Paula 6 de octubre de 2019

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ESPECIAL BELLEZA

el pelo




EQUIPO

| El sketch de la semana

Mi pelo

es

bipolar. Por Carola Josefa

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06 de octubre 2019

Revista Paula. Fundada en 1967. Editada por Copesa S.A., perteneciente a Grupo Copesa. La declaración de intereses se encuentra en www.grupocopesa.cl/declaracion. Domicilio: Apoquindo 4660, piso 8, Las Condes, Santiago, Chile. Fono: 22550 7000. Correo electrónico: hola@paula.cl. Derechos reservados ©Copyright Paula. Las opiniones vertidas por diferentes autores en esta revista, como asimismo el contenido y forma de los avisos publicitarios, son de exclusiva responsabilidad de quienes los emiten o pagan por su inclusión, no teniendo PAULA, por tanto, ninguna responsabilidad al respecto. Corresponde en forma exclusiva a PAULA la decisión de aceptar o rechazar avisaje publicitario. Prohibida toda reproducción, total o parcial, del material de esta revista. Impresión: A Impresores S.A.



BREVES

La semana Estos son los contenidos de Paula.cl que seleccionamos para pensar, conversar y reflexionar durante la semana.

Lo que tienes que ver ¿POR QUÉ NOS MENTIMOS? Aprendemos a mentir entre los dos y los cinco años. A medida que crecemos somos capaces de inventar escenarios falsos cada vez más intrincados y complejos, lo que nos convierte en mentirosos más efectivos. La mentira, desde una perspectiva psicológica, es una habilidad aprendida. Para la neurociencia es una cualidad que adquirimos a través de la evolución y que responde a la necesidad de interactuar con un entorno complejo. Lee el reportaje en Paula.cl

_ Lo más comentado

¡Escriban! No queremos ser un monólogo sino que un diálogo Lo que les gusta Lo que no les gusta Lo que está de más Lo que está de menos Pregunten Sugieran Critiquen Cuenten Nos interesa y lo necesitamos

#PaulaHablemos DeMaternidad Sin hijos ni marido y muy feliz #PaulaHablemosDeAmor Soy mi propia media naranja

#PaulaNostalgia La música de Camilo Sesto

_Lo estamos trabajando En el Mes de Sensibilización sobre el Cáncer de Mama queremos aclarar dudas e informar sobre lo que les gustaría saber de este tema. Si tienes alguna idea o inquietud sobre el cáncer de mama, escríbenos a

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BELLEZA

| Los elegidos

Maquillaje y pelo Elvira Montero • Foto Alejandra González

Catalina González, 34 años, periodista

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Esta propuesta tiene como protagonistas los ojos. Se aplicó sombra en crema color turquesa sobre la mitad del párpado móvil y luego se difuminó sutilmente para tener una buena terminación al bajar la mirada. Para complementar elegimos una base ligera y tonos tierra en pómulos y labios.


Por Dominga Sivori • Foto Alejandra González Máquina peeling, Siegen, $99.990. Perfume, L’eau, Jimmy Choo, $76.990. Labial rouge, Slim Pur Couture, Yves Saint Laurent, $32.990. Polvo, The Compact Powder, 3INA, $11.990. Perfume, Tous, $64.990. Perfume, Scandal à Paris, Jean Paul Gaultier, $61.990. Cuchara medida perfecta, Adagio Teas, $2.900. Piedras y porcelanatos, Duomo Store, consultar precio en tienda.

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BELLEZA

| Los elegidos

Por Dominga Sivori • Foto Alejandra González

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Concentrado preparador energizante, Nuxe, $22.999. Crema facial, Avene, $31.490. Aceite, Bio Oli, $7.990. Serum antipigmento, Eucerin, $33.990. The cream eye shadow, 3INA, $10.990. Champú seco, Klorane, $9.599. Base Hello Happy, Benefit, $24.990. Piedras y porcelanatos, Duomo Store, consultar precio en tienda.



TIEMPO LIBRE

Qué - Cómo - Cuándo

Para ver El pelo es un tema difícil de aceptar. Probablemente todas tenemos en nuestra historia varios peinados, estilos y colores que fueron motivados principalmente por referentes de la industria que hicieron que nos quisiéramos ver de una manera determinada. De esta necesidad de dar con la apariencia que soñamos es de lo que habla Good hair, documental del humorista Chris Rock que muestra las consecuencias de que nunca los referentes de belleza hayan considerado el pelo natural de las afrodescendientes como una opción atractiva, creándose una enorme industria de pelucas y tratamientos en extremo dolorosos y caros. Un contenido entretenido, divertido e inspirador que hace que nos cuestionemos los estándares y cánones establecidos. Y cómo no, si fue un pedido de su hija de cinco años, diciéndole que quería tener un pelo bueno, lo que motivó a Rock a registrar este fenómeno. Good hair (2009), HBO.

Para inspirarse

Un perfume BAD BOY Salvia, bergamota verde, pimienta, cacao, haba tonka (semilla muy cotizada por su fragancia) y madera de ámbar dan vida al nuevo perfume masculino de Carolina Herrera. Louise Turner y Quentin Bisch –reconocidos perfumistas– fueron los encargados de elaborar la ‘receta’ de esta fragancia de notas variadas. Bad Boy 100 ml, Carolina Herrera, $76.990.

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Con el pelo también se puede soñar. Muchas veces nos ceñimos a cánones impuestos por la sociedad y nos adaptamos a lo que se espera de nosotros, quedándonos con los tonos y cortes de siempre para no resaltar. Pero ¿te atreverías a llegar a la oficina con cabello celeste? La peluquera Aura Friedman invita a soñar con sus creaciones, que han aparecido en pasarelas como la de Marc Jacobs y portadas como la de Vogue. @AuraColorist


Para probar DOS PRODUCTOS PARA FORTALECER LAS PESTAÑAS 1. HIPOALERGÉNICO

Para probar UN NUEVO BAR DE PESTAÑAS EN VITACURA

En Amano viajaron a Londres para capacitarse en el bar de cejas y pestañas Lash Perfect, que además les proporciona los tintes y productos que utilizan. A cargo de ‘lushistas’ profesionales, una de las novedades es el volumen ruso, que permite tener una mirada ‘dramática’, ya que son extensiones que permiten duplicar, triplicar o cuadruplicar el volumen natural. Un hit ha sido la extensión ultranatural, en la que, a lo largo de la línea de las pestañas se aplican extensiones entre un 50% y 70% más del volumen natural (versus el 90% que se suele usar). $64 mil y $39.000, respectivamente. Ambos duran tres meses y se deben retocar cada dos semanas ($8 mil). Casacostanera, nivel -1, Vitacura. Teléfono 2 2486 2094.

