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La cenicienta más allá del muro

Escribe: Raul Oliva1

Era un atardecer como cualquier otro en Fronteras Unidas, un asentamiento urbano ubicado en pleno corazón de la Ciudad de los Reyes. Multitudes de estructuras de madera, apiñadas en la ladera de la montaña, se organizaban en torno a senderos de trazo irregular, no asfaltados, rebosantes de negocios y de mototaxis por doquier. El paisaje ascendente se veía abruptamente recortado por una gigantesca pared de más de diez kilómetros de extensión, conocida coloquialmente como ‘El Muro de la Vergüenza’, que se ubicaba exactamente a lo largo de la cima de la montaña y que restringía el acceso de Fronteras Unidas y otros vecindarios cercanos hacia la otra ladera de la montaña, es decir, a la zona acaudalada conocida como Las Casuarinas, donde vivían algunas de las familias más adineradas de la sociedad limeña.

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Aunque todavía se puede observar transportes particulares y camiones municipales pasadas las seis de la tarde, por lo general queda poca gente paseando por las calles o comprando en el mercado zonal. Por ello, a esta hora, usualmente los comerciantes ya se han retirado a sus casas, tras haber cerrado sus puestos y habiendo rematado su mercadería excedente. Como en una postal de la vida nocturna secreta de Fronteras Unidas, podemos ver perros vagabundos agrupados en jaurías que barren al atardecer las calles del asentamiento, enfrentándose a las pandillas de gatos, así como a un ejército de palomas que planean desde lo alto, por los restos que ha dejado una jornada trajinada de ventas en el mercado. Hay abundantes frutas que se fermentan, carne vacuna y avícola en descomposición, apilados en bolsas, o a veces desperdigados por accidente, y que son más que suficientes para alimentar a aquellos animales y a sus crías. Sin embargo, éstos deben apresurarse, puesto que los trabajadores municipales limpiarán todo en breve.

El día de hoy, sin embargo, es un día excepcional, porque la prensa ha venido por primera vez a cubrir una noticia en Fronteras Unidas, y han montado incluso un tremendo escenario, con una palestra de OSB pintada de negro, cámaras de video profesionales y reflectores de luz de toda clase. Para ello fue preciso desmantelar el puesto ambulatorio que se había instalado para la campaña de lucha nacional contra la anemia, y cuyo lugar ahora fungía como el camerino temporal de las estrellas. Las dos camionetas donde habían traído los elementos necesarios para instalar el escenario se habían quedado varadas varias cuadras antes de llegar al mercado, justo donde acababa el doble carril y comenzaba la mayor inclinación del terreno. Había sido preciso por ello que las mismas cenicientas colaborasen con la movilización de la utilería, supervisadas por el asistente de producción, para que no se vayan a robar nada. Las “cenicientas”, como las había llamado la prensa, eran trabajadoras del mercado zonal, entre otras lugareñas, que estaban allí para cumplir un sueño, el cual parecía sacado de un cuento de hadas, y que consistía en competir para escoger entre ellas a “la cenicienta más allá del muro”, tal como había llamado la prensa a este certamen. Pero, ¿en qué consistía?

Todo había empezado unas semanas atrás, cuando Claudia, una reportera de policiales para el noticiero matutino que siempre soñó con trabajar en la sección de espectáculos, fue enviada a cubrir de oficio un operativo de seguridad que la policía llevaría a cabo en la urbanización Las Casuarinas, y donde pensaban poner en evidencia las fallas de seguridad que había en el Muro y que colocaban a los vecinos de aquel lado a merced de los criminales que poblaban del otro lado, por lo que los mismos dirigentes vecinales de las Casuarinas habían venido exigiendo mayor control policial, entre otras medidas que refuercen su seguridad. La policía del distrito, entre tanta insistencia y para no quedar mal con estas familias, se había preparado para realizar detenciones, desmantelando una supuesta banda para la que incluso ya tenían un nombre: “Los sanguinarios del Muro”. Y Claudia tenía la misión de cubrir tal operativo.

Pese al gran despliegue de unidades policiales y a la presencia de canes adiestrados, la tarea, sin embargo, se presentó como sumamente tediosa, ya que no hubo a quién detener. De hecho, no encontraron un alma siquiera en las primeras horas que estuvieron ahí. Los policías tuvieron que esperar mucho tiempo, debiendo enviar de regreso a la base a la mayor parte de los efectivos desplegados. Los pocos que se quedaron tuvieron que avanzar camuflados. Claudia estaba muy molesta porque no le reconocerían estas horas extras de trabajo de campo y porque los policías no dejaban de coquetearle, incluso le hacían comentarios sexistas poniendo en duda si una mujer podía cubrir adecuadamente noticias sobre criminales.

Llegaron entonces a una zona donde se presentaban grande grietas en el muro y ahí, finalmente, encontraron a un sujeto al cual arrestar. Los policías tomaron desprevenido al infractor y lo redujeron al instante. Se trataba de un tipo de baja estatura, delgado, casi escuálido. El camarógrafo se aprestó a grabar el arresto.

“¿Pero qué están haciendo?”, gritaba el muchacho. “¡Cometen una equivocación! Yo no soy ningún criminal. ¡Yo vivo aquí! Solo estaba paseando”.

