Número 44. Octubre 2020
Revista
No. 44. Octubre 2020. Es un proyecto de la Catarsis Literaria.
Editada en Matamoros, Tamaulipas. Revista de Circulación Mensual. Dirigida por: Adán Echeverría. Edición: Larissa Calderón. Colaboraciones a romeodianaluz@gmail.com / Consejo Editorial: Javier Paredes Chí, Cristina Leirana, Blanca Vázquez, Roberto Cardozo, Rocío Prieto Valdivia, Mario Pineda Quintal y J.R. Spinoza.
Contenido
Última utopía Marco Ornelas
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Penélope Édgar A. Rivera
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Los que cuidan de nosotros Mario López Araiza Valencia El hombre de negro Ronnie Camacho
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Dos textos Anel May
11
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Capítulo Piloto María Jesús Méndez
87
Sofía Garduño Buentello
12
Interés superior Larissa Calderón
89
92
Introspecciones del Erizo.
14
Javier Paredes Chí
94
Dando vueltas con Silvia. Silvia Polanco Euán.
22
96
Bajo el barandal. Rocío Prieto Valdivia.
Mi punto de risa.
36
Roberto Cardozo
98 100
La Niña TodoMePasa dice:
La gelatina Astrid Reséndiz
Jéssica de la Portilla Montaño
38
Mientras Daniel siga muriendo Daniel Barrera Blake L.O.V.E. Irving Mora
Análisis narratológico del cuento La culpa es de los Tlaxcaltecas, de Elena Garro Jorge Daniel Ferrera Montalvo
Demersales en A Mayor
Narraciones Eduardo Ardissino Traje nuevo Ángel Soto
82
10
Bebé de azúcar Jéssica de la Portilla Montaño Comunión Paty Rubio
Una sala de lectura en una galaxia Rosely Elizabeth Quijano León
Incipit.
Blanca Vázquez
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Desvaríos de la freaky neurosis. Gema E. Cerón Bracamonte
Nos vemos en el slam.
60
Desencuentro Blanca Vázquez Los deseos de Serena J.R. Spinoza 75
Mario E. Pineda Quintal
62
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Última utopía
Marco Ornelas —¿Qué representa la poesía en este mundo tan globalizado? —Una forma de resistencia contra todo. José Emilio Pacheco
El mundo es el lugar de lo posible, pero también, de lo imposible. Hemos cambiado la narrativa épica por relatos de fracaso, en un poema Ezra Pound escribió a propósito de esto: “Quisiera sacudir la letargia de nuestra época y dar en vez de sombras, figuras potentes, en vez de sueños, hombres… (Contra el espíritu crespuscular de la poesía moderna)”. La renuncia es la bandera de nuestro tiempo, no obstante, crecí creyendo en los movimientos revolucionarios, en el cambio más que en el desengaño; la sentencia de Marcuse alentando a los jóvenes a transformar el mundo todavía tiene eco en mi pensamiento: “Seamos realistas: soñemos lo imposible”. Soy un hijo de la mal llamada postmodernidad, sin embargo, me identifiqué más con la generación del “68”, la generación del sueño y la transformación. Fue con el doble derrumbe: “9/11” y “11/9”, entrando en el siglo XXI, donde corroboré que la mía era la generación de la caída. Con el doble derrumbe constaté: el marxismo no salvó a la humanidad; la democracia liberal no fue el mesías esperado por los occidentales. El fin de la historia tampoco fue liberador; como se sabe, desembocó en la auto-explotación y el bournout. La renuncia es la bandera de este tiempo —decía. Su símbolo: los exiliados de la tierra. En este escenario, me pregunto: ¿Cómo no abdicar en los tiempos del fracaso? ¿Existe respuesta? No la tengo, a pesar de todo, ensayo una, como el que manotea antes de morir
ahogado. Pienso en una alternativa, quizás, el último rescoldo de esperanza: la poesía. Sí, el arte y la resistencia, qué otra figura marginal podría representar a la lucha y a la belleza, qué el poeta. “El artista rehace el mundo por su cuenta”, escribió Camus (El hombre rebelde), aunque bien puede quitarse el sustantivo “artista” y cambiarse por el de “poeta”. El poeta, ese ingenuo qué ante el fin de las utopías, busca la última utopía; aquel que escribe versos en la adversidad como el “Príncipe de Aquitania de la torre abolida (Nerval)”; que resiste y crea aun cuando el mundo y sus imposibilidades le levantan muros a su camino. Con la poesía descubro una posibilidad para enfrentar esta vida de fracaso. La imagen que viene a mi mente para ejemplificar de lo que habló, es la del célebre músico alemán, que envuelto ya en la sordera terminó de musicalizar el poema “Ode an die Freude” de Schiller.
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Penélope
Édgar A. Rivera
Avanza con paso seguro por la orilla de la calle. Es de madrugada. Lleva los brazos entrecruzados a la altura del abdomen, hojas secas y papeletas fosforescentes son arrastradas por el viento que azota contra su overol azul y remarca el contorno de sus pechos, disimulados por la tela holgada. Baja la mirada para que la tierra no le entre en los ojos. Quienes pasan husmeando por las ventanas de los autos piensan que la muchacha siente vergüenza. Los chiflidos y piropos que le lanzan no la inquietan, ella piensa en el día que tiene por delante y sus ojos se iluminan, los labios dibujan una sonrisa que se extiende hasta hundir su lunar en los hoyuelos de la mejilla. Reconoce los tacones rojos y las pantorrillas gruesas morenas a unos metros de ella, levanta el rostro y saluda con gesto amistoso. La dueña de los tacones no responde, cambia su postura apoyando la espalda ancha contra la pared, con aparente indiferencia, exhalando espirales de humo que el aire desvanece al instante, se reacomoda el cabello que cae una y otra vez sobre su rostro y observa a Penélope de arriba abajo mientras ésta se aleja. Penélope no se indigna, mañana habrá de repetir la escena, como cada día. Pasa frente al edificio morado, que se ilumina por letras neón que dibujan intermitentes las palabras “Sweet Dreams”, en sus ventanales; fotografías y carteles informan las novedades de los modelos recién importados; “Limpieza, seguridad y placer”, se anuncian. Da vuelta en el callejón y toca a la puerta trasera, se aleja un poco y saluda a la cámara que vigila la entrada desde arriba. Escucha los cerrojos abrirse y una voz femenina le indica pasar. Entra y cierra con candado nuevamente. La muchacha que le abrió trabaja en una de las máquinas sobre la mesa, con decenas de herramientas desperdigadas alrededor, y Penélope percibe en su tono de voz que la chica se siente presionada. —Discúlpame, Penny, ya casi termino con esta modelo. Tenía una falla en la pierna izquierda, un cliente la dañó y se movía a destiempo; por eso el holograma no calibraba bien, pero ya está lista sólo hay que limpiarle la grasa antes de volverla a instalar. —Si quieres yo termino, Ava, no te preocupes. Ya casi es hora de que se levante tu niño, vete y yo me encargo. —¿Lo dices en serio? —Claro, no te preocupes, estamos para apoyarnos. —Te lo agradezco, al menos ayudaré recogiendo la herramienta. —No, descuida, yo me encargo. Penélope se queda sola, con la curvilínea robot de acero, plástico y silicona sobre la mesa esperando ser limpiada y reinstalada. Toma un trapo húmedo y comienza a pasarlo por los muslos; lo hace con gentileza, formando pequeños círculos sobre las manchas hasta retirarlas, sube de poco a poco hasta llegar a las nalgas, luego la gira y comienza a tallar la pelvis. El peso de su mirada cae sobre los pechos de silicona y la suavidad de sus yemas los recorren varias veces. Son
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redondos y bien levantados, más o menos como los suyos, quizás sólo un poco más pequeños, carecen de aureola, pero poseen pezones que crecen y endurecen de acuerdo al contacto con el varón que pague por acariciarlos. Desliza la palma por entre los senos, baja por el abdomen, pasa por la cadera, acaricia los muslos y aprieta la pantorrilla, va palpando el entramado de sensores diminutos insertados en la cubierta blanda de la máquina, los que leen la temperatura, miden la respiración y presión sanguínea del cliente para emular el orgasmo en el momento justo. Escucha abrirse la puerta de enfrente. Se acerca a la ventada de una sola vista disfrazada del otro lado con afiches, y pega la cara contra el vidrio para observar. Se trata de un muchacho en sus veintes, gordo, de cabello grasoso, que está tecleando en una de las pantallas táctiles empotradas en la pared. Penélope revisa la hora, todavía es temprano; continúa con su trabajo, y minutos después aparece en su monitor el aviso de ejecución de orden en la recámara número tres, con todos los sistemas funcionando normalmente. Termina de limpiar la modelo y se dispone a insertarla en su cápsula cuando, una vez más, suena la alerta de alguien entrando al local, se acerca a la ventana y confirma lo que estaba esperando. Un hombre de cabellos rubios, bien entrado en sus cuarentas, de brusco mentón cuadrado y barba rala. Lleva la misma chamarra verde con el cuello levantado y la gorra de siempre; va directamente a la computadora de la recámara uno, e inserta una unidad de memoria en la ranura. Minutos después aparece en el monitor de Penélope el siguiente mensaje: Orden lista. Error en Recámara 1. Insertar modelo inmediatamente. Preparando simulación. John esperó a que el joven regordete entrara a la recámara o saliera del negocio antes de acercarse, no quería que nadie lo viera. Era la quinta vez que visitaba el lugar y temía que alguien lo reconociese; estaba cansado de mentirle a su esposa y, sin embargo, cada vez le era más fácil. Al parecer ella no sospechaba nada y ¿por qué habría de hacerlo? Siempre ha sido un esposo devoto y fiel, lo seguía siendo. Se repetía una y otra vez que no era algo
real, que no tenía ninguna importancia, pero se imaginaba tratando de explicárselo a su mujer, quien, estaba seguro, lo estaba esperando en un rincón, al voltear la esquina en esa calle, lista para sorprenderlo. El estrés lo consumía. Sintió el corazón golpear el pecho como si quisiera salírsele y la sangre subiendo por el cuello con fuertes punzadas. No hay nada de qué preocuparse se dijo, ella duerme tranquila sabiendo que haces horas extras en el trabajo. Es la última vez que vienes, después de esto se acabó. Se asomó de nuevo al lugar y vio que estaba vació, caminó directo a la puerta y entró sin titubear. No perdió tiempo. Fue a la computadora y tecleó la orden, extrajo una unidad de memoria del bolsillo y la colocó en la ranura. Era la única computadora donde insertaba correctamente la memoria al primer intento. Abrió la carpeta de archivos y comenzó a subir todas las imágenes, había asaltado las redes y descargado más de doscientas fotografías, algunas de las cuales tuvo que recortarlas meticulosamente pues incluían a otras personas. Después de buscar durante horas, logró encontrar un álbum viejo, en un perfil que su esposa dejó de usar años atrás; en él, había fotos de una visita a la playa con su amiga. Aparecían muy felices las dos vistiendo traje de baño. Las fotos tenían más de 10 años, pero la computadora podía cotejar los datos. Sin tomar en cuenta las fotos, desnuda, que le envió dos meses atrás, éstas eran las imágenes donde más piel mostraba y eso era importante para una buena simulación. Habían sido buenas amigas desde la secundaria. La propuesta lo tomó por sorpresa, nunca distinguió indicios de que quisiera tener algo con él. La trató muchas veces, siempre la consideró tímida y algo retraída, callada, ocultando su feminidad, siempre a la sombra de su esposa, la mejor amiga. Recibió el mensaje en una cena con amigos, primero pensó que se había equivocado de contacto, pero los mensajes subsecuentes le confirmaron que no había error alguno. La mejor amiga de su esposa lo estaba invitando a una aventura y para probar la autenticidad de sus palabras le envío una serie octubre 2020
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de fotografías donde se apreciaban a detalle las más íntimas partes de su cuerpo. Esa noche no le respondió, borró las imágenes para no ser sorprendido y espero a tener la mente clara. Al día siguiente, su respuesta fue tajante: No. No echaría su matrimonio por la borda por una aventura. No la delataría, pero no quería volver a escuchar o recibir mensajes de ella, de lo contrario le mostraría a su mujer las capturas de pantalla de las proposiciones que le había hecho. No sólo eso, amenazó con hacerlas públicas, arruinaría su reputación y le haría perder el trabajo, de nada le serviría ser Ingeniera con Maestría en Robótica si en todos lados la reconocerían como la puta que era. No iba a arriesgar su matrimonio acostándose con otra mujer, mucho menos con la mejor amiga de su esposa, seguía firme en su decisión y, sin embargo, la posibilidad de acostarse con ella lo atormentaba todas las noches, al punto de que por primera vez en más de 30 años había vuelto a tener sueños húmedos. Cuatro veces había asistido a la simulación tratando de acabar con el deseo, pero cuando vio las fotos de la playa supo que tenía que permitirse regresar una vez más. La computadora analizó las imágenes y en un minuto ya las había asimilado, listas para la más realista réplica de su cuerpo. Introdujo los billetes en la máquina y segundos después los cerrojos electrónicos de la recámara número uno, se abrieron con un ligero silbido metálico. La pequeña habitación lo acogió con sus luces cálidas y deshizo todo nerviosismo. En el centro se encontraba una cama y en la orilla un sofá rojo de imitación de piel donde se dejó caer de cara a la compuerta por donde saldría desfilando una mujer de artificio a cumplir sus fantasías. Las luces se atenuaron, el aire se inundó con el suave riff de guitarra de un blues y la puerta frente a él se abrió. El rostro y silueta se presentaron majestuosos sobre lo que debió ser una carcasa de metal. Fue sin duda la mejor recreación de aquella mujer, con el rostro rejuvenecido algunos años, sonrisa coqueta y el lunar hundido en los hoyuelos de las mejillas que tanto le gustaba. La imagen proyectada vestía un traje de baño de dos piezas, blanco, como el que usó años atrás en el viaje a la playa con su amiga. Se acercó 6
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contoneándose al ritmo de la música, y se detuvo antes de llegar a él; elevó los brazos y meneó la cadera, deslizó sus manos por el cuello, entre los senos y la cintura, dio media vuelta y sosteniendo la cadera meneó su trasero casi rosando el rostro de John. Luego se apartó unos pasos y esperó a recibir órdenes. John, acalorado se arrebató la chamarra y la arrojó al suelo. —Ven aquí, vas a chupármela. —Sentenció mientras desabotonaba su pantalón. Ella se acercó y se puso de rodillas; terminó de quitarle la ropa interior y agarró su pene erecto. Lo masajeó un poco y comenzó a lamerlo desde la base hasta la punta, para después introducirlo todo en su boca, subiendo y bajando lentamente en repetidas ocasiones. John intentó tomarla de la cabeza y su manó atravesó el holograma, sintió el cabello entre sus dedos sin poder ver su mano. Minutos después le pidió que se detuviera y ella se puso de pie. —Desnúdate y súbete a la cama. En un instante, casi imperceptible, la imagen volvió a cargar sobre sí misma, y la poca ropa que llevaba desapareció. Se acostó boca arriba y permaneció inmóvil con las piernas estiradas y los brazos pegados al cuerpo. John la observó detenidamente unos segundos. Los detalles de la piel eran asombrosos, pero sabía que la imagen no era exacta, los pezones debieron ser más grandes y morenos, el área púbica no debió estar totalmente depilada. —Abre las piernas. Ella obedeció, elevando las rodillas. Él trepó a la cama y se hincó frente a ella, listo para penetrarla. La tocó con la punta de los dedos y sintió la suavidad de la máquina, cada vez más realista, humedecida, invitándolo a comenzar. La tomó de las pantorrillas y las posó sobre sus hombros. Se introdujo y ella respondió con un gemido, uno que no correspondió al movimiento de los labios proyectados por los hologramas. La agarró de las nalgas para levantarla un poco, luego apretó los muslos y aumentó la velocidad de sus embates. Ella continuó gimiendo y sus manos apresaron la colcha arrugándola, pero los sonidos que emitía y su boca no se acoplaban del todo; la
soltó y salió de ella frustrado. Tras una pausa le ordenó que se pusiera a cuatro. Ella se levantó y giró despacio, arqueó la espalda y elevó el trasero. John estaba molesto, se talló la cara llenó de frustración por las fallas que lo regresaban a la realidad y no percibió el instante en que la proyección tardo en reacomodarse; la mujer debajo quedó expuesta. Observó los labios empapados esperando ser penetrados nuevamente, introdujo dos dedos y la mujer se estremeció ahogando un gemido. La tomó de la cadera e insertó el miembro con agresividad, sus palmas atravesaron el holograma una vez más, clavó los dedos en la piel que se sintió más real que nunca y arremetió con toda su fuerza. En un momento sintió que perdía el equilibrio, la mujer pegó la cara a la cama con el trasero aún levantado. Los gemidos se convirtieron en gritos; pasó las manos por debajo para aprisionarla de los pechos, sintió los pezones endurecidos y dejó caer todo su peso sobre ella antes de correrse dentro. Apenas acabó se levantó con un largo suspiro. —Terminar simulación —dijo alzando la voz. Las luces brillaron con mayor intensidad. La cama se introdujo en la pared y una nueva, con sábanas limpias salió en su lugar. La música se detuvo y la modelo fue de regreso a su compartimiento con las piernas temblorosas, haciendo un esfuerzo por no tropezar. Antes de que la puerta se cerrara le pareció a John que el holograma había fallado nuevamente, pues por un momento creyó ver que la ilusión tenía tres manos, una de las cuales daba pequeños círculos sobre su clítoris. Terminó de ponerse la ropa justo cuando la puerta se desbloqueó. La abrió lentamente, se aseguró que no hubiera nadie más en el área de las computadoras y salió de aquel lugar, cabizbajo, y acelerando el paso, tratando de cubrir el rostro con la gorra. Bajó por uno de los callejones y salió a tomar un taxi en la otra cuadra, para llegar a casa donde su esposa lo esperaba. Hacía buen tiempo, quizás tendría oportunidad de buscar entre los archivos de su mujer alguna fotografía de su amiga que no hubiera utilizado aún.
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Los que cuidan de nosotros
Mario López Araiza Valencia
Durante la cuarentena se nos obligó a quedarnos en casa, no debíamos salir a menos que fuera indispensable. Solamente una persona por hogar podía escaparse cada cierto tiempo para tomar una bocanada de aire fresco, filtrada a través de un incómodo tapabocas y, a veces, hasta por el uso de una careta protectora. Toda acción preventiva era monitoreada de cerca por el ejército y la policía, quienes desde hacía mucho dejaron de ser símbolos de seguridad para convertirse en figuras de intimidación. Se aseguraban de vigilar los movimientos de la gente, montados en unas naves espantosas que tenían la capacidad de sobrevolar a baja altura, invadiendo la privacidad. Después de varias pandemias sucedidas los últimos treinta años, a nadie le asustaban los titulares de las noticias en los que se revelaba la mutación de un microorganismo que minaba la población mundial. Lo que incomodaba era la coerción, la necesidad de utilizar efectivos para evitar que saliéramos. Era una manera de reprimirnos, una de tantas, teníamos un abanico de opciones para escoger. A mis treinta años, recuerdo la primera pandemia que me tocó. Fue en la infancia, pasé momentos aburridos encerrado en casa, desesperando a mi madre y sin encontrar con qué entretenerme. Me ponían mis programas preferidos en televisión, a colorear, a intentar seguirle el paso a las clases en línea. Yo no quería nada de eso. Quería salir, ver a mis amigos, ir a la escuela. Estando en casa solo veía a los policías pasar todos los días por la calle, algunos cargando un rifle y otros, con su sola mirada parecían allanar la vivienda, ocultando intensiones siniestras. Mi madre salió una vez en esa cuarentena y así le fue. Dos de los elementos de seguridad la acompañaron al supermercado, que en ese entonces ya era lo más parecido a un búnker de guerra. Solo una persona podía pasar a comprar víveres, las demás debían esperar su turno. Cuando mi madre regresó, escuché que le contaba a mi abuela por teléfono que se sintió acosada por los policías, que la actitud hacia ella fue grosera y que en ningún momento se percibió segura. Desde ese instante tuve resentimiento hacia ellos. Hoy, varios años más tarde, los ojos de estos seres habían traspasado la puerta de entrada, nos veían desde arriba, muy cerca. Ya no vivía con mi madre, pero podía imaginar lo que ella estaba sintiendo a muchos kilómetros de mi casa. Ahora era yo quien hablaba con ella por teléfono. Se quejaba de las naves de seguridad que pasaban tres veces al día por arriba del techo. Estaba asustada, le quitaban las ganas de hacer cualquier cosa. Y como vivía sola, su temor era mayor. Temía por ella, así que acordamos hablar en los horarios de paso de las naves para mitigar el terror que ejercían al merodear su casa. Me llenaba de coraje saber que las corporaciones “del orden y la paz” usaban la tecnología para traspasar los límites del espacio personal. Parecía que las leyes eran bromas escritas en servilletas durante una noche de copas. Servilletas con las que todos se limpiaban la boca y luego las tiraban al suelo. Lo único que yo quería cada que escuchaba las naves era salir al patio, apuntarles con un arma y hacerlas estallar en mil pedazos para recuperar la tranquilidad. ─ Es por su bien – me dijo uno de los agentes al iniciar la cuarentena. Su sonrisa misteriosa debajo de los lentes oscuros era todo menos pacífica. El cristal negro ocultaba una llama violenta en sus ojos, un impulso que quería liberarse a través de sus manos cerrándose alrededor de mi cuello. “¿Por el bien de quiénes?” pensé. El virus mundial se había convertido en un pretexto para volvernos a sobajar. Me pregunté si la situación había hecho que otros crímenes pasaran 8
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desapercibidos, ¿o acaso el virus fue una cura milagrosa para la violencia? Asesinatos, secuestros, robos ¿Quién los investigaba ahora? Las noticias seguían con lo mismo: el virus, su propagación, la cuarentena, cooperar con las autoridades. Muchas cosas sucedían lejos de los hogares, donde se cometían delitos y moría gente. Pero los policías no estaban allá, por el contrario, los veíamos siempre sobre nosotros, “salvándonos” de un mal invisible. Las siete de la tarde. Salí de mis pensamientos, las naves estaban por pasar a casa de mi madre. Cogí el teléfono. No contestó. Los latidos de mi corazón se aceleraron, por la mañana me había dicho que se quedaría en casa. Llamé otras dos veces. Contestaron, pero no era su voz: ─ Esta detenida por faltar a las indicaciones. La voz masculina y rasposa hizo que mi coraje se manifestara. ─ ¡Debería estar en casa! ¡Moverse en este momento es faltar contra la regla de la cuarentena! ─ Así las cosas, joven. Con esa respuesta tan ridícula, el hombre me indicó la dirección de los separos y colgó. Valiente aislamiento social, que al final era un disparate: detener a las personas y juntarlas en una cárcel era el peor error que podían cometer, allí se contagiarían y dispersarían la enfermedad. Lo de siempre para los que no pueden dar dinero o someterse a otro tipo de abusos. Volvieron a la cabeza las palabras de mi madre al hablar por teléfono con la abuela aquella vez que las escuché cuando era niño. Después de revivir el recuerdo, salí de casa, pero para mí mala suerte, una nave chirriante cruzó el cielo y se posó frente a mí. Sus faros apuntándome al rostro me cegaron, el olor a metal quemado y el humo del escape hicieron que cayera de rodillas. Los agentes asumieron que extendía una plegaria hacia ellos y me detuvieron entre risas. Mientras me subían a la nave exigieron una cantidad de dinero que en mi vida hubiera podido juntar. Después de ponerme las esposas, la compuerta se cerró y en la negrura de la cabina vi la luz de la casa hacerse pequeña conforme nos alejábamos. En la sala se quedó la única manera de saber qué había pasado con mi madre: el teléfono móvil. En ese momento ignoraba si mi destino era
dejarme en el mismo sitio donde tenían a mi madre o sería otro lugar. Y una vez allí, ¿tendría una oportunidad para comunicarme con ella? No fue así. O tal vez la mantenían cautiva en otro cuarto y nunca lo sabríamos. Los policías me abandonaron en una habitación sucia y en penumbra, ocupada por dos personas. Una de ellas tosía enérgicamente. En mi interior lo supe, firmé con sangre mi sentencia al poner los pies en ese sitio. Poco a poco perdí las esperanzas, aumentando mi desesperación. Sin señales de mi madre, me dieron ganas de olvidar hasta mi nombre. Caí en cuenta de que esta cruzada de protección solo iba a favorecer a los privilegiados, porque a ellos no se les cuestionaba, ni se les intimidaba. Los policías les sonreían y les dejaban seguir su camino mientras guardaban un billete grande en su pantalón. A nosotros, los que no valíamos nada, los que no podíamos pagar, nos detenían y encerraban, porque el objetivo era extinguir los lamentos de las masas. Ninguno de los ocupantes de la celda se acercó a hablarme, ni yo tuve interés en saber quiénes eran o qué habían hecho. Seguí pensando en lo estúpido que fue imponer una cuarentena para romperla así de fácil. El riesgo de la población era sanitario, pero las medidas para mitigarlo tenían un precio político que nos obligaban a asumir. Por la única ventana en la esquina de la celda vi pasar a una de las naves. La maldije y maldije a todos: policías, militares, a mis compañeros de cuarto y allá afuera, al mundo. Lloré por mi madre y por mí. Que el intelecto humano concibiera ese tipo de medidas era la expresión de la mayor vileza que teníamos como especie. Quienes tomaban las decisiones no solo lo hacían por un virus, sino por poder y privilegio. Y nosotros siempre seríamos relegados a ser los peones en ese tablero de ajedrez.
