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Tragedia griega
TRAGEDIA GRIEGA
La siguiente es una historia de la vida real que ocurrió hace tiempo. Se cambiaron los nombres para proteger a los culpables. Historia: Paul Clarke. Ilustración: Steve Ham
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Aprendí a volar en Peak District en Inglaterra, en la zona de vuelo de Shining Tor enrotorado en la estela del avión de la policía que perseguía a los motociclistas que querían romper la barrera del sonido en la famosa carretera Cat and Fiddle. Una carretera en el norte de Inglaterra con vista a las colinas de Peak District, cuyas numerosas curvas la hacen popular entre los motociclistas y una de las más peligrosas en el Reino Unido.
El instructor era Paul Hallmark y el ala, una Nova Phocus, nombre que Ford adoptó para su auto, con planeo y tasa de caída similares.
Paul era parte del equipo Chris Drawers/ Judy Lederhosen que cuando obtuve mi licencia de piloto, me invitaron a un curso de vuelo de distancia en la soleada Grecia. Desde luego, según la licencia tenía la experiencia y capacidad de lidiar con lo que me cayera del cielo, o eso pensaba.
Mientras que Chris y Judy servían de guías en Grecia, un expatriado francés, llamémoslo Monsieur X, se encargaba del hospedaje, las zonas de vuelo y de conducir el minibus de la recogida.
Monsieur X estaba orgulloso de sus zonas de vuelo, de los despegues que había abierto luego de haber quitado las peores piedras angulares y arbustos con espinas (que cubrían por completo el terreno más alto) eran de 1,5 alas de ancho y cuatro zancadas alpinas de largo. Generalmente, me parecía que necesitaba cinco zancadas para intentar que el Phocus tuviera un poco de sustentación y por lo tanto pasé bastante tiempo curando canillas golpeadas y desenredando líneas de dichas espinas y piedras.
Monsieur X cortó unos naranjales (que cubrían por completo el terreno más bajo) para hacer un aterrizaje de 1,5 ala de ancho y un planeo de la copa de los árboles de largo. Me pareció que generalmente necesitaba un planeo y más para aterrizar y por ello usualmente tumbaba varias naranjas antes de que maduraran.
Descubrí que cuando le sugerí a Monsieur X que podría haber hecho los despegues y aterrizajes más grandes, tendía a comportarse como un psicópata y arrogante, nada positivo, hacia los ñoños ingleses de poca importancia que despegan viendo el ala y me contó que le había causado lesiones que requirieron hospitalización a personas que habían volado en “sus” zonas sin haber sido recompensado.
Pasé mucho tiempo en el minibús abarrotado de pilotos sintiéndome como una paloma mensajera nerviosa, revisando el paisaje constante e infructuosamente en busca de zonas sin rocas, árboles, cables etc. donde aterrizar.
Una vez, tuve que seguir a un grupo de pilotos por una bahía para aterrizar en una franja estrecha de playa bordeada por los consabidos naranjales. La tasa de planeo del Phocus aseguró que no tumbara naranjas en esta ocasión y me posó antes de la orilla hasta los muslos en el agua. Debido a este incidente, me quedé sin ala el resto del día mientras que lavaba y dejaba secar al Phocus y el paracaídas.
Monsieur X vio una oportunidad en mi inactividad. Me explicó que necesitaba un camarógrafo para volar en biplaza y grabar una pérdida y la maniobra para recuperarla para incluirla en el video de entrenamiento que estaba haciendo. También me explicó que haría la maniobra sobre el mar y que tenía un paracaídas biplaza. También me dijo, que no habría un bote de rescate porque no hacía falta de todas formas porque no iba a arriesgarse a lanzar paracaídas (todo un problema para reempacar) ni a amerizar porque la cámara costaba €2.500 y no era contra agua.
No alcancé a comprar otra cerveza y decir, “me encantaría ayudarte, pero...” cuando ya estábamos atados y saltando entre piedras y arbustos con espinas para despegar (¡un biplaza también necesita más de cuatro pasos!) y volar a un lugar a unos 300m sobre el mar Egeo.
Oí un palabreo galo y coloqué la cámara sobre mi ojo e incliné la cabeza hacia atrás hasta que la canopia ocupó todo el campo visual. Subió las manos, se dio varias vueltas en los frenos y tiró de ellos repetidamente. El ala se plegó rápidamente y las puntas se tocaron delante de nosotros al mismo tiempo que mi estómago intentó pasar por mi cuello.
Fue difícil mantener la canopia dentro del cuadro porque se agitaba de forma violenta y nos lanzaba de un lado a otro cual muñecos de trapo. Las puntas se metían y se salían de las líneas como bailarines de mayo y todo el asunto giraba rápidamente. Fue como grabar por la puerta de una lavadora durante el ciclo de exprimido.
Luego de un momento, las líneas se combinaron para formar una cuerda gruesa y colorida, las bandas se exprimían como una camisa de fuerza y el ala parecía una serpentina en un ventilador.
Mi trabajo como camarógrafo se hizo más fácil porque la canopia ocupaba menos espacio y asumí que los comentarios de Monsieur X tendrían sentido para los pilotos franceses, con bastantes gritos y muchos merde.
Justo cuando pensaba que había recuperado el control e íbamos a aterrizar, me sorprendí cuando impactamos el agua de golpe. Mi cabeza dio un latigazo hacia atrás por la deceleración violenta y el mundo se convirtió en una maraña de líneas, burbujas y rodillas.
Ya había abierto los ojos bajo el agua en piscinas y ríos y había visto lo que me rodeaba de forma borrosa, pero esta vez todo se veía nítido por el impacto. Incluso con los lentes, lograba ver cada detalle de las líneas, las cintas que me confinaban y la trayectoria de las burbujas. No había tomado una bocanada de aire antes de sumergirme y luché frenéticamente para volver a la superficie, que para mi alivio no estaba tan lejos.
Me quité el arnés y le pregunté a Monsieur X si estaba bien, y asintió. Me zafé la preciada cámara de la muñeca y se la devolví.
Me di la vuelta y empecé a nadar casi un kilómetro hasta la orilla con una nueva perspectiva del parapente.