COSTANZA Revista Literaria Número 9
Natalia Schapiro / Loreley El Jaber Rolando Revagliatti / Bárbara González Fernando Beltrán Nieves /Jorge Etcheverry Luis Quintana Tejera / Manuel González López
Costanza Revista Literaria Publicación digital anual Octubre de 2022 Esta revista se edita en Barcelona (España) ISSN: 2604-3254 Dirección: Manuel González López Edición: Manuel González López Chiara Presutti Textos de: Natalia Schapiro Loreley El Jaber Rolando Revagliatti Luis Quintana Tejera Fernando Beltrán-Nieves Jorge Etcheverry Bárbara González Manuel González López
Contacto: costanzarevistaliteraria@gmail.com Declaración legal: Todas las obras pertenecen a sus autores, que responden por la originalidad y autoría de las mismas. Los editores no se hacen responsables por las opiniones de sus colaboradores.
I
Declaración de intenciones
Costanza Revista Literaria se postula como un espacio de difusión de la literatura despojado por completo de límites, ya sea en cuanto a la generación de los autores, la extensión de trabajos o los temas. El parámetro que guía el criterio de selección es, simplemente, la calidad. Poesía, narrativa y ensayo o artículos son, en principio, las categorías dentro de las que se enmarcan las obras que se publican en Costanza, aunque dichas categorías no son para nosotros más que un simple modo de ordenar los textos, una taxonomía necesaria, pero no un límite o un corset que impida apreciar, valorar y publicar trabajos que apuesten por la hibridación o la experimentación con los géneros literarios. Todo texto es bienvenido, en la medida en que ese texto constituya una apuesta sincera por la estética.
II
Sumario 1
Poesía
3
NATALIA SCHAPIRO
31
LORELEY EL JABER
57
ROLANDO REVAGLIATTI
81
Narrativa
83
Comida – ROLANDO REVAGLIATTI
87
Madre bañando a su hijo – ROLANDO REVAGLIATTI
93
Ablución trémula – FERNANDO BELTRÁN-NIEVES
107
La risa – MANUEL GONZÁLEZ LÓPEZ
127
Artículos/Ensayos
129
La parábola de la palabra: “El espejo y la máscara” de El libro de arena. Jorge Luis Borges – LUIS QUINTANA TEJERA
149
Representaciones humanas y sociales en algunos cuentos de Machado De Assis – BÁRBARA GONZÁLEZ
171
De la personificación en Alberti y la figura del ángel – JORGE ETCHEBERRY
181
Biografías
195
Colaboraciones
III
A la memoria de Paola Balboa, poeta.
IV
V
POESÍA
1
2
NATALIA SCHAPIRO (Selección de poemas de bosque cotidiano, elandamio ediciones, 2022; y de los poemarios inéditos Estrellas negras y Si los cactus hablaran)
3
4
bosque cotidiano (elandamio ediciones, 2022)
5
6
Los cuatro
Al ritmo de sombras distintas uno, rápido adelante dos, escurriéndose por rendijas tres, pasos largos yo, lenta sorprendida los cuatro juntos separados como piedras arrojadas por la misma mano. El camino de serpiente angosta nos deja donde la selva respira un río gruñe llevando sangre plateada del dragón dormido que hincha y desciende su pecho de hojas. El sol se exprime en lo verde una roca grande repara nuestros cansancios. Saco de la mochila dos naranjas un cuchillo cada uno lame su sombrerito chino sol fresco de bolsillo en el lomo de piedra.
7
Una vez encendidos seguimos la marcha enhebrados por un jugo dulce cuatro sombras distintas y el mismo corazón naranja.
8
Living
Pido hundirme en un monte de silencio y luz para corregir poemas en la compu solo puedo así: sin sueño, hambre ni obligaciones. Pero mi hijo está luminoso dibuja con un amigo en el living entre murmullos de colores una cápsula de risas vuela sobre la mesa. Viven en el papel, los lápices son ramas de un refugio donde solo caben ellos. El más grande trajo su deseo de acariciar la guitarra en el sillón exprimirla como a una fruta rara. Renuncio una vez más asombrada miro los sonidos van cayendo sobre todas las cosas en una lluvia suave.
9
Presbicia
El viento trajo la presbicia junto a unos sapitos durmiendo en mis párpados un abanico de líneas sonriendo al lado de los ojos otro sabor en la piel. La presbicia llegó junto a una madre huérfana y enferma un hijo pasando a buscarme en mi auto un marido que a veces me baña en indiferencia y a veces me quiere.
10
Te preparo un licuado
No son momentos de zambullirse como cuando te leía un cuento de peque vas y venís con tu caverna portátil impenetrable habitada por luces risas voces. Voy bordeando los costados a pasos de cangreja pendo de algún comentario que milagrosamente asoma en tu boca. Te preparo un licuado, galletas de manzana volvemos al principio: el hilo silencioso de la nutrición sobrevive, una roca en el oleaje de tu adolescencia.
11
Tus manos
No son calas tiemblan sin pulso se les resbalan vasos y estrellan en el piso. Pero aprendieron en la sucesión de otoños inviernos veranos a acariciarme en una música de orquesta vibran los sentidos tus manos saben empezar despacio como las primeras gotas de lluvia demorar los inicios trenzar los suspiros inventan mi cuerpo tus manos mientras la corriente crece me llevan como a un potrillo por el campo la música a un piano el cauce a su río.
12
Silla
Rodando te llevo por primera vez tu cuerpo de huesos como cedros vibrando los modos de la vereda empujo cuesta arriba. Más pesa ser tu madre.
13
14
Estrellas negras (Inédito)
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16
¿A dónde van los besos que no se dan? Los amasados entre miradas deslizándose en botes de un muelle a otro. Dónde van las caricias nacidas entre palabras que surcan como peces un cuerpo y otro dónde va el sexo exiliado de su deseo la respiración que imagina enredándose a la par semillas de momentos sin crecer. Es mucho para un cuerpo guardarse solo. Qué hacer con los besos no dados para que no se pudran como palomas muertas.
17
A veces el amor anda mal repartido como en superficies desniveladas queda de un lado solo si no hay pecho que lo reciba va y vuelve una carta rechazada muerde la piel los huesos el querer estancado arde en la sangre. El amor fue hecho para rodar.
18
Tus ojos emiten una luz negra me atraviesa el cuerpo, que acumula una especie de radiación. No puedo no lanzarme hacia esa luz como las moscas estrellarme contra ella en el intento de robarla cada vez.
19
Tengo que no llevar tu voz tus gestos tu mirada tatuados en mi cuerpo aferrada como a joyas en una caja dejar que se vayan borroneando por el mar del tiempo abrir la mano entregar tus miguitas al viento.
20
Voy a todas partes con un fueguito chamuscándome las costillas parezco una mujer que dice buen día y compra lechuga mientras las ampollas me crujen en los huecos junto tus recuerdos las brasitas me consumen pensamientos huesos capas de la piel. Entre el mundo y yo hay distancia infinita todo es ajeno no me importan las elecciones ni la última cepa del virus. En el fondo de mi herida solo cabés vos.
21
Un desgarro de amor es una quemadura la piel duele al aire lentamente va sanando recupera coraje para ir por el mundo. Creí que me venía curando pero escuché esa canción la melodía una navaja hermosa y otra vez el corazón en la piel.
22
Si los cactus hablaran (Inédito)
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24
A veces las piedras dejan a un lado sus rostros y forman constelaciones como estrellas fingen entre todas un gran perro recostado un monstruo gigante bocaza abierta. Cuando nadie las mira juegan a otra cosa a ser cocodrilo inmensa ballena. Así la pasan rodando luego se cansan y son lunas sentadas.
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Hay piedras fiacas dedicadas a aplastar ríos con la cola y tomar sol. Cuando se gastan de tantas vacaciones, se achican crecen al
revés
las muy viejitas se confunden con los p e ce s .
26
Las rocas gordas tienen la mirada mansa con paciencia de piedra se ofrecen ¡trepen salten! ellas respiran hondo aguantan. Si una roca se emociona le salen yuyos por los ojos.
27
Si un cactus se cansa de estar parado bosteza sombra verde se queda dormido en un rayo de sol imita la sonrisa de los cerros ondulando sueña un arco iris o una hamaca paraguaya vertical.
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Viven y mueren de pie no saben pobres mirar panza arriba las estrellas.
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LORELEY EL JABER (Poemas inéditos y selección de Nunca hay suficiente mar, Baltasara Editora, 2021; Un barco, Ediciones arroyo, 2019; De la espesura, Ediciones del Dock, 2018)
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Nunca hay suficiente mar (Rosario: Baltasara Editora, 2021)
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La huida
Huye como una ladrona entre sus brazos lleva escondido un bulto Por calles de piedra corre aún sin luna corre Ya en el barco de cara al agua funde la beba en su pecho y respira hondo iluminada por el acero del cuchillo que imagina él lleva entre los dientes agazapado en la maleza a la espera de sus mujeres O no, quizás no fue así Madre soltera en la Siria del 1900 mi abuela huye de noche con mi tía en brazos Sube al barco y llora la beba la acompaña y ambas a su modo rezan O no
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quizás no Lo único cierto es que una mujer sube a un barco en medio de la noche puede que llore, puede que no Lo único cierto es que esa mujer toma a su hija en brazos y corre por las calles oscuras de su Leselja natal hacia un barco que es tiene que ser destino
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Jailan leidi
Parecía una estatua de cara al cielo los ojos detenidos en una voluta de aire No hablaba de Galicia ni de su madre, ni de las tijeras en su cabello justo antes Mi abuela nada decía del viaje, del arribo, de esa soledad cruda como bienvenida Cuando le preguntaban repetía jailan leidi se reía de ese nombre para el barco de una sirvienta y sacaba el pañuelo y barría con fuerza las palabras de su boca
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Burka
Entro a la casa y juego con la gasa negra de mi abuela invento un burka y con los ojos protegidos por la tela miro desafiante todo lo que me rodea No hay oscuridad, como imaginaba Veo de hecho mucho más de lo esperado Veo a mi abuela y a su madre veo lo que ellas vieron cientos de mujeres veo espantada mirándome
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Autorretrato
Soy esa mujer que camina hacia un mar que ha sido brutal desde el comienzo Hay que conocer su furia y aun así querer meterse una y otra vez Nunca hay suficiente mar
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He construido una casa
He construido una casa Quien se acerque verá herrajes prestados, objetos antiguos hojas sueltas Quien se acerque verá la paciencia en una construcción que fue lenta y trabajosa De cerca si se mira bien las paredes esconden huecos pequeños casi imperceptibles por donde el viento entra a veces amoroso a veces con furia De cerca si se mira bien todo resulta endeble Con cueros heredados con manos torpes
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como pude he construido una casa
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El viaje
Tengo 15 años y estoy en medio de la ruta de un país del que nada sé Llegamos a Leselja Mi padre baja del auto sube la loma Va hacia la casa que era de su madre Entra, recorre con sus manos las paredes vacías Antes de salir, queda pegado al marco de la puerta Tengo 15 años y sueño con París Un chico adivina mi deseo moderno y me invita a andar en moto Es la primera vez que siento la velocidad en la piel Abrazada a una espalda extraña, libero la cabeza que cae ladeada veo el campo regado de sol y a lo lejos mi padre fundido en el marco abrazado a la piedra
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Todo el verde del mundo
De madrugada, cuando tus ojos aun pesan busco hundirme en tu cuello de tierra para respirar así todo el verde del mundo que me ha sido negado
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Un barco (Arroyo Leyes: Ediciones Arroyo, 2019)
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Hermanos
Hace unos meses murió el perro que solía estar en el fondo de la casa Hoy supe que el otro el de adelante el de este lado de la reja está enfermo Eran hermanos los dos perros y se odiaban Desde que uno de ellos no está el terreno antes dividido ahora es un espacio de libertad en el que el otro tímido deambula Si bien no parece haber registro de la ausencia desde hace unas semanas el perro de adelante tiene un bulto extraño: un hermano negado brota en el cuerpo del otro hermano y por momentos
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cerca de la reja sangra
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De la espesura (Buenos Aires: Ediciones Del Dock, 2018)
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Lo veo andar entre las plantas remover la tierra traspasar árboles enterrar semillas Cuando lo conocí su jardín me pareció desproporcionado me apabullaba esa variedad de especies ese moverse pidiéndole permiso a la naturaleza Hay en él una vitalidad verde que me resulta ajena ese respirar entre plantas tiene un sentido más allá como si ellas fueran su modo de espantar las sombras Veo a mis hijos acompañarlo al jardín los tres con las manos en la tierra como buscando el tesoro más fantástico y al mirarlos deseo que ellos hereden eso que está tan fuera de mí porque intuyo que en esa humedad terrosa iluminada de cielo la espesura de lo triste no encuentra materia donde arraigar
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Poemas inéditos
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2020
¿Qué se hace mientras el mundo se apaga? ¿Se cose el agujero en la tela? ¿Se quita la maleza de la tierra? ¿Qué se hace si todavía queda un poco de luz? Las vecinas de otro tiempo dirían como lo hicieron a coro entonces cuando me vieron lamer las huellas de aquel hombre en la casa abandonada “No se aferre” ¿Hay que liberarse acaso de los restos? Tomo el hilo y la aguja trabajo aun con esta vista escasa aun con la poca habilidad
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de estos dedos Mientras el mundo se apaga imito a mi madre como si en ese acto de costura, de remiendo que la resume a ella conmigo algo inaudito se sostuviera
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El vino
Veo muertos en las calles de Colombia muertos quemados en la India, perdidos en Ecuador Veo nuestros propios muertos montañas de hijos, de madres montañas de cuerpos amados Ya no hay victoria posible, querido mío Te veo abrir el vino número mil de este tiempo extraño Veo el rojo bailar en la copa, veo un brillo que nada tiene alrededor ¿Sentís el gusto de la madera? te escucho decir Cierro los ojos saboreo Ya no hay victoria, querido mío Sólo esta uva Solo el pequeño amparo de nuestra boca
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ROLANDO REVAGLIATTI (Selección de poemas de Fundido encadenado)
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Fundido encadenado (1998, 2022)
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“THE INNER CIRCLE”
El Camarada Operador de Cabina restaura la capacidad operativa del vulnerable resorte de su proyector Proyector que vulnera la capacidad operativa del Camarada Ministro de Cinematografía ante el Camarada Padre Enorme Cinéfilo José Stalin.
_________________ “THE INNER CIRCLE” (El círculo de poder) film dirigido por Andrei Konchalovsky.
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“BRZEZINA”
Lapso entre los abedules durante el cual no seré casi de mi enfermedad La veré recibirme a la primavera alquilaré un piano, fumaré permitiré que el propio sol me entibie arrojaré mis remedios a las gallinas amortiguaré mi desgracia sobre la tangible vida de una mujer La veré despedirme a la primavera seré velado por mi hermano (quien recobrará entonces la sonrisa) y enterrado.
________________ “BRZEZINA” (El bosque de los abedules), film dirigido por Andrzej Wajda.
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“PARIS, TEXAS”
Fue primera la adquisición: ese lote en París en la foto que llevo conmigo Fue segunda la concreción en la foto que llevo conmigo de ese lote Es tercero el encuentro entre ese lote mío y yo en ese propio lote de este París en la foto que ustedes ya vieron y llevo conmigo.
_______________ “PARIS, TEXAS”, fil dirigido por Win Wenders.
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“OBREST REDL”
Su Majestad en el paisaje y ese oficial de la Monarquía en una bala.
_________________ “OBREST REDL” (Coronel Redl), film dirigido por Itsván Zsavó.
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“EUROPA, EUROPA”
Apuntes (y apotegmas) de la sobrevivencia de un circuncidado: La guerra de mi Santo Prepucio da comienzo con la Santa Ensalada de la Guerra Santa La religión y los prepucios de clase son el opio de los pueblos Y lo juro por el Ario Prepucio del Predestinado Pajarito del Führer.
_________________ “EUROPA, EUROPA”, film dirigido por Agnieszka Holland.
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“HOUSE OF GAMES”
A salvo de mis lapsus linguae a salvo de placeres a salvo de la incontinencia de una pistola de agua a salvo de otros timadores a salvo del realismo de los sueños y a salvo de los sueños que no son un sueño solamente a salvo de mí y de mi crimen a salvo de mi furor curandis.
_________________ “HOUSE OF GAMES” (Casa de juegos), film dirigido por David Mamet.
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“COME BACK TO THE 5 AND DIME, JIMMY DEAN, JIMMY DEAN”
Y es para siempre me lo hizo a mí eligió mi cuerpo para que le naciera su hijo No fui una simple extra en la única película que fue su enorme vida de estrella fugaz.
_______________ “COME BACK TO THE 5 AND DIME, JIMMY DEAN, JIMMY DEAN” (James Dean’s Party), film dirigido por Robert Altman.
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“DRIVING MISS DAISY”
El Packard 48 es conducido hasta la propiedad del vecino Miss Daisy Wertham se conduce en su Packard deslizándose hasta la propiedad del vecino Marcha atrás ese Packard flamante es incrustado en el jardín del vecino El Hudson G 93428 es conducido con solvencia por el chofer Hoke Colburn hasta Piggly Viggly Miss Daisy es trasladada con solvencia por su impuesto chofer hasta ese supermercado El Hudson no se resiste a ser lustrado por Hoke y ostenta a la salida del templo su brillo a Miss Daisy El señor Hoke Colburn no se resiste a Miss Daisy y así traspone las compuertas del alfabeto Martin Luther King conduce hacia la integración La senectud incrusta a Miss Daisy en su pasado La nieta de Hoke traslada a Hoke en automóvil cuando ya Hoke no conduce.
_______________ “DRIVING MISS DAISY” (Conduciendo a Miss Daisy), film dirigido por Bruce Beresford.
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“HENNESSY”
Donde sea que la dejemos la vida por Irlanda en el campo de batalla que sea que dejemos la vida por Irlanda Donde sea que la dejemos la vida en el medio de cualquier refriega en cualquier calle que dejemos la vida por Irlanda Donde sea que la dejemos donde sea que volemos por los aires será siendo por Irlanda En la desmesura frontal ese Hombre Bomba será por su venganza.
_______________ “HENNESSY” (Jaque a la Reina), film dirigido por Don Sharp.
69
“HOWARDS END”
Gotas de inglesa lluvia descargándose sobre ingleses paraguas y periódicos ingleses malogrados encima de las presurosas cabezas inglesas refrescadas de los viandantes Damitas entusiastas inglesas y reparadoras aturdiendo a ingleses caballeretes perjudicados por ellas aliadas azarosamente con el aguacero La voluntad de los testadores en sus inglesas agonías aun volcándose en defectuosos improvisados testamentos avasallados por el fuego de la felonía parental dando tiempo al tiempo inglés reconstituyen su eficacia.
________________ “HOWARDS END” (La mansión Howard), film dirigido por James Ivory.
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“FATHERLAND”
A los que mandan no les gusta nada mi canción A mí no me gustan ellos a mí no me gustan ellos A los que mandan mi forma de proyectarme musicalmente no los complace No los complace mi guitarra ni mi barba ni mis astutos gorjeos No los complace a los que mandan lo que trasunto cuando entono a mi público No los complace cómo vocalizo cómo interpreto A mi público no le gusta nada los que mandan Los que mandan no gustan 71
en absoluto de mi público Y a mí no me gustan los que mandan a mí no me gustan ellos Mis composiciones los descomponen (verso logrado del estribillo de mi próximo tema) Ellos me descomponen a mí advirtámoslo: ellos en otra línea más policial Por eso a mí no me gustan ellos a mí no me gustan ellos Canten conmigo el socialismo genuino y no canten conmigo el de los burócratas A cada empedernido fundamentalista una corchea y una semifusa A cada socialista ramplón “real” y ramplón una negra y una blanca y una semicorchea
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A los horripilantes un do de pecho un sol de abdomen un mi de ingles un re de hombros un fa de nalgas un la de nuca un si de pies Canten conmigo ahora todos juntos ¡y a ver esas palmas!: a mí no me gustan ellos a mí no me gustan ellos.
________________ “FATHERLAND” (La tierra de mi padre), film dirigido por Ken Loach.
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“REPULSIÓN”
La manicura se come las uñas Los crepusculares crescendos de la enormemente deseada y devastadoramente deseante ya en su mirada infantil Grieta a la vista agrietando la vista Tendida taladrándole también los oídos la manifestación sonora de un crescendo fraterno Máculas a la vista desinmaculando Son los sentidos invitados a esta cena con plato único: conejo. _______________ “REPULSIÓN”, film dirigido por Roman Polanski
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“DEATH AND THE MAIDEN”
País de Sudamérica llueve en el país de Sudamérica Apuntado mientras dormía es golpeado cuando despierta dos veces por el arma en la cabeza Cae Franz Schubert, regresando sobre el olor del apuntado País de Sudamérica confesando en el país de Sudamérica.
_______________ “DEATH AND THE MAIDEN” (La muerte y la doncella), film dirigido por Roman Polanski
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“CUL-DE-SAC”
¿Cantará el gallo? Y si canta, ¿será apedreado? Seguir metidos queremos y no queremos salirnos de esto Confluencia de las aves de paso con las gallinas de la casa aunque, desgraciados francamente honestamente somos todos gallinas de paso
________________ “CUL-DE-SAC”, film dirigido por Roman Polanski.
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“THE TENANT”
La pobre chica desayunaba allí donde usted lo hace Desde la que es ahora su ventana ella antes observaba techos y curioseaba Tenía una amiga esa de la cual usted ahora imprecisamente se interesa Se sentaba la desdichada tan sistemáticamente como usted en ese inodoro Son sus actuales vecinos los mismos avinagrados que lo habían sido de ella Es espiado usted por la encargada del edificio acaso como la joven lo había sido por la misma encargada Se sorprendía un poco ella descubriéndose en el espejo del ropero donde a su turno se descubre usted Usaba ella el corpiño blanco 77
que usted ahora examina No cualquiera en su lugar hubiera encontrado tapado con algodón en el agujero de esa pared del departamento de su antecesora esa porción de un cuerpo humano: un diente Se queda usted con la postal de la que es ella la única destinataria Verá usted sustituir los vidrios rotos atravesados por la muchacha Se sentirá usted, en un punto, tan desdichado como ella alucinando y también verá lo que no debe ver y será visto Lo esperarán, lo animarán desde abajo aguardarán su precipitación Se sorprenderá un poco, antes, y ya travestido en el espejo ése del ropero frente al que ella también se sorprendiera un poco No es un verdadero francés —pensarán— para nosotros: verdaderos Destrozará usted como bólido sus propios vidrios Esa falsa mujer que es usted como ella errará a orillas del Sena 78
Hay en usted un hombre polaco en la mira de la conjura nacionalista pero ya tomado por la multiplicación de los signos ovacionado por sus victimarios cede a la tentación perdón: a la repetición ¿O consubstanciación?