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El hombre de negro
Ronnie Camacho
Mi hogar, un pequeño poblado conocido como San Villareal, ubicado a las afueras de la ciudad fronteriza de Matamoros, en el norteño estado de Tamaulipas, cuenta con una oscura leyenda que se ha visto estrechamente ligada a mi familia desde la fundación del pueblo. Todo comenzó el día de muertos del año de 1899, cuando un grupo de bandidos llegó a nuestro pueblo y comenzó a sembrar el caos entre los indefensos habitantes. Quemaron los cultivos, fusilaron a la mayoría de los hombres y robaron la honra de cada mujer que pudieron encontrar; fue en ese álgido punto que Griselda, mi tatarabuela, hizo su aparición. Durante las horas en las que el pueblo estuvo sumido en el terror, ella rogó a Dios por un milagro, cualquier cosa que los pudiera salvarla de aquellos hombres, pero sin importar cuánto lo intentó, sus plegarias no fueron escuchadas o al menos, no fueron escuchadas por el cielo. Antes de que los bandidos siquiera pudieran ponerle un dedo encima, un elegante hombre vestido completamente de negro, con amarillos ojos de cabra y el rostro cubierto por una máscara de día de muertos, apareció ante ella y con sus propias manos, destazó a los hombres que iban a lastimarla, para justo después, hacer lo mismo con el resto de los invasores. Cuando terminó, se presentó ante mi tatarabuela y el resto de los habitantes, como “El Hombre de Negro” y les dijo que, a cambio de un módico precio, él no solo seguiría protegiendo a San Villareal, sino que también, la haría tan próspera como la propia capital. Nadie supo qué decir, era más que obvio que aquel ser era un demonio, pero tampoco podían negarse a su oferta, pues, después de ver como quedó su hogar, se dieron cuenta de que tardarían años en reparar los daños, además estaba el alto número de muertos. ¿Qué les garantizaba que no fuera a haber más ataques de bandidos en el futuro? Aceptaron su trato y a cambio de buenas cosechas y seguridad, el Hombre de Negro solo les pediría una cosa, cada año debían entregarle a una mujer para que fuera su compañera; si ésta era de su agrado todo iría bien, pero de no ser así, la desgracia caería sobre la familia de la chica y una catástrofe sacudiría al pueblo. Para muchos turistas está historia no es más que una simple leyenda, un especie de héroe sangriento inventado por la propia gente del lugar, si tan solo supieran que cada palabra que decimos es cierta y que todos en San Villareal, somos rehenes de ese ser. Ahora mismo, mi hermana mayor está siendo preparada para ser enviada ante El Hombre y aunque la amo con todo mi corazón, mi amor por ella solo es superado por el miedo que le tengo a lo que él nos pueda hacer, si es que mi hermana, no resulta ser lo suficientemente buena.
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Bebé de azúcar
Jéssica de la Portilla Montaño
Llevaba media cuartilla escrita cuando la aplicación se trabó. Será que a nadie le atañe mi vida de antaño ni las quejas específicas que pueda dar sobre ciertos patanes. La idea era sobre los sugar daddies. En cómo la cagué al tener novios formales, porque formales formales no eran. En una ocasión mi madre me dijo que con mi físico podría andar con quien quisiera. Sin embargo crecí autodevaluada y aceptando por lástima al primer pendejo que me insistiera lo suficiente. Me consuela saber que en realidad nunca estuve enamorada de nadie excepto de mi hoy esposo, mi primer amor platónico hace ya casi treinta años. Todos lo demás fueron accidentes geográficos en mi mar de inacabable depresión. Mi primer novio lo fue porque iba pasando por ahí un tipo con quien me obsesioné quince años. Y cuando por fin anduve con éste, lo engañé con un ingeniero que aún miraba Dragon Ball. Así la pasé, iniciando relaciones sin finiquitar la de turno. Todos me valían gorro. Tampoco era tan culera para no sentir algo lindo por el baboso de mientras, pero en ese inter me fijaba en posibles sustitutos que osaran rescatarme de mi imaginaria prisión. Ahora que están de moda los sugar daddies y las clones de Kim Kardashian, pienso que en verdad me equivoqué al no aceptar el carro de agencia de cierto sujeto porque "no podía comprarme". Así que anduve dos años sin cobrarle honorarios por cuidar de su alcoholismo. En vez de esos malagradecidos a los que yo invité para que por una vez en su vida probaran un fondue con clericot, debí moverme en un círculo menos artístico y más materialista. Sufrí para financiar mis estudios y gastos. La ingeniería completa la pagué yo. Supongo que es bueno decir que todo lo que tengo me lo he ganado, pero no habría tenido nada de malo recibir un perfume de tres mil pesos de parte de un admirador meramente platónico, ¿por qué no? Pensaba en la chica que tuvimos de inquilina, tan gachita la pobre, y aun así se la llevaron a Japón y a cientos de lugares solo porque era amante de un feo de la UNAM. Le pagó la maestría, el doctorado, el Nintendo mientras la aceptaban, tenían carros iguales... Pero la Doctora no era muy feliz que digamos porque en una ocasión llevó a otro sujeto a la casa, y hasta mi abuela se ofendió. Y por más que se mesen los pelos de las axilas las feministas actuales, si mi abuelita llama “puta” a alguien pues ni cómo contradecirla. Tuve mala fama porque me veían con uno y con otro, pero más bien andaba de citas y si el prospecto era patán pues lo mandaba al demonio antes de involucrarme de forma física. Varios novios formales, varios prospectos de amiguitos… y la mayor parte del tiempo estuve sola porque nadie valía ni mi tiempo ni mis letras. Alguna vez leí que si se repartiera toda la riqueza del mundo, nos tocarían como veinticinco centavos de dólar por cabeza. Pues díganme en dónde los cobro.
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Comunión
Paty Rubio
Esa noche Ludivina decidió esperar a sus invitados vestida tan sólo con un negligé negro, que llevaba un volante de lunares blancos ribeteando el vuelo de la transparencia. Mientras esperaba se acomodó en su sillón favorito, encendió el aparato de audio y escogió música flamenca, para eso de ir encendiendo su deseo y fantasías. Ludivina sentía este ritmo tan sensual, literalmente era como si se untara a su piel, y escurriera en todo el cuerpo, acariciándola como si fuera miel. Lo que despertaba su libido y provocaba pulsaciones en las partes íntimas. Sobrepasaba los cincuentas, tenía la experiencia necesaria que le permitía vivir con esa libertad. Seguía activa en los placeres que la vida le daba y ponía a su alcance. Cuando sus invitados llegaron, abrió la puerta, mostrándose con una enorme sonrisa que fluía desde sus adentros, lo que le daba un brillo especial que no podría esconder, aunque quisiera. -Hola ¿Cómo están? Bienvenidos, pasen a la sala. Pablo, hombre maduro, pero mucho menor que Ludivina, moreno claro, con una sonrisa contagiosa, de aspecto y personalidad agradable y carismática; llevaba unas bebidas en la mano, Ludivina le indicó que podía dejarlas en el refrigerador. -Conoces la casa, y sabes dónde. Siéntete en confianza. Mientras le pedía a Diana, una mujer aún más joven que su pareja, que tomara asiento en la sala; era muy guapa, de cabello rizado, muy largo. A Ludivina siempre le había tocado ver que lo llevaba recogido en un chongo sobre la nuca. La hermosa mujer tenía una piel muy blanca y tersa debido a su juventud. Era poseedora de un cuerpo con curvas voluptuosas y enormes senos, que parecía como si quisieran, romper la tela que los aprisionaba, para así mostrarse libres en toda su majestuosidad. Ambas iniciaron una amena conversación, y se notaba que Diana también disfrutaba y se sentía muy cómoda con la plática que les resultaba, sin importar la diferencia de edad que había entre ellas. Apostadas en la sala, lugar que se antojaba placentero e íntimo, lo que invitaba a respirar tranquilidad, esperaban que Pablo se les uniera. Una vez que él acomodó las bebidas en el refrigerador, se acercó a la sala donde se sentó a un lado de Diana y se acopló a la plática de las mujeres con dos cervezas en la mano, entregándoselas. Ludivina recordó algo que había platicado con Pablo, por lo que les ofreció un poco de yerba. Diana dijo que tenía mucho sin fumar tabaco y que nunca había fumado yerba, pero que tenía curiosidad. Le preguntó a Ludivina cuáles serían los efectos que iba a tener, a lo que ella le respondió con una serie de posibles resultas sobre lo que podría sentir. Pablo y Diana estuvieron de acuerdo y dijeron:
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-¡Vamos pues, a fumar yerba! Así que mientras fumaban y bebían, siguieron conversando, muy animados, riendo de las cosas de la vida, de la cotidianidad, salpicando la plática de cosas trascendentales. Sin darse cuenta pasaron las horas. Los tres tenían la facultad de que el tiempo corriera sin sentir, podrían fácilmente pasar un día completo sin que se les terminaran los temas. Se sentían muy cómodos consigo mismos y en el grupo que formaban. Diana empezó a quedarse dormida, así que Ludivina le ofreció pasar a la recámara para que durmiera un rato. -Es parte de los efectos que la yerba puede provocar, hoy te tocó que te hiciera sentir súper relajada. Diana respondió: -No gracias, los estoy escuchando, igual que oigo claramente la música, los carros pasar. Sólo voy a cerrar un poco los ojos. Se acomodó en el sillón, mientras Pablo y Ludivina seguían conversando animadamente. De pronto Pablo le dijo a Diana -Amor, si quieres nos vamos, ya son las 3:30 de la mañana -No -respondió- ustedes vayan a la recámara, yo los alcanzó después, vayan, vayan. -¿Estás segura? -Sí, sí, vayan. Pablo y Ludivina aceptaron y se fueron a la recámara mientras Diana se acomodaba de nuevo en el sillón. Una vez junto a la cama, Pablo iba despojándose de la ropa, mientras besaba a Ludivina, e iniciaron el escarceo lúdico y amoroso que ansiaban desde que habían planeado la cita. Había transcurrido un buen lapso de tiempo, en el que se entregaron al retozo disfrutando con la maravilla que brinda el juego de los amantes. Estaban tan entregados y ensimismados en lo que hacían, que no se dieron cuenta de que Diana había entrado a la recámara.
Fue Ludivina quien, al dar una vuelta en la cama, alcanzó a ver una imagen maravillosa, de pie, a un lado del lecho la vio, Diana era una diosa de portentosa belleza, vestía solo su piel. Una piel blanca y reluciente, que destellaba en la tenue luz que entraba por la puerta abierta, sus encantos voluptuosos al aire, el cabello rizo, largo, caía sobre su espalda, al igual que sobre los brazos y semejaba un halo ensortijado. Ludivina se levantó con el aliento cortado ante tanta hermosura. -¡Mira quién está aquí! Le dijo a Pablo señalando con un gesto a Diana para que la viera. Ludivina la invitó a que subiera a la cama palmeando ésta. -Ahora seré observadora. Pablo y Diana se acoplaron mientras ella los miraba pensando: ¡Ay Diana, deberías andar así por la vida, vestida sólo con tu piel y tu hermoso cabello al aire! ¡Es un sacrilegio privar al mundo de tanta belleza! Unos instantes después de observarlos juntos y acoplados, decidió aproximarse a ellos para acariciar a la pareja sensualmente. Lo que siguió fue la maravillosa fusión de tres placeres en comunión, así los sorprendió la luz de la mañana cuando el día comenzó a clarear.
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Dos textos
Anel May
Poemas de medianoche El diablo vino a buscarme y me invitó a pasear con él montada en el lomo de su mastín negro. Creo que no notó mi titubeo porque lucía descarnado y asqueroso, así que descubrí que podía cambiar a una forma más sublime. Pronto estuve volando encima de él que iba convertido en un negro corcel hermoso con alas enormes. El diablo me miraba con sus hermosos ojos de niño travieso. Era maravilloso mirarnos volar, él me tomaba de la mano y yo rozaba con sus bellas alas de terciopelo negro. Era un placer mirar al hidalgo rubio con su india oscura volando en la oscuridad. Sus hermosos caireles rubios me rozaban el rostro cuando se acercaba. Tenía las manos frías como el hielo pero en su mirada había fuego y malicia. En algún momento caímos envueltos en la lujuria. Recuerdo poco con la mente pero mucho con el cuerpo. Hubo arañazos, dientes, sangre, labios, sudor, de todo; y en el aire flotaba su asqueroso olor a azufre enmarañado con su adictivo olor masculino. Puedo decir que esa noche conocí el lado oscuro del cielo. Me prometió venir por mí la siguiente luna, exactamente a la hora de los aquelarres. Nunca supe si fue puntual. Al salir de mi casa para la cita, una turba enfurecida me llevó por la calle arrastrándome, golpeándome con brutalidad, me desnudaron el cuerpo más nunca la mente, me amarraron a una hoguera de leña verde. Me torturaron a golpes, palos y picos, me quemaron con la cera de sus velas y desnuda me prendieron fuego, estaba tan adolorida y agotada que casi no pude escuchar mis alaridos. Me quemaron por bruja pero ni siquiera llegué a hechicera, sólo fui la amante del diablo por una noche. Cuando él llegó, yo ya no tenía cuerpo. Era una masa achicharrada que de alguna manera aún aullaba con los dientes cayendo de entre la boca derretida. Así que él en su furia hizo estallar mi cuerpo en mil pedazos, no sin antes contaminar lo que quedó de mi sangre con el virus de la peste negra. Mis enemigos pagaron con creces el quemar a la amante del diablo cuyos ojos siempre fueron los ojos de un infante.
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Simbionte Comenzaste a brotar despacio, tan lento que no me di cuenta hasta que ya tuve casi toda tu cabeza formada. Al principio no te reconocí, pues me dio asco tu ser amorfo. Al paso de los días tuviste tiempo para formarte mejor y me acostumbré a acariciarte encima de mí todas las mañanas. Eras un tú pequeño, pero mañoso, no te mostraba porque iba a ser raro el dar explicaciones, nadie lo podría entender, de por sí no comprenden nada. Pero me gustaba lo que estaba pasando, era algo bizarro y tú seguías creciendo, hasta que un día ya no pude ocultarte y entonces yo me aparté de todos. Llegaste a ser un siamés travieso, y me dolía cargarte a todos lados, pero tú querías salir a toda costa, llorabas, gritabas y me arañabas, tenía que cerrar los ojos cuando hacías rabietas y sostenerte las deformes manos para evitar que me hicieras más daño. Pero tú querías salir a toda costa, como siempre egoísta, hasta que un día el dolor fue insoportable y te saliste. Me partiste en dos el cuerpo, o al menos eso pensaba, pero no me dí cuenta que también te llevaste una parte de mi alma. Llamé a una curandera vudú que me costuró el cuerpo desde adentro y para afuera, desde ese momento mis cicatrices asustan a todos, me hiciste deforme y tú creciste y te volviste hermoso y deseable y me pateaste y me ignoraste y por fin me abandonaste. Pero no te culpo, ya puedes pasearte por ahí con el cuerpo hecho a medida y que te queda cual traje. De mi parte seguiré escondida, más bien de mí misma, pues no sólo soy horrenda por fuera también algo en mí se volvió oscuro; me destruiste pero no puedo odiarte, en vez de eso me la paso renqueando de un lado a otro esperando que toques a mi puerta, mientras tanto duermo el sueño oscuro de los olvidados.
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Narraciones
Eduardo Ardissino Antes Bruno buscaba oscuridad
Todos creen que lo conocen, me doy cuenta de eso fácilmente. Creen que saben bien como es Bruno, pero no es así. Yo soy la única que sabe por lo que ha pasado. Soy su mejor amiga. Así es, ni siquiera su familia, (si es que alguno de ellos sigue con vida) puede presumir de eso. Nunca han podido, pues nunca se han interesado por él de una manera genuina y sincera. Yo me interesé por él desde el momento en que lo ví por primera vez, ese primer día de clases del año 1990, cuando ambos contábamos con sólo 6 años de edad. Lo único que tengo para recriminarme es el no haber hecho nada por él hasta años después. Cada vez que pienso en esto me pregunto si algo habría sido distinto de haber actuado de otro modo. No es que no me hubiera dado cuenta de nada. A pesar de mi corta edad, me percataba de las cosas. Mientras el resto de los niños eran llevados al colegio por algún tutor responsable, él llegó solo. Nadie lo notó, excepto yo. Miraba el suelo mientras caminaba. Su descuidado guardapolvo delataba que lo había heredado de un hermano o hermana mayor, y que nadie se preocupó porque esa cosa se viera blanca. Sigo sin entender cómo es que nadie más notó a alguien tan solo. O, tal vez eran como yo, temían entrometerse, temían hacer algo equivocado. En el salón continuó solo todo el tiempo, en un banco del rincón. —Me gustaría hablarle —le dije, durante el recreo, a una amiga que tuve en esa época. Ella me aconsejó no hacerlo, luego de dedicarle una mirada de menos de un segundo, alegando que debía ser un nene malo. Luego, me llevó a jugar con otras nenas. No podíamos desperdiciar ni un segundo del recreo. Había momentos en que me olvidaba de esas preocupaciones, pues lo veía hablando con otros nenes, y hasta se sentaba con ellos en algunas clases. Sin embargo, por momentos volvía a ser ese chico necesitado de atención, de alguien que lo comprendiera. Ni los "amigos" con los que lo veía parecían comprenderlo. Años después él seguía igual. Mi interés se había convertido en algo de todos los días. Durante ese tiempo llegué a intercambiar algunas palabras con él, de vez en cuando, pero no pasaba de ser una simple conocida del montón. La razón principal por la que mis pensamientos respecto a él persistian era que en todo ese tiempo no había visto a sus padres. Puede parecer raro que me extrañara eso, pero ya había llegado a conocer a la familia de todos mis compañeros, excepto a la de Bruno. Claro que eso cambió luego de que nuestra amistad dió inicio. Recuerdo bien ese día. Él, actualmente, relata ese episodio entre risas, como una anécdota divertida, a gente que no estuvo en el lugar cuando ocurrió, por lo 22
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que no entienden el verdadero significado de eso; pero yo sí. No consigo recordar de que estaba hablando con ese grupo de compañeras, pero no creo que fuera importante; solo cosas normales de chicas de 11 años, probablemente. Entonces ví a Bruno. Lo traía Leandro hacia nosotras, lo cual me dió mala espina. Jamás me cayó bien ese tonto. Era el payaso de la clase. Le gustaba molestar a otros, pero había hallado en Bruno a su víctima favorita, ya que se enojaba mucho por esas bromas estúpidas, lo que divertía bastante a Leandro, al que Bruno parecía perdonar una y otra vez, pues en más de una ocasión lo ví acompañándolo mansamente, como ese día que lo acercó a nosotras, no recuerdo con que excusa. Creo que Bruno iba a decirnos algo, no estoy segura; cuando el idiota de Maxi salió de la nada. Éste sujetó rápidamente la parte superior del pantalón de Bruno, y bajó éste hasta la altura de los tobillos. Acto seguido, Leandro lo pisó para impedir que su víctima pudiera subirselo, cosa que no demoró en intentar hacer. Dejarlo en calzoncillos delante de nosotras era lo que querian, y lo que consiguieron. Así de inmaduros eran, y probablemente siguen siendo, donde sea que estén; no lo sé, pues no los he vuelto a ver desde esa época donde los dos siempre estaban asociados, de una forma u otra, a alguna payasada como esa. Lo peor era que la mayoría celebraba las payasadas que hacían, cosa que yo nunca hice, y ese día tuve más que suficiente. Enfurecí. Mientras las otras chicas se reían de Bruno, que no podía hacer más que cubrir inútilmente, con sus manos, su ya desgastada ropa interior negra, yo reaccioné de un modo que no lamenté, y que no voy a lamentar jamás, propinandole un buen golpe en la cara al desprevenido Leandro. Ante eso, Maxi se me echó encima, pero no pudo hacerme daño, pues Bruno (con el pantalón en su lugar) se puso en medio de ambos, empezando así un verdadero lío entre los cuatro, que hizo que el grupo de chicas saliera corriendo del lugar, y que no duró mucho, gracias a la intervención de una maestra. ¿Por qué esa docente no pudo aparecer antes, evitando que yo tuviera que defenderlo, y así solo
ese par hubiese sido llevado a la dirección? No lo sé. La cuestión fue que los cuatro acabamos ahí, y con una nota para nuestros padres en el cuaderno de comunicaciones. El que yo haya terminado involucrada era lo de menos; valía la pena si caían también esos dos. Lo que me disgustó fue que Bruno también quedara como peleonero ante las autoridades de la escuela, cuando era la víctima. Tampoco sus padres entendieron eso, según supe poco tiempo después, pues él me lo comentó, además de que lo comprobé por mi misma cuando vi llegar a su madre al colegio. Me bastó una mirada para formarme una idea de cómo era su forma de ser, y para confirmar lo que Bruno me había confiado sobre los tratos que recibía en su casa. Era de contextura robusta, con una expresión de continúo desprecio en el rostro. La acompañaban una nena de 5 años y un pequeño bebé que llevaba en sus brazos, hasta que lo pasó a los de la niña para encender un cigarrillo, a pesar de estar a punto de entrar en la escuela. Bruno no se veía contento por verla. La señora pasó junto a él, lo agarró del brazo con la mano que le quedaba libre, y caminaron rumbo a la dirección. Noté una mirada de reproche en esos breves segundos que estuve parada en el lugar, mientras el resto atendía sus cosas. Bruno me contó que llevó a sus hermanas menores para causar lastima, que solía hacerlo. Siempre lo noté aliviado luego de hablarme de esas cosas, como si necesitara hablar de ciertos temas, lo que me dio otra razón para no lamentar el haberme metido en medio. Nuestra amistad nació gracias a eso. Recuerdo que, al día siguiente de la pelea, me senté junto a él, en caso de que alguien quisiera molestarlo. Al principio se portó frío conmigo. Debía creer que lo hacía por lástima. Pero no tardó en soltarse y, a la hora de la salida, parecíamos viejos amigos. Pronto fue un invitado recurrente en mi casa, aunque nunca por muchas horas, pues su madre se enfurecía si regresaba tarde a la suya, según me explicó. octubre 2020
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La mía, antes de conocerlo, tenía sus dudas sobre si sería una buena junta para mí. Me parece que lo creía responsable de la pelea en la que me involucré, que la obligó a ir a la escuela a tratar el tema con la preceptora. Pero eso cambió la primera vez que él me visitó. Le cayó bien enseguida. Afortunadamente fue así, pues estaba decidida a ser su amiga. Claro que no faltó el predecible y clásico "Bruno tiene novia", de parte de nuestros compañeros; entre otras cosas de ese estilo, que no venían al caso, pues siempre hemos sido como hermanos. Sé que él siente lo mismo, es muy obvio. Ahora estoy felizmente casada, y él está feliz juntado con su actual pareja. Nuestra relación ha sido así desde el primer día. Siempre intenté ayudarlo. La mayoría de las veces sin éxito. Recuerdo la primera vez que fuí a su departamento de soltero, cuando ya teníamos 20 años, y había pasado poco tiempo desde que había decidido irse a vivir solo, después de otra desagradable discusión con su mamá. Nunca supe a que se debió. Iba poco a su casa, pues no les caía bien a su madre y a su padrastro, quienes me tenían como la culpable de aquel llamado a Dirección. Una de sus hermanas estaba ayudándolo cuando llegué. Me uní a ellos inmediatamente. Ese nuevo lugar era igual de lúgubre y desgastado que su antigua casa, sólo que más pequeño y barato. Como no teníamos mucho que acomodar terminamos rápido y, luego de tomar juntos unos mates, ella se retiró; en su casa creían que estaba haciendo la tarea con una amiga, y debía volver antes de que se dieran cuenta del engaño. Quedamos solos él y yo, justo lo que quería desde hacía varios días. —Tenemos que hablar —empecé—. Hablemos sobre Lucía. Él lo veía venir, me dí cuenta. Con expresión resignada se sentó en una silla próxima, y yo hice lo mismo. Hablamos. Llevaba poco tiempo en aquella relación, pero era suficiente para que hasta el más distraído se diera cuenta de que no podía continuar. No debía.
