Costanza Revista Literaria Número 6

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COSTANZA Revista Literaria NĂşmero 6

Celina Feuerstein / Natalia Litvinova Marta Miranda / Daniel Rafalovich Andrea Espada / Ana Tapia Fernando BeltrĂĄn / Grazia Deledda


Costanza Revista Literaria Publicación digital trimestral Diciembre de 2019 Esta revista se edita en Barcelona (España) ISSN: 2604-3254 Dirección: Manuel González López Edición: Manuel González López Chiara Presutti Textos de: Celina Feuerstein Natalia Litvinova Marta Miranda Daniel Rafalovich Andrea Espada Ana Tapia Fernando Beltrán Grazia Deledda

Contacto: costanzarevistaliteraria@gmail.com

Declaración legal: Todas las obras pertenecen a sus autores, que responden por la originalidad y autoría de las mismas. Los editores no se hacen responsables por las opiniones de sus colaboradores

I


Declaración de intenciones

Costanza Revista Literaria se postula como un espacio de difusión de la literatura despojado por completo de límites, ya sea en cuanto a la generación de los autores, la extensión de trabajos o los temas. El parámetro que guía el criterio de selección es, simplemente, la calidad. Poesía, narrativa y ensayo o artículos son, en principio, las categorías dentro de las que se enmarcan las obras que se publican en Costanza, aunque dichas categorías no son para nosotros más que un simple modo de ordenar los textos, una taxonomía necesaria, pero no un límite o un corset que impida apreciar, valorar y publicar trabajos que apuesten por la hibridación o la experimentación con los géneros literarios. Todo texto es bienvenido, en la medida en que ese texto constituya una apuesta sincera por la estética.

II


Sumario 1

Poesía

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CELINA FEUERSTEIN

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NATALIA LITVINOVA

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MARTA MIRANDA

109

DANIEL RAFALOVICH

121

ANDREA ESPADA

131

Narrativa

133

La vidente y zórvix – ANA TAPIA

137

Las mujeres de Madián – ANA TAPIA

143

Correspondencia a un lugar próximo a extinguirse – FERNANDO

BELTRÁN

149

Todavía magia – GRAZIA DELEDDA

157

Artículos/Ensayos

159

¿Cómo seguir leyendo a Rulfo? – FERNANDO BELTRÁN

195

Biografías

207

Colaboraciones

III


POESÍA

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CELINA FEUERSTEIN (Selección de poemas de La casa vacía, A la velocidad de la luz y De qué se trata el otoño en mi ventana)

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La casa vacĂ­a

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mi padre me decía que giró su cabeza y la vio a ella tan rubia su madre en Sosnowiec Polonia movía su mano despedía al hijo que se llevaba la guerra se lo llevaba al campo de trabajo lejos de ella y pienso siempre pienso en qué habrá sentido mi padre arrastrado cargado como un paquete en la mula o como una mula cargando deshechos mi padre arrancado de su casa la vio por última vez tan rubia llorando a ella que con la mano en alto saludaba moviendo el viento y la madre despojada del hijo qué sentiría cuando escondió un dinero en su sobretodo en el forro que cosió amorosamente con su mano la misma que agitaba en la despedida antes de la cámara de gas

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4 una mujer nazi lo eligió de una fila como quien saca una bolsa un paquete pero no quizá sus ojos oscuros su pelo ondulado y negro exótico decía que era entre esos rubios insulsos esos polacos de mierda a un campo de mujeres lo llevó el único varón eros o así lo imaginé sus relatos clavados en mi niñez y ahora un chico judío trece años como Pasqualino siete bellezas salvado de la cámara de gas en la historia de mi padre mi película ella la nazi lo quería y él semental y algo de cariño porque lo salvó 8


me dijo sementales judĂ­os no hubo a ellos indignos sin cuerpo restos desprendidos de historia judĂ­os como mi padre se los cogieron

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chocaron los colibríes en el aire paff colisionaron de frente como aviones desaforados al perder el rumbo ustedes pájaros sutiles cómo es posible que yerren que equivoquen qué los distrajo del trayecto hacia la luz idénticos sus brillos verdes se miraron apolíneos hermosos una figura vuelta hacia sí misma y los tragó la luz pajaritos embelesados no supieron de la sombra del espejo qué pena qué ironía tan perfectos me pregunto si fue un error de cálculo una falta o un exceso o tal vez un suicidio compartido un pacto de amor

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hoy me dijeron que despedida es dejar de pedir y entendí tu ausencia de otro modo despedirse es arrojar como quien tira una piedra al aire y también convertirse en mineral y rodar desprendido lanzado al viento que mueve todo lo quieto no nos dijimos adiós sólo volamos despedidos como flechas desde el centro en línea recta cada una al otro lado del mundo

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soñé que volvías eras y no eras como pasa con lo que regresa en los sueños y fue por eso, porque dudaba y por las ansias de abrazar tu espalda enorme y de reconocerte allí que tanteé como una ciega desde mis manos vírgenes y memoriosas buscando esa montañita de grasa en tu clavícula para precisar el lugar localizar el dibujo exacto de esa bolita en tu piel alguna certidumbre de que fueras un cuerpo

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ocurrió como en Los puentes de Madison fue una despedida sí pero sin atrevernos a decir la última palabra ¿pero acaso podría haber sido diferente? ¿cómo se termina un amor, en nombre de qué o con qué nombre? ¿se dice adiós? ¿se dice arrivederci? ¿se abraza, al final? uno imagina despedidas como un puente y figuras en luz cada vez más tenue y el auto que se aleja y los faros que se pierden fue un final a puro silencio y algo brilló en el cielo como una bola de fuego despedida por un cañón

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marcando pisadas en la nieve el rastro de los zapatos desgrana barro tierra prometida a los hijos rumbo ¿adónde rumbea? hacia qué extraña comarca sus pasos ligeros su sombra frágil niña niño rastro certero piedras preciosas las migas de Hansel y Gretel mírenme retroceder y avanzar el zig zag los días perdonen si no fuí sutil

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y perdonen si tiemblo

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A la velocidad de la luz (inĂŠdito)

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voy bordeando los caminos que suben o bajan y no sé si las palabras tocan ese árbol nevado esa mañana salpicada de blanco los ríos como espejos los pies que se hunden en la nieve no sé si las palabras podrán decir Takayama nombrar Shirakawa-Go o Kanasawa no sé si podré poner letra a esta belleza que vive y muere cuando la escribo y contar que mis ojos quedan dentro del paisaje no sé si podré decir las casas con techo a dos aguas como toboganes que unen calles y cielo hay algo en este mundo congelado que no sabe decirse aunque lo nombre blanco o frío o espectral o inmenso como un duende travieso corre y corre se escabulle no deja que lo atrape 19


las escaleras del templo y esos hombrecitos de piedra en fila con gorros tejidos señalan el camino protegen del frío las boinas multicolores y yo dejo de ser una estatua congelada el aire cálido me llega al cuerpo respira mi nariz los oídos zumban y oigo voces sonar como el verano me llaman y la colina florece la nieve se derrite y baja entre las piedras ¿vos escuchás el sonido del viento? ¿tenés frío? ¿de qué color ves el cielo? ¿sentís esa música que suena entre las piernas bajo los pies esa música que sale de la tierra? caminamos y nuestros pasos como notas de un laúd gigante inventan una sinfonía oriental es Japón que canta y agradece arigató gozaimasu arigató 20


las calles en silencio y la nieve dibujando formas en los pinos pequeños se tiñe de blanco la mañana los templos y sus techos rojo fuego ahora inmaculados los autos y las casas se tiñe de blanco la mañana y caminamos atravesando la aldea la viejita japonesa calienta agua y cose la veo detrás del vidrio yo creo que zurce y remienda el frío del mundo

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las motos rodando en la ciudad y en las veredas sus sombras grises llevando de paseo al viento hombres y mujeres en las calles de Hanoi como un ejército de hormigas cubren cada hueco caminan o descansan en cuclillas los miro comer y tomar té sus bocas se mueven gesticulan yo los escucho sin entender la música exótica me envuelve y se mezcla con el color naranja de los arbolitos del qum kwat otro mundo en el mundo y pienso en mi padre y en su guerra mientras recuerdo la guerra en Vietnam cuántas luchas y acá estamos ahora recorro en un barco las aguas de Ha Long la bahía y su belleza espejos verdes y esos islotes como pilares señalando el cielo pienso en mi padre y le agradezco cada día de alguna manera es este su legado dejarme entrar al milagro de un mundo que brilla tiembla explota gracias papá y sí yo vi caer al universo a vos te vi caer cerrar los ojos vi cómo te fuiste te vi morir pero algo salió desde tu muerte y tocó mi corazón el aire que respiro quizás se llame amor simplemente eso que inhalé y que guardo 22


como un tesoro entonces acá en Ha Long el barco se mueve las montañas parecen tocar lo más alto del cielo como tu muerte tocó mi ropa y se instaló para no dejarme sola y navegamos es tan bello quisiera prestarte mis ojos yo miré con los tuyos alguna vez los niños miramos con los ojos que nos prestan veo las grutas se abren y paso bajo arcos enormes donde todo es silencio pero las aguas murmuran cantan un saludo dicen hola adiós hola adiós xin chao tam biet

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me cubro el cuerpo me tapo envuelvo mi cabeza y camino descalza tan blanca la mezquita me cubre me quita los brazos el pelo me quita las piernas la espalda camino descalza sobre la piedra blanca camino entre hombres en remera y mujeres en túnicas largas hasta que la veo toda de negro sólo su cara asoma tan hermosa radiante como el mármol no parece sufrir el calor no parece incomodarla estar oculta como en una noche fría entre las sábanas sonríe la joven de Algeria y es una sonrisa que no lleva manto una sonrisa de boca de ojos de cadera y tórax de pies y de nalgas una sonrisa ligera y extensa distendida y fresca una sonrisa celeste intergaláctica y me pregunto cómo verá 24


el mundo de qué color ¿será claro y transparente como sus ojos o será negro como el hiyab?

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Poemas en Nueva York I las luces en Nueva York las luces que la envuelven y la hacen brillar como a una luciérnaga gigante todo el ruido me cabe en un segundo el día y la noche me caben en un segundo en el subte donde confluyen mil lenguas en una sola veo a una señora con el cuello muy largo durmiendo en la vereda sobre un escalón la cabeza le cuelga sobre un hombro y parece en paz mientras la miramos del otro lado de la calle una mujer bella luce sus piernas viste de negro y de collar de plata mira distante no sé qué mira no sé qué ve entre los caminantes no hay espacio casi somos un cuerpo enorme y sobrenatural yo camino y camino dejo que se prendan las luces de la noche y aún sigo caminando eso hago un paso y otro y otro paso paseando pasando 26


las voces me envuelven como una manta en las calles de Manhattan y de pronto una inquietud que la tierra ya no sea redonda que se acabe la gran calle y yo caiga para siempre expulsada del planeta

II ¿ves esa mujer sentada en la vereda? con el cuello tan largo parece una muñeca de trapo así torcido el cuello está a punto de caer sobre la piedra shh no la despiertes qué sueño profundo el de la mujer el cuerpo erguido y en la boca el cigarrillo ceniza a punto de unirse con la tierra ¿la ves dormir o ya está muerta? hace rato que yace la dama del cuello largo de jirafa mi hijo dice que es un hombre pero yo veo a una mujer 27


eso no importa en esta ciudad nadie mira a nadie le interesa un cuello que crece hacia abajo como rama de sauce vení mirá el cuello torcido de la mujer que duerme en la vereda

III ya no duermas no dejes que tus pupilas pierdan el reflejo de las aguas y de los puentes no dejes que se vayan las luces que no escapen no que no salten y caigan al río es hermosa la noche desde acá cuando se celebra la fiesta de la luna y la ves brillar blanca y redonda entre lucecitas no cierres los ojos que no te venza el sueño el temor o el remordimiento de soportar tanta belleza 28


no te duermas mirá cómo ríe la ciudad y escuchá las voces que murmuran desde hace siglos ¿escuchás? IV ¿ustedes también escuchan el ruido de los pasos cuando cruzamos el puente de Brooklyn? ¿oyen la marcha el retumbar de los zapatos sobre el cemento golpeando clap repicando como campanas? marchamos bajo el sol del mediodía más ágiles o más pesados suspendidos en el puente inmenso parecemos hormigas o soldaditos de plomo tan pequeños y suena como un ejército ¿escuchan? cientos de pies avanzan sobre el río debe sonar más fuerte el eco si miran como yo el espacio vacío abajo nuestro se abre el azul miren cómo brilla el agua 29


y más adentro más abajo al otro lado del espejo el fondo la oscuridad ¿pero qué digo? marchemos escuchen los pasos como una música y una danza de nuestras piernas ansiosas por transitar el mundo crucemos el puente ya no voy a inclinar la cabeza ni a mirar para abajo sigamos sigamos

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De qué se trata el otoño en mi ventana (inédito)

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una hija que mira al padre con ojos brillantes una hija que llama al padre para escuchar su voz del otro lado de la puerta una hija que lo llama y se duerme tranquila después de nombrarlo una hija que duerme y sueña con el padre en el sueño están en el mar en el sueño hay miedo y el agua está fría y el padre la levanta jugando a esquivar las olas una hija que abraza al padre y le pide que se quede un rato más y siga con el cuento de la vendedora de globos una hija que abraza al padre y no lo suelta una hija que no suelta al padre que se aleja los pasos leves resuenan y no suelta el eco papá papá dicen los pasos que escucha la hija del padre que se va

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padre madre queridos míos desde aquel antes ahora allá y ustedes hijos en este hoy acá díganme de que se trata el otoño en mi ventana las hojas amarillas que vuelan la llovizna leve y el calor pesado que retorna del verano y sí es del tiempo que les pregunto las estaciones se suceden y los años se hunden filosos en mi cuerpo y estoy acá tan viva los recuerdos laten y los respiro mamá papá queridos hijos me recuesto ustedes me alojan me cobijan son el techo y el piso y yo rodando sin saber hacia dónde ni hasta cuándo por eso a veces paro y les pregunto sobre todo de noche y qué maravilla no saber qué alivio 34


que se callen que no respondan

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hoy pienso en idish en el té mit limene que papá tomaba en vaso y en najes en oi vei en a mejaie colándose en su castellano en cada sílaba su acento en cada frase Jane Jane Jane llama a mamá suena dulce su voz como gotitas que caen leves en un charco meidele meidele ¿qué pasó vos is gueshen? te moriste papá le digo suave y le pido que me cuente dónde está cómo es allá allá es liviano sonríe es como luz y canta arum dem faier alrededor del fuego mir zingen lider 36


canta y canta las horas pasan y ĂŠl sigue cantando debe ser cierto que es liviano su mĂşsica flota y me envuelve estĂĄ tan viva su muerte que lo abrazo meidele dice meidele y se va

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ay mamá estás tan bella en esa foto un aire de actriz de Hollywood tu cara blanca brillante como una perla como copitos de nieve que se deslizan llenás mi pelo somos el frío blanco la luz blanca el blanco en la niebla de los años y nos reímos tan felices con risas blancas desprendidas livianas

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cuando mi madre envejeció yo sentí ternura es eso lo que recuerdo porque es lo más fácil de soportar ¿cómo puedo decir sin culpa el rechazo escribir lo que no quería ver porque me daba miedo el cuerpo viejo con pañales la bombacha cuando se corría y dejaba ver su sexo blanco? ay mamá el nudo en la garganta me asfixiaba entonces volvía la ternura te hacía mimos tocaba tu pelo y te quería más que nunca más que nunca mientras abrías los ojos cerrabas los ojos casi ciega mamá tengo miedo a la decrepitud y poetizo tengo miedo y vergüenza por esto que digo fuiste tan valiente yo no sé si podré

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a veces pienso en esos viajes que hacía para verte en el ritual de la estación antes de subir al micro comprar el diario tomar un café y prepararme para la dicha de encontrarnos pero no es eso lo que recuerdo ahora no es eso lo que escribo no sos vos ni tu cara por la ventanilla ni tu sonrisa que se animaba a medias es mi alegría la que recuerdo las horas previas mi valijita roja y la mochila el alfajor cuando el viaje se iniciaba no quiero hablar de vos eso no importa no quiero recordar tu abrazo sino el mío el que yo presentía mi anhelo y mi corazón sobresaltado cuando empezaba el viaje y me acomodaba como una gata que se despereza estirar las piernas reclinar la espalda mirar el paisaje que se iba haciendo campo que se iba haciendo noche las luces que quedaban atrás y el cielo que en las rutas es más azul o más negro y está más cerca es de esa ruta que quiero escribir y no de vos es del camino que yo miraba por la ventana

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no, no me olvidé ¿y vos? ¿acaso me borraste del planeta de tu pequeño mundo de los rincones en que te retorcías atormentado por dilemas imposibles? ¿me soplaste lejos hacia otra tierra? ¿me pusiste en un tupper en la heladera en el freezer las manos congeladas que ya no tocan como patas de pollo finitos los dedos las uñas filosas fría hasta los dientes fría un pollo una gallina muerta? ¿qué hiciste con la memoria? ¿te acordás de nosotros? ¿qué es nosotros? ¿qué fue lo que pasó en el espacio breve entre los cuerpos y qué quedó allá acá dónde situar 41


eso que cae eso que rueda dรณnde?

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cuando a mi madre le sacaron el tumor se convirtió en un pájaro aunque estuviese quieta y su cuerpo entumecido algo volaba en ella estaba liviana y los recuerdos desordenados picoteaban de aquí para allá posándose en mi cabeza en mis piernas en mi espalda dando saltitos ¿te acordás mamá de cuando me contabas de aquel primer novio enamorado que se ofendió porque no lo querías? ¿y de los desplantes que le hiciste a mi papá y el miedo que te dio cuando enojado se fue de aquella fiesta? ¿te acordás de cómo te cargaba yo “con el tumor te extirparon el odio y ahora me querés”, te decía y vos riendo contestabas “siempre te quise, siempre te quise”? cuando a mi madre le sacaron el tumor su lóbulo frontal quedó más libre y un haz de luz se abrió entre su frente y el mundo una luz donde una niñita jugaba con mariposas, o con conejos, o con vaquitas de San Antonio cuando le sacaron el tumor mi madre se convirtió en un pez y nadaba sin rumbo flotaba en un río amarronado o en un mar a cielo abierto nadaba y nadaba cuando le sacaron el tumor mi madre no podía llorar 43


hacía muecas movía los labios los músculos de la cara así la recuerdo el día en que murió papá cuando le sacaron el tumor me perdí en su desconcierto y me dejé llevar creyendo en ese viento que nos sacudía y que a veces nos encontraba juntas sonriendo cuando le sacaron el tumor me pregunté por esa depresión que tanto tiempo golpeó el alma cansada de mi madre ¿era esa bola mamá la que te hundió por años la que te puso triste y se llevó tu risa? cuando le sacaron el tumor me pregunté por la verdad de las almas aunque para mí ella fue la de después y la de antes todas mi madre querida toda mis madres

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respira y el aire va acariciando el interior de su cuerpo no sabe que cruzando la calle respira un perro respira un árbol nadie sabe esas cosas en el calor de un 1 de enero al mediodía la ciudad se quedó muda y ausente suspendida en ese extrañamiento de años que se van o años que llegan ¿se van adónde? ¿llegan los años como si fueran pajaritos atravesando la espesura? respira y no sabe no es necesario saber el poco de viento las flores violetas el fruto caído de una rama

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antes mirar para arriba era diferente será que de niña veía desde abajo los rostros amados los cuerpos como dioses o pirámides monumentales su sombra poderosa que protegía y daba temor todo gira después de la orfandad la mirada encuentra otra luz y las dimensiones que eran tres se multiplican a veces miro para abajo la tierra que piso los zapatos alguna hormiga y otros bichos en el suelo huyen de mis pasos no me ven pero presienten el peligro a veces miro para arriba sólo por mirar 46


ahora como sin ley de gravedad floto liviana desde hace un tiempo ya arriba o abajo no tienen importancia

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En un corazón no caben dos amores mentira puede ser Nazim Hikmet

él preguntó si se puede amar a dos mujeres y ella dijo claro ¿cómo amar sólo a una? él dijo puede ser puede ser él preguntó si se puede amar a tres mujeres y ella dijo claro ¿cómo amar sólo a dos? él dijo a veces amo en una su paso lento y pesado como la sombra de esa montaña y en otras el brillo imperceptible de un sol ocasional que se filtra apenas y dijo puede ser porque no hay sombra sin brillo no hay luz sin oscuridad

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puede ser los ĂĄrboles que protegen y amparan desprenden sus ramas y al salir al camino se ama tambiĂŠn la aridez desconocida eso dijo ĂŠl y ella dijo puede ser

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NATALIA LITVINOVA (Selecciรณn de poemas de Siguiente vitalidad y Cesto de trenzas)

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Siguiente vitalidad

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El golpe justo

Mi abuelo le contó su secreto a mi padre, acercó la boca a su oreja y susurró. Quise desactivar el misterio leyendo sus labios pero la boca miente, aquellas palabras tenían un subsuelo. Mi padre buscaba plazas donde correr. Era boxeador, se entrenaba para recibir golpes. Mi hermano y yo lo seguíamos por las noches. En invierno patinábamos sobre el hielo, masticábamos los frutos helados del serbal y nos hacíamos los envenenados. Mi abuelo caminaba arrastrando los pies. En su época de soldado lo encerraron en un calabozo lleno de barro y los pies se le empezaron a pudrir. Mi padre no podía dejar de correr. Cierro los ojos y no puedo soñar, paso la noche deslizándome por las paredes de mi habitación. Mi hermano duerme abrazado a un oso Al que le arranqué los ojos. Me deslizo también por la primera capa de hielo que cubre los lagos del invierno. Los alces jóvenes mueren ahí porque no se distancian de su nacimiento. 55


El arte de hachar la leĂąa para construir una isba * requiere por parte del brazo la comprensiĂłn de la altura y la profundidad. Ese brazo evita que el hacha se asuste. El golpe justo separa el pasado del futuro.