________________ “THE TENANT”, film dirigido por Roman Polanski.
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NARRATIVA
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Comida Por
ROLANDO REVAGLIATTI
Mediodía. En el centro del comedor, una mesa de fórmica de dimensiones regulares. Una silla, un sillón de mimbre, un combinado. Se oyen discos de 78 R.P.M. de Alberto Margal e Ignacio Corsini. Entra un poco de sol por una ventana exigua, sin cortinado. En las paredes, un crucifijo de aleación incierta, fotos de un niño serio y sonrientes personas mayores, y un calendario que estipula una fecha del pasado. Adornos de cerámica y un cenicero de vidrio sobre el combinado, donde también se encuentra una lámpara sobre una carpetita de ñandutí. Aparece el hombre desde la cocina. Viste una camisa blanca, de manga corta, con los dos botones superiores desabrochados y un pantalón beige demasiado grueso. Está calzado con chinelas y tiene
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colocado un delantal. Es flaco y alto en exceso, de nariz respingada y cabello castaño, largo y descuidado. Trae un mantel celeste con el que cubre la tabla de la mesa y una servilleta haciendo juego, la cual acomoda. Se lo ve contento y en paz. Sale. Es pronunciado el aroma de una sopa especiosa. Entra con una panera de plástico flexible con grisines malteados, manteca y sal que coloca sobre la mesa. Sale. Se lo oye silbar durante unos segundos. Entra trayendo la frutera y un huevo duro sin descascarar en un platito. Sale. Entra con las angarillas (y sus frascos con aceite y vinagre) y los cubiertos. Ubica los elementos sobria y aplicadamente. Elige el mejor sitio para cada cosa. Sale. Entra con una mesita rodante sobre la que se halla una sopera con su cucharón, platos, una botella de un cuarto litro de vino blanco común, un sifón, una copa y un sacacorchos. Pone sobre la mesa el vino, la soda, la copa, el sacacorchos y un plato hondo. Sale. Entra trayendo un plato con buñuelos de dulce de batata. Y una ensalada de apio y remolacha. Y hasta un platito con queso rayado. Sale. Entra,
ya
sin
el
delantal,
trayendo
mostaza,
pickles,
escarbadientes. Los coloca y reordena. Acerca su silla y se sienta. Descascara el huevo, lo sala. Unta con manteca un grisín. Echa sal sobre ese grisín. Prepara la ensalada. Lustra una manzana. Descorcha la botella de vino. Se sirve vino. Sin soda. Se sirve la humeante sopa. Sopla el humito. Le echa queso. Vuelve a soplar. Le echa pedacitos de uno de los grisines de la panera. Revuelve. Pincha trocitos de apio. El tenedor llega cerca de su boca, pero no logra abrirla. Deja el tenedor en la ensaladera. Agrega un chorro de vinagre. Revuelve la ensalada. Lleva el vaso de vino a sus labios. Estos no se entreabren. Se le vuelca vino. Deja el vaso en la mesa. Toma la servilleta, se limpia. Toma el grisín con manteca y sal. Intenta morderlo. No puede. Se inquieta. Deja el grisín en la mesa. 84
Toma el huevo duro. Procura morderlo. No puede. Se le tensan los brazos y las manos y los dedos. Deja el huevo en el platito. Toma el cuchillo. Corta el huevo en rodajas sobre la ensalada. Toma el vaso de vino. No logra beber. Lo deja en la mesa. Se contiene. Coloca el dedo mayor de su mano izquierda sobre la tapa agujereada del salero y lleva ese dedo, con algún grano de sal, hasta su lengua. Procura que la cuchara con sopa se inserte en sus labios. Estos se abren, pero no sus dientes. Tira la cuchara en el plato. Vuelca cosas al suelo, se sube a la mesa, toma el sifón, apunta el pico del sifón a su sien derecha y vigorosamente se dispara un chorro de soda.
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Madre bañando a su hijo Por
ROLANDO REVAGLIATTI
El desnudo hijo dentro de la imperial bañadera de hierro llena de agua. Un despintado banquito de tres patas, al lado. Y una canasta con jabón de tocador de coco, esponja, sales de baño importadas, una caja grande de fósforos de madera y barcos de papel. El desnudo hijo es un adulto lento, vacío, triste. Estupefacto. Mira el agua. Un brazo apoyado sobre el borde de la bañadera. Lo mira. Mira el agua. Hablando áfona desde hace un largo invierno, aparece la madre con guantes de goma color crema (con cruces rojas), ya puestos. Saca de la canasta el jabón, la esponja, las sales de baño. Echa las sales en el agua. Enjabonando al hijo, abruptamente se la oye:
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—Estaba como ciega, como él. De aquí, de allá y de mi abuela también. Cómo calienta el sol. Qué alta está la luna. Se perfila tu terrible perfil. Jugo de cáscara. Pasado de rosca. Los bueyes perdidos. Bacán pobre. De chanfle. Esto no se puede decir. Papas en la boca. No se puede decir papas en la boca. Huevos en la boca. Las muelas como parapeto. Cabal cabalga su cabalgadura. Sufre y sufre, pero no lo sabe. Nunca más otra espantosa noche en vela. Ahora no me sale, pero cuando me salga. No sería noble si no conciliara. Una estrella en el mar. Cansina, cabizbaja. Una señora de mi casa. Algunos siempre dicen yo. Su cara de madonna de quince años. Encontré los bueyes. Lo deseé con intensidad. Hay que ver cuán agraciado había sido. Supo ser. Alguien me conocía. Me dejaron abandonada en la barriga de mamá. Una señora, pobre señora de mi casa. Qué ordinario siglo. El amor, el alma, la vejez. Cuando chica, después crecí. Vos no sabías que yo no sabía que vos no sabías. Nadapienso todosiento. Las otras chicas también están tan enamoradas. Claudicaremos cuando a nadie le importe. ¿El resentimiento es un hijito moderado del odio?... Espero que él me saque a bailar. Desde luego que no saben ellos hasta dónde ni cuánto más. ¿Se fijará en mí?... Jamás nunca ahora más adelante. Porque cuando mismo que tal vez. Una se abre, se abre y explota. Me sabría defender a la perfección. De la perfección. Madre para perdurar. No es un secreto para nadie. Sentimentalmente, digo. Y bailamos, después. Signos de inefable tensión en la entrepierna del hijo desnudo. Se oye en simultánea que alguien cae y grita. Y que allí mismo un moscón zumba. La madre refriega la espalda del hijo con la esponja. —Solazado el árbol de la vida. No confundir tal cosa con libertinaje. El tiempo es un. De las aves que vuelan me gusta la cigüeña. Al sínodo falté, tu cama capturé. Lenguaje abismal. Aplausos. Templo las cuerdas de mi cimitarra. Sáquense el fardo de encima. A ratos una niña. Quién lo creyera. Tan lejos de mí. Jeringozoso. Vacuna contra la. Pura prosopopeya. Sáquenselo, cómanse el fardo. Otro gallo cantaría. Cómo anhelo (no digo qué). La maestra es la segunda madre, el colegio es el segundo hogar. Nos cuesta menos querernos que desquerernos. Las 88
chicas precisamos ser deslumbradas. Un loco, él era un loco para manejar. Un racimo de pituitarias huele mi ramo. Casualmente lo que yo te contaba. Pura pura. Tan capcioso. Cercanía, cerquita, cerca. Salté. Me reí, me reí como hacía tantos años. Continúa hablando, pero áfona. Por completo tenso el periscopio del hijo desnudo. Se hace la madre otra vez audible: —Porque a tu tía no le place. Tenés, Beto, que comprender. Hay límites, hay hasta dóndes. Ella es muy celosa, tu tía. Te lo digo con tranquilidad, sin impacientarme. Ella te adora, tu tía. No me hagás renegar. Sabés cómo soy: muy sensible. Quiero que admitas el traspié. Lo siento. Lo todosiento, te vas a disculpar. Sin dejar de hablar, se sienta en el banquito. Dos lagrimones atraviesan las pálidas mejillas del hijo desnudo. El moscón deserta. —Sabés que soy recta y cariñosa. Tu tía tiene sus razones. Se halla disgustada. Agraviada. Ella es muy celosa de vos, tu tía. Se afecta y es lógico. Como es lógico que languidezca cuando no la llamás, cuando no la atendés. Ella desea ser consultada, tu tía, requerida. Y también se ha sacrificado por vos. Todos estamos solos, Beto, en el fondo. No es mucho pedir. Quien más, quien menos. Apenas que no dejes de tomarla en cuenta. Cierta continuidad. Es una señora grande. Vos sos más intuitivo que otra cosa. Los desamorados son muy... Eso es condenarse. Aislarse es condenarse. Forjarse es tarea de cada jornada. Bueno, ya sabés como soy. Tu tía no lo merece, ella. Habla, pero áfona. Enjuaga al hijo. Cimbran los jubilosos testículos del hijo desnudo. La madre extrae de la canasta los barquitos de papel. Los dispone en el agua. Los mueve, los sopla. Extrae de la canasta la caja de fósforos. Como jugando, prende fuego a un barco. —Y si no, fijáte en nuestra familia. ¡Por algo no fui contrincante!... Astrid me avisó. Desde Villa La Angostura: me llamó y me avisó. No habrán estado tan maniatados. Hubo irresponsabilidad. ¿Sabés qué pensé cuando me lo contaron?: que fueron estúpidos de una manera desaforada. Ocurrió ya con otro, un primo mío fallecido. La decisión tenés que tomarla cuanto antes. 89
Sin dejar de hablar, prende fuego a otro barquito. En el grueso y agitado periscopio del hijo desnudo resplandece un hálito tremendo. —Sé que te cuesta. Pero, por lo menos, nosotros sí con la cabeza sobre los hombros. Tu abuelo la seguiría: “Y con el cerebro dentro de la cabeza”. Y que no querés ser áspero ni irritante también lo sé. Sobre todo por el lado de las cuñadas, esas mujeres en chancletas, hay antecedentes. ¡Ah!, esas susceptibilidades cuando está revuelto el avispero, no paguemos los justos por pecadores. Con ellas, pies de plomo. Prende fuego con un mismo fósforo a dos barquitos. Y del ojo del enardecido periscopio del hijo desnudo, brota una salva de esperma que santifica el rostro, la cabellera y los hombros de la madre, y que, asimismo, apaga los focos de incendio. —Delicadeza, diplomacia y como que estuvo urdido desde antes. De la suegra del hermanastro del Alfredo, no hay que preocuparse porque se vuelve a su país. Mejor. Hay un punto que no estaría de más que le fueras buscando la vuelta. Previsión. Para no quedarnos estancados. O un día, zás, nos salen con un domingo siete. Buscarle la vuelta en el sentido de la liberación total de la escritura. Tiene que haber un procedimiento legal. Acortar plazos en estas circunstancias nos favorecería. Habla, pero áfona, hasta que sacando el tapón de la bañadera, vuelve a oírsela: —Las palabras son cuerpo. Cómo se ponen estas palabras en la caaaaaaavidad. El volumen y el espesor. De chanfle. Como ciega y como sorda, como él. El paladar es irrevocable. Sufría mucho. Ella sabe todo de vos, siempre se interesó. No olvida jamás un acontecimiento, tu tía. Necesita que la mimés. Restituíle, Beto, restituíle. Cartas en el asunto. Que no te desentiendas. Es audible el agua pasando por la cañería. —A alguien le toca, y es a vos. Pueden iniciar juicio y eso crearía molestias. Inevitable. Tenemos que anticiparnos. Llevamos las de ganar, pero confiarse es estúpido. Conciliar no es deponer. Tu tía no parece la del retrato coloreado. ¿Olvidó qué preferías, tus antojos? Y vos, nada. La 90
vieras. No es mucho demandar. Cabalga sobre su cabalgadura cabal. Un loco. Con una sola mano manejaba, los cambios con displicencia. La envidia. Liberación total. Y al abogado como primera medida. Al nuestro. Es hábil y experimentado. Hay que pre... pre... Ablandar el texto. De brazos cruzados no se van a quedar. Lo que haya que pelear se peleará. La pecunia. ¡Qué ironía!... No sé por qué ahora me viene a la mente: “Es mejor ahogarse con aire que sin aire”. Sin embargo, me oxigenaría (¿o sin sin embargo?) que no ignoraras. Que mañana no me reproches no habértelo trasmitido. El haberme ocultado de vos. (O el haberte ocultado de mí.) Las cosas que podés saber, sabelas. Habla, pero áfona. El hijo desnudo comienza a ser arrastrado por el remolino. La madre, incorporada, se opone al remolino, tironeando del hijo. Vuelve a oírsela: —Entre nosotras nos lo recomendábamos: “¡Es bárbaro, es un forajido!” ¡Se derritió como un helado! ¡Me apresuré cuando apetecía ser derribada! ¡Eso me inculcaron! ¡Sus negocios marchaban, al principio! ¡Hubo varios principios, aunque el primero fue estupendo! Un torbellino. Efecto de rebote. ¡¿Por qué tuve y tuviste secretos para mí?! Ronquido hidráulico. ¡¿Por qué me instabas a una supuesta ambigüedad?! ¡Querido!... Ya más de medio hijo desnudo ha sido absorbido, succionado por la cañería. —¡Yo ansiaba que me envolvieras, que me pertenecieras! ¡Te adoré! Y no era manco para... ¡Una hembra sin corazón hubiera resistido!... Casi todo el hijo desnudo ha desaparecido. —¡No me apabullaron ni disfrutaron ni desencadenaron! ¿Dónde aprendiste?, nos decíamos. ¡¿Quién tiene que descerrajarse?! ¡Yo era menos oblicua alguna vez! ¡Y sola es como el crimen!... Cesa de hablar. Cesa el sonido del agua y del hijo pasando por la cañería.
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Ablución trémula Por
FERNANDO BELTRÁN-NIEVES
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Para Berenice Nuestra Señora de las Ilusiones
I Los cuerpos de la ciudad capital rezumaban las tardes de mayo y el aire se fundía en caliente en el subterráneo. Me coloqué en seguida en el pliegue de un vagón con otro. Aunque la música tropical en los audífonos iba en su mejor momento, un truco urbano para recargar el ánimo a la mitad de adonde fuere, la pesadez se instaló de súbito en mis pies.
1 Doctor en sociología, podcaster y escritor.
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De inmediato apareció una chica de negro y se postró en frente. Se acurrucó en el hule grueso de la pared. Blanca, veinte abriles, esbelta. Se había tatuado la parte superior de la espalda, el grafito arañaba los linderos del cuello y se prolongaba a lo largo del brazo izquierdo. Vestía una falda corta y llevaba mallas rotas en círculos que descuidaban parte del grueso de las piernas. Aunque las raíces eran castañas, el cabello carmesí bajaba hasta las rodillas. Poseía una ligera fuerza que conectaba conmigo. Una atracción que devoraba todo lo que se le ponía al paso. Admiraba el perfil que se perdía en algún punto difuso. Nariz recta y de ojos avellanados, claros y llanos. Especulé cómo podía tejer el vínculo. Ella escuchaba también música en los audífonos. Esa coraza mínima que permite abstraerse del sonido ambiente del mundo circundante. Nuestras miradas se detuvieron más de una vez. Algo merecía suceder. ¿Qué? Debía convertirme en el artífice de una jugada maestra. Inicié un conteo reversible para pensar algo, aunque no sabía exactamente qué. Algún movimiento ingenuo, colocarme al lado, un gesto infantil para sacarle el nombre, lo que fuera para no perderle el rastro. Sería un error no descubrir un dato. Un terrible error. Volví
a
proponérmelo.
En
veinte
segundos.
Cinco,
seis…,
concéntrate en la frase, le tocas el hombro, pero perdí la intención. Una chicharra sonó en seguida y las puertas se cerraron con franqueza; el tránsito de los pasajeros me descolocó de mi posición inicial y caí en la cuenta que me alejaba lentamente de la estación Pino Suárez. Cuando reinicié la suma, la mujer incógnita había desaparecido. La pérdida del sentido; más bien el sentido de la pérdida. Iba tarde, dicho sea de paso. 11:45 del día. Salí de inmediato en la estación céntrica de mi destino. Las luces del sol bajaban en vertical. Mi anfitriona me esperaba en la salida hacia 94
el Monumento a la Revolución, al lado del puesto de revistas. Aquella mañana La Prensa rotulaba su portada con el título de Se viene y se va. Un encabezado para un cuerpo masculino destendido sobre la cama del motel, tatemado por un infarto fulminante. Mi anfitriona, impaciente, llevaba puestos unas anteojos grandes oscuros y una camisa de cuadros azules y blancos. Linda, pálida del rostro. Le estreché la mejilla y me disculpé por el retraso. No le dio importancia y avanzamos sobre la calle. —¿Estás listo? —me cuestionó al paso. —Ajá —avalé sin convicciones—. ¿Y a ti, qué te había dicho? Una ráfaga de viento le acarició el cabello y lo empujó hacia atrás. —Ya te dije —y suspiró—. Vislumbra lo que está por venir. Es como una lectora del tiempo —y volvió a suspirar—. Entabla el puente con las ánimas perennes. Descubre cosas de uno sin conocerlo a uno. Pero no le gusta que le digan ni maga ni bruja ni hechicera. ¿Entonces? Prefiere jerezana. Ya veo. —Es tu dinero —sostuvo ella—, pero si esperas que funcione, güey —y afirmó contundente—, sé cristalino. Taimado no logré hilar palabra alguna. Avanzamos en línea recta dos o tres calles; doblamos en un corredor y cruzamos después una avenida porfiriana. Un hombre esmirriado barría la fachada de una entrada pobre y la reconoció al instante. Traje a un compa —le dijo. Pasen —y nos persuadió sin interés alguno. Entramos a un local dividido en dos piezas. La primera, por donde adentramos, era un dispendio médico. Mamparas, botellas y jabones, cuadros, diplomas y anuncios. La otra, aparentemente amplia, era el establecimiento de la jerezana. Un biombo cubría y cercaba el acceso y tomamos asiento. —¿Y qué más ha habido? —reinicié la conversación con ella. 95
—Esto y el otro —enunció—. Dolores de cabeza por lo del juicio de la separación matrimonial. Una
fragancia
fresca
se
expandía
a
nuestro
alrededor.
Ininterrumpidos, a lo lejos, se escuchaban algunos golpeteos sobre un cuerpo fofo y conversaban allá dentro. No pude, o no quise, agudizar el oído. Da masajes al final —aseguró ella. Tras un periplo se cerró el biombo y apareció una mujer alta, morena, robusta. Ni joven ni entrada en años; la zona nebulosa de los cuarenta, quizá menos; aunque los ojos, entre llanos y claros, me recordaban a no sé quién. Le atravesaba un mechón blanco en el centro del cabello corto, ensortijado. Una nariz ancha, pronunciada, tosca. Avanzó unos pasos, sonrió a medias y saludó a mi acompañante y me llamó por mi nombre. Me incorporé en seguida y le escuché a mi compa, cuando me alejaba, “suerte”. Vi al sesgo cómo se recolocaba las gafas oscuras y se recostaba en su asiento para echarse el coyotito clásico del mediodía. Adentré a la intimidad de aquel lugar. Era más bien pequeño. Una cama estaba pegada a la pared como la que suelen disponerse en los consultorios. A la plataforma la cubría una frazada verde. Había una mesita arrinconada al fondo e innumerables frasquitos oscuros y un garrafón de agua en un rincón del lugar. Un espejo vertical, extenso, se desplegaba a lo largo de la cama de operaciones. —Toma asiento —me pidió la jerezana—, ponte cómodo. Me desprendí del calzado y me dispuse en suerte de flor de loto. La jerezana jaló una silla rudimentaria y se sentó en ella. —¿Por qué has estado sulfuroso e impreciso? —¿Cómo dice? —reviré. —En el vagón, por ejemplo —y lo afirmó con un tono pausado pero inquisitivo. —¿En el vagón? —En el metro. Venía, sí, de la estación Portales. 96
No era tan difícil hablarle. —¿Hablarle? —respondí perdido, y deduje de inmediato que iba a tirar mi dinero al caño. A la chica punk que te cimbró en el metro —y sonrió ella confiada. ¡Achis los mariachis!, pensé, y le cuestioné un poco torpe pero en seguida cómo lo supo ella. —¿Y por qué has estado disminuido recién? —preguntó y dio un giro de 180 grados a la situación. —Bueno —y se extendió una pausa y me reacomodé como mejor pude en la plataforma horizontal—. Ya sabe, siempre hay motivaciones. —Ajá —dijo. —Una separación, quizá —y comencé a aflojarme un poco—. No lo sé con exactitud. La mala administración de las emociones. O el costo de las ilusiones —afirmé después— y, tiempo atrás, una terapeuta, un contacto que frecuenté hace tiempo, me aseguró que una identidad maligna habitaba dentro de mí. —¿Qué tipo de terapeuta? —Practicaba Reiki, espiritista, esas cosas. —Es antiguo tu desfase —me sostuvo—. ¿Qué clase de infancia fue tu infancia? —Bueno, ya sabe. Esos mocosos que efectuaban bullying. —Hubo gente —continuó—. Una niña ojerosa de trenzas gruesas que en efecto algo extraño ocurrió. —Visto ahora —le comenté—, son imágenes difusas. Nada claro. Chiquillos todos malcriados —añadí. —¿Alguna incomodidad en la espalda? —La parte superior —respondí en firme. —El efecto del pasado acumulado en un punto fijo —aseguró—. Por cierto, hay alguien aquí. —¿Cómo? —Al lado tuyo, siento alguien aquí. ¡Ah, chinga!, pensé. —Moreno, viejo, preocupado —dijo—. ¿Tu padre? 97
—No, para nada, no creo. Él está trajinándole en la República de Tláhuac del Este —medité un momento y arriesgué un nombre intacto— . ¿Mi abuelo? —y la jerezana asintió de inmediato con la cabeza. —Quiere decirte algo. Algo me descolocó, pero pregunté sobre el particular. Ella cerró los ojos, arrugó el ceño y respiró hondo. La jerezana me inquirió si recordaba la frase que me repetía insistente. Fui a algún repositorio de mi memoria y encontré vigente aquella frase incólume. Desde luego, pensé. Y la dije sin reflexión alguna en voz tenue. —Así como me ves te verás así como te ves me vi —le cité la suerte de aforismo. —Quiere que sepas —me seguró ella— que él ha estado cerca. —Ajá. Se levantó de la silla y caminó hacia un extremo del lugar y tomó un vaso fluido de agua. —Pero ya se ha ido —afirmó ella—. Percibo ahora más bien dos ánimas adictas. Se presentan por lo menos dos. Es más bien raro que den sus nombres, pero una busca revelar de inmediato su identidad. —La jerezana respiró hondo y fijó su mirada en mi frente. Parecía que escudriñaba la zona del espejo que rozaba mi espalda. Hizo una mueca y luego afirmó que se llamaba Hananiel. —¿Hombre? —cuestioné sin fe. —Fémina, diría yo. Un grafito opaco sobresale, araña las bordes del cuello y baja sobre el brazo izquierdo. Algo así he visto, especulé. —Desea que estreches el lazo antes de instalarse el sueño —dijo la jerezana que le ha dicho. —¿Y el otro? —No lo precisa aún. —Ajá, desde luego, ánimas, dos. —Cierra los ojos —exclamó—. Inhala y exhala. 98
—Inhala y exhala. Removió un frasco, se untó un líquido en las yemas de los dedos largos y me colocó algo en la punta de la nariz. Respiré algo potente, cítrico. —Inhala, lento, infla, exhala, lento, desinfla la panza. Sentí las palmas de sus manos en la frente, cerca de los oídos y en los párpados. —Te he puesto una protección —añadió—, ya puedes abrirlos. Pero hay una barrera. Tu ego elevadísimo —aseguró—. Un yoito elevado a la segunda potencia. —Es un mundo competitivo —reviré. —Esta idea de un león que expande sus fueros. —Bueno, no está nada mal. —Pero semejas más bien a un oso. —¿Un oso? —Un oso azabache en busca de un ritmo ambiguo. —Bueno, me gusta la miel —concedí. —Por tu futuro equilibro —sostuvo ella—, deberás transitar hacia otra concepción. Un oso bonachón en medio de un bosque de pinos. —Ajá, un oso huevón, solitario y peludo. —No hay futuro, o un futuro punitivo —dijo—, bajo la idea de un melenudo pendenciero hacia con los otros. Desmóntate este imaginario que construye su imperio en la peligrosidad de la selva. Entreveo algo más pero aún no puedo saberlo. —¿Algo? Y afirmó la jerezana. —¿Te han fallado alguna vez las piernas? —preguntó en seguida. Bueno, mire, hace poco una falla estructural en el tendón de Aquiles me desplazó de las pistas de asfalto. —No esa clase de tonterías —precisó ella—. Uno que impida moverte. —No lo creo; pero ahora que lo dice, creo recordar que me costó moverme una noche. 99
—¿Has reparado que tropiezas en las calles? Medité unos segundos. —En realidad, ahora que lo pienso, suelo trompicarme sin mucha explicación, como si los pies... —Pistas definitivas de algo —concluyó ella—, pero no lo sé aún. Y no puedo saberlo ahora. Quizá algún trabajito. —¿Algún trabajito? —dudé con sorpresa. —Pero no será esta tarde. Esta sesión termina aquí. Necesito prepararme para lo que viene. Otras fuerzas son necesarias, otra clase de técnicas. Y protección. No te alarmes —dijo—, pero sugiero sobre todo que registres solícito tu experiencia previa antes de entrar aquí —y me alentó a darme pronto otra vueltecita. II Hacia el mediodía, poco después, fui al encuentro definitivo con la jerezana. Las nubes cerraban el cielo y el calor crecía con el ascenso de la tarde. Salí de la estación y avanzaba rápido entre las calles. La puerta estaba cerrada y toqué el timbre. Abrió el portero con quien se resolvían al final el asunto de los dineros. Esbelto, barba al ras, serio. Me pidió que tomara asiento. En seguida me flanqueó la jerezana. Amarrado al cuello, que descendía hasta los huesitos de las rodillas, llevaba puesto un delantal colorido. Contrastaba aquel atuendo con el color bronce de su tez. Estaba agitada y se activó aún más al verme. —Alístate —me pidió de inmediato y se fue directo hacia la antesala de operaciones. En la pieza íntima, a solas, me quedé en muda íntima de algodón, una bermuda corta y tomé asiento en la plataforma médica. Regresó la jerezana. —Acuéstate —enfatizó—, voy a taparte —y me cubrió con una sábana liviana. 100
—¿Trajiste lo que acordamos? —me cuestionó en seguida. Todo lo que pareciera insólito, me alertó antes de irme, debía registrarlo. Además, me había dado un jabón de su cosecha para el término de las duchas. Era un jabón inodoro, pesado, pentágono en su forma, y debía fijarme en la cantidad exacta de espuma que producía bajo el chorro de agua fría. Cada vez que lo unté, le dije, la espuma había sido abundante. Y ocurrieron dos cosas en particular. Sucedieron, de hecho, después del encuentro con ella. —Ajá, continúa —respondió la jerezana. Aquella tarde mantenía abierta una conversación instantánea. Al abandonar el tramo de las escaleras de la estación última, escribí y mandé una respuesta. Se trataba de una antigua amistad que reactivó la comunicación y esperaba el mensaje de vuelta. Avancé sobre el Eje Central, doblé a la izquierda y me detuve un tanto en el anaquel del santo olor de la panadería de la esquina. Después abrí el zaguán, dejé atrás el corredor plomizo y giré la llave de la puerta. La noche arañaba por la ventana. Saqué el teléfono y abrí la conversación. El mensaje que había enviado ni se había escrito ni se había enviado. Después, le añadí, mantenía una postura inmóvil frente a la pantalla. Circulaba un ambiente brumoso en la habitación y las ventanas estaban abiertas. El ventilador portátil estaba prendido y giraba sobre su propio eje. Debí entonces bajar al primer piso. Me reajusté las sandalias y me encaminé al primer escalón y trastabillé de inmediato. Subrayé el tropiezo constante cuando piso las calles. Y el segundo resbalón, concluí, ocurrió antes de salir a este encuentro. —Indicios inequívocos —dijo—. De ahora hasta el final vas a recostarte boca arriba y vas a cerrar los ojos. —Ajá. —Es una protección para ti —aseguró. —¿Por qué? —pregunté extrañado.
