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Sobre la figura docente

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Bibliografía

Bibliografía

Para este apartado me propongo plantear, en líneas generales, las notas de los tres paradigmas, vistos desde la hermenéutica analógica (HA) de Mauricio Beuchot, que pueden tenerse sobre la figura del docente, o maestro, o educador, o profesor. Lo que a continuación comparto es, pues, un esbozo de algunas ideas y acontecimientos, sin pretender agotarlos, acerca de dicha figura.

Para comenzar, aclaro que utilizo el término paradigma en un sentido cercano al que le da Thomas Kuhn, a saber, como modelo que implica aspectos, elementos o prescripciones ontológicas, epistemológicas, éticas, políticas, etc., y que configura una manera de ver, de ser y de hacer en el mundo. Asimismo, uso figura docente como un término operativo, como gustan hacer los antropólogos, ya que bien podría decir maestro, profesor, docente o educador, pero nunca facilitador, como se verá más adelante.

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De 1997 a la fecha, Mauricio Beuchot ha cultivado una propuesta que él llama hermenéutica analógica, ubicada entre otros dos modelos de interpretación o de hermenéutica, a saber, la univocista y la equivocista. De estas últimas, la pri-

mera busca una única interpretación del texto. Epistemológicamente asegura la existencia de una verdad y el acceso de todos a ella; políticamente es impositiva, no hay lugar para la disidencia. La segunda se abre demasiado y sostiene que todas las interpretaciones del texto son válidas. Epistemológicamente anula la verdad o la fragmenta en tantas verdades como individuos; políticamente es permisiva, sin límites e incapaz de ordenar nada. La hermenéutica analógica, que aprende la lección de ambos modelos, pretende, por medio de la analogía, que es sentido de la proporción, ubicarse en el medio, mantener un cierto equilibrio, aunque a veces tenso. Así, desde esta línea, todo es susceptible de ser visto como un texto que se interpreta de forma unívoca, equívoca o analógica (Beuchot, 2009a). De lo anterior se desprende que hay tres paradigmas o modelos de la figura docente, a saber, una univocista, otra equivocista y, una más, la ideal, diría yo, la analógica.

El mito de Prometeo

N. Abbagnano y A. Visalberghi, en su Historia de la pedagogía, recuerdan que, del mito de Prometeo —que cuenta Protágoras— pueden aprenderse algunas cosas sobre la educación. Como se sabe, Prometeo robó el fuego a los dioses y lo entregó a los hombres después de descubrir que Epimeteo nada, ningún don, había reservado para ellos. Prometeo fue castigado por Zeus. Lo recordado con frecuencia es que lo dado por el Titán a los seres huma-

nos, el fuego, fue la posibilidad de sobrevivir mediante la técnica o la tecnología. Y lo que se olvida —importante para la educación— es que la técnica, simbolizada con el fuego, es cosa adquirida; más aún, otorgada, donada, en un sentido, y recibida, aprendida, en el otro. Lo seres humanos la recibieron de manos de un dios y la transmiten, así, de generación en generación, de padres a hijos, de maestros a discípulos. La técnica no es, pues, natural al hombre. Como tampoco lo es saber convivir. Después de que Prometeo entregó el fuego y fue castigado, los seres humanos lo dominaron, sí, pero no sabían convivir y se mataban entre sí, continúa el mito. Zeus, apiadado de estas creaturas, mandó a Apolo a enseñar a los seres humanos el arte de convivir, el arte político. Véase otra vez cómo, incluso el arte de convivir no es natural al ser humano, es algo que se adquiere porque es otorgado, transmitido, donado, enseñado por otro: primero, por un dios; después, por un ser humano. Para los autores de la Historia de la pedagogía: “El mito de Protágoras contiene algunas verdades importantes. Primera, que el género humano no puede sobrevivir sin el arte mecánico y sin el arte de la convivencia. Segunda, que estas artes, justamente por ser tales (es decir, artes y no instintos o impulsos naturales) deben ser aprendidas” (Abbagnano & Visalberghi, 1992, pp. 4-5). El mito de Prometeo delata, entonces, los dos grandes propósitos de la educación, transmitir dos conocimientos (y su aplicación) sin los cuales los seres humanos no sobrevivirían, lo que los vuelve indispensables y necesarios para la subsistencia

misma. Lo que hoy se ha dado por llamar pilares de la educación, bien pueden reducirse a estos dos propósitos que muestra el mito. Sin embargo, para los fines de este trabajo, quisiera preguntar quién educa, pues, si las artes mecánicas y de convivencia se aprenden o se reciben, se reciben porque alguien las da u otorga.

¿Quién educa?

