Revista delatripa 36

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Número 36. Junio 2017.


Revista

No. 36. Junio 2017. Es un proyecto de la Catarsis Literaria El Drenaje. Editada en Ensenada, Baja California. Revista de Circulación Mensual. Dirigida por: Adán Echeverría. Edición: Larissa Calderón. Colaboraciones a romeolobos@yahoo.com.mx / Consejo Editorial: Paty Rubio, Joelia Dávila, Cristina Leirana, Roberto Cardozo, Mario Pineda Quintal y Anel Mora.

Contenido

La poesía como insecto.

Gerardo Farías.

El ojo en la acera de enfrente.

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Waldo Contreras López

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Análisis de la construcción poética de Muerte sin fin, de José Gorostiza.

La memoria del pájaro.

Michel Noemí Sánchez Pech.

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Capítulo piloto.

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Dando vueltas con Silvia.

Ángel Augusto Uicab

La Chata. Juan Torres Velázquez.

El bestiario de Julia Pastrana.

Uriel Martínez.

María Jesús Méndez Silvia Polanco Euán

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Niebla.

Paty Rubio.

Mi punto de risa.

Roberto Cardozo 101

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La Niña TodoMePasa dice: Jéssica de la Portilla Montaño

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Incipit.

Los mayas incluyentes de los sordos.

Mirta Avilés.

Blanca Vázquez

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Nos vemos en el slam. Mario E. Pineda Quintal

Kylie Jenner mató a Kim Kardashian. Jéssica de la Portilla Montaño.

Una cara de venganza. La maestra.

Paty Rubio.

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Internado. Addy Castillo Espínola.

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Gema E. Cerón Bracamonte

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Waldo Contreras López.

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Desvaríos de la freaky neurosis.

El corredor de las ninfas (fragmento de novela). Adán Echeverría.

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Sofía Garduño Buentello 99

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Las manos de Pablo. María Nieto.

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Demersales en A mayor.

Para qué la mataron. Waldo Contreras López.

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La poesía como insecto o ¿qué cosas son los poemas de José Agustín Solórzano? Gerardo Farías. Un buen verso es como una cucaracha: sucio, inevitable, y sobrevivirá al fin del mundo José Agustín Solórzano

Intro. Un poeta. Vaya usted a saber qué cosa es un poeta. La verdad es que nosotros llamamos a las cosas con muchas palabras y de muchas maneras, y nunca atinamos a nombrarlas como se debe. Siempre hay algo que se nos escapa, algo que no queda claro. El poeta, empecemos por ahí, lo sabe muy bien: él sabe que no se puede: él está consciente de no saber cómo decir las cosas. ¿Cómo decir algo, cualquier cosa, de la forma más precisa? No lo sabe y es entonces cuando nace su curiosidad. Un poeta es alguien que es nuevo al lenguaje. No es cierto que un poeta conozca el lenguaje a la perfección. Lo que sucede es que el poeta se enfrenta al lenguaje como un arqueólogo o un antropólogo que está descubriendo algo donde los demás veían cosas comunes. Donde la mayoría de la gente ve una piedra, el arqueólogo ve un hueso, una nueva especie, un pedazo de historia. Pero, dejemos esto en claro, nunca sabe qué cosa es exactamente, al menos no a primera vista. Habrá de pasar su escobetilla sobre el polvo y limpiar la pieza, excavar, extraer; sacarla, pesarla y medirla. Así, el poeta se enfrenta a las palabras: como cosas nuevas y desconocidas. Las descubre. Y luego, nos muestra su hallazgo. Conocí a Agustín en una zona arqueológica donde abundan los poetas: un bar. Estoy seguro de haberlo visto antes, pero para mí esa ocasión fue cuando lo dejé de ver como un borracho más y, por un breve momento, no sé si le vi el aura o fue un olor medio fétido… Vaya usted a saber cómo huele un poeta… pero por un breve instante algo me dijo que estaba tomándome una cerveza con un hombre de esa calaña. Después de los tres segundos de revelación, lo volví a ver como lo que es: un hombre chistoso, enojón y que le gusta tomar.

Qué clase de arqueólogo es Agustín, me pregunto. Después de haber leído sus cinco libros, creo que he llegado a una pequeña conclusión: me disculpo. Él es un entomólogo. La palabra insecto viene de la palabra latina que significa “incisión”. Esto por la forma en que parecen estar divididos los insectos: en varias partes. Muchos insectos tienen exoesqueletos, es decir, están invertidos, los huesos los tienen de fuera. Los poemas de Agustín muestran cosas de él, del ser humano, de cualquiera de nosotros, que nos emocionan y molestan. delatripa 36

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Todos —siendo honestos— nacemos poetas y científicos, todo nos causa curiosidad: las cosas y las palabras. Agarramos el reloj de papá y lo rompemos para ver qué tiene adentro, ¿de dónde viene ese tic-tac?; agarramos el lenguaje y hacemos malabares, ¿qué cosa es el amor y cuánto pesan sus letras? Agustín escribe para las cosas nimias y la gente nimia, por eso me gusta su poesía. Después de que nos muestra un bicho raro, nos lo permite ver e incluso tocar, no se detiene en los tecnicismos ni en las etimologías (así como yo). A veces, los bichos son interesantes y magnéticos, en otras, son espeluznantes o viscosos. A ratos, sus poemas-insecto nos hacen cosquillas, nos dan ternura pero seguimos arrugando la nariz.

2.

En su primer libro, Versos, moscas y poetas, Agustín nos deja muy claro cómo es su poesía. Se le nota a leguas que es su primer libro. El libro tiene prólogo y epílogo. Sólo los escritores muy conscientes o muy temerosos o los falsos modestos prologan o epilogan sus propios libros. Ahí está Borges, ¿no? (Y siendo honesto, yo mismo he cometido el mismo feliz atrevimiento). Su prólogo tiene tres poemas: “Acto preparatorio”, “Advertencia” y “Advertencia II”. ¿Por qué hace esto? Quiere preparar al lector. El lector que tiene este poeta en la mente es un lector ñoño y desenfadado, un lector que le gusta leer hasta las notas al pie, pero que reniega de ellas. Porque sí, hay notas al pie en este poemario. Me sorprende que sea un estudiante de letras no titulado. Bien que le gusta lo académico, pero le gusta lo lúdico de la academia. Esa palabra le revolotea en la cara como una mosca, de vez en cuando, y lo molesta. Se la espanta con burlas o versos

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agresivos o, como en su último libro, con un verso de Shakira. Tengo entendido que esos poemas, los del último libro, los escribió por el mismo tiempo que el de Versos, moscas y poetas, pero fue hasta hace poco que encontraron lugar en una editorial. Leer su último libro es como leer el primero; eso está bien, así es en la literatura, porque es falso eso de que la escritura de uno evolucione. Los mejores insectos no han cambiado su morfología en siglos, qué vamos a andar nosotros transformando unos cuantos balbuceos finitos. Así como las hormigas nos remiten a un ejército pero sin las matanzas masivas. O así como la mosca nos recuerda a las palabras aburridas y molestas. O así como las cucarachas nos recuerdan nuestros mayores temores (más si vuelan). Así se aparecen los poemas de José Agustín en nuestro rostro y se quedan revoloteando en la mente un buen rato. En “Adán y Edén”, la primera parte de Versos, moscas y poetas, encontramos una voz lírica (Adán) que se encuentra solo en su “paraíso” y no le queda otra que pensar en la soledad, en la tristeza, en la muerte, en el silencio… todo esto mientras se rasca las pelotas. La ironía le hace cosquillas a la melancolía. Como lo hace cualquier otro hombre o mujer cuando están solos y se ponen a pensar. Casi todos sus poemas parten de ahí: de una voz solitaria que se rasca las ideas y luego se las saca de la nariz, las hace bolita y las avienta en la página. El soliloquio reaparecerá en su Monomanía del autómata. Un hombre solo que se mira hacia ADENTRO y hacia AFUERA. Es un poema de largo aliento, así se les dice a los poemas que tienen muchísimas páginas. El aliento de ese poema es entrecortado, la verdad, como que a ratos no puede respirar bien, a ratos bosteza, tose, escupe, tararea o murmura.


Sin embargo, hay tres voces claras: es un diálogo extraño entre tres entes. El yo lírico que puede ser o no el poeta, un tú lírico que es una tal B, que puede ser o no Berenice, su pareja, y un ente abstracto que es la libertad.

3. En Ni las flores del mal ni las flores del bien pasan dos cosas muy interesantes. Es gracioso usar la palabra “pasan” para hablar de un poemario. Normalmente en los poemarios no pasan cosas, hay imágenes, hay metáforas, hay perplejidad, hay meditación, hay contemplación del mundo. Todo eso se puede encontrar en la poesía de Agustín, no se espante ávido lector, pero pasan también cosas. Y eso se agradece. La primera es que los muertos regresan de sus tumbas y se ponen a escuchar lo que Agustín les tiene que decir: los muertos son poetas. A veces les reclama y en otras les pide perdón. Pasa que Agustín no tiene con quién jugar a cazar bichos y se pone a jugar con sus amigos del cementerio poético. Y ahí salen Neruda, Paz, Nogueras, Baudelaire, pero también algunos amigos vivos que, como él, son o tratan ser poetas y borrachos: Armando Salgado y Alejandro Ontiveros, entre otros no mentados. Al leer, compartimos unas trasnochadas conversaciones con todos ellos. La otra cosa que pasa es que los poemas nos hablan de una cotidianidad inmediata, que no podemos evadir y que traemos todos encima. Ahí aparecen las redes sociales: el Facebook, el Twitter, el OXXO, el videojuego, el cajero. Eso mal llamado “posmodernidad”. Todas esas cosas que vemos diariamente como cosas comunes y aburridas. Bueno, pues Agustín, arqueólogo-entomólogo las descubre como animales que nos pueden hacer pensar en los fósiles del pasado. Así como un avestruz nos puede hacer pensar en un

velociráptor; así, un videojuego nos hace pensar en las dudas existenciales. Agustín nos habla de su vida diaria y la va convirtiendo en un poema, escribe listas para el supermercado y la lista se le convierte en poema. O le pasa al revés: quiere escribirle un poema de amor a su mujer y le sale un chiste.

