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¡OH COLOMBIA!

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DESPEGUE

DESPEGUE

Pablo Heidenreich en la llanura sobre el amplio valle del Cauca.Piedechinche se encuentra a menos de 90 minutos de la ciudad de Cali en el sur de Colombia. Se vuela todo el año pero la temporada alta es de noviembre a marzo

¡OH COLOMBIA!

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Félix Wolk viaja al paraíso de las térmicas en Piedechinche, Colombia y se encuentra con uno de los verdaderos maestros del deporte en su nuevo hogar de invierno en Valle del Cauca. Texto y fotos de Félix Wolk

Pal Takats en su casa de invierno en Piedechinche

La leyenda del acro Pal Takats me lleva por el terreno de su nuevo hogar de invierno en Piedechinche, en el famoso valle del Cauca en Colombia. Me muestra la diversidad de plantas que ha sembrado bajo la luz de las frontales mientras me habla de simbiosis, producción, erosión y belleza.

Este húngaro duro construyó terrazas a mano. Están sombreadas por árboles y son un lugar de retiro paradisíaco. Un sendero empinado, hecho con pico y pala, lleva hacia la montaña. Pal se disculpa con un árbol al que tuvo que cortarle ramas floreadas de diez metros por estar en la vía de su despegue privado. Obviamente, se arrepiente de este sacrificio.

Seguimos subiendo entre bananeros y llegamos a una pradera cultivada empinada con espacio en la parte superior para un parapente - un trampolín a la térmica de servicio de Piedechinche. Incluso a las 9pm el viento sigue subiendo. Veinte metros más abajo, hay una plataforma de unos 30m de largo - el aterrizaje privado de Pal frente a su casa. Su oficina es una cabaña de bambú. No está terminada, pero Pal me invita a pasar. “Todavía podemos relajarnos aquí”, dice.

Nos ponemos cómodos en las hamacas frente a la cabaña. Una banda de perros felices se asoman por la cocina abierta, moviendo la cola esperando las sobras de la parrilla del día anterior. Un DJ de Cali había llenado el valle con salsa psicodélica y sonidos electrónicos.

Pal me impresiona de verdad. Observa satisfecho su terreno de una hectárea. Es la obra de un piloto que hizo todo solo.

Cuando empezó a volar, Pal se iba con su tienda, saco de dormir y su compañero de vuelo Gabor Kezi a las competencias internacionales de acro. En el proceso, destronó a los hermanos Rodríguez, ganó la Copa del Mundo de Acro dos veces y dio inicio a una nueva era. Fue el primero en hacer infinity en biplaza, inventó maniobras innovadoras como el misty a helicóptero, esfera, cork y fue el primer experto en todas las conexiones. Su determinación, intelecto y espíritu experimental lo llevaron a tener éxito.

Ha competido durante varios años en competencias de distancia, al más alto nivel de la Copa del Mundo de Parapente, en dos Red Bull X-Alps y hoy en día es uno de los pocos maestros de todas las disciplinas del parapente.

Pal conversa bajo el cielo estrellado de Colombia. Describe en alemán fluido sus vuelos pioneros en alta montaña al este del valle del Cauca, otro tipo de reto. Ahí busca llegarle a una masa de aire diferente, donde el techo es más alto que en los valle húmedos. Suena loco. Solo funciona con viento fuerte del este porque así las térmicas llegan a la inestabilidad. Para ello, hay que volar por valles sin aterrizajes donde reina la selva y los venturis. Ya logró llegar a 4300m en tierra de nadie usando esas tácticas

Está haciendo fresco. “Mañana será un buen día en Piedechinche”, dice el nativo de Budapest mientras lee las estrellas sudamericanas. Con los consejos de Pal, bajo por la montaña en una Land Cruiser que trastabillaba determinado a explorar su nuevo hogar

Acción de fin de semana en Piedechinche. El negocio de los biplaza prospera

Vida de biplazas

Es fin de semana y el aterrizaje del hotel familiar Dédalos Fly House está más activo que nunca. Hay que lidiar con una oleada de pasajeros colombianos. “Mucho trabajo”, se queja Valentino, un campesino al que le gusta hacer ocho biplazas diarios.