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—Porque los míos se convierten a menudo en unas cuencas en blanco. La gente se inquieta y me distraen sobre todo a mí. De ahora en adelante —repitió la jerezana—, cierra los ojos. Asentí. —Concéntrate —expresó ella—. Ya te avisaré cuando hayamos terminado. Alzó la voz y le pidió al portero que estuviera al pendiente. Tumbado, sin vista, incompleto el sentido del tacto, avivé como mejor pude el olfato y el oído. Me untó una fragancia cítrica en los orificios de la nariz. Me pidió de nueva cuenta inhalar y exhalar un par de veces. Destendí los músculos, estiré las piernas y pude mover los dedos de los pies. Se prolongó un silencio. Escuché el segundero del reloj que estaba clavado sobre la pared, por encima de la plataforma. Tic, tac, tac. Muy al inicio pude precisar la posición exacta de la jerezana cuando untó la fragancia en la nariz, cuando sus manos tocaron mi cabeza o el rostro, cuando palpó algún punto del cuerpo. Escuchaba su respiración y me pedía cada vez inhalar y exhalar. Me colocó un objeto minúsculo, pesado, tibio, en la frente. Y colocaba otros objetos de la misma naturaleza en la nuca, cuello, pecho y vientre, brazos, chamorros y talones. Otros objetos lo sentía entre mi cuerpo y la plataforma. Y me puso unas ligas en los dos pies, que no apretaban ciertamente, pero que me hacían saber que estaba quieto. Su voz gruesa la pegó a mi oído y cambió el tono de su voz. —Lo que quieras que se aleje —dijo con tacto—, lo feo o lo monstruoso… se quedará en este objeto diminuto —y me tocó la mano derecha y me puso de inmediato algo como una piedrita en la mano derecha. —Piénsalo y apriétala —concluyó. Pensé el malestar, la angustia, el explosivo carácter. Tanteé en seguida otra piedrita en la mano izquierda. —Apriétala —exclamó—. Lo que quieras que se quede en este objeto particular, lo bueno o lo valioso… se quedará en ti. 102
Encontré la disciplina, la escritura, la lealtad. De golpe escuché una música, una suerte de cantos gregorianos. Al lado de ecos y timbres, movimientos como de arena y la melodía de una flauta, irrumpió el canto de una voz aguda, intermitente, a veces un coro. Un color rojizo saturó el espectro de mi visión. Sentí de inmediato dos incisiones suaves sobre el estómago. Eran puntas de algo. Unas varas, quizá. Unos palillos, tal vez. Iba apretándome en puntos específicos. Abajo del cuello, el pecho, el estómago, alrededor del estómago, el vientre, los muslos de las piernas y los pies. Una suerte de instrumental quirúrgico. Tocó todas aquellas superficies una y otra vez. Escuchaba el trajín de su respiración. En seguida percibí el encendido de un mechero y la lumbre arrañó mi rostro. Mantenía los ojos apretados. No sé qué era. Una vara encendida o un cerillo prendido. Entonces la jerezana comenzó a esbozar una lengua ininteligible. La llama alcanzaba por instantes el pecho, el vientre y los pies. A veces, más precisamente, en el estómago y otra vez la superficie de los pies. Después se concentraba en el pecho y sobre todo en el vientre. Hablaba intermitentemente un idioma que no conocía. Ella respiraba hondo. Rápido. Profuso. Después la llama volvió a especular mi rostro y se quedó cerca, inmóvil. Yo mantenía los ojos cerrados. Dejó de hablar y se instaló un silencio. Después reconocí las manecillas del reloj. Tic, tac, tac. Volvió a untarme una fragancia en la nariz y comenzó otra vez a apretarme los puntos específicos. Pero ahora lo percibía distinto. Sentía incisiones simultáneas, como si la jerezana estuviera en el pecho y alguien más en los pies. Aquello no tenía lógica espacial; cómo la jerezana podía deslizarse en zonas contrapuestas de mi cuerpo. Se repetían las punciones en lugares contrarios. Las piernas y el pecho. La frente y las rodillas. Picoteos en el torso y otros golpeteos más abajo que desaparecían con rapidez. Escuché en seguida la fricción de unas tijeras
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que cortaban algo en el aire. Un movimiento que se agudizó en zonas precisas. —De la cabeza hasta los pies de este hombre —expresó ella con dureza—, desenrédate. Y volvió a repetir la fórmula. Las tijeras en el aire seguían ondulando en el aire. Volvió a aquella habla y ejecutó nuevamente incisiones específicas. Una sensanción me relajó. Comenzó a recolocar objetos pequeños que había puesto en mi cuerpo como si hubiera seguido una línea recta. Luego, colocó otros objetos pesados en el estómago y alrededor del estómago. Se instaló un silencio.
Escuché
después
un
timbrazo
que
se
prolongaba
innecesariamente. Luego otro y otro. Era como un gong, que se sacudía según las vibras. El sonido no era melodioso. Retomó la fragancia en la nariz. Inhalé ahora con ganas. Algunos timbrazos se prolongaron en el ambiente; otros no. Resonancias que se cortaban, obstaculizados de tajo. Me dejé ir con aquella sonoridad. Hubo pesadez y sentida hambre. No conecté por un momento con mi cuerpo. Luego me dijo al oído con su voz habitual: —Hemos terminado. Desperté con cierta dificultad. —Colócate en postura fetal —sugirió—, y trata de recuperarte poco a poco. Me sentí cansado pero tranquilo, con hambre al máximo. Comenzé a desentumecerme. Las piernas, un brazo. La luz lechosa de las mamparas me encegueció cuando abrí los ojos. Me despabilé como mejor pude. Reaccioné. Volví en sí. Me destapé de la cobija y me quedé viendo el techo blanco sin más interés. III Regresó la jerezana. —Están cerrados el tercer ojo y el chacra de la cabeza —concluyó— Los puntos ciegos de la fe —anadió. 104
Luego aseguró: —Pero alguien en definitiva te hizo un trabajito. —¿Cómo dice? —reviré incrédulo. —Una mujer —sostuvo— pidió a un practicante un amarre. El practicante lo sabe ahora, o está por saberlo, y esta mujer no tardará en enterarse. Por lo mismo intentará cualquier cosa, sin éxito por ahora. —Ajá —respondí. Te amarraron —continuó en seguida— cuando aceptaste algo de comer. Fue vía el soborno al estómago. Y luego sentenció la jerezana: —Nunca aceptes comida de ningún personaje. Nunca. —¿Quién es esta mujer? —pude finalmente elaborar la cuestión final. —El rostro en las líneas del fuego —afirmó ella— se esbozó en ciernes; pero no los detalles. Sería necesaria otra clase de investigación. Quizá un desdoblamiento. Ahora no. Es probable que dé un paso en falso a partir de esta revelación. Es probable, sólo entonces ella revelará su identidad. Todo había terminado. Salí del encuentro con la jerezana y deambulé perdido por las entrañas de la ciudad. El cielo tónico, sin nubes, se expandía en el horizonte. Pardeaba la tarde y no demoró en timbrar mi teléfono personal. Era el número de mi madre, a quien no había visto durante semanas o meses. Me preguntó de inmediato si podía desviarme. La escuchaba imperiosa, inusual. Me alertaba si podía pasar a verla porque había preparado confituras, café con leche y un dulcecito de guayaba.
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La risa
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Por
MANUEL GONZÁLEZ LÓPEZ
Yo salí con su mujer. Yo me enamoré de su mujer. Yo conviví con su mujer. No importan los pormenores, no importa cómo esa relación, en principio distante, formal, acotada por los mandatos sociales y la amistad, desembocó en el desenfreno; no importa recorrer esos detalles. No trata sobre el amor —ni de ese amor— esta historia. Esta historia, que no trata sobre el amor, pudo comenzar con un vínculo preexistente a nuestras vidas: su madre y la mía eran amigas de la infancia. Se casaron el mismo mes, con dos muchachos del barrio — nuestros padres— y quedaron embarazadas casi al mismo tiempo. Javier nació primero y a las dos semanas nací yo. De nuestras madres heredamos esa amistad, porque en aquellos años, en un barrio, los hijos heredaban las amistades de los padres.
1 Publicado en Caballo negro, Ediciones del Dock, 2007.
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A las pocas semanas de haberme parido mi madre, sus senos dejaron de producir leche y fueron —por unos meses— los senos de su madre los que saciaron mi hambre. Hermanos de leche, decían los vecinos que éramos Javier y yo. Nadie hubiera dicho que, con los años, abrevaríamos nuestra sed en otra mujer en común, la suya. Esta historia pudo comenzar con nuestras madres, o bien comenzó el día en que su mujer y yo comenzamos, ese día en que ya no pudimos evitar dejar de fingir que no sabíamos lo que nos ocurría, que no era la casualidad la que nos hacía encontrarnos día por medio en el mismo bar, a la misma hora. Así empezó algo que duró dos años, a escondidas, lejos del barrio, para que nadie se enterase, para que Javier no se enterase, para que no sufriera. Interrumpí mi amistad con él, desaparecí de su vida, cuando simulé enterarme, sorprenderme y compungirme por la ruptura de su matrimonio. Al poco tiempo de terminar con ella —se llamaba Raquel— supe que el barrio sabía; cómo iban a ignorarlo, cómo pasar inadvertidos si siempre habíamos vivido allí y siempre —aunque no nos diésemos cuenta— estábamos cruzándonos con conocidos o con vecinos en las calles, en los colectivos o en los trenes. Con los años, separados los tres, conocí a la que sería mi esposa. Me casé, compré una casa, fui feliz. No teníamos hijos, no los queríamos,
aunque
podíamos
tenerlos.
No
nos
sentíamos
lo
suficientemente jóvenes para tener hijos. He dicho que esta historia pudo comenzar con nuestras madres o el día que empecé con su mujer; pudo comenzar, también, diez años después de terminado lo mío con su mujer. Pudo comenzar esa tarde en que llegué a mi casa del trabajo y al abrir la puerta yo, que no fumaba, sentí el olor de sus cigarrillos negros y su voz ligeramente ronca que en nada había variado pese a los años, su voz que hablaba animada con mi esposa y que fui reconociendo mientras recorría el comedor y llegaba a la cocina. —¡Cómo estás! —dijo al verme.
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Se levantó de la silla, caminó hacia mí y me abrazó. Una incomodidad de hacinamiento me comprimió el cuerpo al estar frente a él. No esperaba volver a verlo. Eran muchos años sin vernos y muchos de cargar con un sentimiento parecido a la culpa. Mientras procuraba sacarme de encima la opresión que sentía vi en su mirada una rara satisfacción. —No sé por qué dejamos de vernos, no me lo explico... desapareciste del barrio... —La vida te va alejando de todo... —dije, por decir algo. Traté, durante las dos horas de incomodidad e irrealidad que duró su visita, de sostener una conversación, de recordar anécdotas, de revivir el pasado y nuestras viejas complicidades. Entre el humo de cigarrillo que viciaba el aire de la cocina su voz me narró el periplo que lo llevó a dar con mi paradero al cabo de tantos años, cómo se enteró de mi matrimonio con Sofía. Javier hablaba y yo estudiaba sus rasgos, las arrugas que el tiempo le había marcado en la frente, y debajo y a los costados de los ojos. También había encanecido un poco. ¿Por qué volviste?, me dije sin manifestar la pregunta, mientras veía en el brillo de su mirada su regocijo por el reencuentro y la memoria de nuestro pasado. No sabía nada de lo ocurrido entre su mujer y yo, era evidente y me molestó; no sé por qué. Me molestó su ignorancia del asunto, su inocencia. Durante años, la posibilidad de un encuentro con Javier me había provocado temor. Mi temor no era físico. No temía un encuentro con Javier por la violencia que pudiese ejercer contra mí; no era un hombre violento ni el coraje era una de sus virtudes. Mi temor era moral. Lo que yo había temido, era la confrontación con mi deslealtad, la posibilidad de enfrentarme a la vergüenza de ser un traidor a sus ojos. Al llegar la hora de la cena, mi esposa y yo le insistimos para que se quedase a comer, pero no quiso. Quería acostarse temprano. Sentí alivio al saber que se iba. Antes de irse me dio su número de teléfono y su dirección. —¡Qué agradable! —dijo mi esposa cuando se fue. 109
Nos acostamos tarde esa noche y a pesar de que no hablamos de él, no pude expulsar de mi cerebro la imagen de Javier sentado en la cocina de mi casa. Me cuesta sacarme una idea de la cabeza y la idea de que volviésemos a encontrarnos rondó por mi mente mientras hablaba con mi esposa sobre las facturas de la luz o nuestras próximas vacaciones. Por varios días seguí pensando en Javier, en el motivo de su visita, aunque una semana más tarde, el trabajo y la vida conyugal lograron que me olvidase de él. * * * Un sábado mi esposa y yo decidimos ir a almorzar a un restaurante cercano, que desde hacía tiempo teníamos ganas de conocer. El día nos ofrecía un sol tenue de otoño y una temperatura agradable. A la una y media de la tarde salimos de casa. Caminamos unos pasos y le pregunté a mi esposa. —¿Cerré con llave? —No sé. Volví a ver si había puesto llave a la puerta. Metí la llave en la cerradura y sí, estaba cerrada. Alcancé a mi esposa y fue como si el acto de revisar la puerta se hubiese borrado de mi memoria. —Uy, sabés que no sé si cerré. Me miró con incredulidad. —Acabás de ir a revisar. —Sí, pero no sé. Sentí una angustia profunda y una imperiosa necesidad de volver a mi casa a ver si la puerta tenía llave. Sonó una bocina de auto. Mi esposa y yo miramos hacia la calle y vimos que desde un auto azul Javier nos hacía señas. —Eh, dónde van. Frenó el auto y bajó sin esperar a que le respondiéramos. —Venía a visitarlos. 110
—Nos íbamos a almorzar a un restaurante que está por acá cerca —dije con la esperanza de que se fuera. —¿Por qué no venís con nosotros? —le preguntó mi esposa. La miré horrorizado y ella me sonrió, como esperando que la felicitara por su ocurrencia. —Bueno —dijo Javier. —Tengo que revisar si la puerta tiene llave —dije resignado, sólo para objetar algo. —No te preocupes, este barrio es tranquilo. Ahora bien, voy a comer con ustedes, pero invito yo y elijo el restaurante. —De acuerdo —dijo mi esposa. Yo no dije nada, pero me pareció justo que, si tenía que soportarlo, al menos pagase la comida. Supongo que era la culpa lo que me impedía oponerme, ser descortés, decirle que no quería ir a comer con él, que nuestra amistad había perimido y estaba muerta, algo se había roto y ese algo era irrecuperable. Todo lo que alguna vez nos había unido —incluida su madre y su mujer— era al cabo de tanto tiempo como el rastro de perfume de una presencia perdida. Subimos a su auto. Yo adelante, mi esposa detrás. Me pasé el viaje tratando de recordar si había cerrado la puerta con llave mientras Javier hablaba sin parar. “Sí, sí... y claro” respondí cada vez que me dirigió la palabra sin prestar atención a esas palabras. Llegamos al restaurante. Conocía el lugar, había ido con frecuencia a comer allí con Raquel, después de que se divorciara de Javier. Casualidad. O a lo mejor ellos eran clientes del lugar en el tiempo en que aún eran una pareja sólida. El clima del lugar me remontó al pasado y en ese almuerzo de tres, fuimos cuatro. Mirar la carta de comidas fue recordar a Raquel cuando buscaba algo que le gustase y a la vez luchaba con su pelo rojo y largo que caía sobre su cara y le impedía leer. ¿Habría sido tan cínica de llevarme a comer al lugar donde iba con su Javier? Miré a Sofía buscar en la carta algo de su agrado, acomodándose el pelo detrás de las orejas 111
y me pregunté si sería capaz de llevar —si alguna vez nos separábamos— a su futuro esposo o amante a los mismos lugares que frecuentaba conmigo. —Esto parece bueno —dijo mirándome a los ojos, buscando mi complicidad. —Como lo que vos quieras, amor —le dije. Javier eligió un plato que siempre pedía Raquel y que yo también me veía obligado a pedir cuando comía con ella, porque tenía la manía de hacer todo de a dos y compartir todo. Comimos, bebimos y la incomodidad duplicada por la presencia de Javier y el recuerdo de su mujer me acompañó durante el almuerzo y la sobremesa de whisky y café. Hablé poco. La conversación se movió por el impulso de Javier y mi Sofía. Yo no tenía ganas de hablar. Pensaba en mis almuerzos y cenas con su mujer y hasta me permití alguna comparación entre ella y mi esposa. Comparé —sin definir una preferencia— el pelo rojo de Raquel con el negro de Sofía, las piernas largas y el cuerpo esbelto de Sofía con las
curvas
dulces
de
Raquel,
sus
encantadoras
pecas
con
la
extrañamente seductora palidez de Sofía, las comparé en el amor y en el enojo. También traté de explicarme o comprender la insoportable obstinación que impulsaba a Javier a regenerar nuestra amistad, obstinación que se vería acrecentada y estimulada luego de haber salido juntos. Estaba inquieto, inquieto y tenso desde que Javier reapareció en mi vida; aun en los días en que me olvidé de él luego de su aparición en mi casa podía sentir esa inquietud. Nos fuimos a las cinco de la tarde. Entre las mesas del restaurante quedó el recuerdo de Raquel. *
*
*
Sofía ignoraba todo sobre mi relación con la mujer de Javier. Como nunca me gustó interrogar a mis eventuales parejas sobre su trayectoria amorosa, tampoco consentía que ellas me preguntasen sobre las mujeres que las habían precedido en mi vida. 112
No creí conveniente decirle nada, luego del regreso de Javier, aunque eso le hubiese aclarado las razones de mi reticencia a reiniciar nuestra caduca amistad. Como había previsto, las visitas de Javier se tornaron pertinaces. Dos o tres veces por semana aportaba su presencia en mi casa y debía hablar con él y, por desgracia, no parecía haber otro tema para conversar que no fuese el pasado, nuestro pasado, nuestra amistad. Nunca, aunque resulte increíble, surgió el nombre de Raquel; no hablo sobre mi relación con ella, sino una mención, un recuerdo, al fin y al cabo, los tres habíamos sido amigos durante años. A veces se quedaba a comer, otras veces llegaba más tarde y debíamos posponer la hora de acostarnos; venía a charlar, a tomar whisky, para fatigarme con su prolija épica de nuestra juventud. Mi esposa lo toleraba casi con agrado, ya que descubría aspectos y hechos de mi vida que le eran desconocidos. Algunas noches, algún partido de fútbol o cualquier otro evento deportivo me salvaba de oír sus narraciones, aunque no me libraba de su presencia, pero, al menos, si hablábamos algo, eran comentarios sobre los jugadores de fútbol que veíamos o las incidencias del partido. Sofía, cuando quería acostarse temprano, tenía la evasión más fácil, ya que Javier —en teoría— era “amigo” mío y le bastaba con decir: “Ay chicos, estoy cansada, así que me van a perdonar pero los voy a dejar para que hablen de sus cosas, yo me voy a dormir”. Me daba un beso, saludaba a Javier y sin ningún remordimiento se iba a dormir. Esto, que ella se fuera y me dejara solo con Javier, ocurría en pocas ocasiones, porque por lo general disfrutaba con nuestras anécdotas. La presencia de Javier en mi vida era para mí un castigo tedioso y en ocasiones la sentía como una violación; o, mejor dicho, me hacía sentir como esas mujeres que un día, en su trabajo, se encuentran con la disyuntiva propuesta por su jefe sin escrúpulos, en la que, o bien acceden a tener sexo con él o bien se quedan sin empleo. La tensión de esa mujer que resiste o cede a ese chantaje creo que no sería muy distinta de la que
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yo sentía. Soportar, por necesidad, lo insoportable. ¿Pero cuál era mi necesidad? Las visitas de Javier causaban que me acostase tarde y me levantase tarde, restándome lucidez en la oficina. Ocasionaron, además, que regresase a mí una vieja manía: la de revisar varias veces si las puertas estaban con llave. Era un tormento, y volvió a mi vida luego de la primera visita de Javier. Al cabo de un par de meses me decidí a no atenderlo más cuando viniese a mi casa. Tenía la esperanza de que advirtiese que no quería volver a ser su amigo. Fingía estar durmiendo y dejaba que se quedase hablando con Sofía. Me quedaba leyendo en la pieza o escuchando música con auriculares. Las excusas que le daba mi esposa por mi ausencia eran enfermedad, cansancio o que me quedaba trabajando hasta tarde para terminar con un proyecto importante en la oficina. A veces, bajaba las escaleras y me acercaba al comedor con sigilo, para escuchar con qué historia abrumaba Javier a Sofía; pero ella nunca se sentía abrumada, siempre disfrutaba y la oía reír con el relato de nuestras hazañas. Nos habíamos prometido no atenderlo si se abatía sobre nosotros los domingos, porque era nuestro día de intimidad y soledad. Por lo general no nos levantábamos de la cama y si lo hacíamos, nos quedábamos semidesnudos, viendo televisión en el comedor. Uno de esos domingos nos quedamos despiertos en la cama y recién a las dos de la tarde el hambre terminó por hacernos levantar. Sofía preparó algo para comer, mezcla de almuerzo y desayuno. No nos vestimos. Sentados en el sofá del comedor comimos desnudos o casi, porque Sofía llevaba puesto un par de medias de lana y algo que parecía un pantalón corto, de raso, una especie de ropa interior de mujer que nunca supe denominar. Comimos viendo una película de suspenso. Terminamos de comer y sonó el timbre. Aunque no iba a abrir, me levanté para ver quién llamaba, con la seguridad de que era Javier. Miré por la mirilla de la puerta. Era Javier. Vi su cara frente a mí; me di vuelta para hacerle una 114
seña a Sofía, una seña para que hiciera silencio, pero estaba distraída, viendo la película sentada en un extremo del sofá con las piernas entreabiertas; al darme vuelta, de nuevo frente a la mirilla vi los ojos de Javier y me di cuenta de que si me apartaba de la puerta se podía trazar una línea recta desde sus ojos al sexo de Sofía; el único obstáculo era la puerta y yo. Miré los ojos de Javier que no me veían, me di vuelta y miré la entrepierna de Sofía. Entonces la verdad se me reveló, vi, comprendí el motivo del retorno de Javier a mi vida. Venía por mi esposa, venía por el sexo de mi esposa. Él conocía lo ocurrido entre Raquel y yo. ¿Cómo no saberlo si todo el mundo en el barrio lo sabía? Cualquiera se lo podría haber dicho. Era obvio que sabía y yo no me había dado cuenta. Por eso jamás hablaba de ella; el silencio, esa deliberada omisión era una forma de nombrarla y de nombrar la causa de su objetivo. Era un aviso, una señal para que supiese, como también lo había sido llevarme al restaurante al que ambos, alternativamente, habíamos ido con Raquel. Ahora, ese restaurante nos unía a los cuatro; pero ésa —me juré— sería la única unión que yo le permitiría disfrutar. Me quedé mirándolo hasta que se fue. Volví al sofá con mi esposa. —¿Quién era? —me preguntó. —Un vago —contesté. Miré sus piernas blancas y suaves. —Sos mía, pendeja —le dije. Ella se rio. Cuando calló su risa, hicimos el amor. *