* TĂ­pica vivienda rusa

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Máscara de cera

Un sinfín de escenas se se generan esta noche: con el fondo de una aurora boreal, me transformo en un caballo, alzo las patas delanteras, mis ancas se desploman y la animalidad se deshace. Enciendo mis ojos, los abro a la luz. Dentro de la habitación los fantasmas hunden sus dedos en el rostro de mi padre y le cambian los gestos como a una máscara de cera. Decido unirme al ritual. Siniestro sería quedarme afuera y mirar.

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Lienzo de la memoria

Las aguas perturbadas de la memoria no se alisarán. Todos los días me iré de mi niñez. Regresaré sucia antes de que anochezca y me sentaré a la mesa. ¿Viste si floreció el lino?, preguntará mi padre. Mi madre le ofrecerá té con descuido, molesta por algo que desconoce o desatenta con lo humano, como si se imaginara danzando entre las hermanas flores. El tiempo se mueve en ríos subterráneos y las aguas turbulentas del recuerdo no descansan. Esa madre servirá té para siempre, ese padre se irá una y otra vez. No levantaré la mirada para verlo, lo reconstruiré como una ciega, como las imágenes salpicadas en los lienzos de Pollock.

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Versión de una tarde

De niña corría tras las ardillas, quería atrapar alguna, forzarle la boca para conocer su aliento a nuez roída en la penumbra. Ayer forcé tus labios, fue la mejor versión de una tarde: me deslicé por tu casa, lenta como polvo viejo y libre como polvo nuevo. Te apunté con los dedos a la cabeza y dije que si no te entregabas te revelaría mis secretos. La luz atravesó la ventana como una espada y bailé con los senos pegados a tu camisa. Tantos años de orinar a la intemperie, si me vieras, amor, sobre las ortigas.

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La espigadora

La espigadora trabaja bajo el sol y en la oscuridad le arde la cara. Canta a su hombre dormido, mientras le saca las botas y el barro seco queda en sus rodillas. Canta, para que no se despierte, todo el dĂ­a junta espigas para una harina que no come, lino para los vestidos que no usa. Le saca las botas, cada noche, granos de su pelo. Pero en secreto quiere ser una nodriza, como Safo, para susurrar a sus compaĂąeras y dormir en el pajonal entre sus cuellos perfumados con una mano en el pecho.

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El mar de noche es un abismo si la luna no lo toca

Los poemas tristes son un secreto homenaje a la alegría. De ser posible, yo pediría nacer barco, uno que va hacia su naufragio y sabe que hay un iceberg para él. Mi vida consistiría en aprender a nadar tranquila.

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Cesto de trenzas

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La gente de mi pueblo es iracunda como esclavos de tรกrtaros. Todas las mujeres de mi familia tienen un talismรกn que las protege. Yo no, pero miento para que me traten con cuidado.

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Las mujeres de mi familia guardan el cabello que se cortan en un cesto de trenzas. Es una tradición antigua, ya no se sabe quién la inició. Mechones, bucles, pelo suelto, cobrizo, rubio o ceniza. Temo que los roben las urracas o que lleguen a manos de una bruja. Si viene no le abras la puerta. Y si abres, no la dejes pasar. Y si la dejas, no le des ni sal ni pan. Todo lo que haya tocado lo convertirá en su elemento, advierte la abuela.

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Trenzo una tiara de margaritas, observo a un muchacho bañarse en el río. El caballo y él no se miran, razas distintas, como yo y las flores que descabezo. Mancho de barro mis piernas. Volveré a casa llorando. Diré que él me robó el canasto y lo que junté en el bosque. Mamá pondrá su mano en mi hombro calmándome. Mentiré para ser feliz.

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No piensan en mi madre los potrillos. Brincan erotizados sobre el pasto mojado, atraviesan el bosque con ella a cuestas y la desconocen cuando se pierde en la espesura. Duermen parados mientras la esperan. Una luz les brota del lagrimal, extraĂąa y mĂ­nima como los sueĂąos de los humanos.

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Soy el último hospedaje de la maldición que atravesó a las mujeres de mi familia. La perla entre este nácar roto.

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Como tumores o mariposas nocturnas, viven en mí los que ya no están. Duelen como los huesos en los días de humedad o las quemaduras en los días de sol. Armoniosos calambres trenzan mis músculos y me hacen bailar en la cama. Como lo juguetes de un niño que creció o la cuchara limpia del hambre, duele este dolor llevadero.

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MARTA MIRANDA (Selecciรณn de poemas de El lado oscuro del mundo, Nadadora, La misma Piedra, El oleaje y Mea culpa)

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El lado oscuro del mundo (2015)

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El río poderoso

En medio de la isla sola en una cama que no es mía escucho la tormenta Para amainar el miedo trato de identificar los ruidos: prevalecen ante todo el chasquido potente de la rama de los sauces y el enorme caudal del río poderoso Miro el Paraná calculo a lo sumo unos cuarenta metros hasta la otra orilla en medio corre fuerte el río trayendo lo que trae en su anchura lleva y deja las partes de una misma la gente que se quiere 75


aquello que no veremos mรกs

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No recuerdo la sonrisa de mi padre

Aunque la enfermedad lo devoraba siempre ponderé la belleza de mi padre: sus grandes ojos sus manos alargadas el aire irónico con que miraba el mundo Desde su silla de ruedas si alguien cometía una torpeza, cosa frecuente dado el lugar las circunstancias, si me miraba en esas circunstancias sonreía calladamente yo tomaba ese gesto como una señal de bienvenida, de ser parte de su mundo Sin embargo no recuerdo su sonrisa, digo, lo material de su sonrisa ¿Sus dientes eran amarillos o parejos? En el recuerdo la sensación es de felicidad pero la imagen congelada al mirarme es la sonrisa que ofrecemos al perro abandonado que al cruzarnos en la calle nos sigue 77


mueve la cola, no nos muerde Creo que es suficiente con saber que mi padre sonreĂ­a mĂĄs allĂĄ del recuerdo para poder creer en la regla de bondad de todas las sonrisas de todos los perros de todos los padres de este mundo

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La nada

Qué haré con el miedo Qué haré con el miedo A. Pizarnik

Miro por la ventana rastrillo el horizonte buscando vida en este paisaje desolado creo visualizar una oveja, pero no es una mata definitivamente no hay nada Pura y fría desolación un mal chiste como si hubiesen escogido para mi este paisaje que sólo contiene el verde oscuro de los pinos meciéndose a lo lejos una mata y el viento organizado para siempre Perdida en la casa de este páramo un plato sobre la mesa una silla tumbada me recuerdan que alguien alguna vez estuvo vivo El ruido de un teclado pasitos 79


diminutos que resuenan en lo que bien pudo ser un hogar o una hoguera Hace frĂ­o, miro por la ventana y veo toda mi fiebre vuelta del revĂŠs el hielo quebrĂĄndose parecido a la lluvia en el reflejo veo una mujer que busca acariciar lo tibio del paisaje

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Axis mundo

Oscura la noche vive en tu corazón que no me ama a cambio me ama tu sexo y él me da la miel de todas las abejas aunque no me ames está en mí la razón de tu órbita porque soy la porción del mundo que nunca podrás ser la caverna oscura y húmeda el ojo de agua que te mira y te revela

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Naufragio

En la oscuridad abrazada al cuerpo de otro como a un madero, en medio del naufragio navego la noche oscura pero amanece y lo que es tocado por la luz se convierte en polvo Vuelvo a la opacidad del dĂ­a sin ĂĄngel ni cuerpo sin una palabra espero la noche porque en ella obro el milagro amarte nuevamente transformar la cama en cielo puro

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Nadadora (2008)

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Dice la nadadora

Camina por el borde contempla el impecable espejo Dice la nadadora: no hay como sumergir el cuerpo en la superficie azul, En un punto preciso se detiene y calcula la distancia respira profundo alza los brazos Es corto el movimiento las piernas se flexionan y empujan el cemento el resto cae al agua por su propio peso

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Quiero ser agua

y que te sirvas de mĂ­ que me tengas en la boca que me aproveches

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Flotando

el cuerpo recorre el camino inverso se deshila en el agua

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El mar no es

una piscina el mar tiene vida propia nomĂĄs sumergirse y el cuerpo pierde fuerzas a veces se avanza a pesar se retrocede Cae la tarde con los pies en el agua mira el mar, avanza unos pasos se detiene: ahora avanza el mar y la rodea De eso se trata, en la orilla poseer ser poseĂ­da

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La misma piedra (2004)

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Ese hombre

vestido de mujer camina tacos pantalĂłn y chaqueta aleopardada Entre medio de esa y su otra piel deja ver un torso suave arqueado sin protuberancias infantil y no puedo entender cĂłmo hace esa niĂąa para habitar en medio de dos junglas

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Parada en la rambla

de espaldas al mar ella sonríe en una foto típica turista en Mar de Plata, inevitables los lobos desde atrás también parece que sonríen El tiempo es bendito en la fotografía nos deja ver felicidad aunque de ella nada sepamos Fotocopia de la copia de aquella felicidad sobre esta pared desnuda Antonia Gil sonríe delante de un mar ennegrecido justo al borde donde una mano escribió favor de aportar datos un teléfono en provincia parte de la escenografía de un baño público en Constitución

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Fauna No hay amor verdadero sin un poco de inocencia Albert Camus

Asomada al balcón de casa disfruto los últimos coletazos del verano El puesto de flores ya cerró y en la esquina el movimiento es agitado travestis taxi boys chicos preciosos aportan colorido al paredón de la universidad Al pasar de las horas se han ido han vuelto han subido a los coches y bajado de inmediato infinidad de veces Junto con las horas pasó la noche y la pequeña fauna ralea En todo este tiempo 93


no sĂŠ si por el puesto cerrado de flores o quĂŠ ninguno de nosotros deshojĂł una margarita

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Condición necesaria

Si tuviésemos en la mano brillante la certeza de que esto hubiese sido todo aun mirándola diríamos eternamente

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El oleaje (1997)

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Insististe

llegamos a la casa y subimos los tres las escaleras Muy tarde esa noche en la habitaciรณn contigua amaste amaste a otra mujer En la casa oscura la luz del cuarto quedรณ encendida toda la noche Casi un faro

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El oleaje

El mundo la pelĂ­cula que te separa de ĂŠl El mundo: aquello que se toca en la orilla

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Se pudo

poseer el instante sonreĂ­r por antiguos salones espejados Lo que no se pudo es dejar de ser una herida abierta en la sombra

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Mea culpa (1991)

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Fotografía

Quisiste esa tarde tomar una foto retener el aire claro del salón y los libros Pasado el tiempo no conservo la foto, sí el poema que apareció ese invierno en un diario cubano Ahora es claro lo que quiso decir Ludwik Margules Si acercas más los ojos y entrecierras el amarillo pálido que ves se transforma en sepia

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La ilusiรณn

del vidrio roto por donde pasar una mano y tocarse

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Júrenme

por ustedes y lo prometido que no hubo engaño no me quemaré en mi sitio que no es la sombra del hacha del verdugo lo que siempre será Exijo ese lugar aquel otro revés de la moneda

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Un gorrión

poblándose marrón bocanada de aire su vuelo sencillo y tierno Pero es también depredador plaga indomable Vulgar y molesto Desde el tiempo lejano de la especie dos caras una misma moneda: todo será hermoso y vil para que sea

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DANIEL RAFALOVICH (Poemas)

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Melodrama

"Una mujer de blanco rocío tendida sobre un manto marroquí con perlas desmembradas en sus ojos epigrama irresuelto poesía del aire" Corren parejos en sus sienes el decoro victoriano la desdicha el desparpajo. Deja sus huellas marcadas en todo sillón carmesí en invencibles campos con su boca de primaveras larvales. Muchos miedos enarcaron sus cejas mucha derrota definitiva para tan pocos años. Debe alimentar a un hijo inexistente debe beber a horcajadas cada gota debe irradiarse (hiedra o virus) a cada cuerpo próximo. Debe molestar a los dioses insomnes con sus ayes, sus relatos, sus comedias. Debe mudarse cada hora a una casa más lejana.

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Lewis Carroll

Su ojo acechaba en las corolas, en los peldaños que el rocío barnizaba. Su oquedad, su virtual transparencia, empañaba con aromas residuales la estación de las lluvias. Adormidera. ¡Ah! y en esa mansión serena, azulejada, trepaban por los rincones las arañas de sus manos. Alquimia sacramental, de un rincón a otro deambulaban los conserjes cómplices catando los refrescos ambarinos. Y los ángeles de yeso en los ángulos internos dejaban caer sus suspiros inaudibles. En ese deleite impávido dormía el predicador, el matemático. Hasta que pasaron patinando por el parque sus pasados. Entonces, aquella niña imperturbable saltó a la eternidad. Un parpadeo.

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Busco, siempre, la tibieza, La esperanza. No de fortunas no de glorias marchitas. La tibieza del pan reciĂŠn horneado. La esperanza de una golondrina terminando agosto.

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Es la hora en que los pájaros buscan otro cielo, en las antípodas. No hay música en el aire. Domina la atmósfera un silencio tenue. La carga eléctrica de las nubes parece encontrar polos de atracción aquí en la Tierra. Y vos mirás sin ver sin ver como de costumbre hacia algún punto fijo de la ventana abierta.

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‘70

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I

Creerán que teníamos las noches compradas que por derecho de conquista éramos propietarios de bares y calles que, reunidos, podíamos comunicarnos por ondas por el silencio. Dirán que teníamos los ojos gastados de consumir caminos para buscar otros. Que, amando, éramos poetas que éramos como estrellas fugaces o, mejor, como cometas de eternos retornos. Que teníamos el desorden de la naturaleza la desprolijidad del viento la indiferencia de la lluvia. Que éramos violentamente pacifistas capaces de morir en cada eclipse de encontrar el nirvana en cada sonrisa. Que estábamos consumidos por sueños de utopías. Que éramos pobres vagabundos sin destino. Que nuestras ojeras reflejaban nuestras vidas. Que teníamos los términos trastocados: con los objetos, bienes, posesiones 117


extremadamente solidarios. Con el amor y las palabras vanas profundamente posesivos. Pero eso sí: les pediría que no olviden que nunca supimos que estábamos despiertos.

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II

Entre tanto huíamos sin tregua. Apartando ramas, neblinas, a esa hora exacta en que los compañeros caían. El sol gris de las tardes nos sostenía, vivos, no daba respiro. Huíamos del soplo criminal esa vendimia. Adiós al fuego y a su leña. Adiós a la alegría del encuentro. Adiós a dios y sus afeites. Adiós al sueño, adiós al tótem. Y hoy es fiesta de guardar: papeles en la calle y hormigas rojas. Nosotros huyendo como ayer (grillos blancos de la madera vaciando placares, bibliotecas) Destilando interrogantes sangre y savia.

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III

Pudimos abandonar a la vera del sueño aquel despojo diario, el mesiánico impulso por seguir combatiendo los últimos misterios. Mas hacerlo hubiese sido sólo una señal un tenue llamamiento para la voz del aire un deseo agónico: aunque ejemplar, postrero. Las raíces que no pudimos cortar invadían nuestros cuerpos espectrales y todo eran gestos, miradas de soslayo. Irrisorias (heroicas) muestras de voluntad. Vencida.

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ANDREA ESPADA (Selecciรณn de poemas de Pena de Pรกjaro)

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Hay una mujer sola durmiendo en la arena blanca su expresión no anuncia nada, ejerce su libertad. Qué fácil es ausentarme de mí, escribirme desde lejos estar como quien nunca está en los vértices de la colmena. La luz de las miserias colma mi alma con tormentas, yazco sin saber por qué soy como soy, cuna de mi desgracia. Hambre y vigilia me atienden, me desarman. Víctima de mí sin mí peregrino a cielos asilvestrados por los pájaros azules. Acuno a la tarde donde nadie morirá, deshago el poema que me trajo al mar. Depuro la noche negra su palabra se revela cierta, —sensible a la luz ausente— vestida de sombra respira en la piedra.

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La barca es minúscula, ¡tanta soledad! llevas ahí todos tus enseres; tu aventura, tu libertad. Si el río se doblara morirías no tengas miedo entrega tu pena al viejo caudal, no tengas miedo y cuida del agua que viaja hasta el mar lejos respira el ilustre almendruco : su rumor verde de fruto encerrado enciende el ansia vertical de los trigales.

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Mi mano la mano en la que me reconozco se sumerge en el fondo de tus pupilas : somos seres deformes y rotos, alquimia, semilla, voz. Tejemos soledades que no admiten ni si quiera a un tĂş mismo.

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Excepción

Eres el huésped que nunca invito y siempre está. Un abrazo que sueña con ser eterno —o que eternamente sueña—, no lo sé. Convivimos en la misma casa, a orillas de un mar de certidumbres sin credo sin pena sin pan. Cuando apagas la luz no sé qué ves no eres tú ni soy yo. Eres el huésped que nunca invito, tu abrazo es el aire, y siempre está. Se hace carne en los sueños.

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Lugares

Dónde vas a refugiarte esta noche sobre el papel donde escribes las memorias o las fotografías de algún verano y el recuerdo de cálida arena bajo tus pies en la fantasía del útero de tu madre invocando un calor incomparable, descanso divino, previo a nacer o tal vez en el vértigo del presente, cuna de hierro que ha tejido para ti la soledad.

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La gare

Is this land made for you and me? Woody Guthrie

Nuestro olor es el de la tierra mojada, el del pan húmedo y el viento calcinado. Abrazados a la mesa esparcimos el veneno que nos une. Garganta abajo

vino y silencio

nuestras cabezas a años luz del cielo, —no importa si llueve—. Llegábamos a la noche, la agotábamos de prófugas canciones, alaridos desiertos —manto de estrellas que arropa el deshielo—. La casa, la gran casa de los hombres, esperaba siempre con una luz encendida nuestro reencuentro.

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Descampado Deixo amigos por estraños, deixo a veiga polo mar, deixo, en fin, canto ben quero... ¡Quen pudera non deixar!... Rosalía de Castro

Al final del túnel del deseo de los lloros y los matorrales yace tu piedra la que guardas con fervor desde la infancia y nunca podrías perder (desprenderse de la niñez nunca fue un camino) Serás la carne que morderá el viento. Si te oyeran aullar caerían cien hombres igual que caen doradas sobre el Júcar las hojas del álamo en tu voraz silencio. Serás la noche que duerme en la piedra, tu peso es real como el ocaso.

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Paisaje

Recorro tu cuerpo, entro en el cielo por el contorno del agua.

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NARRATIVA

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La vidente y el zórvix Por

ANA TAPIA

Uno: la vidente La niña ve cómo el jardinero de la casa de enfrente le hace el gesto de silencio, se abre la bragueta y se lo enseña todo a través de la verja cerrada. La niña grita entonces el nombre de su padre, que está sacando el coche del garaje para llevarla al colegio. Papá, ahí enfrente hay un hombre que lo tiene todo desparramado, dice. El padre sale a toda prisa del coche y grita: ¿dónde?, y la niña: allí, en el jardín de esa casa, y el padre: ¿jardín? ¿qué jardín? y la niña mira hacia atrás y ya no están ni el jardín ni la casa ni el jardinero con la bragueta abierta. Ni siquiera se encuentran en su calle de siempre, sino en el centro de la ciudad, rodeados de edificios de diez plantas, y su padre ya no es su padre, es un guardia de tráfico que se le ha acercado para preguntarle si se encuentra bien. Ha estado usted parada cinco minutos en la vía con los ojos en blanco, le está diciendo el guardia, ¿es usted epiléptica?, y ella va a 133


decirle que tan sólo es una niña, pero entonces se mira las uñas pintadas, las medias, y recuerda que es una mujer, y que a veces está hasta las narices de este extraño don con el que ha nacido.