4. En su más reciente libro, Dos versiones del libro que no escribí, nos encontramos con otro juego que me permite extender la analogía del investigador de campo que va pasando su escobetilla sobre unos pedacitos de pasado. Este libro es un manuscrito comprado. “El compilador” nos dice que se lo agenció gracias a un poco de dinero, y que el poeta le dio sus poemas sin chistar, casi gustoso por deshacerse de ellos. Es un libro que es dos en uno, como un casete con sus lados A y B. El primer lado, Antología de papeles rotos, tiene poemas varios en verso y en prosa, algunos con título y otros sin él, con el primer verso en negritas; algunos empiezan con mayúscula y otros no. Efectivamente, uno siente que está leyendo poemas hechos en papeles rotos. Ése es el tono, muy bien logrado por Agustín: melancolía echa bolas de papel. De todo lo que quiso tirar en el 2012, hubo varias cosas que valían la pena y las rescató. La segunda parte, como su título lo dice, es una crónica cantinera, El lado alcohólico del corazón. Tiene más de treinta pequeños textos escritos en prosa que simulan la conversación del poeta con una mujer que conoció en una cantina. Me parece una burla genial del Mario Benedetti de “El lado oscuro del corazón” y sus intentos por ligarse a una mujer en un bar, recitando uno de sus poemas más cursis, “Corazón coraza”, y, además, en alemán (¡!). delatripa 36

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Creo que a José Agustín le pasó lo mismo que a mí: no nos gusta la película argentina por cómo echa a perder la poesía de Oliverio Girondo. La poesía no sirve para comprar comida ni para salvarte de la muerte. Eso no lo entendieron quienes hicieron el filme. Pero la poesía sí nos puede servir para crear empatía con las aversiones, ¿por qué no? En este libro aparece de nuevo un soliloquio, porque nunca leemos lo que la mujer dice, pero lo entendemos, está sugerido en el “hablar” del poeta borracho. Este poeta borracho, a pesar de que sabe que la poesía no le servirá para ligar, insiste. Y es, precisamente, en la negación de la poesía como herramienta para conquistar a la dama con lo que se forman poemas divertidos, sorprendentemente profundos y que a cualquiera lo pueden llegar a conmover; como cuando uno está crudo y ve el atardecer, y llora. La ridiculez asumida de lo cursi, la autoparodia, eso es lo que salva a estos poemas. Es un intento por borrarse a sí mismo. José Agustín reniega del “joven poeta” que alguna vez fue. Lo interesante es que al renegar de sí mismo, no hace otra cosa que devolverse, reiterarse, ¿renovarse?, ¿acaso eso se puede? Para no contradecirme diré que no, que no hay renovación, sólo juego, trucos y jiribillas. De eso va la poesía y cualquier arte, como la magia: va de hacer creer al espectador que siente (ve, huele, toca, oye o prueba) algo que no está ahí. El lector hace un pacto y de eso depende que haya o no poesía. La poesía es el elogio de una ausencia. Quiero citar, para concluir este texto, las líneas finales que ese “compilador” hace para presentar el libro: En parte traición, en parte homenaje, Antología de papeles rotos y Crónica de un conquistador de cantina —ambos títulos míos— son los vestigios de un hombre que hoy sólo nos queda en palabra. Esa madrugada, antes de irme de su casa le pregunté si estaba seguro de darme sus textos y él me dijo: “Cuando abras la puerta asegúrate de que el perro no se escape” En este libro el perro sigue adentro.

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Análisis de la construcción poética de Muerte sin fin de José Gorostiza. Michel Noemí Sánchez Pech

Las palabras son el artefacto de vida del poeta, las construye desde el interior y éstas se hacen precisas con el lenguaje; su resultado será una catarsis interior, una revolución del ser, proyectada en los versos de la poesía. Múltiples han sido las lecturas de Muerte sin fin, poema nacido desde la sabiduría y la complejidad de la mente creativa del poeta mexicano José Gorostiza; en él y en sus versos se construye un universo que procrea tópicos ilimitados y por consecuencia interpretaciones infinitas. Personificado a través del vaso y el agua, el ser se proyecta en un Dios, en el alma y el cuerpo. Muerte sin fin ha sido acreedor junto con el Primero Sueño de Sor Juana, a ser uno de los poemas más emblemáticos de la Literatura mexicana, en él se encuentran lo místico y lo indescifrable. El presente ensayo solo es una lectura más sobre otras. Comprendo la complejidad de dar una voz crítica al texto, no obstante, creo que la lectura es una maraña de pensamientos, algunos toman forma y otros quedan al aire. Sin duda Muerte sin fin es de esos versos que requieren más de una sola lectura. Comenzando con el título, el texto anuncia lo inevitable, la muerte de algo o de alguien. La repetición infinita desencadena la angustia de no saber si es el cuerpo o el alma quien derivará a la inevitable finitud. Tres son los epígrafes del texto, tomados del libro de Proverbios de la Biblia aluden al compañero del viaje de la muerte: la sabiduría; aquella que no se limita y que acompaña al poeta junto con la entidad de Dios al camino de la muerte en espiral que el autor propone. La palabra forma parte del corpus metafísico del lenguaje que junto con la presencia de

Dios forman una trinidad palpable que desencadena en la inteligencia. La primera parte del poema sugiere una lectura que evoca al poder y a la supremacía del poeta por encima de la de Dios; lleno de mí, es decir, en toda su plenitud de vida, pero a la vez en su epidermis, es decir en la finitud del cuerpo en la cárcel del espíritu que algún día morirá acechado por el Dios niño que juega con él y lo ahoga con la luz que sólo él proporciona a la tierra, a la vida y al hombre. Siguiendo con el texto la aparición del agua comenzará a ser descrita a través de holandas de nubes, cánticos del mar y la espuma marítima, él se descubre con el agua. En la segunda parte del poema el Dios comienza a nombrarse en mayúscula y el contenido del agua va dando forma al alma perdida; ésta vive en el verso de manera violenta y dura, para personificarse en el vaso con agua. La forma métrica del poema, dado que es una ‘silva’ produce esa sensación de extrañeza conforme se avanza en la lectura, las imágenes, el juego de palabras y la sonoridad crean una atmósfera compleja que confunde la intención del texto de hacer una oda a la inteligencia, más que a la de Dios. Para concluir, el texto presenta diversas figuras retóricas que hacen su lectura, aún más compleja; a pesar de esto incitan al lector a entrar más de lleno en el poema y leerlo desde donde su autor quería: la inteligencia. Muerte sin fin, podría ser uno de los mejores poemas del siglo XX mexicano, invito al lector a leerlo y replantearme está premisa tan atrevida y constatar ante el papel su veracidad.

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La Chata

Llego casi corriendo a las calles de esa terrible colonia perdida en medio de la cuidad, pero al cruzar la avenida el temple y seguridad deben ser distintos; arreglo la corbata dando un fuerte tirón, acomodo la camisa y hasta en un momento de distracción me miro en el reflejo del parabrisas de un automóvil que se estaciona a media calle a fin de impedir el paso a posibles patrullas policiales. Los niños que salen de la primaria a esa hora corren sin saber la de tropelías que en esas calles se fraguan, la hora en que adictos y distribuidores andan más nerviosos que a medianoche, le temen a la necedad de las madres de familia que piensan que ahí se vende delincuencia y un estilo de vida deprimente. Ellos no opinan igual, lo reflejan sus miradas de desdén hacia todo, y el deseo descarado a los cuerpos de las niñas de diez o doce años; lo dicen esos insultos inimaginables y obscenos entre ellos y de tan subidos de volumen como dirigidos hacia todo el universo exterior, lo dicen sus cuerpos tumbados en la acera y recargados en la barda trasera de la escuela. Lo dice su silencio de acechanza, de insidia, de orgullosa marginalidad y recelo. Pero yo debo aparentar normalidad. Desde el día en que caí preso mis precauciones se extremaron. Bien podría pasar por un profesor de escuela, padre de familia o triste oficinista de regreso a casa, un joven educado de futuro promisorio, y no el hombre que entrega su vida al vicio por mero placer, o eso dice para justificarse. Prefiero los días jueves porque hay un tianguis ambulante ubicado a dos calles del punto; por si un día hay que correr y escabullirse entre las colonias y de ahí al deportivo y a un lugar lejos de ese lugar que siempre me pone nervioso y drogado ya de por sí. 10

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Juan Torres Velázquez.