*
*
Ese mismo domingo le dije a Sofía que estaba harto de Javier y que ya no volveríamos a abrirle la puerta. —¿Pero por qué? —Porque no lo soporto. —Y yo no puedo ser su amiga. —No. No quiero que hables con él y que eso le dé motivos para seguir viniendo. 115
Sabía que imponerle mi decisión, que ella consideraba arbitraria, iba a estimular su rebeldía. No le gustó que le prohibiera hablar con Javier —porque al fin y al cabo yo no tenía derecho para hacerlo—, pero supo aceptarlo. Aunque —admito— hubiese sido más fácil para Sofía — y para mí— si le hubiese contado sobre mi relación con Raquel y de las intenciones ocultas que Javier tenía para con ella, y que eran el motivo real de su insistencia; sin embargo, preferí no decirle nada y conservar mi intimidad. Lo que sobrevino en las semanas siguientes fue una variante del infierno. Llegábamos del trabajo mirando para todos lados, con el temor de encontrarlo antes de entrar y vernos obligados a recibirlo. Apenas entrábamos a nuestra casa Sofía bajaba las persianas del comedor y yo subía las escaleras y bajaba las persianas de nuestra habitación y la de la habitación de invitados. Mantenía bajo el volumen del televisor y el del equipo de música, cuando lo prendíamos. También, tratábamos de encender la menor cantidad de luces posible. Como Javier aparecía varias veces a la semana, el sonido del timbre se reveló como un novedoso instrumento de tortura. Lo escuchaba sonar y me golpeaba un sobresalto. Javier lo tocaba una vez, esperaba y volvía a tocar; otro minuto de espera y de nuevo apretaba el timbre. Y cada llamada era un grado mayor en mi escala de nervios. Creo que sospechaba que estábamos dentro, porque antes no era tan insistente. Yo lo observaba por la mirilla o por las rendijas de las persianas. Veía su inexpresividad, su tranquila manera de esperar hasta que, por fin, cansado, se iba. Pero el cansancio no significaba resignación y una hora más tarde volvía y de nuevo nos atacaba a golpes de timbre. Un par de semanas más tarde tuve mi primera pelea con mi esposa. —¡Esto es una estupidez! —dijo una noche, cuando Javier dejó de llamar a la puerta. Ella que jamás había levantado la voz, gritaba. —Hablá en voz baja —le dije. —¡No quiero! ¡Si no lo querés ver, hablale, le decís que no venga más y listo! ¡Pero yo no quiero vivir así, presa en mi casa! 116
—Vos hacé lo que te digo. Es por un tiempo, nada más. No siguió discutiendo, se mordió los labios y lloró. Iba a abrazarla o decirle algo que la tranquilizase un poco, pero temí que me rechazara. Me dolió verla llorar por culpa de Javier, o por mi culpa, o por culpa de su mujer o de nuestras madres... El caso es que su llanto, sumado a la serenidad y el empecinamiento de Javier cada vez que llamaba a nuestra puerta, se convirtió en un motor de emociones oscuras que empezaron a gestarse dentro de mí. A los tres días de esa pelea con Sofía llegué a mi casa del trabajo y al cerrar la puerta oí la voz de Javier proveniente de la cocina. Me ganó la sorpresa y cierto grado de parálisis. Sentí una ola roja de ira que subía por mi pecho y se extendía por mi cuello, mis orejas, mi cara, mi pelo, para bajar a mis ojos y buscar su objetivo. Sofía fue el objetivo de mi ira. Crucé el comedor, me acerqué a la cocina pero no ingresé en ella; miré a Sofía, rígida y nerviosa, lo miré a él y sin saludar ni darle tiempo para que me saludara, subí las escaleras hasta mi pieza. Desde que había interpretado sus intenciones me sentía libre de la obligación de ser cortés. En mi pieza esperé unos minutos. Me saqué los zapatos y descalzo, sin hacer ruido, bajé. Me quedé escuchando cerca de la puerta. Oí la voz de Javier, pero hablaba un poco más bajo que de costumbre y no llegaba a entender sus palabras. Me acerqué un poco más. La voz de mi esposa sonaba tensa, sus respuestas eran breves. Durante una hora y media estuve agazapado, escuchando, hasta que Javier decidió irse. —Bueno me voy, dejale saludos a tu esposo de mi parte. —Bueno, chau. Se despidieron con un beso en la mejilla. —¿Por qué le abriste? —le pregunté a mi esposa cuando se quedó sola. Se sobresaltó al oírme. Ella creía que estaba acostado. —Estaba esperando en la puerta cuando llegué. Me sorprendió... ¿Por qué me dejaste sola? 117
—No le tendrías que haber abierto. Te dije que no le abrieras. Parecía abatida. Casi no respondía. —¿Qué querías que hiciera? —Que no abrieras. Comenzó a llorar, pero mi enojo era tal que no me conmovieron sus lágrimas. —No vuelvas a abrirle. Me fui a acostar. Ella no subió, se quedó durmiendo en el sofá. *
*
*
Estuvimos tres de días sin hablarnos; la mañana del cuarto la abracé mientras se arreglaba el pelo, le pedí disculpas por mi enojo y a partir de allí intentamos recuperar algo de la normalidad perdida en nuestra vida. Me pareció una buena idea invitarla al cine o a cenar apenas llegábamos a casa o bien, encontrarnos a la salida de la oficina. De ese modo evitaba someterla al estrés de vivir temerosos de una visita de Javier. Si venía, no estaríamos en casa. Nunca le dimos nuestro teléfono —no sabía que lo teníamos— ni sabía el de nuestros trabajos, aunque alguna vez lo pidió; pero nos excusamos diciendo que no nos permitían recibir llamadas. Durante más de una semana, el cine, las cenas, el teatro o el simple hecho de pasear juntos caminando de la mano y hablar de nuestras cosas, nos hizo olvidar un poco de la presencia de Javier. Sin embargo, el jueves ocurrió algo extraño que me llenó de dudas. Había quedado en encontrarme con Sofía al salir de nuestros trabajos para ir al cine. Ambos salíamos a las seis de la tarde, pero ese día, en la oficina, culminamos un proyecto antes de lo previsto y como no teníamos nada que hacer, salimos a las cinco. Se me ocurrió, entonces, caminar hasta el trabajo de Sofía, en lugar de ir en colectivo, para hacer algo de tiempo y aprovechar para mirar librerías y tiendas de ropa de hombre. Era un día de otoño y aún el sol daba un poco de calor, pese al horario. Miré algunos trajes —tenía ganas de comprarme uno nuevo— y 118
entré en una casa de ropa para probarme alguno. Estuve unos minutos hasta que me aburrí de la ropa y reanudé el camino. Pasé por un concesionario de autos y paré. Sin entrar, desde la vidriera, me quedé mirando una coupé, cuando en el reflejo del cristal, me pareció ver que Sofía y Javier entraban en un bar por la vereda de enfrente. La imagen que reflejaba el cristal no era tan nítida como para darme una certeza y no tuve tiempo de darme la vuelta para ver. Por un momento me dije que no debía cruzarme para confirmar si eran ellos; pero sabía que si no iba, esa idea me daría vueltas en la cabeza y no me dejaría en paz. Así que fui. Caminé hacia la esquina y crucé la calle. Desde la esquina de la vereda de enfrente caminé hasta donde comenzaba la fachada del bar. No pasé por delante, me asomé apenas y los vi. Eran ellos, hablaban, reían. Me molestó la risa de mi esposa. Ella también había salido más temprano. Volví a cruzar la calle y parado delante del concesionario de autos, los vigilé por medio del reflejo del cristal. Media hora más tarde salió Javier, solo. Cuando salió Sofía volví a cruzar la calle y la seguí. Caminaba rumbo a nuestro punto de encuentro. Me detuve, miré como se alejaba. Pude refrenar el impulso de alcanzarla y hacer un escándalo en la calle. A las siete me encontré con ella y abrigué la esperanza de que me contase de su encuentro con Javier. No dijo nada. Fuimos al cine. Cenamos. Hablamos poco durante la cena y el regreso. Llegamos a casa. Me desvestí y me puse un pantalón de gimnasia. Me serví un wihsky y lo tomé mientras miraba las noticias en la televisión. Mi esposa se sentó a mi lado y pasó mi brazo sobre sus hombros. Necesitaba que ella me contase y no me contaba nada. No aguanté más. —Decíme una cosa, ¿te atrae Javier? —¿Por qué me preguntás eso? —Contestame. ¿Te gusta? ¿No tendrás algo con él, no? Era muy blanca y su cara enrojeció rápido. No supe distinguir si fue por el pudor que le provocó ser descubierta o por enojo. Tal vez por
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ambas cosas. Me miró durante unos segundos hasta que se levantó y se fue a la cama. No me acosté esa noche. Me quedé frente al televisor encendido mirando sin ver. Pensando. Me pregunté por qué no me contó de su encuentro con Javier. ¿Sería posible que se estuviese enamorando de él? ¿Se habrían visto más veces sin que yo me enterase? Su silencio sobre ese encuentro me indignaba y las probables razones para ese silencio que yo imaginaba nutrían la intranquilidad que poco a poco escarbaba dentro de mí. A lo mejor temía mi enojo, me dije, intentando encontrar un motivo razonable; pero Sofía poseía carácter y no tenía miedo de mis enojos ni de nada. No se había olvidado. A ella le gustaba hablar con Javier y no era irracional pensar que estuviese empezando a sentir algo por él. ¿Por qué no? Esa idea me alteró. Tenía ganas de ir a la casa de Javier y romperle la cara. Me puse a pensar en Raquel. Así había empezado lo nuestro, sin querer, por casualidad al principio, porque nos gustaba conversar el uno con el otro; por momentos me imaginaba a mi esposa besándose con él, dejándose desnudar por sus manos cobardes, repitiendo con él todos nuestros momentos de intimidad. De haber llamado a mi puerta en ese momento, no sé lo que hubiese hecho. Llegó la mañana. Llamé a la oficina, fingí estar enfermo y dije que no iba. Planeaba seguir a Sofía y esperar a que saliera, para ver si se encontraban, pero mi cansancio era tal que preferí dormir. Dormí todo el día. A las ocho y media de la noche, Sofía volvió de trabajar. Me saludó con un beso. —¿Estás mejor que anoche? —me preguntó. El rencor no era uno de sus defectos. O a lo mejor se comportaba así para que no sospechara. De cualquier modo, la abracé, le di un beso y se dejó abrazar. Nos quedamos abrazados largos minutos en la habitación a oscuras. A las nueve sonó el timbre. Espié por la ventana. Era él.
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La miré y bastó para que entendiera que debía hacer silencio. Apagué las luces aunque las persianas estaban bajas. Pasó un minuto y volvió a tocar tres timbres seguidos. Me quedé mirándolo a través de la mirilla, vi su impaciencia, su malvada e incomprensible obstinación. Yo hubiese podido tolerar un amor entre mi esposa y Javier que hubiese nacido como el mío y el de su mujer, desde la inocencia, desde el súbito descubrimiento de una pasión que no se buscó. Pero no consentiría la premeditación de hacerme quedar como un imbécil. Tocó de vuelta, dos veces seguidas y a los diez segundos una tercera vez. Otro par de minutos. Y de nuevo el timbre, con un llamado prolongado con su dedo presionando el botón por más de un minuto seguido. Dejó de tocar a la media hora. Sin embargo, no se fue. Se quedó sentado en el cordón de la vereda, esperando. —Abrí... —me dijo Sofía. No le contesté. Una hora más tarde recomenzó la historia del timbre. Con intervalos de uno o dos minutos, durante media hora, Javier me atormentó. Creo que un vestigio del remordimiento que me asoló durante diez años me impedía salir y hablar con él, poner las cosas en claro, decirle que dejase de molestarme o lo mataba; tampoco podía hacerme a la idea de que él justificase sus actos por mis acciones del pasado. Por fin se fue. Prendí la luz y por unos minutos, Sofía y yo, nos quedamos parados en el comedor, uno frente al otro, contemplándonos. —Voy a hacer algo de comer —dije, y rompí el letargo en el que estábamos. Comimos sin hablar. Antes de acostarse me dio un beso. Yo no me acosté a dormir. Había dormido todo el día y no tenía sueño. Me quedé en el comedor, viendo la televisión, tratando de no pensar, de no pensar en Javier. *
*
*
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A las nueve de la mañana salí a comprar el diario. Disfruté la caminata hasta el kiosco, hacía tiempo que no aprovechaba una mañana de sábado. En el kiosco de diarios, conversé durante un rato con el dueño sobre el campeonato de fútbol. Llegaron más clientes y me despedí del hombre, no quería entorpecer su trabajo. Me fui a la plaza y me senté a leer en un banco. La mañana era fresca, pero el sol la hacía agradable. Leí las noticias de economía y las de información internacional. Terminé de leer y me recosté en el banco y con los ojos en el cielo me entretuve viendo las figuras que el viento componía con las nubes. A las once menos diez de la mañana, sentí un poco de frío y decidí volver. Llegaba a la esquina de mi calle cuando vi salir a Javier de mi casa. No me vio. Caminó en sentido contrario al que yo llevaba, hacia donde estaba estacionado su auto. Una vez al lado de su vehículo, sin volver su mirada atrás, subió, arrancó y se fue antes de que yo llegase a la puerta de mi casa. Entré. No había nadie en el comedor. Agarré la botella de whisky y un vaso. Fui hasta la cocina y allí tampoco estaba mi esposa. Saqué hielo de la heladera, puse dos piedras en el vaso y me serví hasta cubrir el hielo. Subí las escaleras, con el vaso en una mano y la botella en la otra. Llegué a nuestra habitación. —Recién se fue Javier —me dijo. La piel de su cara enrojeció al verme entrar. Estaba desnuda. —Lo vi salir. —Ya sé que no querés que lo atienda... pero me despertó el timbre y atendí sin pensar... quiere hablar con vos, dice que nunca te encuentra, no sabe que te pasa con él... se le está por acabar el contrato de alquiler y dice si no se puede venir a vivir con nosotros hasta que consiga algo donde alquilar. Somos sus únicos amigos. Sentí que me estaban tomando de tonto. —Una pregunta: ¿lo atendiste así? —dije, señalando su desnudez —No, me puse el salto de cama, ¿no lo ves ahí? El salto de cama estaba en el piso y para mí no era presunción de inocencia. 122
—¿Y no tuviste tiempo de vestirte mientras estuvo aquí? Comenzó a vestirse apurada. —Me voy —dijo cuando terminó de ponerse la ropa. —¿Vas a seguir la sesión en su casa? No contestó. Bajó y se fue. Me quedé tomando whisky en nuestra pieza y traté de comprender cómo era posible que existiese una osadía, una personalidad como la de Javier. Miré la cama y no pude dejar de pensar, de ver a mi esposa y a Javier besándose, no pude dejar de ver cómo lo desvestía, cómo le sacaba la camisa, cómo con manos desesperadas desabrochaba el cinturón del pantalón y con su mano buscaba su miembro fláccido para introducirlo en su boca donde cobraba rigidez, y vi su lengua recorrerlo en toda su extensión para reconducirlo otra vez al interior de la boca, vi su boca ir y venir, y vi sus ojos buscando los ojos de Javier, intentando una conexión más allá de lo físico, vi sus manos acariciando otras partes sensibles, la vi incorporarse para sacarle los zapatos, la vi besarle los pies descalzos, los vi rodar sobre mi cama, la vi a ella boca abajo, lo vi a Javier encima de ella reteniendo con una mano sus dos brazos doblados sobre la espalda en consentido sometimiento, lo vi explorar todas y cada una de sus profundidades, la vi a ella dominante encima de Javier, a Javier detrás de ella, los vi repetir los juegos que compartíamos ella y yo, los vi ejercitar los juegos que compartimos su mujer y yo, los vi recorrer posturas inauditas e inexploradas, los vi estremecerse, los oí gritar... La botella de whisky estaba vacía. Miré la hora. Eran las doce y media. Tenía tiempo. Los negocios cerraban a la una. Agarré dinero. Revisé mi billetera: aún tenía la dirección de su departamento. Perdí quince minutos revisando si la puerta estaba cerrada. Pero pude irme. Caminé hacia el centro comercial. No estaba lejos. Entré en una armería. Compré una pistola, creo que era calibre treinta y dos. Salí del centro comercial y en la calle tomé un taxi hasta su casa. Era media hora de viaje. Y aunque no recuerdo nada del trayecto, sé que el viaje me serenó.
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Al llegar al edificio donde vivía, le pagué al taxista y bajé del auto. Toqué el timbre del departamento. Su voz me contestó desde el portero eléctrico. Me abrió la puerta al oír mi nombre. Entré al ascensor. Ningún hombre está libre de ejercitar las mayores atrocidades, si recibe el estímulo adecuado. Yo había recibido el estímulo que necesitaba, pero al salir del ascensor estaba sereno, sabía que no iba a cometer ningún disparate. La puerta me esperaba abierta de par en par. Javier, serio, me llamó desde la cocina. Cerré la puerta y caminé por el pasillo hasta estar frente a él. Saqué la pistola. —Dejá de joder en mi casa. No te quiero ver más por ahí. —¡Pará hermano! —dijo. —¡Hijo de puta, venís para acostarte con mi esposa, con esa intención me buscaste! —¡No...! La pistola se disparó. No toqué el gatillo, a lo mejor lo acaricié, probablemente el gatillo era demasiado celoso. La bala le dio en el estómago. Cayó sentado contra la pared. Vi la sangre que le salía y se me llenaron de lágrimas los ojos. Javier lloraba. —No, no, no —repetía. —Viniste por mi esposa porque yo salí con Raquel, hijo de puta. Lo negó otra vez y después de unos segundos tomó conciencia de mis palabras. —Vos... anduviste con mi mujer.... —dijo, con incredulidad. Entonces vi en sus ojos el descubrimiento, vi que no sabía nada, nunca había sabido. —Qué mierda sos... — dijo. Al cabo de algunos segundos agregó, en voz baja, como si hablase para si mismo: —Jamás hubiese tenido algo con Sofía.
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Me sepultó un sentimiento de culpa sin medida por haberlo herido, por haberlo maltratado, por mi torpeza, por mi desconfianza.
La
vergüenza me impedía pedirle perdón. Fui hacia el teléfono para llamar a la policía o al médico, o a una ambulancia. El calibre de la bala era pequeño. Se salvaría. —Tranquilo que te vas a salvar. Levanté el tubo y lo miré. Tenía la vista perdida en algún punto del piso, su boca insinuaba una sonrisa resignada y sé que—erróneamente— creyó que iba a morirse a causa de esa herida. Pero de pronto algo en su semblante cambió, elevó la mirada hacia mí y pude ver lo que sus ojos veían: la destrucción que su muerte iba a causarme, mi ruina, la cárcel, mi vida desperdiciada por haber salido con su mujer; vi su regocijo inmenso por mi futura desgracia y mientras saboreaba la cercana consumación de su deseo, su sonrisa perdió la resignación y deformó la boca en una ranura desde la cual surgió una risa múltiple, ensordecedora, que parecía venir desde el punto más lejano del universo y caer, con un peso infinito, sobre mí. Colgué el teléfono. Caminé hasta ponerme a su lado. Agarré su cabeza con mis manos y volví a mirar dentro de sus ojos. Cuando terminé de mirar, le pegué un tiro en la frente.
Compostela, octubre de 2005
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ENSAYOS ARTÍCULOS
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La parábola de la palabra: “El espejo y la máscara” de El libro de arena. Jorge Luis Borges Por
LUIS QUINTANA TEJERA
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La parábola de la palabra: “El espejo y la máscara” de El libro de arena. Jorge Luis Borges
Soñé una vez que volviendo el gran Trajano de una de sus gloriosas conquistas, pasó por no sé cuál de las ciudades de Etruria, donde fue agasajado con tanta espontaneidad como magnificencia. (Rodó 31-38)1
Dr. Luis Quintana Tejera Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de México qluis11@hotmaill.com Página web: www.luisquintanatejera.com.mx Puede resultar reveladora la manera en que un texto inicia (íncipit)2 y, en el caso de Borges, este hecho es —sin duda alguna— significativo. Dice al comienzo del relato: “Librada la batalla de Clonfart, en la que fue 1 Incluimos el epígrafe de Rodó basándonos en las consideraciones siguientes: Cuando
el creador uruguayo en “La respuesta de Leuconoe” recrea un hecho histórico ficticio y reelaborado, ofrece la visión del mundo antiguo mediante la cual observamos a un emperador triunfante como es Trajano, que recibe de una joven anónima un mensaje que pone a sus pies el mundo entero; e inmediatamente pueden percibirse —así lo entendemos nosotros— las semejanzas con el Gran Rey del relato aquí analizado. Borges se vale de un hecho histórico también para derivar de él un suceso poético. Rodó explica y desarrolla un acontecimiento del pasado transformándolo en un motivo poético. En Borges, el poeta cumple con la voluntad del Gran Rey sellando con sus acciones el destino de ambos. En Rodó, Trajano descubre ese mensaje de Leuconoe en donde el espacio abierto es el mejor lugar para concretar sus acciones y ganar mayor gloria. Ambos creadores son dominadores de sus respectivos cronotopos, acordes con los planteamientos de Bajtin, quien explicaba este concepto como “La conexión esencial de relaciones temporales y espaciales asimiladas artísticamente en la literatura” (Bajtin 237-409) y los dos autores buscan hallar más allá de lo posible una explicación para el misterio de la vida; El Alto Rey hurga en lo metafísico mientras Trajano asienta en lo material que le permitirá acceder al poder que todo monarca impetuoso desea. La conclusión en ambos relatos es diferente, porque en Borges los hechos se dan en el plano de la anagnórisis que lo conduce a la fatal revelación y, en Rodó, Trajano sólo se descubre a sí mismo y a su propio valor en el contexto de lo que bien denominaríamos como una “auto anagnórisis”. 2 Dice Franca Mariani: “El íncipit de un texto narrativo puede consistir en una descripción de paisajes o de espacios cerrados, puede expresar consideraciones de carácter moral, político, consuetudinario, puede expresar características físicas o psicológicas de un personaje… Las formas son prácticamente ilimitadas.” (Mariani 8889).