Dos: campo de prisioneros zórvix Si nos salíamos de la fila, el zórvix nos pegaba con una porra luminosa. Hacía daño, eso decían los que la habían probado. Pero yo me estaba meando. Tenía tantas ganas que me lo hubiera hecho encima. Esperé un descuido del zórvix que vigilaba mi columna, y me salí de la fila. El tipo que iba detrás de mí me dijo: imbécil, te van a reventar a palos, pero yo ya estaba oculto entre unos arbustos. Nunca he sabido si los zórvix son machos o hembras. Puede que las dos cosas, o ninguna. Tampoco sé si tendrán alma, esos bichos, o sólo son metal y cables. Cuando ya me cerraba la bragueta, aliviado, uno de ellos se me plantó delante. Levantó la porra y yo cerré los ojos, pero enseguida la bajó sin golpearme. Olfateó el aire, como un perro, y luego me observó y sus ojos metálicos parecieron arder. Después hizo algo insólito. Se agachó, el zórvix, intentando abrirme otra vez la bragueta. No lo hacía de forma agresiva, sino con deseo, y eso me asustó aún más. Le di un empujón y eché a correr de nuevo hacia la fila. El zórvix no me persiguió, no me delató. Sólo me miraba. Desde ese día me lo he encontrado en los pasillos, en el comedor, en la cantera donde trabajamos. Creo que sigue excitado y que sólo está aguardando el momento oportuno.

Tres: la vidente no duerme La vidente está ahora dentro del armazón metálico de un zórvix. Sabe que debe vigilar, y vigila. Hombres a su derecha, hombres a su 134


izquierda. Todos sucios, todos desnutridos. Parecen iguales entre ellos. Pero hay uno que le interesa más que los otros. No sabe su nombre porque allí nadie tiene nombre. Lo conoce por el olor. El zórvix, y con él la vidente, se desliza hasta las duchas donde se lavan los hombres y allí observa. Mirando los muslos de su hombre, el pecho de su hombre, la vidente y el zórvix sienten de nuevo el martillazo del deseo. Esto no está bien, trata de protestar la vidente, pero ya está acorralando al hombre contra la pared, ya le arrebata la toalla; el hombre abre mucho los ojos, aterrorizado, y en ellos la vidente ve reflejado el horrible rostro del zórvix, y quisiera poder detenerlo, pero no puede. La vidente despierta en la madrugada, con una furia animal en la que no se reconoce, y se encierra en el baño para gritar. Su hijo se despierta y toca a la puerta del baño, mamá, qué te pasa, y la vidente dice, no es nada, vete a dormir, mamá tiene que ducharse ahora.

Cuatro: visión quieta de zórvix El prisionero Z— 346 ya sólo sabe hacer una cosa: mirar la línea de sombra del patio del pabellón F. Para él, ese movimiento estático, previsible y diario es la única medida del Tiempo. Marca la cadencia de un sol que no le pertenece. Le recuerda quién no es. En su mente hecha de cables diminutos soñará con acceder, por qué no, a un mundo sin línea de sombra. Sin futuro. Será lo más cerca que esté de comprender la muerte.

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Las madres de Madián Por

ANA TAPIA

Después de la batalla, con el ejército rival sometido, Moisés, señor de todos los israelitas, dio una orden precisa: ejecutar a todos los hombres y a todas las mujeres madianitas, excepto a las niñas que fueran vírgenes. Los soldados trataron de acatar su orden, pero tenían delante a un montón de mujeres de todas las edades, y no se decidían a proceder al degüello. Las de Madián esperaban su turno en un hangar vacío, temblorosas y encogidas sobre sí mismas, como un rebaño atroz. Algunas —las más intrépidas— se habían puesto de pie para proteger a sus hijas, que se abrazaban a ellas con desesperación. Los soldados trajeron a unas viejas para que decidieran cuáles de aquellas chicas no habían conocido varón, y después se las llevaban por la fuerza para encerrarlas en otro hangar diferente, a la espera de que fueran subastadas. Las madres enloquecieron de terror y de furia. Empezaron a escupir a los pies de los soldados, a lanzarles puñados de arena y a 137


implorar la cólera de Baal. Eso enfureció a Moisés. Cuando supo que las madres de las vírgenes aún seguían vivas, destrozó su propio bastón de mando contra las pareces de su casa. Yahvé lo había dejado bien claro: las impías debían dejar este mundo. El profeta salió de su pequeño palacio de adobe y caminó descalzo, pisando con fuerza el polvo de su tierra prometida. Se daba tirones en la barba cada vez que pensaba en la desobediencia de los capitanes del ejército. Pasó junto a un soldado que contemplaba impávido la agonía de un rival madianita, y lo abofeteó. No había que hacer sufrir inútilmente a sus enemigos. Tan solo eliminarlos, pues su presencia estropeaba el plan divino. A primera hora de la tarde los soldados israelitas cumplieron, por fin, la orden. Entonces hubo una sinfonía de gritos agudos en el hangar, un baile de dagas y un estruendo de cráneos: las mujeres eran fáciles de matar, como reses en estado de estupor. Habían mirado a sus verdugos con ojos de agua estancada. Las más ancianas se tumbaron en posición fetal, esperando el golpe de la maza. Los aullidos femeninos llegaron a oídos de Séfora, esposa de Moisés, que aguardaba en el palacio. Le estremeció aquel concierto infame y recordó que una vez ella también fue madianita, antes de casarse con aquel profeta. Séfora maldijo a su esposo. Escribió su nombre en la arena caliente con el dedo, y luego lo pisoteó con furia, como si quisiera borrarlo de la faz de la Tierra. Después sobornó a uno de los capitanes, y se huyó a caballo en dirección a Egipto. Moisés ni se dio cuenta de la huida de su esposa. En ese momento estaba rezando a pleno pulmón, imbuido de un frenesí profético. Cuando terminó, se dio cuenta de que llevaba la túnica manchada con sangre de sus enemigos, y pasó un buen rato restregándose con una esponja de esparto. Aquella era sangre impura, cuyos dueños habían adorado a ese demonio que era Baal. Las

niñas

vírgenes,

mientras

tanto,

corrían

despavoridas,

buscando los límites de la aldea. Los soldados las persiguieron. Algunas —las más pequeñas—, salieron del hangar emborrachadas de miedo, y 138


luego ya no fueron capaces de seguir avanzando. Se quedaron clavadas en el sitio donde las habían dejado, observando con ojos de pez muerto cómo la tropa se llevaba los cuerpos deslavazados de sus madres. Los apilaban en carretas, y luego las enterraban en una fosa improvisada, de prisa, deseando también ellos acabar aquella tarea ingrata. Una

vez

enterradas

sus

madres,

las

niñas

se

quedaron

completamente solas. Los oficiales del ejército las organizaron en lotes y las subastaron como botín de guerra. Algunos guerreros, sucios aún de barro, empezaron a babear por el ansia; cuando les asignaban a una de aquellas adolescentes, eran incapaces de esperar, y allí mismo, detrás de un árbol, las violaban, tapándoles la boca para que no gritasen. Una de las jóvenes, que fue penetrada por tres hermanos mellizos, murió asfixiada, y entonces Moisés volvió a entrar en cólera. Mandó azotar a los tres hermanos viciosos hasta que la piel se les abrió como una fruta madura. ¡Así, no! Hay que mantenerlas con vida. Preñarlas con nuestra santa simiente. Serán nuestras concubinas. Las futuras madres de una prole victoriosa. Aquella noche Moisés, ya más calmado, ofició una ceremonia de agradecimiento a Yahvé. Comieron dátiles, pan y queso. Bebieron vino. También alimentaron a las niñas de Madián, e incluso, conmovidos por sus llantos silenciosos, les permitieron dormir juntas en el hangar, para darse consuelo las unas a las otras. Las niñas no durmieron. Gastaron su última noche antes de la esclavitud rezándole a Baal con un ímpetu salvaje. Baal, señor de la lluvia y el trueno, debía rescatarlas de aquella tortura. Te ofrecemos la sangre de nuestro desgarro, señor de la vida, Baal, hijo de Eloah, hueste del día. Ayúdanos. En los días sucesivos, las niñas tomaron la costumbre de reunirse antes del alba para rezar de aquella manera. Antes de que la luz rompiera el horizonte, se escurrían a tientas de los brazos sudorosos de sus nuevos amos, de la vigilancia cómplice de sus esposas, y atravesaban la aldea con un sigilo animal, hasta encontrarse las unas a las otras. De forma tácita, dejaron de reunirse en el hangar y se desplazaron a los alrededores 139


de la fosa donde habían enterrado a sus madres. Allí, se desnudaban y se tocaban, mirándose con una lujuria triste. Sabían que a Baal debía invocársele así, en aquel teatro gozoso, liberadas por unos instantes del yugo de la esclavitud. Y Baal, contra todo pronóstico, ayudó a las niñas. Lo hizo de un modo insólito, eso sí. Una madrugada, de repente, la tierra empezó a removerse, y los cuerpos de sus madres, de sus tías y primas salieron a la luz. Se pusieron de pie, levantándose con un crujido lastimoso y audaz. Lo miraban todo con ojos erráticos, porque aún no habían comprendido que seguían muertas, y que solo la misión de la venganza las mantenía erguidas de aquella forma ridícula, con el cabello pegado a los cráneos podridos y la ropa hecha jirones. Algunas llevaban un pecho al aire, una tibia rota. He aquí su ejército de muertas, dijeron los labios suaves de una de las niñas. Luego señaló a una de las resucitadas y añadió: ¡madre, madre querida! Y las madres muertas se encaminaron hacia la aldea, seguidas por sus hijas vivas, que no sabían si alegrarse o llorar con aquella procesión agusanada, y se mantenían a cierta distancia por temor a que ellas quisieran, de repente, abrazarlas. Al pasar junto a la guarnición, aquellos cadáveres todavía hermosos se lanzaron contra la tropa e iniciaron un festín de mordiscos y golpes. Les robaron las espadas y, con una fuerza más allá de lo humano, los ensartaron a todos con ellas. Después siguieron hasta el corazón de la aldea, donde aniquilaron a todo hombre que se encontrara dormido

o

despierto.

Los

mataron

con

una

voracidad

precisa,

abandonado los cuerpos como trapos, mientras las niñas madianitas, contagiadas de la sed de venganza, aplaudían y pisoteaban a sus amos con odio. Al final, llegaron al palacio de Moisés. El protegido de Yahvé las miraba como se mira al Diablo. Ellas le dijeron: póstrate y pide perdón. Él no las escuchaba; no podía. Tal era su inquina hacia aquellos engendros de carne colgante. Y como vio llegar la muerte, levantó el puño y dijo: por el Altísimo os digo que nadie se acordará jamás de esto. Mi 140


pueblo renacerá para escribir la historia desde el comienzo. Vosotras sois perras, y las perras no tienen derecho a la memoria. Antes de que terminara la frase, le atravesaron el pecho con una lanza. Luego se olvidaron de él y se dieron una última vuelta por la aldea. Ahora que habían acabado con todos los varones, las muertas sintieron un cansancio infinito. Pero había una última cuestión: qué hacer con las mujeres israelitas. Durante el asalto, se habían escondido todas en el templo. Las encontraron allí, cabizbajas y llorosas, abrazándose las rodillas. Las rodearon y levantaron las espadas. Las israelitas miraron aquellos cuerpos podridos y chillaron de terror. Entonces llegaron corriendo las niñas de Madián y se interpusieron entre sus madres muertas y las israelitas, suplicando que las perdonaran. Las vengadoras estaban confusas. Ellas dejaron que los hombres os hicieran daño, protestaban con tono acusatorio. Las niñas insistían en la súplica. Estaban saturadas de sangre. Una de ellas, líder recién estrenada, dijo: dejadlas vivir, y ellas cuidarán de nosotras. El pequeño ejército de madres dudaba. Una de ellas –le faltaba un ojo–, se volvió hacia las niñas y les dijo, ahora lleváis la semilla del enemigo en vuestros vientres: ¿qué será de vosotras? Hubo una ola de gemidos cadavéricos. Algunas de las madres muertas miraron hacia el suelo, avergonzadas, y entonces las niñas madianitas sintieron miedo, porque el amor que veían en los ojos de sus madres era un amor cargado de vísceras, que bien podía transmutarse en odio. Las más mayores se tocaron el vientre, y un anhelo de vida les arrancó lágrimas de los ojos. Alguien gritó: ¡Ni Baal, ni Yahvé!, y todas se volvieron para ver quién era. Pero nadie reconoció haberlo dicho. El sol se alzó por encima del horizonte y calentó la tierra. Las madres muertas, de repente, tiraron al suelo las espadas, con un gesto abatido. Estaban cansadas. Ya habían hecho suficiente. Se dieron la vuelta y sus rostros nauseabundos brillaron con la luz unos instantes. Volved a tapar la fosa, pidieron. Luego se tumbaron en aquel agujero y cerraron los ojos. Sus hijas se arrodillaron y empezaron a arrojar puñados de arena. Alguien empezó a llorar a gritos, y las demás la 141


imitaron. Más tarde tomaron de la aldea devastada todo lo necesario y abandonaron aquella tierra maldita, buscando las montañas. Las más pequeñas miraban de vez en cuando hacia atrás, temerosas de que sus madres volviesen a despertar para seguirlas.

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Correspondencia a un lugar próximo a extinguirse Por

FERNANDO BELTRÁN

ESTÁN A PUNTO DE LIQUIDAR ESTE LUGAR DONDE VIVO. Cuando el avalúo final lo firme el juez, dice el abogado, los agentes de la especulación inmobiliaria no tardarán ni horas en ficharlo. Arrasarán con él, pienso, y lo convertirán en algo ajeno y extraño. 10 o 143


15 millones. O más. Algún miembro del clan vino entusiasmado el otro día y dijo que quizá se valúe hasta en 20 melones. Allí en la cocina, desparpajado, sorbiendo la taza de café, al Pecas le brillaba el signo de pesos por el cristal de sus ojos. Es el valor de la zona, añadió, que a menudo comparan a ciertos corredores de la Benito Juárez con ciudades europeas. Se agotó el tiempo de un amparo de un juicio mal encauzado y no tardará en llegar el día en que nos obligarán a salir y a abandonar. Me lo imagino bajo la lluvia, guarecidos debajo de un techo insignificante, con las maletas y los menjurjes, los muebles y las cajas apilados en la calle, aguardando una camioneta horrible. El final de una batalla legal, una disputa también en el alma, por la apropiación de una herencia. Una serie de casas diminutas que se alzaron hace décadas sobre el cacho de tierra que el padre de mi abuela compró y heredó a su descendencia en partes iguales. Es injusto nombrarles cuartuchos, como a menudo los refiere uno de los hermanos de mi abuela; aquel carnal que conspiró, decimos nosotros, organizó el ataque y ganó el pleito y no tardará, creemos que piensa, en forrarse de billetes los bolsillos. Una herencia que ahora le arrebatan sus hermanos, dice mi abuela, y dice bien, con sus ojos fijos en la nada, como buscando algo impreciso en la maraña de sus recuerdos. Un tal Luis Amador Romero, su padre. Desde luego yo no lo conocí. La familia de mi madre habla poco de él. En realidad, la familia de mi madre esconde las palabras. Muchas veces pienso que hay que arrancar por la fuerza lo que trae adentro esta familia, abrirles el pecho y unir las piezas desperdigadas de un rompecabezas. Alrededor de la palapa del jardín, hallar los momentos precisos de los domingos para relatar sucesos, escarbar en los fragmentos que comparten de la memoria familiar y tejer el hilo fino entre el pasado y nuestro presente. Armar algunas hipótesis sobre los hechos decisivos. Los miembros de esta familia, la mía, la materna, habla estrictamente lo necesario y quizá conversa poco sobre su pasado porque, a la manera de una ley universal, un dolor renace, lo habita y lo deforma. 144


Con la lectura frecuente de los legajos legales, leí muchas veces el nombre del (bis) abuelo. Hay una pintura de los padres de mi abuela colgada en la casa de la abuela. Es un cuadro anclado de un dibujo retocado con base en una fotografía vieja. Él va trajeado, seguro de sí mismo y abultado ligeramente de los cachetes. Semeja a uno de mis tíos más cercanos, al tío Guicho, el gordo faitelson entre los más cercanos, nuestro infalible doctor de cabecera, que en paz descanse. Pero el aire es vago. Al lado Antonia Guadalupe Chávez. Es el nombre de la mamá de mi abuela que le heredó en parte a la mía. Guadalupe Nieves. En el retrato luce ella sencilla, pero estoica, de tez morena y tiene una mirada que no logro descifrar aún. Entre los más íntimos hemos transformado el Guadalupe en Pipis. Más radical aún, he hecho de Guadalupe un Pipistronik, que suena a una variante ruda del género punk. Parece una tomada de pelo la transformación del Guadalupe Chávez a mi Pipistronik. Antes bien, los rasgos más decisivos de la madre de mi abuela los heredó a su descendencia. Mi madre, mi abuela y mis dos tías: Teresita del Sagrado Corazón de Jesús y María Graciela Nieves. Criada en un convento de monjitas, dicen que Antonia Chávez sabía tocar el piano, no contaba con ningún pariente alguno, era callada y ultra religiosa, hogareña, quizá tímida y atendía microscópicamente su casa. Como mi abuela, quien recibió y heredó también el silencio en la conversación, particularmente con los que no frecuenta. Cuentan que la familia había llegado de un viaje de Veracruz. Una fuerza interna, sofocante, anidada en el pecho, la llevó a Antonia Chávez a limpiar los vidrios de la cocina, que salía al corredor exterior que conduce al cuarto de lavado. Tallaba el cristal de igual modo como el joyero un diamante. Se esforzó en alcanzar el ángulo más difuso y perdió el centro de los pies. En un instante cayó de espaldas, se desangró (quizá porque estaba en encargo) y murió al día siguiente. La muerte por obsesión, pienso, de la limpieza maniática de los ángulos inalcanzables. Una suerte de maldición que se filtró pese a todo y de la que no pudimos escapar muchos de nosotros. Una muerte que no recordamos, o no queremos recordar, en la intimidad de la cocina de la casita de la abuela. 145


Contaba con 12 años limpios cuando trastabilló su madre y, de inmediato, mi abuela se convirtió en la madre sustituta de sus cinco hermanos, una niña y tres varones. Fue cuando el hermano menor, orejón y el más feo de todos, el canallita que echó a andar la revuelta por la herencia, comenzó a llamarle mamá, detalle que mi abuela repudiaba con fervor o con pena. El padre de mi abuela no tardó en volver a arrejuntarse y trajo pronto a otra criatura. Fue suerte que le notificaran una mañana que su nueva mujer trataba como sirvienta a mi abuela. Salió de casa al trabajo y regresó de inmediato y, en efecto, a las 5:45 am, mi abuela de 12 o de 13 fregaba la ropa ajena en la zona de los lavabos. Encabronado, por decir lo menos, Luis Amador Romero finiquitó la nueva asociación marital y mi abuela pasó de pilón al cuidado también del escuinclito caguengue. Madre sustituta otra vez. Le decían al (bis) abuelo el fémur, me lo contó una vez mi abuela, temerosa un poco de faltarle a la memoria. Le apodaban así en la Lagunilla, cuando atendía un puesto de juguetes y sobrevivió el sobrenombre en la época del puesto de refacciones, cuando alquiló después un lugarcito en el extinto mercado El Volador. Un hombre delgado, alto, recuerda ella, con la piel morenita pegada en los huesos. Había adquirido ese terreno sobre la calle Canarias con las ganancias de a poco, ahorritos de años, que recibía con la venta de accesorios para las tuberías. Piezas de cobre para las instalaciones de las cocinas, los baños y los trasiegos de los patios. Un pequeño oficio que alcanzó para hacerse de un pedacito, de un lugar, de una casita. El punto inaugural de mi familia materna. Salgo al vecindario, me alejo de Canarias, cruzo el Eje Central y entre las calles, de pronto, perdido, me asalta bajo la noche la idea que van a borrarlo del mapa. Parece mentira, pero hace apenas unos años Portales fue el lugar de alumbramiento de Mateo. No fue en un hospital, Mateito nació en la casa de la abuela. Nos hemos referido siempre a la casa de la abuela como Portales. ¿Vas a ir el domingo a Portales? ¿Quién va estar en Portales? Años y años repitiendo estos interrogantes en 146


reuniones, conversaciones y fiestas, en bautizos y confirmaciones, en quinceaños y bodas, en comidas y cenas. Otrora robusto, lleno de vitalidad, un ritual que se apaga. Aún

por

investigar

y

rescatar,

hubo

un

pasado

que

se

desmaterializará con la venta inevitable de Portales. Los pliegues más viejos de nuestra memoria se quedarán sin punto fijo en el espacio. Portales desaparecerá, es un hecho triste (por decir lo menos), pero quedaremos nosotros.