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Lucía no me quería, eso es cierto, pero no era esa la razón por la que le aconsejaba cortar con ella. El problema era el por que yo no le agradaba: nunca había visto a alguien tan posesiva y manipuladora como ella. Le molestaba que Bruno se juntara mucho conmigo o con su familia (ella había insistido mucho en que se mudara a ese departamento), y cada vez empeoraba más. Lejos estaba de saber, en ese entonces, que no sería la única relación tóxica en la que estaría involucrado, ni la peor. Tiempo después de que Lucía lo dejara, llevándose lejos al hijo de ambos, Bruno conoció a Rocío. No tuvieron hijos pero, al igual que Lucía, lo maltrató y abandonó, para irse con otro, llevándose el dinero de Bruno. Debido a esto, me sorprendió tanto que, años después, iniciara una nueva relación con esa tal Mónica; que fue igual de nociva que las otras. Cualquiera diría que Bruno no podía percatarse de todas esas cosas hasta que ya era tarde, que no aprendía de sus errores, pero yo estoy segura de conocer la verdad: a él le gustaba eso, lo buscaba. Era como si solo pudiera aceptar oscuridad en su vida, como si no tuviera permitido tener algo mejor, y solo buscaba eso: oscuridad. Sufrir a propósito, ser miserable, era el destino que se había impuesto. Es muy diferente ahora, pero nada cambiará lo que él solía ser. No sé en que momento exacto de su vida decidió empezar a llevar ese camino, o si fue algo que ni siquiera decidió él, pero en la época de su noviazgo con Lucía, ese deseo debía estar instalado con fuerza dentro suyo. Aclaro que yo no tenía modo de saber esto en esas ocasiones, cuando perdía mi tiempo aconsejandolo a que terminara con esas mujeres. Nunca me respondió agresivamente, pero siempre decía que les daría tiempo, que cambiarían, y me pedía que confiara en él. Siempre lo hice, solo por respeto a nuestra amistad. Al poco tiempo de la mudanza, Lucía se fue a vivir con él; para abandonarlo años después, junto a su pequeño rehén, con todo el dinero con el que ambos contaban.
Hasta el día de hoy no tenemos idea de dónde estarán. Claro que jamás salió de mis labios un "te lo dije", ni siquiera cuando se lo merecía, como en ese caso. En cambio, estuve ahí para él, apoyándolo, animandolo, y regresando a mi postura de consejera cuando llevaba unas semanas saliendo con Rocío. Igual que con Lucía, no me escuchó, y la invitó a vivir con él, luego de que ya había juntado mucha plata, gracias a su trabajo. Plata que se esfumó, tiempo después, junto con ella y su amante. Me parece que la venda de mis ojos se cayó en la época en la que salía con Mónica. Creo que fue entonces cuando descubrí su amor por la oscuridad, y hasta donde llegaba. Mónica, por lo menos, tuvo la gentileza de morirse en lugar de fugarse. No me molesté en enterarme del nombre de su enfermedad, la cual tenía desde antes de conocerlo. Lo único que siempre lamenté fue que estuviera esperando una niña de Bruno cuando eso sucedió. Antes de que la historia se repitiera hice otro intento por intervenir. No importa que esa vida sea la que él mismo buscara, no es bueno, ni sano, para él. Actualmente no es ni remotamente parecido a lo que era. Todos nuestros conocidos, su actual pareja y sus hijos, no imaginan siquiera su pasado, todo por lo que pasó, que hay detrás de esa enorme sonrisa que siempre tiene. Espero que, efectivamente, eso haya quedado atrás. Por supuesto que siempre estaré con él por si acaso. Mi marido siempre se enoja por eso, dice que parece que quiero más a Bruno que a él, que no le presto atención, pero sé que no es en serio, siempre se le pasa. Hablando de eso, lo mejor terminar de escribir justo ahora, y atender mis obligaciones rápido, o se va a enojar conmigo cuando llegue. Me asusta cuando se pone así de violento, pero si me apuro eso no va a pasar.
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Borrados Mí mamá siempre me dijo que todo fue un sueño, una pesadilla, que nada fue real, pidiéndome que lo olvidé; y, hasta ahora, opté por escucharla y creer en sus palabras. Pero a medida que los años transcurrían mis dudas fueron en aumento. Hoy, 7 años después de lo ocurrido, recordándolo todo, no puedo evitar la poderosa sensación de que no fue un sueño. Es más, he empezado a tener la sensación de que lo que sea que le hizo eso a Facu y a su familia ha vuelto a terminar el trabajo. A pesar de todo, existe una buena parte de mí que se ríe al pensar en ese espantoso suceso, en esa horrible pijamada en casa de Facundo ¿Por qué me reiría yo de eso? Lo que me causa gracia es el hecho de que la primera imagen que acude a mi mente, rememorando aquella nefasta noche, es la de mí mismo yendo al baño en ropa interior, rogando que ninguna de las hermanas de mi amigo despertara en esos momentos, con las mismas intenciones que yo, y me viera así. No sé puede negar el hecho de que causa bastante gracia que, con el misterioso suceso que tuvo lugar 2 minutos después de eso, lo primero que recuerdo yo de esa pijamada es algo tan tonto como aquello. A mis 9 años de edad esa era una de mis peores pesadillas: que las chicas me vieran desvestido. Actualmente puedo afirmar que otros miedos y preocupaciones son más fuertes que eso, existen cosas que me dan mucho más pánico; supongo que es parte de crecer (no es que ya sea adulto precisamente, claro). Aunque debo agradecer la existencia de este temor, claro está, pues creo que eso fue lo que me salvó de desaparecer. De otro modo, las consecuencias de aquella ceremonia que hicimos me hubieran alcanzado inevitablemente. Estoy seguro. Acepté ir a dormir esa noche a la casa de mi mejor amigo porque me entusiasmó bastante el juego de invocación que dijo haber encontrado por internet, y que quería realizar(éramos muy aficionados a toda clase de cosas paranormales). Necesitaba un compañero y ninguna de sus dos hermanas se interesó en ayudarlo. 26
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Según averiguó, los efectos de éste son totalmente impredecibles y variados; razón de más para emocionarnos. Nunca entendí qué se suponía que íbamos a invocar con nuestro juego; si íbamos a llamar a una especie de demonio, a un espíritu maligno, a un monstruo desconocido, o a alguna entidad sin forma; las posibilidades son infinitas. Sólo sabía que se trataba de un ente muy poderoso y que implicaba cierto peligro. Era todo lo que necesitaba saber para desear unirme a eso. Así era yo de niño. Desgraciadamente, no recuerdo casi nada de esa tontería que cometimos el error de llevar a cabo. Me resulta muy confuso lo que hicimos en la noche, en su cuarto, antes de quedarnos profundamente dormidos, él en su cama y yo en mí bolsa de dormir. Creo recordar la presencia de cinco velas encendidas, un espejo de mano, y que pronunciamos al unísono una especie de juramento, o algo parecido, no estoy seguro. Luego de eso, sólo retengo imágenes muy borrosas de todo lo ocurrido antes de que las ganas de orinar me despertaran a mitad de la noche. Al no poder encontrar mi ropa en semejante oscuridad, y al no querer despertar a mí amigo, no me quedó más alternativa que dirigirme sigilosamente al baño, por el igualmente oscuro pasillo de la casa, vestido únicamente con mis trusas azules, pues no podría aguantar por mucho más tiempo. Los leves golpes en la puerta se hicieron presentes justo en el momento en que me estaba lavando las manos, terminado ya mi asunto ahí, acompañados de la somnolienta e inconfundible voz de Florencia, exclamando: —¿Está ocupado? Instintivamente cubrí mis calzoncillos con ambas manos, avergonzado y maldiciendo mí pésima suerte, tratando de decidir que hacer, pues me rehusaba a abrir la puerta y, a atravesarla, con ella aguardando en ese lugar. Estaba fuera de discusión.
—Sí,.. un minuto —respondí, agradecido de haber descubierto que la ventana era lo bastante grande para mí. —¿Carlitos? —Sí,... soy yo, ya va. Saldría al patio y entraría por la ventana de la habitación de Facu (me pregunto qué habrá pensado Flor en el instante de encontrarse con el baño vacío, luego de haber interactuado con alguien de allí dentro). Tendría que despertarlo para que me dejara entrar, pero no había otra alternativa. Siempre que no estuviera con ganas de hacerme alguna broma pesada, como dejarme así afuera, todo saldría bien. Con estos pensamientos, y soportando el leve frío de la noche, atravesé rápidamente el pequeño jardín de la mamá de Facundo sin mirar atrás. Ya me encontraba a unos pocos pasos de mi objetivo, cuando pude oír la voz de mi amigo. No pude entender lo que decía, pero estaba claramente aterrorizado ¿Con quién hablaba? ¿De quién era esa otra voz, tan rasposa, que escuché luego? ¿De qué hablaban? ¿Qué estaba pasando? Mí desconcierto y mis dudas provocaron que me quedara paralizado en aquel sitio durante un breve instante. Justo cuando me disponía a acercarme más y poner más atención a ese extraño acontecimiento, la segunda voz profirió un grito incomprensible, pero que quedará grabado en mis recuerdos por siempre, pues me heló la sangre inmediatamente. Acto seguido, ese inesperado fulgor me obligó a cerrar los ojos con fuerza, durante lo que parecieron unos pocos segundos. Cuando pude abrirlos ya no me encontraba en el patio de Facu. Me incorporé en mi cama, en mi casa, muy confundido. Mí desorientación, entonces, me impidió moverme por algunos minutos que me parecieron horas. Nunca supe que pasó con Facu y su familia. Mí mamá me repitió, una y otra vez, hasta el cansancio, que yo nunca tuve un amigo con ese nombre, que todo fue un mal sueño, nada más. Como ya mencioné arriba, por un tiempo lo creí. Después de todo, eso explica unos detalles oscuros en todo esto: ¿por qué no llevé algo para usar como pijama esa noche? Por mucho que siempre haya preferido dormir en ropa interior, ya
que se me hace mucho más cómodo, sabía que había niñas en la casa, por lo que fue un descuido muy grande de parte mía y de mis padres. Además, ¿cómo es que no recuerdo nada de la ceremonia que hicimos, ni qué queríamos lograr con ésta? No parecía haber otra explicación. Mí interés por lo paranormal pudo haber provocado una pesadilla como esa. Después de todo,ves común que ocurra eso. Pero, actualmente, ya no puedo seguir pensando así, no puedo. Mis recuerdos de todo lo vivido con Facu se sienten demasiado reales como para seguir ignorandolos, considerarlos un simple sueño. Él tiene que haber existido. La suerte de haber estado fuera de la casa cuando todo pasó debe haber sido lo que me excluyó de tan misterioso e inexplicable destino. Sin embargo, gay más: las últimas semanas he tenido la extraña sensación de que, sea lo que sea, ha regresado para llevarme a mí también. ¿Por qué se tardó años en percatarse de que alguien se salvó de sus garras? No puedo ni imaginar una respuesta. Otro detalle sin sentido que sólo sirve como evidencia en mí contra, como evidencia de que nada de eso fue real. Lamentablemente, como ya mencioné con anterioridad, soy incapaz de recordar en qué consistió lo que hicimos esa noche en su cuarto, cómo fue ese maldito juego de invocación; así que nunca pude informarme sobre qué fue exactamente lo que ocurrió, qué está pasando, y como deshacerlo lo antes posible; a pesar de lo mucho que me esforcé en hacerlo. Ojalá lea esto alguien que pueda darme una explicación satisfactoria de una vez por todas, sea cual sea. Mientras tanto, voy a seguir creyendo que fue real. Tengo miedo.
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De visita Cabizbajo, avanzaba moviendo muy lentamente un pie después del otro, casi mecánicamente. El estado de su traje, al igual que el de su corbata adquirida recientemente, delataba la enorme cantidad de veces que lo había usado en las últimas semanas. No tenía ninguna obligación de hacerlo, pero sentía que era mucho más correcto el hacer su acostumbrada visita semanal con aquella vestimenta puesta, vestimenta que tanto le había gustado siempre a su hija. —Como si arreglara algo con eso —pensaba casi todos los días, sabiendo que nada sería capaz de realizar semejante proeza. No podía negar de quién era la culpa de todo. Cómo cada semana, mientras transitaba las grises calles de la ciudad, a un paso que dejaba en claro que era un hombre que no hacía ninguna acción a las prisas (se negaba a tomar el colectivo para asistir a este importante compromiso), su mente lo llevaba una y otra vez a aquel recuerdo. Aquel que nunca sería capaz de olvidar, sin importar cuánto lo intentara. Igual que en las ocasiones pasadas, y las que vendrían en el futuro, revivió contra su voluntad esa pesadilla echa realidad. Volvió a ver aquel espectáculo que lo horrorizó y que se manifestó frente a sus ojos después de abrir la puerta de la habitación de su único y querido retoño, Gabriela; su amada hija. Sin embargo, esa fue una de las escasas ocasiones en la que consiguió detener ese horrible recuerdo, a la vez que las primeras lágrimas hicieron su aparición, logrando dirigir sus pensamientos por una dirección diferente. No obstante, algo muy dentro suyo no lo dejó en paz, como siempre. El pensamiento que pasó a ocupar su mente en esos momentos no había llegado para darle el alivio que tanto necesitaba. —¿Por qué actué así? —se recriminó a sí mismo, provocando que el recuerdo de esa noche, pocas antes de la que arruinó toda su vida, comenzara a acosarlo desde aquel preciso instante hasta llegar a su destino—. Pude defenderlo… digo, defenderla… Parece mentira que ni siquiera a estas alturas sea capaz de decirlo bien… Sin proponérselo, y en contra de su voluntad, se vio a sí mismo sentado frente a la mesa del comedor de su casa, bebiendo cerveza y jugando felizmente a las cartas con tres de sus amigos más cercanos, ignorando por completo lo que ocurriría poco tiempo después; como también lo simple que le habría resultado evitar semejante suceso, en retrospectiva. Al igual que en las reuniones anteriores, el nombre de Gabriel no tardó en ser mencionado, provocando la incomodidad eficazmente disimulada de su padre, quien no perdió tiempo en contestar lo mismo que en las pasadas ocasiones: que aún no regresaba de su visita a unos parientes de otra ciudad. Mientras esperaba a que el semáforo le diera autorización para cruzar la calle, su odio hacia sí mismo comenzó a aumentar, como siempre que
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recordaba aquella nefasta mentira que tantas veces repitió, así como la actitud que manifestó mientras esa charla progresaba. Como en cada juntada, ésta pronto giró en torno a sucesos ocurridos recientemente alrededor de nuestro basto mundo ¿Habrá sido el destino el que quiso que saliera a colación el suicidio de aquel muchacho de otro país (cuyo nombre no recordaba), cuya homosexualidad, escondida durante tanto tiempo, nunca fue aceptada por las personas cercanas a él? ¿Habrá sido un aviso que él no pudo ver? Imposible de saberse. Cruzó la calle furioso al recordar como se había quedado callado mientras sus amigos mencionaban casos similares, ocurridos en fechas diferentes entre sí. Rechazos familiares debido a la orientación sexual de las víctimas de éstos, o a conflictos con su identidad de género; derivando en depresión, a raíz de estos problemas, y acabando en suicidio en la mayoría de estos casos. Nunca le cupo duda de que Gabriela había oído todo lo dicho. —Decíles algo —se ordenó a sí mismo, al verse tan callado y avergonzado ante esa situación—. Defendé a tu hija. Lamentablemente, le era imposible alterar lo que ya había pasado. Sólo podía contemplar, como si de una película se tratara, el hecho de no haber reaccionado de ninguna manera mientras sus camaradas hablaban sobre como estaban de acuerdo con la postura de esas familias, y sobre como "todos esos se tienen que morir". —Como si no han tenido suficiente teniendo que vivir con la vergüenza de tener de familiar a uno de esos enfermos —dijo uno. —Sí, encima van y se matan cuando tratan de ayudarlos, haciéndoles más sano todavía —le contestó otro. —No tienen perdón de Dios —acotó el tercero.
Era en ese punto cuando el recuerdo siempre comenzaba a tornarse neblinoso Pero nunca le importó eso, pues a esas alturas él ya estaba en el cementerio, frente a la lápida de su querida Gabriela, contemplando aquel nombre grabado en ésta. Mientras estuvo viva él se negó a usar este nombre para referirse a ella, llamándola Gabriel siempre (las pocas veces que le dirigía la palabra, pues vivía encerrada debido al deseo de su progenitor de que nadie la viera en aquel estado). No obstante, se encargó de que su tumba sí llevará escrito ese nombre, el que ella tanto anhelaba oír ser pronunciado por su papá. —Por favor, perdóname hija —susurró, con los ojos rebosantes de lágrimas, como siempre que llevaba a cabo esa visita—. Perdóname, Gabriela. Cruelmente, la imagen del cadáver de su amada hija, hallada por él en ese fatídico día, colgando del techo de la habitación en la que la había encerrado, regresó para atormentarlo aún más. —Yo te maté —exclamó, abrazando la cruz de la tumba, pues nada más podía hacer, además de vivir lamentando su proceder por el resto de su vida—. Yo te maté…
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Intergeneracional Puedo estar en paz conmigo misma. Actúe a tiempo y salvé a mi hija de cometer un error serio. Como siempre hice. Nunca voy a olvidar la sorpresa que me llevé esa noche en la que estaba yo de visita. No tenía idea de que mi yerno le tenía prohibido a mí nietita (de, en ese entonces, 4 años) mirar sus caricaturas favoritas hasta que entró abruptamente en la casa. Enojado al contemplar esa escena, ignoró como la nena apagaba asustada el televisor, con tal de complacerlo, y se dirigió sin demora hacia la cocina, profiriendo toda clase de insultos a mí hija. La pequeña, sin dejar de llorar un segundo, escuchó todo, incluso los fuertes golpes y los inútiles pedidos de auxilio de su madre. Sé muy bien que podría haberla llevado a su habitación, pero consideré importante que la pobrecita no se perdiera un solo instante de aquel justo castigo. Fue al día siguiente cuando mi hija me confió lo común que eran ese tipo de escenas y su intención de dejarlo, cosa que le prohibí rotundamente. Igual que 4 años atrás le dije que no permitiría que mi nieta anduviera sin padre. Me enorgullece decir que, simplemente con eso, la salvé. Como lo hice al prohibirle interrumpir su embarazo (provocado por una violación incitada por ella), y al ordenarle casarse con aquel hombre que, en ese momento, pretendía abandonar. Afortunadamente siempre escuchó y obedeció mí experimentada voz. Yo también cometí errores como esos pero, gracias al apoyo de mi mamá, aprendí de ellos, y todo marchó bien. Sé que sigue equivocándose, porque la veo con un ojo morado de vez en cuando, pero también sé que está aprendiendo, confío en ella. Igual que confío en el futuro de mi nieta. Es por el bien de ambas.
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La alarma ¿Cuánto tiempo ha pasado ya? ¿Cuánto más va a durar esto? No consigo despertar, sin importar cuántas veces me despierte. Hoy es mi entrevista laboral y no puedo llegar tarde, por eso puse esa alarma, la cual sonó al horario correspondiente. Sin embargo, un instante después de haberme incorporado en la cama, la escuché sonando nuevamente, lo que me hizo abrir los ojos y descubrir que aún continuaba acostado. Naturalmente ignoré esto y me levanté. Escuché la alarma otra vez cuando entraba al baño, cosa que me obligó a abrir los ojos, acostado en mi cama, de nuevo. Recuerdo que, para la tercera ocasión, había logrado llegar al comedor antes de que esa alarma volviera a regresarme a mis sábanas. Claro, no es la primera vez que esto me ocurre. De hecho, no puedo recordar un solo despertar mío, desde que tengo uso de razón, que no haya sido así. Pero ahora es distinto. Para empezar, porque debo llegar temprano a mi entrevista; además de que parece que todo esto no va a llegar a una conclusión nunca Creo recordar que fue en el séptimo intento cuando el peligro aumentó, cuando todo cambió repentinamente para peor, cuando desperté en el medio de aquel enorme puente flojo. Desconozco cuánto tiempo estuve parado ahí sin hacer nada pero, en cuanto dí un paso, toda la enorme construcción se vino abajo, llevándome con ella. Mientras caía al vacío, aterrorizado, escuché de nuevo la alarma. Entonces abrí los ojos, encontrándome sobre un pequeño bote, en medio del océano. Mí desorientación y mi repentino mareo provocaron que hiciera tambalear aquella embarcación justo cuando la alarma volvió a sonar. Debido a eso no caí al agua, si no en un montón de arena, a la vez que despertaba en medio de lo que parecía ser un desierto. Desesperado, sin saber que hacer, empecé a caminar. Luego de lo que parecieron horas de andar bajo ese sofocante calor, en un lugar completamente vacío (no se veían ni cactus siquiera, solo arena por todos lados), la alarma volvió a sacarme de donde estaba, arrojandome en esta espesa y lúgubre jungla ¿Cuándo va a acabarse todo esto? A pesar de los aterradores sonidos de fieras salvajes (creo yo) que estoy siendo capaz de oír a mi alrededor, no voy a moverme de acá. La alarma está sonando ahora mismo, pero voy a seguir ignorandola. Ya no me importa mí estúpida entrevista, ni lo aterrador que es este lugar. No me pienso arriesgar a caer en un sitio todavía peor que este, no puedo resistirlo. Ojalá algún día pueda despertarme.