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humillado el noruego, el Alto Rey habló con el poeta y le dijo: —Las proezas más claras pierden su lustre sino se las amoneda en palabras. Quiero que cantes mi victoria y mi loa” (Borges 68)3. Esta forma de empezar es in medias res4, se ofrece, en apretada síntesis, el triunfo del rey de Irlanda sobre los vikingos liderados por el rey de Leinster en la conocida batalla de Clontarf. Históricamente, con la mencionada batalla se dio fin a las Guerras Irlando-Vikingas, y al mismo tiempo, el narrador introduce el tema principal que lo hallamos en el contexto del diálogo tripartito entre el Rey y el poeta, dejando de lado la precisión de los datos históricos para involucrarse con el desarrollo poético que tan sólo llega a ser verosímil, pero no real. En este marco se desarrollarán los hechos y, Mariani comenta al respecto: “Las expectativas del lector son establecidas dentro de un código narrativo difuso, el de las sagas medievales. (Marini 93). La voz que cuenta los hechos lo hace desde una focalización cero5 de acuerdo con la tipología de Gérard Genette y, aunque su intervención
3 En las citas que siguen de este libro de Borges, sólo incluiremos entre paréntesis el
número de la página que corresponda. 4 “Locución latina que significa ‘en pleno asunto, en medio de la acción’ y se usa especialmente referida al modo de comenzar una narración” (RAE. 2005 365). Por lo tanto se entiende por in medias res aquel relato que comienza en mitad de la cuestión, esto es, cuando hay acontecimientos anteriores que ya han sucedido, pero que no se narran. 5 Creo necesario aclarar los elementos básicos que corresponden a la teoría del narrador en general y al focalizador cero en particular. Para ello cito lo siguiente: “Por eso conviene no tener en cuenta aquí sino las determinaciones puramente modales, es decir, las que atañen a lo que suele llamarse ‘el punto de vista’ o, con Jean Pouillon y Tzvetan Todorov, la ‘visión’ o el ‘aspecto’. Admitida esta reducción, el consenso se establece sin gran dificultad sobre una tipología de tres términos, el primero de los cuales corresponde a lo que la crítica anglosajona llama el relato con narrador omnisciente y Pouillon ‘visión por detrás’ y que Todorov simboliza mediante la fórmula Narrador ˃ Personaje (en que el narrador sabe más que el personaje o, dicho con mayor precisión, dice más de lo que sabe personaje alguno); en el segundo, Narrador = Personaje (el narrador no dice sino lo que sabe tal personaje): es el relato con ‘punto de vista’ según Lubbock, o con ‘campo limitado’ según Blin, la ‘visión con’, según Pouillon; en el tercero Narrador ˂ Personaje (el narrador dice menos de lo que sabe el personaje): es el relato ‘objetivo’ o ‘conductista’, que Pouillon llama ‘visión desde fuera’. Para evitar el carácter específicamente visual que tienen los términos de visión, campo y punto de vista, recogeré aquí el término un poco más abstracto de focalización, que, por lo demás, responde a la expresión de Brooks y Warren; “focus of narration”. Focalizaciones Así, pues, vamos a rebautizar el primer tipo, el que represente en general el relato clásico, relato no focalizado o de focalización cero.” (Genette 244-245).
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resulta constante, destaca de una manera particular la continua cesión de la voz narrativa a sus personajes. El Alto Rey habló con el poeta y le encomendó una misión bajo el bien entendido de que “Las proezas más claras pierden su lustre si no se las amoneda en palabras”. La metáfora6 es muy clara: los grandes logros del ser humano deben conservarse mediante la magia de la palabra. El término “amonedar” significa “reducir a moneda algún metal” (RAE 2001 139) y mediante la figura retórica aquí utilizada se representa la forma en que todo debe reducirse a palabras. El viejo “logos” griego ha de expresar —inmortalizando— las acciones humanas destacadas y gloriosas. Por eso el Alto Rey agrega: “Quiero que cantes mi victoria y mi loa. Yo seré Eneas; tú serás mi Virgilio.” (45). La expresión de la voluntad del Alto Rey obliga al poeta a llevar a cabo la misión que aquél le encomienda. Esta tarea no es tan sencilla, porque a una gran victoria corresponde de igual manera una extraordinaria poesía. Una segunda metáfora que adquiere el carácter de alusión7, intertextualiza al mundo antiguo y rescata —desde la Edad Media— las figuras emblemáticas de Eneas y Virgilio. Eneas es el guerrero triunfador por excelencia, representa a la acción y a la gloria y, Virgilio, es el poeta ilustre por antonomasia8, y será la palabra entregada al proceso de recreación poética. Virgilio existió para cantar las hazañas de Eneas y el Ollan, esto es el poeta o maestro, empezará a ser desde este instante el hombre que
Aunque todos tenemos una idea general acerca de lo que es una metáfora, conviene dejar constancia de que una metáfora “es el recurso lingüístico que consiste en utilizar las palabras con un significado distinto del que normalmente tienen; o lo que es lo mismo, designar una cosa o una realidad con palabras que no le son propias, pero con las cuales establece por medio de algunas de sus acepciones, una relación de semejanza”. (Bustos Tovar 405). 7 “En la alusión es necesario que el oyente añada algo para que el sentido se torne perfectamente comprensible. En la lectura de textos antiguos, el lector necesita, por ejemplo, considerables conocimientos de mitología para comprender bien las alusiones”. (Kayser 150). En este caso, aunque las figuras y los nombres de Eneas y Virgilio son proverbiales el lector requiere por lo menos un conocimiento superficial del contexto de la Eneida, para incorporar, por medio de la alusión, a los personajes ya citados. 8 “La sinécdoque consiste en poner el nombre apelativo por el propio, o el propio por el apelativo” En este caso Eneas en lugar del Alto Rey y Virgilio como sinónimo del Ollan. Además el término “antonomasia” “denota que a una persona o cosa le conviene el nombre apelativo con que se le designa, por ser, entre todas las de su clase, la más importante, conocida o característica”. (RAE 2001 169). 6
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cargará sobre sus hombros la gran responsabilidad que —como veremos en el devenir del relato— si fracasa será castigado y si triunfa — contradictionis sensus— será castigado también. Mediante el esquema estilístico de la elipsis9, el título del relato se halla premeditadamente abreviado; le falta un sustantivo que habría complementado a los dos que ya están; pudo haber sido: “El espejo, la máscara y la daga”, pero el valor poético prevalece mediante el recurso ya comentado. El poeta está dispuesto a cumplir con lo que su rey le pide y, por ello el tercer párrafo contiene la ponderación que el maestro hace de su arte y de la capacidad que ha ostentado hasta este momento dominando la poesía no sólo por el camino de la forma, sino también por el sendero de la intuición y el carisma poéticos: Yo soy el Ollan. Durante doce inviernos he cursado las disciplinas de la métrica. Sé de memoria las trescientos sesenta fábulas que son la base de la verdadera poesía […]. Las leyes me autorizan a prodigar las voces más arcaicas del idioma y las más complejas metáforas. Domino la escritura secreta que defiende nuestro arte del indiscreto examen del vulgo. […]. He derrotado en público certamen a mis rivales. Me he adiestrado en la sátira que causa enfermedades de la piel, incluso la lepra. Sé manejar la espada, como lo probé en tu batalla. Sólo una cosa ignoro: la de agradecer el don que me haces. (45). La descripción de su arte comienza con un verbo en presente: “Soy el Ollan”, mediante el cual revela su condición actual, involucrado plenamente con la sabiduría de su creación. Continúa con otros verbos expresados en el mismo tiempo: “sé, me autorizan, domino”, que transmiten la noción de contemporaneidad con los hechos que le ha tocado vivir y que al mismo tiempo lo proyectan como un elegido para la tarea que el dios naturaleza le ha permitido ejercer; esto último, en el
9 Supresión de un elemento sobreentendido por el contexto, mediante el cual se aporta
rapidez e intensidad al relato.
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marco de una impronta definitivamente panteísta como sucede con la poética de Borges (Cfr. Arana). Los verbos en pretérito —he derrotado, me he adiestrado, lo probé— hablan de su experiencia que lo faculta aún más para desempeñar su función actual. Pero, al concluir su discurso, hay otro enorme presente que impacta también en el orden semántico: “Ignoro”. El Ollan desconoce como agradecer el don que su Rey le otorga. Y precisamente, partiendo de este concepto de falta de conciencia plena de los hechos que está viviendo, se inscribirá todo el cuadro posterior de elaboración y reelaboración del texto poético que su señor le pide. El tiempo cíclico que seguirá, dividido en tres momentos con un intervalo de un año entre cada uno, le mostrará las duras exigencias del Alto Rey, a medida que su poesía vaya perfeccionándose cada año más y más. El esquema proporcionado por el horóburos —la serpiente que se muerde la cola— encaja perfectamente en el planteamiento artístico de Borges, el cual no deja de tener un alcance circular, en donde todo vuelve a ser —a la manera dionisiaca— expresada en un tríptico genial. El devenir de Heráclito se impone también. Al mismo tiempo que lo arcano resalta en ese recurso dantesco del número tres en donde lo cabalístico resplandece para iluminar el misterio de la poesía.10 La exhortación del mandatario hace referencia al tiempo que transcurrirá antes del primer reencuentro. El ruiseñor ya ha emigrado y con su ausencia indica el inicio del crudo invierno. Su canto se ha dejado oír en Inglaterra y “Cuando pasen las lluvias y las nieves, cuando regrese el ruiseñor de su tierra del Sur, recitarás tu loa ante la corte y ante el Colegio de Poetas.” (45). Es importante señalar la simbología del ruiseñor en el contexto de los planteamientos que el narrador presenta. “Por la belleza de su canto, que hechiza las noches de vigilia, el ruiseñor es el mago que hace olvidar los peligros del día. […] Este pájaro muestra el lazo íntimo entre el amor y la muerte”. (Chevalier 900-901). En la cita puede observarse de qué modo la ausencia de este pájaro determina una suerte 10
Jaime Alazraki en una entrevista con Borges en 1971 presenta las opiniones y reflexiones del autor sobre la cábala. (163—176).
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de suspensión del tiempo y de inseguridad ante los hechos por venir; y, su presencia es el anuncio de nuevas épocas de esperanza. A su vez, el ruiseñor se ha de transformar en letimotiv11 que preside los dos primeros largos períodos creadores; y si bien en el tercero no aparece, con ello se expresa la premonición de los hechos que llevarán al cuento a su conclusión. La anáfora12 del adverbio “cuando” alude al movimiento cronológico inevitable de la naturaleza infinita y, de esta forma, en los momentos en que todos se estén refugiando de las lluvias y de las nieves, el poeta se hallará entregado a su labor creadora; estará retraído doblemente, ya sea en el recinto de su casa como en su mundo interior. El Alto Rey lo envía a meditar y a rescatar de las sombras de ese largo invierno el verbo dignificador que hable de la batalla, del triunfo y de la imposición de las huestes de Dios sobre los enviados de las tinieblas. Al poeta le toca evaluar y cuantificar la verdadera trascendencia de los éxitos alcanzados; los vikingos han sido los eternos enemigos y ahora, que ya no están ni representan un peligro para la patria irlandesa, al Ollan le corresponde decir en vocablos estéticamente representativos lo que ha pasado. El Alto Rey sabe lo que quiere del poeta y éste conoce el modo de llevar a cabo tan sublime misión. A medida que avanza la narración los términos parabólicos de ésta cobran mayor sentido. Por “parábola” entendemos una “narración simbólica que entraña una enseñanza moral. Es una forma de alegoría y se diferencia de la fábula o del apólogo en el carácter grave de su asunto, en que trata hechos de los hombres y en que no hay personificación de animales”. (Bustos Tovar 453). En la literatura antigua, las parábolas de la Biblia en los “Evangelios” son las más representativas. Y en la literatura de comienzos del siglo XX las parábolas de José Enrique Rodó destacan por su belleza estética y su alcance moral.
11 Motivo dominante. 12 La anáfora consiste en la repetición de una o varias palabras al comienzo de diferentes
períodos sintácticos con la finalidad de consolidar la idea expresada. ( María Moliner 176).
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Por lo anterior, conceptualizamos como parábola a una forma de narración en donde un relato está inmerso en otro relato, como una diégesis central que nos permite leer entre líneas otra u otras metadiégesis. De acuerdo con estos conceptos, el Alto Rey es el símbolo de la inspiración y de la voluntad que impulsan y motivan al poeta para llevar a cabo el acto excelso de la creación. Desde el mundo interior del maestro de la palabra se oirán muchas voces que lo estimulan y que le exigen alcance la transformación de los hechos de la realidad en acontecimientos poéticos. Cual alquimia sagrada la palabra penetrará en los misterios para rescatar de allí la belleza que conllevan y mostrarla al mundo en todo su esplendor. El poeta tendrá como misión prioritaria perfeccionar este acercamiento a la belleza hasta que no exista límite alguno entre él y los valores estéticos aprehendidos. Pero —esto debe quedar bien claro— sólo el vocablo transformado por la acción divina del Ollan será capaz de convertir lo cotidiano en sublime, lo pasajero en eterno, lo fugaz en permanente. Cuando el poeta se aleja ya lleva el verso en sus entrañas, sólo le falta materializarlo en palabras. En el mismo contexto parabólico el poeta representa a tantos y tantos creadores que después de oír el mandato de su inspiración marchan serenos a cumplir con la misión que les han encomendado. Y simboliza también a tantos y tantos otros seres humanos que escuchan una voz interior exigiéndoles el cumplimiento de su tarea en este universo en el que habitan y se entregan en cuerpo y alma para tratar de llegar a ser lo que se espera de ellos. Unos construirán casas, otros moldearán conciencias, algunos conducirán ejércitos, los menos ayudarán al hermano en desgracia, los más especularán en torno a deseos y búsquedas siempre insatisfechas. Pero, por encima de todos, siempre habrá un poeta dispuesto a interpretarlos, interesado en descubrir y proyectar el lado humano de cada uno de ellos. No hay en el relato ningún espacio que recree la tarea que el poeta lleva a cabo ese año. Una sola oración indica: “Cumplido el plazo, que fue de epidemias y rebeliones, presentó el panegírico”. (45). 137
De este modo, la capacidad de síntesis del narrador nos ubica al final del largo período de trabajo creador. El mundo ha seguido con su rutina habitual —epidemias y rebeliones— y el poeta ha concluido su canto glorioso, su panegírico al Alto Rey y a sus tropas vencedoras. O, por lo menos, cree que es así cuando se presenta a declamarlo “con lenta seguridad” (45) sin mirar siquiera el manuscrito, con base en una memoria prodigiosa que le permite guiarse paso a paso por los vericuetos de su escrito glorioso. “El Rey lo iba aprobando con la cabeza. Todos imitaban sus gestos. (45). El contenido de la declamación memorística no se recoge en el cuento por obvias razones de estilo. El tiempo que en su rápido fluir se devora a sí mismo, sólo nos deja observar la opinión favorable que el rey manifiesta de manera extensa y clara. En primer lugar, reconoce que el texto elaborado por el ingenio del poeta es otra victoria. Ha sabido manejar cada vocablo en el marco de su “genuina acepción” y cada sustantivo se ha visto acompañado por el epíteto que también los primeros poetas llegaron a utilizar. Examina de este modo que el maestro Ollan ha recurrido al intertexto con éxito y por ello sostiene: “No hay en toda la loa una sola imagen que no hayan usado los clásicos” (46). El ingenio poético ha conseguido despertar el interés de toda la Corte y el rey se expresa con bellas metáforas que no son más que el reflejo de la excelsa retórica empleada por el poeta: “La guerra es el hermoso tejido de hombres y el agua de la espada es la sangre” (46). He aquí la expresión estética que define a los hombres y su imperativo de gloria; la guerra ha sido creada por los hombres y ellos representan el tejido que batalla tras batalla la ha ido gestando, mientras la espada que penetra en la carne deja que se riegue la sangre que es el agua dolorosa que ella sostiene y difunde. Agrega en seguida: “El mar tiene su dios y las nubes predicen el porvenir” (46). Las nubes se alimentan del agua marina y ese extraño Poseidón de la cita indirecta conduce el destino de los hombres desde las altas nubes que predicen acontecimientos insólitos.
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Aplaude la destreza en el manejo de “la rima, la aliteración, la asonancia, las cantidades, los artificios de la docta retórica, la sabia alteración de los metros” (46); al mejor estilo clásico todo es equilibrio y armonía en esta bella composición poética; la moderación y la sensatez en el manejo poético han conseguido la avenencia de los términos de tal modo que todo habla de realización plena con auténtico sentido de la creación. Y llega a decir el Alto Rey en expresión grandilocuente: “Si se perdiera toda la literatura de Irlanda —omen absit— podría reconstruirse sin pérdida con tu clásica oda.” (46). Posiblemente sea éste el máximo elogio, por lo menos hasta ahora, que el monarca le entrega al poeta. Recurriendo a un razonamiento lógico basado en la “reducción al absurdo”, imagina que si algún día se perdiera toda la literatura irlandesa —y deja escapar mediante la expresión latina citada un “Dios nos libre de estos presagios”— ésta se podría recuperar prácticamente sin pérdida alguna con la oda que el maestro les ha regalado. Insiste en la cábala numérica al decir que la tarea de los treinta escribas designados consistirá en copiarla doce veces para memoria de los hombres. Aquí termina la intervención laudatoria del Alto Rey y luego de un profundo silencio vuelve a hablar. Manifiesta en este momento su disconformidad, porque a pesar de los logros alcanzados todavía falta mucho más. “Todo está bien y sin embargo nada ha pasado. En los pulsos no corre más aprisa la sangre. Las manos no han buscado los arcos. Nadie ha palidecido. Nadie profirió un grito de batalla, nadie opuso el pecho a los vikingos.” (46). La primera reflexión nos enfrenta a un hecho cotidiano; cuántas veces logramos constatar en nuestras propias existencias que todo está bien, pero al mismo tiempo algo nos dice que nada ha pasado. La antítesis se resuelve por el camino de la insatisfacción que es connatural al hombre. La oda fue capaz de conmover el logos poético que cada uno de esos individuos lleva adentro; pero no alcanzó, no dio el resultado esperado; fue una experiencia teórica más que real. La anáfora de la negación “nadie” nos conduce al encuentro de seres casi indiferentes; en 139
ellos falta la acción, porque en el verbo poético también estuvo ausente. Es preciso, por lo tanto, que: “Dentro del término de un año aplaudiremos otra loa, poeta. Como signo de nuestra aprobación toma este espejo que es de plata.” (46). El Alto Rey lo invita nuevamente para que continúe en la tarea creadora perfeccionándola; lo alcanzado hasta ahora no ha sido suficiente; todos esperan mucho más. No obstante esto, el monarca le entrega un obsequio: el espejo de plata. La simbología del espejo es muy importante en este contexto y comenta al respecto María Elvira Luna lo siguiente: La concepción antigua del arte decía que éste debía ser un reflejo de la realidad, una suerte de mímesis de la naturaleza. El término “espejo”, en la tradición cultural desde los griegos, nos habla del concepto de mímesis justamente, de imitación de la realidad. El rey le obsequia al poeta un espejo de plata como recompensa a la primera oda ejecutada. El regalo corresponde perfectamente al motivo que lo causa. En el poema del Ollan hay una descripción minuciosa y prolija de la batalla. La primera oda del poeta es un fiel reflejo de la realidad que es observable a través de los sentidos, un espejo de ella (Luna Escudero 2). El poeta agradece y comprende que debe entregarse mucho más de lo hecho hasta el momento. El tiempo retoma su infatigable movimiento expresado a través de las estrellas del cielo y del mismo ruiseñor que nuevamente dejará oír su canto como lo comentábamos líneas antes. “Y el poeta retornó con su códice menos largo que el anterior”. (46). Existe una relación inversamente proporcional entre la extensión de lo escrito y su calidad; lo constatamos ahora y lo podremos corroborar en la última parte cuando el texto se reduzca a una línea apenas. Las acciones que cumple el poeta en el momento de comunicar a todos su nuevo logro son las siguientes: 1. No repitió de memoria lo escrito. 2. Lo leyó con inseguridad. 3. Omitió algunos pasajes como si no los entendiera o no los quisiera profanar. 140
4. La página era extraña. 5. No era la descripción de la batalla, era la batalla. 6. Los hechos religiosos se confundían con los mitológicos, porque en medio de ese desorden bélico se agitaban el Dios Trinitario, los númenes paganos de Irlanda y los otros, los que combatirían cientos de años después en el principio de la Edda Mayor. 7. La forma parecía dejar de lado la normatividad clásica que había estado presente en el texto anterior. Aparentemente no había coherencia sintáctica, porque un sustantivo singular podía regir un verbo plural. Las preposiciones no se reconocían como tales. La aspereza alternaba con la dulzura y las metáforas eran aparentemente arbitrarias. El propio maestro enfrentado a su texto duda; parece no ser plenamente consciente de lo que ha logrado; se mueve en las sombras de su propia incertidumbre. Normalmente decimos que el buen escritor se reconoce a través de sus creaciones, pero acá sucede a la inversa. El punto 5 señala que no se trataba de la descripción de la batalla, sino que era la batalla misma. Si deseamos hallar el alcance parabólico de la palabra es necesario que la despojemos de toda lógica, que la desnudemos de sentido y que le permitamos actuar sin regla alguna. La tradicional desconfianza de los poetas en la palabra se rinde ante un texto que parece prescindir de ella al solo efecto de comunicar lo esencial y reservar lo accesorio. Además los aconteceres metafísicos que aparecen entremezclados en medio de la batalla son una muestra de la diversidad del hombre y constituyen una atrevida irreverencia pagana que se atreve a unir al dios cristiano con los otros dioses de reconocida trayectoria idolátrica. El ser humano no elige la religión, se la imponen; él se torna únicamente en una especie de espectador que ve pasar ante sus ojos las manifestaciones más radicales del dios. Por lo que se comenta en el numeral 7, el texto logrado no responde a los cánones tradicionales, inclusive parece ser un hermético logro
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vanguardista en donde el narrador sugiere una hipálage13 —porque un sustantivo singular podía regir un verbo plural— un oxímoron14 —la aspereza alternaba con la dulzura— y cierra con la referencia a metáforas aparentemente arbitrarias; las imágenes del surrealismo pretenden violar las reglas de la sintaxis15 y Borges recupera ese acierto de la poesía francesa con tanta precisión que el adverbio “aparentemente” que utiliza, lo dice todo: un lector no comprometido percibe de estas metáforas la complicación semántica y no consigue captar la autenticidad de su poética. Todo lo anterior estaba en la nueva oda y el Rey vuelve a conmoverse intensamente; luego de hablar con los hombres de letras que lo rodeaban se dirige al poeta y le dice: Esta nueva composición poética destaca sobre todo lo anterior; ya no es un dichoso resumen de lo cantado en Irlanda, es el milagro mismo de la poesía convertida en realidad.
