Serie
grandes carménere
Esta es la primera entrega de tres crónicas sobre los que son a mi entender, los mejores vinos de esta emblemática cepa chilena. La cata con Ignacio Recabarren y la visita a los viñedos de Peumo se realizó el 25 de octubre de 2012 dentro del marco de un artículo publicado para Audi Magazine Latin América. CARMIN DEL PEUMO
Confieso que mis primeras interacciones con el carménere no fueron muy positivas, tanto que no entraba ni siquiera dentro de mis alternativas posibles a la hora de elegir el vino para una cena. Hace unos tres años tuve la oportunidad de probar el Carmín de Peumo, del cual tenía muy pocas referencias, pero me encontré con vino absolutamente superior, dominante, con vida propia. Claro que no hice un gran aporte en términos de novedad, sino que estaba probando el primer vino en la historia de Chile que obtuvo 97 puntos en la calificación del probablemente más reconocido crítico de vinos del mundo, Robert Parker. Ese día el Carmín de Peumo cambió para siempre mi forma de ver esta cepa y en parte es por eso que decidí emprender este viaje, para conocer a su creador, el enólogo Ignacio Recabarren. La cita estaba pactaba para las 11 de la mañana la bodega de Concha y Toro en Pirque, a menos una hora de la impactante capital chilena, pero salí temprano disfrutando de la mañana soleada aunque fría, a borde la versátil Q3, una SUV pequeña con el comportamiento de un sedán de alta gama.
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En Pirque, ubicado en el Valle del Maipo, se encuentran las plantaciones que dan vida a muchas otras variedades de la bodega, así como el lugar donde nace la leyenda del Casillero del Diablo. Allí está la casa que habitó Don Melchor de Concha y Toro junto a su esposa Emiliana. Luego de un recorrido por las viñas con la enóloga Loreto Ruiz, fuimos a encuentro de Ignacio. Si bien tiene fama de obsesivo y perfeccionista, es una persona especialmente cálida que nos recibe como si se tratara de su propia casa. Es un placer escucharlo hablar, sus ojos se iluminan al describir su historia a medida que afloran los recuerdos, pero cambia drásticamente la cara y se pone serio cuando habla de los vinos, precisamente por eso, porque su trabajo es muy serio y la nobleza de la tierra requiere ese compromiso. Lo primero que hacemos es una cata vertical de Terrunyo para entran relación con la cepa carménere, donde catamos las añadas 2007, 2009 y 2010, pudiendo apreciar las grandes diferencias que puede entregar el mismo terroir cuando cambian las condiciones climáticas. Ya llevábamos más de una hora de charla cuando llegamos al momento más esperado y para el mismo pasamos a otro salón. Allí estaba el Carmín de Peumo 2005. Entender la obra explicada por su creador es un privilegio único, y este vino tiene más de arte que de ciencia, así que Recabarren puede ser considerado a mi juicio, un artista.
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El origen de este excelente vino es el mítico Cuartel 32 en los viñedos de Peumo, en el Valle del Cachapoal, donde la densidad de plantas por hectárea es muy baja y las mismas se encuentran muy espaciadas. Como esta variedad tiende a producir muchas hojas se le practica manualmente la poda en verde que es un deshoje cuyo objetivo en asegurarle más sol a los racimos. El suelo arcilloso ayuda a retener el agua y se la va entregando a las plantas, favoreciendo el control del crecimiento y una buena madurez de los racimos. El viñedo está naturalmente protegido y tiene todas las condiciones, luz, sol, calor, frío en las noches, suelos apropiados y por sobre todo el amor y la dedicación de quienes realizan esta alquimia. “Fantástico”, es lo único que alcanza a decir Ignacio con una especie de mezcla entre admiración y orgullo, sin poder apartar los ojos de la copa. Luego profundiza su explicación textual, “el objetivo es obtener un vino que revele la exuberante fruta que se encuentra en esta variedad y que exprese su origen, el terroir de Peumo. El resultado: un vino muy elegante, complejo, con capas de grosella negra, tabaco y grafito. Se bebe como un moderno assemblage bordelés, aunque con la fineza y toda la fruta del nuevo mundo”,
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La primera cosecha del Carmín de Peumo fue en el 2003 y debutó con los 97 puntos de reconocimiento que repitió en el 2005. Luego no volvió a salir hasta el 2007. La razón es que si la añada no es excelente, no habrá Carmín de Peumo ese año, así de simple. Y aquí no existen razones comerciales que puedan interferir. Solo habrá vino si la excelencia está garantizada. La cordialidad de la despedida me dejó la sensación de que volvería a encontrarlo alguna vez, pero si no fuera así igual la misión estaba cumplida. En el almuerzo con otros enólogos de la bodega pude maridar el Carmín con un delicioso salmón en manteca de hierbas. Perfecto. Otra muestra más de su versatilidad y elegancia. Después del almuerzo otra vez a la ruta, ahora en dirección a Peumo. Siempre con los picos nevados de la cordillera a mi izquierda y serpenteando por valles inundados de flores en la primavera austral, llegué al lugar del origen. Allí me recibió Domingo Marchi, quien tiene 35 de trabajar en estos viñedos, con él pude recorrer el Cuartel 32 y tocar los brotes que serán, si todo sale bien, los que darán vida al Carmín de Peumo 2013, un vino que se comenzará a vender en 2016 o 2017 y que llevará en sus entrañas una potencia de guarda hasta cerca del año 2030. Es que de eso se trata, aquí no hay apuros, la naturaleza tiene que hacer su trabajo con calma mientras el hombre interviene para combinar sus elementos. Ver caer el sol detrás de las montañas que todavía nos separaban del mar, caminando ente brotes de uvas que harán historia, es más de los esperaba. Por eso el mundo del vino es tan apasionante.
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