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Teatro Carlos Vieco Ortiz De la música al abandono y al silencio

Por Juan Guillermo Sanmartín Romero

Silencios y preguntas se encierran al entrar en el Teatro Carlos Vieco del Cerro Nutibara. Su asfalto y gradas de cemento albergan maleza, tierra y suelos rupestres en el que artistas cantaron, actuaron, trovaron y recitaron letras de vida y esperanza en medio de épocas de guerra y violencia.

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Tres de la tarde. Camino por el Cerro con mi mochila de estudiante y mis zapatazo de caminante cada día más gastados; camino recordando la historia de este importante escenario y su valor incalificable, incalificable como las obras artísticas de la familia Vieco, familia que entregó a Antioquia sus trabajos y su corazón. Desde el año 1984 el Teatro Carlos Vieco se encuentra situado en la ladera del Cerro Nutibara. Dicen las personas que pareciera estar incorporado a la vegetación, a la historia de los ancestros Aburraes; a la pujanza y alegría inherente de los habitantes de su tierra. La trova, los versos y malicia antioqueña también sonaron en el Vieco; la aliteración y sarcasmo de los cantos le sacaban una sonrisa de oreja a oreja a quienes asistían al Festival de la Trova en el Vieco.

AL cruzar las puertas se entraba en sintonía con la pragmática que llaman en mi tierra “País Paisa”. La voz del alma y su poética llegó al Teatro en el año 1990 con el Festival Internacional de Poesía de Medellín. La poesía paisa con sus letras inspiradas en la resistencia civil y como una herramienta de contraponer la violencia y barbarie presentada en Medellín, siendo fiel a las palabras del poeta antioqueño Porfirio Barba Jacob: “elevaron anclas para jamás volver...”, Jamás volver a la violencia. La tusa y el despecho, símbolo de un pueblo de amores y desamores, también se presentó en el Teatro.

El arte quiere regresar

Me cuentan las personas que llevan al Vieco en su memoria y corazón, que el Teatro cerró hace un año y medio. Sus fallas estructurales y las filtraciones de agua, no tan visibles, son el motivo principal del cierre; fallas que según los “encorbatados” que trabajan en la recuperación, pondrían en peligro la vida de los asistentes; sin embargo, los artistas quieren regresar al Teatro porque muchas de sus vidas se formaron en ese lugar.

Tres treinta de la tarde, el único canto del Teatro lo producen las aves silvestres del Cerro. Camino y pienso en las reformas y, a la vez, en las necesidades de tener espacios listos para el arte como el Teatro Lido y el Teatro Metropolitano que se encuentran en reparación. La Secretaría de Cultura Ciudadana y demás encargados dicen que las reformas llevarán tiempo. Los responsables de las remodelaciones del Vieco piden paciencia al gremio artístico; piden pausa al arte en el Vieco. No sé si quizá el arte pueda dar espera; no sé si el arte pueda pausarse.

Tres y cuarenta y cinco de la tarde, camino y recuerdo las preguntas que me trazaba del por qué del cierre del Teatro. Recuerdo que logramos contactar al patólogo encargado de los estudios, John Jairo Acosta. Dice que las fallas requieren de un nuevo diseño arquitectónico y técnico, estudios que fueron puestos en licitación y adjudicados por 200 millones a la empresa antioqueña Concavas SAS. Lina Botero, quien amablemente accedió a unas preguntas sobre el caso, afirma que los estudios tardarán el resto del año y por ahora se retirará la maleza que se levanta en el Teatro como las dudas del gremio artístico frente al accionar de la Secretaría de Cultura Ciudadana.

https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Teatro_al_Aire_ Libre_Carlos_Vieco-Medellin.JPG

Al escuchar a quienes recuerdan al Vieco, unos con tres pelos en la barbilla, otros con canas en su cabello, al caminar por el silencio y la memoria del teatro, al ver la maleza y no las expresiones de las artes, entendía el valor del Teatro.

El Vieco hacía que las artes, tan distintas entre sí y llenas de disidencias, convergieran en un teatro que no es más que gradas rodeadas por árboles y una tarima con el nombre de uno de los músicos más representativos en la plural historia de Antioquia. El valor intrínseco del Teatro se lo atribuyen los artistas que pasaron por allí y hacían del teatro su hogar y de la calle su escuela.

