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Marco Licinio Craso: de prófugo a millonario
Tras sobrevivir a la guerra entre Sila y Cina, Craso amasó una inmensa fortuna gracias a la confiscación de las propiedades de sus enemigos y sus oscuros negocios inmobiliarios
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Negocios y lucha por el poder
115 a.C.
Nace en Roma Marco Licinio Craso, el menor de tres hijos varones del cónsul Publio Licinio Craso.
85-82 a.C.
Craso se refugia en Hispania huyendo de la guerra civil en Roma. Regresa a la ciudad tras el triunfo de Sila.
73-70 a.C.
Estalla la rebelión de Espartaco, que Craso reprime al frente de un ejército. Tras su victoria es nombrado cónsul.
59-56 a.C.
Craso, Pompeyo y César forman el primer triunvirato. Por los acuerdos de Lucca, Craso recibe la provincia de Siria.
53 a.C.
Craso se dirige a su provincia con varias legiones para invadir Partia. Es derrotado y muerto en Carras. marco Licinio Craso ha pasado a la historia como el hombre más rico de Roma, aunque quizá fuera igualado por su colega y rival Pompeyo, y tres décadas después fue superado por Augusto. En lo que no tuvo rival, a juicio de los historiadores antiguos, fue en su codicia ilimitada y en la falta de escrúpulos de que hizo gala para amasar su fortuna. Si a lo largo de su carrera su patrimonio pasó, según Plutarco, de 300 talentos a 7.100 fue gracias a su oportunista participación en la especulación inmobiliaria en tiempos de proscripciones políticas. Su linaje era de origen plebeyo, pero ilustre. Su antepasado Publio Licinio Craso fue pontífice máximo y cónsul en 205 a.C. junto con Escipión el Africano, el vencedor de Aníbal, y fue apodado Dives, «el Rico». La familia se había integrado en la nobilitas, la aristocracia compuesta por patricios y plebeyos de la que se nutrían las filas de la clase política, pero su fortuna menguó considerablemente. Plutarco cuenta que la casa del padre de Craso era modesta y que él y dos hermanos suyos, ya casados, comían en la misma mesa. Craso, que se casaría con la viuda de uno de estos hermanos, mantendría toda su vida unos hábitos frugales que contrastaban llamativamente con los ostentosos derroches de otros patricios.
El padre de Craso desarrolló una destacada carrera política, que le llevó a ser nombrado cónsul en el año 97 a.C. y censor en 89 a.C. Esto provocó que se viera envuelto en las luchas por el poder en esos años. En 87 a.C., Sila dio un golpe de Estado y ocupó Roma militarmente, pero cuando partió a luchar en Oriente contra Mitrídates sus rivales, Cina y Mario, tomaron el control de la ciudad y lanzaron una feroz persecución contra los partidarios de Sila. Entre éstos se encontraba el padre de Craso, que se suicidó; uno de sus hijos también murió a manos de los nuevos dueños de Roma.
La hora de la revancha
Craso logró abandonar Roma, donde su vida corría peligro, y se refugió en Hispania. Temeroso de que incluso allí pudieran capturarlo, se escondió durante ocho meses en una cueva cerca de Málaga, junto con tres amigos y diez esclavos. Un cliente de su familia le llevaba la comida y también le procuró la compañía de dos esclavas.Craso únicamente volvió a Roma cuando
En su juventud, Craso huyó de la guerra civil en Roma y estuvo ocho meses oculto en una cueva
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siendo aún joven, Craso fue acusado por un tal Plotino de haber seducido a una vestal llamada Licinia, una sacerdotisa sometida al voto de castidad. Se trataba de un sacrilegio que podía acarrear la pena de muerte para ambos. Ante el tribunal, Craso reconoció que había hecho varias visitas a Licinia, pero lo justificó por el interés que tenía en adquirir una villa propiedad de ésta. Los jueces le creyeron, tal era la fama de Craso como especulador inmobiliario. Los acusados fueron absueltos, y se cree que Craso siguió insistiendo hasta que logró que Licinia le vendiera la propiedad.
marco licinio craso, representado en este busto de mármol como un hombre maduro. museo del louvre, parís.
Cina fue asesinado, en 84 a.C. Sin duda, esta experiencia traumática marcó su carácter y quizá fomentó en él, como un modo de resguardarse frente a los enemigos, la avaricia y la codicia que tantos le censuraron.
El acceso al poder de Lucio Cornelio Sila tras el asesinato de Cina devolvió a Craso la libertad perdida y lo situó en un lugar preferente de la política. Ahora, los perseguidos eran los de la facción enemiga. Contra ellos Sila aplicó el procedimiento de la proscripción: la inscripción en una lista pública de las personas declaradas fuera de la ley, a las que cualquiera podía matar y cuyas propiedades eran confiscadas. Nada menos que 40 senadores, 1.600 caballeros y 4.000 ciudadanos sufrieron esta condena. La subasta de sus bienes atrajo a muchos compradores en busca de oportunidades, entre ellos Craso. Refiere Plutarco que «cuando Sila se apoderó de la ciudad y puso a la venta las propiedades de los que iban pereciendo a sus manos, ya que las consideraba y denominaba botín y quería que la mayoría de los notables compartieran este sacrilegio, Craso no se abstuvo de coger ni de comprar». Así fue como Craso empezó a participar de un colosal y lucrativo negocio: la expropiación, incautación y compra de propiedades urbanas de ricos ciudadanos a precios irrisorios; éste fue el origen de su fortuna.