Es extraño. No hay nadie en la puerta, como siempre: ni la Doña ni sus trabajadores, alguno de los cuatro hermanos junkies que atienden la narco tiendita, ni la viejecilla que en horas difíciles o peligrosas disimula una enfermedad artrítica y bajo su delantal esconde grapas y bolsitas de cocaína, paquetes medianos y grandes, marihuana y pastas azules o sin color. No hay nadie. Toco dos veces la puerta y espero al otro lado de la calle, no vaya a ser que de nuevo una patrulla pase por el sitio y me pregunte qué carajos estoy esperando, y yo igual que aquella vez no diga nada sino camine imperturbable esperando no provocar demasiado a los perros vestidos de azul. De aquí no sale nadie sin ser visto, ojos ocultos ya te reconocieron detrás de las cortinas de las casas aparentemente abandonadas. Los vagos adictos que están tirados en la banqueta a dos cuadras del lugar no dicen nada ni dirigen siquiera una mirada, como si no supieran o no les interesara lo que pasa. Veo movimiento a través de la cerradura de la puerta, algún tejido de una falda, los gritos de una niña y el ladrido tímido de un perro: no hay nadie, es decir no hay alguien que me pueda atender y como los inquilinos de la casona saben a qué van las personas y tocan a cada rato por lo regular no abren ni se molestan en asomarse; hasta que se cansen o los levante la tira por convenio con la Doña, con tal de que a ella y su negocio no los molesten más que con las cuotas económicas y el pago en especie mensual al comandante policial encargado de la zona. Nada. Estoy pensando irme del lugar y busco entre mis confusos pensamientos otros puntos posibles donde hallar la delicia de mis despertares, la posibilidad de mis sueños y los minutos de mis noches de absurda opacidad. En


eso escucho un chiflido del otro lado de la calle; pensando en los peligrosos adictos al crack o los chivatos contratados por puercos judiciales; ignoro, estoy a punto de dar la media vuelta y largarme. A lo mejor más tarde vuelva a regresar, pero el chiflido se repite y cada vez más cerca de mí. Volteo y miro, es la Chata. Llega nerviosa, despeinada y agitada por completo; viste pantalón de mezclilla rojo ajustado pero que ya está desgastado y le queda flojo; una blusa roja de tirantes que descubren sus morenos, fuertes y secos, brazos y unos viejos zapatos de hombre, grandes, rotos y sin agujetas. Se encuentra muy trabada por la droga, esa mandíbula y los ojos desorbitados y el cigarro sin fumar pero con la ceniza resguardada con un dramatismo tal que el temblor de las manos provocado por la abstinencia de unos cuantos minutos transmite la desesperación y el hervidero de ansias que dentro de la cabeza de esa mujer andan a caballo. Se alacia las greñas, aunque más bien parece jalarlas como una histérica controlada. Lame sus labios resecos con una lengua de cualquier manera tan seca como la tierra del desierto. Se mueve con ansias en su propio sitio, frente a mí, tose fuerte y se frota los ojos para después mirarme, sólo un instante, y sonreír antes de volver a mirar hacia todos lados buscando seguridad. Me pregunta qué es lo que quiero, aunque ya me ha visto en algunas ocasiones pero qué hacer ante la soberana indiferencia de un adicto y le digo como siempre que sólo hierba: estoy dejando la piedra y la mona, los chochos, ácidos, tachas y todo lo demás que ya no son para este espíritu exaltado de por sí, y con el corazón a punto de estallar desde hace algunos años. Mientras lo piensa y me da sus razones por las que dentro de casa no hay vendedores (“la tira está bien cabrona, vinieron ayer cincuenta polis en operativo, echando tiros, y se llevaron a dos de los hijos de la Doña, un viejo drogadicto bien colocado que ya no pudo correr y un par de pendejos que sólo pasaban

por el lugar”) mientras miro distraído sus dos senos libres de sostén debajo de la blusa, redondos de tamaño considerable y un poco colgados. No es fea la pinche chatita ni está tan vieja, aunque estando entre viciosos nunca sabes, le calculo unos cuarenta y unas medidas que sin exagerar son más o menos perfectas (y pienso en una mejor ropa, baño diario, maquillaje, actitud y cuerpo sano) aunque a lo mejor no pase de treinta, pero la vida en la calle no te deja como si vivieras en Polanco, te fueras al spa cada quincena o compraras tus cremas en la plaza comercial. Digo que detuve mis ojos entre los senos de la Chata y no fue por pudor o respeto que no seguí sino porque me detuve en la Santa Muerte que esa mujer tiene tatuada en el centro del plexo solar, el mismo sitio donde tengo una mariposa prehispánica que según yo significa amor a la vida y al placer y la poesía. Ya no la escucho tanto, ella que de cualquier manera de enreda sola en sus argumentos o baja el tono de voz hasta silencios dramáticos, no recuerdo muchas palabras porque mi mente pensaba cuántas prisiones habría pisado esta mujer, y en cuál de todas se aceptó; imagino sus parejas sentimentales, una infancia desatada, la boca rota varias veces y un par de historias lindas, muy fugaces y fantásticas. Pero entones en medio de tontas cavilaciones e inoportuna imaginación llega el silencio insidioso: me tengo que decidir. Por veinte pesos más, en total cincuenta, consigue un poco de hierba pero no tiene bicicleta y además como que anda bien desesperada aunque se ve que ya fumó, le miro por un instante la piel reseca del rostro a la altura donde otros tienen las mejillas y acepto. Pero tengo que ir contigo, Chata, ya sabes no es que desconfíe pero uno tiene que conocer nuevos conectes y más cuando dices que aquí ya mamó. Caminamos hacia su casa, vivienda rural en medio de la ciudad, a media cuadra doblando la esquina del punto donde venden la droga y entra apresurada mientras hace la seña de que me pase y quede detrás de la puerta. Un diminuto perro negro me olisquea, pero como no tengo nada delatripa 36

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interesante se va con su costal de costillas vacío e indiferente a echar en otra parte de la casa. La Chata alega con la voz de un jovencito dentro de una habitación, que no puedo mirar porque la gruesa cortina de tela mugrienta lo impide, aunque lo imagino. —No chingues, Chata. Te la van a quitar. —Oh wey, tu préstamela tantito, ¿ya ves cómo eres? voy y vengo de volada, no me tardo—, y antes de recibir respuesta sale con una pequeña bicicleta color roja entre las manos y sonríe, le faltan los dientes delanteros y los labios secos amenazan con romperse. Antes de salir mete la mano bajo los pantalones a la altura de su flor, saca unos envoltorios de papel celofán que esconde nerviosa entre unas piedras que descansan en una cubeta empleada como maceta para una pálida sábila que se asfixia en su pequeño espacio. —Ya´sta wey— dice. Coloco mis pies sobre los diablos de la bicicleta y ella se echa a andar. Rápida, se introduce entre calles con una seguridad que sólo alguien del lugar puede tener mientras me sujeto con fuerza pues a veces pienso que es muy frágil o no tendrá pericia. Atravesamos la avenida entre carros furiosos, la Chata va mentando madres y chiflándoles para abrirse paso; se ríe entrecortada y ronca, sus hombros están muy fríos, pienso sujetándome de sus cueros secos ese día con tanto calor. A unos cinco minutos del lugar inicial, detrás de un gimnasio y a media cuadra de una tortillería la Chata nos detiene, orilla la bicicleta y entra corriendo por una puerta de madera podrida entreabierta de donde sale un niño con uniforme escolar corriendo a toda prisa. Espero pensando en la madre del niño que va saliendo de la primaria: “mientras se coce la comida vete por dos kilos de tortillas y un papel de piedra”; estoy en eso y comienzo a reír cuando sale la Chata igual de apresurada: “ya´sta” me dice y se sube a la bicicleta sin esperar que me acomode. —¿No que me ibas a conectar pinche Chata?—, y ella hace un gesto de desdén, como 12

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diciendo qué importa y me espera subida en la bicicleta. Me detengo: Para eso venimos no mames, de seguro es bien poquita hierba y si se me acaba dónde voy a comprar más si en la tiendita ya valió madres y luego a ti ni te encuentro. —¡Órale wey!— me grita al avanzar en la bicicleta y mientras de un salto me trepo de nuevo pienso mejor eso que nada. Se detiene la Chata a dos cuadras del lugar. —Oye ¿traes más dinero? Digo, nomás veinte varos más y nos la pasamos chido, ¿no te gusta la piedra, verdad? —Nah—, le digo y extiendo el billete con el Benito Juárez arrugado que de todas maneras pensaba darle por el paro y un conecte que ni fue. La Chata sonríe y me mira tierna, como si fuera su hermano o su amigo yo qué sé, como si tuviera un auténtico cariño. Regresamos al lugar a media cuadra de la tortillería y entra ahora más entusiasta que al principio. Al salir me ordena subir a la bicicleta mientras ella se acomoda debajo del pantalón, a la altura de su flor, el paquetito con el cual salió del lugar. Titubeo, casi no ando en bicicleta y jamás he tenido a alguien detrás de mí, me parece increíble el peso que se siente al traer arrastrando a otra persona en esta cosa y eso que esta mujer no pesa; la Chata me sujeta más fuerte que si estuviéramos a punto de caer, acerca su respiración a mi nuca y me da un beso en la mejilla con sabor a óxido y tabaco; sonríe, la Chata va contenta. Me da gusto la escena imprevista y sonrío por primera vez en todo el día, yo tan nervioso cuando voy a comprar sustancias pienso que dentro de la decadencia y la podredumbre y el vicio y la perdición y la mal vivencia y la adicción y todas las patrañas posibles uno puede hallarse con un momento bello; eres la banda dice la Chata después que la hice reír con mis impericias pedaleando despreocupado, sobre la avenida de regreso a su cantón, y tomándome de la mano con fuerza invita a pasar. Al entrar miro el hocico del perro husmeando en la maceta donde la sábila se


