Costanza Revista Literaria Número 8

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COSTANZA Revista Literaria Número 8

Marcela Meroni / Aixa Rava / M.G. Burello Natalia Leiderman / Andrea Espada Laura Vacs / Pedro Nazar / Fernando Beltrán Juan Manuel Ontivero / Gladys Coviello Bárbara González / Rocío Wittib / G. Verga


Costanza Revista Literaria Publicación digital anual Agosto de 2021 Esta revista se edita en Barcelona (España) ISSN: 2604-3254 Dirección: Manuel González López Edición: Manuel González López Chiara Presutti Textos de: Marcela Meroni Aixa Rava M.G. Burello Natalia Leiderman Laura Vacs Andrea Espada Rocío Wittib Juan Manuel Ontivero Fernando Beltrán-Nieves Pedro Nazar Gladys Águeda Coviello Bárbara González Giovanni Verga Ilustraciones de: Laura Vacs Contacto: costanzarevistaliteraria@gmail.com Declaración legal: Todas las obras pertenecen a sus autores, que responden por la originalidad y autoría de las mismas. Los editores no se hacen responsables por las opiniones de sus colaboradores. I


Declaración de intenciones

Costanza Revista Literaria se postula como un espacio de difusión de la literatura despojado por completo de límites, ya sea en cuanto a la generación de los autores, la extensión de trabajos o los temas. El parámetro que guía el criterio de selección es, simplemente, la calidad. Poesía, narrativa y ensayo o artículos son, en principio, las categorías dentro de las que se enmarcan las obras que se publican en Costanza, aunque dichas categorías no son para nosotros más que un simple modo de ordenar los textos, una taxonomía necesaria, pero no un límite o un corset que impida apreciar, valorar y publicar trabajos que apuesten por la hibridación o la experimentación con los géneros literarios. Todo texto es bienvenido, en la medida en que ese texto constituya una apuesta sincera por la estética.

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Sumario 1

Poesía

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MARCELA MERONI

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AIXA RABA

83

M.G. BURELLO

109

NATALIA LEIDERMAN

129

LAURA VACS

155

ANDREA ESPADA

167

ROCÍO WITTIB

177

Narrativa

179

Obertura – JUAN MANUEL ONTIVERO

193

Nocturno de mujer – FERNANDO BELTRÁN-NIEVES

205

El lugar de las valijas – PEDRO NAZAR

209

Animales usados en las guerras- GLADYS ÁGUEDA COVIELLO

213

Elefantes en la nieve – GLADYS ÁGUEDA COVIELLO

217

Un proceso – GIOVANNI VERGA

225

Artículos/Ensayos

227

Reverso, espejos y mundos: El lugar sin límites de José Donoso – BÁRBARA GONZÁLEZ

233

De lo popular a la vanguardia: el lenguaje en la poesía de Violeta Parra y Nicolás Guillén – BÁRBARA GONZÁLEZ

247

Biografías

265

Colaboraciones III


POESÍA

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MARCELA MERONI (Selección de poemas de El otro universo, después y El parto de la reina. Plaqueta El anuncio de un grano de sal, ilustrada por Mariana Vacs y tres poemas pertenecientes a la antología Tapabocas, Ed Milena Caserola)

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Otros mundos, después (2019)

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II

Cada ausencia nuestra me encuentra infalible erizada como una frontera

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IX

No sé no sé ser funcional administrativa y todo se me juega urgente en el café de esta mañana

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XVIII

El borde de la ventana clavado en el cielo la noche de mi infancia abierta al sur ciudad vacía cosmos un astronauta desde el cordón umbilical de una nave en la pantalla de la tele

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XXXVI

Huyo de la impiedad de lo fijo eterno inmóvil ¿Se derretirán muelles y túneles en la ergonomía de un párpado cerrado?

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XLVIII

De todas tus palabras queda el sonido más profundo una cuerda rasgada lateral al tiempo lo del fondo como la última estación del vino o el rincón debajo de mi blusa no intento llegar allí no hay palabras que nombren

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L

Y te advierto ahora que todavía no amanece no intentes volver a desembarcar en mí con tus besos tu mirada que acierta y tus diez mil soldados

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El parto de la reina (2020)

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I

Un viaje al sur del cuerpo ahora soy una pausa

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VIII

Un novio por vez era sabido y entre uno y otro tiempo prudencial no ser como esas chicas que besan y besan y no temen perder el nombre

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X

La tía Ethel recordaba los días de amores y gloria en el monoambiente lleno de humo

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XVI

La sonrisa grande plana ni una línea diagonal en la mirada con la alegría perfecta como la chica de tapa en la revista del verano

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XXII

Veo desde la ventanilla del taxi el edificio de arriba del Imperio Bar bordes macizos cortinas pesadas recuerdo a Camilo y su cama de hospital y a Tsvietaieva su madre la música descubrir de niña que una palabra te lleva a otra que nunca es la cosa que nombra

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XXXVIII

La cortina vuela a latigazos afuera de la ventana como la lengua de una serpiente bífida y veloz en la esquina un auto de policía bolsas de nylon que arrastra el viento un pájaro negro que no vuela cae y yo sólo una blusita

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Tapabocas (Antología digital de autores varios publicada por la Editorial Milena Caserola, 2020)

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I

Primero la detención como un camión hidrante a dispersar el intento de aferrar mis átomos a las cosas después el más profundo hueco del miedo y la sed vivo supongo en un único pulso sístole diástole carne aún

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II

los otros cuerpos el tuyo son de pulpa cibernética entonces recordamos neoplatónicos nuestros amores viejos húmedos y temblando

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III

los humanos han mudado al mundo virtual podés encontrar alguno en la vereda paseando al perro el saludo es vertiginoso como un thriller

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El anuncio de un grano de sal (Plaqueta ilustrada por Laura Vacs)

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Este trabajo es un encuentro azaroso como todos los encuentros verdaderos. Un encuentro en un espacio clara y expresamente calculado para que el azar pudiera irrumpir. Paradójico como el cruce de pintura e imagen. Se construyó en el encierro inevitable de este tiempo. Se construyó como un conjuro.

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UNO

La vereda refleja las luces al caer la tarde. Pero hoy no escucho la certeza del tiempo sí este goce que se expande como el anuncio de un grano de sal en la punta de la lengua

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DOS

Para conocer el mar no basta con mirarlo hay que entrar puede ser un solo pie no hace falta más aunque tampoco así sabremos qué cosa es la que lo sostiene en su repetición de telar del universo. Acordamos que se trata del viento la tierra, el aire de lo atómico que vemos pero aún así te pregunto: ¿qué es lo que sostiene el mar?

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TRES

A los trece sintió por primera vez el terror ante un humano que le levantó la voz acerca de aquello que en ese instante ella misma descubría. Un humano que aplicó esos códigos sencillos tan contingentes permitido estar descalza ¿comer todas las masitas? muy permitido aclamado tener ese saber que a ella se le escapaba y siempre pagaba caro

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CUATRO

Abrir la puerta quitarse el barbijo, los zapatos, la ropa. Poner todo en un balde correr a bañarse desinfectar el piso. Si estás muy cansado no lavás: el objeto que compraste lo dejás sobre la mesa. Pasado un tiempo cualquier virus se diluye. Solo esperamos y dejamos morir

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CINCO

Dice el diario que un pollo vivo se encontraba entre los demás en la góndola del supermercado. Me río y agradezco el absurdo algo de liviandad que se cuela para hacer más suave esta lengua de hierro que nos atraganta y ahoga.

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SEIS

La ropa mojada cuelga de un solo broche como largos espectros o la línea larga que deja cuando cae la gota de café desde la taza. También cuelgan tapabocas de cada manija. Una línea de aire entre la pared y el marco la luz que entra forma unas líneas en los placares cerrados. Para concluir hay que tocar y mover

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SIETE

El encierro achica todo economiza vacía y encoge nada sobra ni se expande nos acomodamos en los rincones sentimos que las palabras de ayer sosas deslucidas caen como esas polleras antiguas llenas de volados

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OCHO

Una cuchara con lavandina cada nueve de agua alcohol en spray detergente antibacterial fregar cada cosa varios minutos todo impecable que nada brille

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NUEVE

La distancia justa entre el borde de mí y tu azul es una nervadura mientras las luces de los autos y un ruido metálico me vuelven al suelo algo se fragmenta en mi mirada en átomos de tu raíz y no llego los átomos se hilvanan se hacen objetos me llaman y no me envuelven me llaman y la distancia entre tu certeza y yo es una nervadura cuando me voy

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DIEZ

¿Cómo seguís en la misma casa la misma de mis corpiños colgados en la manija de la bañadera? ¿No se te abren infinitos el pequeño jardín cerrado esa pared descascarada cables que cuelgan un solo árbol? ¿No se te cierra todo eterno desde tu ventana?

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AIXA RAVA (Selección de Barda, La luz no se corta como el papel y En el patio crece una planta rosario)

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Barda (2014)

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Tierra del fuego

La luz rodea el verano en el recuerdo, aquí la sombra deambula con los niños; entre turberas y fiordos, los glaciares hacen que el hielo se vuelva un enemigo. En esta isla, la sangre se congela, la piel se raja, la voz se hace chillido; y hasta las bestias, las plantas, los caminos creen que la nieve es ajena al paraíso. Y es que no hay cardos, sudor, no hay regocijo de tambos, de granjas ni de silos; y si hay un sol, un día, una tarde, se esconde junto al hierro sin aviso. Jugar es cosa de adentro, no de plaza, y a nadie se le antoja el infinito, que está en el mar, en el nombre, en la bahía, en todo el viento, y también, en todo el frío. En un domingo de bosque y costa espesa, la libertad una rama de lenga quiebra con la ilusión de salir y no encontrarse con el blanco, el gris y la tristeza. La isla para el niño es una cárcel con gaviotas, nutrias y orcas muertas, 55


un exilio, un castigo, una venganza, que en el sur de estos pies dejó su huella.

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Una, dos, tres, cuatro

Cuando viniste, Tatung, yo era muy chica —no sabía que eras vos la que después fuiste. Quería estar sola con ellos para siempre y llegaste. Después vinieron dos más, mucho después, mismo desastre y me caí bien abajo como la rama del sauce del patio, la que se doblaba sobre el portón de chapa ¿te acordás? Mamá dijo que yo iba a quererlos —nunca quise creerle. Vas a ver que te va a gustar jugar con ellos —decía. Yo quería jugar con ella y ella con todos hasta con más —eso también me lo dijo. Y al final, o en el medio, los quise los quiero.

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El momento

Hace espuma con el agua sumergido por entero está feliz y eso alcanza —siempre alcanza la felicidad de un momento, dicen por ahí. Cuando la mira se ríe y se le agrandan las pupilas intensas como el chocolate. Quién pudiera volver a la bañera y a los juguetes a la creación de la espuma —la vasta felicidad sin nombre un momento de agua con mirada de madre obnubilada.

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Tempestad

Detrás del vidrio se entroniza el gris, en una superposición de formas de cemento, de humedad que chorrea y se hincha, de grietas que enmudecen y agudizan. El verde más verde se mueve y se moja, siente el frío temblor de las hojas y narra entre las ramas impulsos de manos, pechos blandos, encrucijadas. En volátil sedición, destiñéndose las nubes se evaporan desiguales, ultrajadas, proteicas, desmembradas —más profundas son las líneas cuando están desdibujadas— y suman manchas más grises, más lilas, más blancas para enterrarse en el cielo. La calma sin combate se adueñó del tiempo, presumo un suicidio de pájaros y ecos.

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Estarse vacía

Se me van los recuerdos de ese suelo y con ellos un poco me voy, un poco me pierdo. Y quizás yo tampoco quiero perderme de a poco en este tiempo. Primero fueron los olores. Aquel perfume dulce y viejo que moraba en un tapón de frasco sin cuerpo. El olor de la tierra y de los troncos, de las flores del jardín de casa, el olor de mi cuarto, de mi cama. No hay olores de toda esa pequeña infancia. Tampoco junto las piezas del barrio donde vivía, el dóberman de la vuelta, los gatos de la vecina. Había extremos y aridez en las aristas tierra y cemento helado, ñires barbados, lejos, y mucha sal en el viento —ese sabor sí que había. Se me van los recuerdos, qué ironía, tanto quise que se fueran y hoy me extraña 60


como si pesara la ausencia este estarse vacía. Con la barcaza se aleja, mi niñez de isla.

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Canto

El viento hace temblar los destellos de las hojas —remansos de una magia antigua se destiñen con la lluvia, tan esperada. El agua enturbia la esencia de los árboles, arrastra la memoria a los abismos. Las antípodas se derrumban, desaparecen los enlaces —bisagras ocultas— la tierra dista tanto del cielo y las huellas susurran desde todos los huecos de la barda —cierro los ojos, siento las fricciones del tiempo. La luna se aferra a lo eterno y esmerila sus bordes con el viento.

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Barda

No escucho más que la voz del viento, la veo quebrar instantes como frutos secos. El valle —un infierno verde nos hunde en este desierto y son dos los cauces que irrigan tu perfil bermejo. Yo corrí esa piel muchas veces, me enredé entre alpatacos y le di mi carne a las espinas. Pisé —y resbalé tus piedras sueltas y el hueso de algún cocodrilo enraizado en tu vientre. Desde el mirador, junto al canal de la ciudad y la avenida, vi extenderse el campo de golf —otra conquista sobre tu parte dormida. Me sentí libre en tus venas —creo que también me sentí presa y me fui antes de morderte más las uñas, un intento voraz de escaparle a la locura.

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La luz no se corta como el papel (2016)

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Woyzeck, me estremece pensar que el mundo gira en un día, qué derroche de tiempo. ¿A dónde iremos a parar? Woyzeck, ya no puedo mirar una rueda de molino sin ponerme melancólico. Georg Büchner, Woyzeck

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El rastro

Me quedé en esa llamada —etapa de la niña il ritornello, mirando el árbol subiéndolo reptándolo uniéndolo al tiempo. En el instante último encontré el bucle infinito de los recuerdos como un gusano que una y otra vez pisa el rastro de sí mismo. Así, toda la tarde después de que te fuiste.

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Todo es esto

Sigo adelante pasada la primera vuelta. Nonstop. Embalada, corriendo como cuando se está a gusto y se sigue por diversión porque viene bien y no querés que se termine. Entonces doblás, te acercás al borde, le trazás un doble a la saliente, cambiás de rumbo como de zapatos. Superás las cinco vueltas y no no se termina. Sólo por momentos, vuelve la recta, atina a quedarse pero es tan aburrida. Las curvas son grandes se extienden se pronuncian y consumen más espacio. Pero el camino es el que se elige el experimento la prueba constante. El momento que se dilata como la curva —sin error.

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La luz no se corta como el papel

La luz no se corta como el papel que está sobre la mesa o en el piso, así desfigurado como lo dejamos. La luz no, ya no existe en esta casa al menos por un rato, inestimable. La luz no se corta como el papel ¿Y si lo hiciera? ¿Sería un trozo liviano como esta hoja? ¿Caería sobre el suelo así sin hacer ruido? ¿Y ahí distante de mis manos se quedaría? La natural, que igual se compra entra ahora por la ventana y se pierde entre los muebles de la casa. Nos ayuda a encontrar todas las partes de papel trasfiguradas. Entonces es verdad que la muerte mora en lo oscuro y con la luz viene la vida. Los niños duermen su siesta, nosotras barremos la sala. Juntamos los envoltorios de caramelos, los glasés, los diarios, las revistas. 71


El sol se va a apagar un día —decís mirando afuera. No vamos a estar. ¿O sí? ¿Y qué sería si la luz no se cortase ya ni siquiera como ahora, por un rato?

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El origen

La forma de la vela cede al capricho posibilidades de construcción casi infinitas. La llama vuelca su cuerpo una vez hacia un lado o hacia el otro sin consentir la ruta del pabilo. Entonces el derrame del lago que estuvo reteniéndose en la cúspide recorre la ladera, la esculpe, la transforma. La llena de cordones y en el pie da origen a una meseta o una montaña. Así imaginó Dios el mundo, recreándose a sí mismo casi constante, así lo quiso, hasta que cedió él también a su capricho y creó al hombre.

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A orillas nomás

El tren se frenó en Cerbère y el maquinista recorrió los vagones pitando el descenso. Tres horas de espera entre las rocas un pueblo menudo a orillas nomás del Mediterráneo. Subimos con las valijas una calle empinada sorteamos escaleras, cercas, un patio. A nuestro paso, constante, el mar del medio asfixia de tan amplio —crece, gira, se abre más no cabe toda el agua en estos ojos y la sal que respiro con las tripas. ¿No surcan ya los mitos esas olas, no abordan la península de bloques blancos? Quizá cruzando el puente de los arcos entre nosotros, los mil habitantes, los autos aquellas casas de colores y persianas bajas. El olvido se entreteje con los nombres y dan las seis de la tarde. Se me hace lúgubre, esplendoroso el Hotel Belvédère du Rayon Vert arriba como un barco decó del Mediterráneo. Más allá, al norte está el molino rojo, los museos, las calles circulares, el Sena inmenso y esa vista que brilla 74


y es tan hermosa desde cualquier parte.

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Casi un sueño

Invitarte a escribir acá conmigo en una hoja grande que ocupe toda la mesa con lapiceras que tengan tinta interminable y una música roscada de mar y bosque con viento. Vos prepararías el mate todo el rito en mi cocina que se inunda del sol de la mañana: yerba-agitar-sacar el polvo la pava esconde burbujas primer chorro y la sonrisa del sabor a la temperatura justa. Ya no tendrías ese dolor en la rodilla se habrían recuperado todos tus cartílagos te sentarías en el sillón y metódicamente escribirías en tu cuidada letra de imprenta. Parece imposible una quimera. Los años malos se ven por una lente las cosas quedan lejos pero se agrandan y pesan. Una bolita emplomada se pierde en la corteza del cerebro, navega se ahoga y reaparece más allá más acá, quién sabe, ¿no, papá? 76


Invitarte a escribir acá conmigo, yo me siento otra vez como una nena y vos tomás mi mano.

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Todo vuelve

Yo trabajo en las horas propias del rocío, cuando la luz se desmaya en trozos sobre los adoquines y vos dormís y soñás que volvés a rendir matemáticas, que caés preso y la cárcel es una escuela o la escuela es una cárcel —da igual. El sueño se vuelve pesadilla y gritás te movés y tirás del acolchado con fuerza como si arrastraras un ancla. Cuando me contás un sueño, estamos tomando mates o bañándonos. Me pasás el jabón por la espalda, te agachás y me mordés un pezón y el sueño se interrumpe y caemos los dos en un continuado de caricias y roces, todo vuelve a ser hermoso cálido como el verano en que nos conocimos.

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En el patio crece una planta rosario (2020)

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Feriado

La madrugada de un día cualquiera escucha el golpe de tus manos. Una escena que se repite algunas veces al año: sin aviso llegás bajás del taxi dejás los bolsos en la vereda mirás la calle. Tu corazón —late —tan —fuerte que se te escapa una risa y tus pechos, siempre enormes se acoplan a tu diafragma. Con las bolsas de golosinas venís a despertarnos desparramamos todo en el piso entre los abrazos. No habrá colegio hoy, ya decretamos. Tu visita es un oasis matiza el otoño con calor de verano.

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Un antes

Una vez me contó del padre. Hizo un té de cúrcuma y jengibre y nos sentamos a imaginar un antes: el barco zarpando de Treia, el niño sin hermana ni madre, la tierra nueva y la promesa de una vida mejor fuera de Italia. Cuenta de la falta y de los castigos —pica con las uñas migas del mantel, cuenta del dolor y de lo perdido —hebras de tristeza se cuelan también. Toda la memoria macera en la taza, el tiempo y el silencio ahora nos separan. Dice “mi papá” y es de nuevo una niña, me inclino fugaz, sólo puedo abrazarla.

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M. G. BURELLO (Cuatro tercetos: selección de Liturgia privada y Más máscaras. Lírica cáustica. Con Tres reencarnaciones recientes y Tres sonetos inéditos)

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Liturgia privada (2014)

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Pasión

Esta pasión enfermiza que navega en mi sangre rara vez se atreve a hablar. Apenas se exterioriza en círculos concéntricos cada vez más amplios, en la discreta periferia que oscila en mi entorno. Oscura y secreta, masiva y central, se agazapa y ruge en la íntima quietud del alma, en el silencio y la noche de la escenografía externa. Sólo en mi pecho se oficia esta liturgia privada, y a cada sesión, se destruye y renueva su alfabeto, que hoy ni yo mismo sabría descifrar. Pulsión que corroe su propio instrumento, afán que sitia y jaquea su propia sede… Un mal que no conoce terapia ni redención y lleva siglos incubando en un cuerpo al que hace sentir joven. En ocasiones, escribe poesía: la estás leyendo.

