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Editorial La juglaría como aporte a la memoria cultural

En una reciente entrevista, que circuló en las redes sociales, el autor y cantante de música vallenata, Rosendo Romero, hermano de Israel, el acordeonero del famoso Binomio de Oro, pronunció una de las frases que marca el rumbo de la música en la actualidad: “el país necesita más música porque está emocionalmente enfermo”.

Lo que Romero revive en pleno siglo XXI es la discusión que dio la Escuela de Frankfurt, en el pasado siglo sobre la utilización ideológica del arte, que ahora llaman “entretenimiento”, y especialmente de la música y sobre el papel que juegan los medios de divulgación en moldear la voluntad de los individuos hacia un consumo sin criterio ni ley que impone las dinámicas del mercado.

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De acuerdo con el filósofo de la Universidad de Antioquia, Mauricio García Echeverri, para Theodor Adorno, uno de los máximos representantes de esta Escuela, la función ideológica del arte está relacionada con la diversión. “Para entender la forma en la cual Adorno caracteriza la pérdida de experiencia individual en cuanto a la música, se mostrará el modo en que se desarrolla la experiencia musical en un mundo administrado en el que la música es ya ideología. Como falsa conciencia, se crea una historia del espíritu cuyo fenómeno muestra cómo el entorno cultural es puesto bajo un determinado pensamiento histórico, que tiende a ignorar las contradicciones y conflictos existentes en una sociedad” (Revista Ciencias y Humanidades, 2015, págs. 51-92).

Luego, García Echeverri se refiere al término de “música ligera”, que Adorno atribuye a la producción musical con fines solo de mantener estatus quo de la sociedad. “Es caracterizada como ideología, pues es la que está supeditada a las leyes del mercado, a una racionalización económica que de antemano determina cómo debe ser su producción y reproducción. En términos generales, tal tipo de música es la que está de moda”, sentencia García Echeverri.

Pues bien, este número de la revista Porro y Folclor abre una reflexión sobre cómo vamos perdiendo nuestra individualidad y con ella nuestra identidad en lo referente a los “gustos” musicales y la historia de sus protagonistas. Así lo manifiesta abiertamente el maestro Ramón Paniagua, como también el artículo sobre la cantadora de bullerengue, Enriqueta Valdés Robledo, que buscan visibilizar el aporte de nuestros ancestros a la vida musical de Colombia.

En esa misma línea se rescatan las obras musicales del compositor vallenato Fernando Meneses; la historia de una de las canciones más emblemática de este género, como lo es Alicia adorada; la reivindicación de nuestras canciones andinas, pasillos, bambucos que son más apreciadas en Europa, que en nuestro propio territorio, con la interpretación en italiano.

Por eso es importante mantener esta tribuna, que en cada número nos lleva a los territorios desconocidos de la música y del arte colombiano. Honor a nuestros artistas y honor a quienes nos han brindado alegría por tantos años: los músicos.

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