asfixia y un instante después el zapato de la Chata corriéndolo del lugar. Toma sus envoltorios, se los mete bajo del pantalón a la altura de su flor y entra a la habitación que está cubierta por la cortina mugrosa. —Ai´sta wey, tu vehículo ¿ya ves cómo no le pasa nada?, pero te pones de pinche mamón. —Ya, ya, ya. Ahí déjala ¿con quién vienes, hija de la chingada? —Oh, con un amigo que me invitó una piedrita y nos la vamos a chingar—, sale la Chata seguida de los ojos de un chaval de unos quince años sin camisa que me mira negando con la cabeza y sonriendo irónico. —¿Qué, es tu hermano?—, pregunto mientras subimos de la mano unas escaleras sucias y grasientas, ella chasquea con la lengua y con la otra mano hace un gesto de desaprobación: no le interesan mis preguntas. Abre la puerta, un pequeño cuartito de dos por dos con sólo un catre al centro y un techo de lámina que seguramente está frío, más frío que los hombros de la Chata pienso, y allá fuera con tanto calor. Bajo del catre saca una lata de refresco agujereada, forma una hilera en el suelo con los papelitos que va sacando debajo del pantalón a la altura de su flor, me hace la seña de querer un cigarrillo, se lo extiendo y hace la seña de querer encendedor, se lo doy y me acaricia el mentón con esa mano seca y callosa. Prepara su dosis, una ingestión asombrosamente pesada pienso y comienza a fumar con la mirada hacia ninguna parte, pero los ojos elevados hacia un agujero del techo de lámina que trasluce un poco de luz. Sostiene el humo por instantes prolongados que me parecen más de tres minutos, los ojos se le cristalizan y si mira que la miro se voltea hacia otro lado aunque a los dos segundos ya está de nuevo frente a mí. Da de vueltas alrededor del catre, yo estoy sentado en una orilla donde no le puedo ni quiero estorbar, viendo cómo mueve la cabeza con aprobación, sostiene el aire y se pone un poco roja; le

comienza a sudar la frente con gotitas que imagino muy frías, se intenta mojar los labios, me mira y arroja el poco humo que le queda sobre mi rostro, nublándome sólo un instante y haciéndome recordar un sabor bastante peligroso para mí. —¿Qué, no vas a fumar lo tuyo?—, y se rompe el silencio, ese instante mágico en que me siento demiurgo frente a una diosa deteriorada, el Kerouac con su tristeza oculta entre los herrumbres de esos templos ancestrales convertidos en viejas vecindades, de los altares suntuarios venidos a menos, imperios desacreditados y a punto de caer. Entonces la Chata lanza una risotada al tiempo que saca de la bolsa de su pantalón un envoltorio de papel en forma de vela y la avienta hacia la cama delante donde estoy yo. No tengo muchas ganas de fumar en ese momento, prolongo lo más posible mis ingestiones y reservo para un momento de soledad, pero esa situación es muy agradable, y aunque pienso que es peligroso el lugar (a media cuadra dando la vuelta en la esquina ayer agarraron a dos de los ayudantes de la doña, un viejo adicto que ya no pudo correr y dos pendejos que pasaban por ahí), me quiero sentir bien, así que saco de mi cartera un papel y sobre la credencial de trabajador del Estado trituro una rama que dentro del envoltorio se encontraba, la huelo y comienzo a liar un cigarrillo. Mientras la Chata ya se ha zampado dos de sus papelitos de papel lustre y con polvo blanco; le faltan otros dos. Cuando termino le pido el encendedor y me lo da sonriente. En la calle esa mujer puede inspirar temor y peligro, parece hombruna y muy violenta, el tono de su voz es rasposo y agresivo; recuerdo que cuando la conocí fue porque a un camarada difuntito lo querían engañar dando talco en lugar de coca y la Chata salió a defenderlo de los malvivientes y sus navajas y enormes puños que entre las ropas esconden amenazantes. Pero ahí, en esta situación es como un cánido amable, una mujer de sabiduría callejera, una bruja de lo mundano. Enciendo el cigarro y cuando alzo la vista la Chata se está quitando frente a mí su blusa roja delatripa 36

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sin tirantes, le miro los hombros que ya no me parecen tan fríos, esos senos tan bonitos y redondos y su tatuaje en medio de ellos; sonríe maternal y se acerca a pedirme unas fumadas de mi cigarrillo, se lo extiendo y la miro. Una adicta hermosa, pienso. Le da dos fumadas apenas y besa con sus labios desiertos mis labios, expulsando un poco del humo que gracias a ella ya me está entrecerrando los ojos. —Esto es por los veinte varos, wey—, me dice y se hinca frente al camastro, me desabrocha el cinturón con las manos temblorosas; no, si la Chata tiene húmeda su boca y de qué manera, con una agilidad enorme además. Mientras sigo fumando y sólo miro quisiera detenerla y decirle que eso no importa, para mí con sólo verla me basta, estar con ella, con que me hubiera besado y haberme permitido desprenderle un par de carcajadas. Pero ni tiempo me da. Prolongo el instante lo más posible, hasta que ella se canse y me diga que no más pero la Chata sabe cuánto tiempo desea hacer las cosas y en determinado momento no sé exactamente qué artes extrañas realiza para hacerme terminar, se enjuga los labios con mi líquido vital, hermosa rosa tierra ignota donde acaba de llover. Estoy por terminar de fumar pero ella se dispone a quemarse los dedos, desaparece el último pedazo de mi cigarrillo entre sus labios y se dirige de nuevo al otro lado del camastro donde dejó su lata vacía de refresco y el par de envoltorios que aún le quedan. Lo que pasó después se lo regalo al olvido. Sólo recuerdo que me quedé con la Chata una hora más, ella terminó de fumar su cocaína en piedra mientras yo la veía; a punto de terminar la última se me ocurrió la idea de una cerveza que ella agradeció complacida, fui a la tienda y cuando regresé el perro como saco vacío y negro de costillas hasta meneó la cola y esa Chata se bebió casi la mitad del litro de un solo trago. Hicimos el amor apenas al terminar la cerveza. A ella le dio mucha gracia que en el

mismo lugar del plexo solar se encontraran Xochipilli y la Santa Muerte, yo una flor ella una muerte, “es lo mismo” dijo cuando le expliqué lo que significa mi tatuaje. Era fuerte y turgente, más de lo que suponía, olía a una limpieza del espíritu inédita en alguien como ella, era capaz de sonreír y aunque el nerviosismo jamás se nos quitó hubo tiempo para pasárnosla bien. Después de terminar nos vestimos y me pidió que armara un toque más que fumamos juntos; se terminaba la tarde y con ello la fugaz unión de nuestras vidas. No supe nada de ella no supo nada de mí, sólo sé que es la Chata y nada más; ella decía mi nombre una y otra vez en medio de su desesperación, y a veces me miraba con una ternura solícita hermosa, sin palabras suplicando mi aliento con sus labios, cuánta gatita de angora y damita cree tener el beat o la sabiduría, belleza o aristocracia, bella figura o una mente interesante y tan lejos, a kilómetros de experiencia y eones de distancia se halla de esta mujer. Al despedirnos yo le quise dar un beso en la mejilla pero ella me extendió la mano y chocamos nuestras palmas con una acústica escandalosa; Va wey, fue su adiós, caminé unas calles para abordar el autobús y a media cuadra, cuando desesperado ya no recordaba su voz ni su tatuaje en medio de los senos ni la imagen de sus hombros en mi mente, al mirar atrás vi cómo nerviosa, moviéndose de un lado a otro, se detenía frente a un viejo que esperaba fuera de la tiendita desconcertado, y de lejos agitó su mano despidiéndome. Después de eso, nada.

Relato incluido en Place a Pequeñas Dosis el Veneno, Carne de Dios Ediciones

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El bestiario de Julia Pastrana.

Uriel Martínez.

a) Las locas siempre han proliferado en México, como los conejos, los piojos y otros parásitos, la sarna, los mayates, los vagos, los priístas, los malvivientes, las enfermedades venéreas, las casas de citas, las cartomancianas, los ambulantes y pordioseros. Salvador Novo no se cuestiona de dónde proviene y por qué el término "loca", pero es lógico suponer que se le llame loca a aquella persona que ha perdido la cabeza o la tiene fuera de lugar. Entonces la loca es "irregular", "asimétrica", "rara" o "diferente"; puede presentarse con el pelo trasquilado, teñidos los pelos del color del elote tierno, la zanahoria sancochada, el azul pálido del moribundo o el verde pistache de aquellos pantalones de Terlenka acampanados de los años sesenta del siglo pasado. No se sabe si la loca por naturaleza es exhibicionista o si es parte de su perfil de "rara". Lo que sabemos por boca del propio Novo* es que en tiempos de Nezahualcóyotl la loca moría apedreada o en una montaña de leños, tragada por las llamas: de donde se tomó la imagen religiosa del ánima sola, seguramente. b) El español es rico en términos para designar la misma cosa. Así tenemos que a la loca se le llama joto, marica, puto, choto, sol, somético, homosexual, etcétera. Nuestro idioma, en su variedad y riqueza, se presta para elaborar metáforas, alegorías y retruécanos en torno a un sustantivo. Así, a la loca le gusta "El arroz con popote", "La coca cola hervida", "Le hace agua la canoa", "Le gusta cachar granizo", "Le gusta que le midan el aceite". Al propio grupo de Novo, Los Contemporáneos, les llamaron los Anales; y cuando le preguntaron a Salvador Novo por qué no le gustan las mujeres, él respondió: "Porque no soy lesbiana".

2. Mientras el camión urbano atravesaba el paso a desnivel ese día, Julia Pastrana imaginó un bestiario de seres monstruosos; un circo que aglutinara a señoras asimétricas sin los dos labios de la panocha como Frida, la de abortos involuntarios y la tina del baño oscura de sangre; a viejas como Sylvia, enrarecida en una atmósfera de gas LP, de estufas de gas Mabe cochambrosas, de ratas que corren en la oscuridad invernal. Pensó también en las mujeres barbonas del circo, en aquellas de cuerpo mitad tortuga y mitad niñas rezongonas y desobedientes, aquellas que no cumplen la tarea por salirse a la calle de machetonas, al parque de vagas, al cine porno, al antro de donde regresan de madrugada a casa. Pero, se

(*) Salvador Novo, Las locas, el sexo y los burdeles, ed. Diana, México, 1979.