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Insomnio

Cesa ya la noche infinita y cesan con ella los mecanismos del mundo. Se detienen las nubes y la sangre en los cielos y en los animales. Las órbitas celestes distorsionan, se anula el lento divagar de los planetas. Las estrellas desconocen el álgebra del cosmos… Todo se niega a perseverar y seguir. Cesan los ecos de multiformes contiendas, y los clamores, y las maldiciones. Las criaturas se mueren para volver a nacer. Se imponen el moho y la parálisis. El fuego se congela en estalagmitas incandescentes. Y todo es cementerio ya. En esta sombra cesan todas las cosas menos yo, que, incólume, no ceso.

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Piedra sobre piedra

Piedra sobre piedra sobre piedra… Los hijos del sol vinieron a montar un imperio, y en sus ásperas palmas traían piedra sobre piedra sobre piedra. La absurda máquina les trepidaba en el pecho y les dictaba vaticinios insensatos. No los oyeron: siguieron la opinión de la roca o el juicio del cielo, latentes en la garra del puma, en la pluma del cóndor, en la dermis del ofidio. Suyo era el pasado, vacío de leyes, y suyo era el presente, ávido de reyes; no el escabroso futuro, en cambio, que ya estaba ocupado de antemano. La selva fue el santuario y el cerro, cuna de esta nueva violencia organizada, de esta piedra sobre piedra incontenible, de esta joven bestia colorida. ¿Existe el apogeo, o es tan sólo un fruto esperanzado de la comparación? Como sea, puma, cóndor y serpiente sucumbieron al espíritu de odios ancestrales. Como sea, las lanzas y el oro se inclinaron ante la sombra macabra de la inquina, que funde aun los más fieros metales. Un día 89


llegaron hombres blancos con otras ideas sobre cómo hay que matar a las ideas, y vinieron muñidos de otras armas, y vinieron asistidos de otros dioses. Y entonces, estalló la guerra. Y entonces… Piedra sobre piedra sobre piedra. Cuzco

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Más máscaras. Lírica cáustica (2015)

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Al abandonar un hotel

Aquí sólo estuve de paso, no tuve tiempo de considerar si acaso fui feliz o desdichado: lo mismo daba. Aquí, pese a haberme identificado al ingresar, no fui nadie. Aquí experimenté la sosegada humillación de ser un número, una abstracción que conocen prisioneros y enclaustrados. Aquí usé lo que todos usaron: no pude elegir nada. Aquí no fui llamado, buscado, reconocido. Mi existencia se circunscribió a una estrecha habitación y un desayuno que vanamente se esforzó por compensar calidad con cantidad. Aquí el baño me resultó una plaza hostil, no un remanso. De aquí me llevo apenas mi equipaje y un souvenir involuntario. La vida es un tránsito necesario y ahora, al mirar atrás, veo este edificio estereotipado y comprendo, algo perplejo, que cuanto espacio abandono se desploma en el acto: el aquí se traslada conmigo como un campo de fuerza que irradia desde mí o que me encierra, como un súper héroe o un insecto. Dejo la llave en la conserjería.

Ciudad de Mendoza

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Matar suicidas

Con toda sinceridad: yo mataría suicidas. Tendría el gusto y el honor de poner fin a esa forma singular de pusilánime miseria. Los atacaría in fraganti, les ahorraría angustia, y me proveería de anécdotas desopilantes, para contar ante nietos que no tengo o en eventos a los que no asisto. Hay tanto Hamlet improvisado dando vueltas… Con sólo una certeza, la decisión de la víctima, me apersonaría in situ y pondría manos a la obra. Sería siempre una sorpresa inoportuna, un aguafiestas que elige horario y arma de comisión del delito; el auténtico hecho funesto habría sido algo distinto, y habría sucedido recién al momento del rigor mortis. Conmigo los suicidios ya no serían de noche: la gente se quitaría la vida a toda hora, y los forenses computarían accidentes rutinarios. A alguien deprimido lo fulminaría un cortocircuito, y un embarazo indeseado acabaría en una asfixia: causas, móviles, motivos que encajan en un expediente y que no alarmarían ni al mismísimo ángel de la muerte, que a todo esto se habría retirado del oficio y estaría considerando volarse la tapa de los sesos. Sin mi ayuda, por supuesto.

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Humor negro

Lo políticamente correcto sería ultrajarte. Tu miseria pide a gritos un rigor para el que no me siento apto. No soy mejor: sólo estoy harto y hace mucho que renuncié a asesinarte. Tus mentiras han perdido su sabor. Éste es mi arte: tus infartos acumulan una deuda de dolor que tengo el honor de recordarte con este cáustico y eufónico artefacto. Lo poéticamente perfecto sería insultarte, pero en cambio te propongo un pacto: el negro testimonio de mi humor.

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Tres reencarnaciones recientes (traducciones)

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Un sueño en un sueño, de Edgar Allan Poe

¡Toma este beso en la frente! Y ahora, que estaré ausente, déjame pues que te cuente que no erraba tu intuición: mis días un sueño son; pero si huyó la Esperanza con más o menos tardanza, a la vista, o escondida, ¿está entonces menos ida? Lo real y la ficción un sueño en un sueño son. Frente a una mar tormentosa, en una orilla lluviosa, acaricio entre mis manos de dorada arena granos… ¡Qué pocos son! Y aunque oprimo mis dedos, no los redimo, mientras gimo… ¡mientras gimo! ¡Ay, Dios! ¿Acaso es en vano apretarlos en la mano? ¡Ay, Dios! ¿No puedo salvar ni a uno en su cruel rodar? Lo real y la ficción, ¿un sueño en un sueño son?

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La palabra, de Stefan George

Milagro lejano o sueño Traje al confín de mi suelo Y aguardé a que la gris norna El nombre hallara en su fosa Pude asirlo denso y fuerte Por la marca hoy resplandece … Tras buen viaje arribé otrora Con rica y selecta joya Buscó mucho y me dio aviso: “Nada duerme aquí en abismo” Con lo que huyó de mi mano Y en mi suelo no hubo lauro … Renuncia aprendí con pena: Sin palabra nada sea.

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El infinito, de Giacomo Leopardi

Siempre caro me fue este yermo risco, y este seto, que por tantos lados del último horizonte al ojo excluye. Mas sentado y mirando, interminables espacios más allá y sobrehumanos silencios y una hondísima quietud finjo en mi mente, donde por poco no se espanta el alma. Y cuando al viento oigo zumbar entre el follaje, ese silencio infinito voy a esta voz comparando, y recuerdo lo eterno y las estaciones muertas y la actual y viva, y su son. Así, en esta inmensidad se anega mi mente: y el naufragar me es dulce en este mar.

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Tres sonetos inéditos

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Ajedrez (Soneto clásico)

Regida por antigua arquitectura no hay pieza que vacile en el tablero. Es vértigo el que insufla el casillero con ansias de lanzarse en singladura. La ardua y aparente jerarquía remeda una obediente grey humana, pero ¡atención!, es disciplina vana, que entre cada componente hay simetría. Ganará del futuro el agorero. Se impondrá al final la cifra ufana de quien domine matemática y cordura. Pues no es ludibrio una lid que desafía al raciocinio al eventual guerrero por ver si mudo y sin violencia acaso gana.

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La canción que las sirenas cantaron (Soneto caudado) La canción que las sirenas cantaron… la escuché mil veces en mi vida. El hábito imprimió la melodía en oídos que nunca naufragaron. El canto seductor de las sirenas me abstuvo del suplicio del galeote, y todo fueron sueños y fue noche la jornada laboral llena de penas. Le debo a las sirenas este celo con que al agobio de la praxis huyo para abismarme en voluntario goce. No fueron las sirenas mero anzuelo sino una miel con la que hoy restituyo las amarguras que el sudor conoce. El uso y el provecho: puniciones que se extinguen cuando bellas canciones restañan nuestra carne y nuestra mente y la inundan con tonos elocuentes. El suave sortilegio de esos sones apacigua nuestro brío más vehemente y aviva corazones, dulcemente. 106


En el cementerio (Soneto parco)

Trémulas cruces trazan el legado de nuestros pobres congéneres ya idos. Pálidas luces y ningún sonido recubren este mundo sepultado. El aspecto de jardín no basta para ocultar la fúnebre evidencia, y tan torpe disfraz de tanta ausencia envilece una escena ya nefasta. ¿Hubo gente donde ahora hay pasto? ¿Fue carne tibia lo que ultrajan larvas? Exiguo es el sepulcro, el mundo, vasto, y ante la Parca yacemos como parva.

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NATALIA LEIDERMAN (Poemas inéditos y selección de los poemarios Animales dorándose al sol y Stařenka)

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Animales dorándose al sol (2016)

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los mejores poemas

los poemas pensados un segundo antes de dormirme de acabar de morir seguro fueron los mejores los poemas que arremetieron insectos salvajes cuando menos lo esperaba me cruzaron el cuerpo de lado a lado me abultaron la carne me inquietaron: un gusano brillante en el cerebro la eléctrica voz de un condenado me dijeron estás viva y después plop se disolvieron furiosos en el aire

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equilibristas

somos equilibristas buscamos la mayor cantidad de placer la menor cantidad de dolor dijiste y ahí estamos caminando en lo alto por un hilo radiante aunque el amor no es cosa mesurada y vamos a estallar como bichitos al sol todo está bien todo está bien entre nosotros.

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sin demasiado fuego de artificio nos amamos, sí pero lo decimos pocas veces sin hacer ostentación del brillo levantamos la cabeza para respirar mientras nadamos voraces pero instruidos la masa dulce leva de a poco tomo el té, escribo haikus hago florcitas de papel no hay la urgencia de las grandes ciudades hay un constante acariciar el lomo de un animal perfumado si hay hambre, que espere soy todos los días santa y lenta una trapecista que busca con cuidado el momento preciso para dar el salto.

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Stařenka (2019)

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para acercarse a ella se precisa la misma delicadeza, la misma previsión que para acercarse a un gato oscuro movimientos lentos, casi invisibles el complejo arte de copiar su lentitud su ausencia volverse gato de a poco, cambiar los hábitos el pelo y nada de ternura cualquier tentarse con su pelaje cualquier conmoverse con su intemperie azulada cualquier torpeza deriva en el estrépito el salto la fuga.

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a veces hay rastros de magia

la abuela hoy duerme como un animal plácido elongado, y cuando busca algo en la heladera algo que está muy abajo y al fondo y tiene que agacharse, me sorprenden su destreza sus piernas de catorce años cuando come chocolate, juega con el tesoro lento en la boca y la lengua y los ojos le refulgen teje sin parar, como una autómata, sus manos moviéndose como dos adolescentes desveladas, me pregunto si así como seguirá creciendo su barba seguirán tejiendo sus manos después.

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cuando aparecí con la cámara de fotos ella tejía y de repente paró alzó los ojos enormes, celestes, saturados y me dijo: qué vas a hacerme.

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otros días nos llevamos bien por ejemplo hoy que me dice palabras en checo le pregunto: cómo se dice pájaro- pták y cómo se dice frío- zima y cómo se dice amor- láska me pregunto si es posible elegir qué momentos recordaremos a los once años tuve ese poder: estaba en mi cuarto y dije quiero acordarme de este momento por nada en especial, solo para probar si funcionaba hasta hoy, lo recuerdo pero ahora que quiero retener algo importante ahora que estamos entusiasmadas que nos une una especie de baba cósmica, de luz ¿cómo hacer?

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después de un mes le volví a preguntar por algunas palabras quería saber cómo se decía vida cómo se decía gato cómo se decía dios se quedó pensando cerró los ojos, es decir cerró un ojo completamente y el otro a medias y como si entrara en un cuarto después de un bombardeo, buscó pero no pudo encontrar nada y me pidió que la dejara sola las palabras que yo quería no volvieron pero cuando cenábamos, de pronto salió del cuarto en ruinas con un tesoro pequeño me dijo: stařenka significa viejita.

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(Inéditos)

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la lluvia que me sanaba ahora es la fritura de mi desvelo suena como telón de fondo ya no como canción de cuna ya no como hechizo ¿así va a ser? ¿todas las cosas irán perdiendo su efecto?

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¿ya se cierra la temporada de poemas de amor? si era tan linda la plenitud qué linda era: nos embriagaba el aroma a permanencia a cristalito a conejos perfumados parecía inconmovible pero los amores son manchas tatuajes que refulgen por varias noches, sí y después se apagan no nos pertenecen habrá que aprender entonces a cargar con los restos el óxido y el barro las oscuras resonancias.

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LAURA VACS (Selección de los poemarios Mar de rincones y Velocidad crucero)

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Mar de rincones (2019)

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Oxígeno

El pasado me busca cual fugitiva. Sobre la mesa extiende un plano y prepara estrategias de captura. Sale a la caza en formación atomizada pero a medida que avanza se congela. El éxito de tu cacería también es el mío, pasado: te alimenté de vida y me permití abrir tus tesoros escondidos. Cada vez que tocás la puerta mi máscara de turno te recibe, te acaricia, te derrite, y convierte tu enojo en oxígeno; ese que atiza el fuego de mis vetas vocacionales en el hogar donde conviven óleos, palabras, y persistentes incógnitas.

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Me robaron el animal. O lo perdí, no sé. Perdí la preciada bolsita de tejido laminar donde uní mi reservorio de infancia. El deseo también lo perdí; la postura digna, la libido. El animal no tiene nombre -por si lo buscan, es puro animal de mi cuerpo cuerdo, locura de mi mente cuerda; vitalidad, baile, juego que venía de ahí, de mi bolsita miocárdica... Pero encontré a Tomás, mi querido chamán. Él pudo, al menos, descifrar lo que perdí...

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Oigan, por favor; no se confundan: yo pinto con cuchillos. No le pidan lo mismo a mis palabras. Déjenme, por favor, ser amable en la cadencia del idioma. Solapar en la escritura el poderoso filo de mi espátula. Usar colores melodiosos, moldear la materia sin contrastes. Pero no se confundan, la moneda es la misma: ir hacia el reverso de lo encantador puede cortar el ojo del lector vulnerable.

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Estoy segura Doce pisos más abajo, a cien metros de aquí, un niño llora. No puedo verlo ni escucharlo. Pero allá va su globo desafiando a Newton, surcando en sincronía el cielo y su pequeño corazón.

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No quiero ser huérfana de pájaros ni de pastos inquietos ni de fuego tierno, no quiero perder la vista lejana de las curvitas tras el río veladas por el aire húmedo, no quiero mensajes descartables interrumpiendo esta tarde de cielo enrulado y canoso y también rosado y violeta... Solo quiero hacer un fueguito. Eso, y dar un par de pinceladas airosas sobre el cartón celebrando el placer de lo inútil... Eso, mientras los pastos beben desde abajo el agua que regaló la noche y los pájaros ejecutan las partituras del día. Nada más...

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A la primera se la llevó el río. A la segunda el viento. Mi padre - testarudo, apuesta por una tercera. Crece de a poco la nueva palafita y hoy veo nacer ventanas que enmarcan las orillas del otoño. ¿Cuántas estaciones pintaré a través de ellas? ¿Será ésta, finalmente, la vencida? Cómo cambia todo dos metros más arriba; arropados de madera, hierba seca y paisaje entrecortado. Gracias, padre, por insistir en levantar este refugio las veces necesarias para respirar para siempre -cada tanto, el aire del río dos metros más arriba.

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Falla geológica; eso soy hoy. Quiebre por donde huyó el hálito de mi ADN. En su lugar reinan toneladas de vacío. Quisiera mecerme en un poema hermoso que no refiera a nada, levitar sobre la irradiación de su enigma. Estar en la orilla de enfrente hasta, finalmente, ser esa orilla.

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Una marquilla de Parisiennes. Una servilleta y en birome escrito: "Do you know where you going to?". Una nota de apurada caligrafía, que reza: "El laurel que te puse en el placar es para las polillas. No te olvides de darle de comer a Perica. Soñé que estabas jugando a las bochas con el abuelo. Besos, mamá". Varios tickets de bares. Una mancha de café. Todo eso fue apareciendo entre las hojas de la Obra Poética de Joaquín Giannuzzi; destellos de vida de su lector anterior que me la vendió por internet y que no dudó en venderme, también, su intimidad

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Existen nombres marcados a fuego por la impronta de sus nombrados: Roberto Juarroz, por ejemplo, lacrado verticalmente por la poesía. Marco Bellocchio, por la sangre de su sangre. Vincent Van Gogh, por el emocionante torbellino material de su pintura. Y así tantos... Otros, muchos más, son tan cotidianos como el despertar, como la imaginación de un niño, o una sopa de abuela. Son esos que sonríen satisfechos por encajar tan bien en sus portadores, y caminan junto a ellos formándose a cada paso. Y existen otros nombres, tristemente despoblados..., casi transparentes, agotados en su esfuerzo por hacer alguien de ese ser que les tocó en suerte; y jamás lo logran…

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El cuerpo no deja de enviarme mensajes íntimos: fragmentos de temperatura incompatibles con el contexto. Pies fríos, manos frías..., ¿quién no? Es parte del folklore de los mal sangrecirculados. Pero los hombros..., ¿por qué los hombros cada noche del año? Mis rótulas esféricas resplandecen de frío; hielan, a veces. Ni el velo de la música ardiente logra cubrirlas de hogar. Si por fin llegara ese abrazo...

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Muévete y cada instantánea reflejará un atajo que muestre tus años. Habrá una que será la del camino largo, la que cantará una cantidad insospechada. En ese instante serás admitido como quietud, reconocerás tu morada y lo genuino se detendrá en tu mano. Librado de las reflexiones afinarás tu vivencia con el diapasón de la metáfora y una imagen hablará por vos, hasta que se desate la tormenta.

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Hay algo en la voz que no es el habla; un decir ajeno a las representaciones. Ni canto ni grito ni queja. Tragos de aire tomados en reversa desde las entrañas desprendiendo trozos de alma enredada entre tanta fisiología. Hay oídos para esa voz dispuestos a desbaratar sus semióticos laberintos y, finalmente, escuchar.

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Tórax Abrir las costillas y respirar. Sean elásticas, muchachas, que viene el box de las palabras. Sosténganme cuando de reojo canto hacia donde voy. Acompáñenme siempre abiertas y atentas hasta la primera fila. Y guarden calentito y listo el aire que llevará mi voz hacia no sé dónde ni hacia quién..

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Velocidad crucero (2011)

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Instantánea I

Vuelan los manteles y las servilletas. El perro tiembla agazapado, redobla el galpón y gritan los pájaros; se inclinan los árboles, los pastos bailan poseídos. Espadazos eléctricos desgarran el cielo, las rendijas silban partituras terroríficas... Acá en el campo nos envuelve la tormenta al mando de su generala: la sudestada

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Instantánea II

Una manada de hombres inunda el patio. Afuera, mi cuerpo yace combado en la hamaca paraguaya. Me rodean cortezas añosas y miles de hojas vibrantes. Veo el rosal florecido, la bicicleta bajo el alero, tejas nobles y paredes sufridas; huelo el mar... Sin embargo, el molino enloquecido grita mi corpórea intuición: todo es viento.

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Instantánea III

Miércoles 13 de enero de 2010, terremoto en Haití. La página web de uno de los principales matutinos despliega noticias sobre lo ocurrido: "colapso del sistema de comunicaciones... miles de internautas utilizaron Twiter, Facebook y Youtube para relatar lo sucedido..." Y resalta en negritas: "seguí el desastre en Haití en tiempo real" ¿Hará falta aclarar que lo único real de este tiempo es la desvergüenza?

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Caza subterránea

Bajo la superficie urbana miles de personas nos amontonamos en convoys importados de la china. Vamos y venimos envueltos por sonidos de hierros chirriantes, silbidos de atención y soplidos neumáticos de puertas. Mentes dispuestas a volar por pensamientos, cuerpos quietos transportados, a veces amasijados... Los receptáculos bamboleantes bien pueden transformarse en bibliotecas, y una silenciosa confraternidad de lectores ahuyentamos esos pensamientos voladores con la vista reposada en palabras que fueron escritas por otros. La curiosidad me invade cada tanto, y mis ojos abandonan los papeles propios para hurgar en los ajenos. Pero no me detengo ahí, y cuando puedo tomo mi libreta y anoto agradecida títulos como estos: Manual de conocimientos aeronáuticos; Estática comparativa para una Industria competitiva; Justicia Pensional y Neoliberalismo; Cardiopatías congénitas; Sistema de inyección electrónica para camiones; Implantología contemporánea; La conducta impulsiva del niño sordo; Historia de la Música I; Transferencias y Estructuras Clínicas; Construcción reparación y mantenimiento de tejidos; El niño y el significante... ¿Cómo no agradecer las múltiples inclinaciones personales que hacen posible el canje de aptitudes necesario para enfrentar el mundo? Sobre todo yo, que porto un libro de poemas...

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Instantánea sonora

Los últimos cuartetos de Beethoven; sí. También su extraordinaria Sonata opus 111. Los lieder de Schubert y las Gymnopédies de Satie. La voz de Sinatra y la desgarradora de Piaf; por supuesto. La exquisita ternura de George Harrison. El Zorzal Criollo cantando Volver... Pero no hay consonancia más perfecta que la provocada por la huella del descubrimiento adolescente: escuchar a todo volumen ese himno insustituible de Pink Floyd, llamado Comfortably Numb.