Creada por un oftalmólogo estadounidense para ayudar a su esposa, quien producto de un cáncer perdió sus pestañas, Revitalash es un serum hipoalergnénico en base a té verde, vitamina B y proteína de trigo, entre otros. “Estoy con quimioterapia por un tumor cerebral. En un mes se me cayó el pelo y las cejas y pestañas. A las tres semanas de usar el serum vi los cambios, tenía 3 ml de pestañas. Ya llevo dos meses y están casi del porte normal que las tenía antes”, cuenta Priscila Correa (30). Desde $44.900 (6 a 12 semanas). www.revitalash.cl

2. UN SERUM VEGANO

Con aceite de coco, de almendras y de argán, el fortalecedor de la marca chilena Biofilia ayuda a nutrir las pestañas. Se debe aplicar de noche, $5.990. www.biofilia.cl


TESTIMONIOS

Historias de peluquería Por Emiliana Pariente • Fotos Mila Belén

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“Siempre he pensado que para ejercer este oficio hay que

ser muy empáticos; “Me especialicé en los colores fantasía, y a través de eso he visto cómo ha ido cambiando la sociedad chilena. Hace un tiempo la gente no se atrevía a teñirse el pelo de colores distintos –a lo más rubio, porque la mujer chilena siempre quiere ser más rubia–, pero desde el 2012, producto de la estética relacionada al mundo del trap, hombres y mujeres se han abierto a la posibilidad. He entendido que el pelo no es solo pelo, y que conlleva un peso mayor. Es una manera de expresar ciertos rasgos de nuestra personalidad y se le suele atribuir una carga asociada a las distintas etapas de nuestras vidas y procesos de cambio. Una vez me escribió una clienta y me contó que había terminado una relación muy larga, y me dijo que quería hacerse un cambio de look, quería tener el pelo platinado. Lo hicimos, pero cuando vio el resultado final se puso a llorar. Me pidió volver a su color natural porque al ex no le gustaban las rubias y se había dado cuenta –en esas ocho horas que nos demoramos– que si había una posibilidad de volver con él, no quería perderla. Me dio pena y quise decirle ‘amiga, no pienses en él, esto lo hiciste por ti’, pero este es un servicio y tengo que hacer lo que me pidan”. Irene Tiemann, La Casa Nova.

llevo 17 años siendo peluquera y si hay algo que he aprendido es a leer a la gente. Muchas clientas han pasado a ser amigas y espero con ansias el día que vienen. Hay personas que veo más que a mis propios amigos de la vida y con las que he compartido de todo; hemos profundizado tanto que saben mis dramas y yo las de ellas. Creo que es algo que se da naturalmente entre peluquero y cliente, pero además hay algo en la disposición de esta peluquería que hace que se genere un espacio de confianza y seguridad. Los espejos están puestos de tal forma que todos se pueden ver y eso ayuda a que haya más interacción. El otro día una clienta me contó que su pololo terminó con ella por WhatsApp días antes de que se casaran. Me pregunté por qué sienten la necesidad de compartir algo tan íntimo con su peluquero y me di cuenta que hay dos razones clave: el peluquero es neutral, no forma parte de su entorno cercano. Y segundo, y más importante, estoy convencida de que al tocarle la cabeza a alguien –una zona tan personal–, ese alguien se entrega, dando paso a una intimidad superior”. María Paz Garcés, Peluquería La Banqueta.

“Hay algo hermoso en este oficio, que creo la gente confunde erróneamente con la banalidad, pero tiene que ver más con el hecho de ayudar al otro. Y eso va más allá de lo estético; es entregar momentos de felicidad. Estudié ingeniería comercial y después de un viaje decidí dedicarme a la peluquería justamente porque quería estar en contacto con la gente. Hace cuatro años abrí esta peluquería, que es una pieza en la que atiendo a una persona a la vez, y me he dado cuenta de que lo más importante es darse el tiempo para escuchar a la persona, entenderla y saber mirar más allá. A veces llegan clientas confundidas y me dicen que quieren tal corte, porque lo vieron en una foto, pero yo me preocupo de preguntarles si tienen hijos chicos, por ejemplo. Si me dicen que sí, les digo ‘entonces no te hagas este corte porque vas a tener que usar un pinche siempre’. Porque al final este oficio implica ser la confidente o consejera de las clientas. También me ha pasado que vienen solamente a hablar, porque acá se sienten cómodas. Puede que afuera de esta pieza no seamos amigas, pero aquí, durante unas horas, sabemos todo de nuestras vidas”. María José Santiago, Pieza 7.

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Llevo 40 años en este local, y más años en el barrio de Bellavista, generando vínculos fuertes con mis clientes. He sido testigo de cómo se ha gentrificado y de

la cantidad de extranjeros que ahora circulan por las calles.

Este barrio definitivamente tiene dos vidas, pero también es donde me siento en casa. Mi clientela es fiel, y vienen porque cacho lo que quieren. Los espero con revistas de Condorito y ellos me traen llaveros de los lugares a los que viajan. Soy de los pocos peluqueros que no lavan ni hacen tintura, solamente hago corte tradicional, a 7 mil pesos, y por eso no hay lugar para las sorpresas. Este oficio me ha dado la vida, y lo empecé de chico, mientras estudiaba, porque mi mamá me incentivó a que aprendiera algo más. Opté por esta profesión porque me parecía noble, limpia y con una finalidad social. Una vez llegó un señor con un niño y me pidió que lo rapara al cero. Al finalizar, el señor le dijo ‘¿ves lo que te pasa si te portas mal?’. Yo me quise morir. De haber sabido antes, jamás hubiese accedido a rapar a ese pobre niñito. Me pareció una invasión grave y me quedó dando vueltas durante mucho tiempo”. Luis Enrique Arancibia, Peluquería Enrique.

“En República Dominicana ir a la

peluquería es un ritual. “Abrí este local junto a mi mujer, Dina Ortiz,hace 37 años. Durante este tiempo he generado vínculos profundos con clientes, pero de

la puerta para afuera cada uno tiene su vida.

Es curioso, porque aquí adentro se da una zona segura, en la que se habla de todo –menos política y religión–, pero nunca lo hemos llevado a otro espacio. Lo que se conversa aquí, queda aquí. Si nos encontramos afuera, por una suerte de acuerdo tácito de complicidad, nos saludamos cordialmente. Cuando mis clientes llegan estresados, me preocupo de darles una visión desde afuera, porque mi condición de peluquero confidente me permite eso; no estoy tan metidos en sus vidas y no soy la persona con la que comparten a diario, entonces puedo tener una opinión más objetiva. Yo me metí en esto por casualidad. En el 60 hice el servicio militar y cuando en la compañía dijeron que se necesitaba a un peluquero, yo levanté la mano. Para el primer corte que me tocó hacer, no sabía ni cómo usar la máquina, pero me las fui ingeniando. Así me salvé de hacer otras cosas y quedé, de ahí en adelante, como el peluquero designado”. Óscar Olivares, Peluquería Óscar.