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cuestionó la Pastrana, ¿alguien entenderá la alegoría? Luego rompió el post-it en cuatro partes. Pensó luego en los seres deformes y fabulosos como la "Medusa" de Julio Ruelas, con serpientes en lugar de pelos; en los descabezados de Caravaggio, en los locos de Brueghel el viejo, en las tentaciones del ermitaño san Antonio, de Flaubert y las putas calientes de Klossowski y los tormentos del joven Torless. JP pensó en tantas cosas que atormentan al mortal como ella. Pero todo eso era alta cultura del pasado. Rompió en tiritas la segunda viñeta.

3. Julia, mientras llegaba a su destino, anotó en el tercer papelito de color: era el lupanar triste de un pueblo olvidado, El Fuerte o Los Olivos. Ahí en una catre apestoso estaba echada la Manuela. Había identificado el ruido de la Chevrolet roja de Pancho, el galán de galanes, su hombre ideal. Se incorporó, se acercó a la ventana a oscuras, con la uña mugrosa corrió ligeramente la cortina y lo vio apearse. Era él, 1.66 de estatura, nalgón, el paquete abrazado por la mezclilla. Automáticamente la Manuela cogió el espejo. Le faltaba una oreja de nacimiento, estaba casi pelona, tenía el gesto torcido de las que oyen por un solo lado. Recitó: "Hay pájaros que nacen/con el pico en la cola,/ con el nido en los huevos,/con el vuelo en reverso". Era su autorretrato.

Texto leído en el Festival Cultural de la Diversidad 2017, Zacatecas, a propósito de la presentación del poemario Inversa memoria, de César Cañedo, editorial Valparaíso, 2016, México.

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Para qué la mataron. La mayoría de las veces que platico con mi primo “el chivo” termino pensativo. La mayoría de las veces terminamos discurriendo en el pasado, haciéndonos preguntas, arrepentidos por las respuestas y atormentados con los hubieras. “El chivo” rememora sus años de vagancias juveniles. Su juventud plena, plena de rivotril, mariguana, asaltos a mano armada, metanfetaminas, crack y mujeres. Lamenta esas mujeres idas, aquellas lejanas, en otros brazos, bonitas y llenas de pasados; mi primo “el chivo” ha lamentado hoy que hayan matado a la Claudia. La conoció cuando ella contaba con apenas trece años de edad; visitaba mucho al padre de ella, un hombre que vende drogas en su casa. Mi primo procuraba siempre la casa en donde “el chon” para surtirse de rivotril y mariguana; también llegaba a cerrar trueques y planear atracos. Ese viejo apodado el “chon” era su padrino y mentor. La Claudia era una púber muy curiosa, muy inteligente y metiche; esa mujercita jamás se alejaba mucho del ámbito de protección de su padre adicto al “cristal” y el rivotril; en esos años la Claudia ni se notaba para nada más que eso: una niña enfadosa y metiche. Pero un día, cuando nadie esperaba, cuando la mayoría de la gente menos la tomaba en cuenta para algo más que la utilidad que puede tener una niña, una niña para ella misma, para su padre y todos aquellos que le visitaban, el mundo de la Claudia floreció en un jardín despampanante. Y el “chivo” fue el último en notar que a esa jovencita rubia ya le habían florecido los senos, las nalgas y los muslos suculentos; a la Claudia le habían también florecido sus labios en un brote coqueto y juguetón, siempre ensalivados con su lengua rojita y húmeda; le florecieron las luces de sus ojos verdes, su expresividad

Waldo Contreras López.

tierna y sus miradas intensas y llenas del fuego de sus hormonas queriéndole salir por todos los orificios de un cuerpo menudo y macizo, de piel blanca como la leche; y mi primo “el chivo” notó al fin que tanta flor olía, olía tanto a mujer; mi primo entendió que esa mujercita olía así para él. La Claudia se sentía fuertemente atraída por la apostura de mi primo Carlos ,“el chivo” García, fumador de mariguana, tomador voraz de rivotril tronadas con cerveza de litro, asaltante y bueno con la mujer. Y el “chivo” miraba desde lejos la reverberación deslumbrante en el jardín de la Claudia y lo desdeñaba como los ateos desdeñan el jardín del Edén; y es que a mi primo se le figuraba muy lejano ese mundo tan bello, recién hecho y tan pleno de pureza. Un día cualquiera la Claudia tomó la iniciativa, rempujada por esas ansias que su jardín le secreteaba y no la dejaban dormir. Fue ella quien invitó a salir a mi primo cabeza de martillo, lo invitó a las canchas llaneras del entonces parque Culiacán 87´a que la viera jugar en su equipo femenino de futbol. Lo demás fue tan sencillo para ambos y se perdieron un par de horas en la oscuridad cómplice de los campos enmontados y la sordidez y penumbra de ese parque abandonado. Desde entonces se separaron poco; andaban por acá o por allá en la vagancia, viviendo el tonto garete de sus almas juveniles; arrumacándose la calentura sin algún tipo de prisa, sin miedos pero con el pudor de ese cariño cuasi-virgen sin esperanza que ambos se profesaban, un cariño verdadero y de igual a igual, según el decir de ella. Y eran tan parecidos hasta en el vestir y los modos de andar: la Claudia usaba el pelo recogido con una trenza, relamidos los cabellos embarrados de crema de peinar, no usaba maquillaje, usaba pantalones y playeras de hombre, tenis para patineta, vans o converse. La Claudia era toda una cholilla. Y el día de sus delatripa 36

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quince años la Claudia se regaló a él en un motel de carretera, se entregó al fin a sus primicias recién descubiertas, cedió al fin a su cuerpo lleno de tanta flor vibrante, de tanta sangre a punto de evaporarse por tanta e insoportable calentura; la Claudia se entregó total, hasta con el pensamiento hecho palabras, hasta la dulce y atolondrada confesión de su secreto más celosamente guardado, se confesó a sí misma y al “chivo” que ella era una mujer “rarita”, una muchacha a la que le gustaban y mucho las mujeres; le comentó que estaba entonces confundida porque gracias a él se enteró que también le gustaban los hombres. Le pidió al “chivo”, entre las pausas del sexo, que se aprovechara, que se solazara con ella porque no habría lejos entre ellos, que aprovechara las horas que ella le regalaría porque jamás podría amarle, porque ella estaba enganchada de amor hasta la médula por una mujer veinte años mayor que ella. Y desde entonces se revolcaron en ese jardín reducido para siempre al desamor; se arrastraron a lo largo de su pequeñez, se comían las flores una por una para luego resembrarlas en cada rincón de ese cuerpo que clamaba hombre para la superficie de su piel hacia fuera, mujer para los interiores más recónditos de su corazón y comprensión ante la crueldad de ese mundo que la parió tan rarita y ardiente. ¿Cómo no ha de pesarme que la hayan matado? Me pregunta “el chivo” con la voz ida en sus recuerdos refrescados. La Claudia ya era una granuja a sus dieciséis. Una vaguilla pendenciera buena para las drogas y el alcohol, para la trácala y los vericuetos en las calles de los barrios de la periferia citadina; era muy osada, tan ingenuamente osada. Empezó entonces a frecuentar delincuentes de verdad; jóvenes muy peligrosos con mucha celda en sus ojos. Y empezó junto a ellos a “aventarse jales fuertes”: asaltos a tiendas de conveniencia y grandes expendios cerveceros, despojos de automóviles y atracos a joyerías. “El chivo” lamentaba entonces que lo procurara cada vez menos. 22

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Aunque el cariño de la Claudia se había extinguido nada, ya no lo visitaba los fines de semana sino una vez al mes; y eran días alargados todo lo posible con el dinero de los atracos y la euforia de las ansias contenidas de verse; eran encuentros siempre aderezados por la adrenalina de su deseo sexual y la emoción de su destino pendido del hilo del peligro que terminaba consumiéndose en el fuego quematodo de sus caricias. Y un día en el cual la Claudia se tardó más de lo previsto el “chivo” salió a buscarla con un vacío inexplicable en el estómago, un nudo en la garganta que casi le hacía soltar las lágrimas y el raro sentimiento jamás experimentado de que su alma quería salírsele del cuerpo para ir a encontrar algo con una urgencia de muerte. Llegó a la casa del “chon”, el viejo estaba llorando: —Me mataron a mi hija, pinche “chivo”, se pasaron de verga con mi pobre cachorrita. Mi primo soltó al fin el nudo que tenía en la garganta, y el alma que se le estaba saliendo por los hoyos del pellejo lo puso a llorar: —¡Mi Claudia!… mi pinche güerita ¿cómo que nos la mataron viejo? —Se pasaron de verga, le metieron dos balazos en la maceta como si hubiera sido una muchachita muy mala. Ella era buena, mi´ja. Tú sabes “chivo” que ella era la hija más buena del mundo… ¡mijita! Le sacaron un ojito de un cuarentaicincazo. Hace apenas ayer que la enterré, pinche “chivo”, ¡mi cachorrita! ¡Me la mataron esos culeros! ¡La única persona que me amaba en este mundo lleno de culeros! Mi primo me contó que dejó de buscar a ese pobre viejo porque solo le hacía mal recordar a la Claudia. El “chon” no paraba de llorar nomás lo veía, no paraba de describirle su ojo verde sacado de la cuenca por una bala, no paraba de hablarle de su piel color morado, y reventada por tres días de putrefacción; de recordar en voz alta el último “adiós papito, voy a con unos compas”, salido de sus labios juveniles, color rosita y de gesto coqueto relumbrando en esa sonrisa que él tanto ama.