Los hoteleros Danilo y Jonathan también están de lleno en el negocio de los biplazas, así como su padre don Carlos, que conduce el Jeep todo el día. El grupo sube al despegue con los pilotos. Son pasajeros de todo tipo que esperan su dosis de adrenalina. El suspenso dura poco.

Pablo Heidenreich y Gustavo Piñeda

Poco sucede antes de dar las instrucciones, de hecho no sucede nada. En cambio, solo está el panorama del despegue empinado. Para los que se niegan a correr, afortunadamente tienen asistencia. Los más pesados desaparecen brevemente entre los juncos antes de salir a volar.

Danilo es como una locomotora y tiene un enfoque pragmático de su trabajo. “Hmmm, ¡mucha gente!, dice. Después toma a dos chicas valientes del grupo que reían nerviosamente, les coloca las perneras de un solo arnés y saca a volar el sándwich como un tren expreso.

Después, a la delgada Catrina no le va tan bien. Como un toro, Danilo pareciera bajar la cabeza, sale a la carga y saca a volar a la temerosa mujer. La señora empieza a disfrutar de la vista entre rezos después de un péndulo por el follaje.

Danilo, un piloto con el sobrenombre del aviador Langara 1 ve mi cámara y se emociona. El lastre humano de este showman pareciera un accesorio nada importante. Apenas sale a volar y con un freno flotando en el viento, hace un rasante por el despegue con actitud. Se estira para tocar el suelo, estilo wagga. Pareciera usar a su pasajero de ancla en los juncos para ayudarle a maniobrar. Se da la vuelta para volar de espalda, grita “chimbaaaa” y pone su mejor cara de foto. “¡Muy bueno!”, le respondo.

Paraíso para entrenar

Pablo y yo nos tomamos nuestro tiempo. A diferencia de Roldanillo, la zona de vuelo mañanera del lado este del valle, Piedechinche al oeste funciona todo el día. Solo si entra viento norte, se borran las térmicas. El paraíso para volar distancia sucede cuando hay 3/8 de nubosidad.

Despegamos a pesar de estar sombreado. Inmediatamente, me encuentro girando ceros, a apenas 100m sobre el aterrizaje. Después, se hizo la luz. Desde la base de la montaña, una térmica suave me lleva por la bruma hasta base de nube. A partir de entonces, volar térmico en Piedechinche es juego de niños. Las nubes van y vienen, las térmicas ascienden siguiendo el camino confiable marcado por el viento.

Los puntos de disparo se encuentran al pie de la montaña o en los límites entre lugares soleados y sombreados. Las ascendencias son generosas y el aire húmedo de principios de diciembre surte efecto, reduciendo la turbulencia. El pan de cada día de los pilotos pareciera ser vuelos térmicos que duran horas. Para darle un poco de sabor a esta dieta de sube y baja, volamos hacia la llanura del valle del Cauca. Ahí, las nubes son más pequeñas pero el techo es más alto y la ganancia de altura es buena. Siempre hay otra térmica al alcance.

Pablo Heidenreich se escapa después de visitar un incendio de rastrojos. Los cañaverales en Colombia generalmente se rocían de combustible y se queman, lo que hace que el vuelo sea explosivo

Lluvia vespertina

Vuelo al atardecer en Colombia. La región cuenta con una movida de vuelo intensa y cientos de pilotos vienen de visita cada año

El olor acre de las granjas de puercos sudamericanas invade mi olfato sobre la llanura. Nuestras técnicas de vuelo son ahora más arriesgadas. Después de tres horas, pareciera que jugáramos a sacarla de muy bajo: hacemos transiciones largas aleatorias e intentamos volver a base de nube lo más rápido posible. Funciona muy bien hasta que entra el viento de norte. Contra el viento, ahora nos tocan largos periodos sin encontrar nada. Para volver a Piedechinche, rebotamos de una burbuja rota a la siguiente. Al no tener ninguna ladera para apoyarnos con dinámica, parece cada vez más una hambruna de vuelo.