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Todavía magia

Por

GRAZIA DELEDDA Traducido del italiano por Manuel González López

El tío Salvador, nuestro viejo granjero, comenzó: “Hijos míos, yo no fui siempre agricultor, había nacido para transformarme en algo grande, cura al menos, pero el azar y la extrema pobreza de mi madre no me lo permitieron. Durante mi adolescencia fui sacristán en nuestra capillita de San Giuliano, y sólo cuando terminó mi vocación religiosa pensé en casarme, entonces me saqué d encima el 149


perfume de incienso y de cera que emanaba de mis ropas, me calcé los borceguíes y me puse a trabajar la tierra. Escuchen entonces: era el último año de mi… sacristanía y tenía ya veintidós. Una tarde de noviembre, al anochecer, estaba sentado fuera de nuestra casita, sobre el carro de un vecino, y miraba al final del camino. Como hacía frío ninguno se dignaba a acompañarme, y tampoco yo, si no hubiese estado empujado por un motivo fuerte, me hubiese quedado allí. Veía los montes, ya cubiertos de nieve, todos velados de niebla, sentía debajo del cielo oscuro rezumar una humedad helada que traspasaba mi abrigo, y el viento me enrojecía la nariz, y aun así no me movía. El campanario negro de San Giuliano, apareciendo de tanto en tanto entre la niebla y las tintas oscuras del anochecer, me advertía que era la hora de ir a tocar el ave, y sin embargo yo permanecía allí, duro, rígido, olvidando mi deber. Lo que más me tentaba era el alegre crepitar del fuego, dentro, en nuestra cocinita caliente donde mamá preparaba un buen minestrone de alubias y coles —un verdadero lujo, sépanlo— incitando cada tanto con su voz trémula al burrito que todavía trabajaba, monótono y lento, en torno al molino en un ángulo de la cocina. Miraba cada tanto el techo bajo y húmedo que humeaba y el pensamiento del buen fuego acrecentaba mi frío, y aun así no me movía, como si estuviese encantado. Una hora antes, a la salida de la novena, Graziarosa me había dicho con misterio: —Amigo Batò, debo hablarle: espéreme dentro de una hora delante de tu casa. ¡Graziarosa hablándome, pidiéndome un encuentro! Era una cosa que yo ni siquiera soñaba: porque deben saber que, locamente enamorado de ella, ella nunca me había querido escuchar, de hecho se burlaba de mí llamándome amigo campanario. ¡Cómo sufría Dios santo! Graziarosa se creía alguien porque servía en la casa del alcalde, el más rico señor del pueblo, y acompañaba a la patroncita doña Daniela a pasear. Era una bella chica, Graziarosa, con los ojos verdes, y yo estaba loco por ella, pero ella no me daba ni una mirada, ¡de hecho pretendía casarse con un señor!¡ Figúrense, pero qué señor! Uno que tuviese 150


pantalones bien puestos, eso, tal es así que yo, exasperado, cuando lo supe, le canté incluso bajo su ventana una canción infame: Teracas che signore bos cheries…

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Ésta me amenazó con hacerme apalear por su hermano: yo estaba por hacerle componer una poesía escandalosa por un poeta que escribía canciones así, para uno y para otro por un pago de siete pezzas, fue entonces cuando me pidió que nos encontrásemos, de buen modo y llamándome por mi nombre verdadero. Ahí tienen el porqué, yo que, bien pueden figurarse, la amé siempre, estaba esa noche al frío, tragándome la niebla y con la nariz roja… Como quiso Dios, Graziarosa llegó. Retornaba de la fuente, las manos envueltas en su delantal y la cara morada por el frío. Apenas la vi me puse de pie y fui a su encuentro palpitando y murmurando: —¡Qué diablo! Te espero desde hace dos horas, que lo sepas. Y tengo que tocar el Ave Una sonrisa burlona le frunció los labios. Dejó el ánfora sobre un muro y me respondió, mirando alrededor: —Otra que ave, amigo mío. Se trata de escudos. ¿Quieres ganarte veinte…? La miré fijo, y pensé: “Dónde quiere ir a parar”. También yo miré alrededor, acordándome de su amenaza, y sospechando que el hermano estuviese allá, detrás del muro, pero no vi a nadie. Solo a veinte pasos de mi casita negra, entre la niebla que invadía y el crujido mínimo de nuestro molino movido por el burrito, Graziarosa se dio cuenta de mi… estaba por decir miedo. —Vamos —dijo haciéndose la seria—, no se haga el loco. No tengo tiempo para perder. Dime si quieres ganarte veinte escudos…

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“Siervas que se creen señoras”, en sardo en el original.

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Seguro de que hablaba en serio y visto que podía hacerme el galante sin correr ningún peligro comencé a ponerle ojos lánguidos y le respondí: —Amiga Graziarò, si habla de verdad, y si se trata de hacer algo que le plazca, hable rápido… Ya lo sabe, yo estoy listo para tirarme al fuego por usted: sólo con que me quiera bien un poco, yo, sin otra recompensa, voy al infierno… —¡Uf…! —exclamó la muchcha mirándome— ¡Es un fanfarrón! No hablo de ir al infierno, pero apuesto que no me haría el favor que le pido, que aparte es para otros… Son cien liras para mí y cien liras para usted, sin contar el amor que de ahora en adelante le daré… Estas últimas palabras me entusiasmaron tanto que, no sabiendo cómo agradecer mejor a Graziarosa, busqué de hacerle alguna caricia, pareciéndome ya de tener algún derecho sobre ella. Pero esta me dijo enseguida: “Abajo las manos, amigo, o le parto la cara a bofetadas” ¡Mal prólogo de su promesa de amor! Como la noche avanzaba y el viento soplaba más fuerte entre la niebla, Graziarosa prosiguió: —Esta noche la patrona me echa… Es mujer, perdóneme. Así que hagámoslo rápido. Pero antes de decirle de qué se trata debe jurarme que no dirá nunca nada, aceptes o no, y que nunca pronunciará mi nombre si cuenta este hecho. Yo, precisamente porque sabía que haría justo lo contrario, conociendo bien mi carácter, proferí el más horrible juramento. Entonces Graziarosa, en voz baja, me hizo saber qué era lo que quería. Era algo horrendo para mí. Se trataba nada más ni nada menos que de darle, a cambio de la mencionada recompensa de veinte escudos y su amor, ¡un poco de aceite santo! Me volví pálido al pensar que me creyese capaz de tanto: temblé al momento de oír que el aceite bendito era para hacer un hechizo, pero por más ruegos que le hice, Graziarosa no quiso decirme para qué suerte de magia fuese ni para quién era. Naturalmente me negué, con horror y terror, a cumplir este sacrilegio, por más que me tentase siempre la 152


extraña promesa del amor de Graziarosa y un poquito también las cien liras. ¡Oh, tener cien liras y saldar con ellas la única deuda que tenía mamá desde el tiempo en que había muerto papá! ¡Cien liras! Eran para mí un sueño, grande como aquellos que me daba la desesperada pasión que tenía por Graziarosa, ¡pero tenerlas a ese precio! ¡Antes prefería que me cayesen cien rayos! ¡Habría asesinado mejor a un hombre! Y se lo dije francamente a la muchacha. —¡Ve, tenía yo razón! Y hablaba de ir al infierno… —Oh, pídame todo lo que quiera, dígame de hacer cualquier otro delito y lo haré por usted, pero esto no, no, no… Después de una larga disputa Graziarosa se fue golpeando el piso a cada paso y yo me quedé como un sonámbulo, allí, con los ojos abiertos sin ver nada, con la nariz colorada entre la niebla, preguntándome si todo no había sido una alucinación. Aquella noche en San Giuliano no se tocó el ave; y yo no ganas de comer el minestrone de alubias preparado por mamá, que me dijo: —Estás enfermo— y quiso hacerme beber la leche caliente para hacerme transpirar. Cerca de un mes después, a causa de un gran temporal, se arruinó el techo de una casa vecina a la iglesia: la desgracia quiso que esa casa fuese la de nuestro acreedor que, pobre como nosotros, nos conminó a pagarle, después de tantos y tantos años. No teníamos ni siquiera diez liras disponibles, y pese a que le rogamos tanto a nuestro acreedor para que nos tuviese paciencia, cómo podía tenerla ese pobre diablo con la casa sin techo. Y en invierno. En pocas palabras: demandó a mamá. Fue aquella una jornada terrible para nosotros que no sabíamos siquiera de qué color era el ujier, que ni habíamos puesto un pie, ni siquiera como testigos, en un tribunal. Nos pareció una infamia, sobre todo porque sabíamos que no podíamos pagar nada. ¡San Giuliano mío! Busqué en cada agujero, le rogué a todos, pero por desgracia, si hoy el dinero está muerto, en aquel entonces estaba

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moribundo… Y no encontré un alma que me prestase cien liras. ¿Debíamos entonces resignarnos a dejar subastar nuestros bienes? Entre tanta desesperación me acordé una noche de las cien liras de Graziarosa, y, lo confieso, estaba tan desolado y desesperado que por un momento tuve el pensamiento sacrílego de darle el aceite santo. Pensé en para qué lo podría necesitar, y recordando que había escuchado que algunos hombres, no creyendo más en Dios ni en los santos, por hacer un desprecio a nuestra santísima religión, bautizan burros, perros y otros animales por el estilo, parodiando de manera horrible el bautismo y utilizando el verdadero aceite y el agua bendita, sentí que se me erizaban los cabellos y me pregunté por qué, por un solo minuto había deliberado contribuir en esta perdición. Pero el pensamiento de nuestra desdicha me presionaba cada vez con más tenacidad y el demonio me acosaba en cada lugar. Ahora la idea de las cien liras de Graziarosa —no recordaba en ese momento la promesa de su amor— y de nuestros bienes puestos a subasta pública, mancha y humillación extrema, me confundían tanto la mente, que me puse fervorosamente a rezar para expulsar las tentaciones. ¡San Giuliano, San Giuliano mío ayúdame o estoy perdido! Pero era en vano, en vano. Aquella noche mi patrono debía estar sordo o no oía mis oraciones a causa de fuerte soplido del viento… El hecho es que el demonio me vencía y nada servía para echarlo. Al alba estaba todavía despierto, luchando siempre contra aquel horrible pensamiento: al final me dirigí a Santa Bárbara, que era la santa de mi pobre madre, y le pedí tanto tanto que me salvase, si no por mis méritos por misericordia de aquella buena vieja de mi madre, que al final me escuchó. Estoy seguro, fue ella, Santa Bárbara, la que me salvó, me inspiró, me ayudó”. Tío Salvatore aquí hizo un largo sermón que se los ahorro, aunque fuese interesantísimo, después prosiguió, con nosotros atentos y curiosos. “Apenas se hizo de día, me aparecí por la casa del alcalde y preguntado por Graziarosa, le dije: 154


—Amiga Graziarò, me lo pensé mejor lo de aquel asunto, sabe… —¿Cómo? —dijo ella abriendo los ojos y llevándome a un ángulo remoto del porche— ¿Acepta? Pero hable bajo. —Sí —respondí, porque quería ganar mucho, ya que me había metido en el asunto —Pero escuche, lo hago por usted, porque no puedo soportar más… ¡Si supiese cómo la amo! Si continúa siendo cruel, yo me muero, me muero, hasta ese punto llego. —Tranquilo,

amigo…—murmuró la sierva mirando con temor la

ventana todavía cerrada de los patrones. —Si nos escuchan, me echan. Sobre lo nuestro, hablaremos después. Dígame entonces… —Esta noche pase por mi casa, cuando vuelva de la fuente. Sobre la tarde, en efecto, Graziarosa pasó y yo le di la botellita con el aceite. Vi sus grandes ojos verdes brillar alegremente y por poco no me besó. Escondida muy bien la botellita me entregó un billete de cien liras que yo, luego de falsas negativas y ceremonias, acepté. Aquella noche comenzamos a hablar de amor y el campanario negro de San Giuliano tocó el más alegre ave María que se pueda imaginar, tan alegre que no parecía un ave María. Después de algún que otro año Graziarosa se convirtió en mi mujer. Sólo entonces quiso confesarme el secreto del aceite santo. Doña Daniela, su patroncita, que si bien era rica era también un poco fea y antipática, enamorada a muerte de un primo suyo, guapo, joven y licenciado, viendo la inutilidad de todas las otras seducciones, recurrió a una famosa maga de un pueblo vecino. —Procúrese un poco de aceite santo —le dijo la maga— y lo pasa por la frente del joven mientras duerme, una noche de luna llena, a media noche… Graziarosa, íntima confidente de Doña Daniela, había pensado de inmediato en mí, que, como sacristán, podía procurarle el aceite santo. Obtenido ello, Doña Daniela, siempre a fuerza de dinero y de misterio, se introdujo una noche de luna llena en la casa del primo y le ungió la bellísima frente mientras él dormía y la medianoche sonaba. La maga

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había dicho que después de esta operación el primo debía enamorarse locamente de Daniela… —¿Y entonces? —le pregunté a Graziarosa— ¿El primo? —Entonces —me respondió ella con melancolía —no sólo no se enamoró, sino que poco después partió para Cagliari y se casó con otra muchacha. —Me imagino —exclamé dando una gran carcajada— ¡Ya lo creo! ¡Aquello que te di era simple aceite que de santidad no conocía siquiera el nombre!”

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ENSAYOS ARTÍCULOS

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¿Cómo es posible seguir leyendo a Rulfo? Por

FERNANDO BELTRÁN

Resumen. No es de fácil acceso Juan Rulfo. ¿Qué quiere decir que un lector no descifre de manera natural a un autor? Fue Jorge Luis Borges quien rescató un juicio curioso: los clásicos están condenados a no ser leídos. ¿Para qué o para quién escribió Rulfo? ¿Son válidas aún estas interrogantes para un clásico? ¿Por dónde habría que comenzar? Este ensayo parte de la idea que todo escritor está determinado por circunstancias específicas. Algunas claves de lectura, quizá las mejores, son las huellas que suponen los encuentros entre la trayectoria personal y la historia social. Para invitar a leer a Rulfo, este ensayo se propone la reconstrucción de algunos de estos encuentros.

Rulfo es el escritor mexicano más leído y estudiado en México y en tierras foráneas. Quizá con ello se quiere aludir que Rulfo es un buen 159


escritor. Pero ¿qué significa ser un buen escritor? Una respuesta inmediata es lo que la obra ha obligado a las generaciones ulteriores a escribir sobre ella. Según la brasileña Simone Andréa, la crítica escrita sobre Rulfo sumaba nueve mil páginas en el ya lejano 1999[1]. De ánimo ultraterreno, por otra parte, hay frases como la del milagro de las letras mexicanas para caracterizar rápidamente las ficciones de Rulfo[2]. Con los premios otorgados, ¿existe la eventualidad que un lector sostenga que Rulfo le cancela la invitación de la lectura? Originalmente oncebido para celebrar el mejor libro editado en México, el Premio Xavier Villaurrutia lo ganó Rulfo en 1957. Aunque Pedro Páramo apareció en 1955, el galardón fue retroactivo. Fue distinguido Rulfo también con el Premio Nacional de Literatura en 1970 y recibió el Premio Jalisco en el Teatro Degollado en 1979. La Academia Mexicana de la Lengua, por su parte, lo acogió en su seno el 25 de septiembre de 1980[3]. Instituido tres años antes, el Palacio de Bellas Artes efectuó un Homenaje Nacional el 30 de septiembre del mismo año y Rulfo decidió exponer una retrospectiva de 100 fotografías. Fue la segunda ocasión que Rulfo consintió para un público masivo una exposición de su obra fotográfica. De parte del gobierno de Tabasco, el Premio Juchiman de Plata en Artes lo ganó en 1980. El entonces Premio Príncipe de Asturias de Letras lo cobró en 1983 y la Universidad Nacional Autónoma de México, además, le concedió el doctorado honoris causa en 1985. ¿Qué quiere decir que un lector no descifre de manera natural a un autor? Fue Jorge Luis Borges quien elaboró o rescató un juicio curioso: los clásicos están condenados a no ser leídos. La fama que los premios literarios otorgan contribuye a forjar una suerte de reverencia anterior a la lectura. Una coraza, quizás para muchos, impenetrable. Los clásicos se convierten de este modo en la decoración perfecta de un anaquel de libros. Aunado a lo anterior, se ha instaurado una serie de lugares comunes, maniqueos, que no sólo enmarañan las interrogantes anteriores sino que acartonan la obra y la figura del jalisciense. ¿Lo ayudaron o no a escribir la novela? ¿Era o no era Rulfo rival de Octavio Paz?[4] ¿Por qué no volvió a publicar un texto personal? ¿Lo opacó o lo 160


asustó el éxito? No sumaba ni cuarenta años cuando Rulfo publicó su única novela. Si el fracaso fue el enemigo del escritor del siglo diecinueve, ironiza Ricardo Piglia, el éxito se convirtió en el obstáculo para los del veinte[5]. ¿Cómo hacer —se ha preguntado el argentino— para no ser comprendido por los contemporáneos? ¿Para qué o para quién escribió Juan Rulfo? ¿Siguen siendo válidas éstas interrogantes para un clásico? ¿Por dónde habría que comenzar? * Dice Rulfo que nació en Apulco[6], Jalisco, un 16 de mayo de 1917. Agua mala o revolcada, el significado nahua de Apulco. Pueblo de calles torcidas, empinadas, que se alzó al lado de una barranca, Apulco pertenece hoy al municipio Tuxcacuesco. Colinda al noreste con los otros municipios de San Gabriel y Sayula. Para la época la región del sur de Jalisco contaba con una población de casi cuatro mil habitantes. Es frecuente la mención del nacimiento de Rulfo en Sayula, donde se le expidió la partida de bautismo. O en San Gabriel, lugar al que se trasladó la familia de Rulfo cuando se desencadenó la primera Guerra Cristera, conocida también como la Cristiada [1926-1929][7]. La falta de precisión del lugar es una clave primerísima en torno a los mitos de Juan Rulfo. Una falta que el propio Rulfo alimentó y se benefició de ella[8]. La mentira como el insumo de su literatura. ¿Sólo de su literatura? El mentir, sin embargo, para alcanzar la verdad. Una contradicción que nos asombra. El biógrafo de Rulfo, Alberto Vital, ha señalado que las gavillas de Pedro Zamora, bandolero y despiadado, que asolaban las regiones costa y sur de Jalisco, fue el responsable directo que familias enteras se vieran obligadas a trasladarse de sus pueblos a las cabeceras municipales: Sayula o San Gabriel[9], incluso Guadalajara[10]. Miedo y muerte, escribe Vital, fueron las características de una región azotada por bandidos [1915-1921]. En busca de la exactitud del biógrafo, Vital es determinante: “si bien Juan Rulfo nació en Sayula, su lugar electivo fue Apulco”[11]. Hubo también una suerte de aureola negra sobre Sayula para que Rulfo contribuyera en la indefinición. Un “ripioso poema 161


anónimo, lépero y desenfadado”, conocido como El ánima de Sayula, aseguraba que sus habitantes además de brutos son putos, no sólo los vivos sino los muertos también[12]. El abuelo materno, hacendado, Carlos Vizcaíno Vargas, construyó el puente sobre el río y la iglesia, dedicada a Nuestra Señora del Refugio. El abuelo materno visitará Roma por seis meses y sobrevivirá entre los descendientes un jarrón que compró y trajo del Vaticano[13]. Se cuenta la versión que perderá los pulgares en 1915 en manos del bandido Pedro Zamora, quien le exigió 50 mil pesos[14]. No será la primera y única vez que Zamora extorsione a la familia Vizcaíno Vargas. El abuelo paterno, licenciado Severiano Pérez Jiménez, fue hacendado también y padre de trece hijos: cinco mujeres y ocho varones. Mónica, la primogénita, y María Esperanza Victoria, murieron jóvenes, al igual que José Rubén y José Raúl. Jesús y David, por su parte, fallecieron ahogados al hundirse un barco. El trato y la correspondencia escrita entre Severiano y Juan Nepomuceno, padre e hijo, entre el abuelo y el padre de Rulfo, conduce esa habla directa que Rulfo trasladará a sus ficciones. ¿Qué clase de intercambios existen en Rulfo entre la oralidad parroquiana y la escritura? Una observación recurrente sobre la literatura de Rulfo es que los personajes rulfianos hablan una lengua cristalina o auténtica que nadie nunca ha hablado[15]. ¿Por qué se ha señalado en demasía esta contradicción? Hay en Rulfo transacciones, yuxtaposiciones, paradojas entre la oralidad y la escritura. Quería no hablar como se escribe, dijo Rulfo, sino escribir como se habla[16]. Según Cristina Rivera Garza: “Rulfo sabía oír, que es otra manera que sabía traducir”[17]. Hay en Rulfo la construcción de un lenguaje propio. ¿Cómo es posible que haya tanta realidad en aquellos fantasmas? ¿Cómo fue posible tal efecto literario? Tal concentración de prosa en los diálogos de Rulfo, ¿fue producto de un refinamiento auditivo y espíritu de síntesis? Sea lo que fuere, el embrujo de Rulfo hace creer que hay algo típico o puro en la lengua mexicana que se habla en comunidades campesinas o pueblos. Abuelo paterno y padre de Rulfo hacen de la escritura de cartas parte importante de sus actividades cotidianas. A todo escritor, lo sepa o 162