Curiosamente esta oda, al mismo
tiempo que descuella, también aniquila todo lo realizado hasta este momento. Embelesa y enajena, es un prodigio asombroso que simultáneamente que alucina e impresiona a los hombres los seduce también. Los ignorantes no podrán entenderla y por lo tanto no la merecerán; pero los menos, los doctos o conocedores de este precioso fenómeno lo recibirán con afecto y alegría. En un cofre de marfil se guardará para la memoria de los hombres. Y el Alto Rey se ve en la obligación de marcarle el camino al poeta diciéndole que si su pluma ha podido producir una obra tan eminente se puede esperar todavía mucho más. En el marco parabólico que constituye el referente conceptual prioritario de este ensayo, el monarca se yergue como la voluntad implacable que no deja de exigir a las flacas y pobres 13 La hipálage es el recurso consistente en aplicar a un sustantivo un término que no
concuerda gramaticalmente con él, pero sí en el sentido. (Bustos Tovar 309). 14 El oxímoron es una intensificación de la catacresis y consiste en unir dos ideas que en realidad se excluyen […] expresiones como la amarga dulzura (del amor), su dulce amargura, la muerte viva, la vida muerta, el sol sombrío. (Kayser 153). 15 En el manifiesto surrealista de 1924, André Breton presenta y explica la metáfora nueva en donde se elimina la relación lógica de los términos y se pretende alcanzar otro tipo de acercamiento con el lector. (Breton 46).
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capacidades humanas para que rindan mucho más. Y el poeta es un hombre como tantos, pero que goza del privilegio de no ser igual a muchos otros; él posee la capacidad y la honestidad para seguir entregándose a su labor creadora y entiende bien la imagen que emplea el Alto Rey: “Somos figuras de una fábula y es justo recordar que en las fábulas prima el número tres” (p. 46). Con esto lo está exhortando a ir tras el tercer momento en donde deberá alcanzar mucho más que en el segundo. En este caso le obsequia una máscara de oro con lo cual el título de esta parábola expresada a través de un cuento, toma sentido relativo puesto
que
le
falta
un
elemento
aún,
como
lo
explicábamos
anteriormente. Afirma también María Elvira Escudero que “el término máscara, alude al teatro griego, a la comedia, a la tragedia. En latín persona significa máscara. La finalidad de la máscara en el teatro griego era ocultar la propia apariencia [...] El rey le obsequia una máscara de oro al poeta por su segunda loa, la cual ya no era una descripción lineal de la batalla, sino que era de acuerdo con el Rey: “la misma batalla” (Luna Escudero 3). El elemento que prevalece es el que tiene que ver con la representación de los sucesos de un modo tan intenso que es imposible separar los acontecimientos en su cruda realidad, de los hechos que los reflejan. Poesía y acción son una misma verdad; es como si la magia de los aconteceres se volviera permanente e inmutable a través de la pluma reveladora. Por eso la máscara de oro simboliza todo lo que la poesía esconde todavía y puede llegar a darlo simplemente con un mayor esfuerzo. Al llegar al tercer momento, los recursos expresivos del narrador omnisciente son mínimos, pero son más que suficientes para expresar de un modo reticente que el tiempo ha pasado. La parquedad del discurso del narrador es un trasunto adelantado de lo que ha de acontecer. El poeta retorna, pero no traía con él un manuscrito. El monarca se impresiona al ver la transformación del Ollan, “casi era otro” (47). Sus 143
rasgos se habían transformado por la acción de algo que no era el tiempo, pero que mucho tenía que ver con él. “Los ojos parecían mirar muy lejos o haber quedado ciegos” (47). Todo es un síntoma inequívoco de que el poeta que regresa se ha visto transformado por el largo esfuerzo creador del año esencial que ha transcurrido. El Rey quiere saber si ha logrado ejecutar la oda y el poeta presintiendo el fin y con amargura dice: “Ojalá Cristo Nuestro Señor me lo hubiera prohibido” (47). Pero el libre albedrío del hombre ha ocupado un primer lugar y el poeta se vio obligado a crear lo que sería su propia destrucción. El poema constaba de una sola línea que el poeta repite en voz baja al oído del monarca. Se desencadena entonces una corriente de unión entre ambos individuos, ambos paladearon la frase “como si fuera una plegaria secreta o una blasfemia” (47); si el primer texto había sido extenso y el poeta lo había memorizado con orgullo ante los intelectuales que lo escucharon, el segundo fue dicho entre vacilaciones y dudas y el tercero no puede repetirse ante la multitud, sólo puede oírlo el Rey. Y ese texto que no está hecho de palabras, sino que es el resultado de un pensamiento abstracto que se vuelve concreto únicamente para dos hombres, está lleno de misterio y coparticipa de la extraña condición de ser “plegaria secreta” y “blasfemia” a la vez. Es la síntesis de la belleza que se ha logrado no mediante un acto de raciocinio, sino mediante la magia del creador. Grandes maravillas ha visto el rey en su recorrido por el ponto inmenso, pero ninguna se compara con este poema que parece ser el producto de una hechicería. En relación con este tema, me permito citar dos opiniones críticas opuestas; primero la de Mario Goloboff quien dice al respecto: “Creemos que a partir de allí se reelabora la antigua búsqueda: la de la reducción, el rescate, el reencuentro de una palabra mágica, de una palabra-música, de una palabra que, simultáneamente, sea fondo y forma, esa palabra total que en Undr será “maravilla”, y formará un verso de “una sola línea” en “El espejo y la máscara. (Goloboff 152). Y en segundo lugar la de Juan Arana quien al hablar de la noción de panteísmo en Borges comenta: “Tan equivocado es infravalorar la seriedad de la literatura como exagerarla, al 144
modo de aquel poema de una sola línea que hizo suicidarse a su autor y que animó a un rey tras escucharlo a trocar su puesto por el del mendigo (cf. “El espejo y la máscara)”. (Arana 173). Compartimos plenamente con el primero de los autores, no así con Arana quien —a pesar de desarrollar el tema del panteísmo de una forma excelente— en el caso mencionado, expresa un concepto del cuento que no condice con el símbolo trabajado por Borges. El poeta es un iluminado de las fuerzas celestes en donde también interactúa un poder demoníaco. Se requiere de ambos para acceder a los grandes misterios y el maestro ha recibido en un solo impulso lo necesario para crear este breve poema de la perfección, que lo ha acercado a la más pura belleza estética y le ha permitido ser uno solo con la realización de esta misma belleza. Y el Rey es un extraño cómplice en los hechos acaecidos; él se lo pidió y al ver el resultado se reconoce tan responsable como quien lo elaboró. El pecado que ambos comparten es: “El de haber conocido la Belleza, que es un don vedado a los hombres. Ahora nos toca expiarlo. Te di un espejo y una máscara de oro; he aquí el tercer regalo que será el último. Le puso en la diestra una daga.” (47). Señala la autora anteriormente mencionada: El poeta alcanza el Absoluto Estético, es un poema “revelación” que ha aprehendido la realidad tal cual, que manifiesta la verdad, lo real, en términos de
Platón: la episteme. El poeta ha logrado superar los
límites del lenguaje, trascender. El rey le regala una daga como tercer premio y el poeta sabe muy bien qué hacer con ella. El haber trasgredido los límites del lenguaje lo desautoriza para vivir entre los hombres. Ha cometido una ἁμαρτία como dirían los griegos; ha ido más allá de sus propios límites como ser humano. Ha destruido el lenguaje al trascenderlo y por lo tanto
debe destruirse también. (Luna Escudero
3). El poeta se quita la vida al salir del palacio y el Rey se transforma en un mendigo que recorre los caminos de Irlanda. La parábola se cierra de este modo diciéndonos que de la más alta condición, el rey descendió a la categoría de mendigo y que el poeta se vio obligado a suicidarse. 145
Quienes desean alcanzar la perfección sólo reservada a las fuerzas superiores tendrán que pagar por su pecado. El Rey buscó a través del poeta, fue el acicate que lo motivó para que en su desenvolvimiento creador descubriera el inmenso tesoro de la belleza y juntos vivieron el castigo por la ὕβρις o exceso cometido. A la luz de la filosofía platónica, observamos a la muerte y al destierro como dos castigos trascendentes. El destierro del Gran Rey recuerda a la cicuta de Sócrates (Platón 11- 82) y al suicidio no voluntario de Gorgias (Platón 143- 243), puesto que ambos filósofos eligen la muerte en lugar del ostracismo como se les había dado a escoger y, la imagen de Edipo Rey (Sófocles 309-342), revela igual condición, aunque resulta expresada de modo contrario, porque él sí parte al exilio. El ostracismo griego es símbolo de vergüenza, desamparo y oprobio; el rey del cuento se siente aún más culpable que el propio poeta y, por ello, se autoimpone el destierro. Morir es una forma de olvidar, y alejarse avergonzado, es una manera de recordar día con día la magnitud del pecado cometido; es un modo de repetir angustiosamente —cual condenado del Infierno dantesco— el deplorable pasado en donde nos tocó estar. Se cumple en el Gran Rey y en el poeta también un duro proceso catártico que nos lleva a concluir que sólo dominando a la materia y sometiendo al cuerpo el hombre podrá ponerse al mismo nivel del prodigio alcanzado. Conclusiones Hemos recorrido críticamente un cuento que adopta la forma de parábola, para expresar lo más relevante de su contenido. Explicamos diferentes nociones teóricas que dieron sustento al análisis textual que se llevó a cabo; a saber, el narrador, focalización, algunas figuras retóricas etc. Por otro lado, el cuento se desarrolla en tres tiempos y en dos espacios. Los tiempos están dados por los años transcurridos, por los resultados alcanzados por el poeta, por los obsequios que recibe a cambio; los espacios se centralizan en el palacio del Rey y en el lugar en donde habitó el poeta mientras llevaba a cabo su labor recreadora. 146
El gran tema es la búsqueda de la belleza, pero simultáneamente esa búsqueda trae como consecuencia el castigo para quien se atreve a violar las fronteras de aquello que está oculto al hombre normal. Bibliografía .
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“Conversación
con
Borges
sobre
la
cábala”.
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148
Representaciones humanas y sociales en algunos cuentos de Machado De Assis Por
BÁRBARA GONZÁLEZ Resumen El presente trabajo toma en consideración algunos cuentos de Machado de Assis pertenecientes a las recopilaciones Papéis avulsos (1882) y Histórias sem data (1884). A través de ellos se busca mostrar la singular visión que tiene el autor con respecto al ser humano y la sociedad, especialmente en relación con las apariencias y contradicciones, junto con los mecanismos que utiliza el autor para plasmar su mirada. Palabras claves: Machado de Assis, cuentos, representaciones humanas y sociales Abstract The following paper considers some Machado de Assis´ stories belonging to Papéis avulsos (1882) and Histórias sem data (1884). Through them is intended to show the unique vision of the human being and society, especially related to appearances and contradictions, also which were the mechanisms used by the author to show its. Keys words: Machado representations
de
Assis,
stories,
human
and
social
149
El Brasil de Machado de Assis A causa de la invasión de napoleónica a Portugal en 1808, el rey Juan VI, huyendo del ejército del francés, se traslada a Brasil, junto con varios integrantes de la corte. Debido a esta situación, la región deja el estatus de colonia para convertirse en el Reino de Brasil, principal constituyente
del
Reino
Unido
de
Portugal,
Brasil
y
Algarve,
transformándose Río de Janeiro en la capital del mismo. Después de que la familia real regresa a Portugal en 1821, el gobierno, con un bajo porcentaje de brasileños, vota por abolir el Reino de Brasil para hacer, así, que las provincias de la región se subordinaran nuevamente a Lisboa. Sin embargo, esto trajo un creciente deseo de independencia entre los habitantes de la región. Es así como en 1822, Pedro, el príncipe regente, le otorga la independencia al país, declarándose como su primer emperador. Sin embargo, Pedro I abdicó en 1831 a raíz de conflictos bélicos que lo desprestigiaron y el inicio de movimientos republicanos. Fue su hijo, Pedro II, quien tomó el poder a los 14 años. A pesar de haber heredado un reino en proceso de desintegración, Pedro II llevó estabilidad política y económica a la región gracias a su forma de gobierno: la monarquía parlamentaria constitucional. Se caracterizó por promover el arte, la cultura y la abolición de la esclavitud, lo que finalmente consiguió en 1888. Sin embargo, esta medida originó que las clases acomodadas comenzaran a apoyar las ideas republicanas que circulaban en la región. Debido a esto, en 1889 se produce el golpe de estado que depone al rey e instaura el período conocido como República Vieja (1889 – 1930). Deodoro da Fonseca, quien lideró el movimiento golpista, se convirtió en el primer presidente. En esta época el
gobierno
se
instaura
como
una
democracia
constitucional,
alternándose el poder entre los estados dominantes de São Paulo y Minas Gerais. Según lo relatado, la época en que vivió Machado se caracterizó por la bonanza económica y una clase alta dominante que buscaba por todos 150
los medios la posibilidad de mantener sus privilegios. De allí que muchos que los personajes caracterizados en sus cuentos pertenezcan a esta casta. Por otra parte, el autor también fue testigo de los grandes cambios sociales que se estaban produciendo hacia el fin de la monarquía y las luchas de poderes en las que se enfrascaban los políticos, otro tipo social muy plasmado en sus escritos. Por últimos, fue testigo de los inicios de la República, con una clase dominante que, desconociendo al pueblo, se alza con el poder para fines propios. Este es el panorama social que Machado de Assis vive e intenta, bajo distintos recursos, plasmar en sus escritos.
Machado de Assis y la literatura En cuanto al ambiente literario es posible decir que, en un país joven, recién independizado, la intención de crear una literatura propia era lo que movía a los primeros artistas,
“basta decir que con la
Independencia se desarrolló cada vez más la conciencia de que la literatura brasileña era o debía ser diferente de la portuguesa, pues el criterio de la nacionalidad ganó en el mundo contemporáneo una importancia que superó todas las consideraciones estéticas” (Cándido, 2005: 41) Estas consideraciones coinciden con la época de desarrollo del Romanticismo, el cual, en este nuevo país, apareció como una liberación de los patrones clásicos de la época colonial. “En el romanticismo predomina la visión más localista, con el esfuerzo de ser diferente, afirmar la peculiaridad, crear una expresión nueva y, de ser posible, única, para manifestar la singularidad del país y del Yo” (ibíd. 42). Sin embargo, esto se siguió realizando desde la perspectiva europea. “La independencia literaria fue en parte una sustitución de influencias, ocupando Francia el lugar de la metrópoli portuguesa” (ibíd.) De esta época son las primeras creaciones de Machado de Assis. Es la llamada primera fase de su carrera, en la que destacan novelas 151
como Ressurreição (1872)
y
Helena (1876),
las
recopilaciones
de
cuentos Contos Fluminenses (1870) e Histórias da Meia Noite (1873), las colecciones
de
poemas Crisálidas (1864), Falenas (1870),
Americanas (1875), y las obras teatrales Os Deuses de Casaca (1866), O Protocolo (1863), Queda que as Mulheres têm para os Tolos (1861) y
Quase Ministro (1864). Con respecto a la novela Helena
y su
producción romántica, el autor se referirá posteriormente de la siguiente manera: “No me culpéis por lo que le veáis de novelesca. De las que hice entonces ésta me fue particularmente apreciada. Ahora mismo, que hace tanto que me fui para otras y diferentes páginas, oigo un eco remoto al releer éstas, eco de mocedad y de fe ingenua” (Machado de Assis, 1978: 312-313). En cuanto a los cuentos de esta época, estos mostrarán angustia en los personajes, la cual estará determinada por el estatus social. “La condición fundamental se llama carencia. Es necesario, es imperioso, suprimirla, ya sea mediante la obtención de un patrimonio, fuente de los bienes materiales por excelencia, ya por la consecución de un matrimonio con un socio más acaudalado. (…) Objetivamente, la situación matriz es siempre el desequilibrio social, la desigualdad de clases de estratos, que solamente el patrimonio y el matrimonio podrán compensar.” (Bosi, 1978: ix – x) Así, los primeros cuentos de Machado de Assis están escritos con una intención moralizadora, donde, finalmente existe una lección por extraer. Así se puede observar en el cuento “El secreto de Augusta”, donde el joven Gomes finge amor por Adelaida, la hija de los Vasconcelos. El padre de esta ve el enlace con muy buenos ojos, a pesar de que su hija tiene solo 15 años y no desea casarse, puesto que las deudas causadas por la vida disipada que han llevado lo están cercando. “Gomes es rico”, pensó Vasconcelos; la forma de evitar disgustos mayores es ésta; Gomes se casa con Adelaida, y como es mi amigo no me negará nada de lo que yo necesite. Por mi parte, trataré de recuperar lo perdido… ¡Qué oportuno fue acordarme del casamiento!” (Machado de Assis, 1978: 34) Sin embargo, la intención de Gomes era la misma. Siendo amigo de Vasconcelos, buscaba la fortuna que éste se suponía que tenía a través del casamiento con Adelaida, al enterarse que la familia no tiene dinero, 152
promete volver cuando haya restablecido su fortuna; sin embargo, la realidad es otra: “Lo que me parece notable es que estando en la ruina me lo haya dicho así, justamente cuando mi propia fortuna está perdida. Me esperarás inútilmente: dos mitades de caballo no forman un caballo” (ibíd. 45). Finalmente, Vasconcelos envía una carta a Gomes comunicándole que su hija no desea casarse. A lo que éste se pregunta dónde encontrará una heredera que lo quiera como marido. Al final del texto el autor señala que: “Después de lo que acabamos de contar, Vasconcelos y Gomes se encuentran a veces en la calle o en el Alcázar; Charlan, fuman, caminan tomados del brazo, exactamente como dos amigos, cosa que nunca fueron, o como dos bellacos, cosa que sí son” (ibíd. 46) Como es posible apreciar uno de los temas fundamentales en este relato es la mentira. Por una parte, Vasconcelos le miente a su “amigo” para sacar provecho y, viceversa. Además, existe gran importancia por el bienestar económico y la conservación de la posición social con el fin de mantener una imagen social. Como se mencionó anteriormente, una de las formas de conseguir esta estabilidad es a través del matrimonio. Por otra parte, se puede comenzar a notar un desarrollo el desarrollo en los personajes. Éstos comienzan a manifestarse más complejos y comienza a aparecer una cierta ambigüedad moral, en este caso representada en Gomes y Vasconcellos, la cual se ve ratificada al final del relato. En 1880 Machado de Assis comienza a publicar en folletín Memorias póstumas de Brás Cubas, libro que aparece en 1881. A partir de este momento, el autor cambia el camino de su narrativa, dejando atrás el Romanticismo y dando paso a una forma propia, influenciada por el Realismo. A partir de este momento, la intención del autor es “acuñar la formula que capte la contradicción entre parecer y ser, entre la máscara y el deseo, entre el rito, claro y público, y la corriente oculta de la vida psicológica; le interesa sondear, no el romántico desespero de la diferencia, sino la gris conformidad, la fatal adecuación, la melancólica entrega del sujeto a la apariencia dominante” (Bosi, 1978: xv) 153
En este segundo período, Machado de Assis busca señalar que no existe autonomía en el sujeto, pues no hay otro modo de sobrevivir que ser fiel a las apariencias. “Machado acaba consumiendo la substancia del “yo” y del “hecho moral” considerados en sí mismos; pero deja viva y en pie, como verdad básica, la relación de dependencia del “mundo interior” frente a la apariencia dominante” (ibíd.). De este período son las novelas Memorias póstumas de Blas Cubas (1881), Quincas Borba (1892), Don Casmurro (1900), Esaú e Jacó (1904) y Memorial de Aires (1908), las recopilaciones de cuentos Papéis Avulsos (1882), Histórias sim data (1884), Várias Histórias (1896), Páginas Recolhidas (1906) y Relíquias da Casa Velha (1906) y el libro de poemas Ocidentais (1901) No se puede negar, debido a las características mencionadas que Machado de Assis es uno de los más grandes escritores de la literatura brasileña. A pesar de que en primera instancia su fama no trascendió al resto de la región, con el tiempo se ha ido re-descubriendo su importancia y trascendencia como precursor de una nueva forma de ver la literatura y al hombre. Las representaciones en Machado de Assis A través de lo señalado en las páginas anteriores, el presente trabajo busca mostrar que los cuentos de Machado de Assis plasman características
humanas
que,
hasta
entonces,
no
habían
sido
consideradas en la literatura, como son las contradicciones y las máscaras, considerándolas antecedentes de formas literarias posteriores. Para ello se analizarán algunos de los cuentos presentes en las recopilaciones Papéis Avulsos (1882) e Histórias sim data (1884). En primera instancia se encuentra “El Alienista” que presenta la historia del doctor Simón Bacamarte, quien llega a asentarse en Villa de Itaguaí con su esposa Evarista, para dedicarse al exclusivo estudio de las patologías cerebrales. Luego de instaurar la Casa Verde como el lugar al que irían aquellos con problemas mentales, el doctor se encargó de encerrar a todos aquellos que, según su juicio, y por diferentes razones, 154
padecieran de locura. Sin embargo, luego de un análisis impulsado por la rebelión del pueblo, se da cuenta que su aproximación anterior está errada, por lo tanto, todos aquellos que encerró en primera instancia fueron liberados. A raíz de los últimos acontecimientos, el doctor considera que ciertos atisbos de locura debían constituir un comportamiento normal. Por lo tanto, los pacientes anteriores fueron liberados y se recluyó a aquellos que presentaban comportamientos perfectamente equilibrados. Sin embargo, con el tiempo, el doctor se encuentra angustiado por no tener
resultados
concluyentes
en
su
investigación.
Finalmente,
considerándose un ejemplo perfecto de locura según sus parámetros, el doctor se interna en la Casa Verde, lugar donde se dice que, dedicado a sus investigaciones, muere un tiempo después. Lo primero que destaca en este texto, y que se repetirá en varios de los analizados es la función del narrador dentro de la historia. A diferencia de otro tipo de textos, donde es posible encontrar un narrador definido, protagonista u omnisciente, en los relatos de Machado de Assis no ocurre de esta manera. Si bien se está en presencia de un narrador omnisciente, este no actúa como ente aislado de la trama, sino como una voz que se introduce en relato y se transforma en cómplice del lector, dialogando con él y explicándole los acontecimientos de la narración desde la parodia o la ironía. Un ejemplo de lo señalado está en el siguiente fragmento: “La angustia del egregio Simón Becamarte es definida por los cronistas itaguayenses como una de las más tremendas tempestades morales que se hayan abatido sobre hombre alguno. Pero las tempestades solo aterrorizan a los débiles; los fuertes saben hacerles frente y mirar cara a cara al trueno” (Machado de Assis, 1978: 87) Aquí es posible observa de qué manera el narrador interviene para explicarle al lector lo que pasa en la cabeza del protagonista, esto sin abandonar el tono satírico de la obra al referirse a los cronistas itaguayenses y al realizar la comparación con las tempestades y el trueno, criticando la grandilocuencia.
155
También es importante destacar la crítica que se realiza al cientificismo, puesto que el doctor, conducido simplemente por sus elucubraciones y sin evidencias reales es capaz de determinar si un individuo está enfermo o no. Desde esta perspectiva, se echa por tierra la idea de que el científico solo se debe a la ciencia, por lo que no necesita implicarse en el fenómeno. Cabe señalar también cómo la supuesta objetividad de la ciencia la elevará a la categoría de creencia, al punto de imponerse por sobre todo lo demás: “(…) Conjeturas, inventos, suspicacias, todo cayó por tierra desde que él no dudó en internar en la casa verde a su propia mujer, a quien amaba con todas las fuerzas de su alma. Nadie más tenía el derecho a oponérsele, menos aún el de atribuirle intenciones ajenas a la ciencia. ” (ibíd. 79) Así, Simón Becamarte se convierte en el ser perfecto, su propio objeto de estudio. Y la razón es presentada como la única realidad plena, donde todo lo que lo rodea sería una mera proyección defectuosa de sí mismo. De esta manera, Machado de Assis busca demostrar que la razón “era apenas razón subjetiva, estrategia del intelecto para presenrar como razonable aquello que era nada más conveniente a los intereses del sujeto, del propio sector social, a la autoconservación”. (López, 2008: 48). La crítica del autor está orientada a que el raciocinio no sea un proceso individual y, por lo tanto, egoísta, sino dialógico y comunitario. Por otra parte, uno de toma los elementos más importantes de esta obra está en cómo presentan las contradicciones generadas a partir de los conceptos de locura y sanidad. Desde la perspectiva señalada en el texto, éstos elementos sería, por una parte, demostraciones de las contradicciones que operan en el ser humano, puesto que todos pueden ser locos o cuerdos, dependiendo del cristal con el que se los mire y, por otra parte, representan las máscaras que se les otorgan a los individuos por parte de la autoridad y las instituciones, en este caso representada por el doctor Bacamarte, “hijo de la nobleza de la tierra y el más grande de los médicos del Brasil, de Portugal y de las Españas” (ibíd. 47), y que además había trabajado en la Universidad de Coimbra para el rey.