Mi primo abandono aquel pobre viejo. El solo quería recordar a aquella pequeña mujer por sus flores a todo esplendor y esos aromas que efluviaba; el “chivo” solo quería que le bastara con recordar ese pequeño jardín salvaje, hervido de pasiones quemantes y equívocas, de amores sin dirección y carnes indecisas. El “chivo” solo quería recordar a su Claudia como en aquellos lejanos sábados y sus tardes en moteles de carretera con sus camas de arrancar una a una esas flores para luego resembrarlas con infinita paciencia en aquel cuerpo blanco, macizo y elástico. —¿Y agarraron a quienes la mataron? —Simón, primo. A quien le disparó le dieron quince años de cárcel y al cómplice le dieron nomás ocho. —¿Y por qué chingado lo hicieron? —Pues me contaron que, esos compas y ella, se habían aventado un jale bueno; que habían quesque asaltado un banco pero algo les salió muy mal y tuvieron que esconderse durante días; me contaron que para esto los cholos habían ocultado las armas que usaron y el dinero, que era bastante, en un lote baldío. La Claudia sabía muy bien del escondite. Según, días después, los cholos fueron detenidos y les dieron cárcel por seis meses; la Claudia se aprovechó y se fue de largo con el dinero y las armas. Cuando los tipos salieron le procuraron el botín y las armas pero ella les

dijo que no sabía nada; ellos le creyeron pero siguieron averiguando. Y días después les dieron el pitazo de que la Claudia anduvo vendiendo dos pistolas en la colonia república Mexicana; y los culeros le pusieron un cuatro y se la llevaron con engaños a los sifones del ejido “Los Huizaches” y ahí la mataron. Hace poco salió del bote el asesino material. Le pregunté que si porqué se había pasado tanto de verga, nomás me contestó medio tristón el muy culero: “pues no se compa, no sé en qué estaba pensando cuando me la despaché. Sí me pasé de malo con ella, pobrecita. Me arrepiento tanto pero ¿pues ya que ganancia con estar quemando cinta?… ya está muerta y ya la pagué quince años encerrado y pensando en sus ojos verdes y su cabecita que tronó como una calabaza”. No saben lo que hicieron primo, me dolió de a madres que me la mataran… pinches cholos cagados ¿para qué la mataron? El chivo terminó de contarme esa historia, esa parte de su vida. Se quedó callado un buen rato con la vista perdida en algún lugar lejano y triste, luego me miró a los ojos y me comentó: “Pinche vida culera que tengo primo, solo y con tanto recuerdo triste”.

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Las manos de Pablo. María Nieto.

Esa noche, Leonor le dio de cenar a Pablo, lo envió a lavarse los dientes y le recordó no ponerse la piyama por esa ocasión. Minutos más tarde, sentada en una silla entre la cama y la cuna de Ana, le contó una historia del único libro que conservaba de su padre. Al terminar, le cantó una canción de arrullo. Pablo, sabiendo que ya no era tan pequeño, sonrió y puso sus manos en el rostro de su madre. Aún no dormía cuando se escuchó el forcejeo de la llave en la cerradura. Pablo se puso nervioso. Leonor le dio un beso en la frente, se levantó de la silla y antes de salir de la habitación le dijo. —Trata de dormir, prometo que vendré por ti más tarde. Pablo no pudo conciliar el sueño. Pasadas unas horas escucho una discusión. Aunque eso no era extraño para él, ese hombre acostumbraba discutir cada noche por cualquier motivo. A Pablo siempre le dieron miedo sus ojos claros, casi transparentes y le desagradaba ese bigote perfectamente afeitado que enmarcaba unos labios excesivamente delgados. Su madre se había casado con él tras la muerte de su padre. Pensó que estarían mejor bajo la protección de un hombre. Al principio todo marchó bien. A Pablo nunca le agradó, pero llegó a acostumbrarse y se sintió muy feliz con la llegada de Ana, su hermanita. Al pasar el tiempo, las discusiones comenzaron a despertarlo de madrugada. Su madre le tranquilizaba diciendo que todo estaría bien por la mañana y le pidió que nunca abriera la puerta. Pero al día siguiente Pablo la notaba llorosa y adolorida Uno de esos días amargos, su madre le dijo que las cosas cambiarían. Había

comprado boletos para viajar al lado de su abuela, pero tendrían que ser cuidadosos, llevarían lo necesario y saldrían muy temprano sin hacer ruido. —¿El no vendrá con nosotros verdad? —Sólo iremos Ana, tú y yo. Es nuestro secreto. Pablo no dejaba de pensar en el momento de estar lejos de ahí, con su abuela, donde podría sentirse a salvo. Pero luego le asaltaba el miedo. Al sentarse a la mesa sentía que sus ojos podrían delatarlo y trataba de no mirar a ese hombre de frente. No quería que nada estropeara los planes que tenía con su madre y la pequeña Ana. Esa noche, Pablo se asomaba constantemente a la cuna de Ana para cerciorarse de que estuviera dormida. Miraba debajo de la cama una y otra vez para ver las maletas y confirmar que se irían de ahí y no volverían. Cuando sus ojos comenzaron a perderse en la luz de la lámpara, se escuchó golpes y una súplica. Con un salto salió de la cama y trató de ver algo a través de la mirilla de la puerta. Pablo podía escuchar los latidos de su propio corazón y le hizo presa el miedo de que ese hombre también pudiera escucharlos. Un fuerte golpe hizo caer una silla y después de eso no se volvió a escuchar la voz de su madre. Con sobresalto corrió hacia la cuna y tomó a su hermana de apenas unos meses y con cuidado de no despertarla la metió en un canasto de ropa en el último rincón del ropero y la escondió tras los abrigos. Luego tomó unas tijeras del costurero y las puso en la bolsa de su pantalón. Caminó tratando de no hacer ruido. Abrió lentamente la puerta de su habitación y vio como las manos de ese hombre rodeaban el cuello de su madre. Ella no se movía. Cuando al delatripa 36

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fin el hombre se detuvo, comenzó a sacudirla tratando de despertarla. Un minuto después se percató de la presencia de Pablo, petrificado en el marco de la puerta. Comenzó a gritar con los ojos enrojecidos y el rostro descompuesto —Yo no quería matarla, no quería, pero ella me obligó a hacerlo. Después, el hombre cambio el tono de su voz. —Y tú, tú lo sabías ¿verdad? Tú tienes la culpa de todo. Pablo sintió un golpe de adrenalina y sus pantalones se mojaron sin que fuera su voluntad. Comenzó a temblar y aunque quería correr no pudo moverse. El hombre estaba ebrio, lo transpiraba en la piel y se percibía en su aliento. Al fin, Pablo pudo moverse e intentó correr. El hombre lo alcanzo y lo tomó de los hombros. Lo sacudió con fuerza y apretándolo con una mano sobre su cuello le dijo: —Se iban a llevar también a Ana ¿verdad? Con la mirada buscó en la cuna y al no encontrarla lo dejó caer y con una sola mano lo levantó de nuevo. Sus pies no tocaban el suelo. Lo azotó contra la pared. Pablo se golpeó la cabeza y después de unos segundos, sus ojos miraban bajo la cama. El hombre adivinó el titubeo y descubrió la maleta. La sacó y la lanzó rompiendo la ventana. Pablo aprovechó ese momento para salir corriendo hacia las escaleras. Niño estúpido dime ¿Dónde está Ana? Al correr, la fuerza de su respiración agitada y el miedo lo hicieron tropezar. Rodó por los últimos escalones. Tendido en el suelo se sintió atrapado, presa de la violencia. Justo frente a él estaba un corredor angosto y oscuro que llevaba a los cuartos de servicio del edificio. Se deslizo a través de él. Corrió hasta las rejas de los lavaderos y trató de abrirlas pero el candado estaba puesto. Al tratar de meterse entre los barrotes y pasar del otro lado quedó atorado. Una mano le jaló con fuerza de los cabellos. Pablo angustiado forcejeaba para zafarse sin conseguirlo. Con 26

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dificultad tomó las tijeras que había guardado en la bolsa del pantalón, pero por el nerviosismo de sus manos cayeron al suelo. El hombre lo arrancó de los barrotes y lo lanzo con violencia. Pablo aturdido se levantó y en su afán de escapar, alcanzó con sus manos la ventana del pasillo. El miedo lo hizo trepar y pasar del otro lado con los pies en la cornisa. Aún se sentía el viento frío de la madrugada y los primeros rayos de luz le caían sobre los ojos. Pero ese sol no era el de siempre, afable y cálido, era un sol indiferente. Las mañanas habían sido siempre alegres. Su madre entraba a su recámara y le daba un beso. Después de alborotar sus cabellos corría las cortinas y abría la ventana para que el aire entrara en la habitación. Pero esta vez la luz ni el aire eran los mismos. Todo se había reducido a la acción de sujetarse con las manos, que una hora antes acariciaban el rostro de su madre. Segundos después se percató de que la voz que lo maldecía había desaparecido. En ese momento su pie resbaló de la cornisa. Pablo contuvo la respiración y apretó los ojos. La imagen de Ana le vino a la memoria cuando unas manos lo sujetaron. Sus brazos menudos se prendieron del cuello de Leonor. Cuando abrió los ojos, miró al hombre tendido en el suelo con la vista puesta en un punto donde no había nada. Los pasos apresurados de Leonor hicieron que esa imagen se fuera perdiendo en el fondo del pasillo. Pero para entonces ya había quedado grabada en su memoria, imaginaba que podría levantarse e ir tras ellos. Pablo apretaba con fuerza la mano de Leonor mientras Ana envuelta en un rebozo abrió los ojos. Atravesaron la avenida aprisa. Cuando el sol iluminó por completo el edificio, la imagen de los tres había desaparecido.