Grande fue la sorpresa de Claudia al darse cuenta que este sujeto, de tez blanca y perfil respingado, estaba bien vestido, con el logo de un cocodrilo casi imperceptible en el bolsillo de su camisa monocromática y con zapatos de cuero que brillaban con la luz del flash. El blanquímetro instalado en la ética profesional de Claudia detectó que no podía tratarse de un poblador empobrecido del otro lado del muro, sino de un vecino distinguido de Las Casuarinas.

“¿Pero qué pasó?”, le preguntó ella, empatizando con el muchacho. “¿Por qué se encontraba usted aquí? ¡La policía pensaba que usted estaba cruzando el muro!”

Los policías soltaron al muchacho al ver que en su Documento de Identificación figuraba una dirección de Las Casuarinas. El muchacho estaba ofuscado, pero entre frases contradictorias y entrecortadas, le contó una historia que dejó maravillada a la entrevistadora.

“Desde hace mucho tiempo me gusta caminar por esta zona”, comentó el muchacho. “Vengo aquí a relajarme y fumar un cigarrillo cuando hace frío. El otro día que paseaba por aquí de noche a esta misma hora, oí a una chica cantar boleros preciosos. Ella vive al otro lado del muro. Me gusta mucho su voz. Así que vengo aquí para escucharla. Bueno no exactamente aquí mismo, sino a un punto que está como a dos cuadras. Justamente me dirigía hacia allá… Ella se da cuenta cuando llego, a veces la saludo… y hemos conversado incluso a través de una grieta en el muro… Me ha contado que estudia y trabaja a la vez. Pero es muy tímida y no quiere que la conozca en persona. Ni siquiera sé cómo se llama”.

La periodista, olvidándose por completo de los policías y del operativo, animó al joven para que le mostrara el lugar donde se encontraba con la misteriosa muchacha. Los policías también les siguieron. El camarógrafo registraba todo lo que iba sucediendo.

“¡Acércate más!”, dijo el muchacho, de pronto, al llegar, con la solemnidad de quien invoca a un espíritu mágico.

De repente, una voz peculiar reaccionó a la aparente señal y empezó a cantar:

“Acércate más y más, y más... ¡Pero mucho más!

Y bésame así, así, así como besas tú. Pero besa pronto, porque estoy sufriendo. No lo estás tú viendo, que me estoy muriendo, Sin saberlo tú”.

La voz tenía un matiz especial, reconoció Claudia. Era aguda al inicio y, sin embargo, tenía cierta voluptuosidad, porque solía terminar cada soneto con tonos un poco más graves. No parecía una voz entrenada, y hay quién hubiera dicho que se trataba de un falsete, que la voz de la cantante estaba tratando de ser más alta, suave y refinada de lo que en realidad era. De cualquier manera, ¡qué hermosa era! Oyéndola todos se relajaban e incluso se sensibilizaban, como que se percataban un poco más del cielo estrellado sobre el firmamento, o de la tenue luz de la luna sobre el Muro. Por sus memorias pasaban recuerdos de una infancia mejor, lejos de los problemas laborales y maritales, sentados en la mesa de su casa oyendo boleros, mientras sus mamás o sus abuelas preparaban un lonche o la merienda, o lo que sea para lo que les alcanzaran unos cuantos intis de aquella época remota. Tal era el poder de esa melodiosa voz cuando cantaba un bolero.

Cuando el camarógrafo intentó grabar a la mujer a través de las grietas, encendiendo una luz muy potente para poder iluminarla, la muchacha dejó de cantar y salió huyendo. La falta de electricidad al otro lado del muro empeoró sus chances de que pudieran capturar cómo se veía realmente. No sirvió de nada que el muchacho le pidiera a gritos desesperados que regrese. Claudia oyó en su suspiro de resignación la prueba del amor ingenuo y sincero. El coronel dio por finalizado entonces su operativo y la policía se alejó: no tenía sentido que dieran declaraciones o que hicieran una nota policial al respecto si no había habido ninguna detención.

Pero Claudia sabía que esta historia tenía mucho más recorrido. Al regresar al canal, buscó a la productora de espectáculos, quien al verla llegar hizo el ademán de retirarse, y es que Claudia había sido muy insistente en su interés de cambiar de programa, lo que había terminado por irritar a la productora, que no la quería en su equipo en lo absoluto, y que tampoco lo disimulaba. Claudia la detuvo. Le contó sobre la misteriosa muchacha. Le dijo que podían hacer un reportaje sobre el amor imposible entre un joven rico de Las Casuarinas y una desconocida muchacha que vivía más allá del Muro, los cuales se citaban de noche con esa pared de por medio, desafiando de paso también las barreras sociales. La idea le gustó a la productora, quien pidió revisar las grabaciones junto a Teresita, la conductora del magazine prime time del canal, que coincidentemente se encontraba en los estudios de grabación en ese momento. Teresita pasaba por su mejor momento en la televisión, dado que se había visto involucrada recientemente de manera sentimental con un jugador de fútbol que anotó uno de los pocos goles que la selección nacional logró realizar en el último mundial. [continuará].

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