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Las mujeres se programan y se reservan una tarde a la semana para hacerse el pelo, las uñas, depilación, e incluso comen ahí. Eso da paso a una dinámica, que se mantiene semana a semana, de amistad entre peluquera y clienta. Es algo cultural; a nosotros nos gusta ser femeninas, producirnos y vernos bien. Aquí me da la sensación de que las mujeres son menos atrevidas y por ende prefieren pasar desapercibidas. Recién en este último tiempo –llevo dos años en Chile– he visto cómo las mujeres locales están teniendo más interés por destacar, hacerse cosas diferentes y lucirse, aunque la mayoría venga a ponerse extensiones de su propio color. En esta peluquería se da un ambiente relajado, ponemos música e incluso bailamos. De alguna manera, pese a extrañar mucho a la gente, el clima y las costumbres de mi país, aquí casi todas somos centroamericanas, y eso me he hecho sentir en casa”. Olga Mueces, Peluquería Zafiro, en Galería Merced.



REPORTAJE

Diálogos de depilación Por Patricia Morales • Foto Alejandra González • Producción Dominga Sivori

A principios del siglo XX tener pelos en las axilas y las piernas era algo bastante común, sin embargo, las transformaciones en el mundo de los medios de comunicación y la moda implicaron también nuevas formas de percibir los cuerpos. La mayoría de las mujeres de aquella época no parecían sentir la obligación de afeitarse hasta que, en los años 20, algunas artistas comenzaron a mostrarse depiladas y la publicidad instaló la depilación como una necesidad femenina, reforzada por la aparición de prendas como la minifalda y el bikini, que terminaron por crear la construcción social de que un cuerpo sin pelos era sinónimo de atractivo y sensualidad. Durante las décadas que siguieron la depilación no estuvo en cuestión. Salvo algunas excepciones como la artista mexicana Frida Kahlo, que decía no depilarse porque se gustaba tal cual era. Su postura fortaleció su imagen de mujer excéntrica, dado que la mayoría de las mujeres asumió la depilación como una obligación. Eso hasta ahora. El auge del movimiento feminista y su bandera de lucha por terminar con los estereotipos de belleza han puesto el tema de la depilación sobre la mesa. ¿Pero hay que dejar de depilarse para ser feminista?

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Paloma Meléndez (29) partió depilándose cuando tenía 13 años. “Todas mis compañeras lo hacían, y como mi mamá no me daba permiso, me escondía para hacerlo. Seguí depilándome hasta que hace unos cinco años empecé con la inquietud de la ginecología natural. Asistí a círculos de mujeres donde conversábamos mucho. Varias no se depilaban y, aunque para estar ahí jamás me pusieron como requisito no depilarme, sola me lo empecé a cuestionar. Estuve mucho rato pensando si lo hacía o no. Lo primero que me cuestioné fue el dolor. ¿Quiero realmente sentir ese dolor? La respuesta inmediata fue no”, cuenta. Belén Henríquez (31) la interrumpe: “¡Es que realmente duele mucho! Yo también partí cuando era una niña. Más encima tengo hirsutismo, entonces en mi adolescencia fue un gran tema porque no solo era peluda en las piernas, sino que también en lugares donde se supone que las mujeres no tenemos pelo, como la baja espalda o la barbilla. Mi mamá, por suerte, se dio cuenta y me llevó a todos los tratamientos posibles –incluidos láser y pastillas anticonceptivas– para que me sintiera bien con mi cuerpo. Pero sufrí mucho”.


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Las mujeres no se depilaban hasta que, en los años 20, la publicidad instaló la depilación como una necesidad femenina, creando la construcción social de que un cuerpo sin pelos era atractivo y sensual. El movimiento feminista y su bandera de lucha por terminar con los estereotipos de belleza han cuestionado esta práctica. ¿Hay que dejar de depilarse para ser feminista?


¿Paloma, cuándo tomaste la decisión definitiva de no depilarte más? Paloma: Partí dejándomelos largos por una semana. Al principio incomodaba más a la gente que estaba a mi alrededor que a mí. Me decían: depílate, cochina, qué asco. Cuando partí andaba sin depilarme solo dentro de la casa o usaba ropa que me tapara un poco, porque me daba vergüenza. Pero con el paso del tiempo me fui sintiendo más segura de andar así porque no me quería exponer al dolor solo porque a otras personas les molestaran mis pelos. Belén: Qué valiente. Para mí es un gran tema, porque participo de movimientos feministas donde conversamos al respecto. Aunque racionalmente sé que la depilación es parte de un estereotipo de belleza que se ha construido socialmente, y que nos han impuesto, apenas me empiezan a salir pelos siento las miradas de la gente y tengo que depilarme. No puedo evitarlo. Para mí es una contradicción a la que no le he podido ganar. ¿Por qué creen que es tan difícil? Belén: Porque significa sacarse una historia de vida, ya que desde niñas nos dijeron que por ser mujer teníamos que cumplir una serie de características, y una de esas es la depilación. Es difícil porque todos –hombres y mujeres– estamos acostumbrados a ver a las mujeres depiladas, y si te sales de ese patrón te juzgan. Paloma: Claro, no es fácil. Y de hecho hasta ahora – que llevo varios años sin depilarme– me cuesta. Cuando salgo a la calle me mentalizo con que no me tiene que importar lo que me puedan decir o que me miren por esto. Prácticamente salgo pensando “esta es una guerra que tengo que ganar”. Y es ridículo, porque uno siente que está llevando la contra, y al final solo estoy dejando mi cuerpo al natural. Belén: Igual es una decisión política el no depilarse. Porque ir por el mundo siendo todo lo contrario de lo que se espera de ti es tomar una postura. Y te admiro por eso. Hay que ser valiente. Yo no me pondría una mini con pelos, me supera. ¿Te ha pasado que un desconocido te comente algo? Paloma: La gente desconocida solo te mira. Pero los cercanos, que se sienten con confianza, me comentan

muy seguido. La mamá de mi pololo, cuando me presenta, dice: “Oye, ella es la Paloma, no se depila”. Ahí tengo que empezar a explicar. Muchas veces me han dicho que es un asco no depilarse, a lo que respondo que el problema lo tienen ellos. No soy menos higiénica porque no me depile. Tampoco le ando comentando a la gente por qué usa cierta ropa o cierto peinado. Es mi cuerpo y yo decido. Belén: Pero siento que en el caso de la depilación no hay mucha libertad de elección. Cuando te han mostrado solo una opción toda la vida, al final no estás eligiendo. No somos realmente libres, porque tenemos esa presión social que cuesta sacarse de que las mujeres bellas son mujeres depiladas. ¿Creen que algún día se logre eliminar ese estereotipo? Paloma: Siento que de a poco lo he ido logrando. Me pasa que aún me molesta que me miren o me critiquen, pero ya llegué al punto en que veo el cuerpo de una mujer que no se depila y lo encuentro lindo. No me molesta visualmente. Belén: Yo no sé. Tal vez con el tiempo, pero actualmente no. A pesar de todo el rollo que hay detrás de la depilación, me gusta hacerlo. Siento que me veo mejor. Sé que quizás es porque la sociedad y la publicidad me han mostrado toda una vida lo que es bello. Pero aunque hago el trabajo de cuestionarlo, me miro las piernas con pelos y digo ‘qué feo’. Paloma: Yo tengo fe en el futuro. Más que sobre si nos tendremos que depilar o no, sobre el hecho de que la gente opine sobre las decisiones de otros. Para mí lo cuestionable es que las mujeres nos depilemos para otros, porque si alguna se quiere depilar porque se siente más suave o porque a ella le gusta, está bien. Belén: Como está bien también no depilarse. Las dos opciones son válidas. El tema va más porque, gracias a mujeres valientes como la Paloma, una empieza a ver que existen otras opciones. Mientras más gente lo haga, más natural va a ser. Y las mujeres seremos más libres para poder elegir.