Niebla.

Paty Rubio.

Escuchó la alarma del despertador, abrió los ojos dejando que un sueño inconcluso se fuera evaporando en cámara lenta, diluyéndose en la somnolencia. El estridente claxon de automóvil y un grito furioso se dejaron oír, lastimando el sopor que aún gravitaba en la habitación. — ¡Anily, se hace tarde, carajo, apúrate! Ni qué decir. Se enderezó en la cama con un resignado ¡Fuera cobijas! Bajó los pies con esfuerzo, sin mirar al piso. A tientas buscó con ellos las pantuflas, moviéndolos hasta sentirlas. No se dio cuenta que una mano huesuda, salió por debajo de la cama poniendo la pantufla izquierda al alcance de su pie. — ¡Ya voy! —respondió también a gritos— ¡Te alcanzo en cuanto me bañe! Afuera, a doscientos metros, apareció una gris y espesa niebla, que avanzaba en dirección a su casa. Anily no se dio cuenta, nunca se asomó por la ventana, se fue directamente al baño. Ya estaba bajo el agua de la regadera duchándose, cuando la espesa neblina había penetrado en su casa mezclándose con el vapor del agua caliente. En la calle sólo quedaba el vacío y un silencio sepulcral, ella bajo la regadera, tarareaba tranquila una melodía.

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Los mayas incluyentes de los sordos.

Mirta Avilés

Entrevista al Dr. Olivier Le Guen. El trabajo del Dr. Le Guen es multidisciplinario en su trabajo realiza una integración de los métodos antropológicos, lingüísticos y de la psicología cognitiva. Teniendo como primer propósito explorar el cómo es que la cultura y el lenguaje influyen en los procesos cognitivos, en especial durante la interacción social. El Dr. Le Guen es coordinador del “Proyecto de Lengua de Señas Maya Yucateco (LSMY)”. Dicho proyecto intenta documentar dos lenguas de señas que surgieron en comunidades donde existe una cantidad apreciable de personas sordas, en la Península de Yucatán; estas comunidades son Nohkop y Chicán Que a pesar de que nunca han estado en contacto directo, lexical y gramaticalmente son muy semejantes entre sí. Un análisis acerca de esto podrá determinar si se trata de dos lenguas diferentes o si las lenguas de las dos comunidades pueden ser consideradas variantes de una misma lengua de señas maya yucateco. La lengua de señas maya yucateco es definida de la siguiente manera: "Un lenguaje señado que se desarrolla en una comunidad de habla maya yucateco", es decir que emerge de manera espontanea en varias comunidades mayas yucatecas donde nacen personas sordas. Este contexto particular implica que los señantes de LSMY comparten un transfondo cultural con los hablantes de maya yucateco. Por lo mismo, se puede considerar que el maya yucateco y la LSMY son dos idiomas en contacto intenso (existen por ejemplo varios calcos lingüísticos desde el maya yucateco a la LSMY). En las varias comunidades se llevaron a cabo encuestas, la mayoría de los señantes resultaron ser hablantes de maya yucateco (y a 28

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veces también de español). En resumen, la LSMY fue creada para el beneficio de una minoría de personas sordas y usada por un gran número de personas que se relacionan con ellos. Al considerar los rasgos sociológicos, se puede calificar la LSMY de lengua como señas pueblera (ver Le Guen, Situación sociolingüística de la LSMY). En el nivel tipológico, la LSMY es una lengua aislada. Aunque está en contacto con el maya yucateco (en particular con los gestos coverbales usados en esta lengua), es sin embargo una lengua diferente y no una versión señada del maya hablado. El Dr. Le Guen nos habla de los avances del Proyecto, nos indica que éste se desarrolla en dos comunidades: Chican y Nohkop, en Yucatán. “Lo más interesante es que es una lengua de señas que se desarrolla entre sordos y oyentes en comunidades mayas, lo que nos interesa mucho, y nos parece relevante, es que las qué empezaron a crear esas lenguas en varias comunidades, nos encontramos que éstas tienen muchas semejanzas entre estas lenguas a pesar de ser lenguas de diferentes lugares. Y una de las preguntas que nos parece primordial es que si son realmente lenguas independientes ya que surgieron sin contacto entre ellas. O bien, si son variantes de una misma lengua. Esto nos lleva a lo que hemos averiguado acerca de la gestualidad maya; es decir la comunicación multimodal maya, parece ser una base substancial sobre la cual se desarrolla la lengua de señas.” Los mayas entienden la diversidad de las personas, y lo saben no por tolerancia sino por la mentalidad, la cual proviene de la extrema diversidad; consideran que cada persona es diferente y esto para los mayas es una señal que


dios creo a las personas de forma individual, y no creer esto para los mayas seria igual a no creer que lo hizo dios y los principios de la creación del mundo. Esto difiere de otras culturas, por ejemplo en Francia que por cuestiones de derecho se considera que todos nacemos iguales es más también una idea humanista donde se intenta englobar a todo mundo y no considera la diferencia. Pero tampoco hay que idealizar demasiado; no es en todas las comunidades indígenas y tenemos el ejemplo de los Tzotsiles donde la misma palabra para “tonto” es la misma para “sordo” y eso es una muestra de ello. Los mayas no tienen ningún desprecio por la sordera ni tienen temor por ella por eso una persona en esas condiciones es rápidamente aceptada y entre más hay más se desarrolla la lengua. Ellos están más dispuestos a comunicarse con alguien sordo; sin embargo, también la posición de la persona es importante, por ejemplo si el sordo es mayor o es el último es más fácil para él enseñar la lengua por que ellos socializan a sus hermanos menores. También nos explicó en qué consiste una Lengua Emergente que puede clasificarse asi: “Lo que consideramos como lengua emergente que de hecho no existe en lenguas orales, son lenguas que se crean o se originan sin que haya un vínculo genético en el sentido lingüístico de una lengua previa; por ejemplo el español es una lengua romance proviene del latín y el latín a su vez proviene de una lengua indoeuropea.” Las lenguas emergentes son aquellas donde no hay una base lingüística “per se” y la creación de esa lengua se debe a que contiene ciertos rasgos pero que no son linüísticos establecidos que no son sistemáticos pero no se crean de la nada tampoco por eso es apreciable que la gestualidad es influyente para esta creación. La LSMY presenta carácterísticas de una lengua pueblera (creada en los pueblos) y no

se relaciona con ninguna otra lengua de señas por lo que constituye, por así decirlo, como una nueva lengua mexicana. Hay estudiosos que consideran que existen lenguas de señas prehispánicas en Chican, ¿Qué opina de esto? Esa es la opinion de un investigador que se llama Fox Tree de Estados Unidos quien nota en Guatemala que hay lenguas emergentes, se entera que también en Chicán, y nota que hay semejanza entre esta lengua de Guatemala y Chicán, y piensa que por la similitud debe ser o provenir de un maya antiguo; básicamente su hipótesis trata de buscar ejemplos de gestos en el antiguo arte maya que eran "legibles", usando Meemul Tziij, un complejo de antiguas lenguas de signos indígenas que todavía es utilizado por decenas de grupos indígenas en el sur de Mesoamérica. Proponiendo que las lenguas de signos probablemente sirvieron como lengua franca en Mesoamérica antes de la colonización europea, Fox Tree argumentó que estaban representados frecuentemente en el arte antiguo, y que la comprensión de su estructura puede ayudar a revelar las convenciones de representación de gestos, movimientos y secuenciación en el arte antiguo. Él basa su hipótesis en la lengua de señas indígena norte americana, y que fue usada como lengua franca debido a la multitud de idiomas y esta lengua facilitó la comunicación. La semejanza que él ve es que los hablantes señantes usan las mismas señas y lo quiere vincular. Pero tengo varias objeciones: una, que los hablantes de Guatemala usan tamaños del maíz indicando su crecimiento (que son clasificadores gestuales), cosa que es inexistente en la lengua maya yucateca, y lo es también en la gestualidad. Él tampoco toma en cuenta la base multimodal de la lengua maya. Me parece que hace un trabajo superficial y poco fundamentado y no solo lo digo yo; la mayoría de mis colegas del Coloquio de Lenguas Emergentes opinan lo mismo. delatripa 36

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Los investigadores intentan explicar como el lenguaje ha evolucionado en los seres humanos, y se estudian las capacidades lingüísticas de otros primates en busca de pistas, ¿Qué opina de esto? “Pienso que es la menos peor forma de acercarnos al origen del lenguaje humano. Como no tenemos forma de acercarnos a personas que existieron hace 50 mil años, y dada esa circunstancia el estudio de los primates grandes, como el bonobos, gorilas y orangutanes, nos da algunas pistas. Recapitulando; a mediados del siglo XX se despertó el interés en los primates como modelos válidos para estudiar del origen del lenguaje. Los primeros intentos de enseñar a hablar a primates sucedieron con Vicky, una chimpancé criada por humanos como si fuera un bebé en los años cincuenta. Los fracasos se achacaron a la imposibilidad fonológica, dada la ausencia en primates de ciertas estructuras involucradas en la producción de sonidos”. Un segundo intento comenzó en 1967 con un chimpancé llamado Washoe, adoptado como si fuera un hijo por el matrimonio de psicólogos Allen y Beatrix Gardner. Convivió con la pareja en la misma casa las veinticuatro horas del día. En poco tiempo consiguieron enseñarle algo más de cien palabras del lenguaje de sordos en su versión norteamericana. El problema es que había que hacerlo de una manera dirigida mientras que los humanos lo aprendemos de manera espontánea. Pero las limitaciones que ellos tienen nos brindan pistas de qué fue lo que pasó en ese salto cognitivo que nos separó de la familia de los homínidos. Por ejemplo: un antropólogo alemán dice que el lenguaje surgió por la voluntad de hacer “chisme”, obviamente es una manera provocativa de plantear el tema. Tomasello piensa que es una cuestión prosocial. Los primates no son limitados cognitivamente pero cuando se trata de tareas sociales o entender lo que piensa o quiere la otra persona ahí es donde fallan. Pienso que el lenguaje surgió por que hubo un deseo de comunicar con 30