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Mis anteojos Lo único que lamento de todo esto es el haber perdido mis anteojos. Sé que así debía ser (o eso puede deducirse), pero ahora voy a tener que ir a que me receten unos nuevos. Tendré que pasar por todo el proceso que creí haber tenido la suerte de poder evitar. Después de todo, ¿cuántas personas pueden presumir de haber tenido la fortuna de encontrar un par de anteojos que parecen hechos para uno mismo específicamente? No solamente eso, yo había dado con ellos cuando tenía tan solo 7 años de edad, en uno de los días más importantes y memorables de mi vida: el día en que mi padre dejó de ser una pesadilla viviente para mí, para mi hermano, y (sobre todo) para mi mamá. A partir de ese día ya no acumularía más odio contra él en mi pequeño cuerpo, al verlo maltratar física y psicológicamente a mi madre todos los días. No entendí, ni entenderé, porqué él la odiaba tanto ¿Habrá sido un borracho empedernido todo ese tiempo sin que nos enteraramos? ¿Sería, acaso, envidia porque ella ganaba mucho más dinero que él al tener un trabajo estable, mientras que él debía conformarse con lo poco que obtenía sacando fotos en unos pocos eventos, de vez en cuando? Solo puedo especular la respuesta. El caso es que no podíamos hacer nada en su contra, y nadie nos brindaba jamás una mínima ayuda. Por lo tanto, mi hermano y yo éramos testigos permanentes de como la insultaba y le pegaba sin motivo, pues él parecía asegurarse de hacerlo todo delante nuestro. En ocasiones, inclusive, gritaba insultos contra nosotros, con la aparente única intención de hacerla sufrir. Sé que el odio de mí hermano debía ser tan grande como era el mío, o incluso más (es 5 años mayor que yo, así que vivió esta constante pesadilla durante más tiempo), pero estos sentimientos no arreglaron nada. O eso fue lo que creí hasta esa tarde, una semana después de mi séptimo cumpleaños. Yo estaba jugando en el patio delantero de mi casa con mis juguetes, mientras mi mamá me vigilaba y usaba su teléfono celular para comunicarse con una amiga suya, cuando el monstruo apareció, por lo que terminó rápidamente con la conversación. No sirvió, pues él ya la había visto. Hasta ese día limitaba sus acciones al interior de mi casa, pero esa ocasión fue diferente: entre gritos e insultos por estar "rascándose todo el día", en lugar de estar trabajando en las labores domésticas, la paliza empezó en aquel mismo sitio. Ya no le importaba que nuestros vecinos no se limitaran a simplemente escuchar sus gritos, sabía bien que nadie intervendría de ninguna forma, pasara lo que pasara. Yo solo podía llorar y mirar en todas direcciones en una inútil búsqueda de ayuda. Ni siquiera contaba con el apoyo de mi hermano, pues se encontraba en la casa de su amigo en ese momento. Había empezado a considerar el entrar a mí casa e intentar hacer un llamado, a pesar de que la experiencia ya me había enseñado que no serviría 32
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de nada, cuando el victimario se convirtió en víctima debido a aquella inesperada intromisión. Ese hombre, sin darse el tiempo de siquiera quitárse sus gafas de la cara, consiguió hacer a un lado a mi padre, para luego propinarle dos certeros golpes en la mitad del rostro. Fue en aquel momento cuando la mirada del desconocido y la mía se encontraron una con la otra. Era un adulto un poco menor que mi papá, con el pelo teñido de rubio. Recuerdo que, a pesar de mi corta edad, para mí resultaba bastante notorio el desconcierto que se dejaba ver en su semblante mientras me miraba fijamente. En ese entonces no alcancé a entender la razón de mirarme así. Antes de que cualquiera de los dos hubiera podido decir algo, el desconocido fue sacado de su ensimismamiento por un golpe repentino asestado por mí ruin padre, luego de que éste se recuperara del aturdimiento. No obstante, esa única trompada no le sirvió de nada, pues su inesperado contrincante prosiguió con su ataque sin ningún problema. Todo era increíble para mí. Alguien nos estaba defendiendo por primera vez, y lo hacía con un valor, y una tenacidad, que se me hicieron admirables. No le dió una sola oportunidad a ese energúmeno. Mi madre, sentada en el suelo junto a su celular roto, y con el rostro magullado, se cubría los ojos por el miedo. Sin embargo, el enfrentamiento duró menos de un minuto. Pronto mi padre quedó tendido en el suelo cual largo era. El golpe que se dió en la cabeza por la caída provocó que ésta comenzara a despedir una gran cantidad de sangre. Mientras mi mamá lo contemplaba horrorizada, nuestro héroe salió huyendo. Fui el único que notó los anteojos tirados, los que dejó caer inadvertidamente. Lo sé porque, mientras mi mamá gritaba pidiendo ayuda, los levanté decidido a quedarmelos. Temeroso de que, de algún modo, éstos pudieran servir como pista para llegar hasta su dueño, guardé mi hallazgo como un secreto para todo el mundo. Aunque una parte de mí albergaba el deseo de que él volviese algún día para recuperarlos y, de esa manera, pudiera yo conocer a la persona
que nos salvó a mi familia y a mí, bien sabía que lo mejor era que eso no ocurriera. Todos, incluyendo a mi propia familia, lo trataban como a un criminal. Ahora, siendo un adulto de 30 años de edad, entiendo mejor la actitud de mi mamá; a pesar de todo, no se daba cuenta de lo dañina que era esa relación, tanto para ella como para sus hijos. Yo, a diferencia suya y de mi hermano, siempre estuve agradecido con esa persona, a quien consideraba mi héroe. Sé lo cruel y frío que doy la impresión de ser (y quizá soy), pero así es el asunto. Nunca creí necesitar a mí papá, y jamás lo eché de menos. Poco importa nuestra manera de pensar, de todos modos, pues nunca se dió con el paradero del fugitivo. Parecía que la tierra se lo hubiera tragado. No se encontró el más mínimo indicio de su existencia, nada. Deseoso de parecerme a ese misterioso hombre, cuyo nombre no podía ni imaginar, me dediqué a ayudar a otras personas desde ese día. Si alguien necesitaba de mi ayuda sabía que podía contar conmigo, sin importar cuáles fueran las consecuencias para mí. En mí adolescencia llegué a pintarme el pelo de rubio (color que conservo en el presente), en mi creciente deseo de ser como mi héroe anónimo, de poder reunir las pocas características físicas que podía recordar de él. Fue por eso que una pequeña parte de mí se alegró cuando mis problemas de visión aumentaron tanto que me resultó evidente que necesitaba anteojos. Entonces recordé mi pequeño tesoro secreto. Ese par de lentes que nunca me atreví a colocarme, ni siquiera para jugar. A veces los sacaba de su escondite para admirarlos, pero no pasaba de eso. Tenían algo especial que siempre me tuvo hipnotizado, pero nunca pude entender exactamente qué era. Después de todo, lucían como unos anteojos comunes y corrientes. Su armazón negro no tenía nada de especial, al igual que el arco, las pastillas y los dos pequeños lentes de vidrio. Sin embargo, nunca los usé, hasta hace pocos días.
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Dominado por la curiosidad saqué las gafas de su nuevo escondite y, sin rastros del recelo que siempre sentí con solo pensar en probarmelas, las puse en mi cara, en el lugar correspondiente. Mí sorpresa no fue menos que mayúscula. Me quedaban a la perfección. No solo el armazón encajaba exactamente con la forma de mi cabeza, si no que además, mi vista era más que excelente con eso puesto. El nivel de graduación era, sin lugar a dudas, el que yo necesitaba. Mí vista era mucho más clara que nunca antes en mi vida. No pude creer tanta suerte. Sé me hizo tan sorprendente que salí inmediatamente de mi casa para dar un paseo. Quería probarlos así, en movimiento. Sin que me diera cuenta llegué a un vecindario que me resultó muy familiar. No obstante, no pude detenerme a pensar en eso, ya que un repentino grito de mujer me sobresaltó. Sabía que tenía que actuar rápido, pues la escena que presencié luego de avanzar en dirección al sitio donde provino el grito no me dejó otra opción: un hombre, no mucho mayor que yo, tenía a una mujer sometida ante su fuerza bruta, delante de la que parecía ser la casa de ambos. La golpeaba una y otra vez, a la vez que le gritaba agresivas palabras que no comprendí debido a la distancia que me separaba de ellos. Al darme cuenta de que la víctima no podía hacer nada en contra de su agresor, y recordando la situación que yo mismo viví, y que me había propuesto siempre ayudar a los demás, no demoré en intervenir; como aquel tipo lo hizo en mí niñez. Antes de que cualquiera de los dos notara mí presencia, logré quitar al agresor de encima de la señora y, determinado a detenerlo cuanto antes, le dí un rápido puñetazo en la cara, seguido por otro igual de veloz y fuerte, que lo dejó aturdido temporalmente. Pero yo ya no le prestaba atención a ese sujeto, algo más había conseguido capturar toda mi atención, o mejor dicho, alguien más. Sé trataba de un niño que contemplaba la escena rodeado por sus juguetes, y con los ojos llenos de lágrimas. Sí, lo que más de uno ya debe estar imaginándose es la verdad. Sé que los lectores
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atentos deben haber deducido que quedé impactado al ver al niño, y también la razón de ésto. Efectivamente, ese infante parado ahí era yo. Hasta ese instante no me había percatado de las identidades de mi oponente y de la mujer que intentaba salvar. No tuve otra alternativa más que abandonar precipitadamente mis cavilaciones cuando mi padre volvió a la carga. Lamentablemente para él, el golpe que consiguió darme no tuvo el efecto que, probablemente, esperaba. Casi al instante pude recuperarme y evitar que volviera a atacarme, atacando yo. Teniendo delante mío el rostro de ese infeliz, los recuerdos acudieron a mi cabeza en un parpadeo. Recordé lo que fue en mí infancia volver siempre con miedo a casa, y esperar con aún más miedo la llegada de aquel monstruo, rezando para que no llegara enojado. Éstos me dieron la fuerza para continuar con mí proceder, sin darme un segundo de descanso. Por fin tenía la fuerza suficiente para defender a mí familia y a mí mismo, y lo haría. Pero en el momento en que lo ví, tirado en el suelo, perdiendo sangre por la cabeza debido al golpe que se dió al caer, por culpa de la última trompada que le dí, huí asustado, sin saber que hacer para escapar. Me detuve abruptamente al darme cuenta que no traía puestos los anteojos. Sé habían caído durante la pelea o durante mi fuga. Cuando empecé a preguntarme si debía volver a buscarlos, me di cuenta de que mi entorno había cambiado en un abrir y cerrar de ojos. La calle que estaba desierta un segundo atrás se encontraba concurrida, con gente que me ignoraba o me observaba extrañada por la notoria expresión de desconcierto pintada en mi cara. Nadie me perseguía, y los gritos de mí madre pidiendo ayuda ya no se escuchaban. Las marcas y manchas, provocadas por el encuentro, que abundaban mi cuerpo hasta un instante atrás, habían desaparecido. —Mañana voy a que me receten otros —pensé suspirando, mientras volvía a mi casa tranquilamente, con las manos en los bolsillos del pantalón.
Me siento mejor después de haber escrito mi historia. No voy a decir mí nombre, pero sí a compartir esto con la mayor cantidad de gente posible. Sepan que no siento ningún arrepentimiento, y que lo volvería a hacer.
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Traje nuevo
Ángel Soto
Un día, la primera vez que la vi, pasó exhibiendo un largo saco apropiado al invierno en que nos encontrábamos, y por azares del destino, levanté la cabeza para ver lo que el día traía al frente de mi despacho… Una mujer de larga cabellera castaña, tez perla y unos ojos aceituna. Pero, aún cuando clavó su mirada a mi ser por largos segundos, su frente no dudó en voltear para proseguir en la empresa a la que se había dispuesto. Desde entonces cada día a la semana no me perdía su contonear. Ella se disponía a caminar, religiosamente en su almuerzo al área de comida, en el parque comercial donde trabajábamos. En su descanso no comía. No se privaba en el celular. No se disponía a leer un libro de misterio ni mucho menos el periódico. En la banca tallaba con suavidad su traje, pasaba las mangas en su cara de porcelana, quince minutos de su día, tras lo cual volvía a su labor, a cambiar su reluciente saco de piel, de quien sabe que animal, por el del oficio, blanco y sin gracia. Un día llevé dos capuchinos, uno para mí y otro para mí próxima conquista. Más no todo salió como esperaba. Mi primer encuentro con ella fue desastroso. Ella en su ritual matinal no presenció mi saludo, ni mucho menos mi acercamiento a un lado de ella. Esperaba un desentendido no, el no querer comprometerse en algo al aceptar mi regalo, más torpemente pasó su mano hacia arriba sorprendida de mí, en su agitación la mano dio con un café, manchando su traje guinda. Obtuve su completa atención, aquellos ojos se encontraban centrados en mí, aunque inyectados de furia. De su pequeña boca salieron mil improperios y mi caminar de regreso al trabajo resultó de una clavada mirada al suelo. Y por aquella respuesta ¿por qué me sorprendía? ¿Qué esperaba de aquella chica rara? De aquellos pequeños reconocimientos que hacia antes de acercarme ¿no se me hizo raro ser el único que vio aquel imán de mujer? Resultó que pensé conocer la respuesta del por qué la ignoraban. Resolví nunca más volver a intentar otro acercamiento. Pero no todo resulta como uno planea. Si bien en la semana siguiente casi todos los días seguía recta y distante, para lo que conforme a mi nueva resolución venia de anillo al dedo, el miércoles fue otro asunto. Aquel día no había piel nueva que lucir; portaba su vestimenta de labor. Su comportamiento era distinto, sus ojos buscaban algún abrigo. Así en ese miércoles ella fue la de la iniciativa: —¿Así que ya no piensas hablarme? —¡Eh! —interrumpí mi paso a la oficina— pero… —Soy Camila, por cierto. Mencionó que aquel vestido era de una colección que había pertenecido a su madre, ella había sido modelo. Se pavoneó con las mayores personalidades del momento: presidentes, productores, intelectuales. Las prendas valieron mucho para su madre. Ella murió hace poco, mencionó. De esta manera buscó disculparse, sin pedir perdón. Su excusa me convenció, si acaso no me aclaró todo, si lo suficiente para seguirme haciendo ilusiones. Cada descanso, se abría 36
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un recodo de su alma y yo hacía lo mismo. Y, para no perder el tiempo en descripciones largas y bochornosas, caí en su hechizo. Recibía de mí todo un aluvión de términos técnicos, ella los recibía pasmada, le gustaba aprehender cosas nuevas. Sí, la atención no era algo nuevo, las chicas de la carrera de derecho eran demasiado lúcidas. Pero, había algo en ella diferente. Sería acaso esa intuición sobrenatural, de hecho, anormal incluso para una mujer. Su colección de conocimientos y experiencias, eso me apabullaba. ¿Se trata de una simple boticaria? Me preguntaba. La emoción se trepó en mí, el recuerdo de mi abuelo entonando aquella frase plagada de misoginia para cuidarme en no caer presa en las manos de tan conocido cazador “Al hombre de más saber, una sola mujer lo echa a perder”, no me llegó al recuerdo en ese momento, sino después. Los meses pasaron y descubrí un frío distanciamiento. De pláticas alargadas sobre la argumentación, presentación de pruebas, proceso, quede sin nada, pues he de decir que ya no me salía nada nuevo. Pase a decir forzadamente hola y adiós al no lograr vitalizarla. Días en los que ella se apartaba después del trabajo, comidas con amigos del pasado que no se dignaba a presentar, familiares desconocidos. Las excusas florecían para no demostrar su aburrimiento. De pronto amenazó con enmudecer por completo. Mis amigos y amigas no reconocieron su singularidad, ni la razón de por qué el esmerarse de que aquellas pocas horas juntos debían de ser especiales. Tanto es así que no interpuse protesta a todas sus condiciones. Más no eran las mismas leyes para ambos, reconocí que éramos criaturas diferentes.
Conocía de otros. Lo presentía. Si le cumplía todos sus caprichos merecía tan siquiera exclusividad, pensé en un principio. Le implore que me dijese la verdad. —Es que tu no entiendes—Me respondía cuando en verdad la acorralaba —Déjame entender. Al fin un día Camila me los presento una tarde de vuelta a su casa. En una sola habitación, todos reunidos. Nos conocimos. Entendí. Me invitó a formar parte, dude en un principio. Para acceder a su trato tendría que despojarme de todo, todas mis pertenencias, mis pocas amistades, familiares, grupos en general, todo aquello que no había cedido aún. El largo meditar me lleno de un vacío insoportable. Acepté al saber que la merced propuesta era su promesa de eterno cuidado, amor y una verdadera comunión con ella, con su saber y la de los otros. Ella se hincó y se acomodó de espaldas, pasé mis brazos entrelazándola, me aferré fuertemente y salimos a su trabajo Cada semana espero al miércoles. Mientras tanto converso resguardado con Bartolomeo Cortarini, antes comerciante veneciano, Calicles, hábil sofista desde la Grecia antigua, Bernardo Garza Sada, empresario mexicano, entre otros grandes personajes, los cuales teníamos la fortuna de coincidir en gusto. Todos sobre una percha. Todos esperamos ansiosos nuestro turno.
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La gelatina
Astrid Reséndiz
Con el tiempo, Santiago y yo nos veíamos cada vez menos y comenzó a distanciarse de mí, hasta que no llegó a dormir. Han pasado dos meses desde que desapareció, pareciera como si... “la tierra se lo hubiera tragado”. Cada noche, antes de dormir, pienso en mi amado Santiago. En lo felices que éramos; la forma en que tocaba mi rostro con sus manos cálidas; el brillo que había en sus ojos al verme y la sonrisa que se dibujaba en sus labios al pronunciar mi nombre o al decir “Te Amo”. Nuestras familias nunca estuvieron de acuerdo en nuestro matrimonio. Pero eso no importaba; mi amado y yo siempre supimos cómo resolver nuestros problemas, o al menos así era hasta que Minerva, mi “amada suegrita” se mudó a nuestro hogar; la excusa perfecta fue su enfermedad del corazón. Desde aquel día las cosas comenzaron a cambiar, nuestros gastos fueron en aumento y, por lo tanto, el estrés y las discusiones igual. Doña Mine se entrometía y nunca desaprovechaba cualquier oportunidad para desacreditarme, criticaba mi comida, mi ausencia en el hogar a causa del trabajo y resaltaba ese apoyo que nos brindaba con su presencia. Cada día que pasaba parecía una eternidad. El hecho de no saber el paradero de mi amado era una tortura constante. Mi angustia aumentaba cada vez que escuchaba las noticias, pues había muchos hombres reportados como desaparecidos; eran encontrados sin vida en extremas condiciones de putrefacción. De pensarlo, aunque sea un minuto, sentía un dolor indescriptible en el corazón. Prefería imaginar que se había ido de inmigrante a Estados Unidos con la finalidad de buscar algo mejor para nosotros y que llegado el momento me llamaría por teléfono, se disculparía por su extraña desaparición y su ausencia paulatina. Después de varios meses en que Santiago duró desaparecido empecé a creer que jamás lo volvería a ver. Una tarde, cuando llegué a casa, lo vi parado en la entrada; corrí hacia él, lo rodeé con mis brazos, pegué mi rostro en su pecho e intenté besarlo; sin embargo, no reaccionó. Lucía extraño, parecía perdido en sus pensamientos y no respondía cuando le hablaba. Durante el día no ingirió ni un solo bocado; por la noche se quedó sentado en el borde de la cama. Lo llevé a consultar y le hicieron diferentes estudios y exámenes; a pesar de ello, los doctores no encontraron el origen de lo que ocurría. Pensaron qué tal vez había sufrido algún trauma psicológico o algo parecido, por lo que lo derivaron con él psiquiatra. Con el pasar de los días su piel comenzó a tornarse de un color café ocre; sus ojos se veían grises y sus labios lucían pálidos, sin vida. Al llegar la noche, después de una larga jornada de trabajo y deberes del hogar por cumplir, ejecutaba la misma rutina, bañarlo y cambiarlo. Una noche, tras quitarle la ropa, noté que estaba humedecida con una exudación verdosa y 38
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gelatinosa que emanaba de los poros de su piel; desprendía un olor nauseabundo, semejante al de aguas de drenaje. Dicho acontecimiento se exacerbó con el pasar de los días; plagas de moscas, ratas y cucarachas comenzaron a invadir nuestro hogar. Sin importar mis esfuerzos por mantener la casa limpia, me era imposible deshacerme de las plagas odiosas y ese olor a drenaje penetrante que se había vuelto tan característico en nuestra casa. Debido al estrés y hartazgo que esto me generaba, empecé a dormir cada vez menos; aunque deseaba buscar otras opiniones médicas, nuestras deudas hacían de eso algo imposible. Cada noche pensaba en alguna solución; el psiquiatra parecía no notar lo que, para mi era evidente, sobre la apariencia de Santiago. «A decir verdad, me sorprende que mi suegra parezca ausente, todos los días se levantaba y se sentaba en el sofá a ver el televisor y no emitía ninguna palabra» Cada mañana me levantaba sin energías y aunque me sentía cansada, me era sumamente difícil conciliar el sueño; al principio tardaba un par de horas extras en dormir; llegué al punto de permanecer despierta hasta las cuatro de la madrugada, durante todo ese tiempo, me empecinaba en mantener mis ojos cerrados, ignorando cualquier sonido proveniente del exterior, incluso ese escándalo de la cocina que se había vuelto tan común, a decir verdad me encontraba, casi siempre, perdida en mis pensamientos, tratando de encontrar una respuesta o solución a todo lo que acontecía y ruñía cada aspecto en mi mente, desde el momento en que Santiago regresó a nuestras vidas. «El día de ayer, cuando llevé a mi amado con el psiquiatra, no pudo atendernos; su secretaría nos dijo que se había enfermado y que su esposa llamó para cancelar todas sus citas. En la orilla de la puerta de su consultorio salían cucarachas, incluso aquel hedor, que se había vuelto tan característico de nuestro hogar». Un día me decidí a averiguar qué ocasionaba ese estridente sonido proveniente de la cocina. Temerosa, bajé por las escaleras y vi una silueta agachada en un rincón de la cocina. Encendí la luz, era Santiago; estaba hurgando en la basura y tenía cáscaras de plátano en la boca, me miró, parecía
poseído. Se abalanzó sobre mí lanzando mordidas; forcejeamos un rato, cuando abría su boca para morderme, se asomaba una masa viscosa de color verde que pretendía salir de su boca. Me empujó hacia la estufa con tal fuerza que se me escapó el aire, tomé un sartén que estaba cerca y le di un golpe en la cabeza. Cayó inconsciente. La sustancia viscosa, mal oliente comenzó a salirle por la nariz, los oídos y boca. Desesperada llamé a la policía y la ambulancia. Los paramédicos llegaron y comenzaron a revisarlo. De la nada, uno de ellos gritó. — ¡No puede ser! Razón por la que se acercó su compañera a observar, estando ahí, casi se vomita. Me acerqué a Santiago y noté que un olor a muerte se había apoderado del lugar. El oficial se acercó y preguntó extrañado. Le comentaron lo sucedido, nadie entendía lo que estaba pasando. Me miraron. Se acercaron a mí y dijeron. — Lo siento señora, pero no podemos llevarnos a su esposo al hospital, pues él está muerto. Comencé a llorar desconsolada, seguramente me llevarían a la cárcel por asesinato, mis hijos y mis suegros quedarían desamparados. «¿Cómo es posible? ¿Lo habré matado? » — Señora, su esposo lleva días muerto, tiene datos de descomposición extrema — Entonces recordé la viscosidad que había salido de su cuerpo cuando le pegué. Les conté mi versión de los hechos, pero nadie me creyó. Me esposaron. Ninguno me creía mi versión de los hechos, pensaron que estaba loca o tal vez drogada. Resignada me subí a la patrulla, la oficial se sentó a mi lado y cuando su acompañante subió, aquella sustancia extraña que había visto antes, salió de la nada y brincó a su rostro para luego entrar por su nariz. Acto seguido dejó caer su cabeza sobre el volante. La oficial que me acompañaba se acercó para ver, y segundos después, el oficial se transformó en una masa verdosa que comenzó a expandirse. Aterradas salimos de la patrulla, la cual se desintegró octubre 2020
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frente a nosotras. Aquella masa viscosa se arrastró hacía uno de los paramédicos que se encontraba cerrando las puertas de la ambulancia, lo sujetó de un tobillo y le arrastró llevándolo consigo, desapareciendo en la oscuridad de la noche.