No queríamos aterrizar lejos, pero nos costó encontrar otro más. Una actividad de la agricultura de tala y quema en el camino es una opción arriesgada. La columna de humo del incendio se alza en forma de hongo y se condensa. No creo que sea tan malo, pienso. Aceleramos y nos dirigimos hacia la masa gris oscura, que se alza en el calor vespertino.

Lluvia de cenizas

El olor a quemado empieza cerca del sotavento del incendio. Cada vez volamos con más cenizas. Entramos a la columna de humo a unos 200m del suelo. Mi ala reacciona de golpe y después, el aire caliente tira de las líneas. El vario pita.

De repente, se dispara la temperatura y le sigue un rodeo diabólico: el suelo está ardiendo. Dentro del humo, los destellos de luz son los únicos indicadores de dirección. Vuelo dentro de una tormenta de cenizas que revolotean nerviosamente. Son hojas carbonizadas de banana y caña de azúcar. Se meten dentro de los cajones de la vela y se desmenuzan para formar un polvo negro. Burbujas densas de aire venenoso ascienden repetidamente como bolas y pareciera que se deslizan por el perfil de la vela. Los cabeceos impulsivos, pérdidas de tensión y cambios en el centro de gravedad se alinean desordenadamente afectando el buen comportamiento del ala. Subimos como cohetes. A una altura considerable, se debilita la turbulencia a medida que la térmica se hace más amplia. La ceniza, no tanto.

Según el vario, llegamos a base de nube, pero es imposible distinguir el humo de la nube. Debe haber una transición imperceptible. Volamos a ciegas con un olor a avena cocida con fuego y agua. ¡Sal de ahí! Pienso y giro hacia la N en la parte superior de la pantalla de mi GPS. “Vuela hacia el norte”, le digo a Pablo por radio. Después me escupe la nube. Esto a unos 200m sobre la base. Poco después, Pablo sale de la nube encima de mí. En el barlovento, el aire está fresco y limpio. Tengo las celdas y líneas llenas de ceniza. Sacudo el polvo negro de caña de azúcar de mi licra de vuelo y voy rumbo al aterrizaje por una cerveza.

Durante este vuelo de regreso, me quedó claro por qué si se vuela sobre un incendio el piloto queda descalificado de la competencia.

Fin de año

Pablo Heidenreigh y yo acumulamos horas y kilómetros durante dos semanas en el valle del Cauca. Hemos volado todos los días. Hoy es fin de año. El piloto de copa del mundo, Lucho Jiménez, que tiene una compañía de turismo para pilotos me advierte: “El 1ro de enero no pasa nada en Colombia. Nadie vuela. ¡Solo hay fiesta durante al menos dos días, amigo mío!” Un hombre, una palabra. Lo respetamos.

Vista de la zona de vuelo de Piedechinche en el extremo sur del valle del Cauca. La zona de vuelo es una base excelente para volar, o como parada urante un viaje por las excelentes zona de vuelo de la región

En la gran mesa de los pilotos biplaza del hotel Fly Dédalos, el ron fluye como río. “La felicidad solo dura un momento”, proclama Pablo y bebe su primer trago. La salsa tradicional con gloriosos instrumentos estruendosos dominan la parrilla. Al que le guste bailar, como a mí, se divertirá con esta compañía. Inmediatamente me bautizan “el patrón” y mi corazón se desborda por el gran honor.

Después del ron, le sigue una botella de whisky. De repente, parecía que la mesa flotara y la silla embrujada hace que salte de un lado. Recibo el año nuevo con una voltereta. ¡Oh Colombia! ¡Qué lugar!

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