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Instantánea anecdótica

La desesperada búsqueda de un título me lleva a recorrer páginas inusitadas. No me pregunten porqué acabo de recurrir a un libro de instalaciones [eléctricas con el que estudiaba en la Facultad de Arquitectura. En la página 188 hay un párrafo marcado por mí con un enorme signo de pregunta a un costado, como evidente muestra de la dificultad que tuve para entender algo así [como el funcionamiento de un "par suplementario" -llamado par de engancheque obliga a un motor a pasar al sincronismo... Más de veinte años después dibujo una nueva interrogación: ¿Hubo acaso un momento en el que entendí de ese libro todo lo demás?

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ANDREA ESPADA (Selección de poemas de Pena de Pájaro y un poema inédito)

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En la intimidad de mi bien y mi mal abro la jaula a los leones y a las hienas las serpientes abren sus ojos y zumban las avispas del infierno. Estoy sola y todavía más sola los dioses abandonaron las voces de nadie proliferan, abren grietas en el techo. Tiembla en la rama el pájaro negro su sombra en mi sombra es una, cuerpo que arde y sopla el viento todavía puede arder más. El tren en el que viajo está hecho de palabras, palabras viejas en las que me hundo.

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Cuando llegue la noche la distancia será de agua, la orquesta perecerá en la barca de barro donde anudados viajan nuestros sueños. Seremos nadadores precoces en el mapa del llanto invisible

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Cuando desaparece el sentido de las cosas y solloza el corazón lágrimas de ámbar vuelvo en mí y repaso como una vieja canción aprendida los vestigios que me regalaron esta ventana. Llevo rocas de granito en los bolsillos para no olvidar la gravedad y su lírica. El latir de las conchas en mi mano convierte la claridad en pandemia, apenas dóciles fragmentos de una cosecha tardía -su mañana dura y quebradizaTomo un vaso de vino para mermar la astrología la retahíla entretenida el monólogo del hambre… ¡Ya sé que viví en el mundo real!

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No se puede huir del cemento que tapia las ventanas de la casa de verano menos del divorcio con tu padre ni de la tormenta que llena tus ojos de arena. No se puede ahuyentar al ensordecedor silencio antiguo como los dientes, azul como el anonimato de la aurora. Melodía de plata que anochece sin testigos y rebana el sabor dulce del abrazo. No se puede separar a la mosca de la fruta ni al gusano de la tierra -consecuencias ambulantes del latido supremosu realidad fértil no se agita sólo para servir de alimento al buitre. Sécala al sol -llaga profundalibera su hambre -dueña y sirvientahaz de tu herida una ofrenda.

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Castilla

Un paisaje sin virtudes peligrosamente solitario su refugio es la memoria al mirarlo te hace daño. El gobierno del cielo se lo traga. Árida inquisición del viento que no tiene donde esconderse, su ánimo desalentado amenaza la herida descubierta. El árbol es una isla el mar la tierra roja, en ninguna parte duerme la duda. Una tinaja sin agua no es una tinaja y menos lo es sin vino

la bota.

El punto negro en el horizonte es el hombre que avanza, su espalda arqueada se cierra al sol, esclavo de su sombra, camina el labrador. Los yermos del hoy ayer fueron patatas y lentejas y se guisaba, 161


y había lumbre… Tiempo infinito para sembrar.

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Los nervios que me contienen (poema inédito)

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Los nervios que me contienen de cera y cristal deshacen mundos reflejan mundos envenenan aciertos y corren buscando el refugio solar. La luz siempre nos salva y nos flagela el orden de las cosas, cómo llamarlas: gran maquinaria, tal vez universo. La hierba seca arde decías quiero regar los surcos donde el silencio. Los nervios que me contienen son un reloj, el reloj de mi cuerpo marca las sombras que mi alma dilacera : creo en mi alma detengo todos los relojes ante el sutil brillo de la luna sobre los naranjos y la tierra —dónde está— : el ojo humano a todo se acostumbra el árbol quiere ser árbol las nubes sólo pasan, es una forma de respirar. 165


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ROCÍO WITTIB (Fragmentos de 35 veces vamos a hablar de la misma mierda)

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35 veces vamos a hablar de la misma mierda (2021)

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La poesía es el animal lento del lenguaje camino hacia ti pero nunca llego no sé si estoy haciendo lo correcto pero estoy siendo sincera la poesía es algo un tanto confuso solo podemos aferrarnos al enigma que somos hace rato hemos dejado de entender el mundo la poesía es tiempo y arde escribo con ayuda de los pájaros, no hay otra manera va a amanecer.

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la poesía es algo irreversible mientras no cambien los dioses nada ha cambiado la poesía es algo que no necesitamos saber lo que es nunca comprenderás por qué necesitas huir no hay nada que recompense la fe la poesía es una ilusión absurda yo sé muy bien lo que amo no me castigues

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la poesía es un conjuro para construir mentiras cuando escribo recuerdo estoy cayendo en los anhelos de la noche la poesía es un animal en busca de guarida seguiré mordiendo el deseo no me asusta el dolor la poesía es una promesa hostil si me das un buen motivo diré que soy culpable

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la poesía es una cruz sobre mis hombros ¿cuánto más podré soportarla? podemos negociar la poesía es una sarna que nos rascamos con placer me río sola esta miseria es mi revolución la poesía es una forma de asumir la derrota te estás arrepintiendo, ya lo sé todavía estamos a tiempo

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la poesía es aquello que sin embargo perdura fue perfecto no podemos negarlo la poesía es un vicio como resistir soy donde tiemblo me repito la poesía es el significado de una palabra que no existe nos hemos inventado todo la verdad es una lotería

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la poesía es algo que casi nunca es cierto no puedo salir de este bucle cógeme la mano, llévame lejos la poesía es el puente que no existe ¿tú a qué lado estás? mi aquí no tiene nombre la poesía es la eternidad de una palabra me has hecho una pregunta que no consigo olvidar y otra vez eres tú la respuesta

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NARRATIVA

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Obertura Por

JUAN MANUEL ONTIVERO

Men usually become bad by degrees. But I let all goodness fall from me in a single moment, as if I had dropped a coat. Edgar Allan Poe, William Wilson

I

Eran las tres de la mañana cuando Lucas escuchó los ruidos en el techo. No había dormido la noche anterior y creyó, en su insomnio astillado, que eran los gatos, como casi siempre: gatos peleando. Intentó, 179


en vano, volver a dormirse, mientras los golpes metálicos le salpicaban al fondo de la cabeza. Cliank-Cliank-Cliank. Parecían cuchillos afilándose en el aire. Suavemente apagó la luz del velador, se levantó y caminó hasta la habitación de los padres. Contra la puerta cerrada, apoyó la oreja en la madera hueca y carcomida. El anciano roncaba, seguramente encorvado, o boca arriba: un ronquido apabullante. Cómo la madre podía conciliar en esas circunstancias el sueño. Abrió tímido la puerta y la vio al lado del padre: de costado y en posición fetal, miraba un punto fijo al fondo de la oscuridad, tal vez hipnotizada por el polvo y el fétido olor a podrido que hacía días recorría la casa. Cerró rápidamente la puerta, sin evitar el crujido metálico que denunciaba la total falta de mantenimiento con aceite o grafito. Caminó en silencio y a los tropezones por el pasillo oscuro, como queriéndose agarrar de las paredes, hasta la cocina, donde por fin se sirvió agua. Mientras inclinaba levemente la jarra transparente y fría hacia el vaso, rememoró las vicisitudes del día: el padre había regresado más temprano del trabajo y no había hablado nada a la mesa, durante la cena; ni siquiera había comentado algo acerca de la comida ni del tiempo, sino que se había ensimismado y había dejado caer un velo negro sobre la cara, impidiendo que nadie abriera la boca más que para llevarse un cucharón humeante de estofado de pato. La cara del padre reflejaba una amargura descomunal. Había tenido problemas, de nuevo, con el patrón. O tal vez sólo se había puesto a pensar, como venía haciéndolo últimamente, en sus días pasados. La madre, mientras tanto, levantó como pudo los platos de la mesa, y preguntó —sin mirar— por el café, si alguien quería. Detrás de su espalda apenas arqueada, Lucas se encontró con su propia mirada, reflejada en el vidrio de la ventana que daba al jardín de adelante. Quiso hacer algún gesto que cuestionara la cansadora confusión de la madre: sobre la mesa había puesto cuatro platos, cuatro vasos, y cuatro juegos de cubiertos, en lugar de tres vasos, tres platos y tres juegos de cubiertos, pero entendió que lo más conveniente era quedarse quieto. Bien callado, nada de preguntas. El padre terminó de comer y se fue, rápido, a su habitación, mientras él, tranquilo y con el brazo derecho extendido sobre la mesa, contemplaba 180


como las gotitas diminutas que salían del vaso de soda saltaban y estallaban irregularmente en el aire. Acercó la nariz al jarro de lata y no hizo ningún ademán, ninguna mueca. Nada. Sabía, o creía adivinar, cómo eran esos días.

II

Siete años atrás, don Aarón le había ofrecido a su padre, junto con el trabajo de peón-encargado de la estancia, la casa contigua para que se mudara con la familia. Era una casa chiquita, con apenas dos habitaciones, una cocina-comedor y un amplio patio, que era el campo. El baño estaba afuera. Una escalera de hierro subía —con un descanso intermedio— hasta la terraza, y un aljibe, al fondo, aún mantenía la cadena enroscada al hierro sosteniendo el balde, que antes había servido para mezclas de cal, arena y agua. —Ese pozo hace añares que está seco —le dijo la doctora Cavalcante al padre, cuando fue a conocer la estancia. Observó que la mujer llevaba una chaquetilla blanca. Probablemente trabajara en el hospital del pueblo. —La inundación llega cada año, año y medio. Puntual —dijo el marido— y no hay forma de que el pozo se llene. Pero quedate tranquila. No va a ser ningún problema. Acá llega bien el agua potable. Agregó que la laguna que en el pueblo llamaban «el Posanjón» se desbordaba por las aguas que desembocaban del río Ctalamochita, y hacía desastres. Más allá, el patio se convertía en una extensión de campo que no quería terminarse nunca. Como un río que finalmente se apura a desaparecer en el mar. Las paredes internas de la casa —a diferencia de las de afuera— estaban despintadas y unos lamparones largos y oscuros de humedad se extendían por casi todo el comedor llegando incluso hasta las habitaciones. Un cuadro oval con la fotografía amarillenta de un niño colgaba en la cabecera de la cama, en la 181


habitación de los padres. El vidrio estaba carcomido por la tierra. Era el único cuadro. Algunos muebles viejos y unas sillas destripadas con el tapizado descolorido despedían un polvo gris. La madre estornudó dos o tres veces antes de entrar a lo que sería su habitación. Todos, dada su antigua situación, parecían más que conformes viviendo ahí, en el campo. El padre acomodó algunas sillas, las sacó afuera, las lavó un poco con un trapo viejo amarillo que encontró medio podrido al lado del aljibe, y luego las entró con sumo cuidado y con la boca arqueada para abajo, mirando hacia el piso, como concentrado en un trabajo específico que requería una preparación sumamente molesta que él —ahora— exageraba. Hasta que se establecieron, o se acostumbraron a la incomodidad, la madre se ocupaba de la comida casi todos los mediodías, mientras que el padre, apenas llegaba del trabajo —generalmente a las puteadas, rezongando— abría la heladera y se servía un dilatado vaso de vino. Aunque ahora la familia era menos numerosa, el padre trataba de pasar el menor tiempo posible con ellos. La mayoría de los días estaba borracho y cada tanto se metía al corral a perseguir y maltratar a los chanchos. Les pegaba puntapiés debajo del estómago y los animales se defendían corriéndolo, amenazándolo con los dientes. Terminaba saltando el alambrado, riéndose, todas llenas de mierda las botas. La totalidad de sus problemas se había agravado a causa del accidente digamos inesperado de su esposa. Sin embargo, Aarón, que sabía cómo debía tratar a esa clase de gente, para la fiesta de navidad mandó al padre, a los gritos y al rayo del sol, a limpiar lo que había quedado a la intemperie, en el patio: botellas de sidra y caña, limones en mitades teñidos de un color negro-vino, cubiertos irregularmente de hormigas coloradas, cáscaras de papas, bananas, huesos de pollo y de vaca, y frutas varias. Se fue diciéndole que no faltara más para las fiestas, que la próxima se la cobraba bien cobrada, descontándoselo del sueldo. Y el padre no podía decirle nada, aunque quisiera. Tenía que callarse bien la boca. Bien calladito. Sobre todo porque no podía olvidarse del favor un poco incómodo que había tenido que pedirle a las tres, cuatro semanas de 182


haber llegado, con el problemón ese del aljibe. Una tarde, mientras Lucas jugaba con su hermano a las escondidas en el patio, el padre iba ya por el quinto vaso de vino. Derrumbado sobre la reposera, pidió con amabilidad etílica a su esposa que le alcanzara hielo. Cuando la mujer atravesó no sin graves dificultades el patio, la pierna se le hundió hasta la rodilla en la tierra blanda que rodeaba la casa. Eran las napas que habían subido por la última inundación. El olor aturdía; como una luz negra cegándote, anulaba los otros sentidos. Tardaron más de tres horas en sacarla, con ayuda del hijo del patrón, y ni así la madre dejó de lamentarse con inéditas y esforzadas hipérboles de su propia existencia. Cuando por fin pudieron calmarla, el padre caminó como pudo hasta la cocina, con el vaso de vino en una mano y un cigarrillo en la otra, medio a los tumbos, donde encontró a Lucas debajo de la mesa, con la cara metida entre las rodillas, sentado contra la pared. Le preguntó por el hermano y Lucas movió la cabeza hacia la derecha y luego —fuertemente, también— hacia la izquierda. La madre pudo convencerlo para que se levantara y saliera del escondite. Caminó visiblemente afectado, con la cabeza gacha, hasta la puerta de salida, mientras los padres lo seguían por detrás, insultándolo entre dientes, amenazándolo, recordándole lo poco que les importaba su llanto. Lucas llegó hasta el pozo del aljibe. Primero se asomó el padre. Lucas no quiso mirar. Muy al fondo, a través de la oscuridad y el frío primitivo del pozo seco, se veía el cuerpo estampado del hermano. El padre se pegó en la frente con la palma de la mano y cayó de golpe con las rodillas al suelo, sin soltar el vaso de vino. Emitía una leve queja, como si a la vez implorara algo. La madre, que se había quedado a unos cinco metros, repetía una pregunta entrecortada por un hilo finito de llanto. Penetraron en el pozo con una escalera que pidieron prestada al hijo del patrón, y cuando encontraron al hermano con la cabeza vuelta hacia un costado, la cara blanca aún por las pocas horas que llevaba muerto, se quedaron callados. Parecía que no volaba una mosca, aunque esto no era del todo cierto: el zumbido de los insectos era constante. Lucas vomitó sólo cuando vio el hilo de sangre negra salir lento de la boca de su hermano; el hilito continuó hasta el piso, y formó 183


un charquito de líquido negro y maloliente. El padre se paró de inmediato y se llevó las manos hacia la cintura; los pulgares apuntaban hacia arriba. —Esto no puede quedar así, esto no… esto no puede… ¿Me entendés de lo que te hablo? ¿Me entendés, eh? Lucas quiso levantar la mirada cuando el bofetón a mano abierta se le encimó sobre la mitad de la cara. La sangre germinó casi enseguida del labio inferior. El padre le había enterrado una cachetada y lo había dejado tumbado en el piso, pataleando luego para defenderse de los puños y el llanto hueco del padre; lo escuchaba gritar dos o tres veces la misma pregunta: «¿dónde estabas, hijo de puta?». El pozo del aljibe se había convertido, según comentó el padre al patrón unas horas después del accidente, medio a los susurros y con el mate amargo temblándole en la mano, en un peligro para toda la familia —comenzaba a derrumbarse y podía tragarse a alguien—, y el patrón, solícito, lo escuchó y lo entendió y adivinó el gesto, y al otro día nomás hizo venir al camión hormigonero. Había sido un accidente, sí, eso don Aarón lo entendía, pero ¿no podían ser las napas? ¿y por qué no le querían decir a nadie? Unos viejos amigos de la cementera del pueblo taparon, sin preguntar, el viejo aljibe. Para finalizar, aplanaron el cemento con unas palas. Antes de que se secara del todo, Lucas escribió sus iniciales. Uno de los obreros, con las manos apoyadas en el mango negro de la pala, miró por largo rato al padre y le dijo: —Si no lo tapábamos, en unos años se la iba a tragar entera a la casa el pozo este.

III

Lucas se sirvió el segundo vaso de agua, mientras la tormenta aún se tardaba en llegar y los ruidos metálicos insistían en abrir la noche y el sueño. Aunque hacía dieciocho años que vivía con los padres adoptivos, 184


no les había contado nunca lo del sótano. Lo había descubierto solo, mientras jugaba con soldaditos verdes de plástico, sobre el piso de madera, y se le ocurrió aleatoriamente —no se acuerda por qué— mirar debajo de la cama, una tarde, caminando en círculos, fusilado por el aburrimiento simétrico ofrecido por la lluvia durante el otoño, en el campo. Una argolla de hierro negro seguía el camino de la gravedad hasta el piso y mostraba la hipotética puerta. Antes de levantarla —Lucas la veía más como una tapa cuadrada (o trampa) y no tanto como una puerta—, llamó a su hermano y le comunicó como pudo que ése sería el secreto de los dos. Juntó las yemas del índice y el pulgar y se los pasó varias veces por los labios cerrados, de izquierda a derecha, de izquierda a derecha. Bajaron por la escalera de piedra gris labrada: al principio no había nada de inusual, salvo por unos tachos oxidados de doscientos litros con el logo de Shell. Les dio risa que hubiera tantos cuadros ovales colgando en el sótano, con fotos de diferentes niños, también amarillentas. Cada uno tenía un peinado extraño, una vestimenta extraña, como de un tiempo ya extinguido, irrecuperable. La expresión de esos rostros fotografiados les causó, luego, un temor aislado, injustificado. De las paredes del sótano chorreaba un líquido oscuro. Ahí jugaban a las escondidas y hacían reuniones para tratar temas urgentes, ya sea decidir cómo hacer que papá no se quedara tanto tiempo en la casa con cara de enojado, o que mamá les preparara la comida que tanto les gustaba: estofado de pato. Aunque eran mellizos, no se parecían físicamente en casi nada, salvo por algunos rasgos aguileños en la nariz y el pelo castaño como clavos de punta. La mayoría del tiempo peleaban por cosas triviales que llevaban casi al extremo. Tenían, entonces, once años, y la exploración del cuerpo y de los límites era diaria, constante. Al segundo mes de mudarse, mientras jugaban a las escondidas, el hermano encontró, detrás del aparador de aglomerado donde Lucas guardaba los pájaros muertos que decía examinar, una puerta azul de chapa. La abrieron: el sótano se expandía; descubrieron mediante la mera aunque atenta observación que estaba unido —por un arco intermedio— al pozo seco del aljibe. El ruido que salía del pozo eran ranas 185


que habían hecho su hábitat ahí. Ranas y otras cosas: la lluvia constante favorece la proliferación de estas comunidades de insectos que para la gran mayoría son extraños. Lucas pensó con una tristeza expansiva en la vida de esos animales, y en la soledad que debían sentir ahí, en el pozo. Luego de observar a su hermano por tres horas enteras en el sótano, abriendo de par en par un bicho canasto enorme que habían encontrado en la rama de un sauce, al lado del río, le avisó que subiría hasta la casa, que estaba aburrido. Lucas dejó su tarea e insistió con ademanes violentos en reforzar la promesa de su hermano: ahora, además de pasarse los dedos por los labios, abría los ojos como si en cualquier momento se le fueran a salir. El hermano lo miró e intentó decir algo sobre la familia, que quizás estaba equivocado y en realidad esos no eran sus verdaderos padres, pero Lucas lo interrumpió tapándose los oídos y subió las escaleras haciendo unos susurros animalescos, enfurecido.