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Mientras Daniel siga muriendo
Daniel Barrera Blake “No se preocupe, no pasará nada. Anoche soñé con aviones que caían” —Mientras sigan volando los aviones Bernardo Esquinca
Un joven de pelo muy negro y mirada siniestra atraviesa los surcos; las plantas de trigo ya alcanzan sus hombros de adolescente, viste camisa a cuadros y pantalón de mezclilla. Lo siguen otro joven y una muchacha, ésta lleva un bebé dormido en brazos. Llegan hasta un claro que se ha formado por unas plantas de nopal transgresoras que habitan entre el trigal. El de la mirada siniestra se sienta en un pedazo de tierra ennegrecida por alguna fogata anterior, susurra unas palabras. Se pone de pie y le pide a la muchacha que acerque al bebé. Saca una navaja del pantalón y lo destaza. Se baña en su sangre entre cánticos indescifrables. Levanta el rostro al cielo y los otros dos lo imitan. Nubes espesas se acumulan con rapidez, de entre ellas se abre el abismo, hacia lo alto, hacia el infinito. Oscuro y denso. La penumbra de su interior exhala depravación. Las fauces del abismo se ensanchan, él sonríe. El abismo quiere escupir el horror hacia la tierra, nacer como niño muerto, putrefacto. El de la mirada siniestra levanta el cadáver caliente del bebé y lo ofrece. El borde del abismo se agita, convulsiona, pero en el último segundo se cierra y desaparece. El cielo vuelve a su celeste amoratado, pronto llegará el crepúsculo. Despertó empapado, esta vez el sueño había sido más vívido. “Evoluciona, ya no quema al bebé, ahora lo destaza”, pensó Ruperto. Se sentó en la orilla del colchón viejo, mientras se le despejaban los residuos oníricos de la cabeza. Se levantó al baño y se talló el rostro con agua fría. Los sueños empeoraban, pronto sucedería. Se metió en sus gastados pantalones, la camisa raída y los zapatos con hoyos en las suelas, por último se acomodó el collar clerical en el cuello de la camisa. Iría a dar su vuelta de reconocimiento diario. Subió a una camioneta que había comprado cinco años atrás, destartalada, lista para el yonke. Antes de salir del pequeño cuarto que rentaba, observó sus pertenencias. Un colchón con dos resortes expuestos, una mesilla de dormir sobre la que descansaba una daga y una pequeña libreta donde apuntaba los sueños. Eran sus únicas pertenencias. Las paredes, pintarrajeadas del techo al suelo con múltiples imágenes de un joven blanco, de cabello liso muy negro y mirada siniestra. Hizo una mueca al leer las nuevas órdenes, tomó el papel por una punta y le prendió fuego con cerillo. Lo importante lo había memorizado, solo se quedó con la fotografía del sujeto. El padre Genaro se encaminó hacia la salida, para fumarse un cigarro en la banqueta. Aspiraba el humo mientras observaba la imagen. El tipo le pareció gracioso, un tanto regordete, con un ojo rebelde que no se alineaba hacia el punto de enfoque y una sonrisa aniñada. Le pareció familiar y de pronto lo recordó, hacía poco más de cinco años lo había visto en una reunión de seguridad donde les informaron de una nueva amenaza, “¿Cuál era?...” pensó, “ah sí, la maldad se abría paso desde el infierno para reinar la tierra”. Él estaba sentado a su lado, lo habían obligado a asistir a esa reunión y le dijo con mucha seguridad, “no te preocupes no será hoy, anoche soñé que moría Daniel”. Se preguntó si en realidad ese tipo traería el infierno a la tierra. Se encogió de hombros pensando que un trabajo era un trabajo, el solo seguía órdenes. Escupió el humo hacia el cielo de la ciudad de México y observó octubre 2020
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cómo rápido se perdía de la vista, pues ambos tenían el mismo color gris mugriento. Dos horas después ya estaba en el aeropuerto con sus pocas pertenencias, el noreste sería su nuevo destino. Regresó adolorido de las lumbares, la camioneta sin amortiguadores rebotaba mucho en las brechas. Las había recorrido por horas, en busca de cambios significativos. Pero no encontró nada, el ejido donde vivía Daniel estaba tranquilo, aburrido, normal y su casa aún se veía luminosa. Ruperto se duchó y se acostó en el viejo colchón a soñar aunque al día aún le quedaban horas, pero era la única manera de llevar a cabo su misión de vigilancia. Su trabajo era soñar, soñar lo más que pudiera. Solo así sabría cuando actuar. Aterrizó y lo primero que hizo al salir del aeropuerto fue inundar sus pulmones con aire limpio, despuesito prendió un cigarro y escupió. La ciudad de Matamoros recibía al padre Genaro con un azul cerúleo adornado con bellas nubes aborregadas. Pensó que era un buen día para buscar a un ex sacerdote rebelde. Pidió un taxi y se dirigió al centro. En todas las ciudades en las que había tenido que realizar sus misiones detectivescas, el centro siempre era el mejor lugar para encontrar cuartos baratos en renta entre prostitutas y dealers, comenzaría por ahí. Pero primero debía de telefonear a sus superiores en el Furore Dei, una orden destinada a la defensa de la iglesia. Un joven de pelo muy negro y mirada siniestra atraviesa los surcos, las plantas de trigo ya alcanzan sus hombros de adolescente, viste camisa a cuadros y pantalón de mezclilla. Lo siguen otro joven y una muchacha, ésta última lleva un bebé dormido en brazos. Llegan hasta un claro natural, que se ha formado por unas plantas de nopal transgresoras que habitan entre el trigal. El de la mirada siniestra se sienta en un pedazo de tierra ennegrecida por alguna fogata anterior, susurra unas palabras. Se pone de pie y le pide a la muchacha que acerque al bebé. Saca una navaja de su pantalón y con delicadeza le corta el pecho hasta dejarle el corazón expuesto, el bebé llora, grita ahogándose de dolor, se retuerce en los dedos punzantes del joven, se desmaya por el dolor, pero no muere, sigue latiéndole la vida. Levanta el rostro al cielo y los otros dos lo imitan. Nubes 42
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espesas se acumulan con rapidez, de entre ellas se abre el abismo, hacia lo alto, hacia el infinito. Oscuro y denso. Y en la penumbra que sale de su interior se siente la depravación. Las fauces del abismo se ensanchan, él sonríe y el abismo le sonríe a él. El abismo quiere escupir el horror hacia la tierra, quiere nacer como niño muerto, putrefacto. El de la mirada siniestra levanta al bebé sangrante, se lo ofrece. Ante el corazón caliente del bebé, el abismo se agita, despierta, cobra vida. La negrura en su interior se vuelve tangible, chorrea hacia la tierra como líquido nauseabundo y espeso, tan negro como la brea. La maldad cae a gotas desde el infierno y al tocar la tierra la quema, al igual que los cultivos y todo lo que encuentra, se esparce rápido… Ruperto despertó entre gemidos, el corazón le palpitaba con fuerzas. Lo había descifrado, abriría el vórtice ese mismo día. Se levantó con rapidez y revisó la hora. Quedaba poco tiempo, apenas alcanzaría a llegar si partía ya. Se lavó el rostro en el lavabo, observó su cara en el espejo, demacrada y flácida, cuanto había envejecido en esos cinco años. Se tapó el ojo con estrabismo y se sonrió. Se vistió. Antes de cerrar la puerta observó el lugar, no lo extrañaría. Escribió rápido una nota para su sucesor. La dejó bajo la libreta. Se llevó la daga. El padre Genaro no tardó en dar con el cuartucho del padre Ruperto, tenía poco de haberse marchado. Sobornó al casero con doscientos pesos para que lo dejara inspeccionar la pieza. Subió cuatro pisos por unas escaleras lúgubres hasta llegar a la azotea. Ahí, entre tendederos había un cuarto pequeño con baño, entró. Después de solo un vistazo al interior, supo que el padre Ruperto no era quién la iglesia creía. Abrió el cajón de la mesilla de noche, ahí encontró un par de celulares, una cartera que no era de él, algunos billetes dispersos, joyería barata y notas de una casa de empeño, “ladronzuelo de poca monta”, pensó. Al padre Genaro lo habían mandado para que lo desapareciera, el expediente decía que era quién desencadenaría el infierno en la tierra, el anticristo, pero su instinto y lo que veía le decían que otra cosa. En cambio el rostro del joven de mirada siniestra, pintado en las paredes en distintas edades y diferentes gestos, ese sí que parecía el anticristo.
Levantó la libreta que estaba sobre la mesilla de noche, abajo descubrió un recado. “Querido amigo, no pierda la fe en ningún instante, ni de por terminada la labor solo porque mi misión ha concluido. No flaquee al darse cuenta que no recibirá apoyo de la iglesia, y que al contrario, lo culparán a usted. No se distraiga ni un minuto, porque él no se detendrá, ha evolucionado la manera de intentar abrir el vórtice desde que era un niño, lea la libreta, conózcalo a profundidad. Buena suerte y bienvenido”. Genaro se acomodó en el colchón y hojeó despacio la libreta. Se dio cuenta que la letra cambiaba. Una persona terminaba de escribir y otra comenzaba. A lo largo del tiempo, tres personas habían llevado aquel registro. Leyó la primera página del último, con fecha de hacía un poco más de cinco años, “mi nombre es Ruperto, he venido aquí con la misión de acabar con el anticristo, pero el anticristo no es quien la iglesia piensa”. Toda la libreta hablaba de sueños, donde aparecía el joven dueño del rostro pintado en las paredes de aquella desvencijada habitación. Manejaba a exceso de velocidad y sin precaución, había dejado la carretera hacía rato y ahora avanzaba por las brechas a través de los cultivos, que ya comenzaban a dorar el panorama. No tenía mucho tiempo, el bebé sería robado pronto. El camino de tierra se volvió más amplio y los baches desaparecieron, había entrado en las calles en calichadas del ejido. Levantaba una polvareda blanca hasta cinco metros tras de sí. Un poco antes de llegar a la casa, bajó la velocidad. Aceleró las hojas hasta la última página escrita, con fecha de ese mismo día, “…su evolución terminó, por fin comprendió que para abrir el vórtice necesita que el bebé siga vivo… lo robará esta misma tarde”, Genaro se puso alerta, entendía muy bien a lo que se refería con abrir el vórtice. El sacerdote retrocedió las páginas aprisa, buscando información sobre donde había ido Ruperto. A un ejido hacia el oeste, leyó. Salió del cuartucho hacia la azotea y se ubicó en los puntos cardinales, corrió hacía la orilla que veía hacia el oeste. El cielo se veía limpio de nubes. Regresó la mirada a la libreta. Estacionó la camioneta y bajó apurado. Antes de entrar en aquella casa, donde vivía el único bebé
del ejido, observó que el joven de pelo negro se acercaba con sus acompañantes. Justo como el sueño, venían a robarlo. Se apresuró hacia el porche… Leía la libreta lo más rápido que podía, intercalando miradas hacia el horizonte en busca de nubes extrañas, escogió páginas salteadas para avanzar en los sueños. Pudo saber los intentos del joven de pelo negro a través de los años. Cuando niño, usaba muñecos y juguetes que quemaba. En la pubertad había experimentado con un tocadiscos, haciendo sonar un vinilo de los Beatles en reversa. Y comenzó a cooptar a sus secuaces, jóvenes aburridos y con una pobre educación, fáciles de embaucar. Al cumplir los quince, comenzó a sacrificar animales, todo eso entre nebulosas oníricas. “Ruperto y sus antecesores soñaban lo que el joven haría…”, meditó Genaro. Más adelante otra frase le llamo la atención: “no me puedo acercar para matarlo, pareciera como si en sus sueños me viera venir” Ruperto forzó la puerta de entrada de la casa, a esa hora todos tomaban la siesta. Alcanzó a ver que el joven de pelo negro corría hacía él, se apresuró, ya no importaba si hacía ruido o no. Una vez entró, se tomó un segundo para ubicarse, una de las puertas tenía un letrero infantil en ella: Daniel. Entró en esa habitación y vio la cuna, sacó su daga y se abalanzó sobre ella, arrancándole la tela mosquitera de encima. Apuñaló al bebé muchas veces, hasta que alguien lo tomó por detrás… Al día siguiente, el padre Genaro se levantó del colchón mullido, embotado por los sueños del de mirada siniestra. Se apresuró a salir y meterse en la primera cafetería que encontró; entonces vio la nota del periódico: “Sacerdote psicópata entra en domicilio y apuñala a bebé mientras dormía, familiares y residentes del lugar lo tunden a golpes hasta matarlo. Los macabros hechos ocurrieron en el ejido La Luz, la tarde de ayer”. Genaro tomó su café y se echó el periódico bajo el brazo. Regresó resignado al cuartucho en la azotea y se acostó a dormir. Ahora tenía mucho que soñar.
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L.O.V.E.
Irving Mora
En una habitación de un suburbio el manto de la oscuridad cayó sobre la ciudad, dejando al descubriendo todo aquello que la luz es capaz de asustar. En la calle Shi, el artista M dibujaba frenético sobre su cuaderno, mientras que el piso estaba lleno de coloridas escenas románticas, producto de la locura. Sus ojos descansando sobre pequeñas almohadillas púrpuras, pupilas dilatadas, recorrían de arriba abajo, derecha a izquierda, hasta encontrarse con el lápiz. Sobre el escritorio de madera un cuaderno abierto de par en par donde dibujaba. El artista se dibujaba de una manera discreta y a veces sutil, inclusive se escondía de la vista de sus admiradores. M había perdido el miedo de ser buscado y encontrado. En una de las páginas del cuaderno, se mostraba el dibujo anterior, era él, tirado en el césped. Desnudo. Pero no estaba solo, había una mujer que se encontraba de la misma manera, era de pelo negro, como el carbón, alborotado y disperso en el suelo, colocado con la misma gracia que medusa; la piel de color perla hacia contraste perfecto, era realmente bella. Las miradas de los protagonistas del dibujo, parecían perseguirse, podría decirse que eran dos enamorados. Los colores oscuros del dibujo, dejaban adivinar que la escena era de noche, donde ambos se habían dejado llevar. La sonrisa de M, era tímida ante el amor de verano correspondido. El rumor del viento nocturno, ese mismo que se lleva consigo los secretos que en el día no se pueden decir, se coló por la ventana a remover todos los recuerdos que se encontraban en el suelo. Apenas lo interrumpió, y bajo el éxtasis creativo, continuó dibujando sus trazos negros. Esta vez, la misma protagonista se encontraba sentada en un taburete de color negro, junto a una ventana de dos hojas, abiertas hacia el exterior, con las largas piernas de gacela juntas y entre sus manos de porcelana, sostenía un ramo de rosas, una blanca, una amarilla y otra rosada. Las líneas dejaron de ir de aquí para allá, se detuvo a pensar un momento, mientras su mano temblaba finamente pidiendo clemencia a escondidas. ¿Qué Dios había sido el creador de esta mujer perfecta? Y si fuese perfecta, ¿Por qué él?, ¿Acaso era él, un mortal afortunado de poseerla cuando quisiera? Pero quedaba una incógnita que aún no resolvía, y que temía que alguien se la contestara. Un frío intenso le recorrió desde la parte baja de su espalda hasta la punta de los dedos, le sacó un leve gemido al ver que, frente a él, el terror le viera la cara justo en el momento perfecto, para que se burlara de su fatídico destino. El rostro fino de una mujer lo veía directamente, tenía el ojo derecho de color naranja salvaje, con una indomable intensidad y el izquierdo color cielo, sublime y angelical, con labios ligeramente carnosos sin mostrar una sonrisa. Su frente comenzó a empaparse de sudor frío, los ojos, a llenarse de pequeñas líneas rojizas, el miedo que sentía al verla lo llevaba al delirio de pensar que el pecado masculino tenía rostro, ¿pero tendrá nombre? Una extraña sensación de pesadez caía sobre su cuerpo, el trabajo extenuante le estaba pasando factura. Llevaba cuatro días enteros trabajando en todas sus obras, dibujando a su musa y a él, en situaciones embarazosas y románticas, pero siempre la duda, ¿Quién era ella? y ¿Por qué?, jamás en su vida le había dirigido la palabra o su vista se había posado sobre ella. Pero tenía tiempo soñándola. En estos cuatro días anteriores, no había querido dormir solo para evitar no verla. Porque cada vez que el ingresaba al mundo onírico, ella lo esperaba, como la noche anterior a la locura. “Una vez que cerré los ojos, comencé a ceder el dominio de mi cuerpo, la dejé que entrara y tomara todo lo que había sido alguna vez mío, mis piernas, mi corazón enamorado, mis brazos, mis ilusiones más íntimas con esa mujer. Desde que llegué a la 60
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adolescencia, no había estado con alguna otra mujer que no fuese mi familia, quizás por eso dejé que tomara todo de mí. Que tonto fui. Apenas llegué al sueño y todo estaba oscuro, mi cabeza estaba cubierta bajo una suave tela, sentí el peso de su tibia mano sobre mi pecho y a ella acercándose a mi oído, sus cabellos jugueteaban con mi hombro, el olor de su perfume francés inconfundible, se lo había regalado en un sueño cuando fuimos a París. Me susurró al oído, «Usa tus manos para conocerme», obedecí y palpé sus dedos delgados, podría imaginármelos, pálidos y con las yemas rojizas, subí hasta sus delgados antebrazos, su codo. Los músculos de sus brazos y hombros podía sentirlos bajo la oscuridad, sabía que había un lunar en la pequeña fosa de su hombro, al llegar a su cuello, sentí la misma tela que me cubría el rostro, me tomó de la cintura y me acercó a su cuerpo, comencé a sentir que de mi pecho el corazón deseaba ser liberado, y en mi estómago un cosquilleo, que se convertía en un calor en el rostro, el magnetismo nos hizo fusionar en un largo beso, no podía tocar sus labios directamente, la tela nos protegía de la lujuria, así que decidí quitármela de la cabeza y de un movimiento con mi mano tiré al suelo la sabana quedando expuesta ante mí. Bajo un frenesí, pensé en tomar su sabana y así besar su rostro que tanto sufrir me había dado, tiré de ella y la dejé caer sobre el suelo, fue cuando descubrí que mi musa no era más que una impostora.” Desde ese entonces no pudo dormir, ni su mente descansar del recuerdo de esa cara que había dejado de ser humana. Por más que tratara dibujarla, su memoria le jugaba una broma y solo aparecía en la hoja la mujer que conoció. El ambiente espeso de la habitación le comenzaba a oprimir el pecho, la respiración se hacía más dificultosa, y del retrato comenzó a salir un aroma perfumado, los cabellos que antes estaban plasmados en el papel cobraron vida. Se quedó atónito a lo que veía, los cabellos se hacían más y más largos, como extremidades de un calamar negro, se levantó de la silla para huir, pero fue en vano, los tentáculos de cabello le habían aprisionado los tobillos, eran imposible mover los pies. Con sus manos logró tomar un abridor de cartas del escritorio, y liberó sus pies con cierta
dificultad. Una risa juguetona se escuchó por su espalda haciéndolo girar, estaba dispuesto a atacar con la agitación de la adrenalina, pero no había nadie detrás. Los cabellos del dibujo donde estaban tumbados desnudos comenzaron a brotar del cuaderno, de los dibujos del suelo los brazos negros salían como serpientes. Hasta el hombre menos creyente busca ayuda en la nada, y comenzó a rezar, atrapado entre las serpientes negras hasta el cuello. En su ser transpiraba desesperación y miedo. M había jugueteado con su destino. El rostro del papel comenzó a brotar, la heterocromía era una realidad, después salió su cuello, luego el tronco hasta caer sobre aquella espesa habitación. Lo siguiente que M vio, fue que de su espalda brotaban unas alas de delgadas membranas, tan grandes que median casi lo mismo que ella, se reincorporó desnuda frente a él, aun sosteniendo a M con sus cabellos y lo único que decoraba su cuerpo era un collar con un enorme rubí en medio. Comenzó a hablarle en varios idiomas, su voz susurrante viajaba hasta su oído con sutileza, no podía dar crédito, ¿se había quedado dormido y estaba soñando nuevamente? Lo levantó con sus grandes tentáculos negros y lo acostó sobre la cama, le despojó de toda prenda, mientras él se resistía. Su mano hizo un ademán en el aire, y de los ojos comenzó a salir fuego. M movía la cabeza de un lado a otro intentando huir de su desgracia, pero en su piel iba sintiendo pequeños pinchazos de agujas, y, logro ver que los cabellos iban introduciéndose por debajo de la piel para extraer toda su fuerza vital, se movían formando curvas y vueltas como pequeñas sanguijuelas. Su piel se tornó de vivo a pálido, en poco tiempo, mientras que Lilith, la súcubo, disfrutaba del manjar que había cazado. Cuándo la luz del día entró a la habitación por los ventanales, un haz de luz mostraba que en el último dibujo incompleto, ese en el que Lilith se encontraba con las flores obsequiadas por su amante, el mismo dibujante M o su cadáver, era sostenido en el aire con los tentáculos negros en un fallido intento por besarla antes de morir. octubre 2020
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Desencuentro
Blanca Vázquez
La banda tocaba un blues, tenía la mirada fija mientras varias personas salían y entraban en el pequeño bar de la esquina. El olor a cigarro era penetrante, y la cerveza al tiempo no le impedía que de vez en vez hiciera mueca de que le sentaba bien el ambiente. Otras dos personas estaban en la barra, pero parecían ignorarle. De pronto sintió muy cerca de su oído un susurro. - Disculpa ¿Teresa? Asintió con la cabeza y al mismo tiempo quería saber cómo sabía su nombre, no se atrevió a voltear para reconocerle. - ¿Sigues siendo profesora? Meneó la cabeza y dijo que sí. Él le dijo su nombre y en ese instante recordó la huella de aquellos labios que en algún momento le habían torturado. -En realidad no te recuerdo, segura estoy que todo ha sido una coincidencia. Dio un trago largo a su cerveza, volvió sus ojos a la banda y sus dedos llevaron el ritmo de la música, su boca parecía sonreír.
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Los deseos de Serena
J.R. Spinoza La búsqueda.
Cualquiera con una pluma y suficiente poder puede hacer historia. ¿Habéis escuchado de Hikohito Komatsu, emperador de la dinastía Yamato, quien conquistó todo el este del mundo y de quién se decía tenía sesenta dragones custodiando su palacio?, ¿sabéis sobre el período en el que el planeta fue gobernado por la diosa Amunet, quien nació siendo esclava de beduinos?, ¿Quizás habéis escuchado de Tlitacahuan, tlatoani mexica, quien regio toda la galaxia desde Júpiter, en su castillo hecho de diamantes? Si no lo habéis hecho, perded cuidado. Todos los personajes antes mencionados, existieron; todos tuvieron un encuentro con el mismo efrit; y después de muchos deseos, todos pidieron regresar a como era todo antes de encontrarlo. Pero los deseos no se deshacen, se puede jugar con el tiempo, con el mundo, con la memoria de la humanidad. Sin embargo, nada se crea ni se destruye. Siempre hay un testigo, aunque ese testigo sea un esclavo, encerrado en una lata de sopa de tomate; o por lo menos era así para Consuelo Hernández, quien trabajaba en la cocina de la señora Lucila de Vital, esposa de uno de los políticos más influyentes en Nuevo Laredo. —¡Sigues con esos platos!, ¡espabila niña! El obispo llegará en media hora y quiero recibirlo con comida caliente. Consuelo asintió con la cabeza sin decir una sola palabra. Tomó una toalla para secar el plato que tenía en la mano y miró su reflejo en él. Los otros niños solían decirle sobrenombres como “palito” o la “parca”. Federico Vital, el hijo de su patrona le decía “la escoba”, este era sin duda el mote que más le desegradaba. Pasó una mano por su cabello, queriendo sentirse hermosa. Hizo una mueca de disgusto y acomodó los trastos secos en la alacena. La señora Lucila guardaba las latas en la parte de arriba. Acercó un banquito y estiró la mano. Quizá ya no quedaba ninguna. Cuando estaba por bajarse sintió con una objeto golpeaba su mano, como si lo hubieran arrojado hacia ella. “Sopa de tomate”, se podía leer. La abrió. El contenido de ésta salió disparado, como si de una fuente se tratase. Estaba temiendo el regaño de su patrona cuando del líquido derramado comenzó a formarse una oración. “Pide un deseo”. La joven miró a su alrededor. Y pese al miedo, de que quizá se tratase de alguna brujería, habló de esta manera: —Deseo que la sopa este lista. El líquido derramado se reunió y flotó a su alrededor. La estufa se encendió y una olla levitó hasta posarse debajo de la flama. La sopa, que seguía dando vueltas a su alrededor, flotó hasta verterse dentro de la olla. octubre 2020
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Consuelo observó maravillada como una cuchara meneaba la sopa, como si alguien invisible la estuviese cocinando. —Humanos, siempre piden una estupidez como primer deseo. Un hombre vestido con un jubón azul zafiro y unos pantalones color marfil estaba sentado en la mesa de la cocina. La joven gritó, pero de su boca no salió ningún sonido. —Te regresaré tu voz si prometes no gritar. La respuesta de la chica fue inaudible. —Asiente con la cabeza si estás de acuerdo. Ella obedeció. —¿Eres un ángel? —preguntó, feliz de poderse escuchar de nuevo. —Algo así. He venido a cumplir todos tus deseos. —¿Todos mis deseos? —Deja de repetir lo que digo, es bastante molesto. Bueno… no todos, todos tus deseos. Doscientos cuarenta para ser exactos. El efrit había descubierto que los humanos jóvenes suelen ser más incautos a la hora de pedir deseos. Su amo más necesitado había sido Manolo Raygoza, un muchacho español, quien se había terminado sus cuatrocientos cincuenta deseos en veintitrés horas con dieciocho minutos. En el caso de Consuelo, quien había pedido lo que el genio llamaba: “La lista de deseos comunes”. Dinero, poder, venganza. Consuelo regaló a sus padres una pequeña fortuna. Pero lo que no esperaba era que su padre se bebiera todo el dinero y cayera en un coma etílico que le ocasionaría la muerte. Su madre, por su parte, se volvió una mujer muy frívola, lo que orillo a Consuelo a quedarse cada vez más sola. Disfrutando de la compañía de algún joven atractivo que se obsesionase con ella. —Haces trampa —le había dicho aquella ocasión. La gente la conocía como “Doña Consuelo”, era famosa en Nuevo Laredo, pretendida por decenas que hombre jóvenes que anhelaban su fortuna, criticada por las mujeres del pueblo, quiénes debatían sobre su edad y sobre si había hecho o no un pacto con el diablo. —¿Trampa? —Así es. Cada deseo que pido sale espantosamente mal y luego debo pedir dos o tres más para tratar de arreglarlo. —Pero tienes lo que querías, ¿no? Ya no trabajas en la cocina de nadie. Tu madre ya no sufre por dinero, está muy contenta con su casa en Viena. Y ese general, Lucio Blanco, ¿acaso no te ha dejado innumerables ramos de rosas? Lo que si sería bueno, es que si ya no vas a querer nada con Aurelio Martínez se lo digas. Luego se crean malentendidos y yo tengo la culpa de todo. —No te hagas la víctima conmigo esclavo. Se la clase de ser que eres. —Tú no tienes idea de quién soy yo.