no, le adviene el oficio desde alguna parte. Muy a menudo asoma desde los lugares más próximos. Herencia de siglos, un mundo parroquiano que conocía el mundo de la escritura vía testimonios notariales y alegatos, quejas y proclamas, telegramas y recados, no sólo cartas[18]. “Eso manifiéstelo por escrito”, dice un personaje de un cuento de Rulfo[19]. Juan Nepomuceno Pérez Rulfo [1889-1923], grandote y bien parecido, le decían Cheno de cariño. Al igual que su futura esposa, María Vizcaíno Arias, provenía de Los Altos, Jalisco. Una región semicerrada, Los Altos, de pequeños propietarios de tierra, individuos de clara o directa ascendencia española. Fue asesinado cuando Rulfo tenía 6 años; un disparo por la espalda en una brecha rumbo a San Pedro Toxín, o San Pedro Totzin, Tolimán[20], el primero de junio de 1923[21]. Además del futuro escritor, dejará huérfanos a Severiano, el delfín, Francisco y Eva. María de los Ángeles, en cambio, no sobrevivió al nacimiento. En estricto sentido, Rulfo no lleva ni en el acta de nacimiento ni en la de bautismo su apellido poético. Le viene Rulfo del padre Cheno que le heredó su madre María Josefina Martina Rulfo. La metamorfosis de Juan Nepomuceno Carlos Pérez Vizcaíno en Juan Rulfo, o Carlos Juan Nepomuceno Pérez Vizcaíno como consta en el acta de bautismo, será no sólo la invención de un nombre artístico sino el deseo de síntesis que caracteriza a su entera literatura. Fue Guadalupe Nava Palacios, sostienen, quien jaló el gatillo de la 30-30[22]. Un disparo y una muerte. Una de esas balas largas 30-30 que quebraban el espinazo como si se rompiera una rama podrida[23]. “Cuando crecí y lo busqué me dijeron que estaba muerto. Es algo difícil crecer, escribe Rulfo, sabiendo que la cosa donde podemos agarrarnos para enraizar está muerta”[24]. Hubo un intento de Rulfo de especular una venganza en el cuento “Diles que no me maten”. Fue un cuento que apareció por primera vez en la revista América. Revista Antológica de Literatura en 1951[25]. Desde luego, la ficción compilada después en El Llano en llamas no es una reconstrucción de los eventos acaecidos sino una fantasía a partir de lo ocurrido. Aunque Rulfo cultivó la fotografía, se ha repetido que el escritor de ficciones no es un fotógrafo de la realidad, 163


en el sentido naturalista del término. Consumido por el tiempo, Justino Nava saldará las cuentas pendientes por haber asesinado a Guadalupe Terreros, su viejo amigo. Compadre que le mató a uno de los animales de Justino Nava que inquirían alimento en las tierras de Terreros. Fuera del territorio de la finca de los Pérez Rulfo, dicen, nadie apreciaba a don Cheno. Un hombre muy limpio, el padre de Rulfo, que vestía con camisa blanca, bien montado y con buenas armas. No era hacendado, precisa Alberto Vital, sino un laborioso, un buen administrador de la hacienda. El hijo menor del escritor, el cineasta Juan Carlos Rulfo, dirigió un documental en busca de las pistas del abuelo Cheno y de los rastros del asesinato con base en las versiones o los recuerdos de los entonces peones, aún sobrevivientes, de una hacienda fantasma[26]. Entre que el hacendado veía por ellos y entre que los cuereaba, las opiniones difieren. Fue quizá un pique añejo por la invasión de unos animales a los potreros de la finca el móvil del asesinato que cometió Guadalupe Nava, hijo del presidente municipal de Tolimán[27]. Avalentonado por el mezcal, cuentan los sobrevivientes, Guadalupe Nava se le personó a don Cheno e intercambió con él. Al lado de un arroyuelo, la brecha se reducía a un paso unipersonal. En deferencia a don Cheno, Guadalupe Nava lo dejó pasar primero y el peón que los acompañaba se adelantó en seguida para abrir una tranca del camino. Fue cuando Nava disparó el arma en algún confín de San Pedro Tolimán. ¿Por qué escribió Juan Rulfo? La muerte violenta del padre es quizá una respuesta plausible[28]. Circunstancial pero de modo preciso, la Cristiada le puso en las manos de Rulfo los primeros libros. La primera revolución cristera se desarrolló principalmente en los estados de Jalisco y Colima, Zacatecas y Guanajuato, Michoacán y Querétaro. El desencuentro entre la Iglesia Católica y el gobierno en México quizá puede datarse desde la expulsión de los jesuitas. La guerra más sangrienta entre mexicanos duró tres años [1855-1858] y tuvo como móvil las restricciones que los gobiernos liberales impusieron al desproporcionado, casi omnipotente, poder de la Iglesia Católica. En un país preponderantemente católico, empero, ¿hasta dónde pueden ser tolerables los tentáculos de la Iglesia Católica? ¿Cómo 164


encauzar los intereses religiosos y los laicos en una sociedad parroquiana o indígena, tradicional en suma, que aspira a “modernizarse”? ¿Qué será de localidades o de pueblos que no han sido, y no pueden ser, sino religiosos? ¿Cómo resolver los inminentes conflictos? El desencuentro entre las partes es más bien regional pero de larga data. La constitución de 1917, por lo demás, delineó artículos decisivos que antepusieron la rectoría del estado frente a cualquier interés religioso o particular. Prologado el anticlericalismo por el gobierno de Álvaro Obregón, el de Plutarco Elías Calles [1924-1928] decretó que por cada 10 mil habitantes debía de haber un cura. Maestro rural de cepa, Elías Calles fue toda su vida política un anticlerical radical, pero sus últimos días personales fue un religioso[29]. Edificada mediante disposiciones penales contra los curas, fue la llamada Ley Calles el fósforo que incendió otra vez los llanos. Pueblos enteros de regiones enteras se levantaron en armas. Obligó la Cristiada a los habitantes de los pueblos pequeños a concentrarse en las cabeceras municipales. La familia Pérez Vizcaíno se trasladó de Apulco a San Gabriel, llamado Venustiano Carranza hasta 1993, cabecera del municipio del mismo nombre. La Cristiada, dice Rulfo, se caracterizó por el saqueo de las partes en pugna: federales y cristeros. Unos y otros quemaban casas, violaban mujeres y achicharraban pueblos. Ambos bandos practicaban el deporte de colgar cadáveres en los árboles[30]. Y fue particularmente hostil con la familia Pérez Vizcaíno, arrancándoles todo lo que podían arrancarles. No sólo. Envueltos en el conflicto guerrillero y religioso, los tíos se enfrentaban entre sí. Cuenta Rulfo que uno mataba a otro y el pariente, en venganza, se encargaba de liquidar al primer ejecutor. Un familiar, después, se empeñaría en borrar de la faz de la tierra al asesino[31]. Una escaramuza sangrienta que recuerda a la que protagonizaron las familias Hatfields & McCoys en los Estados Unidos de posguerra de secesión. Una rebelión, la cristera, azuzada por las mujeres. Matriarcal dice Rulfo. Las madres, las esposas o las hermanas, cuenta Rulfo, cuestionaban el honor de los hombres. ¿No vas a defender la suprema causa de Dios?[32] Los llanos ardieron porque las

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mujeres los calentaron. Más aún: lo hicieron porque las mujeres precisamente traficaban el parque. El párroco de San Gabriel, Ireneo Monroy, dirigía el Colegio de las Josefinas y administró el curato entre 1917 a 1934, ubicado justo en frente de la casa de los Pérez Vizcaíno. Cuando los federales lo ocuparon como cuartel, el cura había mudado clandestinamente el curato a la casa vecina, detrás de la parroquia, y vivió escondido entre la familia Pérez Vizcaíno. Antes de enrolarse a la Cristiada, además, el cura trasladó la entera biblioteca compuesta más por libros profanos que religiosos, pues el cura se hacía pasar por censor y se encargaba de recoger los libros de aquellas bibliotecas de las familias de los pueblos[33]. Formó parte de la rebelión cristera la suspensión del culto público y la clausura de los colegios religiosos. Conllevó la suspensión de los primeros estudios de Rulfo en el convento de las monjas Josefinas. Encerrado en la casa de San Gabriel y escuchando balazos, Rulfo se consumió los días leyendo novelas durante todo un año[34]. Su abuela materna, Tiburcia Arias Vargas, archi católica, se opuso al ingreso de los niños Severiano y Rulfo en un colegio laico; tras un año, Rulfo abandonó el convento en San Gabriel y fue inscrito por decisión de su tío Vicente Vizcaíno en el colegio Luis Silva, entonces orfanatorio, en Guadalajara en 1927. A los hijos de la clase pudiente en la capital de Jalisco, dice Rulfo, los internaban en el orfanato como castigo y represalia porque en realidad fungía como correccional[35]. Este tránsito lo distancia a Rulfo de las zonas que se levantaron en armas. Alejada de sus dos hijos mayores, según testigos, María Vizcaíno vio de cerca por lo menos dos veces al asesino Guadalupe Nava en San Gabriel[36]; endeble, al poco tiempo muere de su pena en noviembre de 1927. “¿Y a ti quién te mató, madre?”, se inquiere un joven Pedro Páramo[37]. Fue la tristeza lo que a sus treinta y dos años consumió a María Vizcaíno. Llena de bondad, escribe Rulfo, no resistió y reventó su corazón[38]. A la edad de diez, ¿cómo un niño reconstruye un mundo que se ha desmoronado en pedazos? La misma cuestión puede reformularse y arrojársela al futuro: ¿por qué escribió Juan Rulfo? Así como ocurrió con 166


el asesinato del padre, la viuda de Pérez Rulfo se metamorfoseará en otra figura pilar de su literatura: Susana San Juan y Justina, Eduviges, Damiana y Dorotea de Pedro Páramo[39]. Todos estos personajes femeninos se han quedado sin su hombre. Hasta los quince años Rulfo permaneció confinado en el colegio Luis Silva. Contrastó, dice Rulfo, la pura soledad[40]. Desde luego la formación católica, monacal para las mujeres, le allega el silencio y la Biblia, un modo trascendental de leer el mundo íntimo, hondo y misterioso. ¿Cómo puede comprenderse el mundo interior o el mundo de los otros sin palabras? Fue el historiador Marc Bloch quien dijo que la Biblia no era sino un compendio de contar historias, de narradores amantes del pasado. Un colegio cuya estructura arquitectónica le ofreció asimismo a Rulfo imágenes y ángulos de vista. ¿Aquí anidó el gusto de Rulfo por la fotografía? El espacio arquitectónico del colegio, asimismo, le ha puesto a Rulfo el interés por la arquitectura. No es menor, además, que el colegio contara con una antigua tradición entre los internos de ensayar el género del cuento. Así, dentro de un recinto silencioso, propicio para la concentración, Rulfo seguramente experimentó sus primeras incursiones en la narrativa breve entre 1927 y 1932[41]. Quiso Rulfo matricularse en la Escuela Preparatoria de Jalisco, adscrita a la Universidad de Guadalajara, pero una huelga estudiantil hacia finales de 1932 la mantuvo cerrada. Elevado al máximo tono de un “match intelectual”, la disputa entre Antonio Caso y Vicente Lombardo Toledano [1933] por la orientación de la educación impartida por el estado no se zanjó sino hasta el término del gobierno de Manuel Ávila Camacho [1940-1946]. Un presidente que se autonombró católico en público pero no fanático al inicio de su mandato. El filósofo Caso defendía una educación de libre cátedra frente al credo de Vicente Lombardo Toledano, admirador de la Unión Soviética y viajero frecuente a Moscú, que giraba sobre una “educación socialista”, encumbrada bajo el materialismo histórico. Ideologizada en suma. La querella no sólo puso en tensión al espectro de la enseñanza universitaria, pues el debate tuvo lugar en la Universidad Nacional, sino se expandió a la escena pública y 167


nacional. Conquistada en 1929, la autonomía de la Universidad Nacional favoreció a los argumentos de Caso, gracias también a la pericia del rector Gómez Morín. Liquidó el conflicto en la máxima casa de estudios pero se propagó en universidades importantes como la de Guadalajara. Consagrada en la constitución en los últimos días de Elías Calles, la “educación socialista”, secundada por el gobierno de Lázaro Cárdenas, estaba para muchos a un paso de fomentar el ateísmo. Sin proponérselo, por lo demás, avivaba el rescoldo que dejó la primera Cristiada. Una segunda Guerra Cristera, sin embargo, prendió sólo en Durango, novelada por Antonio Estrada, descendiente directo de uno de los cristeros caídos[42]. Bastión puro del catolicismo, Jalisco, la huelga estudiantil se alargó cuatro años en los recintos de la Universidad de Guadalajara y terminó hasta 1936. Por decisión de Tiburcia Arias, quien predecía que Rulfo sería sacerdote, Rulfo fue ingresado al seminario conciliar en Guadalajara el 20 de noviembre de 1932. Muy cerca del apagón de la primera rebelión cristera,

muchos

seminarios

y

seminaristas

operaban

en

la

clandestinidad; Rulfo entre ellos. Alberto Vital, el biógrafo de Rulfo, sugiere que Rulfo se benefició artísticamente hablando en dos sentidos por lo menos en el seminario. Descubrió el universo del Quijote y estudió métrica latina. Se potenciará Rulfo en el paso del verso a la escritura en prosa. Más aún. Una vena añeja de religiosidad lo nutrió no sólo a Rulfo, desde luego, sino a su entera literatura. El espíritu de Rulfo, digamos, afín con la cosmovisión del cristianismo católico. Entre otras, la certeza de las almas en pena, la existencia del mal o las dimensiones sin tiempo ni espacio: la esperanza y la justicia, la posibilidad del bien. Con sabor a Freud, el placer y la permanente represión que el placer desencadena. Los pilares de una civilización. ¿Por qué Juan Rulfo es un buen escritor? Una potente cosmovisión cristiana católica, empero, que la Cristiada para Rulfo ha resquebrajado. La experiencia en el seminario conciliar duró poco (1932-1934). Clausuradas las puertas en Guadalajara, Rulfo viajó a la Ciudad de México. ¿Qué es lo que Rulfo descubre de la capital del país? ¿Cómo es 168


la Ciudad de México en aquella época? ¿Quiénes lo apoyan? ¿Cómo vive? ¿Dónde se instala? Con miras a estudiar derecho, carrera típica para el advenimiento de un intelectual[43], Rulfo intentó matricularse en la Escuela Nacional Preparatoria, pero no le revalidaron los estudios previos. ¿Cuál fue el motivo? De tal suerte que Rulfo sólo concluyó oficialmente los estudios secundarios, aunado a un curso en contabilidad que obtuvo en el último año del Colegio Silva. El rechazo de la institución escolar, sostiene Alberto Vital, le refuerzan los hábitos autodidactas: la pasión por la geografía, la historia y la antropología mexicanas[44]. No sólo. Intuye Rulfo que la crisis que experimenta de muchacho, la de su familia y la de la escuela, ese “mundo oscuro y cerrado”[45], está vinculada de algún modo con las posturas que ensangrentaron durante mucho tiempo a una nación. Coquetea los dieciocho años y viaja Rulfo. “Desamparado y solo”[46], escala cerros y explora. Camina Rulfo en Apulco y en San Gabriel, en Sayula y en Tuxcacuesco. Se interna incluso en Colima, pegadita con el sur de Jalisco. “A estas piernas flacas que tanto les gusta caminar y se soltaron caminando”[47]. Rulfo se aleja, si bien lo convocan de regreso los hermanos y su abuela en Apulco, las librerías y los espacios arquitectónicos en Guadalajara, la Facultad de Filosofía y Letras en la Ciudad de México. Desiertos, volcanes y lagunas. Cielos expandidos y montones de nubes. Pueblos, parroquias y veredas. Rutas y caminos polvorientos. Gente viva, costumbres y modos de hablar. Montañas y valles, mares y selvas. Ríos y ciudades. Las tardes crepusculares y la luna. Antes que Rulfo se adentre de lleno y para siempre en el mundo del trabajo, Rulfo es un viajero de tiempo completo por lo menos dos años enteros [1934 a 1936]. Despilfarró Rulfo en viajes lo que le habían dejado[48]. El viaje fomenta las fotos y las fotos captan los lugares de los viajes. ¿En busca de qué va Juan Rulfo? ¿De un punto de vista? ¿De un lenguaje propio? ¿Tras la herencia oral hecha de siglos? Rulfo viajó con una cámara fotográfica y el viaje para Rulfo fue una experiencia decisiva. Estructural, como suelen decir los sociólogos. “Tránsito” es el nombre de uno de sus personajes de un cuento que trata precisamente sobre el ir y 169


el venir, sobre la migración condenada hacia el Norte[49]. ¿No fue el de Rulfo el testimonio literario de aquellas fuerzas modernizadoras que desencadenaron los exilios internos de México? Fue Cristina Rivera Garza la que se tomó muy en serio una preocupación de Ricardo Piglia sobre las condiciones materiales de escritura. Una idea fértil la de Piglia para entender más de cerca, o de otro modo, a la historia de la literatura y a la literatura misma. ¿En qué condiciones materiales escribió Juan Rulfo? Ya no son las preguntas metahistóricas que Jean Paul Sartre identificó para cualquier escritor: por qué, para qué y para quién escribir. En torno a las condiciones materiales de escritura, se trata de una doble dimensión precisa. En efecto, escribe Piglia, “entre vivir la vida y contar la vida hay que ganarse la vida”[50]. En una introspección que el propio Rulfo confiesa a su entonces novia Clara Aparicio, Rulfo avanza una conjetura futura sobre sí mismo: si lo hubieran dejado rico, hubiese sido Rulfo un borracho en auto que atropella a gente[51]. También se concibió Rulfo como un futuro librero en Guadalajara[52]. El gusto y cuidado por los libros, empero, lo llevará a desempeñarse como editor de libros de antropología cuando su obra personal estaba consumada. Desenfrenado y amante de los libros, ¿puede un artista auto retratarse de otro modo? Además de los libros, Rulfo amó las fotos y también la música clásica y religiosa, medieval y barroca. Lo cierto es que Rulfo comenzó a trabajar desde 1937 como archivero en la Secretaría de Gobernación. ¿Cómo llegó Rulfo a los anaqueles de esta Secretaría? El entonces subsecretario de Guerra y Marina, general Manuel Ávila Camacho, pidió un acomodo para Rulfo[53]. El coronel David Pérez Rulfo, tío paterno del escritor, fue un colaborador cercano y fungió como jefe de algunas dependencias de gobierno. David Pérez Rulfo será diputado y contenderá para la gubernatura de Jalisco. Ávila Camacho tuvo una relación con los altos y con los bajos de Jalisco mucho más allá de lo anecdótico. Fue comisionado por aquellos lares para combatir a los cristeros, pero en Sayula y en Atotonilco el Alto Ávila Camacho se conquistó el cariño de 170