IV

Mientras tanto, los ruidos se aglomeraban con el viento, que comenzaba a empujar las ventanas contra las paredes. La respiración se le hacía pesada siempre que hubiera tormenta. Hubiera querido no esforzarse más en respirar. El cuerpo debería hacer solo esa tarea, sin que el cerebro se lo indicara a cada momento. Aunque ya casi tenía diecinueve años, todavía recordaba con tristeza su vida anterior a la convivencia con estos padres. Esta condición se manifestaba o bien por el insomnio constante, o por pesadillas donde veía morir al hermano, como lo había visto —de hecho— a los once años. El insomnio desaparecía los días de mucho trabajo, generalmente durante la cosecha. La tormenta se acercaba y el tumulto irreal de los truenos y los refucilos colmaba el cielo. Lucas intentó no escuchar. Vio a través de la ventana, mientras el agua fría le pasaba por la garganta y le hacía doler la nuca, 186


el balde del aljibe colgado de la cadena de cincuenta toda oxidada. Si el padre aquel día se hubiera acordado de cerrarle la tapa al pozo ese... aquellas vacas no se habrían escapado, y no los habrían asustado, y quizás, sólo quizás, su hermanito estaría ahí, con él, en la habitación, escuchando la tormenta, y no enterrado, solo, en el patio, al fondo del pozo del aljibe. No le dieron explicaciones y él, mudo desde los cinco años, no se animó a preguntar, ni a gesticular ni a garabatear en una hoja nada parecido a una pregunta sobre por qué habían enterrado allí a su hermano y no en un cementerio. Si había sido un accidente. Si solamente se había asustado por las vacas. Siempre les tuvo miedo. Nadie tiene la culpa de tenerles miedo a los animales. Ahora, cuando algunas gotas de la tormenta comenzaban a caer, Lucas apoyó el vaso sobre la mesada y salió con pasos largos al patio. El perro que una semana atrás se había traído del pueblo y que ahora se llamaba Siberio ladraba mientras agitaba la cola: apuntaba el ladrido hacia el techo. Un manto blancuzco y gris le cubría el lomo. Tenía una cola ancha y fuerte, y un hocico puntiagudo. Daba la impresión de estar siempre a punto de atacar, preso de la ira dada por la constante idea de amenaza. Afuera el frío y la llovizna y el viento doblaban las copas de los árboles, mientras Lucas abría la puerta del patio para salir. Cuando sintió el agua fría sobre los pies, volvió enseguida a la cocina. Encendió y apagó la luz unas cuatro o cinco veces hasta que el foquito se quemó. No era una noche para estar desabrigado, aunque fuera por unos minutos. Si se agarraba una tos como esas de las que de tanto lo cuidaba el padre durante los últimos meses... Lo llevaba urgente al consultorio apenas tosía dos o tres veces al día y le preguntaba al doctor si podría, acaso, hacerle por esa vez un certificado para presentar en el colegio, para faltar por una semana, o más, las que fueran necesarias, para cuidarse él y cuidar a sus compañeros (qué compañeros), no queremos que se contagien ellos tampoco, doctor. Y si el médico, después de mirarlos durante unos segundos, les entregaba el certificado, Lucas se quedaba una semana en la cama, casi sin salir de la habitación más que para ir al baño, o, a veces, sin que nadie lo viera, de noche, hasta el 187


sótano, donde ya no había pájaros para examinar, pero sí dos o tres gatos, y dos aguará-guazú abiertos desde la garganta hasta el bajo vientre, sobre el piso. Los enjambres de moscas eran perversos, poblados, y apenas bajabas la escalera ya las podías sentir zumbando alrededor de los cuerpos medio descompuestos. A veces se le metían en la boca y él continuaba leyendo, sin advertir que quizás los insectos seguían derecho hasta su estómago. Y no eran sólo una o dos moscas por día. Aprendió él solo a usar algunas palabras, fuera del colegio. Las escribía como balbuceos. Alguna que otra frase dispersa sacada de los libros de la biblioteca del patrón. En ese tiempo aprendió a no hacerse pis en la cama y entonces su mudez no fue ya un peso. Aunque sí recordaba —mirándose al espejo— los latigazos que le daba el padre por manchar el colchón todas las semanas. También aprendió a leer en la oscuridad con la ayuda de una vela, de noche, cuando bajaba al sótano. Allí guardaba las hojas y los lápices y los sacapuntas. Cada tanto, cuando don Aarón le regalaba algún libro usado, bajaba corriendo al sótano, lo ponía sobre el aparador de aglomerado y se quedaba mirándolo hipnotizado, como contemplando una tormenta después de caminar torpemente por el desierto.

V

Lucas regresó al patio ya con la campera y las botas puestas y encontró a Siberio debajo de la mesa, ladrando, helado hasta los huesos. El animal temblaba y alternaba la mirada entre el piso y su cara, con un llanto de fondo. Le acercó un hueso de puchero que había sobrado esa mañana pero el perro evitaba el contacto visual. Un escalofrío le corrió por toda la espalda. La tensión crecía como los ruidos, que venían ahora exactamente desde el techo de su habitación. Parecía el ruido de las máquinas que se usan para asfaltar calles: metal, pavimento, piedras, metal, pavimento. Era, claramente, un metal golpeando contra la loza del 188


techo. Un estruendo que le pone la piel de gallina a las encías de cualquiera. La escalera quedaba a unos diez metros de la puerta de donde él estaba. Lucas trató de calmar bajo la lluvia al perro, acariciándolo, pero Siberio, que al principio pareció dar muestras de tranquilidad al salir de debajo de la mesa y mover apenas la cola, lo desobedeció, se paró en medio del patio y aulló profundamente. Lucas lo desconoció. Trepó corriendo con desesperación las escaleras, mientras Siberio, sentado, seguía en el mismo lugar, gruñendo bajo la lluvia. Las gotas le salpicaban los ojos, que mantenía cerrados como en una ceremonia ancestral. Llegó casi sin aire a la terraza, y vio de golpe cómo la torre de la antena se había partido por la mitad: un pedazo de fierro del ocho se había quebrado al medio y había caído, golpeando contra el techo al quedar enganchada del otro pedazo —aún en pie— que la sostenía. Con razón se habían cortado los canales. No andaba ni el diez, ni el ocho, ni el doce, y esa noche se había perdido la película de Viaje a lo inesperado. El viento movía la pieza metálica como si fuera una cáscara de nuez. Lucas se quedó como una estatua. Recordó que ese día había olvidado tomar la medicación y pensó que si eso que percibía no sería una experiencia química hasta el momento inédita. El mejor efecto era cuando dejaba pasar algunos días, unos dos o tres, y después se mandaba una mitad de la celeste. Ese efecto tranquilizador de paz y armonía con el mundo era lo que experimentaba cuando miraba cómo el pedazo de antena daba contra el techo, una y otra vez, una y otra vez. Era algo banal. Él había creído que vería alguna figura enorme, excesivamente alta y oscura, que golpeara el techo con una pala igualmente desproporcionada, como si quisiera hacer un pozo ahí mismo, en el techo de su pieza. Algo no humano: violentamente encorvado, vestido apenas con un sombrero de ala ancha, una larguísima capa oscura y harapienta. Apenas se voltearía para identificarlo de cabo a rabo a él, para continuar, instantáneamente, ensimismado en los golpes. Él distinguiría algo lejanamente familiar en la mirada, antes de notar los pies desnudos. Después, exhalaría un aire que le parecería envenenado. Le costaría respirar. Vería las manos y las uñas larguísimas de la figura encorvada sosteniendo una enorme pala, como la que había 189


visto cuando sellaron el aljibe. Así eran sus sueños. Pero en cambio no veía a la figura encorvada, sino que contemplaba con atención los ruidos de la antena contra el techo que parecían inhóspitos, desesperados. Por fin, escuchó una voz —ahora sí familiar— que lo llamaba a gritos desde abajo. Se asomó, arrodillado, al borde del techo, y miró hacia abajo: la madre, al lado de las higueras, mojada hasta los huesos, apoyada en las muletas y haciendo pie con la única pierna que tenía, lo llamaba a los gritos por su verdadero nombre. La anciana había dejado la silla de ruedas en la puerta de la cocina que conectaba con el patio. La silla se había mojado completa. Las gotitas de lluvia corrían por el cuero negro, como negándose a lamer el respaldo. La voz de la madre era ajena. Los gritos y el ruido y la lluvia lo ensordecían. La madre, con la cara llena de gotas de lluvia perdiéndose en el cuello, acompañaba los gritos agitando los brazos con una rapidez brutal. Lucas creyó que había vuelto a sonambulear, pero hasta ahora no la había visto nunca sonámbula fuera de la silla de ruedas. La antena seguía golpeando. Lucas se acercó, de a poco, hasta que la agarró y sin gran dificultad —sobre todo por su físico— el ruido cesó. Ahora tenía que ver cómo sostendría el pedazo de torre y de dónde, para terminar finalmente con la tribulación. Los gritos continuaron y cuando bajó a buscar un pedazo de alambre san Martín y la tenaza, ciego, por la escalera, vio a su madre tumbada de costado en medio del patio, chillando como una criatura recién nacida. La lluvia apagaba los gritos de la anciana. Lucas se acercó aunque no pudo decodificar las palabras que salían dispersas y sin estructura fija de la boca de su madre. Lucas la buscó con la mirada, pidiendo permiso para irse o para que le dijera algo que él pudiera entender. Cualquiera de las dos cosas lo consolaría. La madre no lo miró, al principio. En la cara de la anciana cubierta de lluvia Lucas vio una resignación inconfesada, inefable. Le apoyó el brazo izquierdo, sin dejar de mirarla, y se inclinó sobre las rodillas. Se miraron pero no se comprendieron, ya que los truenos, el viento y la lluvia ocupaban demasiado espacio. Dejó de mirar a la anciana y corrió hasta la puerta, entró de un salto a la cocina, caminó hasta su habitación, bajó al sótano, tomó la tenaza que usaba para 190


desgarrar los huesos de los animales, el alambre, y mientras subía la escalera de piedra, vio en la puerta una figura que le pareció la misma figura con sombrero, con capa harapienta, que él cada tanto soñaba. Apenas había subido los dos primeros peldaños de la escalera cuando la figura —no humana— desapareció luego de cerrar la puerta con un estruendo que rebotó por toda la estructura que sostenía la casa. Quedó a oscuras. Dio un paso hacia atrás no tanto por voluntad sino porque un par de manos lo amarró y le cubrió con sigilo la boca y la nariz. Una leve sensación de sueño brotó alrededor del sótano. Lo despertó el aullido del perro y lo primero que vio fueron los cuadros ovales, con la cara sucia y amarillenta de los niños. El sol entrando por una de las ventanas y por la hendija de la puerta. Las muletas de su madre, empapadas en sangre, se desparramaban a lo largo del sótano. Antes de despertar todos los sentidos, escuchó el ruido del camión. Percibió, con la mandíbula desencajada, el estruendo de las palas y las máquinas tirando cemento en el techo del sótano. Oyó la transmutación del ruido de la antena quebrada en ruidos de palas. Escuchó, también, gritos de órdenes. «Dale, dale, dale, tirale más, tirale más que esto se llena rápido. No tengo todo el día, quetecré». Las líneas de luz amarillita que se desprendían del sol ya no salpicaban ninguna sombra dentro del sótano. Al mediodía, ya habían sellado la puerta con cemento. Uno de los obreros, sentado en un balde desteñido de veinte litros de pintura látex, miró al padre por unos minutos y le dijo: —Quién iba a decir que había un sótano escondido en esta casa, eh. No les alcanzaba con un aljibe, no, también tenían que tener un sótano los hijueputas. Andá a saber las barbaridades que han hecho ahí abajo esa gente. ¿Quiénes estuvieron antes?, ¿sabés, vos?, preguntó el padre. El hombre no contestó pero le pidió, mientras hacía resplandecer la brasa del cigarro que tenía en la boca —llena de dientes medio amarronados por el agua sarrosa que salía de la bomba— que se sacara el sombrero y la capa harapienta, al menos, antes de hacer una pregunta como esa.

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Nocturno de mujer Historia, política y espíritu

1

Por

FERNANDO BELTRÁN-NIEVES

2

El pasado mes de febrero, en Nuevo México, en medio de una exposición muy bien promocionada, se revelaron datos fantásticos o graves sobre la extinta comunidad agrarista, versión dos punto cero. El encuentro formaba parte del ciclo más largo del decimoctavo congreso de Ciencias del Pasado, con sede en la Lopez University of New Mexico, fijado para cada miércoles último del mes, a las 18 horas del Pacífico. El simposium, contrario a sus propósitos, ofreció un espectáculo penoso en

Este relato forma parte de Un fragmento suspendido en el aire, México, El Gato Tuerto Ediciones, 2021. El libro de ensayo-ficción más reciente del autor. 2 Doctor en sociología, podcaster y escritor. 1

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las habituales exposiciones invernales sobre los estados de la cuestión de la plantilla de sus profesores. Como se había previsto, el encuentro comenzó con grandes expectativas pero no llegó a las conclusiones. El tono respetuoso de la charla entre dos especialistas no previó la irrupción de un extraño personaje: chonchito, iracundo y bajito, detective según su propio testimonio, quien ocasionó revuelo, esparció cizaña y hasta amenazó incluso con los puños. Figura no prevista de la que nadie supo bien a bien quién lo convocó, o cómo se infiltró, o por qué se le permitió apañarse el micrófono. Hace poco más de medio siglo, comencemos por los datos fríos, las ciencias atmosféricas de nuestro tiempo se declararon incapaces de esclarecer los tres huracanes consecutivos, nunca antes vistos, que devastaron en conjunto Guatemala, Honduras y El Salvador, así como el sureste del antiguo México. No existe aún una hipótesis sólida acerca del porqué la categoría más alta que medía la fuerza de los ciclones, fue obsoleta para prevenir la hecatombe producto de No-Mercy, Unclemency y Melancoly. Y, lo más importante, del porqué los territorios afectados permanecieron varados bajo el agua hasta que cedió la tromba y el agua se dispersó paulatinamente en el caudal promedio de los ríos. La mega catástrofe, única en su tipo, rediseñó brutalmente la geopolítica centroamericana. Olas y olas de condenados que despoblaron un vasto territorio infértil, y la ayuda internacional, no mitigó la miseria de los afectados. Una de las zonas destruidas fueron las montañas y selvas chiapanecas, lugares donde se alzó la comunidad agrarista, versión dos punto cero, tema del simposium. El viento y la furia, o la furia del viento y la violencia del agua, borró para siempre una zona para muchos exótica y extraña. La sala de conferencias era la sala más grande del edificio de actos, cuyas primeras filas habían sido ya ocupadas por las plantillas de los profesores de todos los departamentos. Inició puntualmente la charla y se respiraba una atmósfera saludable y cordial.

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Según los historiadores de la mesa, las fuentes primarias que sostenían el registro de aquella comunidad extinta son irrecuperables ahora, sepultadas por el lodo, la basura y los escombros. Y aunque en la búsqueda de los vestigios reside la clave de la preservación o del estudio de

su

sobrevivencia

histórica,

resulta

desafortunado

que

dicha

comunidad haya mutado de la indiferencia al olvido. Es insólito lo que ocurrió, continuó exponiendo Sebastián Guillén, doctor también en antropología forense, porque las motivaciones de su existencia no eran irrisorias ni menores. Aquella comunidad, por el contrario, argumentó Guillén, dotaba de una potente identidad a sus miembros. Ofrecía lazos robustos al lugar de origen y demandaba incluso con las armas, un control total de los territorios. Exigía el derecho inalienable propio de poblaciones originarias y reclamaba el reconocimiento jurídico de sus rituales, usos y costumbres, lenguas, mitos y saberes. Un punto en el espacio de la autodeterminación exacta de los pueblos. En una palabra, aquella civilización personificaba la reivindicación perfecta de la diferencia étnica, cultural, religiosa y política. Era también un reclamo muy antiguo sobre los modos de la convivencia, del contrato social o del pacto nacional. Y había significado, para propios y extraños, una innovación de las formas locales de gobierno de finales del ya lejano siglo XX. Y lo había logrado pese a la pobreza que reinaba en el seno de sus entrañas, a lo inaccesible de sus moradas o recintos, a los malos caminos, a la infraestructura precaria, a la robustez de la selva, al acecho de los extraños. No menos importante, continuó Guillén, otras fuentes de valor incalculable se extraviaron o se contaminaron. Documentos como los “Acuerdos Básicos de San Andrés”, donde el gobierno de México de aquella época, oscuro y despótico, había sido obligado a reconocer su personalidad y sus demandas. Se perdieron las actas que registraban sus principales movilizaciones, que no fueron pocas, como marchas, llamados públicos, nacionales e internacionales, campañas políticas, planes de defensa, ataque y de organización militar; pues hubo una 195


época, la del ascenso de la visibilidad, que dispuso por un tiempo del “Ejército de Liberación del Sureste”, un brazo armado. Documentos de estrategias ideológicas, estados financieros, relatorías de asambleas multitudinarias y propuestas de reformas constitucionales. Así como un vasto acervo de correspondencia, fotografías y grabaciones, panfletos, accesorios, papelería y vídeos. Toda esta arteria caudalosa de datos, relatos e información se perdió porque el acervo más importante que los contenía, administraba y resguardaba, fue arrasado junto con el “Caracol de la Garrucha”, cabecera municipal al que estaba circunscrito. Dada la insuficiencia de recursos técnicos como financieros en los que muy a menudo se halló la comunidad agrarista, todo lo que se había respaldado en la nube cósmica no sobrevivió porque las cuentas de los servidores, según aseguraron los administradores en mensaje automático, no fueron renovadas a tiempo, así que más del noventa por ciento de los archivos se evaporó sin más. Si no se cuenta actualmente con fuentes primarias de por medio, y si han transcurrido ya un montón de años, ¿qué es lo que legitima el interés por su historia? Además, ¿por qué aquella comunidad combativa naufragó en la consciencia contemporánea de los mexicanos, como si no existiesen mecanismos subterráneos o articulaciones elásticas de preservación de la memoria? Sebastián Guillén, después de formular las cuestiones anteriores, se concentró en las valiosas fuentes para la elaboración de algunas líneas confiables de investigación. Una tesis doctoral en historia, escrita por Charles Téllez, titulada La insurgencia de las cañadas, ejemplar digital disponible en los archivos de la Universidad de Cambridge. Una novela intitulada Inconvenient Deads cuya autoría es desconocida, quizá escrita a cuatro manos, si bien es una novela en exceso intimista y el narrador que cuenta la historia es un escarabajo, muy cerca de los ángulos narrativos que buscaba José Emilio Pacheco; el marco de la novela es una pormenorizada documentación de las escaramuzas políticas de la comunidad. Una copia del diario personal, incompleto, sin embargo, del sacerdote jesuita 196


Samuel Ruiseñor, que ofició y vivió en el sureste de México entre 19701998, luego viajó a Roma y, al final de su vida, decidió publicar sus memorias. El diario, que recoge su trabajo social en la diócesis de San Cristóbal y San Bartolomé, se encuentra en la biblioteca pública del Vaticano, sección Estudios Latinoamericanos. Existe, además, una compilación de artículos de opinión, dispersos, publicados por un diario de izquierdas de la época, cuya quiebra se debió a los devaneos ideológicos con la derecha y a la crisis financiera global que extinguió la prensa escrita. Se trata de una compilación de artículos y comunicados por quien fuera el portavoz de la comunidad, quien firmaba los documentos bajo el seudónimo de Sub Lucas. Rasgos, por supuesto, de la organización militar de la comunidad y, probablemente, de una creencia irrestricta en el cristianismo milenario. Dadas algunas fotografías que se conservan, el origen social del portavoz era contrario a la composición étnica de la comunidad agrarista; marcadamente mestizo, ojos claros, blanco, ojos grandes, alto, etcétera. Detalles visibles apenas, empero, porque una característica notable de dicha comunidad era el uso permanente de un turbante negro en los rostros, sostuvo Guillén, porque seguramente se trataba de una forma de combatir el exacerbado individualismo. O el pasamontañas era un modo de homologar las diferencias, hipótesis alternativas del antropólogo, o era un anzuelo novedoso para atraer la atención nacional, incluso más allá de las fronteras, para posicionarse de manera estratégica en el escalafón primero de las causas políticas. Un ejemplar de esta valiosa compilación se encuentra en la Hemeroteca Pública de la Ciudad de México. La sala de conferencias estaba llena, se sentía un poco de calor y seguían entrando estudiantes que se replegaban en los contornos del espacio universitario. Por su parte, el doctor Moisés Tacho, especialista en iconografía indígena y análisis comparativo de civilizaciones combativas, abundó en una posible periodización de la comunidad agrarista con base en el estudio histórico de las únicas fuentes reconocidas, pero de inmediato enfatizó sus claroscuros. 197