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CAPÍTULO SIETE. No recuerdo bien cómo llegué a casa. Encontré a papá sirviéndome una taza de café y depositándola con cuidado en mis manos. Estaba caliente, olía a grano natural. El intenso aroma penetró la habitación con rapidez. —Ami acaba de quedarse dormida —dijo. Asentí. Probé un poco de mi café. Estaba amargo. Generalmente, me gustaba el café con cuatro de azúcar, el brebaje que papá había preparado apenas llevaría una y media, y estaba sin leche, aun así no objeté y seguí bebiendo a sorbos. —Escucha Serena —la voz de mi padre era apenas audible, se escuchaba más rasposa, como con cierta melancolía—, no estuvo bien que te desaparecieras ayer. Faltaste a clases —¿era enserio que me estaba reprendiendo en un momento como este?, bueno, tal vez lo merecía—, no respondiste nuestras llamadas, salí a buscarte a los alrededores de la escuela, tuve que dejar a Ami y a…a…tu madre —esa última palabra le dolió en el alma, igual que a mí. —No volverá a suceder —dije tratando de no mirarlo a los ojos. Era demasiada la culpa que sentía como para absorber la que traía cargando papá. Di otro sorbo a mi café y agregué—. Nunca, nunca volverá a suceder. Eso lo dejó tranquilo. Acarició mi cabeza, besó mi frente. Y se marchó. Estuvo encerrado en su habitación, tal vez dormido, tal vez llorando. Me arrojé en el sofá. El pecho me dolía y los ojos me ardían. Hubiera querido dejar de existir. No por mucho tiempo, sólo hasta que pasara la tormenta. Encendí el televisor. Estaba una novela en la que una mujer lloraba por haber perdido a su hijo. Cambié de canal. Lolita Garza, del noticiero de las dos, apareció en la pantalla. —Y en otras noticias se ha montado un operativo para rastrear los billetes robados del banco central de Estados Unidos —me senté de golpe y subí el volumen—, como les informamos hace unos días, cinco millones de dólares desaparecieron de las arcas del prestigioso banco. Lo más sorprendente del crimen es que las cámaras de seguridad no captaron nada. En un segundo el dinero estaba ahí, y al siguiente había desaparecido. “Sería acaso que…” —James —llamé a mi genio. —Dime —el apareció sentado en el sofá a un lado mío con un fez color vino sobre su cabeza, pantalones abombados, una túnica que dejaba su parte de su pecho descubierto y unos zapatos como los de Aladino. Llevaba en el cuello un grueso collar de oro con la palabra “JAMES” escrita en él. Y los brazos atiborrados de pulseras de oro. —¿El robo del banco tiene algo que ver con mi deseo? —Por supuesto —dijo haciendo un ademán afirmativo—, tu pediste cinco millones de dólares, no especificaste de donde podía o no podía sacarlos —remató recostándose en el sofá. octubre 2020
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—Pero yo quería que... Un escalofrío recorrió mi cuerpo poniéndome en total estado de alerta. —¿Cuántos más? —pregunté—, ¿con cuántos deseos más has hecho esto? James tomó el control remoto y cambio de canal. Era el noticiero de otra televisora. —Giorgio Albertini, el afamado modelo de la revista “Celebrita” ha reportado el robó de su vehículo. Se trata de un Lamborghini color amarillo, valuado en dos millones de dólares. El automóvil con una defensa de oro sólido era el orgullo del joven millonario—informaba un periodista que después entrevistó al afectado italiano. —No es el mismo—le dije a James—el mío no tiene… El levantó su cadena de oro y me la mostró con orgullo. —Pensé que podía tomar el oro; es decir, tú me pediste un Lamborghini amarillo, sin ninguna particularidad—dijo encogiéndose de hombros. —¡Pero no te pedí que lo robarás! —le grité. ¿Era demasiado inocente o demasiado idiota? —Y qué pensaste, ¿que todo sería gratis?, debes aprender que nada en esta vida es gratis, todo viene con un precio, y de algún lado tenía que sacarlo, y no podía ser desde la nada. Tendrás que comprender la energía que un genio necesita para poder crear cosas de cero; las cosas existen en el mundo, y están desbalanceadas por culpa de las sociedades humanas, uno quita algo acá, y se mueve por otro lado la materia. Cosas de la física y la termodinámica. ¿No te enseñan nada en ese colegio al que asistes? —el maldito se sonreía divertido. James tomó el control y le subió el volumen al televisor. —En otras noticias, en la escuela Secundaria número siete, fue detenido Marcial Medrano, quien laboraba como prefecto de la institución, por los presuntos crímenes de estupro y perversión de menores. El prefecto apareció en pantalla. Lo que era en principio el recuerdo de una dulce venganza se transformaba en una culpa tan amarga como mi café. —La tienda departamental, el Palacio de Platino, reporta diversos robos en ropa y maquillaje con un valor superior a los trescientos mil pesos. La policía local ya está tras la pista de los sospechosos. —¡No! —musité. Cada noticia se ponía peor. —Y esta mañana fue encontrada ahorcada una joven de catorce años, víctima del bullying. Susana Villa Ramírez es la jovencita que decidió quitarse la vida debido al constante acoso en redes sociales y un vídeo en el que ella se le observa semidesnuda manchada de sangre, en plena clase. —¡No!, no puede ser cierto… tú no… —¿Yo?, pero si todo esto lo has deseado tú; equilibrios, Serena, homeostasia —me replicó James con malicia en los ojos y una sonrisa en la boca. —¡Eres un maldito!, Yo nunca…yo no… las lágrimas no me dejaban hablar. —Guarda silencio, chiquilla, ¿acaso quieres despertar a todo mundo? Se escuchó un ruido. Venía de la entrada de la casa. Alguien tocaba. Volteé por un instante para verificar la procedencia del sonido y cuando volví la vista James ya no estaba. 78
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—Voy—dije mitad molesta, mitad secándome las lágrimas. Al abrir la puerta me encontré con Francisco. Traía en la mano una caja envuelta en papel de regalo metálico, con un moño rojo. —Te vi hoy en el funeral—dije lo primero que me pasó por la cabeza. —Sí, también estuve mientras la velaban ayer en tu casa… lamento tu perdida. —Tú y yo no somos amigos—estaba siendo algo idiota, pero no me importaba—además, ¿cómo supiste lo de mi mamá? —Mi padre trabaja en servicios funerarios —dijo con la mirada en suelo, como avergonzado— a decir verdad es el dueño. Yo no quería molestar, sólo vine a traerte unos chocolates —levantó la mano para mostrarme la caja. —¡Chocolates! —Ami apareció tras de mí. —Ami, ¿verdad? —dijo Francisco entregándole la caja con chocolates. —Sí, ¿tú eres el novio de mi hermana? —¡No! —gritamos al unísono. Tanto tiempo deseando que le fuera mal para yo poder ser el primer lugar y ahora él estaba en la puerta de mi casa dándome las condolencias por mi madre muerta. Que pinche sentido del humor tiene la vida. —Él es Francisco, un compañero de la escuela—le dije a mi hermanita. —Hola Francisco, gracias por los chocolates, ¿no quieres pasar? Por alguna razón Ami se empeñaba en dejarme en mal siempre. Lo cierto era que no lo había invitado a pasar yo porque no me sentía cómoda con su visita. Estaba por dar alguna excusa para que no entrara a la casa cuando sonó mi celular. Era Axel. Decidí ir a mi habitación a contestar. Cerré la puerta tras de mí. —Hola mi novia hermosa —me dijo con su voz más melosa. —Hola mi amor —le respondí. —Quiero verte preciosa. Tal vez era lo que necesitaba para estar mejor. Una buena terapia de abrazos y besos. Si, si quería ver a Axel. —Te mando mi ubicación y vienes a verme. —¿A tu casa?, yo esperaba que pudiéramos estar solos. —Lo estaremos —repliqué. Caminé por la sala sin hacer el menor ruido. Ami estaba en el sillón con Francisco mirando Discovery Channel. Salí de la casa y cerré la puerta muy lentamente tras de mí. Caminé hasta el terreno que compré. Dentro de este había una pequeña construcción en obra negra. Había mandado limpiar el lugar ayer, antes de saber lo de mamá. Había unas bolsas negras con basura y hierbas. El pasto estaba recién podado y la casa, aunque no tenía una puerta ya no apestaba a perro muerto. Esperé unos minutos hasta que llegó Axel. Se bajó de un taxi. Vestía una camisa azul rey y pantalón de mezclilla. Traía un reloj de color plateado en su muñeca izquierda. Me encantaba su porte. Verlo caminar era hipnotizante. Apenas llegó, me empecé a sentir mejor. Nos metimos en una de las habitaciones y nos comenzamos a besar. Nos fundimos en miles de besos mientras nos abrazábamos y nos acariciábamos los brazos, los hombros, la espalda. Él se quitó la camisa. Entonces besé su piel. Recorrí su pecho con mis labios, hasta que se bajó el pantalón. octubre 2020
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—Espera, espera—me aparté— ¿qué demonios haces? —Pues hacerte mía preciosa—se agacho y tomó del bolsillo de su pantalón un par de condones de color rojo. —Yo… no sé si estoy lista para eso —no esperaba esta propuesta de Axel, teniendo en cuenta que teníamos pocos días de novios. Me gustaba mucho, pero no me sentía preparada, ni segura de hacerlo por primera vez. —¿Por qué no amor?, ¿acaso no me amas? —Te quiero —le contesté— pero mi madre falleció ayer, no me siento bien. Él se abalanzó sobre mí, besándome y tocando mis pechos. —¡Dije que no! —le grité. Traté de empujarlo, pero él se aferró a mí con más fuerza. —Te deseo más cuando te molestas —dijo besándome a la fuerza— te deseo tanto hermosa, con una mano me sostenía y con la otra me acariciaba los pechos— te deseo más que a ninguna mujer en mi vida. “Deseo, deseo, deseo”, la palabra golpeaba mi mente una y otra vez. Mientras luchaba por zafarme de él, caían lágrimas calientes de mis ojos. Axel se detuvo. Cerró los ojos y se desplomó. Francisco estaba parado con una piedra en la mano detrás de él. A su lado estaba Ami. —Te vimos salir muy sospechosa, así que te seguimos —dijo acercándoseme— ¿te ha hecho daño hermana? —Lo ha intentado —respondí secándome las lágrimas. No tenía duda de que la actitud de Axel era consecuencia de mis deseos. —Está inconsciente —dijo Francisco con alivio. Quizá temió haberlo matado del golpe. —Vaya, vaya, ¡qué mal te está yendo todo! —James estaba recostado en un sillón de color púrpura que por supuesto sólo yo veía— sabes cómo se arreglaría todo este desorden… con otro deseo. —¿Por qué me haces esto? —le reclamé molesta. —Yo sólo cumplo tus deseos, tú eres la que los eliges. —Yo no quería nada de esto —contesté. —Serena, ¿estás bien? —Francisco estaba desconcertado al verme hablarle a la pared. —¡Eras mi amigo!, ¡Se suponía que eras mi amigo! —le grité a James, ignorando a Francisco. —¿Tú amigo?, es que de verdad eres estúpida, abre los ojos niñita, ¡soy un maldito esclavo!, un prisionero de ese termo que tienes en el cuarto. —¿Y entonces por qué?, ¿qué ganas tú con todo esto? —Todos tenemos deseos —me replicó— al principio, solía cumplir los deseos de las personas, pero llevaba mucho tiempo. A mi primer amo le concedí trescientos deseos. Me tuvo de sirviente por más quinientos años. Cada vez que termino de servir a un amo el número de deseos que debo conceder se reduce en diez. Intenté explicarle esto a mi segundo amo, que no se tardara tanto en completar los deseos, pero los humanos son indecisos. Te diré la verdad, las personas no saben lo que quieren. Lo creen saber, pero no es así. Es porque no se conocen. Así que diseñé este sistema de consecuencias, pedir un deseo para tratar de medio arreglar los anteriores. 80
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Hay amos con los que he terminado en sólo tres días. Tú me tomarás a lo mucho una semana más. —Eres un maldito, James, ¿y por eso mi madre tenía que morir? —apreté mis puños con fuerza. —Serena —la voz de Ami sonaba preocupada— ¿con quién hablas? —Con este maldito genio que está acá junto a mí. —¿Tú qué? “Es verdad, no pueden verlo. Quizá si lo ven me entiendan, me ayuden”. —Deseo que Ami y Francisco puedan verte como realmente eres. James sonrió. Ami y Francisco cambiaron su expresión. Tenía una cara de haber visto al mismísimo diablo. Salieron corriendo de la habitación hasta la calle. Salí tras ellos, apenas puse un pie fuera de la casa se escuchó como un vehículo frenó estrepitosamente. Francisco ya estaba del otro lado de la calle. Pero Ami… ¡Oh, mi pobre Ami!
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Una sala de lectura en una galaxia (25 Aniversario del Programa Nacional Salas de Lectura) Rosely Elizabeth Quijano León Salas de Lectura: Letras en el aire (SL31041063) A Leer se ha dicho (Sl31050059)
“La lectura a todos nos hace inmigrantes. Nos lleva lejos de casa… pero lo más importante es que nos encuentra hogares en todas partes” Jean Rhys
Nuestra actual forma de vida tan vertiginosa se consume diariamente en las pantallas líquidas de los dispositivos electrónicos a través de los cuales nos mantenemos permanentemente conectados y a la vez, tan enajenados. La empresa Motorola realizó en 2018 un estudio que determinó que los adolescentes pasan en promedio doce horas al día en sus celulares, ya sea para escuchar música, ver series o películas, entrar a redes sociales, entretenerse, pero también para aprender, informarse y leer. Esto nos lleva como mediadores de lectura a enfrentar el gran reto de formar públicos lectores en los tiempos de la inmediatez y las redes sociales, que muchos creerían son distractores u obstáculos, pero sin duda, pueden convertirse en grandes aliados del trabajo de fomento a la lectura. Hace trece años, ingresé al Programa Nacional Salas de Lectura, y abrí mi primera Sala de Lectura en el Colegio de Bachilleres del Estado de Yucatán (COBAY) en el municipio de Kanasín, una comunidad que al estar ubicada en la periferia de la capital del estado, es una zona conurbada que ha crecido estrepitosamente en estos últimos años, pero que ha presentado, desde entonces, altos índices de violencia y suicidios, pandillerismo, delincuencia, robos a casas y alta marginación. Mi propósito hace trece años fue crear un espacio alterno a las clases de Literatura que impartía, para poder dedicarle mayor tiempo a la lectura del que se podía en las clases, pero sobre todo, porque me di cuenta de las deficiencias tanto en la comprensión, como en las oportunidades de lectura y distracción con que contaban los jóvenes. Así surgió el Taller literario y Sala de Lectura “Letras en el aire”, un espacio para leer y compartir fuera del horario escolar con mis alumnos que dio inicio 82
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con tan solo siete integrantes, jóvenes que en esos mis inicios también como mediadora de lectura me enseñaron la importancia de escucharlos y a aprender que cada uno de los jóvenes tienen una historia que contar, un talento que descubrir o impulsar y una disposición para convertirse en lectores mucho más abierta y honesta de lo que los adultos solemos pensar. Es gracias a ellos que la docencia es y ha sido el camino profesional por el que he transitado en estos años, pero la mediación de lectura es mi verdadera vocación, especialmente con los jóvenes que han ido sumándose cada año y con quienes existen muchas posibilidades para sembrar el hábito de la lectura. Estos adolescentes, especialmente entre los 15 y 18 años, se encuentran en la edad justa en la que puede sembrarse en ellos una idea, una filosofía de vida, un hábito que van a adquirir para el resto de su vida, es por ello que, fomentar la lectura en los jóvenes de esta edad, no es tan difícil como muchos piensan, su mismo dinamismo, inquietud y búsqueda de su identidad los lleva muchas veces, guiados o por iniciativa propia, hacia los libros. Hoy esta realidad no ha cambiado mucho, a pesar de que pasen mucho más tiempo en los dispositivos electrónicos y las redes sociales, no ha cambiado porque el libro, en físico o en digital, sigue siendo para ellos la posibilidad de descubrir mundos, sumergirse en otras realidades posibles y también, como una opción de refugio o de hogar, como dice Jean Rhyse en el epígrafe inicial. En realidad todos los mediadores de lectura sabemos, con el paso del tiempo, que no hay fórmulas ni recetas, manuales o pasos que nos lleven exitosamente a lograr contagiar el interés
por la lectura, por más que las buscamos afanosamente en los libros, en los Encuentros de promotores de lectura y en las experiencias de otros compañeros y compañeras o en los instructores del Diplomado o cursos que buscamos para mejorar nuestro desempeño. Sin duda todo esto nos sirve y nos forma, en mi caso ha sido así, y en todos los casos siempre hay un punto de coincidencia, que si no es el ingrediente secreto de la fórmula mágica, por lo menos sí es un requisito que todo mediador de lectura posea, el genuino y auténtico amor por los libros y la lectura así como las ganas y el entusiasmo enorme por contagiarlo en los demás. Todo buen promotor de lectura sonríe cada vez que ve a alguien leyendo y de eso se alimenta, de páginas, de palabras y de sonrisas. En estos trece años que han transcurrido, aquella Sala de lectura en Kanasín donde inicié mi travesía en el Programa Nacional de Salas de Lectura, debo decirles que se ha ido transformando y en un momento de mi vida me tocó dejarla en manos de otras personas porque mi rumbo cambió de dirección en el ámbito profesional. He pasado en estos últimos años de docente, a directora de un plantel en la comisaría de San José Tzal, donde también inauguré una nueva Sala de lectura. Desde el 2014, tuve la oportunidad de ser elegida para, a partir de mi experiencia con mi Sala de lectura, para crear un proyecto de Fomento a la lectura y la escritura que pudiera replicarse al resto de los planteles que conforman el Colegio de Bachilleres del Estado de Yucatán. Así, de las experiencias de Salas de lectura, de otros programas de fomento a la lectura y una ardua revisión e investigaciones sobre el tema, se creó “A leer se ha dicho” Programa de Fomento a la Lectura y la Escritura en el que al día de hoy participan más de 4,500 estudiantes de la institución que tiene la mayor cobertura en el interior del estado. El modelo para lograr instaurar este Programa ha sido Salas de Lectura, pues contamos con una Red de Promotores que actualmente la conforman 82 voluntarios que semanalmente realizan actividades de lectura ya sea en las bibliotecas (para los planteles que cuentan con ella) o en los jardines, cafeterías, aulas o cualquier otro espacio donde se reúnen en torno a los libros. A cinco años de iniciado este Proyecto es
evidente que la lectura ya ocupa un lugar dentro de las prácticas cotidianas de los planteles, de los alumnos, por supuesto, y del personal comenzando por los directivos, quienes antes eran ajenos o temerosos a implementarlo. En 2015 obtuvimos por este Proyecto el Premio México Lee y el Colegios de Bachilleres de Yucatán es uno de los pocos que cuentan con un Programa de Fomento a la Lectura propio, creado a partir de la experiencia y modelo del Programa Nacional Salas de Lectura. Mi trabajo a lo largo de cinco años consistió en coordinar el Programa, pero continué teniendo mi propia Sala de lectura que pertenece al Programa Nacional y que sigue activa, aunque aquí lo interesante es que detrás de ella hay 71 más que se replican como parte del Programa “A leer se ha dicho”. Mi propia experiencia como mediadora de lectura se ha enriquecido porque también me corresponde ver la parte administrativa y de gestión la cual sin duda nos hace entender mucho mejor las dificultades con las que se puede operar un Programa o un proyecto, por más grande o pequeño que sea, y los vericuetos por los que hay que transitar para salir victoriosos y mantenerlo a flote, pese a todas las adversidades. Sin duda hay un elemento fundamental que permite mantenerse a flote y es la unión y la solidaridad que existe entre los compañeros mediadores de lectura, y estoy convencida de que esa es una realidad en todos lados. El apoyo incondicional que se encuentra entre los compañeros promotores o mediadores de lectura es digno de un reconocimiento y de una muestra de la fuerza del tejido que une a quienes nos dedicamos a promover y contagiar la lectura. Así se ha logrado reproducir también ese elemento fundamental que une al Programa Nacional Salas de Lectura, con la Red de Promotores de Lectura. Tal vez sea el momento de compartirles algunas de las actividades que nos han permitido todo lo anteriormente mencionado y en las cuales los alumnos han participado con mayor entusiasmo y esmero: octubre 2020
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Por ejemplo, la Biblioteca Viajera, fue un proyecto que me llegó a mi Sala de lectura a través del Programa “Alas y raíces” por el año dual Alemania-México 2016-2017, que consiste en una caja de libros que debía itinerar por varias Salas de Lectura permaneciendo un mes en cada una de ellas y su finalidad era dar a conocer a escritores e ilustradores alemanes, a través de una selección de libros especialmente para niños y jóvenes. Cuando el recorrido finalizó mi Sala de lectura fue elegida para recibir en donación la caja de libros, así retomamos esta iniciativa, incluimos más libros para jóvenes y hasta la fecha la Biblioteca Viajera recorre quincenalmente un plantel del COBAY acompañada además de los libros de actividades y juegos literarios. En este tiempo ha recorrido 32 planteles del COBAY y los libros favoritos son “Bajo la misma estrella” y “Ciudades de papel” de John Green, “El cuentacuentos” de Antonia Michaelis, “Persona normal” y “Corazonadas” de Benito Taibo y “Breve historia del condón y de los métodos anticonceptivos” de Ana Martos, entre otros. Otras de las actividades que los jóvenes realizan con mucho entusiasmo son “cita a ciegas con un libro” que realizábamos en el mes de febrero por el mes del amor y la amistad; también nuestros concursos de Bookstagramers, de Calaveritas Literarias y de creación literaria de cuentos y poesía; “Leer en vacaciones” que consiste en poner a su disposición los libros con los que cuentan en cada plantel para facilitarles el préstamo y llevarse uno o más libros a casa durante los recesos vacacionales o intersemestrales. Las actividades semanales que los jóvenes realizan junto con sus promotores de lectura cada semestre tienen una temática como eje y las lecturas y actividades que elegimos para realizar están enfocadas en ellas. Así hemos trabajado el tema del bullying y el ciberbullying, las adicciones, la cultura de paz y la discriminación. Fomentando la lectura de textos que abordan estos temas, pero también realizando actividades y talleres donde los alumnos realizan propuestas, expresan sus opiniones y puntos de vista y también crean textos literarios que difunden y dan a conocer a la comunidad escolar. Como ejemplo, en el tema de 84
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cultura de paz las actividades a realizar estuvieron vinculadas con las lecturas de “Mil grullas” de Elsa Bornemann; el libro álbum “Imagine” de John Lennon, ilustrado por Jean Jullien, y poemas de Rafael Alberti, Antonio Machado, Gloria Fuentes, entre otros. Con los jóvenes también iniciamos sus primeros pasos como Promotores de lectura, pues acuden a leer a preescolares y primarias de sus municipios, realizan actividades de lectura como teatro guiñol, lecturas dramatizadas o en atril y tuvimos la experiencia de alumnos que egresan y abren sus espacios o Salas de Lectura en las bibliotecas de sus municipios o, incluso, en sus propias casas, como una egresada que recién el año pasado así lo hizo en el municipio de Calotmul. La asistencia a la Feria Internacional de la Lectura (FILEY) de todos los alumnos que participan en las Salas de Lectura de los 68 planteles era digamos nuestra carta más fuerte, en ella han participado los alumnos de distintos municipios en el “Encuentro de Jóvenes Lectores: nuestra voz el eco de los libros”, donde dialogan y comparten sus experiencias y sus libros favoritos; también asisten a presentaciones de libros y charlas con escritores y ésta es, además del esfuerzo más grande para lograr la asistencia de todos los jóvenes lectores, la experiencia más reconfortante para ellos y nosotros, porque es nuestra oportunidad de escuchar qué libros les gusta leer, porqué los eligen y cuáles son sus expectativas como lectores. De verdad que no hay mayor dicha que escuchar de viva voz de los jóvenes que los libros los han reconfortado, les han abierto los ojos o les han servido de refugio o de luz en momentos difíciles. Mi Sala de lectura finalmente es sólo una de tantas estrellas que se han encendido en el Universo de las Salas de lectura. El Colegio de Bachilleres de Yucatán es una galaxia más, que se suma al firmamento y que contribuye aunque a un público específico, a llevar los libros y trastocar las vidas de muchos adolescentes que tienen el pleno derecho a soñar, a imaginar mundos y realidades distintas a las que viven, a alejarse de la violencia y la depresión en la que muchos de ellos están sumidos; no es desconocido que Yucatán ocupa el
primer lugar nacional en índices de suicidios, y aunque desde fuera nos ven como el Estado más seguro del país, la realidad, especialmente desde las comunidades, no es tan cierta. Hay altos índices de violencia de género, doméstica, hay discriminación y xenofobia, hay consumo desmedido de alcohol y drogas, hay mafia y extorsiones, hay igual altos niveles de embarazos infantiles y adolescentes y por lo tanto, es lógico, abuso sexual a menores y explotación sexual infantil y juvenil. De todo eso no estamos exentos en Yucatán, se vive, se palpa, pero se calla muchas veces y los jóvenes están expuestos a elegir como una de sus opciones de modus vivendi una de estas atroces realidades. No sé qué tan cierto sea que la lectura puede incluso salvar vidas, lo que sí aseguro, porque la experiencia de convivir con los jóvenes lectores me ha mostrado, es que sí que puede cambiar su visión del mundo y sus elecciones para un futuro mucho mejor del único que creen como posibilidad antes de ser lectores. Porque estos jóvenes abren ventanas al mundo cada vez que leen, con cada libro que compartimos se alimentan de esperanza y de sueños, de utopías y de ideales, porque siendo lectores no estoy segura si serán mejores o peores personas, pero sí estoy convencida que al menos su realidad se transforma y su mundo se ensancha, se ven a sí mismos, pero también aprenden a mirar y entender al otro, son más conscientes de sus derechos y sus obligaciones y saben distinguir entre el bien y el mal aunque finalmente sean libres de sus elecciones. Por eso recalco que la fórmula para trabajar con jóvenes es saber escucharlos, dejar que hablen con total libertad y aprender incluso de sus aciertos y sus errores, liberarlos de la cadena con la que traen atada la imaginación y la creatividad y dejarlos volar, tan alto o tan lejos como quieran, pero dándoles siempre la mano por si caen, otorgándoles total confianza al creer en ellos, el cielo no es el límite y en los libros ellos lo descubren. Mi experiencia finalmente se resume en que actualmente he dejado, por un momento espero, “A leer se ha dicho”, pero finalmente sigo convencida en que una Sala de lectura puede ser un detonante para muchas otras, es una estrella más dentro de una
galaxia. Los mediadores de lectura finalmente vamos regando la semilla a donde quiera que vamos, porque aunque los tiempos actuales auguren la extinción del libro y los lectores, nuestra labor incansable no permitirá que eso jamás suceda, ya lo decía Roger Chartier que el libro en físico no sería sustituido por el digital, como los lectores no dejarán de serlo, porque las cifras en realidad no nos representan. Los mediadores de lectura sabemos que los libros y sus lectores, sus días y sus colores, su magia y su fragancia van a seguir existiendo y los vamos a seguir leyendo, porque los libros son el compañero inseparable del ser humano, han resistido los embates de los siglos, del fuego, la censura, la ignorancia, y han hecho su mejor amiga a la tecnología, y aquí siguen, permanecen, en silencio, resguardando la memoria colectiva de esta humanidad que a veces se olvida de que para maravillarse basta con tan solo mirar las estrellas o abrir un libro.