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UNA LUCHA CONSTANTE Por Greta di Girolamo

Apenas sentí el olor dulce y quemado de la cera en ese pasillo lleno de mujeres; depiladoras fumando, viejas esperando y niñas en uniforme cuchicheando, empecé a apretar las piernas. Porque hacía cuatro meses que no me depilaba, después de un viaje en el que los pelos que he odiado toda mi vida se empezaron a teñir de dorado, al punto de que creí haberme reconciliado con ellos. Pero de vuelta en la capital no aguanté más. Llamé a la Andrea, la mujer que me depila hace nueve años, la persona que más tiempo se ha relacionado íntimamente con mi cuerpo, la mujer que conoce cada episodio de mi vida. Porque la relación de una mujer con su depiladora no es banal. Menos si la mujer es peluda, como es mi caso, porque cuando una se encuentra una buena mano, la que saca los pelos de raíz, la que repasa y además hace que no duela tanto, no la deja ir. Y pasa el dato. En el pequeño box me subí a la camilla donde me he tendido más de 100 veces. Acostada en sostenes y calzones, mirándome los pelos, preparándome psicológicamente para el dolor, escuché a otra clienta en el box del lado hablando con su depiladora. “Te juro, mi amiga no se depila en todo el invierno, se le arman remolinos. Yo le suplico que se saque los pelos porque me da asco, y me pasa la pierna peluda por la cara. Si te digo que es cochina”. Me acordé de una vez que, en el mismo box donde estaba, debutó con la depilación una niña de nueve años que ni siquiera alegó. Me acordé de cuando en el colegio, también a los nueve años, un compañerito de curso se dio cuenta de que yo tenía unos pelos negros sobre el labio. Desde ese día empezó a decirme “bigotuda”. Mi mamá, pensando que era muy chica para depilarme pero preocupada por el bullying, llegó a la solución de decolorarme los pelos. Y viéndola aprendí a diluir el polvito del blondor, ponérmelo sobre la boca y sobre las piernas y aguantar desesperada los 15 minutos de picazón que producía mientras se transformaba en una espuma azul. Aburrida de las raíces negras que empezaban a asomar al poco tiempo de haberme teñido, al año siguiente debuté con la depilación con cera a manos de una

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señora que había depilado a mi abuela. Grité de dolor. La peor época era el verano, porque llegaba un punto en que el calor ya no me dejaba seguir poniéndome pantalones. Me daba terror depilarme el rebaje, así que por años usé shorts como parte de abajo del bikini para esconder mis pelos. Un verano, por un descuido, una prima los vio. No me dijo nada, pero supuse que seguramente era lo más horrible que había visto en su vida. Tenía 11 años. Muchas veces dejé de tomar sol, dejé de bañarme en el mar, dejé de jugar y más delante de coquetear a causa de mis pelos. En la adolescencia empecé a pinchar con un chico que tocaba guitarra. Me compré unos guantes sin dedos porque la sola idea de que mientras me enseñaba acordes viera los pelos de mis dedos me daba angustia. Qué absurdo suena todo esto al escribirlo, pero qué real es esa vergüenza y ese rechazo que los pelos nos producen a las mujeres. Pero nuestros pelos, no los de ellos. Porque nos enseñaron que los nuestros son los feos, los sucios, los que había que arrancar y pretender que no existen. Lo dicen las amigas, las mamás, las abuelas, las películas, los comerciales. Yo incluso llegué a tener sexo con calcetines, porque hasta nuestras fantasías sexuales son depiladas. Odio depilarme porque me duele y porque no estoy de acuerdo con el trasfondo de la práctica, que, aunque está muy lejos de ser la peor, es una forma más en que el sistema violenta a las mujeres. Una forma más en que dicta cómo deben ser nuestros cuerpos para ser bellos, para ser aceptados. Y es que, queramos o no, la depilación coloniza este territorio del que debemos reapropiarnos. Siempre doy la pelea. Intento aguantar lo máximo posible con pelos, que no me incomode mostrarlos, pero no sé si es algo de lo que lograré desprenderme completamente. Tampoco estoy dispuesta a que no depilarse se transforme en una opresión más. Creo que cada una tiene que hacer lo que más le acomode, entendiendo siempre, eso sí, que esa decisión lamentablemente no es libre, que está inevitablemente mediada por un violento factor político cultural. Lo que sí espero es que las niñas que vienen nazcan liberadas, que piensen con lejanía en aquellas mujeres que se torturaban depilándose, así como nosotras pensamos en las mujeres chinas deformando sus pies para transformarlos en lotos dorados.



REPORTAJE

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Nuestro pelo, nuestra historia Por Alejandra Villalobos y Ariel Richards Collage Sofía Valenzuela

Hace dos años la marca norteamericana Banana Republic, que se plantea a sí misma como “retail de lujo convencional”, hizo noticia en los medios porque el gerente de una de sus tiendas en Estados Unidos –un hombre blanco– le dijo a una de sus empleadas –una mujer afrodescendiente– que sus trenzas no eran “apropiadas para Banana Republic”, porque eran demasiado “descuidadas y urbanas”. Y si no se sacaba las trenzas, no iban a poder darle más turnos. A ese argumento, la mujer respondió que su peinado, como el de sus amigas, hermanas y tías, era una forma de proteger su pelo. Sin embargo, esas trenzas eran más que una forma de cuidado capilar. Lo que esa mujer estaba defendiendo era su identidad. Su identidad social, cultural y su identidad política. El caso terminó inclinándose a favor de la mujer de trenzas, pero se inscribe en una larga e irregular lista de acciones discriminatorias que ocurren a diario. Porque el pelo es un tema político y, por lo mismo, no está exento de polémica. El pelo, a lo largo de la historia, ha estado dotado de carga simbólica. Y una que cambia según la época. “El hecho de que actualmente a la mujer se le asocie con el pelo largo es algo bastante relativo, porque todavía existen culturas, como los comoras africanos, en donde las mujeres tienen el pelo corto y los hombres lo usan teñido y encrespado”,

explica Pedro Mege Rosso, antropólogo y director del Centro Interdisciplinario de Estudios Interculturales e Indígenas. La lectura de qué significado tiene nuestro pelo depende de quiénes somos, qué edad tenemos, con qué género nos identificamos, por dónde nos movemos y en qué lugar del mundo vivimos. Según el especialista, en Occidente la relación feminidad y pelo largo se debe a nuestra tradición semita. “En la tradición talmúdica o judía las mujeres malvadas son de pelo largo, y la más mala de todas es Lilith, la primera mujer de Adán, que tenía un pelo envolvente capaz de torturar. Es por eso que el pelo largo y libre es sinónimo de poder femenino, pero solo en términos muy generales”, precisa. Lo cierto es que el pelo constituye imagen, y la imagen – aunque involucre identidad– siempre puede caer en un estereotipo. Y los estereotipos no son fijos, sino que van avanzando, construyéndose y cambiando de generación en generación, en relación a lo que se entiende por femenino y lo que se entiende por masculino. “Uno de los temas importantes de los estereotipos es que se expresan a partir de la identidad de género, por eso la forma en que se ve una persona es tan importante. A través de cómo nos vemos somos capaces de comunicar al