sus enemigos, pues “era noble y magnánimo con los espías”[54]. En Sayula conoció y se casó en rigurosa ceremonia religiosa con su futura esposa. Ávila Camacho, en suma, concedió la amnistía a los cristeros mucho antes que fuese una salida negociada entre la Iglesia y el gobierno. Lo fichan en Gobernación a Rulfo. Fecha de nacimiento, 16 de mayo de 1917. Lugar de nacimiento, Sayula. Estatura, 1,70. Color, blanco. Pelo, castaño. Amplitud de la frente, mediana. Cejas, escasas. Ojos, café oscuro. Nariz, recta. Boca, grande. Señas particulares, ninguna a la vista. ¿Qué clase de archivos? ¿Qué está clasificando? ¿Qué es lo que está leyendo? En Gobernación, antes bien, conoció Rulfo al guanajuatense Efrén Hernández. Allá en 1936 o 1937 lo descubrió Hernández a Rulfo escribiendo por las noches en la oficina de Migración. Dice Rulfo que Hernández, “el jefe”, le enseñó el camino y por dónde. Alberto Vital, el biógrafo de Rulfo, sostiene que la relación que se estableció entre Rulfo y Hernández fue decisiva. Una profunda amistad, muy cerca la relación entre un maestro y el discípulo. Según Vital, la relación entre Rulfo y Hernández semejó la relación que se estableció entre el vanguardista Macedonio Fernández y Jorge Luis Borges[55]. Un árbol escueto, escribe Rulfo, fue lo que las tijeras podadoras de Hernández hicieron con él[56]. Trece años mayor que Rulfo, Hernández lo alentó a continuar con la novela[57]. Había sido un poeta Hernández de ánimo irónico, ligado a la concepción que la ficción es la realidad que importa [“Tachas”, 1928]. ¿Un vanguardista Hernández? Lo cierto es que la digresión y no la anécdota fue el hilo narrativo de los textos de Efraín Hernández[58]. Murió prematuramente [1904-1958]. Desde luego, Hernández debió de haber conocido borradores de cuentos, quizá largos pasajes de El hijo del desaliento, primera novela de Rulfo que Rulfo destruyó. ¿Cuánto tiempo le tomó a Rulfo escribir esta novela? Trasladó Rulfo a la ficción las altas y las bajas del termómetro de su desaliento[59], de los cúmulos de su soledad. ¿Por qué la desechó? Era retórica, alambicada, decía Rulfo[60]. Intentó Hernández sin éxito la publicación de algunos capítulos de la 171


novela en Romance, que dirigía el poeta español Juan Rejano. Activo miembro de la revista América, fundada en agosto de 1940, empero, Hernández facilitó la publicación de fotografías de Rulfo y algunos cuentos que compondrán más adelante El Llano en llamas en la revista antológica América. Fueron publicados en ésta: “La vida no es muy seria en sus cosas” [núm. 40, 1945] y “Macario” [1946]. “Es que somos muy pobres” [núm. 54, 1947] y “La cuesta de las comadres” [núm 55, 1948]. “Talpa” [núm. 62, 1950], “El Llano en llamas” [núm. 64, 1950] y “Diles que no me maten” [núm. 66, 1951]. Siete cuentos de Rulfo. Escritor de cuentos y productor de imágenes, sugiere en su novela-ensayo Cristina Rivera Garza, nacieron más o menos al mismo tiempo[61]. ¿Un artista visual Juan Rulfo? Tras un breve periplo clasificando expedientes de migrantes, se desempeña Rulfo como agente de inmigración a partir de 1941. Quizá fue otra vez su tío, el teniente coronel David Pérez Rulfo, miembro del Estado Presidencial de Ávila Camacho, quien lo recomendó al departamento de Migración. Como agente de migración Rulfo perseguía a ilegales. No agarró, dice Rulfo, a ninguno[62]. Fueron meses muy activos en Migración antes y durante la declaración de guerra por parte de México a los países del Eje [1942]. Reconcentraban a los alemanes, italianos y japoneses que residían en las costas y en las fronteras para después ubicarlos en las ciudades del interior. Arrestaban a presuntos espías y, de paso, los enviaban a Estados Unidos. Los vientos internos, empero, no eran nada favorables para aquellos propósitos porque había en México simpatía por los alemanes y los italianos. José Vasconcelos, a punto de editar Timón, entre ellos. La capital del país y la de Jalisco serán los centros de operación por los que transita y viaja regularmente el agente Juan Rulfo. El medio para ganarse la vida no le impide a Rulfo continuar de algún modo con los viajes. Se traslada Rulfo a Guadalajara en 1941. Es un año crucial para los días personales del jalisciense. Descubre en un restaurante a una joven once años menor que él que lo cautiva. La espía el agente Juan Rulfo. La sigue, averigua dónde vive y a qué se dedica. Un buen día en el 172


café Nápoles se le persona a Clara Aparicio, quien será su futura novia, esposa y madre de sus cuatro hijos[63]. Fue hasta octubre de 1944, empero, que Rulfo le envió la primera carta escrita. Cartas de amor, todas ellas, que muestran a un Rulfo enamoradizo y juguetón, poético y privado. Una joya documental que Clara viuda de Rulfo decidió abrir al público atento a partir del año 2000. En Guadalajara entabla una amistad con Juan José Arreola y Antonio Alatorre, quienes editaban la revista Pan,

financiada

por

el

político

católico

Efraín

González

Luna. Fueron publicados en Pan “Nos han dado la tierra” [núm. 2] y “Macario” [núm. 6], ambos de 1945. Regresa a la Ciudad de México ese año y se instala definitivamente en la capital en 1946. Por eso pudo frecuentar Rulfo las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras cuando se ubicaba en la casa de los Mascarones en la avenida San Cosme de la colonia Santa María la Ribera. Se había inscrito en un club alpinista “Everest”, que lo llevarán a la exploración de cerros y volcanes del centro del país. Y frecuentaba a un grupo de literatos “más locos que él”, autonombrado Concordia: reuniones en un restaurante del mismo nombre. Y ahí alguien le habló de las teorías de Kant y de la posibilidad de tomar clases en la Facultad[64]. ¿A quién escucha? Para la época se dice que en la Facultad de Filosofía y Letras no se impartían propiamente clases sino se ofrecían conferencias. Un género, la conferencia, de gran peso en la tradición intelectual mexicana que se refinó con la generación del Ateneo: los sobresalientes Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes, Antonio Caso y José Vasconcelos, Martín Luis Guzmán. Entre otros, Rulfo atiende en Mascarones a los hermanos Antonio y Alfonso Caso, al marxista Vicente Lombardo Toledano y a Justino Fernández, prestigioso historiador del arte precolombino y colonial. Sale Rulfo de la Secretaría de Gobernación y se incorpora a la compañía Goodrich Euzkadi. ¿Cómo llega Rulfo a la compañía de llantas? Demandó Rulfo un favor a su tío Phelan Rulfo y funge en seguida como capataz de obreros. Los días para Rulfo no sólo son penosos sino largos y extenuantes. No resiste. Hay en Rulfo una crítica puntual a los intersticios de la fábrica: 173


Ellos no pueden ver el cielo. Viven sumidos en la sombra, hecha más oscura por el humo. Viven ennegrecidos durante ocho horas, por el día o por la noche, constantemente, como si no existiera el sol ni las nubes en el cielo para que ellos las vean, ni aire limpio para que ellos lo sientan. Siempre así e incansablemente, como si sólo hasta el día de su muerte pensaran descansar. Te estoy platicando lo que pasa con los obreros en esta fábrica, llena de humo y de olor a hule crudo. Y quieren todavía que uno los vigile, como si fuera poca la vigilancia en que los tienen unas máquinas que no conocen la paz ni la respiración. Por eso creo que no resistiré mucho a ser esa especie de capataz que quieren que yo sea. Y sólo el pensamiento de trabajar así me pone triste y amargado[65]. Si se observa de cerca, Rulfo se aproxima a uno de los críticos latinoamericanos más furibundos de los efectos nocivos del maquinismo en el hombre: Ernesto Sabato. Rulfo no le ha oído ni el nombre porque el físico argentino se estaba haciendo un escritor de ensayos y ficciones en la clandestinidad. Escribe Sabato en 1951: Los patronos, o el Estado Patrono, buscaron la forma de aumentar el rendimiento mediante la densificación de la labor humana: cada segundo, cada movimiento del operario, fue aprovechado al máximo y el hombre quedó finalmente convertido en un engranaje más de la gran maquinaria capitalista o estatal (.) He ahí el triste fin del hombre renacentista. La máquina y la ciencia que orgullosamente había lanzado sobre el mundo exterior, para dominarlo y conquistarlo, ahora se vuelven contra él, dominándolo y conquistándolo como a un objeto más. Ciencia y máquina se fueron alejando hacia un olimpo matemático, dejando sólo y desamparado al hombre que les había dado vida. Triángulos y acero, logaritmos y electricidad, sinusoides y energía atómica, extrañamente unidos a las formas más misteriosas y demoníacas del dinero, constituyeron finalmente el Gran Engranaje, del que los seres humanos acabaron por ser oscuras e impotentes piezas[66]. 174


Amaga Rulfo con la renuncia y Phelan Rulfo le ofrece opciones. Ventas. Elige el departamento donde puede respirar. Es literal. Rulfo se convierte en un agente que viaja a lo largo y a lo ancho del país vendiendo llantas. ¿Y cómo le va a Rulfo con las llantas? Se vendían solas, dice Rulfo[67]. ¿Quién estaba interesado en adquirir neumáticos? Luis Spota respondió de algún modo la pregunta con una frase breve y crítica que llegó incólume hasta nosotros: se bajó del caballo y la Revolución se trepó al Cadillac. El año de arribo de Rulfo a la Goodrich Euzkadi, en efecto, coincide con el de Miguel Alemán al poder. ¿Cómo nombrarlo? ¿Contrarrevolución? ¿Neoporfirismo? ¿Abogansterismo? En célebre ensayo intitulado “Crisis de México” en Cuadernos Americanos de 1947 —lo que le valdrá amenazas del gobierno—, Daniel Cosío Villegas lo había sentenciado como la “muerte de la Revolución”. Los seis años de Ávila Camacho no habían sido sino un paraje previo al giro abrupto. Alberto Vital, el biógrafo de Rulfo, se cuida en formas y nombra de “liberal conservadora” al vuelco en manos de Ávila Camacho. Se ajusta el biógrafo al lenguaje políticamente correcto como su biografía. ¿Ya no era posible estirar más el arco de la Revolución? De manera paradojal Cárdenas fue el primero en creerlo y en su momento desechó al radical Francisco José Múgica: su lógico sucesor y viejo amigo, alma ideológica de los artículos radicales de la constitución y pieza clave también de la expropiación petrolera. Los ecos carrancistas revolaron la decisión de Cárdenas. ¿Cuántos años quieren que dure esta guerra? Mano derecha de Cárdenas, sin embargo, Ávila Camacho enfrió y para siempre el último estertor de la Revolución. El arribo de Miguel Alemán Valdés en 1946, terminada una guerra mundial, fue el primer ladrillo sólido de una maquinaria, o serie de regímenes junto con su ideología, que se nombró revolucionaria sin serlo. No es que no la haya habido antes pero la palabrita entró en escena de la mano de Alemán: industrialización. Y otras que acompañaron el elenco: productividad, irrigación y tecnología. Propiedad privada y apertura a la americanización de las inversiones y de la vida nacional. Vehículos y carreteras, presas y aeropuertos. La 175


urbanización galopante y la Ciudad de México como la geografía más clara de esta “modernización”. Todo junto se amontó en lo que Roger Hansen llamó más adelante “milagro mexicano”. Más aún: todo aquello se desarrolló a la manera de series extensas de negocios turbios, inmorales también, encabezados por el “presidente empresario” y sus amigos. Quedaban fuera de este cuento, desde luego, los pobres, que eran campesinos tradicionales y conformaban la mayoría de la población. Para muchos de ellos la única salida a la vista fue arracimarse en las ciudades o internarse hacia el Norte. Fue el cine de la “época de oro” [1935-1955], empero, quien sí trató con los pobres pero reducidos a las actuaciones en pantalla. Buena parte de las cartas a Clara fueron escritas en el transcurso de 1947. Durante este año Rulfo tiene ya en la cabeza Pedro Páramo cuyo título tentativo fue Una estrella junto a la luna[68]. Los murmullos y Los desiertos de la tierra fueron posteriores títulos provisorios. Quizá desde antes Rulfo la ha venido escribiendo en la cabeza. Por lo dicho hasta aquí, hay en la trayectoria de los días personales de Rulfo, aunado a los días nacionales que corren, la materia prima con la que se alzarán sus ficciones. En el ajetreo de la Goodrich Euzkadi Rulfo carece de tiempo y de libertad. Ausencia de tranquilidad, digamos, para lidiar con una novela. Quiere escribir Rulfo lo que aún no ha podido. Mantiene tensión entre los deseos escriturales y los deseos personales: un mejor salario, una mejor residencia y la posibilidad de iniciar un matrimonio. Rulfo ha cumplido la treintena de años en 1947. Aún no posee Rulfo, además, todos los recursos estéticos o literarios que se obtendrán, empero, con la escritura de los cuentos. Las cartas a Clara son un testimonio indiscutible que Rulfo necesitaba el amor de Clara Aparicio para escribir. Son los cuentos, dice Rulfo[69], la antesala para arribar a la novela. ¿Cuánto puede demorar la escritura de un cuento? ¿Una noche? ¿Una semana? ¿Un año entero? “Luvina”, dice Rulfo, ha creado la atmósfera de lo que viene. Una serie de cuentos que tardan en escribirse, con toda precisión en publicarse [1945-1953], lo que durará la primera temporada del priismo: el sexenio de Miguel Alemán [1946-1952]. 176


Si el alemanismo le ha dado un giro abrupto a la Revolución, los cuentos de Rulfo se han preguntado por aquellos sin nombre o sin rostro que aún la inquieren. Si el alemanismo se alzó en la gran metrópoli, los de Rulfo escarbaron las zonas secas, inhóspitas, llenas de polvo. Si Alemán se confió ciego al futuro promisorio, los de Rulfo se adentraron en el pasado, inmediato y profundo. Si Alemán buscó la americanización de la vida nacional, los de Rulfo recrearon la nacionalidad mexicana. Si el alemanismo fue una fiesta inmoral cuyos invitados exclusivos fueron los ricos, los de Rulfo fueron hechos por un escritor que no se prestó al juego de la promoción literaria. Si Alemán le apostó a una “modernidad” galopante y sin escrúpulos, los de Rulfo escarbaron el rencor vivo abrevado de los días y de siglos. Si el alemanismo fue un régimen envilecido, los de Rulfo bebieron de religiosidad. Si el de Alemán fue un gobierno que encumbró a los universitarios o los “licenciadillos”, los de Rulfo se aferraron en personajes que perdieron hasta el nombre de sus pueblos. ¿Por qué Juan Rulfo un buen escritor? Un escritor es también un testigo de una época. ¿Escapó Rulfo a la relación que se instituyó entre el intelectual y el Estado en el siglo veinte? ¿Cuándo inició este siglo para los intelectuales? A la manera como lo conciben los historiadores franceses, el siglo veinte fue también un siglo corto que inició con Regeneración [1908] pero terminó con el movimiento estudiantil en 1968. Una relación de conveniencias mutuas la que hubo entre ambos bandos a lo largo del siglo. ¿Cómo puede definírsele al intelectual? El margen para el sustento autónomo del intelectual ha sido frágil en México. ¿Qué clase de circuitos alternos hubiesen sido posibles? ¿El mercado de libros? ¿Los periódicos? ¿Las revistas? ¿Los suplementos culturales? ¿Las regalías de las publicaciones? ¿Los premios? ¿Las traducciones? ¿Las conferencias? Todos los intelectuales importantes, entiéndase también los escritores que vinieron con y después de la Revolución, han necesitado, requerido o aceptado, de algún modo o de otro, el presupuesto gubernamental para las posibilidades futuras de la obra. Una dependencia que sufre el 177


intelectual de la nómina del Estado. Un salario cuya importancia no reside desde luego en las quincenas sino en el ofrecimiento de tiempo. No era nada nuevo. Las luminarias del Ateneo de la juventud: Pedro Henríquez Ureña y Antonio Caso, Alfonso Reyes y José Vasconcelos, también Martín Luis Guzmán, buscaron invariablemente el apoyo del porfirista Justo Sierra, ministro de educación[70]. Un puestito a menudo en los despachos de algún confín o de algún satélite de la Secretaría de Relaciones Exteriores para lidiar aparte con la obra. ¿Era inevitable? ¿Pudo haber sido de otro modo? La Revolución, dicho sea de paso, necesitó siempre del intelectual o del escribiente para la manufacturación de las proclamas, los pactos y los manifiestos, la correspondencia y la redacción del ideario. De los secretarios de los caudillos se produjeron las crónicas o las ficciones más personales que heredó la Revolución. La fiesta de las balas fue un encabezado al interior de El águila y la serpiente [1928] con el que Martín Luis Guzmán poetizó la mano dura del villismo. Enrique Krauze ha observado que tras el desmoronamiento del régimen de Madero, el de Huerta se llenó de intelectuales[71]. Madero les sustrajo las pequeñas chambas y puestos secundarios, becas o subvenciones. ¿Eran razones suficientes para apoyar a Huerta? Tras la monumental

cruzada

educativa

que

emprendió

más

adelante

Vasconcelos en el régimen de Obregón, quizá Vasconcelos fue el único en aventurarse de manera radical: del poder de su pluma, removedor de consciencias desde el periódico El Universal, al ejercicio del poder. Apoyada por universitarios y los llamados sectores de la clase media, la candidatura presidencial de Vasconcelos en 1929 no fue suficiente para sacar de la escena a Plutarco Elías Calles. Desde luego, el exilio fue un modo de escaparse a la relación de las conveniencias mutuas: el caso de Alfonso Reyes, exiliado profesional. Martín Luis Guzmán durante un tiempo, más de una vez Vasconcelos. Manuel Gómez Morín y Vicente Lombardo Toledano, intelectuales posrevolucionarios de primera línea, no lo fueron por su obra escrita sino por su laboriosidad política. Daniel Cosío Villegas, por el contrario, no 178


participó exclusivamente del afán de crear instituciones pero su legado sí se alzó a partir del ensayo y de la investigación histórica. Para su biógrafo, Enrique Krauze, Cosío Villegas fue ante todo un “empresario cultural”. Jaime Torres Bodet y Agustín Yáñez, por su parte, usaron sus posiciones en el gobierno para promover publicaciones y los proyectos intelectuales de otros escritores. Por aquella época un desconocido tercer secretario en la embajada de México en París publicaba en Cuadernos Americanos de Jesús Silva Herzog unos ensayos agrupados después en El laberinto de la soledad. Corría el año de 1950 y su autor era un desconocido Octavio Paz. Afincado el alemanismo, sin embargo, la oficina de gobierno, o los salones universitarios, fueron, como en el porfiriato, los dos páramos principales para la cabida de los intelectuales. Aunque han sido casi siempre mentores de políticos, el top de los intelectuales mexicanos ha alcanzado a intervenir la orientación de la política de los gobiernos posrevolucionarios, pero no fue siempre y no es lo típico. Sufren los intelectuales en México, en suma, una dependencia estructural del Estado[72]. Si las conveniencias mutuas caracterizaron la relación entre el Estado y la intelligentsia en el corto siglo veinte, la renuncia de Paz a su cargo por la matanza estudiantil ensombreció el modo natural de dicha relación y abrió la brecha de la autonomía del intelectual. Según Arturo Azuela, el nieto del autor de Los de abajo, Rulfo participó en marchas en el 68 e hizo declaraciones contra los militares que no dudaron en amenazarlo[73].Tras el trágico 68, no renunciaron a sus cargos, debe notarse, Jesús Reyes Heroles ni Antonio Carrillo Flores. Tampoco Silvio Zavala ni Roberto Usigli ni Agustín Yáñez. ¿Escapó Rulfo a la relación que se instituyó entre el intelectual y el Estado en el corto siglo veinte? Asfixia la Goodrich Euzkadi a Rulfo. Testimonió que durante los años que trabajó para la empresa de llantas estaba cansado física y mentalmente. Cinco años trabajando catorce horas diarias sin descanso, incluso días feriados y domingos. “Ya no quiero ser esclavo ni un minuto más —le escribe Rulfo a Clara— de un ambiente contrario a todos los colores del alma”[74]. No le impidió a Rulfo, empero, colaborar con textos 179


breves y fotografías sobre historia y arquitectura en la guía Caminos de México, una publicación turística sobre carreteras, editada por la llantera. ¿Qué propósitos perseguían estas publicaciones de la Goodrich Euzkadi? Buscaban rivalizar con el ferrocarril, encumbrado en tiempos de don Porfirio, y popularizar el uso del automóvil, símbolo material de la “modernización alemanista”[75]. ¿Fue el publicista Juan N. Pérez Vizcaíno un agente más del ambicioso “proyecto modernizador” que encabezó Alemán? ¿Un proyecto que su literatura contradijo? ¿Un empírico Juan N. Pérez V. en tensión con el escritor Juan Rulfo? Fue cuando dejó el puesto de agente de ventas y pasó al departamento de publicidad. Debió esperar Rulfo la postulación de una beca que le concedió el extinto Centro Mexicano de Escritores, fundado en 1951 por la novelista estadounidense Margaret Shedd. Acaecida en 2006, la del Centro Mexicano de Escritores fue una muerte tal que no causó paradojalmente ni frío ni calor entre los propios escritores de nuestra época. ¿Una fundación privada en México, el Centro Mexicano de Escritores, que apoyó a escritores entre veinte y cuarenta años de edad? Una rareza, ciertamente,

porque

la

empresa

privada

en

México

ha

sido

tradicionalmente “inculta, conservadora, clerical y antiintelectual”[76]. Integraban el consejo literario del Centro, entre otros, Julio Torri, Agustín Yáñez, presidido por Alfonso Reyes, “un sol declinante en las letras mexicanas”[77]. La primera beca del Centro [1952-1953] fue quizá la coyuntura de Rulfo para mandar a la Goodrich Euzkadi a la chingada[78] y renunciará a la “industria pesada” en diciembre de 1952. Al inicio de éste, sin embargo, Rulfo editó el número 194 de Mapa. Revista de Automovilismo y Turismo, órgano de la Asociación Automovilística Mexicana. Más aún: firmó con seudónimo una monografía con fotografías sobre Metztitlán, Hidalgo. Según Víctor Jiménez, escribe el biógrafo de Rulfo, Alberto Vital, llegó a escribir Rulfo 400 textos de diversa extensión. Textos

que

entrelazaron

documentación

histórica,

conocimiento

arquitectónico y experiencia de viaje[79]. Muchas líneas escritas que escribió Rulfo fueron pensadas para el turista tripulante de autos. ¿Un 180


talento en bruto, el de Rulfo, orientado al público pequeñoburgués? Con la beca del Centro Mexicano de Escritores que empezó a correr en septiembre de 1952, pudo Rulfo escribir otros relatos compilados después en El Llano en llamas y otros cuentos bajo el cuidado del Fondo de Cultura Económica, dirigido en ese entonces por Arnaldo Orfila Reynal. Fueron dados a conocer por primera vez: “El Hombre”, “En la madrugada” y “Luvina”. “La noche que lo dejaron solo”, “Acuérdate” y “No oyes ladrar los perros”. “Paso del Norte” y “Anacleto Morones”. 7 cuentos inéditos. El

