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Introducción

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Bibliografía

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La hermenéutica es la disciplina de interpretación de textos. Es disciplina porque es ciencia, en tanto que tiene principios epistemológicos (supone la fenomenología y la semiótica), y arte, porque tiene o supone reglas de interpretación o exégesis. Además, la interpretación es la comprensión profunda de un texto por medio de su contextualización. Por su parte, los textos, como los entiende la hermenéutica, son todo aquello susceptible de ser interpretado, esto es, son hiperfrásticos, es decir, no se reducen al escrito. Los elementos de la hermenéutica son el autor, el lector y el texto. Los pasos son la pregunta, la respuesta y la argumentación. Para la hermenéutica todo es texto, incluida la educación.

Dice Mauricio Beuchot que hay dos grandes tendencias en la hermenéutica, la hermenéutica unívoca y la hermenéutica equívoca. La unívoca, la de una sola interpretación, un solo sentido, estaría en contra de la polisemia, que es otro principio de la hermenéutica. Para que haya hermenéutica, pues, tiene que haber polisemia, diferentes significados. La hermenéutica univocista no sería, por ello, hermenéutica. Para algunos el univocismo políticamente degeneró en una

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dictadura del sentido, porque sólo habría un tipo de interpretación válida. La reacción fue todo lo contrario y se cayó en una hermenéutica equivocista, en el relativismo. La hermenéutica univocista se asocia con la modernidad y la equivocista con la postmodernidad, reacción a la modernidad que niega los valores modernos. Vattimo —seguidor de Nietzsche, Gadamer y Heidegger— postuló que no podemos alcanzar la verdad y que hay, en contraparte, verdades. ¿Cuántas? Cuantas sean necesarias. Pero en tanta diversificación no hay encuentro, acuerdo. Cada uno tiene su verdad. El relativismo cae en el subjetivismo, en una especie de atomización. Hay, como puede verse, una oposición entre uno y otro extremo.

Esta oposición, entre el univocismo y el equivocismo, la encontramos en otros ámbitos. Hay oposición entre lo abstracto (lo que ha sido separado de la realidad) y lo concreto (con lo que crecemos, aquello con lo cual experimentamos). Resulta en la actualidad más tentador irse por lo concreto, pues estos discursos, que van al grano, que cuentan anécdotas, que dan testimonio son más exitosos, porque podemos entenderlos con facilidad. Y pongamos por contraejemplo la lectura de la Fenomenología del Espíritu de Hegel, donde nos encontramos con una terminología tan abstracta que no sabemos qué está diciendo. También hay oposición entre la teoría y la práctica y normalmente tendemos a ponderar con mayor valor la acción. Entre más práctica y menos teoría, mejor, pensamos. Lo que pasa en ambos casos, en la op-

ción por lo concreto y la práctica, es que estamos perdiendo la posibilidad de contemplar, urgidos por la vida. Es decir, urgidos por lo práctico y lo concreto, ya no contemplamos; y si no contemplamos, no pensamos; y si no pensamos, no somos humanos. Si el humano es un animal racional y se le quita lo racional, pues no es humano, podría exagerarse. La propuesta de la hermenéutica analógica apunta a que ni todo es teoría ni todo es práctica, ni todo es abstracto ni todo es concreto, ni todo es hecho ni todo es interpretación. El mismo Beuchot comentando la frase de Nietzsche, “no hay hechos, sólo interpretaciones”, dice que el filósofo alemán se burla de nosotros porque nos introduce en una paradoja. Si no hay hechos y sólo interpretaciones, incluso esta afirmación es una interpretación, es decir, ni siquiera la expresión “no hay hechos, sólo interpretaciones” es un hecho, sino que es una interpretación de una interpretación, de una interpretación… Beuchot dirá que sí hay hechos, pero que también hay interpretaciones y, más aún —y aquí se nota la postura analógica—, hay hechos interpretados o interpretaciones de hechos. De igual manera habría que decir que hay abstracciones concretas y concreciones abstractas, teoría práctica y práctica teórica.