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“Toda decisión del pelo dice algo. Nada es antojadizo. En el pelo hay una postura de tu identidad, y por lo mismo puede llegar a haber algo contestatario en el caso de no inscribirse en la norma”. carola naranjo

exterior quiénes somos, y eso lo hacemos con la vestimenta, con los colores que usamos, y sobre todo con algo que sale directamente de nuestro cuerpo: el uso y disposición del pelo”, explica la antropóloga especialista en género y directora de la consultora Etnográfica, Carola Naranjo. Actualmente, la cultura globalizada construye nuevos estereotipos a partir de los anteriores, pero también los destruye y deconstruye constantemente. Según Carola Naranjo, a pesar de todos los avances culturales, todavía algunas personas cuando ven a una mujer con pelo corto la asocian a algún tipo de contracultura. “Es que toda decisión del pelo dice algo. Nada es antojadizo. En el pelo hay una postura de tu identidad, y por lo mismo puede llegar a haber algo contestatario en el caso de no inscribirse en la norma”. Y es que esto ha sido siempre así, solo que cambian las normas. Los romanos, por ejemplo, fueron los primeros en identificar el pelo corto como algo masculino, porque antes lo llevaban largo. Los egipcios, por su lado, ocuparon el pelo para diferenciarse entre clases, y fueron pioneros en el desarrollo de la cosmética capilar como una práctica de los sectores más acomodados, aunque rápidamente permeó al resto de la sociedad. Lo cierto es que no hay cultura que no le haya dado un valor. En el mundo americano prehispánico el pelo estaba asociado a la fuerza vital. “Un pelo saludable y abundante era, y a veces sigue siendo, sinónimo de vigor”, explica Pedro Mege Rosso. “Por eso alguien sin pelo o con un pelo dañado equivale a flaqueza o enfermedad”.

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Porque el pelo constituye autoestima, y es capaz de acercarnos a un estereotipo de género. No se trata de un tema estético o banal. De hecho, la marca Mattel, creadora de las tradicionales Barbies, acaba de lanzar una línea de muñecas de género neutral para niños y niñas, en que uno de los pocos distingos visibles es que tienen el pelo corto con posibilidad de que crezca a través de extensiones. Por otro lado, también está asociado a temas etarios. “Se puede pensar que las mujeres mayores llevan el pelo corto y las jóvenes, más largo, porque también existe un vínculo con la fertilidad”, dice Carola Naranjo. “Y en una sociedad estratificada, como la nuestra, el pelo también marca diferencias sociales que pueden parecer muy sutiles, pero son tremendas”, agrega Pedro Mege Rosso. “Basta pensar que en Chile tenemos conceptos como ‘peloláis’ para referirnos a la élite”. Es que el pelo, como elemento de propiedad particular pero radicalmente visible ante el resto, tiene la facultad de simbolizarnos como sujetos individuales al mismo tiempo que como sujetos sociales. “Por más libre que parezca el ejercicio individual de llevar el pelo como se quiera, nos inscribe socialmente”, dice Pedro Mege Rosso. “No es casual que en la tradición de la magia blanca o negra basten unas mechas del pelo del amado o del enemigo para hacer una poción de brujería. El pelo de una persona tiene para nosotros la capacidad de capturar su esencia individual”. Aunque cada década, cada cultura, cada microsociedad, cada familia ha tenido su forma particular de darle sentido al pelo que sale de nuestras cabezas, esos vínculos y sus significados cambian, se renuevan y se reinventan constantemente. El pelo largo, corto, amarrado, suelto, en trenzas, teñido y las infinitas posibilidades de llevarlo de forma distinta, incluso en un mismo año, nos abren a múltiples posibilidades de significación. La libertad de elegir cómo queremos llevarlo existe. Pero lo cierto es que siempre – siempre– la forma en que llevemos el pelo va a contar una historia. Va a decir algo, se va a alinear con un discurso u oponer a otro. Qué queremos contar, qué queremos decir... depende de nosotras.



VISUAL

Mi

pelo Hay días de pelo bueno, días de pelo malo. Épocas que recordamos por nuestros peinados, otras que queremos olvidar por la misma razón. Más allá de las tendencias, nuestro pelo carga siempre con una historia. De aceptación, de necesidad de cambio, de identidad. Por Equipo Paula • Fotos Alejandra González • Producción Dominga Sivori • Maquillaje y pelo Elvira Montero


A todo color “Heredé mi color de pelo de mi bisabuela materna, pero asumí el naranja hace no demasiado. Siento que por ser arquitecta he forjado una fijación por lo estético, donde el color ha cobrado particular protagonismo. Y ahora me encanta tenerlo diferente. Vestirse nunca había sido tema para mí, pero desde que me acepté como colorina empecé a jugar con los contrastes. Cuando me tiño las canas le pido expresamente al peluquero que me resalte mi color. Siempre se ríe y me dice que cualquier otra clienta lo mataría si le dejara aunque sea un poco de naranja en la cabeza”. Loreto Lyon (40), arquitecta. Camisa, Cosima, $68.000.


Querer los rulos

Pelo XL

“Mi pelo es el sello que me identifica, pero no siempre fue así; en mi adolescencia soñaba con dejar de ser crespa. Pasé años alisándomelo. Primero me hacía la toga, que consistía en enrollarlo mojado alrededor de la cabeza, extendiéndolo desde las raíces hasta las puntas hasta que estuviera seco, y después durante años fui a la peluquería para ocultar mis rulos. Pero al cumplir 30 me rebelé y decidí aceptarlo. Cuando viajo a Vietnam en busca de telas para mi tienda la gente me reconoce por mi pelo, y como no suelen ver crespos hasta me piden fotos. Creo que no vale la pena tratar de cambiar nuestro aspecto, es mejor aceptarse y quererse. Yo ya no me imagino lisa”. Salka Tennen (61), diseñadora y fundadora de Té Verde.

“Toda mi vida he usado el pelo muy largo, hasta más abajo de las caderas. Mi mamá también usaba el pelo así cuando joven, incluso más largo que el mío. Lo que más me gusta de usarlo así es que puedo hacer muchísimas cosas con él. Todos los peinados se ven bien. Me gusta hacerme trenzas o probar con looks diferentes a mi pelo natural, que es completamente liso. Hubo un tiempo en el que estuve encrespándolo mecha por mecha. Me demoraba hasta dos horas y me quedaban unos rulos muy marcados, casi como un afro. Me encanta poder hacer ese tipo de cosas, porque solo cambiando mi pelo puedo verme como una persona distinta”. Constanza Cofré (22), estudiante.