156
Junto con esto, el médico representa el espíritu positivista de la época, el cual posee características represoras y despóticas, otorgadas a través de la ciencia y la racionalidad. Es él quien tiene el poder de decidir quién está loco y quién no, siendo la Casa Verde el bastión de su misión, puesto que “era una institución pública, y la ciencia no podía ser enmendada por votaciones administrativas, menos aún por protestas callejeras” (ibíd. 66). El eje del texto es, entonces, la arbitrariedad del poder y cómo las clases subalternas son sometidas a través del poder de la ciencia y del estatus: “En eso estaban las cosas cuando entró a la villa una fuerza comandada por el Virrey, y restableció el orden. El alienista exigió, de inmediato que le entregaran al barbero Porfirio, así como a unos cincuenta y tantos individuos, a quienes declaró mentecatos; y no solo le entregaron a todos los que solicitó, sino que además prometieron poner a su disposición diecinueve secuaces más del barbero, que convalecían de las heridas recibidas en la primera rebelión. Este punto en el desarrollo de la crisis en Itaguaí marca también el grado máximo de influencia alcanzado por Simón Bacamarte. Todo cuanto quiso, le fue facilitado; y una de las más vivas pruebas del poder del ilustre médico la encontramos en la prontitud con que los concejales, restituidos a sus funciones, consintieron en que Sebastián Freitas también fuese recluido en el hospicio” (ibíd. 7677) Otro texto interesante para este análisis es “Teoría del Figurón”, donde observamos un diálogo entre padre e hijo, donde éste último le explica al joven, que ya ha alcanzado la mayoría de edad, la mejor manera de desenvolverse en la sociedad. En este texto, lo primero que resalta es su estructura, el diálogo. Desde esta perspectiva, se puede hacer un paralelo con los diálogos socráticos y su función educativa. En este texto, la función del padre es adoctrinar a su hijo en el arte de ser figurón, es decir, llegar al completo vacío interior. Así, a través de la conversación le va indicando la forma de llegar a su meta. Lo más importante es que el candidato, según su padre, ya posee “la perfecta inopia mental, que exige el buen desarrollo de este noble oficio. No me refiero tanto a la fidelidad con que repites en una reunión las opiniones oídas en la esquina, y viceversa, porque ese 157
hecho, aún cuando atestigüe cierta carencia de ideas, bien puede pasar de una mera traición de memoria. No; me refiero al gesto correcto y perfilado con que estilas ofrendar francamente tus simpatías o antipatías acerca del corte de un chaleco, las dimensiones de un sombrero, el crujir o el suave deslizar de las botas nuevas. He ahí un síntoma elocuente, he ahí una esperanza. (Machado de Assis, 1978: 90-91) Así, la concepción de figurón implica la elaboración de una máscara, necesaria para vivir en sociedad. De acuerdo a la cita anterior, es posible señalar que algunas de las características que tendrá esta máscara serán la ausencia de ideas propias y la banalidad. El peligro para los jóvenes estaría en demostrar algún indicio de espíritu personal o de ideas propias. Esto haría descubrir la individualidad detrás de la apariencia, puesto que “el vulgo, cuyo olfato es extremadamente delicado, distingue al figurón cabal de aquel que no lo es” (ibíd. 91) Nuevamente en este texto se presenta una contradicción dada por lo individual y lo colectivo, donde lo más importante será lo segundo. El figurón será aquel personaje que se deje llevar por las masas y reproduzca el modelo establecido, a diferencia de aquellos individuos que tienen ideas autónomas y distintas a los demás. Estos serán mirados con recelo por la sociedad y finalmente, alejados de ella. Desde esta perspectiva, lo que se necesita es recurrir a un régimen debilitante de las ideas, el cual comprende “leer compendios de retórica, oír ciertos discursos, etcétera. El tresillo, el dominó y el whist son remedios aprobados. El whist tiene incluso la rara ventaja de habitual al silencio, que es la forma extrema de la circunspección. (…) Si te recomiendo excepcionalmente el billar es porque las estadísticas más escrupulosas muestran que las tres cuartas partes de los frecuentadores del taco comparten en todo los mismos pareceres. El paseo por las calles, especialmente por aquellas que estimulan la distracción e inducen a detenerse de tramo en tramo, es utilísimo, siempre y cuando no las recorras solo, porque la soledad es fábrica de ideas, y el espíritu abandonado a sí mismo, aún en medio de la multitud, puede sentirse proclive a semejante actividad” (ibíd. 91) De lo anterior se puede desprender que es necesario evitar la soledad y aquellas actividades que estimulen el pensamiento individual. Junto con esto, queda claro que la diferenciación individual es una 158
característica innata al ser humano y, por lo tanto, es necesario un realizar trabajo dedicado y constante para su supresión. El vocabulario es otro punto de importancia. Éste ha de ser simple, tibio y apocado; sin adornos estilísticos ni formas astutas. Solo se permitirán estos cuando hagan referencia a frases hechas, locuciones convencionales y fórmulas consagradas. Por lo tanto, el figurón tiene ser un individuo de lenguaje llano, que no llame la atención de sus interlocutores, ni los haga pensar. Estos elementos son una franca crítica al tipo humano que se está desarrollando en la sociedad. La representación de los políticos también está presente en este texto, puesto que, según el padre, ninguna actividad escapa al oficio de figurón. “Todo el secreto está en no infringir las reglas y obligaciones capitales. Puedes pertenecer a cualquier partido, liberal o conservador, republicano o ultramontano, con el único requisito de que no atribuyas ningún contenido especial a estos vocablos, y les reconozcas únicamente la utilidad del Scibboleth bíblico” (ibíd. 94) Al llegar al Parlamento es necesario ocupar tribuna, puesto que es una manera “convocar la atención pública. En cuanto al contenido del discurso, puedes elegir: o los negocios menudos o la metafísica política; opta, sin embargo, por la metafísica (…): es más fácil y atractiva” (ibíd. 95) De esta manera, la visión de político que se muestra en este texto es del individuo que busca llamar la atención de la audiencia, pero que en realidad no está diciendo nada nuevo. Un demagogo, el cual se valdrá de la propaganda para conseguir sus fines y así mantener el poder. Un punto importante también es el del humor y la ironía. El figurón no debe carecer de un carácter placentero, se puede jugar y reír de vez en cuando, puesto que “figurón no significa melancólico. Un ser grave puede tener sus momentos de expansión alegre” (ibíd. 95), solo que no debe recurrir a la ironía, “ese rictus hacia el costado de la boca, lleno de misterios, inventado por algún griego de la decadencia, contraído por Luciano, transmitido a Swift y Voltaire, mueca propia de los escépticos y descarada. No, más vale recurrir a la burla, a nuestra buena burla amiga, regordeta, franca, sin rebujos ni velos, que se mete en la cara 159
de los otros, estalla como una palmada, hace saltar la sangre en las venas y reventar de risa los tiradores” (ibíd.) Desde esta perspectiva, la ironía se aprecia como una estrategia relacionada con el pensamiento crítico, de allí su relación con Swift y Voltaire, mientras que la burla se presenta como una forma simple y vulgar de dar a conocer el pensamiento que, además, estará en relación con el de los demás. Así, en este texto es posible apreciar cómo el autor refleja a la sociedad de su época y a los individuos que la componen. La mayoría de ellos serán seres pusilánimes, carentes de pensamientos críticos y continuadores de un modelo establecido, en el cual se funda el poder. Por otra parte, todos aquellos que no cumplan de manera natural con estos preceptos, deberán utilizar la máscara del figurón para, de esta manera, sobrevivir dentro de orden social. “Es difícil, demanda tiempo, mucho tiempo, insume años, paciencia, trabajo [sin embargo] ¡felices de quienes logran entrar en la tierra prometida! A aquellos que allí no llegan, los devora la oscuridad” (ibíd. 94) En “La Serenísima República” ocurre una situación similar, pues se narra el nacimiento de la institución política. Este relato, enmarcado en la conferencia del canónigo Vargas, estudioso y seguidor de Darwin, se explica el descubrimiento de una especie de arañas que hablan. El canónigo, una vez que aprende su lenguaje, comienza a enseñarles las artes de gobernar, lo cual deriva en variados intentos y ensayos infructuosos, hasta el final del relato, donde queda patente la intención crítica del autor hacia las instituciones. En primera instancia es importante destacar la estructura del relato, el cual se configura como una conferencia. Considerando que el texto trata sobre un descubrimiento científico, esta sería la forma más propicia de darlo a conocer. Nuevamente es posible observar la crítica hacia el pensamiento científico puesto que esta “conferencia” trata sobre hechos ficticios, irracionales, los cuales, al ser tratados con lenguaje y forma científica, llevarían al receptor a no cuestionar su veracidad y validez. 160
Por otra parte, el recurso estilístico utilizado por el autor en el relato es interesante. A modo de las fábulas clásicas, Machado de Assis se vale de animales para realizar una alegoría del orden social de la época, lo cual le sirve para realizar una representación y un desenmascaramiento de la realidad circundante. Hay que considerar que en la narración la araña es descrita como un ser inferior, sin embargo, es rescatada como aquella que “no nos aflige, ni nos defrauda; se apodera de las moscas, nuestras enemigas, hila, teje, trabaja y muere ¿Qué mejor ejemplo de paciencia, de orden, de previsión, de respeto y de humanidad?” (ibíd. 139). He allí la cuestión, no hay mejor ejemplo de la sociedad de la época. Junto con esto, la figura del canónigo también es interesante, puesto que representa la opresión desde distintas perspectivas. En primera instancia, desde el punto de vista científico, puesto que la ciencia ya no se contenta con la observación lejana, sino que se siente con el poder de intervenir y manipular los objetos de estudio. En segundo lugar, como la institucionalidad, externa, que impone el terror y, en tercer lugar, desde el punto de vista religioso, puesto que en su calidad de canónigo se siente con el deber moral de adoctrinar a las masas. “En un mes contaba con veinte arañas; el mes siguiente tenía a mi alrededor cincuenta y cinco; en marzo de 1877 sumaban cuatrocientas noventa. Fueron dos, especialmente, las fuerzas que sirvieron para congregarlas: el empleo de su idioma, desde que pude discernirlo un poco, y el sentimiento de terror que les infundí. Mi estatura, mis largas vestiduras, el uso del mismo idioma les hicieron creer que yo era el dios de las arañas, y desde entonces me adoran. Y ved el beneficio de esta ilusión. Como las había acompañado con mucha atención y delicadeza, anotando en un libro las observaciones que hacía, presumieron que el libro era el registro de sus pecados, se fortalecieron aún más en la práctica de las virtudes.” (ibíd. 140) Desde esta perspectiva, se instaura la moral del terror en la sociedad arácnida, la cual deriva en la aceptación del modelo organizacional que impone el canónigo. Así, el orden social implantado en la comunidad de las arañas no obedece a una necesidad intrínseca, sino a un imperativo externo, avalado a través del miedo. Existe una contraposición entre la naturaleza interna y externa de los individuos, 161
donde no existe un punto de encuentro. La única forma de solucionar esta disyuntiva es obedeciendo a las fuerza externas y jugar el papel que la sociedad designe. Es importante destacar que uno de los métodos de sometimiento que utiliza el canónigo es el lenguaje. Desde esta perspectiva, una vez que él aprendió la lengua de las arañas fue capaz de dominarlas y ejercer poder sobre ellas. Así el lenguaje se manifiesta como un elemento de sometimiento social, donde toda instancia de poder se manifiesta a través de la palabra. Así, nada le pareció más idóneo al canónigo que instaurar una República, al estilo de Venecia, en la sociedad de las arañas, ya que este proceso podría a prueba las facultades de la naciente sociedad. “En efecto, desde que comprendieron que en el acto electoral estaba la base de la vida pública, trataron de ejercerlo con la mayor atención.” (ibíd. 141). De esta manera, se pone en marcha en sistema con la bolsa y las bolas, donde los elegidos podrían ocupar los cargos de poder. Sin embargo, en el desarrollo de este proceso se reflejan la corrupción y vicios de la sociedad. “La elección se efectuó al principio con mucha regularidad; pero, poco después, uno de los legisladores declaró que ella había estado viciada, por haber sido incluidas en la bolsa dos bolas con el nombre del mismo candidato” (ibíd.). Luego se solucionar este inconveniente y declararlo un error, se realizan nuevas elecciones, sin embargo “Ni Hazeroth ni Magog fueron elegidos. Sus bolas fueron extraídas de la bolsa, es cierto, pero fueron descalificadas, la del primero por faltarle la primera letra del nombre, la del segundo por faltarle la última. El nombre restante y triunfante era el de un argentario ambicioso, político oscuro, que se encaramó enseguida en el sillón ducal, para asombro general de la república. Pero los vencidos no se durmieron en los laureles del vencedor; exigieron una requisa. La requisa mostró que el oficial de las inspecciones había viciado intencionalmente la ortografía de sus nombres” (ibíd. 142) Sin embargo, el canónigo cree en la evolución política de las arañas, quienes después de pasar por fases de acomodo y corrupción podrán aspirar a la real sabiduría. En paralelo, lo mismo ocurría con los hombres. Aquí, Machado de Assis propone que la única forma de llegar a 162
la real sabiduría es cuando los hombres dejen las máscaras y puedan mostrarse de manera autónoma. “Muchos abusos, descuidos y lagunas tienden a desaparecer, y el resto tendrá igual destino, no completamente, es cierto, pues la perfección no es de este mundo, pero en la medida y en los términos del consejo de uno de los más circunspectos ciudadanos de mi república, Erasmus (…). Encargado de notificar la última resolución legislativa a las diez damas, incumbidas de tejer la bolsa electoral, Erasmus les contó la fábula de Penélope, que hacía y deshacía la famosa tela, a la espera del esposo Ulises. - Vosotras sois la Penélope de nuestra república, - dijo él al terminar -; tenéis la misma castidad, paciencia y talentos. Rehaced la bolsa, amigas mías, hasta que Ulises, cansado de vagar, venga a ocupar entre nosotros el lugar que le cabe. Ulises es la Sapiencia.” (ibíd. 144) En el fragmento anterior nuevamente es posible observar las contradicciones humanas. Por una parte existe un sistema de gobierno, impuesto, viciado y corrompido que demuestra no funcionar, pero por otra parte los ciudadanos aceptan esta realidad con resignación, esperando por un futuro mejor, pero sin tomar acciones para producir cambios. Esto también refleja un cierto pesimismo frente a las circunstancias y sus posibilidades de modificación. En “El Secreto del Bonzo”, se presenta la narración como capítulo inédito de Hernán Mendes Pinto, cronista portugués que realizó viajes a China en la época de los descubrimientos y sobre los cuales escribió las Peregrinaciones. La forma narrativa está dada por la crónica y presenta el punto de vista de un observador curioso, que se sorprende con la realidad que lo rodea, sobre todo con los discursos de los bonzos y la manera en que son recibidos por los habitantes de la ciudad. La historia comienza cuando en la esquina de una calle, Patimau, un bonzo, aseguraba que los grillos “procedían del aire y de las hojas de coquero, en la conjunción de la luna nueva, que este descubrimiento, imposible a quien no fuese, como él, matemático, físico y filósofo, era fruto de dilatados años de aplicación, experiencia y estudio, trabajo y hasta peligros de vida; pero en fin, estaba hecho el hallazgo, y todo redundaba en gloria del reino de Bungo, y especialmente de la ciudad de Fuchéu, cuyo hijo era; y si por haber formulado tan sublime verdad, fuese necesario
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aceptar la muerte, él la aceptaría allí mismo, tan cierto era que la ciencia valía más que la vida y sus deleites” (ibíd. 124) Luego de estas palabras, la multitud se alzó en un tumulto de aclamaciones. Posteriormente, los caminantes, el narrador y su amigo se encuentran con otro individuo que decía “con gran admiración y aplauso de la gente que lo cercaba, que por fin había descubierto el principio de la vida futura, que seguiría a la destrucción de la tierra, y que era nada menos que cierta gota de sangre de vaca; de allí provenía la excelencia de la vaca para fecundidad de las almas humanas, y el ardor con que ese distinguido animal era buscado por muchos hombres a la hora de morir; descubrimiento que podía afirmar con fe y verdad, por ser obra de experiencias reiteradas y profunda meditación, no deseando ni solicitando otro galardón que no fuera dar gloria al reino de Bungo y recibir de él la estima que los buenos hijos merecen” (ibíd. 125) Ambos sucesos están conectados, puesto que sirven de ejemplo y de motivación para que los extranjeros se interesen en la doctrina del bonzo Pomada, el más sabio de todos. A través de las enseñanzas del anciano, Machado de Assis da a conocer una completa teoría de las apariencias, donde será verdad aquello que sea de opinión pública; sin importar si existe en realidad de manera efectiva. Aquí lo importante es el efecto que las palabras tienen en el receptor, pues “no hay espectáculo sin espectador” (ibíd. 126). La teoría plasmada en este texto, de una u otra manera, resume una constante en los textos de Machado de Assis y que son las apariencias y las máscaras. “No os imagináis qué fue lo que me dio la idea de la nueva doctrina; fue nada menos que la piedra de la luna, esa insigne piedra tan luminosa que, puesta en la cima de una montaña o en lo alto de una torre, da claridad a una campiña entera, aún la más dilatada. Una piedra semejante, con tal cantidad de luz, no existió nunca y, nadie jamás la vio; pero mucha gente cree que existe y más de uno diría que la vio con sus propios ojos. Consideré el caso y entendí que, si una cosa puede existir en la opinión, sin existir en la realidad, y existir en la realidad sin existir en la opinión, la conclusión es que de las dos existencias paralelas la única necesaria es la de la opinión, no la de la realidad, que es apenas conveniente.” (ibíd. 126) A través del diálogo con Pomada, los viajeros aprenden sus enseñanzas y las ponen a prueba en sus vidas cotidianas, reportándoles 164
beneficios de diversa índole. Aquí también vemos reflejada la contracción realidad / ficción, dejando una nebulosa sobre qué es lo verdadero y qué es aquello que nos han hecho creer. Es así como Titané engaña a la población a través de las noticias para que compren sus abarcas y Diego Meireles es autorizado por sus pacientes para que le saquen la nariz. Si bien estos casos son extremos, la intención del autor con la sátira es considerar de qué manera se moldea, al antojo del poder, la opinión del ciudadano común. “La asamblea aclamó a Diego Meireles; y los enfermos empezaron a buscarlo en tal cantidad, que ya no tenía manos para medir. Diego Meireles los desnarigaba con mucho art; después extendía delicadamente los dedos hasta una caja, donde fingía tener las narices sustitutas, cogía una y la aplicaba en el lugar vacío (…). Ninguna otra prueba quiero dar de la eficacia de la doctrina y del fruto de esa experiencia, sino el hecho de que todos los desnarigados de Diego Meireles continuaron utilizando los mismos pañuelos para sonarse que hasta entonces habían empleado.” (ibíd. 129-130) En el cuento “La iglesia del diablo”, como su título lo indica, el Diablo se plantea la fundación de una iglesia. A través de ésta, él dispondrá de los medios necesarios para combatir a las otras religiones, a través de ritos y formas propias. El sentimiento que mueve al Diablo a realizar esta acción es la envidia que siente hacia Dios y la observación que ha realizado de los creyentes: “Fijaos bien, Muchos cuerpos que se arrodillan a vuestros pies, en los templos del mundo, traen los mariñaques del salón y la calle, los rostros cubiertos por el mismo polvo, los pañuelos empapados en las mismas fragancias, las pupilas centellantes
de curiosidad y devoción
entre el libro santo y el bigote del pecado” (ibíd. 164-165) Así, el Diablo funda su iglesia prometiendo a sus discípulos “las delicias de la tierra, todas las glorias, los deleites más íntimos (…) Sostenía él que las virtudes aceptadas debían ser sustituidas por otras, que eran naturales y legítimas. La soberbia, la lujuria, la pereza fueron rehabilitadas, y del mismo modo la avaricia (…). La ira tenía su mejor defensa en la existencia de Homero (…) Lo mismo la gula, que produjo las mejores páginas de Rabelais (…). Por su parte, el Diablo prometía sustituir la viña del Señor, expresión metafórica, por la viña del Diablo, locución directa y verdadera, pues no faltaría nunca a los suyos con el fruto de las más bellas cepas del 165
mundo. En cuanto a la envidia sostuvo o predicó fríamente que era la virtud principal, origen de la prosperidad infinita; virtud preciosa, que llegaba a suplantar a todas las demás, y al propio talento” (ibíd. 166) Sin embargo, tiempo después notó el Diablo que muchos de sus feligreses practicaban en secreto las antiguas virtudes. No lo hacían de manera constante ni completa, sino por partes o solapadamente. Este descubrimiento
lo
asombró,
sobre
todo
porque
esta
forma
de
comportamiento se propagaba. Un ejemplo de ello era el droguero del Levante, quien con sus medicamentos había matado a una generación entera, pero con el dinero ganado por sus drogas, socorría a los hijos de sus víctimas. El Diablo no lo podía creer. Así, voló al cielo lleno de rabia e intentado descubrir la causa de estos comportamientos. “Dios lo oyó con infinita complacencia; no lo interrumpió, no lo reprendió, no alardeó, siquiera, ante aquella agonía satánica. Lo miró fijamente y le dijo: - ¿Qué vas a hacer mi pobre Diablo? Las capas de algodón ahora tienen franjas de seda, como las de terciopelo tuvieron de algodón. Qué vas a hacer. Es la eterna contradicción humana” (ibíd. 169) Como lo señala la última cita, este texto se basa en la representación de la contradicción humana, centrada preferentemente en el binomio bien / mal. De acuerdo a lo expresado en el relato, es imposible pensar que el hombre, en su complejidad, adherirá de manera completa a una de las dos nociones expresadas, puesto que es parte de su naturaleza la contradicción y debe aprender a vivir con ella. Conclusiones Para finalizar este trabajo es importante señalar que las obras de Machado de Assis sí reflejan el entorno social que rodea al autor, aunque lo hacen utilizando recursos diversos, sobre todo los relacionados con la ironía, el humor y las alegorías. Estos elementos son utilizados como una forma de producir la distancia narrativa que se necesita para poder desenmascarar a la sociedad. 166
En el caso de “El Alienista” la representación social que se realiza es a través del doctor Bacamarte, quien refleja, por un lado, los rígidos conceptos científicos que habían comenzado a expandirse. Mediante este personaje es posible observar el sin sentido y las contrariedades en las que cae la ciencia debido a una utilización pomposa de sus preceptos. Nadie sabe con seguridad qué método está utilizando el médico para analizar a sus pacientes; sin embargo, a pesar de las revoluciones, el peso social del médico es mayor, así como también el de la ciencia, por lo tanto, no queda más remedio que acatar las conclusiones del hombre estudioso, acomodado y destacado por el rey. Por otra parte, el médico representa al poder, el cual de manera despótica se instaura en la villa y maneja al pueblo a su arbitrio. Siendo él quien decide la salud mentad de los ciudadanos, también inspira terror y respeto. Es así como las mujeres comienzan a prender velas cada vez que sus esposos salen, pues no tienen la seguridad de que vayan a volver o sean considerados como dementes y recluidos en la Casa Verde. Finalmente este texto también es ejemplo de la contradicción humana, donde en un solo individuo puede existir la presencia de la locura y la sanidad. Todo va a depender del prisma con el que se mire. Algo parecido sucede con el texto “La Serenísima República”, donde a través de la fábula se da a conocer las representaciones sociales que plantea el autor. Nuevamente en este relato tendremos la presencia de un poder impuesto, representado por el canónigo, quien, a través del lenguaje y el miedo, logra someter a las arañas y convencerlas para que comiencen su organización política. Sin embargo, y al igual que los humanos, las arañas caen en vicios y corrupción. El sistema se presta para su manipulación. Finalmente, el canónigo comprende que hay que seguir avanzando para afianzar la república; mientras que Erasmus, una de las arañas más inteligentes indica que, con paciencia y trabajo será posible conseguir la llegada de la sabiduría que les permitirá vivir de manera correcta. Por otra parte están los textos “La teoría del figurón” y “El secreto del bonzo”, donde en ambos el autor busca plasmar su teoría sobre las 167