El diario personal del jesuita Ruiseñor, dijo Tacho, ofrece pistas de una previa organización ideológica y militar, pero las memorias del jesuita fueron escritas treinta años después de los hechos, lo que amplía, afirmó el especialista, el margen de error. En atención a las intervenciones del portavoz, se puede sostener que hubo una guerra feroz entre la comunidad y el gobierno; tal guerra, empero, duró algunos días y obligó, circunstancias después, al reconocimiento oficial de un nuevo interlocutor en escena. Los “Acuerdos Básicos de San Andrés” son los documentos oficiales que avalan el hecho. Sin embargo, según el testimonio del portavoz, estos acuerdos se firmaron pero no se cumplieron, y señaló en más de una ocasión, que el gobierno de aquella época se empecinó varias veces y de muchos modos de eliminar de facto a la comunidad agrarista. Con una prosa sólida y singular, el portavoz refiere en los artículos sobrevivientes, dijo Tacho, agresiones, atropellos y oídos sordos. Amenazas, secuestros y confrontaciones. Ataques silenciosos y ataques sistemáticos. Heridos, convalecientes y mutilados. Encarcelados y cadáveres. Humillaciones, fastidio y muerte. Historias conflictivas que fueron registradas a su modo en la novela Inconvenient Deads, cuya trama es la “Matanza de Acteapan”, registrada en 1997, vertida en la correspondencia que sostiene el escarabajo hispanoparlante y un militante sobreviviente de la comunidad. Aunque se lidia aquí con la ficción, expresó Tacho, la novela coincide plenamente con los relatos y los argumentos suscritos por el portavoz. Los intelectuales de izquierda, excomunistas o socialdemócratas edulcorados,

añadió

Tacho,

teclearon

con

furia

sus

máquinas,

parlotearon la trascendencia de los eventos y el apuro de una reforma. Los diputados y senadores amarillos movieron ligeramente las comisuras de sus labios, síntoma inequívoco de sus pobres convicciones, pero los azulosos y los tricolores guardaron un monumental silencio y, desde luego, frenaron los trabajos de las comisiones. Pese a la envergadura del acontecimiento, en el país del “aquí no pasa nada”, se hizo valer la frase

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célebre y no trascendió la movilización de los agrarios, ni los reclamos de justicia, ni los anteproyectos de reforma. Nos encontramos entonces, en un conflicto áspero de muchos años, bajo el pulso del desencuentro, la incomprensión y el menosprecio. Prevaleció la discordia y se enmarañó el conflicto, y luego se internaron en la noche y más noche y se supo poco o nada de la comunidad agrarista, versión dos punto cero, porque cayó el diluvio. Moisés Tacho iba a dar paso a una serie de consideraciones sobre la memoria y el embate de los años, cuando de imprevisto, un hombre comenzó a toser con viva fuerza, avanzó rápido sobre las escalinatas hacia la mesa de exposiciones, agarró una silla, encendió el micrófono y atónito, Moisés Tacho, especialista en iconografía indígena y análisis comparativo de civilizaciones combativas, sólo pudo atenderlo sin aliento. Todo lo que se ha dicho hasta aquí, comenzó el alegato del intruso, es la diatriba clásica de un espécimen extraño, somnífero, que no ha evolucionado. Todo lo que se ha dicho hasta aquí, señoras y señores, querido auditorio, no es sino la cantaleta aburrida de si se cuentan o no se cuentan documentos que permitan alargar afirmaciones. ¿Neta? La historia es otra cosa, definitivamente es otra cosa. Volvió a los tosidos. Se aclaró la garganta, se arremangó la camisa y prosiguió: Las huellas del pasado no sólo están en los archivos. ¿Alguna vez leyeron “El feroz cabecilla” de Rafael F. Muñoz? No importa, no importa. Es curioso aquel relato, sin duda, no soy especialista, quizá algunos de ustedes lo recuerdan, pero es una ironía sin piedad por quienes han perdido la brújula al inspeccionar el polvo. Los historiadores de esta tarde, parten de la premisa de que la verdad sobre los muertos aguarda impávida en los documentos. No es que yo me lo haya propuesto, o esté facultado, no sé cómo decirlo, pero mi experiencia me ha obligado a venir aquí. No tengo

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documentos probatorios de ninguna índole, no he escarbado ningún archivo, me da un poquito de flojera la consulta de los libros. Dicho lo anterior, se reacomodó el bigote florido, estiró los dedos y se reajustó las anteojeras microscópicas que parecían algún artefacto proveniente del futuro. Los historiadores habían alargado el rostro, se veían muy disminuidos y el detective volvió a golpear el micrófono y luego dijo: Andaba de paso, me enteré del sempusium y me lancé de buena gana. Porque al mal paso, como dice el dicho. Ha corrido un tiempo considerable y me parece justo, por decir lo menos, revelar aquí la historia. No por mí, desde luego, sino por… Tras la huella de una mujer de la que nunca antes me creí capaz de sentir una devoción total, hará ya más de veinte años, me encontraba a 15 kilómetros del noroeste del Istmo de Tehuantepec, en los límites actuales de la frontera sur de Nuevo México. Su desaparición no tenía ni pies ni cabeza. Se ganaba la vida cantando rancheras, cumbia y boleros. Contaba ella con una voz grave, sensual, difícil de hallar, lo juro por Dios; quizá más que su voz, era el don de la conversación. No presumía, no ostentaba, no provocaba; ella sabía conversar porque, a mi juicio, las buenas conversaciones se alzan a partir de los oídos claros. ¿Qué peligro, no obstante, escondía todo esto?, me cuestioné cuando me la desaparecieron. Hurgué en los territorios y en los lugares donde se presentaba, pregunté, seguí y me extravié. Me empantané, recibí amenazas y me tendieron falsos móviles. Volví a preguntar y me perdí otra vez. Lo que había hecho estaba mal hecho y regresé sobre mis pasos pero no sin portar en el cinto una automática. Tomó un poco de la botella cercana a Moisés Tacho. Se quitó las gotitas de sudor que le habían aparecido en la frente. Alguien del auditorio quiso reclamar algo. Los historiadores intentaron ausentarse y, luego, con un puñetazo sobre la mesa, dijo: La única lucha que se pierde es la que se abandona.

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No fue mi caso. No abandoné el rastro, estaba en deuda, buscaba a quien había sido mi razón de ser. La frase es trillada, lo sé, pero es mi verdad. La encontré mucho después, sin embargo, fría, agujerada de la frente, con la firma inequívoca de la muerte cruel. Me he preguntado todavía: ¿qué clase de canallas? Y se extendió un largo silencio. Sin embargo, dijo enseguida, donde hallé el cadáver estaban desollados los muebles, las puertas derruidas y los vidrios rotos. Era una casucha perdida en el kilómetro 14 de la carretera interestatal 257. El responsable de su muerte no fue cuidadoso con la ejecución; como si alguien le hubiera encargado una venganza urgente, a contratiempo. En la pieza donde encontré sin vida a mi mujer, había botellas de aguardiente a medio tomar, una radio portátil sin batería, unos mapas del

Istmo,

números

escritos

en

papeles,

relojes

de mano,

un

pasamontañas, una pistola vacía calibre 22, una navaja de explorador, un manojo de llaves y el olor a muerte, cada vez más inexpugnable, que se esparcía por la habitación. Tapé las órbitas del cadáver y besé por última vez sus labios tiesos. Creí que era incapaz de despedirme y me disponía a prenderle fuego a toda aquella construcción endeble, cuando me di cuenta de que una rendija se asomaba en el suelo. Tenté el piso y una fisura se extendió cuando separé con fuerza los azulejos sucios. En el fondo se escondía una fotografía impresa, muy vieja, cubierta con un papelucho grueso, amarillo y carcomido. Al hombre de la imagen, quizá lo había visto en algún lugar pero fui incapaz de descifrarle la identidad. Trajeado, rasurado, retocado, un hombre importante. Observé largo rato la imagen sin poder recordar dónde lo había visto, quién era él, pero sabía que lo había visto, al menos remotamente. Quizá en un cruce, en un portal, en alguna terminal. Al reverso de la fotografía se había escrito un tiempo preciso: las 10 con 33 y se leía una frase manuscrita bastante legible: “Ejecución a la entrada de Palacio”. Busqué la frase en el buscador pero le agregué la palabra México. Aparecieron cientos de resultados. Modifiqué la búsqueda con la palabra 201


tragedia o asesinato. Los datos se redujeron significativamente, me concentré en las imágenes y apareció el rostro del hombre de la fotografía en mis manos. Accedí a la nota y el titular rezaba: “Ejecutan al comisionado de la presidencia”. Para no extenderme, no se trataba de ningún presidente propiamente dicho, pero sí del cargo de presidente de las comisiones, decía la nota, de agilizar o de trabar la reforma que había empujado la comunidad agrarista, versión dos punto cero. Había sido un disparo perfecto de un francotirador, quien había jalado el gatillo desde algún ángulo preciso de una ventanilla de hotel con salida al zócalo capitalino. El blanco murió al instante y el asesino, concluía la nota, no fue encontrado. Vaya, vaya. Uno puede deducir aquí, en este solemne salón de actos, que antes del diluvio se vengaron los agrarios. La derrota, o su desaparición, no impidió cobrárselas de un tiro. Desde luego, son especulaciones. Pero, ¿cómo estaba relacionado el cadáver de mi muertita, quien sólo se ganaba la vida cantando rancheras, cumbias y boleros, con el asesinato, muchos años atrás, de un culero político potentado? Escarbé en el agujero del piso y cuando removí tierra suficiente deparé con algo sólido. Una tapa de lámina. Raspé más la tierra y deduje que era un baúl pequeño. Sudaba profusamente en aquella habitación y aumentaba el olor fétido de mi muertita. Desenraicé el cobre oxidado. Era rústico, de broche único y quité el seguro. Resguardaba objetos simples: una fotografía impresa del hombre trajeado, dos municiones de grueso calibre, un pasamontañas, un reloj de pulsera y una grabadora antigua que nunca había tenido tan cerca. Era un dispositivo arcaico, empero, que funcionaba. Apreté el botón de reproducir. Al principio se botó la cinta. Insistí y se escuchó un ruido torpe y lejano, se oyó después un movimiento ágil y brusco, y luego un silencio que aguardaba algo. Se podía distinguir una respiración apremiante, a lo lejos. 202


Después escuché una voz sólida, varonil, tranquila. Blanco exitoso a las 10:33 horas de Dios, dijo. Por todos nuestros muertos, por todos nuestros vivos. Nos la metieron feo pero se las cagamos para siempre. Agrarista francotirador cumple. Nuestro corazón y nuestro rostro siguen adelante. Pero lo más significativo al interior del baúl eran dos objetos más. Una carta y un pequeño estuche de piel. Aunque legible, la correspondencia era extraña. Nada larga, y no revelaba información precisa de mi mujer ni de nadie más. Pero deduzco, aunque no puedo asegurarlo, que el francotirador era… No sé. Escarbó en la pantalla del celular, demoró un poco y luego se aclaró la voz. Leyó enseguida: ¿Cómo escribimos sobre aquello que ya no existe, que difícilmente incluso se aferra en los recuerdos? Nos hemos quedado mudos y, como sugirió un poeta, el silencio muy a menudo lo expresa todo. Lamento la demora de esta correspondencia. Todo tiene su tiempo, así lo quiero creer, lo que dura la conversación, los contactos y el vacío; hay temporadas donde el tiempo a nadie le pertenece. A veces creo que el tiempo es justamente Dios, una sustancia fuera de nuestro alcance. Hoy por la mañana quemé las divisas que estaban resguardadas en un sobre. Pensé años atrás que el día que lo vaciara, iba a disgustarme saber quién soy, y estar en mis zapatos, muy lejos de ti. Era un ahorro o un recuerdo del primer viaje. Era también el fetiche de lo poco que quedaba. Era todo eso junto. Las cosas que nos inventamos para complejizar innecesariamente la vida. Camino una ciudad que asfixia. Huecas son las voces de las calles. Lidio con la estrechez de las zonas enemigas. Deambulo mucho tiempo en calles grises, llenas como de nostalgia. Mi cuerpo y mi espíritu se comportan muchas veces como dos fragmentos de un lazo roto. Luego tengo la suerte de leer ciertos pasajes escritos, tomar una botella de un vino o escuchar una melodía, que logran disipar la bruma que 203


siento en el monte y acampo fugazmente en las costas del lago. Bien sabes que soy partidario del relato breve. Con poco debe decirse mucho. Creo, además, que no tengo mucho que decirte, aunque quisiera decirte mucho otra vez. Esa posibilidad remota de volver a intentarlo, como una bella idea suspendida en el aire. Y guardó el celular. El otro objeto, dijo, también es significativo. Protegida por una envoltura de piel, la niña en brazos que cargaba aquel hombre de la imagen era el rostro prefigurado de mi mujer. No lo sé. Quizá no les importe… me vale madre. Vine a decirles que, pobre o insignificante, la comunidad agrarista, versión dos punto cero, aún sobrevive en los recuerdos que tengo de los besos que nos dimos, en las rancheras que cantamos, en las noches que desvelamos, en todo aquello que me dijo pero soy incapaz aún de descifrar... Cuando el detective terminó aquel relato oscuro y problemático, orilló a los organizadores a interrumpir el evento y anunciar una clausura anticipada. Los especialistas se retiraron del acto y alegaron enfurecidos, a las faldas de la sala de conferencias, que convivieron con un mitómano, un provocador o un falsificador en busca de reflectores nimios. Desde luego, la asepsia del científico no podía tolerar aquella broma, aquel relato extravagante, una suerte de variante de narración policial. La masa alucinada de universitarios, muy por el contrario, se aglutinó en la mesa principal de oradores para preguntar de inmediato su identidad. Emilio Lacandón, dijo, su amigo y humilde servidor.

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El lugar de las valijas Por

PEDRO NAZAR La cosa es que me aburre narrar algo así, secamente. Decir «el hombre estaba ordenando las valijas en el baúl del auto para irse de vacaciones con su familia y estaba muy nervioso». Me gustaría un poco de rigor literario, de academicismo, y algo que conecte este acto vulgar de una mañana de enero con la historia de la cultura o de la humanidad. Creo que eso sí sería interesante y no tanto lo que pasa en mi vida personal. A veces un nombre alcanza. Decir Homero o Aquiles trae reminiscencias que no podrías obviar. Tal vez si este hombre fuera Aquiles… Era un momento muy importante para Aquiles, y temía que no cupiera todo el equipaje en el baúl del auto, eso lo perturbaba profundamente. Si Aquiles no venciera al enemigo se desmoralizaría. Bueno, al parecer el equipaje es el rival de este hombre. El baúl del auto: Troya Pero ya me aburre. El hombre de las valijas no es tan interesante. Es mi padre. Está acomodando nuestro equipaje para irnos de 205


vacaciones. Se pone muy nervioso, mejor no acercarse en ese momento porque en cuanto te ve aprieta los labios y las mandíbulas y larga una especie de espuma por la boca, como un chorro de saliva que se le condensa entre los labios. “¡Por favor!, ¡por favor!”, gime con una voz forzada e inarticulada. Lo mejor es alejarse, esperar que termine. No es literario, pienso. Por eso no me interesa. Es solo un hombre nervioso tratando de acomodar el equipaje en el baúl. Lo que no se entiende en absoluto es por qué está nervioso. Eso, creo, que lo que vuelve su compañía en esos momentos en algo tedioso y aburrido. ¿Por qué se enfurece de esta manera? Una vez, hace dos o tres años, me pidió que lo ayudara. Era una valija grande. Suelen tener una altura de 65-80 cm y una capacidad que ronda entre los 50-120 litros. Era la de mi madre. Se me resbaló de las manos y se cayó al piso cuando ya casi estaba dentro del baúl. No me pegó, pero vi la espuma, la rabia en su boca. De lo que realmente me gustaría hablar es del libro que estoy leyendo, porque allí sí hay un orden. Me pregunto si el escritor se habrá ofuscado tanto como mi padre cuando intentó acomodar todas estas palabras en el libro. Si fuera así menos mal que ese hombre ya no está. Pero en definitiva creo que es más comprensible, porque escribir y acomodar una historia es un hecho necesario para la cultura, sostiene el género… mientras que acomodar el equipaje es una estupidez total. A quién puede importarle lo que pasó esta mañana en el garaje de mi casa con un hombre enfurecido detrás de unas valijas. Pero esta mañana pasó algo, si no no estaría contando esto. Sonó el teléfono de la casa, mi madre atendió y después de unos segundos le gritó a papá, le dijo que era para él. Durante unos minutos no pasó nada. Algunos pájaros cantaron y yo recordé las últimas vacaciones. El equipaje ya estaba casi guardado dentro del baúl. Quedaba la valija de mi madre afuera. Cuando volviera la guardaría y nos iríamos, ¿o por qué la había dejado afuera? ¿No tenían lugar en el baúl? Yo estaba sentado en la galería de mi casa de Tigre. Vino mi perro a saludarme, completamente

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mojado. «¡Fuera!», le grité mientras se acercaba. No quería que se sacudiera y me empapara. Mi padre volvió. Volvió cambiado, ahora lo veo a la luz de los hechos posteriores. Caminaba pausadamente, sin apuro. Se detuvo frente a la valija de mi madre. Me llamó. “Pedro, ¿me podés ayudar?” Yo me acerqué, ya no me importaba su baba ni sus palabras rígidas y desarticuladas. Ya había encontrado en esos años, desde que se me cayó la última vez, un refugio en la literatura. Leía y leía sin parar. Y cada vez entraba más en el laberinto de las fantasías. Para mí, mi padre y su baúl estaban en otro planeta, en un planeta degradado. Me acerqué y agaché para agarrar la parte de debajo de la valija de mi madre. Esperé a que me gritara “ahora”, en cuclillas y mirando hacia el costado un cantero de flores. Eran plantas que sembraba y cuidaba mi madre. Siempre que jugábamos decía “cuidado con la pelota”. Me quedé observando eso y recordando que no tenía forma de sacar el perro de allí. A nosotros nos gritaba, pero cuando hacía calor y regaban, mi perro se echaba entre las flores porque la tierra estaba fresca. Las aplastaba o las golpeaba con su cola larga. Iban cayendo los pétalos de las rosas y quedaban cubriendo el barro, como una nieve. Cuando levanté la cabeza, mi padre había empezado a vaciar todo el equipaje. Sacó todas las valijas del baúl y las apoyó en las piedras mientras yo permanecía en cuclillas sosteniendo la valija de mi madre. Se acercó y me agarró de los muslos, como si fuera una valija más. Me levantó. “Ah, pero qué valija tan pesada”, decía. “¿Qué llevará mi mujer aquí?”, y se reía. Me depositó en el baúl vacío. “¡Uffff!”, dijo cuando me apoyó. Después se metió él también y cerró el baúl desde adentro. Todo quedó en completa oscuridad. Nunca antes había estado adentro de un baúl oscuro. ¿Qué hacíamos? Me asusté. —¿Qué hacemos acá? —Le pregunté. —Shhhh —hizo con la boca como un sifón de soda—. Somos valijas —me dijo—, las valijas no hablan. Nunca había pensado lo que sienten las valijas en el baúl, a oscuras y en silencio. Nunca había estado en el lugar de las valijas. 207


—¿Te gusta ser valija? —me preguntó—. Hay muchos tipos diferentes con bandejas, compartimentos interiores o exteriores, con distintos tipos de cierre: de cremallera, con la posibilidad de asegurarla con candado; cierre por correas y hebilla; maleta con cerradura. Duras o Blandas. Con ruedas. Con dos ruedas y asa, Con cuatro ruedas y asa. Sin ruedas. —Las valijas no hablan —respondí. —Es cierto. Soy una valija del futuro, nenunenu… ¿vos? ¿Qué valija sos? No sabía qué contestarle. Nunca había pensado en eso. Era la primera vez que estaba en el baúl del auto. —Vamos a esperar que tu madre nos encuentre —dijo. Valoré su esfuerzo, pero era inútil, porque yo ya estaba en la literatura, quería ser escritor. Ya no quería sentir su alegría. Una especie de desengaño me estaba naciendo, supe. No sé qué noticia recibió en el teléfono pero ya no sería trascendente para mí, yo ya residía en un mundo menos inmediato, mi padre no era un héroe y no lo iba a ser nunca. Me había refugiado para siempre.

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Animales usados en las guerras Por

GLADYS ÁGUEDA COVIELLO

Así como la magdalena incita a Proust a escribir, así el dibujo del rinoceronte de Durero me conduce a revivir mis días de estudiante tucumana en la UNT. Las clases sobre el Antiguo Oriente permanecen intactas en mi memoria que recuerda la estampa, la entonación de la voz y los gestos de la exigente profesora, pero no su nombre. Recuerdo la crudeza del invierno que soportábamos con Marta Fagalde los días antes del examen. En su dormitorio, con los apuntes en el medio de la cama y cubiertas desde la cabeza cada una con una frazada, ella en la cabecera y yo a los pies acompañábamos a los Jerjes, Artajerjes,

Daríos,

Leónidas,

Temístocles,

persas,

espartanos

o

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atenienses y les permitíamos los combates a nuestro alrededor sin derrame de sangre que arruinara nuestros papeles. En 1513, un rinoceronte extraño a las miradas europeas llegó al reino de Portugal enviado por el gobernador de la India portuguesa al rey Manuel I para su zoológico en el que había cinco elefantes también llegados como obsequios según las costumbres de las realezas. Los primeros días, el rinoceronte fue la gran atracción para los portugueses. El rey se aburrió pronto de la criatura mítica y decidió obsequiárselo al Papa león X. El barco en el que viajaba encadenado el rinoceronte, luego de 120 días de viaje, sufrió una tormenta en las costas de Liguria. Se hundió y con él murió el animal, pero permanece su imagen esculpida como elemento decorativo en la torre de Belem, esa construcción que era bastión y defensa portuguesa.