Camisero de seda, Té Verde, consultar precio en tienda.

Camisa, Wados, $26.990. Pantalón, Tricot, $12.990.

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Rubio natural “No sé por qué será que en Chile se da una cosa especial con las rubias. Constantemente te dicen que lo cuides y que hagas cosas para que el color no se te vaya. Yo me lo cuido, pero no me quita el sueño. En la adolescencia se me oscureció y de grande me lo he platinado o me lo he teñido más oscuro. A veces he vivido ese prejuicio de que las rubias tenemos fama de ser tontas, pero la verdad es que nunca me he sentido identificada con eso. Me gusta ser rubia porque siento que es un color que ilumina la cara, pero no me creo para nada un sex symbol”. Magdalena Abascal (29), socia fundadora del restaurante Laiki y de Nuit Sleepwear. Camisa, Wados, $27.990.


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Enteritos (blanco y negro), Pas Denom, $119.000 cada uno. Collar, Lounge, $7.990

Canas jóvenes

Blanco y largo

“Las canas me empezaron a salir a los 12 años. Al principio eran pocas, pero en esa época como era tan chica me las teñía con ayuda de mi mamá. A pesar de que era muy niña, no me complicaba contarles a mis amigas que me salían canas. A mi papá se le puso el pelo completamente blanco cuando era superjoven, y creo que por eso a mí también me salieron prematuramente. Cuando estaba en la universidad decidí que no quería teñirme más. Me pasa bastante seguido que mujeres que tienen canas me dicen que me encuentran valiente por mostrar las mías y que ellas no se atreven porque el cambio les parece muy brusco o radical. También hay gente –sobre todo personas mayores– a quienes no les gusta, y me lo hacen saber. A pesar de que igual me preocupa que en el futuro las canas me hagan ver mayor de lo que realmente soy, estoy en un momento de la vida en que me acomodan. Siento que son parte de mí”. Antonia Cafati (36), cocinera y productora.

“Toda mi vida tuve el pelo muy oscuro, casi negro, pero hace 10 años comenzaron a salirme canas. Las primeras que tuve fueron dos mechones en la parte del frente de la cabeza, como una especie de cintillo. Desde un principio me gustaron porque sentí que le daban luminosidad a mi cara. Quizás porque las canas aparecieron de esta forma, tenerlas no fue tema para mí. Nunca lo vi como algo negativo, sino todo lo contrario. Jamás me las he teñido, ni tampoco cambié mi look, porque siempre me ha gustado usar el pelo largo. Afortunadamente mi pelo no se ha debilitado y trato de intervenirlo lo menos posible. Cada cierto tiempo me lavo con infusiones de ortiga o canela que preparo yo misma o me hago masajes con aceites, pero me esfuerzo para que todo sea natural. Mi objetivo es cuidarlo”. Helia Witker (56), diseñadora de vestuario.

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Fin a los estereotipos “Cuando decidí cortarme el pelo me paré frente al espejo, puse música y me pasé la rasuradora. Había usado el pelo largo porque es común que a las niñas nos lo dejen crecer. Se asocia a ser femenina, a ser bonita. A muchos no les gusta como me veo y me lo hacen saber, pero a mí me encanta. A veces me pregunto por qué no les complica que un hombre se rape y una mujer sí. Nunca me pelé con la intención de demostrar algo, pero una vez que lo hice sentí que tenía un nuevo poder, ese de no dejarse llevar por los estereotipos. El pelo es una herramienta, y actualmente ya no tengo ese refugio que es poder ocultarme bajo un pelo largo. Cada una puede hacer lo que quiera con su cuerpo, pero pienso que no tenemos que creer todo lo que nos impone la sociedad. Una mujer bella no es la que tiene el pelo más bonito, sino la que es capaz de hacer lo que siente”. Belén Gómez (17), estudiante.

Aros, Bamboleira, en Cosima, $51.000.


Herencia “Siento que recién a mis 18 años estoy aprendiendo a amar mi pelo, porque por mucho tiempo fue causa de varias inseguridades. Grande, exagerado y atípico, sobre todo en un contexto como el chileno, siempre lo sentí fuera de lugar. Cuando chica no entendía cómo algo tan íntimo podía generar tanto revuelo; me miraban en la calle, me gritaban cosas –incluso comentarios racistas– y desconocidos se sentían con el derecho de tocarlo. Llegó un momento en el que me di cuenta de que tenía dos opciones: tratar de disimularlo o aceptarlo. Y lo acepté. Actualmente es parte de mi personalidad y ha sido decisivo para definir mi estilo, porque mi pelo es también lo que me une a mi mamá y a las mujeres de su familia, originarias de Ecuador. Tener el pelo así supuso un proceso de aceptación mucho más amplio de lo que se podría pensar. Me ha abierto posibilidades y me ha ayudado a vencer miedos. Y pasó a ser mi superpoder”. Andrea Jiménez, (18) estudiante. Polera, Pas Denom, $89.000. Collar, @nicole.albagli en Pas Denom, $140.000.


Sin pigmentos

Renacer

“Desde chica siempre fui la diferente. Al igual que mi piel, mi pelo no tiene pigmentos. Me molestaban y me ponían distintos sobrenombres por ser albina, por lo que menos mal no me afectó tanto. En la adolescencia jugué harto con él; me lo teñí y corté de varias formas. En parte era porque seguía la moda, pero también porque era una forma de encajar. Antes de estudiar psicología estudié teatro por tres años y me lo rapé para una obra. No me costó tanto tomar la decisión porque lo tenía superdañado y estaba cansada de teñirme. Desde ahí decidí dejármelo natural. Ahora me siento superbién con mi pelo, es parte de mi identidad. Ya no me enrollo, al contrario, lo uso a mi favor”. Karin Goldberger, 31 años.

“Tenía el pelo largo, liso y casi hasta la cintura cuando en abril de 2016 me diagnosticaron cáncer. A partir de la segunda quimioterapia el pelo se me empezó a caer, y decidí raparme y usar una peluca hecha parcialmente con mi propio pelo, hasta que empezó a crecerme de nuevo. Tal como me lo habían adelantado los médicos, cuando creció ya no era como antes: me salió un pelo de guagua, muy fino, que luego se engrosó y se puso ruliento. Incluso tuve que empezar a usar cremas para los rulos y aprender a manejar este pelo nuevo. Ahora que ha seguido creciendo, ya no espero que vuelva a ser como antes. Siento que este cambio de pelo es un símbolo de renacer”. Magdalena Baeza, 38 años.

Aros, Mango, $12.990. Enterito, Basement en Falabella, $24.990.

Chaleco, Privilege, $36.990. Aros, Tricot, $3.990.

