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REFLEXIONES DEL CONFINAMIENTO
REFLEXIONES DEL CONFINAMIENTO
MATT WARREN
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MOMENTOS ROBADOS
El confinamiento no solo fue un conjunto de reglas, un desfile de estadísticas trágicas, un calendario que se vació rápidamente - también, para millones, fue un viaje psicológico. El tiempo se deformó, se aceleraba y ralentizaba en lo que parecía ser un presente eterno. El aislamiento nos obligó a pasar semanas explorando nuestra mente. El aburrimiento se filtró en todo. Y volar estaba prohibido.
Sin embargo, el mundo natural siguió adelante. Día tras día, en cielos soleados sin aviones, los cúmulos se formaban en calles de nubes mostrando el camino de miles de vuelos de distancia que nunca sucedieron. Mientras tanto, solo podíamos observar y esperar.
Fue una primavera difícil de soportar. Empecé el confinamiento dispuesto a explorar nuevas formas de entretenimiento. Imaginé que las escaleras de mi casa en el este de Londres eran una montaña y la escalé en un intento ambicioso de sentir que estaba al aire libre.
Subí a la cumbre de Scafell Pike (978m o 391 escalones) y el Ben Nevis (1345m o 538 escalones); mi amigo Gareth hizo la caminata desde el campamento base del pico Everest hasta el techo del mundo. Una noche, armé la carpa que tengo para vuelo vivac en la habitación y pasé la noche imaginando que estaba en una ladera del Mont Blanc. Quizás lograría despegar con las primeras luces rosadas del amanecer.
Pero no duró. Cuando cada día es igual y no puedes hacer planes, el futuro pierde sentido. Te encierras en un presente eterno de Netflix y noticias. Y sin acceso a los amigos, la familia y las cosas que te apasionan, la vida puede ser sorprendentemente agotadora. Me sentía perezoso cuando me movía e inquieto cuando no lo hacía.
Sin embargo, cuando terminó la prohibición de vuelo en Reino Unido, me di cuenta que esta extraña experiencia me había enseñado algo - y otros dijeron los mismo. Fueron dos meses frustrantes, solitarios y a veces aterradores, pero adaptarme a esta nueva realidad cambió mi forma de pensar - al menos de cierta forma rudimentaria - para bien.
Antes, yo era un piloto impaciente, molesto por miedo de perderme algo. Viajar a zonas de vuelo era un inconveniente en vez de una alegría; con preparación detallada, tiempo que habría sido mejor pasarlo en el aire. Con mucha frecuencia, el deporte se había convertido en una carrera alocada por el cielo. Incluso en aquel entonces sabía que era algo peligroso. Hoy en día estoy demasiado consciente de la suerte que seguramente tuve.
Mi primer vuelo después del confinamiento fue en Golden Ball, una colina pequeña pero empinada en el hermoso campo en Wiltshire. Las semanas previas me preocupaba que me costaría volver a volar. Pero en el camino, me sentí diferente. Comparado con el confinamiento, incluso una tarde sentado en la colina sería una dicha, mientras que una hora en el aire sería un poco de paraíso.
Ya no importaba si era el más alto, el más rápido o si volaba más lejos - aunque sería algo extra. En cambio, lo que parecíaimportar realmente era apenas la oportunidad de abrir un parapente bajo el sol de primavera y salir a volar con el - así fuera solo un rato.
El día estuvo estable, con alta presión, pero pasé tres horas en el aire y grité de alegría gran parte del tiempo. No hacía falta apurarse y no tenía que volar mejor que nadie - excepto mejor que mi amigo Dan, por supuesto. Y sin todo ese ruido psicológico, podría concentrarme completamente en disfrutar el vuelo, de las cometas rojas que flotaban y el paisaje enorme y vasto a mis pies.
Lo irónico es que en realidad te hace volar mejor. Con la mente despejada y relajada, tienes la capacidad mental para detectar aves a lo lejos, olores sutiles o columnas de polen que marcaban el aire ascendente. Me sentí más sintonizado con el vuelo y el confinamiento, de forma extraña, me había ayudado a llegar ahí.
Pero el parapente también son los vínculos que creamos mientras volamos - otra lección del confinamiento. La semana siguiente, volé en Combe Gibbet, que queda cerca, y después de una mañana estable la tarde estuvo completamente épica con poco viento y térmicas amplias y flotonas. El distanciamiento social sigue siendo una realidad, pero después de semanas de aislamiento relativo, surfear el borde de una nube con mis amigos Dan y Oli fue una especie de reunión. A 1200m sobre las colinas verdes del sur de Inglaterra, me di cuenta que las metas personales son solo una pequeña parte de la ecuación. El parapente siempre es mejor cuando se practica en equipo.
Desde luego, todavía no sabemos cuándo podremos planificar el próximo viaje ambicioso y puede que las montañas estén fuera del alcance todavía unos meses. Pero al menos, ahora podemos tener esperanza y, mientras tanto, consolarnos con los vuelos que podamos hacer, donde sea y sin importar lo breves que sean.
Cada número, el piloto y escritor Matt Warren le echa un vistazo a la psicología del vuelo y conversa con pilotos de nuestros deportes