Alberto Durero en su taller de Nuremberg dibujó con asombroso parecido al animal sin conocerlo sobre la base de referencias. Esa creación circuló por el mundo a través de más de 4.000 copias de 210


xilografías de 21,4 x 29,8 cm que pude de contemplarlas en el Museo Londres. Tomó el color del caparazón de las tortugas, el tamaño del elefante. Cubrió el cuerpo con placas y en las patas escamadas colocó grandes pezuñas. Resaltó el cuerno similar al del unicornio y surgió el modelo inmortalizado en la Historia del Arte que perdura desde el siglo XVI. En las guerras, a modo de carros de combate, los persas agrandaban el volumen de los animales por medio de artilugios para atemorizar a los enemigos. Me he detenido a contemplar al rinoceronte que aparece en la película 300 durante el combate de Jerjes contra Leónidas. El cuerno filoso y muy alargado, los costados y el lomo llevan adheridos otros enormes cuernos sostenidos por placas gruesas que le dan un aspecto feroz. El cuello, con un garguero protector de varias capas, evita la penetración de lanzas y proyectiles. Además de atemorizar, la bestia tenía la función de embestir y aplastar con sus agigantadas patas a los enemigos. El rinoceronte tenía fama de invencible superando la fuerza de los elefantes por su astucia y velocidad. Los combates perduran en películas, pero su circulación es limitada. El dibujo de Durero permanece eternamente entre nosotros.

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Elefantes en la nieve

Por

GLADYS ÁGUEDA COVIELLO

Saramago fue invitado por la Universidad de Salzburgo para hablar a los alumnos de la cátedra de portugués que dictaba Gilda Lopes Encarnaçao. La profesora organizó una cena en su honor en un restaurante donde extrañas figuras esculpidas en madera y puestas en fila ornamentaban la entrada. Así, aparecían, encabezando la sucesión de esas esculturas pequeñas, la Torre de Belén de Lisboa y continuaban 213


representaciones de edificios y monumentos europeos que sugerían un recorrido por Europa. Saramago intrigado solicitó información que generosamente Gilda Lopes Encarnaçao le brindó y cuyo significado era relatar el viaje del elefante que en 1551, Juan III, rey de Portugal, envió desde Lisboa hasta Viena. Salomón, un elefante asiático más pequeño que los africanos, llegó a Portugal donde el animal desconocido llamó la atención de todos los habitantes del reino. Salomón, el elefante, llegó acompañado por el cornaca, Subhro, quien estaba a cargo de su cuidado. Cuando la bestia se vulgarizó, los humanos perdieron el interés y surgieron los problemas. Hace más de dos años que este animal llegó de la india y no ha hecho otra cosa que no sea más que comer y dormir, el abrevadero siempre lleno de agua, forraje a montones, es como si estuviéramos sustentando a una bestia que no tiene ni beneficio ni oficio, ni esperanza de provecho. Dijo la reina Catalina de Austria y sugirió a su esposo el rey de Portugal, Juan Manuel, regalárselo al su primo Maximiliano que estaba en Valladolid como regente de España. Los preparativos para el viaje fueron intensos. Al aseo del elefante se sumó la numerosa comitiva diplomática que partiría desde Lisboa hacia Valladolid y la organización estaría a cargo del caballerizo mayor: hombres para ayudar al cornaca en el abastecimiento de los alimentos y el suministro necesario para los integrantes, más un pelotón de caballería por las dudas alguien intentara robar el elefante. La partida fue ceremoniosa. Durante la travesía por los pueblos, Salomón era admirado y reverenciado porque jamás habían visto tal bestia. Maximiliano lo recibió alborozado y mandó confeccionarle una gualdrapa en que más de veinte bordadoras estuvieron trabajando durante semanas, sin interrupción, una obra que difícilmente encontrará par en el mundo, tal era la abundancia de piedras que, aunque no todas eran preciosas, brillaban como si fuesen, más el hilo de oro y los opulentísimos terciopelos. 214


Una serie de momentos divertidos durante el viaje del elefante invitan a la relectura, otros sucesos difíciles nos conducen a imaginar el cruce de los Alpes cuyas penurias serán infinitas en esos helados parajes penosamente (…)se va arrastrando por las empinadas laderas del camino. Se acumula la nieve entre los gruesos y duros pelos del elefante (…) la capa de hielo oprime los cuartos traseros del animal. Saramago recuerda a los elefantes de Aníbal Barca y la travesía de los Alpes. Nos incita a recordar la historia del año 218 a.C. donde Aníbal, al mando del ejército cartaginés, con el objetivo de entrar a Italia e invadir Roma por vía terrestre, conduce a 30 mil hombres, 15 mil caballos y 37 elefantes pequeños norteafricanos (extinguidos en la actualidad). El famoso general cartaginés Aníbal y su ejército de hombres y elefantes africanos que tantos disgustos acabaron dándole a los soldados de roma, aunque, según modernas versiones no se tratara de elefantes africanos propiamente dichos, de grandes orejas e imponente corpulencia, y sí de los llamados elefantes de los bosques, no mucho mayores que los caballos Las bestias eran el terror de los romanos. El objetivo consistía en amedrentar a tropas enemigas y romper sus líneas pisoteando a los soldados. Los elefantes anticiparon la posterior función de los tanques de guerra. La Historia considera el cruce de los Alpes como uno de los logros más celebrados de cualquier fuerza militar durante la antigüedad. La narración de El viaje del elefante nos conduce a visionar el documental Tras la huella de Aníbal donde se refuerza la unión indisoluble entre cine y literatura. Recuerdo aquella mañana del año1992 en Barcelona cuando un pasacalles extendido desde una vereda a otra en el cielo invitaba a conocer animales exóticos inexistentes en Europa llegados desde la Argentina al Zoo. La foto gigante de dos osos hormigueros con sus majestuosos pelajes me sorprendió. Entonces comprendí la admiración por el elefante que llegaba a Lisboa desde la India.

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Un proceso Por

GIOVANNI VERGA Traducido del italiano por Manuel González López

En el juzgado se discutía una causa capital. Se trataba de un peón que por celos había asesinado a su rival, un joven de bien y padre de familia. La multitud enfurecida quería hacer justicia sumaria del asesino, pálido y desolado, a quien los carabinieri habían llevado a prisión. La viuda del muerto había llegado, como María Magdalena, para pedir justicia a Dios y a los hombres; de luto, despeinada, con sus huérfanos pegados a su falda, mientras el ujier andaba mostrando a los señores jurados el arma con la cual se había cometido el homicidio: un cuchillito de bolsillo, apenas un poco más grande que una hojita de las que se usan para pelar las tunas, todavía negro de sangre hasta el mango. El presidente preguntó: —¿Con esto ha matado a Rosario Testa? 217


Todos los ojos se dirigieron a la jaula donde estaba encerrado el imputado: un viejo alto y flaco, con el rostro color ceniza, con los cabellos erizados y blancos que le caían sobre la frente rugosa. Escuchaba la acusación sin decir palabra, encorvado, siguiendo al ujier con los ojos, que pasaba delante del banco de los jurados con el cuchillo en las manos. Sólo parpadeaba, como si la poca luz que dejaban entrar las esteras sueltas fuese todavía demasiado intensa para él. A la pregunta del presidente se puso de pie, derecho, con el birrete colgando entre sus manos, y respondió: —Sí señor, con eso. Corrió un murmullo por el auditorio. Era una jornada cálida de julio, y los señores jurados se abanicaban con los periódicos, abatidos por el bochorno y el retumbar somnoliento de las fórmulas criminales. En la sal había poca gente, amigos y parientes de la víctima, llegados por curiosidad. La viuda, aturdida, se llevaba a la cara un pañuelito bordado en negro, y hacía frecuentemente un gesto maquinal, como para reordenar con sus manos blancas sus gruesas trenzas, elevando sus brazos rellenos en el aire, con un movimiento que elevaba el seno materno, orgullo de su bella juventud enviudada. Y fijaba sedienta sobre el asesino ojos quemados de lágrimas. El acusado no sabía responder otra cosa que “Sí, señor” a todas las preguntas que le apretaban la soga al cuello, mirando inquieto los movimientos de indignación de los jurados, no acostumbrados a la severidad de la toga, con un aire de bestia sospechosa. Comenzó el desfile de testigos, todos de cargo. Los amigos del muerto: un pobre diablo, incapaz de hacer daño a una mosca; la viuda, lloraba; los vecinos que lo habían visto tambalearse, como si estuviese bajo la influencia del vino, y balbucear ¡madre mía!; aquellos que habían gritado ¡al asesino!; el valiente que agarró por el pecho al homicida, antes de que llegase la policía, en la violenta y feroz lucha por fugarse. ¡Justicia, justicia! Gritaba la viuda en la multitud, con la voz de la sangre que pedía sangre, acompañada por el lloriqueo de los huérfanos, enternecidos por la solemnidad. 218


Finalmente fue incorporado un testigo funesto, la amante de aquellos dos hombres que se la habían disputado a golpe de cuchillo: una criatura sin nombre, sin edad, casi sin sexo, alta, negra, flaca, devorada por las privaciones y el vicio, a la que solo le quedaba vicio en los ojos atrevidos. Despertaba cierta repugnancia solo verla. El fiscal la había hecho traer por el vínculo que tenía con esos hombres. Ella se paró tranquilamente delante del cristo, de la ley, y delante de todos aquellos rostros severos, con la seguridad de quien ha visto en mangas de camisa a los policías y a los funcionaros de aduana, y juró, levantando la mano asquerosa y negra hacia el crucifijo de marfil, como lo hubiese hecho una virgen ante el altar, besando el escapulario grasiento que extrajo de entre los senos caídos. —¿Cómo te llamas? —La Malerba. Y como el auditorio, en esa espera trágica, había comenzado a reír, casi como para recuperar el aire, ella agregó: —A él le decían Malannata. E indicó al imputado en banquillo. —¿De quién es hija? —De nadie. —¿Cuántos años tiene? —No lo sé. —¿Cuál es su profesión? Pareció que ella buscaba la palabra. —Mujer de mundo— dijo finalmente. Se desató de nuevo la risa en el auditorio. El presidente impuso el silencio con la campanilla. —Sí, mujer de mundo— reafirmó para explicarse mejor. —Ahora con este, después con aquél. —Basta. Habíamos entendido— la interrumpió el presidente. — ¿Conoce desde hace mucho al imputado? —Sí, señor. Esto de aquí me lo hizo él, hace tres años ya.

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Y señaló orgullosa una cicatriz que le cruzaba la cara, desde la oreja izquierda hasta el labio superior. —¿Y no denunció el hecho? —No. Era una señal de que me quería. —¿Estuvo presente durante el asesinato de Rosario Testa? —Sí señor. Fue en la Marina, el día de todos los Santos —¿Y sabe el motivo? —El motivo es que Malannata estaba celoso. —¿Celoso de Testa? —Sí, señor. —¿Y con fundamento? —Sí, señor. Entonces la viuda se cubrió la cara con las manos. —¿Cómo es posible que Rosario Testa, joven, esposo de una bella mujer, le diese razones para estar celoso… por usted? —Como Dios es verdadero, es que esto es verdad —respondió la Malerba. —Había conocido a aquel pobre que murió antes que a este cristiano, mucho tiempo antes, antes incluso de que se casase. En ese entonces me llamaban La mora de los canales. Rosario Testa trabajaba de verdulero, ahí en la pescadería. Era un libertino, el buen alma. A las lavanderas de los canales, a las siervas que iban a hacer la compra, con esa galantería suya de hacer regalos se las pillaba a todas. Pero por mí tenía una debilidad especial, tanto que una vez en la fiesta de la Virgen de Ognina, le rompieron la cabeza por culpa de un marinero borracho que me quería. Después supe que se casaba y cambiaba de vida. Fue a instalarse a San Plácido con su puestito. Ni visto ni saludado. Yo me metí con Malannata cuando eran los tiempos del cólera. Buen hombre también él: bueno como el pan, y se sacaba de la boca lo poco que ganaba para dármelo a mí. Pero era celoso como el Gran Turco: “¿Dónde fuiste? ¿Qué hiciste?”. Y después se golpeaba la cabeza con una piedra, arrepentido por los golpes que me daba. Aquel año del cólera, en el que todos huían y se moría de hambre de verdad, él quería hacerse 220


sepulturero, para que yo no tuviese que hacer la mala vida con el castigo de Dios que teníamos encima. Se dejaba morir antes que comer de lo que yo ganaba. Sí, se lo digo en la cara, ahora que están por condenarlo, porque esta es la verdad delante de Dios. Me decía, pobrecito: “No, no me importa. Es que pienso en cómo ganas este pan y no puedo tragarlo”. Pero yo ¿qué podía hacer? Él sabía lo que yo era. “No importa”, volvía a decir. “No lo quiero pensar”. Pero tenía sus caprichos también él, como una mujer, y no quería que algunos tipos se me acercasen. Entonces se ponía como loco; se arrancaba los cabellos y se mordía las manos, porque ya no era joven. Cuando me veía junto al oficial de aduanas del muelle, que era un hombre buen mozo, con la montura brillante, me decía: “¿ves esta monedita afilada que tengo en el bolsillo a propósito? Con esto te cortaré la cara y después me mato.” Y lo hizo de verdad. Yo lo dije: “¿Para qué? Ahora que me desfiguraste ninguno me va a querer, y no vas a ser más celoso”. Se interrumpió, con una horrible sonrisa de triunfo, mirando en un giro de cabeza al presidente, a los jurados y los carabineros con sus correas blancas, y cruzando sobre el pecho su viejo chal, con un gesto vago, dijo: —Pero no fue así, señor presidente. Me buscaban todavía, por su caridad. Los hombres son como los gatos… —¿Y también Rosario Testa? Ella inclinó la cabeza, asintiendo, dos o tres veces, con aquella sonrisa. —Sí, señor, también él. La viuda la miraba ahora con los ojos ardientes y feroces, los labios pálidos como las mejillas. —Les había dicho que era un díscolo, el buen alma. Y también yo, cada vez que lo veía me sentía alterada, como si me hubiesen emborrachado. Yo decía que no porque Malannata siempre andaba cerca, descargando azufre en el almacén de detrás del parque, y tantas veces me había dicho también: “mira que si vuelves con Rosario, les hago la fiesta a los dos”. Pero el amor antiguo no se olvida jamás, su señoría. 221


—¡Basta! Diga cómo ocurrió el homicidio. —Así como se lo cuento ahora, su señoría, con el cuchillito de las tunas, ese de ahí. —¿Testa estaba armado? —¿Él? ¡Pobre muchacho! Me había invitado a comer tunas, una galantería de las suyas, allí, en el puesto de Pocaroba, que tiene allí en lo de los de Paternò, hasta Navidad. Pocacosa dijo: “cuidado que Malannata sospecha. Lo vi asomándose a cada momento desde la puerta del almacén, y te tiene marcado, compadre Rosario”. Testa dijo: “déjalo mirar, compadre Pocaroba, que me río de Malannata y de su Santo”. Yo le decía que no quería más fruta, y trataba de que nos fuéramos, cuando hete aquí, que el cristiano que está ahí, corrió desde el arco del ferrocarril, todo blanco de azufre, y con los ojos como los de uno que ha bebido, en dos saltos estuvo encima de nosotros, agarró el cuchillito del puesto de la fruta, y antes de decir Jesús y María… —Acusado, ¿tiene algo que responder a la exposición de la testigo? —Nada, señor presidente. Esa es la verdad. Entonces surgió el fiscal, solemne, a pesar de la nota mundana del cuello alto inglés que sobresalía del negro de su toga; y fulminó al reo con su implacable interrogatorio, horrorizando a los jurados con el cuadro del vicio abyecto que vive en el barro de los bajos estratos sociales para dar la horrible flor del delito sin siquiera la fiebre de la juventud, de la pasión o del honor, ni siquiera la excusa de la tentación o los celos. El vicio que vive del deshonor y osa revelarse con el delito. Y extendía hacia aquella cabeza gris abatida el índice amenazante, de uña rosada y brillosa. Las señoras, que debían a su galantería los puestos reservados de la sala, reanimaban su indignación con el perfume de la botellita de sal inglesa, sofocadas por el bochorno; y los grandes abanicos se agitaban salvajemente como mariposas gigantescas para ahuyentar el hedor de la culpa. El fiscal, después de agradecer a la audiencia, se sentó tranquilamente mientras se pasaba por el rostro un pañuelito de lino, esbozando una imperceptible sonrisa en el momento en el que un aplauso discreto de aquellos abanicos que se inclinaban comenzaba a sonar. Sólo 222


el imputado no tenía calor, sentado sobre su banquillo, con la espalda encorvada, y la cara color tierra dirigida hacia todas esas infamias que le reprochaban. A su turno comenzó a hablar el abogado. Era un joven de bellas esperanzas, delegado de oficio por el presidente para aquella defensa sin compensación. Él exhibió todas sus brillantes cualidades oratorias solo por el honor. Examinó el estado psicológico y moral de los actores del lúgubre drama; expuso las teorías más nuevas sobre el grado de responsabilidad

humana,

argumentó

sutilmente

acerca

de

las

circunstancias del hecho, con la finalidad de poner a la luz todo aquello que fuese necesario para dejar en evidencia la grave provocación y el agravio. Un cuadro muy conmovedor de esos morbosos celos seniles, que debieron tener todos los tormentos y furiosos enojos de la humillación y el abandono. Sí, él lo sabía, no eran las conciencias de los hombres honestos, criados en el culto de la familia, vueltos más sensibles por las comodidades, que podrían haber descendido en los abismos de aquellos corazones tenebrosos y de aquellas ínfimas existencias para descubrir el móvil de ciertas locuras delictivas. Quizás sólo el sentimiento más delicado e imaginativo de aquellas damas elegantes habría podido sorprender el hilo tenue con el que se ligan los hechos más monstruosos al sentimiento más puro de aquellas almas vulgares. Él siguió con esta fatal concatenación que hay entre todos los sentimientos y las acciones humanas con un análisis agudo, que más de un honesto padre de familia sintió turbada su digestión a causa de la sensación de pérdida de certezas provocado por la culpa, mientras estaba allí, sentado a juzgar, pensando en la cosecha, o en el fresco de la terracita donde lo estaba esperando la familia. Por poco no surgieron aplausos por el alegato del abogado. El presidente mismo, veladamente, le hizo un gesto de aprobación. —Acusado, ¿tiene algo que agregar? —concluyó el presidente. El acusado se puso de pie nuevamente, con los brazos colgando a los lados de su delgada persona, y con un gesto vago en el dedo índice, como de un hombre convencido de lo que dice.

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—Señor presidente, he asesinado a Rosario Testa; debo morir yo también, como está escrito en la ley, y está bien. La Malerba, pobrecita, es como es, y también eso está bien. Pero cuando me la dejaban tirada sobre el muelle como un zapato viejo, quien iba a decirle una palabra cariñosa era yo; y cuando ella le decía a alguien una palabra cariñosa cuando tenía el corazón grande, ese alguien también era yo. Los otros, paciencia, hoy este, mañana aquél; le tiraban unas monedas y unas palabras malas, y ella no pensaba más en el asunto. Pero Testa, ¡no señor! Cuando estaba con él ella me volvía a casa con la cabeza dada vuelta, con los ojos que parecía que tenían las luces de una fiesta adentro. Yo se lo había dicho a Testa: mira que a ti ella no te importa. Tú tienes esposa e hijos; ¡pero yo no tengo otra que esta, Testa! Después volvió a sentarse, asintiendo todavía con la cabeza, mientras la corte se retiraba para deliberar. Y permaneció inmóvil, en la sombra, esperando su destino. Había arribado la noche. La multitud se había reducido, y en la sala encendían los faroles de gas. Por fin sonó de nuevo la campanilla, y comparecieron de nuevo las mismas togas negras, las mismas cara pálidas y cansadas que miraban al imputado. Él no entendía nada de las frases borboteaban en medio de la gente, en la sombra. Comprendió solo al presidente cuando pronunció la condena: ¡Perpetua! Y se alzó una última vez, tambaleando, asintiendo siempre con el índice en aquel gesto vago que era toda su elocuencia, y tartamudeó: —Yo se lo había dicho a él, señor presidente.