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Análisis narratológico del cuento La culpa es de los Tlaxcaltecas, de Elena Garro Jorge Daniel Ferrera Montalvo Con toda seguridad, “La culpa es de los Tlaxcaltecas”, de Elena Garro es uno de los mejores cuentos que retratan los valores, el sincretismo histórico y el pasado negado de la cultura mexicana. El cuento forma parte del libro La semana de colores, publicado por la Editorial Veracruzana en 1964. En él, la autora nos narra con gran habilidad y en un lenguaje próximo a lo tierno, nutrido de elementos simbólicos, los encuentros -atemporales- de la Señora Laura con un indio que es su primo y esposo. Utilizando principalmente una voz en tercera persona, Elena Garro pasa de una acción, de un momento a otro, a partir de distintas técnicas narrativas como el flashback y la prolepsis, focalizando o abriendo diálogos con algún personaje como Nacha, Josefina o Doña Margarita. Uno de los aspectos importantes en el cuento es la descripción de los espacios: Desde el inicio la historia presenta una división entre el espacio íntimo, seguro y moderno, “separado del mundo por un muro invisible de tristeza, por un compás de espera” (la cocina y la habitación) y el espacio exterior, peligroso y antigüo, que atraviesa la historia precolonial de México. Sin embargo, esta distinción no es tan clara, pues, la noche, el ambiente, también juega un papel esencial porque “desdibujaba a las rosas del jardín y ensombrecía a las higueras.” De este modo, las fronteras entre el espacio íntimo y el exterior no quedan tan definidas. Otro punto fundamental en “La culpa es de los Tlaxcaltecas” es el manejo del tiempo. En la narración existen 4 tiempos. Uno es el tiempo “general” de las acciones del relato que según nos informa Nacha transcurre en algunos meses. Otro, el magnífico uso de los tiempos verbales para dar saltos en la narración; uno más, el tiempo mítico, cerrado, histórico y subjetivo donde se encuentra la Señora Laura con su primo y esposo y, por último, el tiempo trascendental que una vez consumidas las vidas de los personajes lo abarca todo. Como puede verse, “La culpa es de los Tlaxcaltecas” es uno de los cuentos que más técnicas narrativas contemporáneas integra y que refleja la identidad, la tensión con la historia negada de México, y que por ello a Elena Garro, entre otros calificativos, se le debería considerar como una de las escritoras más agudas, virtuosas y originales del cuento mexicano.
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Capítulo piloto No eres tú, son las redes sociales. Parece que cada cierto tiempo se producirán contenidos para recordarnos que tenemos una batalla contra las redes sociales y que éstas nos llevan la delantera. En esta ocasión se trata del documental híbrido, de una hora y media de duración, “El dilema de las redes sociales” (The social dilemma), escrito y dirigido por Jeff Orlowsky, de forma simplista podría decir, que se da a la tarea de advertirnos acerca de la manipulación desmedida que las redes sociales ejercen sobre nosotros. Estrenado el 9 de septiembre en Netflix, y sugerido para mi visualización por su IA, ya había leído buenos comentarios por lo que le di click al control para adentrarme a este contenido en el que desfilan ex ejecutivos, ingenieras, programadores de empresas como Google, Instagram, Pinterest, Twitter entre otras redes sociales, así como investigadoras, sociólogas que plantean lo adictivo que resultan las redes sociales y cómo esto es usado por las plataformas para fines económicos sin mirar el daño que conlleva, que va desde la depresión en jóvenes así como la polarización de la sociedad a consecuencia de la difusión de las noticias falsas. Hace un año el documental “Nada es privado” (The Great Hack) ya había abordado cómo la empresa Cambrige Analytica en las elecciones de 2016 en los Estados Unidos había usado bases de datos de usuarios de Facebook
así como herramientas de publicidad para orientar el voto hacia su actual presidente, y mismo ejercicio había realizado en votaciones como Brasil e incluso en el Brexit. Ambos documentales explican, a su manera, cómo se crea el sesgo en nuestros muros para mostrarnos sólo aquello en lo que coincidimos o nos hace reaccionar, provocando que nos enganchemos con la plataforma, aludiendo a lo más básico, tanto que Pavlov estaría orgulloso, el condicionamiento mediante la recompensa. Sin embargo el director de este nuevo documental toma la decisión de intercalar ficción entre las entrevistas, así nos va contando la historia de una familia de clase alta y las consecuencias que se van desarrollando por el exceso de uso de las redes sociales en sus hijos adolescentes, así como toma recursos ficcionales para representar cómo opera la inteligencia artificial de estas plataformas; para mi gusto toda este drama mal contado no me crea nada de empatía y hasta cierto punto , provoca que me distraiga de la seriedad de la entrevista. octubre 2020
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Lo interesante del documental es escuchar voces como la de Tristan Harris, que aboga porque la industria deje de ser maquiavélica y opte por mejorar las formas para realmente ser herramientas y no medios que nos lleven al caos como sociedad; así como al final del documental, mientras pasan los créditos, escuchar los consejos de la gente entrevistada por ejemplo: Silenciar notificaciones, no permitir el uso de celular hasta la preparatoria , siempre elegir, es decir nunca irnos sobre lo que nos sugieren (Ohh, Netflix maldito, caí), control en el uso dispositivos como establecer tiempo de uso, cambiar de motor de búsqueda de preferencia y para no caer en noticias falsas, cuestionar aquello que nos provoca reaccionar y tal vez de forma radical, borrar todas nuestras redes sociales. Va mi experiencia personal al respecto; digo estar alerta de la manipulación que ejerce Facebook sobre mí, pero debo confesar que a veces no es tan así, el otro día un amigo puso un estado que me pareció ofensivo y estaba a nada de comentar cuando, noté la sugerencia de emojis, y todos eran de corte negativo en ese instante me di cuenta que estaba reaccionando, y el algoritmo ya sabía cómo sería mi respuesta, eso me asustó un poco, no me sorprendió, pues entiendo que todas mis acciones en redes sociales se convierten en información es decir, datos, que pueden ser medidos, observados y por lo tanto predecirse. Lo que me asusta es: ¿En qué momento perderemos la capacidad de darnos cuenta de que muchas de nuestras decisiones ya no son tan nuestras sino determinadas por un algoritmo?
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Demersales en A mayor Carta de mí para mí a la Rilke: de como echarse porras en un mundo donde la poesía es infravalorada
Pronto cumplirás veintiocho años y habrás dejado atrás el riesgo latente de pertenecer al Forever 27 Club. Sin embargo, no bajes la guardia, aún falta un mes. (Escribo estas líneas y me estremezco). “Quédate en casa”, dirán los comerciales, cúbrete del frío, no viajes en avión, evita abejas, mariscos y tsunamis si es que son evitables pero escribe. Escribir no mata. Es por tu proximidad a la muerte, que he decidido enviarte esta carta que comparte una poética, muy propia, a veces intuitiva y ciertamente, no muy erudita pero si desnuda y sincera. Espero que en ella encuentres algún eco o que evoque en ti, tus propias conclusiones para seguir siendo poeta. Hasta hoy, he sido una escritora que se asemeja a un durazno: tersa, un tanto agria y solo doy fruto en ciertas temporadas, sobre todo, durante las transiciones que van del verano al otoño. Soy una poeta un tanto caducifolia. La disciplina no es lo mío pero tampoco me aplasta la culpa. Esta cultura del sprint occidental es el peor enemigo de los artistas. Sabemos que estar, simplemente estar, es un activo intangible para los poetas. Tendré que encontrar un agujero de gusano en alguna parte para doblar la vida y que me dé tiempo, ¿acaso una mina de tiempo no sería más valiosa que la mina del metal más precioso? Te cuento, Sofía, que escribo por muchas razones. El psicoanalista me ha dicho que es
porque he encontrado la manera de ser entendida y escuchada, porque prefiero editar y utilizar filtros para no herir con la espontaneidad del lenguaje hablado, porque le tengo miedo a las palabras, y yo me pregunto, ¿cómo no tenerles miedo si con ellas definiremos qué parte del universo estará hecho de materia o antimateria, de sonido o silencio? No obstante, mis razones para escribir son otras, al menos las conscientes y las que no están sesgadas por teorías “conspiranóicas” y psicológicas. Contrario a lo que dice mi terapeuta, no pretendo que nadie me entienda, nunca he creído que la poesía esté hecha para entenderse, sino para experimentarse y vivirse. También, escribo porque creo fielmente que así como el humano es la consciencia del universo observándose a sí mismo, el poeta es la vía por la que llora su dolor y lo sublima. Escribo para pulir ese dolor y que después alguien más pueda contemplarlo desde la distancia sin que lo hiera de muerte. Escribo para extraer la belleza que se encuentra en todo y en todas partes, para explorar la comunión entre objetos aparentemente irreconciliables o por mero juego. Por dolor entiendo, todo sentir octubre 2020
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humano, toda desazón, toda tregua. Incluso la supuesta inmovilidad de la paz puede perturbarnos y el poeta, es quien se encarga de recordarle al mundo que la quietud también es una forma de movimiento; es energía potencial. Te diré Sofía, escribo, cuando puedo y quiero, cuando tengo tiempo (casi nunca), cuando me obliga alguna tarea o alguna revista con la que me he comprometido. Me pongo candados para no dejar de escribir porque me va la vida en ello. Es como si me endeudara con un destino. Le debo mis horas de sueño, le debo mis atardeceres y mis vigilias. Suena un tanto romántico, a la Keats, pero yo no sé quién sería si no soy ante todo una escritora; ¿somos lo que hacemos? ¡Pobre babosa que hace baba! Espero que tenga mejor suerte en su próxima vida. A veces escucho música instrumental, es decir, sin voz, para catalizar el ejercicio de la escritura, en otras ocasiones, me obligo (por más desidia que cargue en el cuerpo). Debo decir, que los poemas más valiosos que he escrito o, por lo menos, a los que más cariño les tengo, son aquellos que no han nacido de una catarsis emocional o de un arranque de inspiración; en cambio, se han gestado a partir de un verdadero esfuerzo intelectual y concienzudo del manejo del lenguaje, sus posibilidades y del juego erótico que supone. Creo fiel y absolutamente, al menos a mi corta edad, que la poesía es buena o no es, que la poesía es nombrar y traducir el contenido de un “mundo material” a un “mundo de las ideas”, que el uso de la epifanización y el desarrollo de la técnica son recursos que no tienen por qué estar peleados. La técnica no es más que la forma de traducir la inspiración y de materializarla. Encuentro en la escritura una forma de existirme a mí misma y de existir al mundo y es también una elección, elijo ver a través de su lente. Elijo, tal vez, ver mejor o distorsionar la realidad, nadie sabrá, mucho menos Kant. Lo fundamental aquí es que 90
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represento esas visiones y las comparto con el otro, se las ofrendo y si tengo suerte, lograré que evoque sus propias significaciones a partir de lo escrito. Habré ayudado a construir una pequeña torre en la gran edificación del imaginario ajeno o seré el eco de una voz incluso antes de que se haya pronunciado. Lo espero todo de la literatura porque está en todo y es todo: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” (Juan 1:1). Espero también que me dé de comer, que no se me escape, que no me abandone, que se quede a vivir conmigo hasta que la muerte nos separe y aun así seguir siendo en ella, aunque sea en otro plano. Es mi más grande deseo que la poesía llene los espacios, que vuelva a las aulas de clases, que no se les niegue a los niños, que no sea aristocrática, ni solemne. Quisiera que todos los humanos fuesen poetas para poder salir del encierro que es su cuerpo y así sentirse menos solos y menos otros. En realidad, tampoco espero nada de la poesía, ella siempre ha estado y sido y seguirá estando y siendo. Me preocupa más que llegue un día en que me sienta incompetente, indigna, que me rebase el tiempo, que caduque mi mente y con ella mis ideas. Me preocupa, dejar de decir, dejar de buscar la belleza o que me distraigan las cosas cotidianas y simples y no poder ver en ellas lo extraordinario. Espero seguir viendo con esta mirada, que la graduación poética aumente pero que el astigmatismo y la miopía se mantengan a tal grado que no lleguen a la alucinación. Poco antes de la demencia, está el genio. Él es capaz de observar por la ventana de la locura y de manipular aun la verdadera realidad para crear representaciones inusitadas. Quiero seguir por este camino, no abandonarlo y tampoco que el camino me abandone a mí. Esta vida que hemos elegido, es una forma de vida porque es una manera de percibirla y, por lo tanto, de
representarla. Nuestra vida no es más que la idea que tenemos de ella y yo elijo hacer de la mía, una poética y, contario a lo que advierte Nietzsche, elijo mirar dentro del abismo para traer a la superficie una obscuridad transformada.
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Interés superior Solita La mañana del 18 de marzo de 2017 vecinos reportan el cuerpo sin vida de una niña pequeña en un terreno baldío de las calles Bordo de Xochiaca y Virgen del Camino, en Nezahualcoyotl, Estado de México. Era un cuerpo delgado y moreno, desnudo de la cintura para abajo, a excepción de sus pies que vestían unas calcetas color rojo. En su calidad de desconocida fue nombrada “calcetitas rojas”. La activista y cronista de feminicidios Frida Guerrera fue la primera en reportar el caso, y más que eso, tomarlo como un asunto personal. La niña mostraba signos de maltrato y abuso sexual, detalles que me arrancan las lágrimas de pensarla tan indefensa, tan solita en ese horror. Pasaron nueve meses sin ser identificada, por lo que Frida luchó para que no fuera enviada a una fosa común y tuviera un sepelio y una tumba para ella. Nadie había reclamado su cuerpo, a pesar del despliegue que hubo en medios; una voluntaria hizo un retrato de la pequeña, y éste estuvo circulando. Hasta que por intervención de familiares que se contactaron, se dio con la identidad de la beba. Poco a poco, con el trabajo dedicado de la activista y su colaborador y pareja, fueron armando el caso para hacer justicia. Hasta que el 4 de septiembre condenaron a 88 años de prisión a la madre y el padrastro de la niña. Parecía que ahí se cerraba el caso de “calcetitas rojas”. Pero faltaba algo más y Frida lo tenía muy claro. A la niña se le habían quitado todos los derechos posibles, vivió maltratos, violaciones y privaciones, hasta una violenta muerte con la participación de su propia madre. 92
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Lupe, Lupita, le llamaban, pero no estaba registrada, incluso de ese derecho fundamental fue privada: Derecho a la identidad. Niños, niñas y adolescentes deben contar con nombres y apellidos, ser inscritos en el registro civil de forma inmediata y gratuita, y se les debe expedir en forma ágil y sin costo la primera copia certificada de su acta de nacimiento. Siempre que se solicite un cambio de apellidos, tendrá derecho a opinar y ser tomado en cuenta. La falta de documentación para acreditar su identidad, nunca será un obstáculo para garantizar sus derechos. Deberán contar con nacionalidad; en la manera de lo posible conocer su origen, a efecto de preservar su identidad, pertenencia, cultura y relaciones familiares. El pasado 3 de octubre, la activista Frida Guerrera con el compromiso y lo entrañable que fue el caso de la niña para ella, informó que logró tramitar el registro y llevará el acta de nacimiento a la tumba de Guadalupe Pichardo Medina nacida el 16 de enero del 2013. Fue hasta su muerte que se le restableció ese derecho, por una desconocida que le dio justicia, una identidad legal y un hogar sólido en su corazón. Pero cuantas niñas y niños más hay, solitos, enfrentandose al dolor?.
Y desde esta columna, un homenaje a Joaquín Salvador Lavado Tejón, Quino, quien con sus queridos personajes Mafalda, Manolito, Felipín, Susanita, Miguelito, Libertad y Guille, representó a la infancia, y a una infancia exigente de sus derechos y de su identidad. Descanse en paz, que aquí seguimos promoviendo los derechos de la niñez.
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Introspecciones del Erizo Cerrar los ojos En uno de sus poemas, Olga Orozco dice: “El que cierra los ojos se convierte en morada de todo el universo. El que los abre traza la frontera y permanece a la intemperie.” Si esto fuera verdadero, soñar equivaldría al conocimiento absoluto. Todas las variaciones del espacio-tiempo las intuiríamos, serían visibles como un orden preciso. Al dormir, seríamos una sola mente, la inteligencia que Pierre Simón de Laplace nombró demonio, un demonio que conoce la velocidad y la posición de cada partícula. Y como según Platón conocer es recordar, entonces cada sueño sería el recuerdo del mundo intemporal de las Ideas. Quizá olvidamos que somos una sola persona cuando abrimos los ojos, porque la vigilia es solipsismo, es creer que lo novedoso existe, cuando en realidad, como afirma el Eclesiastés: "nada nuevo existe bajo el sol". La novedad es olvido. Si el número de cuerpos que puede generar la materia fuera menor al de almas que ab aeterno han existido; esto implicaría que en cierta noche nuestro cuerpo sea habitado por la cifra total de ellas, provocando la Gnosis que al abrir los ojos se convierte en fragmentación de la unidad: intemperie y fronteras.
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Dando vueltas con Silvia Esclava de mi ego Yo fui esclava de mí misma y no me di cuenta. Pensaba que era libre y me jactaba de eso. En mi humanidad confiaba. Estuve perdida en mis pensamientos internos sin absolutos; aunque se suponía que no debería buscar un ancla. ¡Qué incongruente...! ¡Debí ser más inteligente! Pero la inteligencia no se compra ni se vende, se recibe como regalo. De eso he sido convencida con el tiempo; yo estaba queriendo atrapar el viento, buscando mi libertad en mi esclavitud. ¡Qué ironía! Anhelaba libertad, evidentemente no buscaba ser encerrada, ser mi propia enemiga; pero me fallé. Les fallé. ¿A quién? No soy de nadie y no soy de mí, o ¿soy de mí y de nadie?, o ¿soy de mí y de todos? Incógnitas filosóficas desvelan tal calabozo en mi pasado. ¿Libre? ¿Esclava? Si dudaba de la existencia, ¿cómo podría ser verdad mi ego? ¿Necesitaba respuestas? ¿Vivía? ¿Respiraba? Esclavitud tenía y no la percibía. Celebraba la libertad, pero luego de risas y baile, la soledad era mi mejor amiga. Nos llevamos muy bien por mucho tiempo. Aprendí a quererla, a depender de ella. ¿Oscuridad? Sí, mis ojos opacos, mi respiración lenta buscaba ser serena. Cada día confiaba en mis pensamientos, cada día confiaba en mi ancla, en mi humanidad. Confiaba en mi relativismo. 96
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Con un sentimiento de superioridad engalanaba mi pecho y mantenían mi postura firme como una roca. Pero eso decayó. Fue insostenible. La congruencia no es importante cuando eres esclava de tu ego. Eso sucede. Eso me fue revelado al encontrar al absoluto. Uno se convence de ser libre en su esclavitud. ¡Mi diosa la razón! Me traicionó. Mi ego quiso transcender, pero quedó encerrado en la cruda realidad. Me volví esclava del Yo. Necesité respirar aire puro del exterior. Me estaba ahogando en mi océano. Pero me liberé de mí misma. Pude respirar. Fui mi propia enemiga. No, no es incongruente. Mis relativos eran insostenibles y esclavizantes. ¿Dónde está la jactancia? Me quedé sin nada, más vacía, más soledad. Pero, no tuve que estar encerrada por siempre. Eso es de celebrar. Y aunque todos digan que sigo esclava, ellos no saben lo que dicen, pues a lo mejor su libertad se encuentra, otra vez (como fue en mí), en su esclavitud.
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Bajo el barandal.