apariencias y cómo éstas son necesarias para vivir en sociedad. En primer lugar, el hijo que es candidato a figurón debe contar con ciertas características, entre ellas, no tener ideas propias y repetir solo lo que han dicho otros. Esta sería la única forma de no caer en la oscuridad. En segundo lugar se encuentra el personaje del bonzo Pomad, quien tiene una teoría de la realidad muy ligada a la anterior, donde solo existe aquello que es creído y considerado como verdad por la sociedad. En relación a los dos textos, es posible señalar que ambos demuestran el pensamiento machadiano en relación al comportamiento del individuo en sociedad y su interacción con los otros. Además en estos textos también se aprecian algunas de las contradicciones del ser humanos, como son las dicotomías realidad / ficción, y verdad / mentira, una de las más importantes en la producción del autor. Siguiendo la temática de la representación de los contrarios, se encuentra el texto “La Iglesia del Diablo”, el cual se observa la dicotomía bien / mal y que, como dice Dios al final, en cada uno hay rasgos del otro. En síntesis, se puede decir que los textos de Machado de Assis representan una forma de ver y de aprehender la sociedad del Brasil en el período pre – modernismo. Como también se señaló, la importancia de este autor está en cómo refleja las problemáticas humanas y sociales de una forma distinta a lo anterior, capturando la atención del lector y obligándolo a enlazarse con la historia. De más está decir que Machado de Assis es el punto de partida de la literatura brasileña mediante su narrativa con estilo único. Por esto mismo, es fuente de inspiración de muchos otros escritores de épocas posteriores, ya sea de manera directa o indirecta. Algunos de ellos son Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, entre otros. Bibliografía
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Cándido, Antonio. Iniciación a la literatura brasileña. México DF: Universidad Autónoma de México, 2005 López Alfonso, Francisco José. Sombras de la libertad. Una aproximación a la literatura brasileña. Murcia: Cuadernos de América sin Nombre nº 24, 2008 Machado de Assis, Joaquín. Cuentos. Traducción de Santiago Kovadloff. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1978. Mellado, Luciana. La Apariencia y la Simulación como verdad social en dos textos de Machado de Assis, Alpha [online] nº 25, pp. 57-72. Osorno, 2007. En http://www.scielo.cl/scielo.php?pid=S071822012007000200004&script=sci_arttext Ministerio de Relaciones Exteriores, Departamento de Cultura. Literatura brasileña. Literatura Brasileña. Texto de Brasil nº 5. En http://dc.itamaraty.gov.br/imagens-e-textos/revistaesp5-mat8.pdf Prieto Alberto y Guerra, Sergio. Breve Historia del Brasil. Asociación de Historiadores Latinoamericanos y del Caribe ADHILAC. La Habana, 1991: http://adhilac.com.ar/?p=2265
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De la personificación en Alberti y la figura del ángel Por
JORGE ETCHEVERRY La poesía de Alberti nos parece estar construida básicamente a partir del recurso o categoría de la personificación. Esto quiere decir que el conflicto básico que esta poesía muestra y desde la cual se origina es el que se establece entre el «hombre» y el «mundo», si nos es permitido extrapolar a partir de una situación (vital, discursiva) de un «yo» que se desarrolla en un entorno, hacia los conceptos de Hombre genérico y Mundo. La personificación, que se encuentra más o menos presente en toda poesía, en la de Alberti alcanza magnas proporciones. El término «personificación» presupone una división de un aspecto casi espacial por lo neta, entre dos ámbitos. Por un lado, una «persona» dotada de la capacidad de dar sentidos, portadora de sentidos, y por otro, y enfrentado a ella, un «mundo», que le es heterogéneo y en el cual la persona se proyecta, utilizando los diversos elementos objetivos, o construyendo objetos para representar(se) las vicisitudes de su alma, estado de ánimo, 171
ethos, mente etc. El mundo naturalmente un «en sí» opaco y desprovisto de
significaciones
actúa
como
una
mediación
respecto
a
las
manifestaciones subjetivas de la persona. El hablante «va» hacia la objetividad del mundo y construye en ese espacio opuesto, hasta entonces de significación ausente o velada, una armazón de sentido que muestra la subjetividad a la vez que destaca o muestra los elementos objetivos del mundo, que sólo entonces «existe». La radical importancia de las diversas formas de este proceso de personificación radica en su proximidad con la categoría epistemológica de la «mediación». El mundo es el espejo que se enfrenta al hombre. El proceso cognoscitivo consiste en alejarse de la inmediatez para encontrar un «reflejo» de la realidad y de sí mismo en este «ámbito alternativo» que la mediación proporciona. Pero la personificación además conlleva la nostalgia de una unidad primigenia entre hombre y mundo en que los opuestos coincidían en forma inmediata. Esta nostalgia recorre el pensamiento dualista pareciera que por siempre dominante. La personificación de los elementos objetivos y el «contagio» del «sujeto» por los «objetos» hablan de un estadio previo al proceso a1ienatorio que escindió al hombre del mundo, expulsándolo de la plenitud y el paraíso. Esa condición primigenia es contemplada con nostalgia. Desde su condición de «yecto» el hombre mira hacia ese primer desgarramiento. De ahí surgirá el anhelo de la revincu1ación con el resto de los entes. Robert C. Mantenga señala este deseo del emisor poético, que implica abandono de sus particularidades como ente separado: “This desire to surrender his own human characteristics in order to more closely identify with other forms of nature seems to be omniprescent”[i]. Y el crítico citado ejemplifica con un poema en que el emisor lírico asume diversas entidades personificándolas, en este progresivo deseo de unidad: Señor, ser viento, Señor. Viento, ser campo, Señor. Campo, ser yerba, Señor. 172
Yerba, ser nido, Señor. Nido, ser pluma, Señor. Pluma, ser nube, Señor. Aparte de esta manifestación fundamental por cuanto es la concepción básica en la poesía de A1berti, en su poesía la personificación adopta diversas y a veces simultáneas formas. Puede ser la objetivación de una instancia psíquica: Miedo que te vence (El Poeta en la calle: Dialoguillo de la Revolución y el Poeta) Puede ser un elemento natural que efectúa actos humanos: Al álamo aquel que baja lento por el monte, dile que se de prisa y vigile tu pobre choza de paja (El poeta en la calle; El alerta del minero) O elementos naturales antropomorfizados: Más allá de la espalda de la última estrella (El poeta en la calle; La lucha por la tierra) Elementos naturales que son humanizados esencialmente: Eres el mar alumno, el mar escuela (El poeta en la calle; Mar Negro) Conceptos institucionales o éticos abstractos que operan al modo humano: La caridad cristiana nos daba sin dinero su cultura la piedad nos abría los libros y las puertas de las clases (El poeta en la calle; Colegio S.J.) 173
Objetos culturales que poseen psiquismo: O el margen de los libros se hastiaba de borrones (El poeta en la calle; Colegio S.J.) Así vemos que estas instancias de personificación, que en gran medida ya han llegado a ser figuras lexicalizadas, juegan un gran papel no sólo en la poesía menos directa de Alberti, sino también en su poesía «comprometida». En su poesía más «pura» nos encontramos con casos de lo que podríamos denominar «contaminación objetiva». El emisor poético convierte un paisaje en su correlato objetivo mediante la adjetivación: Aburrimiento viejo del cielo nuevo viejo. Van unos bueyes de piedra viejos, las pezuñas de asfalto … (Cielo nuevo) Elementos naturales sufren acciones humanas dentro de una situación interpersonal: Han castigado a la luna por que no se sabe la lección de aritmética (viaje) Elementos objetivos son sacados de su ámbito y elevados a la condición de interlocutores: Al mar la serpentina azul de esta canción 174
suéltate los cabellos mi corazón navegará por ellos |(Al mar) En estos dos últimos ejemplos se prepara el tránsito de los elementos del mundo desde la impersonalidad de un «él» a la personalidad de un «tú», si cabe esta extrapolación de Benveniste. El rescate de los elementos naturales desde la «tercera persona», única por la que una COSA es predicada verbalmente, a un ámbito de ocurrencia (posible) de un «yo» y un «tú». Allí ambas personas son reversibles; el yo define transformado a un tú[ii] en tú, que puede a su vez ser yo respecto al anterior. Así, la poesía en el ámbito dualista, se vuelve vehículo de re(unificación) entre hombre y mundo, y por ende entre hombre y hombre. En términos ideológico-políticos, el triunfo revolucionario se contrapondría al estado actual degradado, de división: -Camarada, y donde están? -Desunidos, divididos Por medio de una superación en la unidad: -Pues cómo los vencerán? -Camarada, todos unidos (El poeta en la calle: Juego) y hay barreras que impiden la posesión común del sol agrario (El poeta en la cal1e:S.O.S.) Dentro de esta nostalgia por la unidad mítica, la formación en términos parciales es en esta poesía denunciada también como una carencia: 175
Nos educaron sólo para el alma (El poeta en la ca1le; Colegio S.J.) Pero la separación (respecto al mundo, los otros, sí mismo etc.), se juega en general, no sólo políticamente si no que en toda instancia y situación. Así vemos algunos ejemplos de Marinero en Tierra: Gimiendo por ver el mar un marinerito en tierra Tan bien como yo estaría en una huerta del mar Ya era yo lo que no era El campo que esta poética abre permite la mutua permeabilización de lo objetivo y lo subjetivo, si podemos usar estos términos. Las posibilidades de la proyección, alienación e incluso el desdoblamiento del sujeto son la otra cara de la humanización de lo objetivo. Estos procesos antes examinados de la personificación y de construcción de un interlocutor, ligado a éstos, se unen a la proyección del sujeto (emisor) en la construcción de la figura del ángel. Suelen aparecer en la poesía de Alberti figuras imprecisas y simbólicas que mezclan lo humano y lo natural y que se erigen como un tú: Reina de baraja Venus (Agua) Rosa-Fría Patinadora de la Luna Malva-Luna de Yelo La Sirena del Campo (Todas, en Marinero en Tierra).
176
El carácter femenino de esas entidades materiales o telúricas, acorde al papel tradicional mítico de la mujer (o el principio femenino) daría para un extenso trabajo, dada la riqueza de lo que podría llamarse una concreción poética de la representación tradicional dualista occidental en Alberti. El
desdoblamiento,
como
fase
intensa
del
proceso
de
personificación, se nos muestra por ejemplo en Mar, de Marinero en Tierra: Asomadas a ella Velas como pañuelos Me van diciendo adiós a mí que estoy durmiendo Un caso extremo de la personificación, desarrollo de un interlocutor, enajenación o proyección del sujeto, y desdoblamiento, se da en la poesía de Alberti en la figura de los ángeles. La situación que posibilita la presencia de la figura del ángel aparece expresada en Paraíso Perdido: «Ciudades sin respuesta/ ríos sin habla, cumbres sin eco/ mares mudos». La vinculación o lazo originales se han roto. Entre mundo y hombre impera la división. Incluso parte del hablante se muestra como alienada. Elementos de la subjetividad aparecen objetivados:» Te arrojaron en mi alma/ Sola, sin muebles y sin alcobas,/ deshabitada» (Desahucio). «Se fue, doblando las calles,/Mi cuerpo anduvo, sin nadie» (El cuerpo deshabitado). Se producen desdoblamientos: «y tú muerto/ tú una cueva,/un pozo tú, seco» (El cuerpo deshabitado – VII).»¡Más, más, sí, sí, más!, ¡Quémame!/ ¡Quémalo!, ángel de luz, custodio mío,» (Los dos ángeles). El ángel se muestra como siendo la entidad operadora de estos procesos: «y ángeles turbios, coléricos,/carbonizaron tu alma,/tu cuerpo» (El cuerpo deshabitado – VII). El proceso alienatorio es efectuado por El ángel bueno: «Alguien que no esperaba/se paró en mi ventanal Alguien dijo: Levántate, Y me encontré en tu estancia». Vemos claramente el juego de 177
intercambios entre «tú» y «yo», que acompañan estos procesos de alienación y proyección. Otro componente de la figura del ángel reside en su capacidad de simbolizar secciones o actividades del yo (del emisor poético): «Para que con tu agrio aliento me incendies todos mis ángeles» (El ángel rabioso).»Ángel de luz, ardiendo …. incendia los abismos donde yace/mi subterráneo ángel de las nieblas» (). El general y en términos axiológicos estas figuras de los ángeles son positivas y negativas, ocupando sus lugares arquetípicos y tradicionales, los primeros ocupan espacios aéreos: «Tú que andabas llorando por las nubes», y los segundos un lugar abajo, en la materia. Este aspecto reproduce la visión dual del hombre en términos casi platónicos. Esta simbología recoge y expresa en general parejas de opuestos; abajo, arriba; luz, tinieblas, para denotar la oposición entre lo positivo y lo negativo. La figura tradicional del ángel se asoma por debajo de esta poesía de acceso no inmediato para proponer una lectura que reafirma y corrobora el pensamiento mítico, religioso y filosófico tradicional del occidente. Volviendo a la figura del ángel, éste se presenta además como el otro miembro del diálogo (tú): «Volad/-No podemos. ¿Cómo quieres que volemos?» (Los ángeles crueles). Este rango de interlocutor otorgado a la figura del ángel permite un diálogo interno entre los segmentos de la identidad escindida del emisor poético. El vehículo básico que se utiliza en este proceso es-otra vez-la personificación, que proporciona el «medio» poético para el intercambio entre sujeto y objeto, necesario para la proyección y desdoblamiento del hablante. Eludiendo una expresión lírica directa a través de una manifestación directa del yo, o la construcción de un correlato objetivo, la figura del ángel es creada y construida como una multitud de alter egos que abarcan una gran gama de los movimientos y estados psicológicos y éticos del emisor. Estos personajes cumplen su función alienatoria por su elevación al rango del «tú» sin perder la condición ambigua de «él», es decir, que mantienen algo de la opacidad del mundo. Esto 178
posibilita el distanciamiento objetivo requerido por el proceso alienatorio. La conexión entre poesía y alienación es un tema siempre atractivo. En este caso, en Alberti, como fuera en Rimbaud, la alienación es asumida como-entre otras cosas-la posibilidad de franquear el abismo entre Yo y Él, hombre y mundo, superar un mundo dualístico desde el estado de separación, hacia uno previo, mítico, primigenio, objeto de nostalgia y caracterizado por la unidad. La alienación del sujeto hablante en múltiples objetividades es sólo una parte del intercambio, ya que como dice Benveniste, » el él puede ser una infinidad de sujetos o ninguno. Por eso el Je est un autre de Rimbaud proporciona la expresión típica de lo que es propiamente la «enajenación mental», donde el yo es desposeído de su identidad constitutiva[iii]». NOTAS [i] Robert C. Mantenga» The Poetry of Rafael Alberti. A visual Approach». Talleres Gráficos, Madrid, 1979. CHar.l Mar y Tierra. [ii] En general, en este trabajo se extrapola a partir de las ideas de Benveniste expuestas en Problemas de Linguística General, Cap. XIII, Estructura de las relaciones de persona en el verbo. Existen tres personas linguísticas en cualquier idioma, existe una disparidad entre las dos primeras, yo y tú y la tercera él, que sería «la forma verbal que tiene por función expresar la no-persona» (Op.Cit pg.164) Parece productivo el rastrear en el texto poético la presencia, no sólo a nivel de categorías verbales, sino léxicas, de estas tres personas, o de yo y tú (emisor poético -interlocutor interpelado) intercambiables y contrarias, y él (el) presencia objetiva (no persona) y opuesto a los anteriores por una relación contradictoria. Estas tres personas o instancias expresivas parecen agotar los elementos básicos de una situación de enunciación. La personificación en un sentido muy amplio, introducción de la «persona» en el ámbito de la no-persona parece ser una vía de acceso privilegiada en una emisión poética, que pese a todo se ubica básicamente a nivel de la expresión de un yo, un hablante lírico, o como se prefiere a veces o como se prefiere decir a veces, suponiendo una poesía trans o para lírica en sentido tradicional, un emisor poético. [iii] Benveniste, Op .Cit. p.166.
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BIOGRAFÍAS
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NATALIA SCHAPIRO
Porteña, psicoanalista, pelirroja. Participó del taller literario de Laura Devetach y actualmente cursa “Artes de la Escritura” en la UNA. Algunos de sus libros publicados son Lucía y la varita china, Cuentos callejeros, A la vuelta del mundo, A salto de cangurito, Diario de dragones, Una tertulia inolvidable, ¿Alguien anda ahí?, Dorotea cumple mil, 100% fútbol, Cumpleaños a golazos, Bosque cotidiano. Su obra Ciudades que 182
ruedan recibió el 1er. Premio en Poesía de la Subsecretaría de Cultura (UBA). Amante de la montaña, obtuvo un 1er. Premio su poema Cordillera, publicado en Tu lugar en la Argentina, Qeja Ediciones. Bosque cotidiano fue finalista en el concurso Gerardo Diego, Diputación de Soria, España.
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LORELEY EL JABER
LORELEY EL JABER nació en Buenos Aires en 1972. Es poeta y ensayista. Publicó La Playa (Viajera Editorial, 2010), La Espesura (Ediciones del Dock, 2016), Un barco (Ediciones Arroyo, 2020), Nunca hay suficiente mar (Baltasara Editora, 2020) y diversos poemas en las revistas Contratiempo (Chicago, 2007), Casquivana (Buenos Aires, 2012) y Sala Grumo (Buenos Aires/ Río de Janeiro, 2013 y 2015). Poemas suyos fueron traducidos al portugués. Es autora del relato “Acaso sea el río” (Revista Lírico, París, 2018). Sus publicaciones incluyen también el libro de ensayo Un país malsano. La conquista del espacio en las crónicas del 184
Río de la Plata (Beatriz Viterbo y UNR, 2011) y el volumen “Una patria literaria”, de la Historia crítica de la literatura argentina (Emecé, 2014), coordinado en colaboración, entre otros. Ha realizado la edición crítica de Derrotero y viaje a España y las Indias de Ulrico Schmidl (Eduner, 2016). Es Doctora en Letras por la Universidad de Buenos Aires e Investigadora del Conicet. Se desempeña como profesora de Narrativa Latinoamericana en la Universidad Nacional de las Artes (Buenos Aires, Argentina).
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ROLANDO REVAGLIATTI
Foto de Mirta Dans
Rolando Revagliatti nació el 14 de abril de 1945 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, República Argentina. Publicó en soporte papel un volumen que reúne su dramaturgia, dos con cuentos, relatos y microficciones y quince poemarios, además de otros cuatro poemarios sólo en soporte digital. También en edición electrónica se hallan los seis tomos de su libro “Documentales. Entrevistas a escritores argentinos”, 186
conformados por 159 entrevistas por él realizadas. Todos sus libros cuentan con ediciones-e disponibles en http://www.revagliatti.com. Ha sido incluido en unas ochenta antologías de poesía, narrativa y dramaturgia de la Argentina, Brasil, Perú, México, Chile, Panamá, Estados Unidos, República Dominicana, Venezuela, España, Alemania, Austria, Italia y la India
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FERNANDO BELTRÁN
Fernando Beltrán (Ciudad de México, 1981) es doctor en sociología por la Universidad Nacional Autónoma de México. Sus últimas contribuciones fueron publicadas en la Revista Mexicana de Sociología (“Ernesto Sabato, un retrato biográfico”, vol. 79, no. 4, oct-dic, 2017, pp. 785-809) y en Destiempos. Revista de curiosidad cultural (“Literatura, historia y política en Paco Ignacio Taibo II”, no. 59, septiembre, 2017, pp. 49-72). Ha ensayado sobre Pablo González Casanova y Rodolfo Walsh. Sus principales intereses se encuentran en el comercio entre el ensayo y la ficción. Pueden leerse en línea los siguientes trabajos de su autoría: Entre hombres. Relatos breves desde la derrota: mybook.to/Entrehombres Sabato escritural. Un relato sociológico: mybook.to/Sabatoescritural
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LUIS QUINTANA TEJERA
Luis Quintana Tejera es uruguayo y reside desde el año 1984 en la ciudad de Toluca, México. Doctor en Letras por la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y miembro del sistema nacional de investigadores, nivel 1, CONACYT, México. Miembro de la Red Cervantina Internacional. Se desempeña como Catedrático e investigador en la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de México. Ha publicado libros de crítica y creación personal, y ha trabajado sobre la obra de autores tales como Jorge Luis Borges, Pablo Neruda, Carmen Laforet, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa.
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BÁRBARA GONZÁLEZ
Bárbara
González
González
es
profesora
de
Lenguaje
y
Comunicación, egresada de la Pontificia Universidad Católica de Chile y Licenciada en Lingüística y Literatura de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Candidata a Magíster en Literatura Latinoamericana y Chilena en la Universidad de Santiago de Chile.
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JORGE ETCHEVERRY
Jorge Etcheverry Arcaya, Santiago, 1945, vive en Canadá. Enseñó filosofía y lengua y literatura en Chile, a nivel secundario y universitario. Obtuvo un doctorado en Literatura Comparada en la Universidad de Montreal. Formó parte de la Escuela de Santiago y del Grupo América, agrupaciones poéticas de la segunda mitad de los sesenta, la primera de tendencia neo vanguardista y la segunda más "comprometida" y que 191
hacía difusión cultural entre las poblaciones, reside en Canadá, donde llegó en 1975 debido al "`pronunciamiento" militar, fue uno de los fundadores y miembros del consejo editorial de Ediciones Cordillera, editorial
chilena
en
Canadá
y
cofundador
y
coeditor
de
Split
Quotation/La cita trunca. Su trabajo crítico, y su poesía y prosa han aparecido en diversos países en castellano y en traducción. Sus últimos libros son Clorodiaxepóxido, poemas, Chile, 2017; Canadografía, antología de prosa hispano canadiense, Chile, 2017; Los herederos, novela de
ciencia
ficción,
2018;
Outsiders,
cuentos,
2020.
Aparece
recientemente en antologías como Wurlitzer. Cantantes en la memoria de la poesía chilena, (Chile, 2018); Antología de la poesía chilena de la última década, (Chile, 2018); Antología mundial: la papa, seguridad alimentaria, (Bolivia, 2019); y Anthologie de la poésie chilienne, 26 poètes d’aujourd’hui (France, 2021).
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MANUEL GONZÁLEZ LÓPEZ
Buenos Aires, 1964. En 2020 publicó Territorios Perdidos, su tercer libro de cuentos (Ediciones Del Dock). Dirige Costanza Revista Literaria.
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COLABORACIONES: Costanza Revista Literaria publica textos de poesía, cuento y ensayo sin restricciones en cuanto a su extensión, generación de sus autores o tema. Quienes deseen enviar sus obras deben hacerlo, aclarando en el asunto del mensaje el género al que pertenece dicho texto, a la siguiente casilla de email: colaboraciones.costanza@gmail.com
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Próximo número: agosto 2023
colaboraciones.costanza@gmail.com