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ENSAYOS ARTÍCULOS

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Reverso, espejos y mundos: El lugar sin límites de José Donoso Por

BÁRBARA GONZÁLEZ Como reacción a la literatura mimética criollista y regionalista de la primera mitad del siglo XX, en la década de los años 60’s se desarrolla en Latinoamérica un movimiento llamado el “Boom”, quizás referido despectivamente por aquellos que pensaron que sería una tendencia fugaz que no tendría repercusiones a futuro. Sin embargo, quienes lo componían, tenían una clara conciencia de lo que estaban fraguando con sus propias manos y mentes. Al ser plenamente concientes de la situación social e histórica de Latinoamérica, estas ideas revolucionarias se esparcieron y tomaron una trascendencia quizás insospechada para la época. La superación del realismo imperante que deja atrás el servilismo a una técnica o temática establecida, es uno de los principales motores que mueven a autores como Ernesto Sábato, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, e incluso al mismo José Donoso. La idea fundamental de 227


estos y otros autores es dar un vuelco a las directrices imperantes y enfocarse en modelos externos para crear literatura social. A ellos les debemos la internacionalización de lo hispanoamericano, pues el criterio comienza

a

abandonar

lo

regionalista

y

Europa

mira

hacia

Hispanoamérica, desenterrando a la, antes, literatura marginal. En el presente trabajo, se hará un análisis de la obra El lugar sin límites (1965) del autor nacional José Donoso. Tomando como base los antecedentes no miméticos de la literatura de Boom, este análisis se centrará en la presentación de los mundos que plantea la obra, las técnicas que se utilizan para lograrlos y la interpretación, tanto dentro del texto, como fuera de él, de estos mundos. Para comenzar, El lugar sin límites, cuenta la historia de varios de los habitantes del pueblo de Estación El Olivo, donde destacan, principalmente, las figuras de Don Alejo, la Manuela, la Japonesita, y la visita de todas las vendimias, Pancho Vega. Desde el inicio de la narración, es posible asistir a la decadencia de este pueblo, una decadencia que comenzó con la llegada de la Manuela y una decadencia que se presenta netamente como finalización del mundo al revés, tomando en cuenta la definición de carnaval dada por Bakhtin. Esto se da como contraparte de lo que sucede hasta ese entonces en la literatura: mimesis, arquetipos y presentaciones realistas de la sociedad. La Manuela es quien, con su llegada, introduce a El Olivo en el carnaval, disfrazándolo y disfrazándose para dar rienda suelta a los impulsos del sujeto, dejando atrás, de esta manera, las convenciones sociales como culturales. Es en este personaje donde se da la esencia del carnaval: la fusión de contrarios. Asistimos a la presentación de un travesti que lleva en su cuerpo, tanto el mundo del carnaval como la negación a lo establecido, es decir, a su calidad de ser masculino, la cual es invertida para dar paso al personaje, a la representación carnavalesca. De esta manera, comienzan a darse las inversiones, tanto de los personajes de la obra, como de las relaciones que dentro de ella se formulan: prostitutas decadentes, patrones egoístas y una cuidad cuyo centro es un burdel. Sin embargo, existe una relación en particular que 228


se mantiene como cable a tierra dentro de este mundo trastocado, una convención que existe para conservar la verosimilitud del relato y que representa la realidad que hace patente la existencia de un mundo al revés. Sobre la base del contraste entre lo real y lo inverso se reconoce, por una parte, la voz oficial y, por otra, el sentido de espejo invertido que representa El Olivo. Esta relación es la de patrón / sirviente, una relación que guía los hilos de la obra y que, como voz oficial, debe ser destronada a través del carnaval. Es así como, para destronar a esta voz oficial, toda interacción y presentación de caracteres dentro la obra, existen sobre la base del espectáculo y de la representación teatral. La Manuela el inicio, fuente e influencia de este mundo al revés. Ella es quien, originalmente, comienza el carnaval a través de sus bailes. Antes de su llegada, es posible hablar de una especie de paraíso, donde todo giraba en torno a la relación feudal que se establecía entre don Alejo y su pueblo. Sin embargo, después todo cambia. Ella es el carnaval y, por ende, la fusión de los opuestos. El vestido de española es la máscara a través de la cual acalla los convencionalismos y lucha contra ellos de manera inconsciente. En él esconde su sexo y da rienda suelta al mundo inverso: el de él / ella visto como una verdadera mujer. De esta manera se va configurando el carnaval en El Olivo, y la mayor aprobación del mismo es la aceptación, por parte de don Alejo, de la Manuela. Este gesto, que se puede tomar como de buena voluntad, simplemente esconde las reales intenciones del creador de El Olivo. Es él quien debe apropiarse de todo lo que llegue a sus dominios y sacar el mejor provecho posible. Es por esto que don Alejo acepta el carnaval en El Olivo, pero solo por los beneficios que éste le puede acarrear. En la medida que él sea capaz de mantener contento al vasallaje, podrá obtener todo lo que de ellos desee, incluso sus cuerpos, tal como lo hizo con la Manuela, a través de la Japonesa Grande. De esta manera, Don Alejo acepta un carnaval, pero bajo sus condiciones y bajo su mirada omnipresente. Es por esta razón que la relación de vasallaje jamás se rompe dentro de su mundo, aunque sí lo hace fuera de él: Pancho logra 229


su independencia a través del contacto con el exterior y la declara en la hacienda de don Alejo, lugar que no es parte del mundo creado por este último. Como ya se mencionó, el baluarte de la polisemia carnavalesca está en el personaje de la Manuela. La femineidad que ella presenta en su diario vivir posee una doble significación dentro de la obra. En primer lugar, la de hombre que procrea. Es decir, ella, quien se sabe hombre, en el acto sexual, es seducido y conducido como mujer, dando a luz a su hija. Y, en segundo lugar, a través de la función de objeto. Ella es un objeto a poseer, tanto por hombres como por mujeres. Este máscara le otorga la opción de dejar atrás su representación masculina que se descubre como un objeto poseído y dominado por una verdadera mujer, por su hija, la Japonesita quien, como todas las mujeres del pueblo, lleva las riendas y ve al hombre solo como proveedor, tanto de placer carnal, como de dinero. De esta forma, dentro de la dinámica que se da al interior del pueblo, la Japonesita representa la realidad, un ser sin máscaras, que no se debe confundir con instutucional. Ella es la mujer verdadera, por lo tanto, tiene poder sobre la Manuela, quien está consciente de su desventaja y se deja dominar. La realidad de la Japonesita es ausencia para la Manuela. Es decir, la Japonesita representa lo que la Manuela jamás podrá ser: primero que todo, mujer, y segundo, joven. Es así como los opuestos se funden en El Olivo: la Japonesita representa la realidad, el ser verdadero y sin disfraz, mientras que la Manuela es la carnavalización de esta realidad, su opuesto, pero un opuesto complementario. La Manuela solo se define como hombre o como mujer en funciónde su relación con la Japonesita. Sin ella no podría ser mujer, pues a través de ella es madre y posee a Pancho, ni tampoco podría

recordar

su

condición

masculina,

pues

es

ella

quien

constantemente la llama “papá” y busca su protección y amparo viril. Es por esto que El Olivo se transforma en un gran espejo donde todos conviven con su otro y donde existe la opción de asumirlo o de obviarlo, a conveniencia. 230


Como centro del carnaval, todos los personajes acceden de una u otra forma a la Manuela y forman parte del festejo, aunque sea momentáneamente. De esta manera, y a través de la fusión de contrarios, los diversos personajes se olvidan de sí cuando están en el festejo, pero, a la vez, accedan a la revelación de sus auténticos seres. Esto es lo que sucede con Pancho, quien, en principio, se deja llevar por el carnaval, disfruta de su máscara pero, en el último encuentro, se le es revela su verdadera esencia. La Manuela actúa como el imput en la conciencia de Pancho y le revela su ser. En el desplazamiento que se produce entre la suerte de la Japonesita con la visita de Pancho, su primera vez en el acto sexual, y lo que finalmente sucede con la Manuela, se reafirma, por una parte, la situación de opuestos complementarios de estos dos personajes y, por otra, el hecho de que, mediante este acto, se produce una transformación en Pancho: al hombre se le cae su máscara, su posición de macho. Esto produce un cambio en el mundo interior del personaje: reconoce su posición en El Olivo y su condición de homosexual reprimido. Es por esto que, al violentar sexualmente a la Manuela, Pancho le mantiene encima el vestido desgarrado. El vestido, que representa la femineidad de la Manuela, nunca es rasgado totalmente y, en ese momento en particular, ayuda a conservar el sentido de los opuestos. El desgarrarlo totalmente implicaría entrar en lo real, acallar la voz carnavalesca, asumir lo que se prefiere obviar y que, al darse dentro de los límites del carnaval, está permitido… esa es la disculpa. La vejación produce, también, un efecto de transmutación de mundos dentro de la Manuela: con el desgarro de su vestido, es rota su máscara, el teatro apaga sus luces y el carnaval termina. Al estar moribunda en los bordes del pueblo, asume su condición real de hombre, de ser del sexo masculino. El acto sexual mata a la niña y da paso al hombre, responde al acceso a la realidad sin caretas y al final de la representación carnavalesca, es decir, de los opuestos. De esta manera, la obra se presenta como un constante cambio entre mundos internos (cada uno de los personajes vistos como mundos 231


individuales, mediante la polifonía) y desplazamientos simbólicos a través de imágenes especulares (conciencia de la inversión del yo en el otro) dentro de un lugar delimitado. Paradójicamente, este lugar sin límites es cerrado, aislado y enclaustrado, pero dentro de él se transgreden los límites eternamente y se acepta lo que en otras circunstancias estaría vedado. El Olivo se presenta como el espejo invertido de la sociedad reflejada en la literatura criollista, es la caída de la concepción cultural de realidad y el descenso del ángel del paraíso a la tierra, creando el infierno. El motivo por el cual este “lugar sin límites”, este mundo creado sobre la base del carnaval, se trasforma en infierno, es porque todas las máscaras van cayendo lentamente y se van hundiendo en la tierra, tal como lo hace el burdel. Al quedar todos al descubierto, las cosas se descontrolan y pierden sentido: el carnaval no es eterno, por lo tanto, a su finalización, se produce un lento descenso al abismo. El paso del personaje emblema del carnaval, la Manuela, a un estado de pseudo conciencia de la realidad, termina por matar la representación. El desplazamiento de mundos que realiza la Manuela da cuenta de que el universo que se representa en El Olivo debe desaparecer. Así como las máscaras están cayendo, El Olivo debe terminar de hundirse en la tierra que lo vio nacer.

Bibliografía: DONOSO, José (1995): El lugar sin límites. Alfaguara. Santiago. GUTIÉRREZ MOUAT, Ricardo (1982): José Donoso: impostura e importación: la modelización lúdica y carnavalesca de una producción literaria. “La modelización lúdica en El lugar sin límites”. Gaithersburg. Hispanoamérica. (Págs. 119 – 143)

232


De lo popular a la vanguardia: el lenguaje en la poesía de Violeta Parra y Nicolás Guillén Por

BÁRBARA GONZÁLEZ

Hablar de las Vanguardias en Latinoamérica no es fácil, pues las características de estos movimientos fueron múltiples y arraigadas en su contexto. Complejo es, también, hablar de lo popular, pues durante mucho tiempo, esta literatura, originada en lo oral, fue menospreciada por la crítica y, por ende, olvidada en el estudio del proceso literario de muchos países.

233


El presente trabajo busca responder el cuestionamiento sobre qué es lo popular, cómo se manifiesta artísticamente y de qué manera es utilizado por las Vanguardias en Latinoamérica. Para este análisis se han tomado en consideración algunas obras de la autora chilena Violeta Parra, recopiladas en Autobiografía en verso y del escritor cubano Nicolás Guillén, presentadas en Motivos del son y Songoro Cosongo. Para comenzar, es necesario señalar que entenderemos lo popular como un elemento vivo, con historia y cambiante dentro de la sociedad. Este término designará a los sectores excluidos, siendo restringido básicamente a las comunidades indígenas y a los sectores rurales o subalternos. Según Ticio Escobar este concepto se acerca más a un locus que a un concepto único de sujeto con cualidades inherentes. La terea de estos grupos es organizarse en torno a lo público, conformándose políticamente para unificarse y diferenciarse de los grupos hegemónicos y de la cultura de masas. El autor señala que: “En este sentido, el concepto de arte popular designa un punto de torsión en la cultura, capaz de producir en su economía retrasos y discordancias, pliegues y contradicciones, e irradiar en torno a sí una zona que sustenta el sentido social y, simultáneamente impide su estabilidad.” (Escobar: 1986, 13) Además, el autor indica tres “notas” o elementos que diferenciarían esta forma de pensar, hacer y distribuir el arte de otras que pueden compartir su función “sostén e impugnación del orden simbólico”. Estas notas serían lo negativo, lo afirmativo y lo diferente. “De entrada, el atributo que lo acompaña define el arte popular desde el rodeo de una omisión y lo asienta en una columna negativa: al ser inscrito en el espacio espectral de lo no hegemónico, crece marcado por el estigma de lo que no es. Ante ese menoscabo ontológico conviene caracterizar el término no solo desde la exclusión y la falta, sino recalcando un momento activo suyo: el arte popular moviliza tareas de construcción histórica, de producción de subjetividad y de afirmación de diferencia. Este momento constituye un referente fundamental de identificación colectiva y, por lo tanto, un factor de cohesión social y contestación política. Por último, la 234


creación artística popular tiene rasgos particulares, diferentes de los que definen el arte moderno occidental: no aísla las formas, ni reivindica la originalidad de vaca pieza, ni recuerda el nombre de su productor” (Ibíd.: 13 -14) Este modelo de arte se opondría al modelo universal europeo producido durante los siglos XVI y XX, donde la importancia era solo de orden estético y no poético. “Lo que se considera realmente arte es el conjunto de prácticas que tengan las notas básicas de ese arte, tales como la posibilidad de producir objetos único s e irrepetibles que expresen el genio individual y, fundamenten la capacidad de exhibir la forma estética desligada de otras formas culturales y purgada de utilidades y funciones que oscurezcan su nítida percepción. La unicidad y, especialmente, la inutilidad (o el desinterés) de las formas estéticas son rasgos contingentes del arte occidental moderno que, al convertirse en arquetipos normativos, terminan por descalificar modelos distintos y desconocer aquel supuesto, tan proclamado por la historia oficial, de que el arte es fruto de cada época y don de todas las sociedades” (Ibíd.:29) La cultura dominante manipula las ideologías, transformando el arte en un mito y sustentando su menosprecio hacia las inferiores en la absolutización de las formas artísticas es las que el discurso se siente representado y justificado. Cuando el arte pertenece solo a la cultura hegemónica se convierte en un obstáculo para el reconocimiento de otras manifestaciones y sus particularidades culturales, “entonces, tanto por razones políticas (reivindicación de tal derecho) como por exigencias históricas (necesidad de desmitificar la historia) se justifica la discusión de los alcances reales de aquel término tan esquivo” (Ibíd.: 70) En el arte popular es difícil separar la forma del contenido, considerando que “lo artístico no es una cualidad propia del objeto, sino que depende de la ubicación que se le otorga en determinadas situaciones socioculturales” (Ibíd.: 50). De esta forma, y tomando en cuenta lo anterior, definiremos a la cultura popular y a su arte como al: “conjunto de prácticas de un grupo subalterno que se reconoce como comunidad particular y produce sus propios símbolos o hace suyos 235


símbolos ajenos de acuerdo a sus necesidades colectivas. Estos símbolos se vuelven específicos del grupo, son incorporados a la construcción de sus subjetividades y constituyen propuestas alternativas a las de la cultura dominante, nieguen, incorporen, resistan o asimilen elementos suyos” (Ibíd.: 114) Es importante conocer estas consideraciones con respecto a lo popular, pues, a pesar de no ser un arte considerado como tal por la cultura

hegemónica,

durante

las

vanguardias

se

realiza

una

revalorización del concepto como forma de romper con los cánones establecidos y acercarse a una nueva forma de expresión. Los movimientos de vanguardia surgen Europa como formas que se oponían a las estéticas imperantes como el Modernismo o el Realismo. A finales del siglo XIX y principios del XX, se afianza en Europa la filosofía positivista, plasmada en el pensamiento de Comte, además del materialismo económico y de los grandes avances tecnológicos, especialmente en las comunicaciones. Esto provocó una fe ciega en la razón, el progreso y el conocimiento científico de la realidad. Sin embargo, ya a principios del siglo XX fue posible notar los peligros de una forma de vida y de pensamiento de estas características. Las Guerras Mundiales y sus consecuencias conmovieron a la sociedad e hicieron que ésta se cuestionara los límites de la razón y del progreso. En este contexto surgen las vanguardias como reacción frente a la decadencia presentada por el hombre y la sociedad. Nacen los “ismos”, movimientos artísticos, políticos y sociales de corta duración, pero que buscan la ruptura total con las formas de expresión que habían adoptado las artes hasta ese momento. En América Latina, el contexto en el que nacen las Vanguardias conlleva un rol más protagónico por parte de las clases medias y obreras, promoviendo la movilidad social mediante movimientos revolucionarios (México 1910), expansión de los derechos y de la educación. Junto con

236


esto, los movimientos de vanguardia realizan un proceso de rescate de lo popular. Como menciona Viviana Gelado: “Esta operación, como veremos se da tanto en el sentido de buscar la incorporación de lo popular al sistema (una operación que daría continuidad a un relativismo estético, por el cual la noción de valor1 establecería un dentro/fuera del sistema y los movimientos de vanguardia funcionarían como inductores o traductores de lo popular a ese sistema, contra el cual, paradójicamente, ellos se habrían insurgido); como, más radicalmente, con el objetivo de de promover la ruptura entre arte “alta” y “cultura popular” (y, consecuentemente, exponiendo el carácter variable, histórica y socialmente, de la noción de valor estético)” (Gelado: 2008, 78) Las Vanguardias van en contra de una concepción utilitarista de la cultura. El Estado y las clases dominantes seguirán entendiendo como cultura la escrita, occidental y urbana; “mientras que los sectores sociales subalternos la entenderán como un todo en el que participan también diversas prácticas orales (religiosas, estéticas, políticas) plasmadas en diversos códigos (pictórico, gestual, musical). Así, al proponer la ruptura de los géneros y el ataque al arte y a la cultura como instituciones, a través del diálogo entre diversos códigos, géneros y registros de lenguaje, los movimientos de vanguardia transformaron el ámbito de la cultura y el propio “texto” literario (manifiesto, prefacio, narración, poema) en campo de batalla” (Ibíd.: 80 – 81) Tomando en cuenta estos conceptos se analizarán los textos de los autores ya mencionados

I.

Violeta Parra: la poesía de la tierra y del hombre.

Para nadie es un misterio que Violeta Parra es una de las mayores exponentes del canto popular en Chile. Su obra no solo se restringe a la elaboración propia, sino que realiza varias compilaciones de tradiciones y manifestaciones populares a lo largo del país, como forma de rescatar y preservar el legado de lo popular en la cultura nacional. Violeta fue una 1

Según la autora, entenderemos valor desde el punto de vista de la sociología literaria, como noción sujeta a variables ideológico – estéticas e históricas (Gelado: 2008, 77)

237


artista en el sentido completo de la palabra, pues desarrollo su obra en varios ámbitos artísticos: arpilleras, escultura, poesía, canciones, entre otros. Desde pequeña sintió afición por la música, tanto que comenzó a actual desde pequeñas en el “Dúo Hermanas Parra”. El contante viajar por el país la puso en contacto con la realidad de la gente y sus carencias. Su compromiso social y político la llevaron a hacer estas recopilaciones. En 1952 y 1954 recorrió barrios pobres, comunidades mineras y explotaciones agrarias en busca de canciones y manifestaciones anónimas. Según las características de la poesía que realiza Violeta Parra, podría considerarse que existen elementos de arte popular en sus manifestaciones. Primero que todo, utiliza la forma de la décima, estructura poética que nace en España en el siglo XVI y que es adoptada en Latinoamérica para las manifestaciones rurales y populares. Las décimas analizadas, además, están ligadas a la temática del canto a lo divino, considerando los versos dedicados al Velorio del Angelito. Como se mencionó anteriormente, esta práctica sería popular pues obedece a la manifestación de un grupo subalterno con respecto a un rito social y religioso: la muerte de un niño. La estructura del texto consta de cuatro partes: verso por saludo, verso por padecimiento, verso por sabiduría y verso por despedida. Cada una de ellas marca una etapa del rito del velorio. Esta práctica se realiza en Chile desde la época de la época colonial y se ha ido traspasando de generación en generación sin muchas variaciones. Considerando estas características, también podemos pensar en estos poemas como literatura popular, pues representan un símbolo mediante el cual la comunidad se reconoce como tal y produce sus significados propios ligados a la identidad. Además, constituyen una propuesta alternativa a la cultura dominante en cuanto al rito de la muerte.