Centro

Mexicano

de

Escritores

había

sido

respaldado

financieramente durante los primeros quince años por la Fundación Rockefeller. Además de las becas, el Centro desarrollaba un variado espectro de actividades. Funcionaba en primer lugar como un taller literario: un modo importado de los talleres escriturales de Estados Unidos sobre cómo fichar a escritores o sobre cómo gestionar la escritura. Alentaba las traducciones del español al inglés y participaba activamente con editoriales y medios de cultura estadounidenses. Y difundía la literatura mexicana o latinoamericana en Estados Unidos y Europa. Renovó Rulfo el apoyo del Centro [1953-1954] para avocarse otra vez de tiempo completo en la escritura de Pedro Páramo. ¿Para quién escribe Juan Rulfo? Para la época, por lo demás, ¿cuánto representaban los 182.50 dólares mensuales de la beca Rockefeller? Para la época, por lo demás, ¿a cuánto equivalían con una devaluación que sufrió el peso en 1954? Como todos sabemos fue Pedro Páramo la primera y última novela que lo catapultará como una máxima expresión del siglo veinte. No fue la opinión, empero, de la generación de Rulfo. Ricardo Garibay y Eduardo Elizalde, Antonio Alatorre y Alí Chumacero, escritores coetáneos de Rulfo, no fueron los lectores felices de Pedro Páramo[80]. Junto con Rulfo, fueron becarios del Centro Mexicano de Escritores Garibay y Chumacero de la generación 1952-1953. Garibay había pensado que los de Rulfo eran cuentos de “campesinos larvarios, acomodaticios, de entraña folklórica y populachera, y nada más”[81]. Fue de la primera edición de Pedro Páramopor parte del Fondo de Cultura Económica un tiraje de dos mil 181


ejemplares y mil vendidos durante los primeros cuatro años tras la aparición de la novela el 19 de marzo de 1955. Hacía poco que el Fondo había incorporado la literatura a su catálogo de libros, compuesto fundamentalmente por sociología, estética y economía; una editorial, el Fondo, de presumible impacto inmediato. Los otros mil, cuenta Rulfo, los regalaba a quienes se la pedían[82]. Con una compilación de cuentos de por medio, ¿cuál habrá sido la primera experiencia de un lector anónimo que el mar de las publicaciones le ha puesto en sus manos páginas adelantadas de la novela en revistas Las Letras Patrias, Universidad de México o Dintel[83]? La primera vez para los escritores y los lectores siempre es difícil. ¿Cómo se leyó a Rulfo? ¿Cómo debió de haberse leído? Financiado en su momento por fondos extranjeros, la excepcionalidad del Centro Mexicano de Escritores puso en suspenso la relación natural entre el Estado y los intelectuales. Sin el Centro Mexicano de Escritores, ¿hubiera sido posible el resto de El Llano en llamas o Pedro Páramo? Lector asiduo de las teorías conspirativas, Patrick Iber difundió recientemente en una nota de blog que el Centro Mexicano de Escritores fue financiado en los años de 1960 por la Farfield Foundation, una fachada de la Central Intelligence Agency[84]. Buscaban los fondos de la CIA, según Iber, impulsar a escritores que opacaran el peso de los escritores comunistas como Pablo Neruda. Suena a cosa fácil, automática. Una “guerra cultural”, escribe Iber, como parte integrante, y no menor, de la Guerra Fría[85]. En riguroso razonamiento aristotélico, Iber concluye que el salario de Rulfo que percibió del Centro Mexicano de Escritores en su calidad de asesor por la misma época fue costeado con los fondos de la CIA. Más aún, le ayudaron en la adquisición del terreno y de la casa de campo en Chimalhuacán-Chalco. Un lugar tranquilo, alejado del bullicio de la capital, para que Rulfo escribiera. El propio Patrick Iber pondera su nota, “amarillista y difamatoria” según Heriberto Yépez[86], que los fondos traspasados por la Farfield Foundation apenas representaron el 2 por ciento del presupuesto. Fueron un rotundo fracaso, además, los propósitos de política cultural, escribe Iber, porque si se trataba de contrarrestar a los escritores comunistas financiando a 182


otros escritores (¿anticomunistas?), fueron becados escritores de izquierda. Entre otros, Fuentes, Poniatowska, Monsiváis. Por lo demás, ¿qué efectos políticos sugiere la lectura de Rulfo? Quizá Patrick Iber, la CIA o no sé quién creyó fácil trasladar la recepción de Rulfo mediante la lectura política de su literatura. Frente a las recurrentes oposiciones entre literatura nacional o literatura cosmopolita, o entre literatura comprometida o literatura de evasión, el debate real es si la literatura es buena o es mala. Si es buena, todos los efectos posibles se disparan en la posterioridad. El extraño fenómeno de la diáspora del sentido. Como el relámpago, se origina en las tinieblas. Es cierto que Juan Rulfo publicó sólo dos libros y renunció a ensanchar la obra personal. Días de floresta, el segundo libro de cuentos y la segunda novela, La cordillera, fueron proyectos inacabados, quizá perdidos o sólo intitulados. Acaso sólo aludidos, inexistentes. Tal vez fueron respuestas ficticias a la pregunta recurrente e incisiva sobre el por qué dejó de escribir Juan Rulfo. Más bien. Lo que pasaba era que Rulfo trabajaba, afirmó Rulfo en España en víspera del Premio Príncipe de Asturias. En efecto, después del período fructífero en el Centro Mexicano de Escritores, tuvo Rulfo empleos en la Comisión del Papaloapan y en el Instituto Nacional Indigenista. Se expresría aún, empero, como artista visual, la hipótesis de Cristina Rivera Garza. Alejado de la promoción literaria, en efecto, se expresó aún por medio de la fotografía y con la edición de libros de antropología cuando se desempeñó en un departamento de publicaciones en el Instituto Nacional Indigenista [1962-1986]. El silencio fue su última palabra como autor de ficción. Lo que pasaba era que. En efecto. Juan Rulfo. * Con motivo de los cincuenta años de publicado El Llano en llamas, la editorial RM, llamado a sí mismo editor autorizado de la obra del jalisciense, publicó en 2003 Noticias sobre Juan Rulfo de Alberto Vital. Un filólogo formado en Alemania que escribió la biografía autorizada sobre Rulfo. La segunda versión de la biografía apareció en 2016, azar de los 183


años que coincidió para alcanzar el brindis de la conmemoración del centenario del nacimiento del escritor en 2017. Se celebró en 2005, además, el cincuenteno de Pedro Páramo con La recepción inicial de Pedro Páramo. 1955-1963 de Jorge Abraham Zepeda[87]. Fue originalmente una tesis de maestría y publicada como libro un año anterior. Edificada por Hans Robert Jauss, la teoría de la recepción ha apuntalado vetas por las que los estudios sobre literatura han alcanzado vida nueva y han exigido nuevos horizontes. La Fundación Juan Rulfo y la Editorial RM en 2015 publicaron una compilación de 18 ensayos sobre la novela Pedro Páramo a 60 años de su aparición original en 1955[88]. A propósito de la conmemoración de los 30 años del fallecimiento del escritor en 2016, la mancuerna Fundación y Editorial RM volvieron a imprimir El Llano en llamas, Pedro Páramo y El gallo de oro. Un texto ficcional, este último, que tuvo el destino de convertirse en guión de cine y publicado como novela corta por la editorial Era en 1980. Tres textos que componen, en suma, el fuerte de la obra ficcional bajo una edición conmemorativa[89]. Desde luego, el editor autorizado ha publicado las fotografías de ferrocarriles y las montañas de Oaxaca. Las Cartas a Clara y un par de estudios fundamentales, ensayísticos y biográficos. ¿Se ha convertido la Fundación y la Editorial RM en el “Estado” de la “sociedad rulfiana”: todos aquellos lectores y escritores que Rulfo convoca? Cuando la escritora Cristina Rivera Garza (Heroica Matamoros, 1964), afincada en Houston, Estados Unidos, publicó su novela-ensayo sobre Rulfo, Había mucha niebla o humo o no sé qué [2016], presentada después en la Feria del Libro y la Rosa que organizó la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM en el mes de abril de 2017, la Fundación decidió unilateral y sorpresivamente su salida[90]. Declaró “difamatoria” la novela de Rivera Garza y exigió la remoción del nombre y la imagen del jalisciense en cualquier evento de la Feria[91]. Lo que pasó fue que Rivera Garza en su novela aludió acríticamente, digamos, a la financiación de Rulfo por la CIA y a la compra del terreno y de la casa de Chimalhuacan Chalco. Al término de la segunda beca del Centro Mexicano de Escritores, Rivera Garza se concentró en el período en el que Rulfo se desempeñó en 184


la Comisión del Papaloapan entre 1956 y 1957, que construyó la presa Miguel Alemán. Además de una intensa actividad como fotógrafo y en reportes de investigación para la comisión, participó Rulfo del reacomodo de chinantecos y mazatecos de la zona del Valle de Soyaltepec, Oaxaca. Cuando se escribe reacomodo, sugiere Rivera Garza, debe leerse “desalojo o expulsión”[92]. No una tragedia sino la inevitabilidad. “Tal vez, como el ángel de Benjamin —continúa Rivera Garza—, Rulfo hubiera querido detenerse, pero al par del ángel de la historia tampoco podía dejar de ser arrastrado por el viento del progreso que le enredaba las alas”[93]. La Fundación, con sus declaraciones y su salida, no sólo censuró a la escritora sino a la Universidad Nacional. ¿Qué deseaba la Fundación? No fue la primera vez. Víctor Jiménez, quien preside la Fundación Juan Rulfo, cuestionó la “autoridad” sobre Rulfo de Juan Antonio Ascencio, Leonardo Martínez Carrizales y Sergio Martínez Mena[94]. En realidad despotricó Jiménez contra ellos y la Casa de Humanidades de la UNAM, que había invitado a los autores, canceló aquella vez un evento sobre Rulfo. Hace tiempo, dicho sea de paso, la Fundación expresó sus propósitos: “hay actos que se realizan sin organización en los que en ocasiones alguien ‘se hace pasar por especialista en la obra de Rulfo y sólo denigra su imagen’. Queremos saber lo que se hace, no para controlar o frenar las iniciativas, sino para canalizarlas o dirigirlas mejor”[95]. Una frontera, lo observa muy bien Roberto García Bonilla, que se difumina entre la crítica y la censura[96]. En rueda de prensa encabezada por los munícipes de Sayula, de San Gabriel y de Tuxcacuesco, anunciaron en conjunto en 2016 la llamada “Ruta Juan Rulfo” para el año 2017. Se incorporaban con ello a la conmemoración de los cien años del natalicio del escritor[97]. Tres municipios de la región sur de Jalisco donde nació y creció Rulfo y sirvió posteriormente para ambientar sus ficciones. Una apuesta por la cultura, dijeron los presidentes municipales, como una palanca para el “crecimiento económico y social” del sur del estado. Una fórmula imprecisa, a saber. Los usos literalmente productivos de la cultura escrita. ¿Ha habido alguna iniciativa semejante, rutas turísticas que 185


recreen los pasos y los paisajes, los momentos y los espacios por donde anduvieron Faulkner, Borges u Onetti? ¿No es la literatura un acto antagónico con la realidad? Un amigo mío que viajó no hace mucho a Dublín, sin embargo, me habló de la existencia de la ruta James Joyce. Me escribe Hernández: “Hay una ruta, al menos de la que yo tengo cuenta, pero es la de Ulises. Hay una celebración, me parece que a mediados de junio, justo el día que ocurrió en el libro, que sigue la ruta de Leopoldo Bloom o el Odiseo de Joyce. Si no me equivoco hay hasta un mapa de Nabokov. Una “Ciudad de Escritores” es de lo que presume ser la ciudad de Dublín. La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura la tiene catalogada como ciudad de la literatura, pero tú sabes que los criterios para asignar los títulos son a veces bastante extraños. Creo que otras tres o cuatro ciudades también tienen ese título. Y no están ni en Francia ni en Rusia. Por el tubo hay una conferencia de Borges sobre Joyce, seguro ya la viste. Hay una parte donde hace mención al Finnegans Wake y al Ulises. Uno sucede durante toda la noche y el otro durante todo el día. Cuando llegué a Dublín era de noche. El autobús me dejó en el centro y no sabía para dónde ir. Como que ya me estaba angustiando porque no había gente y estaba perdido. De pronto me tope con un personaje. De sombrero y gafas, recargado sobre una pierna y sobre un bastón. Era James Joyce, la estatua. Creo que más allá de la ciudad lo particular son las personas, ya lo habíamos comentado. Me sorprendieron”[98]. La Ruta Rulfo suma un trayecto de 67 kilómetros cuya inversión en infraestructura urbanizará zonas enteras de los tres municipios. Las puertas a la inversión privada, aseguraron los del ejecutivo municipal, estarían abiertas a la hotelería, los restaurantes y la industria del tequila. En su crónica “Jalisco: entre la precariedad y el miedo”, Darwin Franco Migues sostiene que se halla al sur de Jalisco el bastión de una poderosa organización criminal[99]. Negocios enteros sirven de fachada del narcotráfico. Lo mismo ocurre con las autoridades locales, que suelen coludirse con los narcotraficantes. Según Franco Migues, el grueso de las 186


amenazas a los periodistas proviene paradojalmente de los funcionarios públicos, indistintamente de la filiación partidista. Se pone en riesgo la vida al reportar la región y los negocios, la política y los intereses. No tiene el periodismo local margen de maniobra: el silencio, la autocensura, la vista gorda. Señalado por Franco Migues, Cristian Rodríguez Pinto justamente reporteó la Ruta Rulfo a propósito del centenario del natalicio. Intituló al reportaje “El llano sigue en llamas… pero las autoridades lo niegan”. Lo dio a conocer originalmente el portal Aristegui Noticias, medio informativo que no pagó el reportaje, dice Franco Migues, pero le aseguraron que le darían visibilidad[100]. La precariedad laboral es otro miedo que se ha expandido en el periodismo de los estados. El tema de la violencia, su ejercicio extremo, es el fenómeno incólume, vivo, dilatado. El Llano sigue bajo fuego, como una suerte perpetua. Rulfo narró e intentó con algunos de sus relatos descifrar de algún modo un tipo de violencia que azoló la región de su tiempo: los escarnios posteriores a la Revolución que se alargaron hasta el término de la guerra cristera. Hombres acostumbrados al saqueo, la violación y el asesinato. ¿Qué clase de fenómeno es que “El Llano en llamas” hable tan claramente en los primeros lustros del siglo XXI? En el cuento “El Llano en llamas”, que le dio el título final al libro de cuentos, “ahí está todo lo que hay que saber y sentir sobre la violencia heredada de México”[101]. Es porque la literatura son muchas posibilidades abiertas. Un libro, postulaba Borges, es una relación infinita de relaciones. Toda literatura, además, está en relación con los temores y las fobias de un pulso en el tiempo, con las fuerzas subterráneas u oscuras que muchas veces son categóricas, aunque invisibles o negadas. Fuera de los años de la niñez, empero, Rulfo aseguró que la violencia que tratan algunos de sus relatos es una creación literaria[102]. Quiere decir, con ello, que su literatura no se propuso el tratamiento realista de los personajes de la Revolución ni los de la Cristiada. Desde luego, ecos revolucionarios o cristeros conviven en sus ficciones pero no fue esta violencia histórica, materia prima del historiador, la que alzó su literatura. Eran los tiempos, señor, le decía Abundio Martínez al hijo 187


errante de Doloritas Preciado[103]. Y, sin embargo, las disposiciones a la violencia que le preocuparon sobremanera a Rulfo son otra vez las que han incendiado el Llano en nuestros tiempos. Desde luego, debió salir de la violencia el Llano Grande hace mucho[104]… pero no lo hizo. NOTAS [1] Roberto García Bonilla, “Rulfo y sus críticos”, en Letras Libres, el 5 de mayo de 2017. [En línea] [2] Roberto García Bonilla, “Rostros biográficos de Juan Rulfo”, en Siempre. Presencia de México, 12 de julio de 2012. [En línea] [3] Puede verse el discurso de ingreso de Juan Rulfo en el sito de la Academia Mexicana de la Lengua. [En línea]. [4] Gerardo Cárdenas, “Una carta de amor o no sé qué”, en MediaIsla.net, el 26 de julio de 2016. [En línea]. [5] Ricardo Piglia, “Sobre Cortázar”, en Crítica y ficción, Buenos Aires, Random House, 2014. [Formato Kindle]. [6] Joaquín Soler Serrano, “Entrevista a Juan Rulfo”, en A fondo, programa de televisión de la RTVE España, el 17 de abril de 1977. [En línea]. [7] Ibídem. [8] Héctor Abad Faciolince, “El sufragio de las almas”, en Letras Libres, el 17 de mayo de 2017. [En línea]. [9] Alberto Vital, “Capítulo 1 (1917-1927)”, en Noticias sobre Juan Rulfo. La biografía 1762-2016, México, Fundación Juan Rulfo & RM Editorial, 2017, pp. 49-52. [10] Ibídem, p. 63. [11] Ibídem, p. 57. [12] Roberto García Bonilla, “Un tiempo suspendido. Cronología de la obra y la vida de Juan Rulfo”, tesis de maestría en Letras, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 2007, pp. 40-41. [13] Juan Rulfo, “Carta XLVII”, en Cartas a Clara, México, Editorial RM & Fundación Juan Rulfo, 2017, p. 181. [Carta fechada el 16 de noviembre de 1947]. 188


[14] Roberto García Bonilla, “Un tiempo suspendido”, op. cit., p. 36. [15] Carlos Monsiváis, “Notas sobre la cultura mexicana en el siglo XX”, en Historia general de México, México, El Colegio de México, 2006, p. 1030. [16] Citado en Roberto García Bonilla, “Un tiempo suspendido”, op. cit., p. 62, nota al pie 3. [17] Gonzalo León, “Rulfo sabía oír”, en Eterna Cadencia, el 30 de agosto 2017. [En línea]. [18] Alberto Vital, “Capítulo 2 (1928-1943)”, en Noticias…, op. cit., p. 132. [19] Juan Rulfo, “Nos han dado la tierra”, en Obra Juan Rulfo. El Llano en llamas. Pedro Páramo. El gallo de oro, México, Fundación Juan Rulfo & Editorial RM, 2017, p. 114. [20] Cristian Rodríguez Pinto, “El llano sigue en llamas… pero las autoridades lo niegan”, en Aristegui Noticias, el 14 de mayo de 2017 [21] Alberto Vital, “Capítulo 1 (1917-1927)”, en Noticias…, op. cit., p. 30. [22] Juan Carlos Rulfo, El abuelo Cheno y otras historias, cortometraje, Instituto Mexicano de Cinematografía & CONACULTA, 1995. [En línea]. [23] Juan Rulfo, “El Llano en llamas”, en Obra Juan Rulfo, op. cit., p. 83. [24] Juan Rulfo, “Diles que no me maten”, en ibídem, p. 99. [25] Elías Canetti, Premio Nobel del 81, testimonió al final de su vida que no conoció cuento «más perfectamente construido, más conmovedor y más entrañable». Véase César Güemes, “Rulfo abordó la muerte sólo en su escritura”, en La Jornada, el 23 de septiembre de 2003. [26] Juan Carlos Rulfo, El abuelo Cheno, op. cit. [27] Héctor Abad Faciolince, “El sufragio de las almas”, op. cit. [28] Este asesinato, sostiene Felipe Cobián, engendró una de las creaciones de las letras más fascinantes en la Hispanoamérica actual. Véase Roberto Bonilla, “Rulfo y sus críticos”, en Letras Libres, op. cit. [29] Enrique Krauze, “Reformar desde el origen: Plutarco Elías Calles”, en Biografía del poder. Caudillos de la Revolución mexicana (1910-1940), 2ª ed., México, Tusquets Editores, 1997, pp. 309-387.