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NOSTALGIA

| Los peinados de mi vida

El Rachel chileno Por Sofía Aldea • Ilustración Holly Jolley

Si hubo un hito que marcó el cambio de milenio en Chile, fue la teleserie Cerro Alegre. Con Valparaíso y su emblemática celebración de fin de año como escenario, la promesa del beso del amor eterno nos hizo soñar a todas. Pero más que el drama del romance prohibido entre una viñamarina de clase alta y un porteño, Beatriz León Thompson brilló con luz propia. Y fue gracias a su peinado. A pesar de haber heredado ciertas ideas conservadoras y clasistas de su familia, el personaje de Francisca Merino se presentaba como una mujer de carácter fuerte que estaba abierta al cambio. Y en su pelo corto radicaba gran parte de esa identidad. Porque en ese tiempo llevar una melena no era para cualquiera, y todavía era sinónimo de desacato. Fue por eso que varias la ocupamos como referente para cortarnos el pelo sobre los hombros. Así como en una época ‘el Rachel de Friends’ fue el pelo más pedido en Estados Unidos, para muchas la versión local fue Beatriz León. Y en sus distintas versiones y colores, aunque predominantemente rubio, este corte se transformó en un ícono.

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NOSTALGIA

| Los peinados de mi vida

Un peinado ascendente Por Ariel Richards • Ilustración Holly Jolley

La teleserie Ángel malo fue el primer protagónico de Carolina Arregui y se transformó en la más vista de 1986. Su protagonista era la humilde Nice, una niñera que dejaba atrás su infancia marcada por la desgracia y la pobreza, trazando un maquiavélico plan que involucraba enamorar al heredero de una familia millonaria. Para lograrlo, Nice se valía de su inteligencia y su belleza. Y uno de sus grandes atributos era su pelo. A lo largo de los capítulos Nice pasó de ser una empleada de melena recogida a una mujer determinada con una enorme melena escarmenada. La partidura al medio de Nice con dos vaporosas olas escalonadas a los costados, que caían hasta los hombros, se transformó en sinónimo de elegancia, de bienestar económico y de sofisticación en el país. Eso hasta que un grupo de sacerdotes decidió asesorar al guionista de la teleserie y sugerirle que había ascendido demasiado. La Iglesia la quiso hermosa y siempre peinada, pero muerta.

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LECTORAS

| Hablemos de amor

Le dije que la amaba pero me rechazó

¿Tienes una historia de amor que contar? Escríbenos a hola@paula.cl

Por Nicolás Garrido en conversación con Victoria Misito

e he fijado en cuatro mujeres y de todas he terminado desilusionado. La última, la más intensa y de la única que me he enamorado profundamente, no me correspondió. La conocí el primer día de universidad. Conversamos un rato y no nos volvimos a separar. Ella tenía pololo y, la verdad, nunca la miré con otros ojos. Un año después, y luego de tener un hijo –el niño más lindo y puro del mundo–, su relación terminó. Ella estaba triste, vulnerable.

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De un momento a otro me di cuenta de que solo quería estar con ella. Podía tener un día horrible en el trabajo, pero un saludo suyo era como un golpe de energía. Me compartía fotos de su hijo y yo me sentía como un tío chocho, no lo podía negar. Un día, y sin quererlo, me dediqué a hablar de las cosas que me asombraban de ella. Un colega me advirtió: “Creo que te estás enamorando”. No le hice caso. Éramos muy amigos, no lo podía echar a perder de esa manera. Pasaron los meses e hice como si nada me estuviese pasando. Hasta que un día, en septiembre, fuimos al cine a ver Mamma mía! Con ella nunca me importó demostrar que me gustaban los espectáculos musicales, cocinar o escuchar a Elton John. Me decía que nada de eso importaba, porque era lo que me hacía especial. Me comentó que su mamá le había dicho: “Hija, ¿por qué no te quedas con el Nico? Él te quiere tanto”. Ambos nos reímos, incluso lo pensamos. Pero nos miramos y dijimos que no había chance alguna. Al regresar a mi casa me senté en el pasto y vi a un hombre feliz, con la mirada brillante; también a una

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mujer feliz con sus pies en el pasto y, cerca de ellos, un niño jugando con una pelota. Sentí que éramos nosotros, felices. Parecía una postal de película. Pasaron los días y traté de evitarla. Necesitaba no sentir esas cosas por ella, pero mi corazón fue más fuerte que mi cabeza. Era cierto: por primera vez me sentía completamente enamorado pero soterré todas esas emociones. No quería dañar nuestra amistad. Un día ella me dijo que había conocido a un chico por Tinder y me puse rabioso. Aunque me dieron celos le aconsejé que saliera con él. Después salió con otro y las cosas empezaron a resultar. A él lo conocí en una fiesta. No soporté verlos besándose y tomados del brazo. No sabía qué hacer. Como en las películas, me fui a mi casa, me tomé todo un whisky, me acosté en mi cama con ropa y lloré como si algo me desgarrara. Decidí confesarle todo. Lo hice a la salida de un show de acrobacias en moto, un espectáculo al que siempre quiso ir y nunca había podido hacerlo. A la salida me preguntó si estaba bien y solo atiné a responder: “Yo te quiero. Pero te quiero-te quiero”. Sus ojos lagrimeaban y cuando habló me dijo: “Perdóname, pero no puedo darte la respuesta que tú quieres escuchar porque no puedo convertirte en una persona infeliz”. Después de eso cometí varios errores de los que me arrepiento y no justifico porque demostraron mi inmadurez. De acuerdo a los cánones millennials, cometí el peor de los errores: hacer ghosting y no entender la necesidad de respetar su espacio. Fui tóxico y lo arruiné. Hoy estamos distanciados totalmente.


Decidí buscar ayuda. No quería que esto se volviera a repetir. Hoy me esfuerzo por cambiar, por ser mejor y enfrentar mis debilidades. Aprender a trabajar mis emociones y a expresarlas correctamente. He entendido que ella no podía obligarse a sentir lo mismo que yo y que si hubiera aceptado estar conmigo, yo estaría desviviéndome porque las cosas funcionaran. Probablemente habría terminado todo mal. No sé si nuestros caminos se volverán a cruzar en algún momento, pero guardo los recuerdos más lindos de nuestra amistad. Pero, sea lo que sea que ocurra, la única certeza que tengo en mi mente es que no deseo que esto que me sucedió vuelva a pasar: ni en Santiago, Tokio,

Londres o Bombay. Quiero sentirme liberado, amado, querido por otra persona. Encontrar a mi complemento, mi partner y compañera de aventuras, esto porque soy un hombre que realmente cree en el amor y tengo la convicción de que esa chica está en alguna parte. A ciencia cierta, y tratando de cerrar estas etapas, lo único que sé es que de ahora en adelante quien quiera que me vea y me conozca se dará cuenta de que soy otra persona, una persona mejor. Esta vez sí podré decir que soy la mejor versión de mí. Y todo gracias a esa mejor amiga, esa que fue mi (des)amor no correspondido. Nicolás Garrido tiene 27 años y es periodista.


