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Prólogo

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Bibliografía

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El ser humano requiere educación. No se trata de una observación moral, social, técnica o política, sino ontológica. La requiere porque, a diferencia de otros animales, cuya naturaleza parece estar determinada por los meros instintos, el ser humano se construye a sí mismo: los unos educan a los otros. La humanidad (el grado de calidad como seres humanos) se adquiere en contacto con los demás. Como personas concretas, mientras nuestros conocimientos y habilidades no nos lo permitan, dependemos de la educación impartida por los que nos rodean; no hay forma de evitarlo, ni para los educandos ni para los educadores. Por ello, los que pueden jugar el papel de educadores deben tener una mejor idea de la educación que imparten, porque de ella depende la humanidad de los educandos: su ser.

En este texto, el lector encontrará las reflexiones y propuestas que Juan Granados Valdéz hace, sobre la base teórica de Mauricio Beuchot, para la elaboración de una educación analógica que permita la superación de ciertos paradigmas educativos que parecen haber llegado a sus límites.

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Como bien anota nuestro autor, hemos padecido ya una educación impositiva, enfáticamente prescriptiva, cuyos objetivos eran claramente esclavizantes; una educación que derivaba de y reproducía una única manera de ser en el mundo: obediente; una educación de una sola vía. Pero también hemos conocido la contraparte más extrema de la misma, una educación donde el papel del educador y del educando terminaron por conformar un círculo vicioso, donde el primero perdió toda autoridad para educar a nadie y el segundo carece de los fundamentos mínimos para educarse por sí mismo. En ambos casos tratamos con interpretaciones (hermenéutica) de lo que la educación y el ser humano son y deberían de ser.

Por ello es indispensable, en principio, una filosofía antropológica que nos oriente acerca del ser de los actores del proceso educativo. A partir de ella deben revelarse los aspectos esenciales en ambos, aspectos por proteger y cultivar, tanto los naturales (razón, voluntad), como los culturales (libertad, derechos). Pero también debe quedar claro que, incluso desde la misma nomenclatura («educador», «educando»), es uno de los dos quien realiza una acción sobre otro, y no por mera jerarquía institucional, sino —sobre todo—gracias a su más extensa experiencia como ser humano entre pares. Es por esto que Granados Valdéz se ocupa aquí de la figura docente, pues ésta es el agente en la conformación del ser que se desea conseguir en el educan-

do. Así, urge el cumplimiento de las condiciones que mantengan al proceso educativo —y a sus actores—, a salvo de los extremos prescriptivos y permisivos ya mencionados, de manera que dicha figura recupere el valor que ha perdido con el tiempo y que deberá desarrollarse en y el educando: el valor de ser persona.

La educación analógica aquí propuesta atiende aspectos emotivos, éticos, existenciales y políticos, que no sólo permiten, sino que promueven un modelo de ser humano redignificado.

Santiago Ramírez Núñez

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