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[30] Luis González y González, “La revolución cristera (1925-1932)”, en Pueblo en vilo, 3ª ed., México, El Colegio de México, 1979, pp. 175217. [31] German Dehesa, “Conferencia sobre Juan Rulfo”, en el Museo de Historia Mexicana, Nuevo León, el 28 de noviembre de 1997. [En línea]. [32] Joaquín Soler Serrano, “Entrevista a Juan Rulfo”, op. cit. [33] Ibídem. [34] Alberto Vital, “Capítulo 1 (1917-1927)”, en Noticias, op. cit., p. 95. [35] Joaquín Soler Serrano, “Entrevista a Juan Rulfo”, op. cit. [36] Alberto Vital, “Capítulo 1 (1917-1927)”, en Noticias…, op. cit., p. 94. [37] Juan Rulfo, “Pedro Páramo”, en Obra Juan Rulfo, op. cit., p. 197. [38] Juan Rulfo, “Carta III”, en Cartas a Clara, op. cit., p. 27. [Carta fechada el 9 de enero de 1945, Distrito Federal] [39] Alberto Vital, “Capítulo 1 (1917-1927)”, en Noticias…, op. cit., p. 66. [40] Juan Rulfo, “Carta XX”, en Cartas a Clara, op. cit., p. 82. [Carta fechada el 9 de mayo de 1947, Distrito Federal]. [41] Alberto Vital, “Capítulo 2 (1928-1943)”, en Noticias…, op. cit., p. 116. [42] Antonio Estrada, Rescoldo, 6ª ed., México, Jus, 2011. [43] Roderic A. Camp, “Los patrones de las carreras”, en Los intelectuales y el Estado en el México del siglo XX, México, Fondo de Cultura Económica, 1995, pp. 141-169. [44] Alberto Vital, “Capítulo II (1928-1943)”, en Noticias…, op. cit., p. 127. [45] Juan Rulfo, “Carta III”, en Cartas a Clara, op. cit., p. 27. [Carta fechada el 9 de enero de 1945, Distrito Federal]. [46] Ibídem. [47] Juan Rulfo, “Carta XVI”, en ibídem, p. 67. [Carta fechada el 21 de marzo de 1947, Distrito Federal]. [48] Juan Rulfo, “Carta XXI”, en ibídem, p. 85. [Carta fechada el 26 de mayo de 1947, Distrito Federal]. [49] Juan Rulfo, “Paso del Norte”, en Obra Juan Rulfo, op. cit., pp. 121128. 190


[50] Citado en Cristina Rivera Garza, “Lo que nos pertenece”, en Había mucha neblina o humo o no sé qué, México, Random House, 2016. [Formato Kindle]. [51] Juan Rulfo, “Carta XXI”, en Cartas a Clara, op. cit., p. 85. [Carta fechada el 26 de mayo de 1947, Distrito Federal]. [52] Juan Rulfo, “Carta III”, en ibídem, p. 27. [Carta fechada el 9 de enero de 1945, Distrito Federal]. Véase también Juan Rulfo, “Carta XXVI”, en ibídem, p. 109. [Carta fechada el 27 de junio de 1947, Distrito Federal]. [53] Roberto García Bonilla, “Un tiempo suspendido”, op. cit., p. 67. [54]Enrique Krauze, “Manuel Ávila Camacho. El presidente caballero”, en La presidencia imperial. Ascenso y caída del sistema político mexicano (1940-1996), 4ª ed., México, Tusquets Editores, 1997, p. 39. [55] Alberto Vital, “Capítulo II (1928-1943)”, en Noticias…, op. cit., p. 148. [56] Citado en Francisco Castillo Díaz, “Una aproximación a la cuentística de Efrén Hernández”, tesis de licenciatura en Letras, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 1996, p.55. [57] Francisco Medina, “A cien años del nacimiento de Juan Rulfo”, en AlMomentoMX, el 16 de mayo. [En línea]. [58] Cristina Rivera Garza, “II. El experimentalista”, en Había mucha neblina…, op. cit. [Formato Kindle]. [59] Juan Rulfo, “Carta XLIII”, en Cartas a Clara, op. cit., p. 170. [Carta fechada el 17 de octubre de 1947]. [60] Juan Soler Serrano, “Entrevista a Juan Rulfo”, op. cit. [61] Cristina Rivera Garza, “II. El experimentalista”, en Había mucho neblina…, op. cit. [Formato Kindle]. [62] Juan Soler Serrano, “Entrevista a Juan Rulfo”, op. cit. [63] Juan Carlos Rulfo, Del olvido al no me acuerdo, México, Instituto de Cinematografía & Media Luna Producciones, 1999. [En línea]. [64] Juan Rulfo, “Carta XIV”, en Cartas a Clara, op. cit., pp. 61-62. [Carta fechada el 5 de marzo de 1947].

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[65] Juan Rulfo, “Carta XII”, en ibídem, p. 51. [Carta fechada a fines de febrero de 1947. Distrito Federal]. [66] Ernesto Sabato, Hombres y engranajes. Reflexiones sobre el dinero, la razón y el derrumbe de nuestro tiempo, Buenos Aires, Emecé Editores, 1951, pp. 55; 61-62. [67] Juan Soler Serrano, “Entrevista a Juan Rulfo”, op. cit. [68] Juan Rulfo, “Carta XXII”, en Cartas a Clara, op. cit., p. 92. [Carta fechada el 1 de junio de 1947. Distrito Federal]. [69] Silvia Lemus, “Entrevista a Juan Rulfo”, en Programa de TV Espejo de escritores, México, Instituto Nacional de Bellas Artes, 1985. [70] Susana Quintanilla, “Nosotros”. La juventud del Ateneo de México. De Pedro Henríquez Ureña a Alfonso Reyes a José Vasconcelos y Martín Luis Guzmán, México, Tusquest Ediciones, 2008. [71] Enrique Krauze, “Miguel Alemán. El presidente empresario”, en La presidencia imperial, op. cit., p. 149 y ss. [72] Roderic A. Camp, “El servicio del Estado”, en Los intelectuales…, op. cit., p. 288, nota 16. [73] Arturo Azuela, “Juan Rulfo, una ‘biografía cálida’ de 29 años de amistad, en Excélsior, el 4 de marzo de 2012. [En línea]. [74] Juan Rulfo, “Carta LXXV”, en Cartas a Clara, op. cit., p. 273. [Carta fechada el 12 de octubre de 1949. Jalapa, Veracruz]. [75] Enrique G de la G, “Juan Rulfo para turistas”, en Letras Libres, el 12 de abril de 2012. [En línea]. [76] Citado en Roderic A. Camp, “Academias e instituciones culturales”, en Los intelectuales…, op. cit., p. 202. [77] Alberto Vital, “(Capítulo 3. 1944-1954)”, en Noticias…, op. cit., p. 212. [78] “Entrevista a Juan Rulfo”, en ibídem, pp. 400-401. [79] Alberto Vital, “(Capítulo 3. 1944-1954)”, en ibídem, pp. 206 y ss. [80] Kathia Millares y Ana Sofía Rodríguez, “Pedro Páramo: elogios y diatribas”, en Nexos, el 22 de marzo de 2015. [En línea]. [81] Roberto García Bonilla, “Un tiempo suspendido”, op. cit., p. 102. [82] Joaquín Soler Serrano, “Entrevista a Juan Rulfo”, op. cit. 192


[83] Francisco Medina, “A cien años del nacimiento de Juan Rulfo”, op. cit. [84] Patrick Iber, “How the CIA Bought Juan Rulfo Some Land in the Country”, en S-USIG. Society for US Intellectual History, el 13 de marzo de 2014. [En línea]. [85] Véase Geney Beltrán Félix, “¿Dinero de la CIA para Juan Rulfo?”, en Confabulario. Suplemento cultural de El Universal, el 5 de abril. [En línea] [86] Heriberto Yépez, “Rulfo, un académico y la CIA”, Milenio.com, el 5 de abril de 2014. [En línea]. [87] Francisco Medina, “A cien años del nacimiento de Juan Rulfo”, op. cit. [88] Notimex, “Lanzan edición conmemorativa de ‘Pedro Páramo’ ”, en El Universal, el 9 de septiembre de 2015. Ver también Juan Carlos Talavera, “Autores revisan la obra ‘Pedro Páramo’, de Juan Rulfo”, en Excélsior, el 1 de septiembre de 2015. [89] Notimex, “Lanzan ediciones especiales para conmemorar a Juan Rulfo”, en El Universal, el 15 de febrero de 2016. [90] Redacción, “La fundación Juan Rulfo deja Fiesta del Libro de la UNAM”, en El Universal, el 6 de abril de 2017. [91] Cristina Rivera Garza, “Carta a mis lectores”, en Langosta literaria (leyendo a contracorriente), el 7 de abril de 2017. [En línea]. Ver también: Redacción, “Rivera Garza responde a censura de Fundación Juan Rulfo”, en El Universal, el 4 de abril de 2017. [92] Cristina Rivera Garza, “III. Angelus Novus sobre el Papaloapan”, en Había mucha neblina…, op. cit. [Formato Kindle]. [93] Ibídem. Y continúa Cristina Rivera Garza: «Rulfo no sólo fue el testigo melancólico del atrás que la modernidad arrasaba a su paso, sino también, en tanto empleado de empresas y proyectos que terminaron cambiando la faz del país, fue parte de la punta de lanza de la modernidad corrupta y voraz que, en nombre del bien nacional, desalojaba y saqueaba pueblos enteros para dejarlos convertidos en limbos poblados de murmullos». 193


[94] Alida Piñon, “Rulfo no estará en la UNAM”, en Diario Monitor, 2 de agosto de 2006. [95] Roberto García Bonilla, “Rulfo y sus críticos”, op. cit. Nota al pie de página 23. [96] Roberto García Bonilla, “Un tiempo suspendido”, op. cit., p. 23. [97] Notimex, “En 2017, Jalisco lanzará la Ruta Juan Rulfo”, en El Universal, el 24 de junio de 2016. [En línea]. [98] Correspondencia privada el 18 de noviembre de 2017. [99] Darwin Franco Migues, “Jalisco: entre la precariedad y el miedo”, en Romper el silencio, eds. Alejandro Almazán, Emiliano Ruiz Parra y Daniela Rea, México, Brigada para Leer en Libertad, 2017, pp. 209-219. [100] Cristian Rodríguez Pinto, “El llano sigue en llamas… pero las autoridades lo niegan”, en Aristegui Noticias, el 14 de mayo de 2017. [En línea]. [101] Héctor Aguilar Camín, “Los dos Rulfos”, en El País, el 16 de mayo de 2017. [En línea]. [102] Juan Soler Serrano, “Entrevista a Juan Rulfo”, op. cit. [103] Juan Rulfo, “Pedro Páramo”, en Obra Juan Rulfo, op. cit., p. 176. Véase también Fabienne Bradu, “Los cuadernos de Juan Rulfo”, en Vuelta, no. 218, enero, 1995, p. 36. [104] Mónica Mateos-Vega, “La violencia descrita por Rulfo es un mundo ‘del que debió salir México hace mucho’ ”, en La Jornada, el 17 de mayo de 2017. [En línea].

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BIOGRAFÍAS

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CELINA FEUERSTEIN

Celina Feuerstein nació en Buenos Aires, Argentina. Es Licenciada en Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA), y trabaja como psicoanalista. Algunos de sus poemas fueron seleccionados para participar en la Antología de poesía federal argentina, pronta a salir. En marzo del 2018 publicó La casa vacía, su primer libro de poemas, por la editorial Caleta Olivia.

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NATALIA LITVINOVA

Natalia Litvinova nació en Gómel, Bielorrusia, en 1986 y reside en Argentina. Además de editora y traductora de poetas rusos, es autora de libros

como Esteparia (2010,

Ediciones

del

Dock), Grieta (2012

Amargord y Gog y Magog), Todo ajeno (2013, Vaso roto), Siguiente vitalidad (2015, La Bella Varsovia y Audisea) y Cesto de trenzas (2018, La Bella Varsovia, Edicola, Frailejón y Llantén). El año pasado ganó el premio estímulo de la Fundación Argentina para la Poesía. Sus libros fueron publicados en España, Chile, Colombia, Francia, Alemania y Estados Unidos.

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MARTA MIRANDA

Nació en Mendoza, Argentina. Es poeta, Magister en Escritura Creativa y gestora cultural. Publicó los libros de poemas Mea Culpa (Nusud, 1991), El Oleaje (Nusud, 1998), La misma piedra (Ediciones Del Dock, 2004), Nadadora (Bajo la Luna, 2008, 2º ed. 2018), El Oleaje y otros poemas, antología bilingüe (Ruinas Circulares, 2013), Antología (Cuadernos Amerhispanos, México, 2013), El lado oscuro del mundo (Bajo la Luna, 2015). Antologías: Poetas Argentinos de Fin de Siglo II; Poetas Argentinas 1961-1980; Animales Distintos: muestra de poesía de Argentina, España y México - Autores Nacidos entre 1960 y 1969, México DF; Poesía Manuscrita vol. 2, Buenos Aires; La poésie au coeurs des arts, Éditions Bruno Doucey, Francia, entre otras. Ha sido traducida parcialmente al francés, catalán, alemán, inglés, croata e italiano. Dirige junto al escritor Ricardo Rojas Ayrala la Asociación Cultural VaPoesía 199


Argentina desde donde organizan el Festival Internacional VaPoesía Argentina – literatura e inclusión. Desde el año 1986 reside en Buenos Aires.

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DANIEL RAFALOVICH

Cuando empecé la secundaria se desató la tormenta perfecta: militancia política, el rock de aquellos tiempos, poder comprar mis primeros libros. Y, claro, el clima de época. Al poco tiempo escribí mis primeros palotes con una muy difusa intención poética. Eran poemas ( o no tan poemas) muy rudimentarios, a veces panfletarios, otras veces llenos de lugares comunes, muy influenciado sin cedazo por lo que leía y lo que sucedía. Lo

que

leía:

surrealistas,

poetas

beat,

latinoamericanos,

argentinos. Todo era un gran descubrimiento. Con el tiempo creo que fui entendiendo un poco la especificidad del lenguaje poético. Desde el verano previo al golpe del ’76 en adelante colaboré con diversas revistas “subtes”, fanzines, folletos, antologías tanto de aquí como de diversos puntos del país con los que se había establecido una especie de red de comunicación alternativa. 201


Esa colaboración continuó del ’83 en adelante incluyendo algún diario local y alguna revista de circulación nacional. También en esos años asistí al Taller de poesía de la UNL que coordinaba Edgardo Russo con la colaboración de Juan Manuel Inchauspe. La UNL editó una serie de libritos colectivos (producto de una convocatoria y posterior selección) llamada “Santa Fe al Norte”, En esos años y algunos posteriores alterné la poesía con textos de intención humorística destinados a revistas y programas radiales. También escribí los textos de una obra teatralmusical llamada “La palabra mágica”, representada en el CCP. La llegada de Internet y las redes sociales me permite, desde hace 5 años, llevar adelante una página de Facebook llamada Meta Poesía, página que había diagramado la amiga Claudia Chiappino y que estaba “vacante”, por lo que me cedió la posibilidad de hacerla. Y a partir de ahí descubrí el placer de divulgar poesía. Y descubrir poetas. No es un placer nada menor. Meta Poesía suma, entre “likes” y seguidores, unas 20 mil personas. Algunos poemas míos circulan en la web, en blogs de gente amiga, poetas que comparten e incluso leen algunas de las cosas que escribo. Entre el 2018 y 2019 Ediciones Arroyo publiqué dos libritos artesanales: uno con dos poemas y otro (llamado “70”) con tres. Sigo pensando cada vez más que la poesía debe ser plural y abierta, que hay herramientas notables que en parte pueden compensar la caída cuantitativa que sufre el formato libro: así es que surgen múltiples editoriales de tiradas reducidas, circuitos de ferias, encuentros, lecturas, etc. Y la web que interconecta con poetas de diversos puntos del país y el mundo.

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ANDREA ESPADA

Nacida en cuenca (1993), comarca de la primera infancia. Llega a Madrid con 10 años, ciudad donde vive hasta los 20. La formación en periodismo la lleva a vivir posteriormente en países como Eslovenia y Portugal. Se acerca al mundo de la radio con pequeñas colaboraciones en Radio Nacional de España (Rne3) y en Radio y Televisión de Portugal (RDP Internacional). Durante los últimos años ha vivido den varios países y ha viajado por Europa realizando trabajos dispares. Actualmente reside en Lisboa. Pena de pájaro, (Amargord, 2019), es su primer poemario.

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ANA TAPIA

Almería, 1974. Licenciada en Psicología y en Antropología Cultural. Es profesora de relato histórico en la Escuela de Escritores de Madrid. Ha publicado Túnel de espejos deformantes (Andrómina, 2006, Premio Leonor de Córdoba de poesía), El polizón desnudo (El Gaviero, 2009), obra híbrida inspirada en su experiencia como antropóloga, Kiriwina (Fin de Viaje, 2012), fruto de sus estancias en Suecia, país con el que tiene un fuerte lazo emocional. Ha publicado también Vértigo (Cazador de Ratas, 2018) y el poemario de Ciencia Ficción Las ovejas radiactivas de Kolimá (Cazador de Ratas, 2018). Ha participado en numerosas antologías de poesía y relato, como la de Viajes Interestelares (Cápside, 2016) y Versos desde la Exosfera (Cazador, 2019). Como antóloga, ha editado la obra colectiva Hijas del pájaro de fuego (Fin de Viaje, 2012). 204


FERNANDO BELTRÁN

Fernando Beltrán (Ciudad de México, 1981) es doctor en sociología por la Universidad Nacional Autónoma de México. Sus últimas contribuciones fueron publicadas en la Revista Mexicana de Sociología (“Ernesto Sabato, un retrato biográfico”, vol. 79, no. 4, oct-dic, 2017, pp. 785-809) y en Destiempos. Revista de curiosidad cultural (“Literatura, historia y política en Paco Ignacio Taibo II”, no. 59, septiembre, 2017, pp. 49-72). Ha ensayado sobre Pablo González Casanova y Rodolfo Walsh. Sus principales intereses se encuentran en el comercio entre el ensayo y la ficción. Pueden leerse en línea los siguientes trabajos de su autoría: Entre hombres. Relatos breves desde la derrota: mybook.to/Entrehombres Sabato escritural. Un relato sociológico: mybook.to/Sabatoescritural

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GRAZIA DELEDDA

Grazia Deledda (Nuoro,1871-Roma, 1936). Nació en el seno de una familia de buen pasar de Cerdeña, lugar donde aparecen sus primeras publicaciones en revistas y periódicos. Se traslada a Roma en el año 1900, luego de casarse. Su literatura se inspira en el ámbito rural de la Barbagia (zona montañosa del centro de Cerdeña que se extiende a lo largo de la ladera del macizo de Gennargentu). Los temas de sus ficciones giran en torno a la ética patriarcal del mundo sardo, el pecado, la culpa, la tensión entre el bien el mal, el mundo religioso. Si bien hay quienes sugieren una influencia en su obra de Giovanni Verga, Tolstoi o D’annunzio, y, por lo tanto, pretenden encuadrarla en alguna de las corrientes en las que se enmarcan los trabajos de estos autores (Decadentismo, Verismo, etc), la literatura de Grazia Deledda tiene una originalidad que la singulariza, hecho que es reconocido en 1926 al otorgársele el Premio Nobel de literatura. Entre sus obras puede citarse Elias Portolu (1903), Cennere (1904), Canne al vento (1913), Il sigillo d’amore (1926), entre otras. De su libro Racconti sardi (1895) proviene 206


Todavía magia (Ancora magia), el cuento que presentamos en este número de Costanza.

COLABORACIONES: Costanza Revista Literaria publica textos de poesía, cuento y ensayo sin restricciones en cuanto a su extensión, generación de sus autores o tema. Quienes deseen enviar sus obras deben hacerlo, aclarando en el asunto del mensaje el género al que pertenece dicho texto, a la siguiente casilla de email: colaboraciones.costanza@gmail.com

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PrĂłximo nĂşmero: marzo de 2020

colaboraciones.costanza@gmail.com


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