LECTORAS

| Hablemos de maternidad

Dos maternidades, el mismo amor

¿Tienes una historia de maternidad que contar? Escríbenos a hola@paula.cl

Por María Paz Sánchez Morales en conversación con Manuela Jobet

uve la suerte de ser elegida por dos bellas niñas para ser su madre. La mayor terminó su enseñanza media y volvemos de la ceremonia. En casa la espera, con una torta para celebrarla, su hermana de tres años. Sus caras, esos ojos que brillan, cómplices cuando se miran y logran reencontrarse y abrazarse, me llevan a reflexionar sobre el amor incondicional que se tienen, que les tengo y lo diferente que ha sido ser madre de ambas.

T

Mi hija mayor, Valentina, fue hija del rigor: prematura de 31 semanas, hija de una madre adolescente de 18 años que recién había terminado su primer año de universidad. El año 2000 aún era un lujo entrar a la educación superior y, por ende, congelar o abandonar no era opción, menos con la carrera que siempre soñé ejercer: pedagogía. A sus tres meses ya salíamos a las 6:30 de la mañana desde la casa de mis padres para dejarla en la sala cuna y poder ir a clases, en un cansador viaje de una hora y media. Aguantamos viajando en micro, con choferes que nos ponían mala cara por pagar escolar con una guagua en brazos, con frío y con calor. Junto a las responsabilidades académicas apareció la necesidad de mantenernos, por lo que la semana de estudio continuaba con fines de semana de trabajo mientras mi hija se quedaba con mi madre y mis hermanos, quienes en ese momento eran tan niños como ella. Su padre no fue una figura presente. Ya titulada el destino nos llevó a la capital para trabajar lo más posible, juntar dinero y armar nuestro hogar. Dos años se volvieron ocho y armamos nuestro mundo en medio de grandes errores y aciertos, idas y venidas.

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Volvimos a nuestra región con el corazón roto, pero la dignidad intacta. Y empezamos de nuevo con la firme promesa de mantener nuestro minimatriarcado y la vida feliz que siempre soñamos. Nuevamente el destino movió sus hilos y nos trajo a un compañero que no solo conquistó mi corazón, sino el de ella y que, de a poco, entró en nuestra fortaleza con su desorden, sus manías, sus locuras y, sobre todo, con su amor. Así llegó Octavia, en medio de una vida feliz. Por eso esta segunda maternidad ha sido diferente. He aprendido a respetar mis horarios y no llevarme el computador a casa, para poder estar con ella, jugar, llevarla a la plaza, salir a comprar. Ha sido también una maternidad compartida, con un compañero que asume su rol y es figura activa no solo en la vida de Octavia, sino también en la de Valentina. Una maternidad más descansada, de la que, debo asumir, me cuesta soltar el mando. Si en la primera fui reina y señora, hoy tengo un compañero que también opina y cría junto a mí. Sus tíos, mis hermanos, ya no son pares, sino que son los adultos en los que Octavia se resguarda cuando algo no le gusta. Es la menor de los nietos y de los sobrinos, y disfruta a concho esa ventaja, siendo el foco de atención. Mi madre puede cumplir con el rol de abuela, no tanto como el de mamá postiza como lo fue con la Vale. Se dedica a jugar, y cuando la situación se pone color de hormiga, me la puede devolver. A pesar de los quince años de diferencia, vuelven a mí las mismas películas Disney (clásicos que nunca pasan de moda), dibujos animados y canciones. Vuelven las peleas de dinosaurios, los dibujos en la pared, las guaguas de plástico a las que debo sacarles los chanchitos, las rodillas peladas, las noches en vela, el comedor


lleno de juguetes y lápices y los cuentos nocturnos donde casi siempre el que se queda dormido es uno. Valentina y Octavia son mis compañeras de viaje. Una en camino a preparar sus propios itinerarios, la otra acomodándose en mi cama. Una pensando en la PSU y su futuro, la otra aprendiendo a saltar a dos pies juntos. Una conociendo el amor del otro, la otra exigiendo solo el nuestro. Pero ambas presentes, pululando en mis instantes, con sus llamadas (sí, Octavia también me llama por WhatsApp), con sus sonrisas, con sus conversaciones eternas cuando las tres volvemos a casa. Ambas en mi cama cantando y preguntando si la ‘mami’ le robó el sombrero al profesor. La posibilidad de disfrutar estas dos maternidades distintas no me ha hecho replantearme el mundo, ni

creer en seres supremos, ni cuestionar esta sociedad tan cambiante, ni tampoco creerme superior al resto. Solo me lleva a mirar atrás, al camino que me tocó transitar y asumir, y reconocer que he sido una afortunada, ya que, a pesar de ser tan distintas las épocas, a pesar de la red de apoyo, de mi cambio de perspectiva, de los años de diferencias y los cambios generacionales, al llegar la noche mis vivencias se vuelven idénticas. Entro en cada dormitorio mientras duermen solo para tocarlas, besar su frente y verlas dormir. Y asumir que esta vida que llegó, es la que tenía que vivir. María Paz Sánchez Morales tiene 36 años. Es mamá de Valentina y Octavia y trabaja como profesora de lenguaje y comunicación.


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ORÁCULO

Explora lo femenino Texto Ariel Richards • Ilustración Gertrudis Shaw

Con el Sol en Libra, esta semana el Oráculo apunta a una carta intensa, creativa, rupturista: la de la escritora chilena María Luisa Bombal. Aunque ella nunca se vinculó a ninguna corriente literaria ni a ninguna moda de escritura, exploró el universo femenino como ninguna. Su carta, de fuego y pasión, nos llama a abrazar nuestra fortaleza. Rescata: Tu capacidad emotiva e intuitiva. Para María Luisa Bombal la razón era una fuerza masculina que había que descartar. Lee: Lo secreto, su cuento menos conocido y más metafísico. Una joya espiritual. Ríete: Con fuerza y sin importar el volumen de tu carcajada. Anda: Al mar, una de las fuentes naturales de inspiración más potentes de la autora. Número de la suerte: 21, el día de enero que la autora le disparó a su amante.

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María Luisa Bombal creció en una época dominada por el criollismo, pero prefirió enfocarse en plantear preguntas acerca de qué es lo que significa ser mujer. Siempre fue enérgica y apasionada. Supo lo que quería y lo hizo. Jamás pidió perdón y nunca se detuvo ante un impedimento. De vuelta a Chile se internó con todo en el mundo intelectual de la época. Por su fuerte personalidad, su presencia molestó, generó resquemores y sospechas, pero ella jamás les prestó atención a los comentarios del resto. Su carácter era tan fuerte que Pablo Neruda la bautizó como “la abeja de fuego”. La suya es una carta que premia la autenticidad y la intensidad. Que nos llama a que nadie nos haga creer que somos demasiado. Si tenemos una personalidad o una voz o una presencia fuerte, querámosla. En sus escritos planteó importantes problemas de género que nadie más había visto en su época, y por eso su obra es reconocida a nivel mundial, ha sido traducida prácticamente a todos los idiomas y sus palabras siguen resonando con una experiencia que ella vivió en carne propia: el maravilloso misterio de ser mujer.




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