Encerrada en mí “Y vio a su derecha como si se tratase un espejismo. Mientras el sol de agosto se ocultaba en la lejanía. Los cabellos ondulados de la mujer se movían con el viento. Parecía que el mar se tragaba al sol. Pero era ella queriendo escapar de ese encierro”. ¿En que momento nos encontramos como rehenes de nuestros propios progenitores? Es sencillo: en el momento en que nos toca hacer su trabajo, y ellos envejecen. En el momento en que asumimos el rol de padres y los hacemos comer a fuerzas, tomamos decisiones sobre su vida. Ser padres es una tarea difícil; un auto encierro que nos agrada, y bien podríamos padecer el síndrome de Estocolmo. Pero no, querido lector, asumimos ese papel gustosos por procrear una vida. Por sentir que tienes el control de un ser humano al que vistes a tu antojo. Por quien tienes metas, proyectos que muchas veces no te llevan a buen destino. Los sinsabores de la vida, los hijos, los pagamos al momento de asumir el rol de padres de los tuyos propios. Me ha tocado escuchar el estoy harta de la forma en que me trata mi madre. Eso es sólo un burdo ejemplo. En sí el ser humano es rehén de sí mismo y de sus decisiones, ambiciones. Yo en lo personal desde este barandal imaginario soy rehén de mi destino, uno que fue planeado entre dos seres que se amaron en un viejo estacionamiento de autos o en un auto cimema.
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Mi punto de risa Un camino en el universo Desde los catroce años empecé a tener consciencia de mi existencia y de la inutilidad de la vida en relación con estas cuentas macrocósmicas y con la infinitud de los universos. Nótese cómo hablo en plural, pensando en la posibilidad, aunque mínima, de que haya miles y millones de universos más allá de nuestras más alejadas fronteras de los años luz y de los límites de la imaginación. Hasta la imaginación se queda corta ante todo el infinito de posibilidades de vidas y biodiversidades supracelestiales. En todo este tiempo, a partir de este renacimiento, que nada tiene que ver con el consumo de alguna sustancia psicotrópica o el chamanismo ni mucho menos influencia de sectas religiosas, sino como parte de un reconocimiento de mi existir a través de la reflexión consciente y despojado de este egocentrismo con el que solemos disfrazar nuestros más terribles miedos, he ido explorando a través de la meditación las implicaciones de mi existencia a partir de la interacción con los demás, y cómo las otras personas se ven influenciadas por el contacto
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conmigo a través de conversaciones y de la convivencia. He de reconocer que muchos años veía a los demás con un dejo de soberbia y con cierta lástima por ese patético andar por la vida como anestesiados ante lo inevitable de la muerte y lo trágico del acontecer cotidiano, pasando sin que lo noten en una especie de hipermetropía emocional e intelectual que, sin embargo, permite a las personas ser felices. Después les vi con lástima, más adelante con envidia. Ahora simplemente reconozco que muchos nacen y mueren sin enterarse de lo esencial de la vida, de ese nuestro propósito que por inútil que sea, da sentido a nuestro corto andar sobre la corteza terrestre. Esto no ha sido más que un aprendizaje continuo a través de la exploración de los sentidos y las consciencias reflejadas en el arte, tanto de consumo como de creación. La conclusión final sigue siendo la misma, pero ya no me preocupan las eternidades ni los plazos sin cumplir, más que la felicidad de disfrutar lo que me tocó vivir y tratar de enseñar a los que me rodean a disfrutar sin más
pretenciones que desconectarse de este mundo que a veces entendemos tan bien, o que otras no comprendemos para nada. Finalmente, no hay aprendizaje mรกs allรก de las fronteras de nuestros sentidos y en este sentido es poco lo que pueda hacer por los demรกs, sino compartir lo aprendido y esperar que cada quien encuentre su camino en el universo, en una liberaciรณn de esta vida de la que solemos ser prisioneros.
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La Niña TodoMePasa dice: La mente controla la mente
Esto es algo que siempre le digo a mis consultantes de lectura de cartas de Tarot. La mente controla la mente… Controla nuestras funciones orgánicas, controla la frecuencia con que late nuestro corazón, controla cómo vencer a las enfermedades. ¿Y quién controla a la mente? La mente misma. La mente puede decidir, tal vez no por sí misma sino debido a circunstancias externas, enfermarse de ansiedad, estrés o depresión. O curarse de cada una de ellas por pura fuerza de voluntad. Esto sonará muy simplista para quienes han sufrido de cualquiera de estas enfermedades clínicas. O tal vez no tanto considerando que yo las padecí desde más o menos los once años de edad. La vida era un asco, mi mente no lograba encontrar una pizca de bondad en el ser humano, el único remedio era planear mi inminente suicidio mientras el psiquiatra de turno me recetaba antidepresivos y ansiolíticos y reguladores y antiepilépticos y demás. Claro, en aquel entonces preferí evadir las causas y me concentré en los síntomas. A la fecha no me mata de emoción el que la persona más horrible del mundo se haya quitado la vida porque el pobrecito tenía cáncer de próstata. Bu, bu, sufrió un par de años mientras que muchas de sus “niñitas” arruinamos nuestras vidas sin comprender bien por qué. Mi familia fue víctima de los secretos y de nuestra propia vergüenza, qué dirá de mí la 102
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gente si se entera de lo que permití cuando yo tenía cinco añitos de edad. Qué dirá si se entera de que no tuve fuerzas para decir que no cuando algún patancito me invitaba a alguna parte con la supuesta intención de conquistarme. Lo único que logró salvarme de esa espiral fue dejar Ciudad de México, mi esposo -diez años y contando- y el Tarot. Sigo siendo esclava ya no de mi pasado, y tampoco me preocupa el futuro que uno va escribiendo y que puedo conocer con cualquiera de mis barajas. Soy esclava de mis impulsos, antes destructivos y ahora hedonistas. Gracias al confeti olvidé mi inminente suicidio, pero me hizo visitar un Centro de Integración Juvenil que, curiosamente, estaba cerquita de la Escuela de Escritores de Sogem. Los pro legalización negarán que la inocente yerbita cause episodios psicóticos, pero pregúntenle a Amanda Bynes. La mente controla la mente. Y somos esclavos de esta realidad, de esta corporeidad humana que nos hace dudar de hechos milagrosos. Somos humanos y seres de luz, pero a veces es más agradable dormir cinco minutos que ponerse a meditar. Vivimos encerrados en este cuerpo que nos permite experimentar la realidad del mundo, y no tiene
nada de malo dejarnos llevar por los instintos y de vez en cuando echarse unos tragos. Pero nuestra mente sabe que hay mucho más. Quienes tienen algún tipo de clarividencia saben que no es más que una prueba de la realidad eterna, ya sea del cielo o de la fuente universal a donde todas las almas regresan. En mi experiencia sí, existe la reencarnación, lo cual no sé si sea hermoso o trágico considerando que los suicidas están condenados a regresar justo donde se quedaron. Tenemos la opción de dejar de reencarnar una vez que hemos vencido a la rueda samsara del dolor… Pero soy esclava de mis amores actuales, y no sé cómo pero en mi siguiente vida quiero a mi mamá (tal vez no como mi mamá), a mi abuela, a mi esposo y a mi hija. Mi donador de esperma se puede ir mucho al carajo, al igual que la mayoría de mis exes huleros. Una vez encontrado el amor verdadero es imposible soltarlo. Fui esclava de mis ansias de trascendencia de Maslow, ¿pero de qué sirve que gente que no conoceré sepa que fui escritora hace siglos? Mis prioridades cambiaron, y ahora me hace más feliz llevar a mi hija a un taller de plastilina de la Feria del Libro que firmar autógrafos para desconocidos.
Escribir ya no es una actividad que me apasione especialmente. Ya no es un fin, es un medio para expresar mis ideas, pero para mí tiene más valor comunicarme en tiempo real con mis radioescuchas de Exa FM León. Ya no me obsesiona, ya no me quita sueño planear la tercera novela ni publicar los libros inéditos. Tengo menos competencia como vidente, gano bien para el par de horas que trabajo, y ayudo a otras personas. ¿Qué más puedo pedir? Me he vuelto esclava del dinero, lo cual me encanta. Como artista con la idea de ser una muerta de hambre con tal de que me lean, la transición ha sido fundamental para asegurar el futuro de mi familia. Por fin aprendí a ahorrar y a administrar. Si Dios no lo quiera me quedara viuda, podría sacar adelante a mi hija sin tener que buscar quién me dé chivo (frase local). Mientras tanto a disfrutar, a disfrutar porque ayer falleció Quino y hace un mes despedí a dos de mis tíos. Prefiero ser esclava de la alegría de vivir que de las lágrimas “por este mundo podrido”.
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Incipit. Nuestros confines Mi prisión será mi tumba antes de ceder un ápice; pues mi conciencia no se debe a ningún mortal. William Penn
La apatía como respuesta social del fenómeno de invisibilización de quienes nos rodean está en vínculo constante con la tragedia, porque, aunque se conozcan las diversas problemáticas en las que vivimos, no provoca o no confronta de manera total, porque se piensa A mí no me ha pasado o No es de mi incumbencia y se deja pasar. Existe un encierro donde no se permite la entrada a maneras distintas de opinar o de cuestionar las realidades; es en este espacio donde discurso que se emite o emitimos se vuelve relevante, porque las palabras poseen un poder al estimular no solo desde lo fonético, sino sobre todo desde lo semántico. “El uso general del lenguaje consiste en trasponer nuestros discursos mentales en verbales: o la serie de nuestros pensamientos en una serie de palabras, y esto con dos finalidades: una de ellas es el registro de las consecuencias de nuestros pensamientos, que siendo aptos para sustraerse de nuestra memoria cuando emprendemos una nueva labor, pueden ser recordados de nuevo por las 1 palabras con que se distinguen.”
Las prácticas cotidianas han sido expuestas en la literatura, “… cuando un código asocia los elementos de un sistema transmisor con los
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elementos de un sistema trasmitido, el primero se convierte en la Expresión del segundo, el cual, a su vez se convierte en el Contenido del primero.”2 El cruce entre lenguaje y sociedad brinda la oportunidad de analizar cómo el poder se refleja en las obras literarias a través del proceso discursivo y torna lo indiferente en relevante porque visibiliza situaciones que no eran vistas. “¡Cómo me pesa en estos momentos mi madre y su familia revolucionaria!, sí mi general, aunque hayan sido de esos que no tenían nada hasta después y ahora resulta que son de nombre y prestigio. Me pesa mi padre que no conocí, ¿Quién soy? ¿Qué soy? ¿Qué debo ser? Ya entiendo, los griegos, el teatro isabelino, etc., 3 etc.”
La novela dice Michel de Certau4 es el zoológico de las prácticas cotidianas desde que la ciencia moderna existe. Entender la importancia del género literario significa borrar la indiferencia que la ciencia ha atribuido a literatura ya que es una "habilidad del decir" exactamente ajustada a su objeto. El reconocimiento literario, exige correlacionar lo cotidiano con lo conceptual, se transforma en una
Thomas Hobbes. (2007). Leviatán. Argentina: Losada. Capítulo IV s/n. Umberto Eco. (2015). Tratado de semiótica. México: DeBolsillo. p.83 Silvia Molina. (1985). La mañana debe ser gris. México: SEP. p.66 Michel de Certeau. (2000). La invención de lo cotidiano. México: Universidad Iberoamericana. pp. 87- 98.
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caja de pandora que desata demonios internos que identifican el discurso y la presencia de la memoria que muchas veces se deja de lado, en el espacio privado, en el espacio del absurdo, de lo denostado, de la exclusión. El momento literario ofrece un trabajo consciente, permite la existencia de un tiempo – memoria para el acontecer sonoro y semántico. En su interior se gesta la transformación de la grafía a la palabra, de la palabra a la oración, de la oración al texto, del texto a la emoción. Se nos suspende así el alma ante la cotidianidad. Se visibiliza lo oculto, lo que no transgrede, lo que no que no se pretende ver. La palabra como materia prima, nos lleva a enfrentarnos a una red de semántica casi infinita, afirmar que sólo hay una direccionalidad concreta en la literatura, como en la vida, sería un sentido reduccionista. La vida cotidiana se observa, se siente con palabras o silencios, visibilizarla es comprender el proceso social de cada individuo, entender aquello subjetivo, permitiendo que se entrelacen redes sociales que muestran las diferencias aún en la semejanza. Susan Sontag5 comenta que ser espectador de calamidades es una experiencia intrínseca de la modernidad, y es esa adversidad la que puede interpretarse bajo diferentes ópticas y por lo tanto el actuar se pretende heterogéneo, lo que daría de facto una cotidianidad más intensa, llena de perspectivas individuales y sociales. Las diversas áreas del conocimiento han buscado enfocarse o reducirse a un mínimo campo de acción, se han encerrado en su todo y en su nada; así el abogado sólo entiende de leyes, el arquitecto de planos o el literato de literatura. Se reduce a un celo profesional o en el último de los casos por el descomunal desconocimiento de cultura general se hacen prisioneros de soberbia y egolatría. Los medios de comunicación se han instituido como pilares básicos de la sociedad neoliberal de este siglo, a través de ellos se vive el mundo globalizado y muestran lo sucedido aún en el espacio más recóndito. Hoy no se espera a que los rapsodas, juglares o trovadores lleven con su oralidad los hechos acontecidos, hoy, en segundos se encuentra alguien informado o desinformado (según sea la ideología del MCM) por medio del lenguaje mediático, prisioneros somos de unas cuantas opiniones. ¿Nos lo permitiremos? La literatura no puede ser encasillada sólo con la narrativa y la poesía escrita en los libros tal y como se les conoce, en ella se deben incluir las nuevas tecnologías que proponen los medios de comunicación (las páginas Web, las revistas y diarios impresos, los e_books o las redes sociales). Jurgen Habermas6 menciona que la acción comunicativa es la interacción de por lo menos dos actores capaces de desarrollar un lenguaje y una acción, 5. Susan Sontag Escritora y directora de cine considerada una de las intelectuales más influyentes en la cultura estadounidense de las últimas décadas. Ganadora del premio Nobel de Literatura. Autora de Ante el dolor de los demás y Contra la interpretación y otros ensayos. 6. Jurgen Habermas propone aclarar la vinculación de la teoría con la praxis, esa perspectiva tecnocrática que reducía la praxis a la mera aplicabilidad técnica. Critica científicamente a las sociedades del capitalismo tardío. Supera el concepto restringido de razón que brinda el positivismo y defiende el concepto de razón amplio e inclusivo sobre el que pueda sustentarse no sólo la ciencia empírica, sino también la ciencia social, la ética, la moral o la política.
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estableciendo una relación interpersonal que se centra en la interpretación, refiriéndose principalmente a la negociación de definiciones de la situación. El lenguaje ocupa en este esquema un lugar fundamental, el entendimiento lingüístico aparece como un mecanismo de coordinación de la acción. Los medios de comunicación en México no cuentan con una programación que fomenten, difundan o exploren las obras literarias. Por ejemplo, la televisión que es uno de los medios por excelencia y que se ha convertido en una especie de conciencia social, un árbitro que filtra, modifica, construye valores y creencias cuenta con un poder colosal, sobre todo si se trata de televisión abierta. Este medio es una herramienta poderosa para el desarrollo cultural, su carácter masivo, la coloca en un lugar privilegiado de difusión, pero no se debe olvidar que la televisión es parte del mercado y se encuentra sometida a la lógica de la compra y venta. Esto puede hacer pensar que las obras literarias no podrían estar o concurrir en las barras de programación televisiva, sin embargo, en otros países, incluso del continente americano se elaboran propuestas de metatelevisión, involucrando proyectos dedicados a la difusión de la cultura, la literatura y el acercamiento de ésta y sus autores con el público masivo.
Pierre Bourdieu7 expone que dentro de cada sociedad siempre se encuentran personas que se adjudican el dominio y el poderío de la palabra en referencia a determinados temas, imponiéndose al discurso de los demás grupos de individuos. Se presenta en este punto el anhelo de manipular monopólicamente un campo de producción cultural y el logro de la legitimación a los portadores de ese saber simbólico que permite y justifica un discurso que insta a la indiferencia y la invisibilización. El escritor uruguayo Eduardo Galeano ha dejado escrito que la palabra tiene sentido para quienes quieren celebrar y comparten la certidumbre de que la condición humana no es una cloaca. En este sentido, quienes pretendemos ser voz requerimos de una interdisciplinariedad que nos apoye a renovar el conocimiento con ideas y esquemas que permitan acercarnos con más naturalidad a quienes nos rodean, manteniendo una mente abierta para poder discernir dentro de su subjetividad la objetividad, pensemos que nuestras opiniones más afincadas, serán también las más inciertas, porque ellas forman nuestro fondo, nuestros confines y nuestro encierro.
Itasavi1@hotmail.com Facebook: Blanca Vázquez Twitter: @Blancartume Instagram: itasavi68
7. Isabel Jiménez. (2000). Pierre Bourdieu: Capital Simbólico y Magia Social. Argentina: Siglo XXI Editores.
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Desvaríos de la freaky neurosis. Respira profundo “A veces cuando yo me pierdo y busco una motivación, las cosas caen y no las siento, no sé a dónde voy”. A veces. / La Ley
La tristeza, ansiedad y pensamientos negativos, me han vuelto su rehén, desde que tengo memoria. Los orígenes de esta conducta se remontan a la infancia, pero honestamente ha pasado tanto, que no deseo recordarlo. Tuve una madre muy estricta y un padre neurótico; a los cuales culpé durante mucho tiempo; hasta que llegué a la edad adulta y entendí los sacrificios que hicieron para darme techo, alimentos, educación y buena calidad de vida. Entonces comprendí la grandeza de mis padres y agradecí a la vida por tenerlos. Cuando era niña y sentía ganas de vomitar, mi madre me pedía respirar profundo. A veces pienso en ello, en todas las veces que me enfrento a una situación angustiante, cuando las náuseas me invaden porque estoy demasiado aterrada para tomar acciones concretas. Las situaciones que me generan miedo son diversas; podría asegurar que casi todo me genera angustia. A veces, es más fácil evadir las responsabilidades, por temor a que ocurra algo negativo. Tiendo a sobrepensar las cosas y eso me angustia. Pero entre todos mis miedos, el peor es aquel relacionado con el trato hacia las personas. Odio por ejemplo, salir a la calle y que alguien me mire. Me gusta pasar desapercibida, me siento cómoda en el anonimato. Detesto encontrar algún conocido y tener que saludarlo. En general, evito lugares concurridos, siempre tomo las rutas o caminos menos transitados. Estar
con extraños me genera angustia; y cuando son reuniones familiares o de amigos, las evito. Me siento estresada porque no me agrada cuando las personas juzgan mis decisiones. En la medida de lo posible, evito problemas y no me inmiscuyo en la vida de los demás, pero tampoco me gusta que se metan conmigo. Cuando alguien comenta algo negativo sobre mí, esa idea me persigue por días. Por lo general, mis amigas se sienten con la libertad de aconsejarme, cuando ni siquiera se los pido. No comprendo por qué las personas creen que ellos podrían tomar mejores decisiones sobre mi vida o mis ocupaciones, que yo. Simplemente deberían vivir sus vidas y dejar de meterse en lo que no les incumbe. Me angustia tratar con las personas por eso, por temor a ser juzgada. Son pocas las personas con las cuales, no me siento así y con ese limitado círculo, sí me agrada estar: por ejemplo mis hijos y mi novio, quienes me aceptan y me aman, a pesar de mis limitaciones. Debido a mi profesión, a veces es inevitable el trato con la gente. Y aunque octubre 2020
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detesto dar consultas, lo hago por necesidad. Ya he dicho que estar con extraños me angustia; no sólo por el trato; también al momento de realizar un plan de alimentación. Me agobia pensar que los alimentos del menú, puedan desagradar al paciente, o que el plan de alimentación no funcione. Entonces, me toma mucho tiempo hacer la planeación. Esperar al paciente citado, también me genera estrés. Incluso, tener que cobrar por mis servicios, me atemoriza. Hay un ciclo que no puedo romper; reacciones en cadena de: angustia, tristeza, estrés y miedo paralizante. Siempre hay esa sensación de que no soy lo suficientemente valiosa y por ello, nada de lo que haga, importa. Me resulta difícil iniciar algo o tomar decisiones; y una vez que las tomo, realizar el siguiente paso. Tampoco puedo conservar amistades; detesto hacer llamadas telefónicas o mandar mensajes para preguntar cómo están. En general, no me agrada molestar con ese tipo de cosas. Tal vez tengo alguna especie de trastorno de ansiedad; no lo sé, pero hay días, que me cuesta levantarme para continuar. Pienso en la muerte de forma constante; en esa certidumbre de que no habrá descanso, hasta el final de mis días. Sin embargo, no atentaría contra mi vida; amo demasiado a mis hijos y no deseo abandonarlos. Además, le temo al dolor físico, y siempre he creído que la agonía, antes de la muerte, produce dolor (hasta para eso soy cobarde). En verdad, no sé cómo he podido sobrevivir hasta los cuarenta y un años; quizá ha sido porque tengo un enorme ego, el cual me obliga a continuar. Cuando intento algo nuevo, siempre imagino los peores escenarios, y eso me causa terror; al grado de no poder reaccionar. Por eso, últimamente, sólo hago las cosas sin pensarlo tanto. Una vez que tomo acción, los temores se disipan. Aunque la mayoría de las veces, sólo cierro los ojos, enjugo las lágrimas y aplico el consejo de mi madre: respirar profundo. Después, todo está bien.
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Nos vemos en el slam. La Periferia, una galería inolvidable La Periferia es una galería inolvidable en la historia del ambiente contracultural de Mérida. En este lugar que alguna vez estuvo en la calle 54, entre 53 y 55, de la capital yucateca se realizaron desde exposiciones transdisciplinaria hasta mesas paneles. Al seguir con el sentido nostálgico de esta columna, recordaré algunos momentos que disfruté como espectador en este desaparecido espacio bajo la administración de los gestores culturales Dévora Carnevali y Omar Góngora entre los años 2007 y 2010. Una de las cosas que más me agradaba de este lugar era su fachada cambiante. Aprovechando la blancura que rodeada sus ventanas y puertas, en varias ocasiones artistas intervinieron este espacio de maneras muy diferentes lo que demostraba la vitalidad artística del lugar y su diferencias con las casonas de la zona. De todas estas intervenciones la que más está en mi memoria fue titulada “Súper Cristos”, hecha por Pedro Medina y Francisco Mex. Estos artistas retrataron al hijo de Dios con los cuerpos de superhéroes y si no estoy mal, perduró un buen rato o casi hasta el final de la galería un Cristo muy musculoso que asemejaba a Hulk. La Periferia cada semana tenía programados varios eventos y uno de los que más me gustaron fue su presentación de performances. Me acuerdo de que llegué a ser auxiliar en uno de ellos protagonizado por la artista Yanín Elizalde Givaudan. Ella se enterró en el patio de la galería que colindaba con un tugurio que también tuvo sus momentos dorados, y únicamente quedó a la vista su cabeza, eso era todo. Los asistentes no entendían qué hacer, si aplaudir o irse, esperar algo, al final decidieron desenterrar a la mujer, quien tituló a su performance “El Arte de la Libertad”. Otro de los performances que no olvido es “La Cosecha” de Estefanía Rivadeneyra. La artista nunca apareció pero sí hubo octubre 2020
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comida y vino por montón, al final se entendió la crítica hacia todos los que íbamos a las presentaciones “interesados” por la obra, pero más para tener una cena gratis. En La Periferia también me encontré en varias ocasiones al artista multidisciplinario Omar Rosiles, ya fallecido. Él presentó en la galería una exposición bautizada como God & Goods en la que hubo pintura, muralismo, arte-objeto y performance. En mis archivos cerebrales aun existe la exposición de Gabriel Quintal. Un tipo muy apegado al cerdo, así es, este animal de granja era la materia prima de su obra. Utilizaba su sangre, piel y cabeza para sus momentos creativos. El día que presentó en La Periferia “Carnes, Fiambres y algo más…” hasta un puerco vivo fue amarrado en el patio. La Periferia es otro de los lugares que extraño por que era un espacio de constante actividad que se convertía en punto de reunión de gente amante del arte y de los buscadores de fiesta en el centro histórico. En varias ocasiones tocaron grupos de música y dj, muy experimentales, se realizaron presentaciones de libros y también de la revista Generación cuando se dedicó un número a Yucatán. Hoy el lugar donde estaba La Periferia es una casa más del centro histórico de Mérida y su Cristo musculoso ha desaparecido, quien viva en este lugar, quizás se le aparecen fantasmas de eventos de una época dorada en la contracultura de la capital yucateca.
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