Cuando se habla de educación la tendencia es a hacerlo en general y en abstracto, dando por hecho que hay quien educa y quien es educado. Y cuando se enfatiza a cualquiera de los dos actores más ponderados de la educación (aclaro que soy de los que piensa que todos educan y en una escuela más, pues hasta el intendente o el guardia o la secretaria cumplen un papel de educador, más allá de sólo cumplir su función cuando tratan bien a los estudiantes, cuando hacen bien su trabajo, etc.), cuando se resalta al estudiante o al profesor, se lo hace desde el proceso o la función que se espera de ellos, a saber, aprender o enseñar. Así, si observamos el paso de la enseñanza a la enseñanza-aprendizaje y de aquí al puro aprendizaje, nos percatamos de que se ha menoscabado la figura docente, pues, de reconocer su didaké o maestría, se ha convertido al educador en mero facilitador, se le ha convencido de ello. Por esto, pues, es que me he detenido en el mito de Prometeo, porque quise insistir en que la educación no sólo es adquirida, sino que es otorgada, dada. No sé si en un principio fue un dios

quien dio estos saberes, pero es claro que no aprendemos nada si no se nos enseña. Como observó al respecto mi colega y amigo Santiago Ramírez, “sólo se aprende lo ajeno (leer, por ejemplo); lo propio, sólo se desarrolla (los instintos). En todo caso, incluso para ‘facilitar’ es necesario tener el conocimiento”. Enseñar, como lo muestra la palabra, es poner en una orientación, dirigir, conducir, pues se enseña señalando el camino. Y lo hace quien sabe. Ese saber era llamado por los griegos didaké. Hoy le llamamos, más o menos aludiendo a lo mismo, especialidad. Entonces, ¿quién educa? Si la figura docente ha sido devaluada es porque al maestro se lo ha interpretado unívoca o equívocamente, y no analógicamente. En lo que sigue, expondré cómo es cada una de estas interpretaciones. Evidentemente, la analógica la reservaré para el final. No apunto a nada más que mostrar que puede verse al maestro desde tres perspectivas paradigmáticas distintas y que si la última es la mejor, entre otras cosas es porque las otras dos ya han dado de sí y han demostrado su fallo.

Sobre los tres paradigmas de la figura docente

La hermenéutica, en general, enseña que todo es susceptible de ser entendido como un texto y, por tanto, de ser interpretado. La educación no es la excepción. Así, la educación puede interpretarse de tres formas correspondientes al tipo de hermenéutica que se aplique sobre el concepto: una forma univocista, otra equivocista, y una más, analó-

gica. La interpretación univocista hace énfasis en la enseñanza, sólo admite una forma de educar, vuelve a la educación impositiva, en ella se repite un modelo, no siempre bueno (evito decir adecuado y, por supuesto, idóneo para no incurrir en equívocos). La interpretación equivocista se enfoca en el aprendizaje, está abierta a modelos diferentes, hace que la educación sea permisiva, lo que parece suponer que cada uno construye su conocimiento. Además, como el mismo fundador de la hermenéutica analógica ha señalado, toda educación, y su respectiva pedagogía o filosofía de la educación, supone principios antropológicos, de entre los cuales destaca el del tipo de hombre que se quiere conseguir con la educación, principios algunos de los cuales son tácitos. Así, algunas personas encuentran parecido de la escuela con la cárcel y la fábrica, porque la educación univocista busca formar seres humanos obedientes; y, aunque se me cuestione, la educación permisiva y dispersa, es decir, equivocista, busca crear, aunque subrepticiamente, seres humanos manipulables, ya que es mucho más fácil manipular a quien no tiene criterios firmes que a quien sí los tiene. La primera es una educación moderna. La segunda es una educación posmoderna.

¿Cómo sería, entonces, una educación analógica? De entrada y muy rápidamente diré que estaría entre la prescriptiva univocista y la libertad equivocista, pero en tensión. Ahora bien, dependiendo del enfoque educativo, los maestros y los estudiantes también serán interpretados como textos en sus

formas respectivas. Para este trabajo, sólo me he propuesto tratar al educador y mostrar cómo su figura se ha desvalorizado y con ello su saber, como ya se adelantó previamente.

Louis Althusser, el filósofo marxista que aseguró que Marx había fundado la ciencia de la historia, desarrolló una idea muy útil para describir el papel que juegan los profesores en las escuelas en su obra Ideología y aparatos ideológicos del Estado. En este librito distingue entre el aparato represivo y el aparato o los aparatos ideológicos de los que se sirve el Estado para mantener el control sobre su población, son el objetivo de mantener la hegemonía. El aparato represivo es evidente, lo conforman la policía, el ejército, las cárceles, etc. Su acción es implacable y escandalosa. No puede no ser vista. Los aparatos ideológicos son más sutiles. Cumplen su función sin que se les vea. Y de entre los aparatos ideológicos que menciona Althusser, el de la escuela le merece una mayor atención, ya que es en ella donde se reproduce la ideología dominante en la mente de todos los involucrados en el proceso educativo. La función de dichos aparatos es la de reproducir, para la fuerza de trabajo, la ideología conveniente para las condiciones de producción, es decir, la de convencer a los trabajadores para que sigan trabajando, que vuelvan al trabajo diario, sea cual sea su condición (Althusser, 1988). El maestro o docente, en este sentido, es un instrumento (ideológico) de la escuela, de ese aparato ideológico que garantizará que siga funcionando, como hasta ahora, el Estado y su modelo económico.