Son las cuatro de la tarde. Aún camino por el Carlos Vieco y pienso en el colorido, la creatividad, la alegría, la pedagogía y educación del arte que dejó de hablar su momento, de su poesía, su música, su teatro y denunciar en una sola voz la falta de atención por parte de la Secretaría de Cultura Ciudadana a sus iniciativas de intervención social a través de las prácticas artísticas.

Quizá un país que busca la no violencia no comprenda el valor de los escenarios culturales que como el Carlos Vieco albergan recuerdos de amistad, música y verdadera cultura ciudadana, cultura a la cual se refería Juan Luis Mejía Arango como el “Alma de la nación”.

Vengan todos a ver la obra

Cuatro y quince de la tarde. Camino hacia las puertas del Teatro en abandono y medito las palabras “atención y comprensión” que, en medio de la investigación, Román me decía.

Román González es un hombre que con sus fuertes argumentos en la voz, con su escucha y su mirada especial para el arte y su trabajo social, refleja la lucha por las condiciones del arte.

Román tiene una carta de presentación dada por la calle y las vivencias. Este hombre llegó al Teatro cuando tenía 15 años y su contexto se rodeaba de problemáticas sociales, barriales y violencia. Román es uno de los principales gestores culturales de Medellín y de la población amante a la música rock.

Román González, sin desquebrajo en la voz, denuncia negligencias por parte de la Secretaría de Cultura Ciudadana a la hora de manifestarse frente al cierre del Carlos Vieco y sus trabajos. Según este temerario y amante del arte, ingenieros han querido aportar estudios de suelos al Teatro, pero no se ha podido tener acceso. Román reclama atención. Román, sin desquebrajo en la voz, pide apoyo al arte.

Como Román, he escuchado muchas voces de artistas y amantes al arte que reclaman un espacio en el cual puedan realizar sin inconvenientes sus expresiones. El arte necesita atención a sus trabajos. El Carlos Vieco reclama atención no condicionada por trinos de personalidades famosas, sino por quienes utilizan espacios del arte con periodicidad; trinos que como el de Juanes fueron tendencia, pero la voz del artista de calle necesita de este espacio. De nuevo, los artistas hacen un llamado a las autoridades y al primer hombre de Medellín, Federico Gutiérrez.

Cuatro y treinta de la tarde. Camino por el silencio del teatro y otra historia llega a mi mente. Recordé las palabras de quienes me decían que desde la creación del Teatro los músicos y seguidores del rock asistían y tomaban el espacio como un lugar para manifestar arte con libertad, responsabilidad y apropiación.

Cuatro y cuarenta y cinco de la tarde. Camino y analizo lo paradójico que es el arte en nuestra ciudad. Sí, lo paradójico que es. Los fondos destinados al arte en Medellín sobrepasaban los 89 millones de pesos y superan por treinta veces el presupuesto de otras ciudades. La capital colombiana, Bogotá, posee un escenario destinado a la cultura y al arte llamado “La Media Torta”, en el cual se realizan periódicamente eventos artísticos y se programan presentaciones artistas nacionales e internacionales.

Caminar en el Vieco me lleva a pensar en este ideal de espacio cultural. Pensaba en si alguna vez habrá sido pensada para Carlos Vieco. Palabras del gremio rock decían con fuerza como sus letras, que en el año 2001, las restricciones administrativas comienzas a impedir a los artistas el uso del Teatro.

Invertir en programación cultural debe ser, según los artistas, la inversión mayor en el Teatro; untarse de las necesidades del pueblo es la definición de los artistas ante la secretaría de Cultura Ciudadana

Son las cinco de la tarde. Sigo caminando por el Carlos Vieco y pienso en el arte que allí debería estar presente. No se puede hablar del Teatro sin hablar del arte y las vivencias que lo destacaron en el arte. Sigo caminando y sigo soñando con un arte donde los recursos no fueran una absurda excusa para hacer arte. Sigo caminando con mi mochila de estudiante y sigo percibiendo un silencio abrumador, silencio donde debería estar el arte.

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