La hermenéutica analógica —propuesta por el filósofo mexicano Mauricio Beuchot— surge, pues, de experimentar la oposición entre los extremos, entre los alcances y límites del univocismo de la filosofía analítica y el equivocismo de la llamada posmodernidad. Según este autor,

lo analógico es uno de los modos de predicación junto con lo unívoco y lo equívoco. La analogía es una atribución basada en las semejanzas y las diferencias de las cosas. Es una equivocidad sistemática y controlable, que no hace perder la capacidad de efectuar inferencias válidas. Los diversos significados se coordinan en un margen del que no se salen. La analogía también es proporción y conveniencia entre las cosas de diversos órdenes. Asimismo, la analogía es una perspectiva o una manera de pensar, que se inscribe en la lógica, y llega a constituir un método, que salvaguarda las diferencias en el margen de cierta unidad. La analogía se encuentra entre lo unívoco y lo equívoco, aunque tienda a esto último. Con la analogía, las diferencias pueden controlarse, porque busca la unidad en ellas. Las cosas a las que se aplica la analogía se relacionan, pues, y dicha relación las ordena, de lo que se sigue una estructura en un todo proporcionado. Dice Beuchot que estamos en una tensión entre el univocismo y el equivocismo, entre la modernidad y la postmodernidad, entre los dogmatismos y los relativismos. Necesitamos, por eso, algo intermedio, algo que no sucumba a la tentación del univocismo dogmático, pero que tampoco se pierda en la ingente cantidad de interpretaciones que pueden darse sin tener un criterio. Se necesita una hermenéutica analógica que parta de la analogía, que redescubra la semejanza y dé su lugar a la diferencia.

Así, aplicando el esquema, una educación unívoca será lo que se denomina educación tradicional, impositiva. Es el profesor el que sabe y el alumno es un receptor que sólo almacena conocimiento. Al contrario, la educación equivocista será, por ejemplo, la constructivista, que es muy permisiva, pues propone construir al alumno su conocimiento sin saber a dónde va. Una educación analógica será implementar las bondades de ambas. La educación no debe ser impositiva, pero no debe dejarse tan suelto al estudiante que no haya posibilidad de evaluarlo. Hoy en día hacer un examen con preguntas abiertas es una ofensa para el estudiante, pues ya no se le puede reprobar. En política pueden hacerse las mismas consideraciones, ni total relativismo ni dogmatismo. Se necesita una política analógica, en la que la democracia sea verdaderamente participativa y representativa. Max Scheler descubrió que los valores ni son totalmente subjetivos ni totalmente objetivos: son analógicos. Los valores a la fecha se han ubicado en el equivocismo, precisamente porque los valores se quedan en la pura teoría. Por ello, la necesidad de una ética analógica o de formación en virtudes, ya que la virtud es el valor practicado, vivido. El valor no sólo debe decirse, sino que también debe mostrarse. No se trata de decir cómo, sino de tener buenos modelos y mucha práctica.

Ahora bien, la educación, la ética y la política requieren una antropología que no sea univocista, que asegure conocer la naturaleza humana, que le reste lo que tiene de misterio; ni

equivocista, que niegue toda naturaleza humana. La persona es y no es, la persona es algo real e irreal al mismo tiempo, es acto y potencia, lo que es ahora, pero puede llegar a ser; aunque también está compuesta de materia y forma, así pues, hay que admitir que la persona es cuerpo y alma, que en el alma hay facultades, razón y voluntad, las cuales llevan a la perfección de la persona.

El modo en que vemos el mundo no es otra cosa que la cosmovisión. La filosofía nos da una manera de ver las cosas. La invitación de Beuchot sería a ver las cosas analógicamente, en este caso, desde la hermenéutica analógica, que es un método, una filosofía y tiene mucho de propuesta. Así pues, en esta línea, me he propuesto aplicar la hermenéutica analógica a la educación para reflexionar analógicamente sobre los paradigmas educativos, la esencia y la función del docente o maestro, el amor, el sentido y la convivencia como fines de la educación.

Este pequeño libro se divide en cinco capítulos. En el primero se tratan los paradigmas educativos en el marco de la hermenéutica analógica. Los dos siguientes presentan al maestro como modelo y formador. El cuarto se detiene en el amor y en el sentido como elementos esenciales de toda educación. El último desdobla la propuesta de Mauricio Beuchot de la educación como formación en virtudes, de los sentimientos, en la interculturalidad y en el sentido, para la convivencia.

Por último, quisiera dar las gracias. Por su lectura atenta y crítica, sin la cual este trabajo no habría llegado a la imprenta, agradezco con el corazón en la mano a mi maestro, amigo y colega Santiago Ramírez Núñez, a quien también reconozco haberme conducido a la filosofía.

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