Desde esta perspectiva evidentemente univocista (la verdad es una: la del Estado), y que ha sido un mero ejemplo, el maestro es un técnico de la enseñanza, y su técnica se corresponde a un modelo fabril. Se trata de un obrero o técnico calificado de la educación. No requiere pensar por cuenta propia, ya que todo está dado, tanto los contenidos de los programas como las estrategias a implementar. Su objetivo es conducir a los estudiantes a convertirse en fieles y obedientes ciudadanos.

El educador de una educación equivocista ya no es, ni siquiera, maestro. Es un facilitador, como se lo califica recientemente. La función ha sustituido a la persona, está por encima de ella. Cualquiera puede ocupar el lugar de un facilitador. He aquí un ejemplo de mi propia experiencia: el año pasado, por invitación, colaboré con la formación docente de profesores o facilitadores de enseñanza media superior. Esto fue por medio de recursos electrónicos. Yo estudié filosofía. Nada sé de formación docente y ni falta me hizo. Los recursos electrónicos daban las instrucciones a los profesores, éstos las cumplían o no, preparaban sus tareas, las enviaban y, un servidor, anotaba, a modo de checklist, si cumplía o no con lo requerido. Ni ellos ni yo teníamos que pensar demasiado. Lo más sorprendente para mi gusto estaba en que en los foros, esos espacios dedicados a la expresión propia y personal con que cuentan las plataformas digitales, los maestros se presentaban

a sí mismos como facilitadores del conocimiento, antes incluso de asumirse como maestros o educadores u otra cosa. Ellos mismos anteponían la función a la persona y su saber. Ellos mismos estaban aceptando que pueden ser sustituidos en cualquier momento, como me sucedió a mí en el momento en el que ya no pude continuar siendo facilitador en línea. En la fábrica escolar, todos somos como refacciones, prescindibles e intercambiables. Un facilitador sólo apoya la adquisición del conocimiento por medio de técnicas didácticas novedosas y creativas, cuando bien le va.

Como puede verse, los extremos convergen. Ya Mauricio Beuchot hacía notar que el univocismo y el equivocismo se tocan, pues ambos anulan la interpretación y ambos desembocan en anquilosamientos (Beuchot, 2009a, pp. 3345). Decía más arriba que la educación univocista busca seres humanos obedientes y la equivocista seres humanos manipulables. Está claro que en el fondo se trata de lo mismo. En la educación univocista el maestro es un técnico de la enseñanza, es un técnico calificado, es un obrero obediente; en la equivocista el educador es, tan sólo, un facilitador, manipulable según estándares de calidad o idoneidad. En ambos casos su figura no se valora, y mucho menos su persona. En ambos casos se trata de un instrumento de la ideología dominante o del poder en turno o del Estado o del Mercado. Porque nada más véase quién sugiere y decide qué necesita un país para ser incluido entre los que

cuentan con mejor educación: una organización económica y mercantil como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).

¿Cómo sería, entonces, un maestro analógico? En primer lugar, sería una persona y, en tanto que tal, un modelo o paradigma, un ejemplo a seguir. En segundo lugar, sería un formador. Si se ha de atribuir una función al maestro o el docente, pues sería ésta, la de la formación. Raúl Trejo Villalobos, en un balance que hace de la propuesta educativa de Mauricio Beuchot, sostiene que ésta se caracteriza por enfatizar que la educación debe ser formación en virtudes, educación de los sentimientos y educación intercultural (Trejo Villalobos, 2014, pp. 31-47). A esto, el mismo Beuchot agrega que la educación consiste en la formación del juicio (Beuchot, 2014, pp. 19-30). Así pues, la educación desde la propuesta de la HA destaca la formación como su acción y efecto, tanto porque los niños y los jóvenes se forman, como porque hay quien ayuda a su formación. Aún hoy, en los seminarios, se habla de formadores porque son paradigma o modelo. Así lo dice Beuchot respecto de la formación en virtudes: “El maestro tiene, para con el alumno, y respecto de la virtud que quiere transmitirle, un papel de paradigma, esto es, de icono o de ejemplar analógico, una especie de analogado principal” (Beuchot, 1999, p. 38). De igual manera lo reitera cuando habla de la educación intercultural: “el profesor tiene que funcionar como un modelo en el caso de la propia cultura, y mucho

más cuando se enfrenta a alumnos de una cultura diferente”” (Beuchot, 2009b, p. 79). Contra el técnico y el facilitador, el formador-modelo es la propuesta de un maestro o educador analógico que se desprende de la propuesta del filósofo mexicano.

Como puede verse, la figura del docente se ha devaluado más de la cuenta de un tiempo a la fecha. Los paradigmas univocista y equivocista de la educación y del educador ya han dado de sí y deben cambiarse; han mostrado su insuficiencia; no han satisfecho las necesidades de la educación ni cumplido las expectativas que de ellos se tenía. El paradigma analógico del educador se presenta como una alternativa, no sólo porque es una opción más, sino porque es la opción que valora no sólo la función del maestro, sino a la persona. Y lo hace tanto porque formar es una responsabilidad que no se le concede a cualquiera, como porque sólo hay formación entre seres humanos, nunca entre otras criaturas, a las cuales se les programa o adiestra.

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