sin admitir la belleza

de la hierba que crece a ras del piso.

Es ella la que tiene que lidiar con las hormigas marchando en fila.

Es ella la que tiene que lidiar con nuestros pasos que vienen

a segarla. A impedir que siga creciendo porque entonces habría que utilizar

otro tipo de adjetivos. Sin embargo aquí en el bosque los atentados incendiarios

suelen atribuírseles a los únicos que sabrían vivir de él y así lo habían

hecho hasta la llegada del cóndor y el huemul: el escudo patrio deberían ser los camellos

encargados de la salvación de nuestras almas. Los profesores reunidos en torno a una mesa sobre la cual no se discute ninguna teoría literaria

sino un sinfín de recetas de cocina para combatir la pobreza en el tercer mundo, el anhelado ahínco que demuestran las aspirantes a reina de la primavera

y el enconado empeño de las aves por volar, sí: el empeño de las aves por volar completa el menú de las conversaciones.

En el intermedio algunos se rascan la cabeza.

Otros se desvisten para prestar más atención. La gran mayoría disfruta el aire libre. Uno que otro alza su copa para celebrar este momento.

Yo que no soy blanco escucho en silencio sus palabras.

Lo real

Como todos los demás pasajeros Me bajé al llegar a la última estación Y mantuve las mayúsculas al principio de los versos. Caminé hacia la salida empujando mi maleta. Uno entre muchos, nadie entre tantos. Todos empujaban sus maletas, todos hablaban x teléfono. Aún tenía que llegar a otro lugar. Aún tenían que llegar a otro lugar. Eran las doce de un día cualquiera. Nada que valga la pena contar, pero qué Es lo que vale la pena contar. Una ciudad una vez transpuesto el umbral. Taxis, mujeres, avenidas, bancos, plazas. No en todas hay hospitales, pero supongamos Que hay un hospital. Ni museos, pero Vamos a suponer que hay un museo. Yo no voy sin embargo a ninguno de los dos. Sólo vine a empujar mi maleta hasta la salida. Sólo vine para caminar mientras hablo por teléfono.

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