En

este caso,

la

ceremonia

tradicional

del velorio

es

transformada, añadiéndole elementos paganos y míticos, como son el licor y el incienso. 238


Otro elemento que rescata la cultura popular es el uso del lenguaje, el cual está mucho más cercano a la oralidad que a la escritura. De esta manera se produce un quiebre con las formas hegemónicas, las que siempre van a darle mayor valor a lo estético, a la forma, que al sentido, lo poético. Lo podemos observar en las siguientes frases de los versos seleccionados: “Maire mía, no me llores porque me voy d’este mundo, con sentimiento profundo” (Parra: 1998, 133) La estructura de estos cantos, además, presentan una cuarteta al inicio de los versos por padecimiento y sabiduría, como una forma de introducir la temática a desarrollar en cada uno de ellos. “El Doce vendió al Maestro gozando de su crueldad, que triste la realidad: Mataron al Padre Nuestro No ha habido sobre la tierra si bajo la más fecunda, siniestra más iracunda, destruendo con tanto duelo. S’escurecieron los cielos con todos sus elementos, bramaron los cuatro vientos, se alborotaron los mares, once resuellan pesares, el Doce vendió al Maestro” (Ibíd.: 127) Además, en este canto se realiza una comparación entre la muerte de Jesús y los pesares que trajo a la humanidad y a sus cercanos, sobre todo a su madre, la Virgen María, también comparada con la madre del pequeño que acaba de fallecer. Termina la manifestación señalando la alegría que trae la resurrección. Por lo que el niño deberá subir al cielo y dormir en esperanza de la resurrección, para alegría de sus cercanos. “Por fin, d’esta mala acción 239


Llegamos al tercer día, Goza la Virgen María Del ver la resurrección. El mundo con devoción Reza misterios gozosos: El rey Asuero famoso, Feliz por el cuncunato, Ilumino su reinato Porque se siente dichoso” (Ibíd. 128) El verso por saludo, contrario a lo que se podría esperar en estas situaciones, muestra un dejo de alegría por la posibilidad que tiene el niño de ascender al cielo para estar con Dios. Estas estrofas se dirigen de manera directa al “celebrado” como forma de introducir y de presentar respetos al difunto y a su familia. “Saludo con reverencia a tu sagrada mamita, que por ti sufre contrita cumpliendo su penitencia. Por tus pasadas dolencias Y reparar tus pesares, Vas a preciosos lugares Donde te espera un jardín Bonito es el querubín Que te está haciendo señales” (Ibíd.:125) El verso por despedida es la última parte del canto. En ellos se muestra una interpelación directa a los deudos por parte del angelito para que éstos se resignen a la pérdida y puedan seguir con sus vidas. “No me mojes más mis alitas Con tu llorar lisonjero, Detienes la entrada al cielo De tu blanca palomita. Compréndeme, pues, mamita, Ya estoy cruzando la puerta, San Pedro la dejó abierta Para dejarme la entrada; Detiene, maire adorada, Las aguas de tus compuertas.” (Ibíd.:132)

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Como es posible observar, es posible encontrar elementos de lo popular en la selección de cantos de Violeta Parra, tanto a nivel temático como a nivel estructural. La selección de una manifestación tan arraigada en el sentido de las comunidades campesinas da cuenta de su afán de conservar las tradiciones y de rescatar lo popular.

II.

Nicolás Guillén: la poesía de vanguardia La poesía del cubano Nicolás Guillén se muestra como punto de

partida de una corriente social que busca rescatar la identidad negra en el mestizaje de los países de América Central y el Caribe. Su poesía forma parte de la vanguardia por su rescate de los elementos orales y marginales. Creador del poema – son, la producción de Guillén se basa en la combinación de oralidad, estructura libre, musicalidad y ritmo africano. Así es como en sus escritos muestra el propósito de resituar la herencia africana que reside en Cuba mediante la instauración de la imagen del mestizo. Uno de los elementos más importantes de la vanguardia de Guillén está en el uso del vocabulario y las formas lingüísticas. En los poemas del autor se reproduce el habla de los habaneros mediante cambios en la ortografía, sintaxis y otros elementos. Este uso del lenguaje acerca la palabra a la música y le da ritmo a los poemas. Así, es posible notar que Guillén rompe con las ideas anteriores derivadas del modernismo y que busca una expresión poética que destaque la identidad híbrida del pueblo cubano. “Ya yo me enteré, mulata, Mulata ya sé que dice Que yo tengo la narise Como nudo de cobbata Y fíjate bien que tú No eres tan adelantá, Poqque tu boca e bien grande, Y tu pasa, colorá. 241


Tanto tren con tu cueppo, Tanto tren; Tanto tren con tu boca, tanto tren; tanto tren con tu sojo, tanto tren” (Guillén: 1930, 4) En los versos anteriores se ejemplifican los puntos señalados más arriba. La imagen que destaca Guillén es la de la mulata, el lenguaje utilizado obedece a la oralidad, donde se eliden fonemas entre vocales, como el rasgo propio de las hablas del Caribe y, en la última estrofa, mediante las repeticiones, se le puede dar ritmo y musicalidad al escrito. Es claro que la intención del autor es crear una nueva forma de mirar a la lengua, colaborando con la idea de “elevarla” al rango de poesía, aún cuando es la poesía la que verdaderamente se enriquece con el habla tradicional. Muchos de los poemas de Guillén están escritos en estructuras tradicionales como odas o madrigales, sin embargo, éstos adquieren una nueva significación al representar el sentir del pueblo cubano y sus formas populares. El mismo autor escribe en el prólogo a Songoro Cosongo: No ignoro, desde luego, que estos versos les repugnan a muchas personas, porque ellos tratan asuntos de los negros del pueblo. No me importa. O mejor dicho: me alegra (…) Diré finalmente que estos son unos versos mulatos. Participan acaso de los mismos elementos que entran en la composición ética de Cuba, donde todos un poco níspero. (…) La inyección africana en esta tierra es tan profunda, y se cruzan y entrecruzan en nuestra bien regada hidrografía social hartas corrientes capilares, que sería trabajo de miniaturistas desenredar en jeroglífico. (…) El negro – a mi juicio – aporta esencias muy firmes a nuestro cóctel.” (Guillén: 1931, 1 – 2) La idea del autor es recuperar las formas básicas y puras de expresión en el país. La identidad. La voz perdida de los que no tienen voz. Aquí el yo no corresponde a una individualidad, sino que pasa a formar un nosotros, un conjunto con formas de expresión propias y manifestaciones de existencia. Incluso la pobreza: 242


“Empeña la plancha elétrica, Pa podé sacar mi flú; Buca un reá Buca un reá, Cómprate un paquete vela Poqque a la noche no hay lu” (Guillén: 1930, 3) También es importante destacar el compromiso político que transmite Guillén en sus escritos. En 1937 ingresa al Partido Comunista, pero desde sus inicios plasma un fuerte contenido ideológico en sus escritos. El trabajo de Guillén se desarrolla durante la dictadura de Fulgencio Batista, la cual recién fue derrotada en 1956, gracias a la Revolución.

Durante

este

periodo,

EEUU

controla

económica

y

políticamente a la isla, provocando segregación racial y una clase política corrompida. Muchos de los textos de Guillén, ya en los años 30, critica esta situación. Así es el caso del poema “Tú no sabe inglé” donde se realiza una ironía a la situación social: “Con tanto inglé que tú sabía, Bito Manué, Con tanto inglé, no sabe ahora Desí ye (…) No te namore ma nunca. Bito Manué, Si no sabe inglé Si no sabe inglé” (Ibíd.: 7 - 8) También es ejemplo “Caña” “El negro Junto al cañaveral. El yanqui Sobre el cañaveral. La tierra Bajo el cañaveral ¡Sangre Que se nos va!” (Guillén: 1931, 12) 243


Como es posible observar, en la poesía de Nicolás Guillén se reflejan los elementos propios de las vanguardias en Latinoamérica.

III.

Conclusiones Comparando estos textos con los de Violeta Parra, es posible

observar que se mantienen las temáticas, pero las estructuras van cambiando. Esto puede deberse a que en Cuba la composición de décimas y de ritos en torno a ellas no está solo ligada a la mantención de una identidad estática, sino que a una movible y adaptada a la realidad. No solo está ligada al ámbito rural, como ocurre en Chile, sino que también a lo social y político. Durante la revolución Cubana ellos alcanzaron el estatus de poetas e incluso están adscritos al Ministerio de Cultura, prestando un servicio al país, por el que, incluso, se les paga un sueldo. En Chile, las manifestaciones populares como la lira o la décima se han

mantenido,

sin

embargo,

nunca

han

podido

acceder

al

reconocimiento que se merecen, frecuentemente por ser catalogadas de segundo orden. Esto ha producido que, por una parte, puedan ser mantenidas en el tiempo, pero, por otra, que no sufran procesos de modificación o apropiación de las realidades actuales. Si bien es cierto, ritos como los del velorio del angelito ayudan a conservar la cultura popular, también es necesario recordar que ésta es vida y movimiento. No podemos mantener estas manifestaciones relegadas, se hace necesario rescatarlas, estudiarlas y darles la importancia que se merecen. Finalmente, la evolución en cuanto a estructura y forma poética son el mayor indicio de la presencia de las vanguardias. Al comparar los textos citados de Violeta Parra es posible notar que el rescate de la 244


palabra oral no obedece a una intención vanguardista, sino al deseo de plasmar la oralidad campesina en el texto, no existe la intención de romper los esquemas. Por otra parte, Nicolás Guillén tiene motivos personales, sociales y políticos para rescatar manifestaciones que, de otra forma, hubiesen pasado al olvido. Al rescatarlas, las transforma en un discurso contestatario, de denuncia y de identidad, como forma de avanzar y conservar lo que lo hace cubano.

Bibliografía: ESCOBAR, Ticio (1986): El mito del arte y el mito del pueblo. Asunción: RP ediciones y Museo del Barro. GELADO, Viviana (2008): Poéticas de la transgresión. Vanguardia y cultura popular en los años veinte en América Latina. Buenos Aires: Corregidor. GUILLÉN, Nicolás. Songoro y Congoro. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/songorocosongo-1931--0/html/ff47ec48-82b1-11df-acc7002185ce6064_2.html (revisado abril 2014) GUILLÉN, Nicolás, Motivos del son. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/motivosde-son-1930--0/html/ff47e2c0-82b1-11df-acc7002185ce6064_2.html (revisado abril 2014) PARRA, Violeta (1988): Décimas. Autobiografía en verso. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.

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BIOGRAFÍAS

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MARCELA MERONI

Poeta. Autora de los poemarios Otros mundos, después, Halley ediciones, 2019, y El parto de la reina, Halley ediciones, 2020. Coautora junto con la pintora y escritora Laura Vacs de la plaqueta digital El anuncio de un grano de sal, edición de autoras, 2020. Participa con tres poemas del libro digital Tapabocas, experiencia de poetas, narradores y ensayistas en cuarentena, Milena Caserola, 2020. Ha recibido menciones en Primer concurso de poesía de Qu revista, 2017. Concurso de poetas, narradores y ensayistas en cuarentena, editorial Milena Caserola. Sus poemas han sido reproducidos en diversas revistas literarias, blogs especializados y reseñas críticas. Participó en diversas lecturas de poesía y performances poéticas en la Ciudad de Buenos Aires desde el año 2015. 248


AIXA RAVA

Foto de Thais Rava

Tierra del Fuego, 1982. Profesora en Letras por la UNCo. Está a cargo de las cátedras Didáctica de las Segundas Lenguas y Lengua, Literatura y su Didáctica del Profesorado de Sordos e Hipoacúsicos del IFD N.º 4 249


(Neuquén). Dirige el sello editorial de libros ilustrados Tanta Ceniza Editora y forma parte del Comité Editorial del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas “Mario J. Buschiazzo” (FADUUBA). Publicó los libros de poesía Barda (Buenos Aires Poetry, 2014), La luz no se corta como el papel (Ediciones con doble zeta, 2016), Los sitios de mi cuerpo (Añosluz Editora, 2019) y En el patio crece una planta rosario (Qeja Ediciones, 2021). Participó de las antologías Rumiar. Volumen I (Rumiar Editorial, 2018), Poesía Añosluz (Añosluz Editora, 2020), Poesía Neuquén (Honorable Legislatura del Neuquén, 2020) y Camellia. Mujeres que toman té (Tanta Ceniza Editora, 2021).

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M.G. BURELLO

M. G. Burello nació en Haedo, Provincia de Buenos Aires, en 1969. Es escritor, traductor y profesor de Literatura Norteamericana y Literatura Alemana en la Universidad de Buenos Aires, donde se doctoró en 2009. Además, colabora con diversos medios culturales y dirige las colecciones “Arte & Estética” (editorial Prometeo) y “Epistolarios” (editorial Miño y Dávila). Ha editado y traducido a Charles Baudelaire, Friedrich Hölderlin, H. P. Lovecraft y Stefan Zweig, entre otros. Autor de diversos volúmenes de poesía: Liturgia privada, 2014; Más máscaras, 2015; El jardín de las delicias, 2016. Su primer libro de narrativa se titula Paredes de aire (2019). 251


NATALIA LEIDERMAN

Natalia Leiderman nació en 1990 en Buenos Aires, Argentina. Escribe, traduce, hace fotos. Da clases de literatura y de inglés. Publicó los poemarios Animales dorándose al sol (El Ojo del mármol, 2016) y Stařenka

(Caleta

Olivia,

2019).

Forma

parte

de

las

antologías

Liberoamericanas: 80 poetas contemporáneas (Liberoamérica: plataforma literaria,

2017),

Otros

colores

para

nosotras:

poetas

argentinas

contemporáneas (Ediciones Continente, 2018) y Camellia. Mujeres que toman té (Ceniza Editora, 2021). Tradujo, junto a Patricio Foglia, una selección

de

poemas

de

Sharon

Olds

(descargable

en: www.malonmalon.com.ar) y los libros El pájaro rojo y El trabajo del sueño de Mary Oliver (Caleta Olivia, 2017 y 2020). Forma parte de Medusa, agrupación de poetas y traductoras. 252


LAURA VACS

Laura Vacs nació en Buenos Aires. Es arquitecta graduada en la UBA. Fue docente en la Facultad de Arquitectura y cotitular en talleres de diseño y dibujo dictados en la Sociedad Central de Arquitectos. Realizó seminarios de filosofía y teoría estética en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Se desarrolló profesionalmente en el área de arquitectura hasta el año 2000. Actualmente se dedica a la pintura y a su vocación paralela, la escritura. Publicó los libros de prosa poética Velocidad Crucero y Mar de rincones, y una selección de sus pinturas en Homenaje pictórico a La Boca, libro financiado por el programa de MECENAZGO CULTURAL de la Ciudad de Buenos Aires. Instagram: @lauravacs https://www.instagram.com/lauravacs/?hl=es 253


ANDREA ESPADA

Poeta manchega residente en Lisboa, donde actualmente trabaja como Profesora de Español como Lengua Extranjera en institutos y academias. Como poeta ha publicado el libro Pena de Pájaro (Amargord, 2019). Sus poemas también aparecen dispersos en revistas literarias, publicaciones en línea y antologías como SAL - A World Poetry Book.

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ROCÍO WITTIB

Rocío Wittib, Buenos Aires (1989). Ha publicado poemas en varias revistas virtuales y en papel, como Círculo de Poesía (México) y Cuadernos Hispanoamericanos (España). Publicó el libro Poemas para perseguir sin prisa el silencio (2016), en la editorial portuguesa Temas Originais. Sus poemas han sido traducidos al italiano, rumano y portugués. En 2018 publicó el poemario La herida que besa el puñal, por Ediciones en huida. En 2021 ha salido su nuevo libro de poemas 35 veces vamos a hablar de la misma mierda, publicado por Liliputienses. También es aficionada a la fotografía, publica sus trabajos en Instagram y en captura.org.

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FERNANDO BELTRÁN

Fernando Beltrán (Ciudad de México, 1981) es doctor en sociología por la Universidad Nacional Autónoma de México. Sus últimas contribuciones fueron publicadas en la Revista Mexicana de Sociología (“Ernesto Sabato, un retrato biográfico”, vol. 79, no. 4, oct-dic, 2017, pp. 785-809) y en Destiempos. Revista de curiosidad cultural (“Literatura, historia y política en Paco Ignacio Taibo II”, no. 59, septiembre, 2017, pp. 49-72). Ha ensayado sobre Pablo González Casanova y Rodolfo Walsh. Sus principales intereses se encuentran en el comercio entre el ensayo y la ficción. Pueden leerse en línea los siguientes trabajos de su autoría: Entre hombres. Relatos breves desde la derrota: mybook.to/Entrehombres Sabato escritural. Un relato sociológico: mybook.to/Sabatoescritural

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JUAN MANUEL ONTIVERO

Nació en nació en Ballesteros, Córdoba, Argentina, en 1986. Es músico, profesor de Literatura y especialista en Ciencias Sociales. Ha participado de numerosas antologías de cuentos y relatos. En el Ciclo incógnito (2018) y en el grupo literario Las puntas del clavo, por nombrar algunos. Publicó algunos de sus cuentos en revistas con formato física y digital, como la revista del sindicato de Luz y fuerza de la provincia de Córdoba y blogs literarios. 257


Cursó sus estudios de profesorado mientras trabajaba como soldador en una fábrica metalúrgica. Luego de algunos años se trasladó a Villa María, ciudad vecina del pueblo en la que consiguió trabajo como corrector y redactor de un diario. En este lapso de tiempo obtuvo su especialidad en Ciencias Sociales en Flacso (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales) y conjuntamente comenzó su período de dedicación a la docencia, que actualmente, y viviendo en Buenos Aires, ejerce. Actualmente escribe en su blog https://medium.com/@saxongramatico

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PEDRO NAZAR

Pedro Nazar nació en Buenos Aires el 28 de agosto de 1974. Es licenciado y profesor en letras por la Universidad de Buenos Aires, y cursó estudios de música en el ITMC (Instituto Tecnológico de Música Contemporánea). Trabaja como docente de literatura en establecimientos de enseñanza media de la ciudad de Buenos Aires. Tiene a su cargo el taller de escritura del Penal de San Martín, Unidad 48, Provincia de Buenos 259


Aires, sobre el que se está realizando un documental auspiciado por la Universidad Nacional de San Martín. Lleva adelante, hace varios años, el programa radial “La gaveta de Drummond”, dedicado a la difusión de la poesía. Durante la pandemia de COVID 19, dictó talleres de poesía en PARADORES para personas en situación de calle. Participó en numerosos simposios de literatura y poesía. Colabora como poeta con revistas nacionales e internacionales. Ha publicado los libros Como herrumbre de pena -Ayala Palacio Ediciones- 1998; Pez Negro –Airediseño ediciones- 2010; Caricias Lunch –Edición independiente- 2011, libro escrito a cuatro manos con el poeta Ecuatoriano Cristian Avecillas. En su faceta de músico, ha publicado los siguientes discos: Gigante de Papel - Estudio El Ombligo- 2007, y Como quien no quiere la cosa (Sobre textos de Alejandra Pizarnik)- Estudio El Globo Rojo – 2010

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GLADYS ÁGUEDA COVIELLO

Gladys Águeda Coviello. Nació en Tucumán, Argentina. Es maestra. licenciada y profesora en Letras. UBA. Grado investigadora UB. Ejerció la docencia en todos los niveles educativos. Investigó para las universidades de Tokio, Maryland y Barcelona. Editó cuentos, novelas, ensayos y textos didácticos. Publicó más de 400 crónicas y continúa con esa actividad en diarios y revistas. Entre otros premios mereció la elección de Mujer del Año 2011 en las Letras por la Cámara de Senadores de la provincia de Buenos Aires. Después de vivir varias décadas en Hurlingham y Barcelona, regresó a su ciudad natal.

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BÁRBARA GONZÁLEZ

Bárbara

González

González

es

profesora

de

Lenguaje

y

Comunicación, egresada de la Pontificia Universidad Católica de Chile y Licenciada en Lingüística y Literatura de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Candidata a Magíster en Literatura Latinoamericana y Chilena en la Universidad de Santiago de Chile.

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GIOVANNI VERGA

Giovanni Verga nació en Catania, Sicilia, en el seno de una familia noble, el 2 de septiembre de 1840. Es el mayor representante del Verismo italiano y, junto con Manzoni, uno de los más grande narradores italianos del ochocientos. El foco de su mirada es el mundo de los humildes. Del estrato más desfavorecido de la sociedad es, sostiene Verga, en donde se manifiestan las leyes fundamentales de la existencia. La literatura de Verga tiene el mérito de haber puesto en el centro de su narrativa el mundo meridional y siciliano de la post unidad italiana, convirtiendo en protagonistas a los pequeños burgueses, campesinos, artesanos, pescadores, los cuales eran víctimas de un destino de injusticia pobreza y sufrimiento. El estilo Verga intenta una fusión entre la lengua italiana y el dialecto siciliano, utilizando los modos y cláusulas del siciliano con las estructuras del italiano. 263


Entre sus primeras obras destacan: Eva (1873), Tigre reale (1873), Eros (1875); mientras que, del período verista, se puede señalar: I Malavoglia (1881), Novelle Rusticane (1883) libro de relatos entre los que se encuentra Las cosas (Le cose), de cuyo protagonista, Mazzarò, Verga desarrollará el personaje de su gran novela, Mastro don Gesualdo (1889). Murió en Catania, en 1922.

264


COLABORACIONES: Costanza Revista Literaria publica textos de poesía, cuento y ensayo sin restricciones en cuanto a su extensión, generación de sus autores o tema. Quienes deseen enviar sus obras deben hacerlo, aclarando en el asunto del mensaje el género al que pertenece dicho texto, a la siguiente casilla de email: colaboraciones.costanza@gmail.com

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Próximo número: agosto de 2022

colaboraciones.costanza@gmail.com


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