El negocio del ladrillo
Craso se aprovechó de otra medida de Sila: el nombramiento de 300 senadores más entre los caballeros, los equites, la clase empresarial y de negocios, con lo que la curia pasó a tener 600 miembros. Estos nuevos senadores necesitaban cultivar una imagen noble y digna
ciudad romana de gerasa, en Jordania. Formaba parte de la provincia de Siria, que fue adjudicada al gobierno de Craso por un acuerdo con los otros dos triunviros, Pompeyo y Julio César.
y se mostraron muy interesados por las grandes mansiones y fincas de los senadores caídos en desgracia. Al modo de un avezado promotor inmobiliario, Craso les revendió las mansiones requisadas con un gran margen de beneficio. Otra estrategia de Craso subraya aún más su imagen de negociante sin escrúpulos. Plutarco lo expone con nitidez: «Como veía que los incendios y los derrumbamientos de casas eran un mal endémico e inevitable en Roma –debido a que los edificios eran muchos y muy pesados–, se dedicó a comprar los edificios incendiados y los próximos a éstos, pues los propietarios se los cedían a bajo precio a causa de su te-
gEnERaL dESPiadado
tras la muerte de Espartaco en la batalla que puso fin a su rebelión, en 71 a.C., Craso capturó a 6.000 esclavos supervivientes. Deseoso de impresionar a sus compatriotas con su severidad, ordenó ejecutar a todos los cautivos mediante la crucifixión. Miles de postes con los presos agonizantes quedaron alineados a lo largo de la carretera que unía Capua con Roma.
mor e incertidumbre; de manera que la mayor parte de Roma estaba en sus manos». Al mismo tiempo, creó un equipo de quinientos esclavos arquitectos y constructores para apuntalar los edificios y desescombrar las parcelas, y luego alquilaba o vendía las viviendas. No hacía edificios nuevos, pues aseguraba que «los aficionados a la construcción se arruinan ellos mismos sin necesidad de enemigos».
Esclavista y usurero
Craso poseía también haciendas en Roma y en la península Itálica así como minas de plata, tal vez en Hispania. Pero, según Plutarco, «todo esto no era nada en comparación con el valor de sus esclavos». Craso se preocupó personalmente de que recibieran una formación especializada en tareas diversas –«lectores, escribas, plateros, administradores, camareros...»– y les
EL gRan ERRoR dE CRaSo
la decisión de craso de declarar la guerra a los partos, sin que éstos hubieran protagonizado ningún acto hostil, fue muy controvertida en Roma. dos tribunos protestaron públicamente, y uno de ellos, en el momento en que Craso abandonaba Roma camino de oriente, a finales de 55 a.C., lanzó contra él terribles maldiciones por deshonrar a la República con una guerra injusta e innecesaria. Pocos se extrañaron de que una campaña iniciada bajo tan malos auspicios terminara en desastre.
jinete parto. estatuilla en piedra procedente de irán. siglos v-vi d.c.
la muerte de craso.
Este óleo, por Lancelot Blondel, recrea el momento en que los partos vierten oro fundido por la garganta del cadáver de Craso. Siglo XVI. Museo Groeninge, Brujas.
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confió cada tarea con autonomía, entendiendo que ése era el mejor modo de rentabilizarlos, aunque consciente de que él mismo debía controlarlos a todos. Los esclavos le sirvieron como bienes preciados y liquidables, y para llevar la gestión de su emporio.
Gracias al inmenso capital que amasó, Craso actuó también como prestamista. Generalmente cobraba intereses altísimos, pero tenía a gala perdonárselos a sus amigos, aunque cuando vencía el plazo del préstamo reclamaba su devolución con gran dureza, tanto que «el don resultaba más oneroso que una gran cantidad de intereses», dice Plutarco. Los préstamos eran también un medio de ganarse aliados políticos; de ahí, por ejemplo, los 830 talentos que prestó a Julio César en los inicios de su carrera política.
Pese a su codicia, Craso supo ganarse el favor popular para lograr sus objetivos electorales. Cuando en el año 71 a.C. fue elegido cónsul, tras su éxito en la represión de la revuelta de Espartaco el año anterior, quiso mostrarse especialmente pródigo: «Consagró a Hércules el diez por ciento de sus bienes –explica Plutarco–, ofreció un banquete al pueblo y de sus propios fondos procuró a cada romano una provisión de grano para tres meses». Esta generosidad le ayudó a conseguir los votos necesarios para ser elegido censor, cargo que desempeñó diplomáticamente: no revisó ni censuró a senadores, caballeros ni a ciudadanos.
Atrapado en Siria
En los años siguientes, Craso tendría un papel destacado en la política romana. En el año 59 a.C. formó parte del primer triunvirato, junto con Pompeyo –su gran contrincante– y César. Su segundo consulado con Pompeyo, en el año 55 a.C., le abrió el camino a una ambiciosa empresa, la guerra contra los partos en Oriente, de la que esperaba obtener un gran botín de guerra. Pero la campaña se saldó con una desastrosa derrota en la batalla de Carras. A su término, instado por sus hombres a negociar con el vencedor, Craso marchó al campamento enemigo, donde fue apresado y ejecutado.
Los historiadores antiguos ofrecen dos versiones sobre el fin de Craso. Según Plutarco, sus captores le cortaron la cabeza y la mano y las enviaron al rey parto. Dión Casio recoge la leyenda de que los partos, conocedores de la reputación de su presa, le habrían derramado oro fundido en su garganta para aplacar su insaciable sed de riquezas.
pedro ángel fernández vega
doctor en historia