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alguien más. No estoy de acuerdo con el desarrollo biológico por que es bien sabido que una cabra tiene el mismo tracto vocal que un humano. El debate sigue abierto y la polémica continuará durante mucho tiempo, pues hay más cosas en juego que el fenómeno del lenguaje. Algunos creen haber encontrado aquí la diferencia fundamental entre el hombre y el resto de los animales. Creo que el gesto fue un precursor. Y eso está indicado que en niños desde bebés donde el primer lenguaje es gestual. El cambio lingüístico cultural hace que lo gestual sea cultural. Lo que va cambiando la cultura y la forma de hablar más fuerte es la televisión, aún más fuerte que la escuela. Pero los que ven la televisión tienen una influencia mayor, aún mayor que la escuela. Así que podría decirse que es fuerte su influencia. De ahí viene mi interés genuino que es ese vínculo, lo que siempre me ha fascinado es qué nos hace humanos, y cómo es posible que pensemos el mundo de manera distinta, y que estoy trabajando en este momento como la creación de una lengua (LSMY) de señas maya yucateco, y en el uso de una lengua como el maya yucateco; cómo es que la cultura orienta la transmisión de ciertas ideas y resulta que si hay diferencia en lo cognitivo; por ejemplo en la concepción del tiempo, tema que he trabajado, y que esos cambios se pueden notar entre culturas, y ese tema quiero trabajar también, cómo la mentalidad cambia al cambiar de idioma. Mi investigación está orientada en los métodos de la antropología, la lingüística y la psicología cognitiva integrado de manera multidisciplinaria, para explorar la forma en que la cultura, y el lenguaje, puede influir o limitar la cognición humana, específicamente en el ámbito de la interacción social. El doctor también nos contó de los planes para futuro del Proyecto. Trabajo tres dominios que son concepción del tiempo, concepción del espacio y


expresividad que implica la gestualidad. Queda pendiente, sin embargo, un análisis que podrá determinar si se trata de dos lenguas diferentes, o si las lenguas de las dos comunidades pueden ser consideradas variantes de una misma lengua de señas maya yucateca. La formación del Dr. Le Guen, incluye la antropología de la Universidad de París V (La Sorbona) y París X (Nanterre). En el año 2007, con una beca de la Fundación Fyssen, formó parte del departamento de Psicología de la Universidad de Northwestern (EE.UU.). También del 2008 a 2010, se formó como investigador postdoctoral en el Instituto Max Planck de Psicolingüística en el Grupo L&C. Y desde el 2011, funge como profesorinvestigador del CIESAS (Ciudad de México) (SNI nivel 1), en CIESAS (D.F). Olivier Le Guen es también especialista en la cultura maya yucateca y el idioma maya yucateco. Ante la pregunta de ¿por qué los mayas?, el doctor nos respondió: Pues ellos dirían que fue mi destino y debo decir que siempre tuve atracción por esa cultura, hacia Mesoamérica; llevo como 12 años en estos temas, además en Francia estaba de moda en esa época Levy Strauss; siempre me interesó el hecho de estudiar el porque los humanos somos sumamente culturales y que Mesoamérica se desarrolló sin tener contacto con Europa a diferencia de otras culturas como China con Marco Polo.

Yo sé que es difícil comparar a las culturas; unas tienen avances que en otras no existían, etc. Mi familia estuvo muy involucrada en lo oriental yo mismo practiqué artes marciales mucho tiempo, por esa razón estudiar a los mayas fue extraño para ellos. Estudie Historia en Nantes y una amiga me dijo que daban maya en INALCO (Institut National Des Langues Et Civilisations Orientales) en Paris; un centro de lenguas extranjeras; y tomé clases allá y me gustó mucho el método de una profesora de maya que se llama Valentina Vapnarsky. Ella me mandó a su pueblo que es Kopchén, Quintana Roo, para poder desarrollar mi investigación; y así ha sido hasta la fecha. Ubicación de Kopchén Yucatán. La localidad de Kopchén está situad en el Municipio de Felipe Carrillo Puerto (en el Estado de Quintana Roo). Tiene 478 habitantes. Kopchen está a 25 metros de altitud. En la localidad hay 251 hombres y 227 mujeres. La relación mujeres/hombres es de 0.904. La proporción de fecundidad de la población femenina es de 3.24 hijos por mujer. El porcentaje de analfabetismo entre los adultos es del 16.53%.

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El corredor de las ninfas.

Adán Echeverría

(fragmento de novela) —Siempre me gustaron los niños. Mi esposa y yo sufrimos cuando el médico nos informó que no podría tener descendencia. Algo con mis espermatozoides. Ella dijo apoyarme, pero la escuché hablar emocionada de lo que significaba para ella ser madre. No quiso decirlo, pero luego que el médico dejó clara mi infertilidad, al mirarla dormir los días siguientes, su rostro me acusaba, y me hacía responsable de la sequedad de madre a la que la había conducido. Se había atado a este tipo incompleto que soy. A este imbécil incapaz de tener un espermatozoide sano, con la fuerza suficiente para poder fecundar sus óvulos. Me hice de valor y la enfrenté: Luisa, tienes que embarazarte. Búscate otro. Yo no puedo hacer que sufras conmigo. Me siento responsable. Es mi culpa que no podamos tener hijos, y quiero verte disfrutar la maravilla de la maternidad. Es injusto. —No venga ahora a contarnos las tristezas de su matrimonio. ¡Necesitamos respuestas de lo que le estamos preguntando! No nos va a condoler con su historia. —¡Cálmese detective! Prosiga profesor, por favor. Óscar Garfias cogió sus lentes con la mano izquierda; su mirada estaba fija en la mesa que tenía frente a él, que lo separaba de la teniente Rilma Ferrera; y sin inmutarse sentía la respiración del detective Enrique García, que le hablaba por la espalda, inclinado hacia su oreja derecha. Con lentitud, Óscar Garfias extrajo un pañuelo amarillento del bolsillo derecho de su pantalón y mecánicamente, sin apartar la vista de la mesa, fue limpiando los cristales de sus lentes, para luego volver a colocárselos. —¡Qué prosiga carajo!, qué, ¿no escucha?,— el detective García dejó caer su

brazo, con la mano abierta y los dedos extendidos, sobre la mesa. Óscar Garfias ni siquiera lo miró, continuó limpiando cada uno de sus lentes con el pañuelo sostenido entre el dedo índice y el pulgar de la mano derecha. —Detective, tengo que pedirle que salga del cuarto.-- El Detective Enrique García echó hacia atrás el cuerpo, caminó para quedar frente al interrogado, al pasar junto a la desocupada silla, del otro lado de la mesa, se despojó de su tranquilidad, y con una patada lanzó la silla de plástico hacia el fondo de la habitación, de la que salió dando el clásico portazo de los que pierden el control y se desquitan con los objetos inanimados. Al salir no pudo ver que la mirada del profesor Óscar Garfias, continuaba sobre la mesa, al contrario Enrique quiso sentir, que la mirada de aquel hombre que había detenido el día anterior, seguía pegada a su hombro. Rilma Ferrera permaneció callada, acariciando con los dedos la mesa que la separaba del sospechoso. Con la mirada sobre la grabadora de bolsillo que se encontraba ahí a su lado derecho frente a ella, mirando apenas al profesor Óscar Garfias. Podía sentir el frío ojo de las cámaras de video que se encontraban detrás y enfrente de ella. Intentaba mantenerse serena, no podía perder el control ante el sospechoso. Diez meses hacía que lo venían siguiendo hasta que lograron atraparlo en una brecha en el camino hacia la hacienda Tabi, donde el incendio desatado en las cabañas posteriores había dejando poco más de 45 víctimas, casi todos jovencitos de ambos sexos, cuyas edades oscilaban entre los 13 y 17 años. Los cargos del sospechoso habían subido: desde perversión de menores, estupro, violación agravada y ahora, asesinato múltiple imprudencial. delatripa 36

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Una vez fuera del cuarto donde interrogaban al sospechoso, Enrique García caminó entre los escritorios de la comandancia hasta el garrafón del agua purificada al fondo del pasillo. Se sirvió uno tras otro, tragos de agua en varios conos de papel; uno tras otro hasta beber más de siete, pero no podía sacar de su mente las imágenes de los cadáveres de los jovencitos, el maldito olor a piel y carne quemada, permanecía en sus fosas nasales a pesar del baño. La comezón y el ardor en cada una de las quemaduras de su piel crecían con el roce de la ropa, todo para que aquel imbécil siga ahí limpiándose los lentes y contando su sufrimiento por no poder tener hijos. —Hijo de la gran puta—, arrugó el último cono de papel y, furioso, lo lanzó hacia dentro del bote de la basura. —Pensé que querían mi confesión completa. Pero si lo desean, puedo ahorrármela. Creí que nos haríamos algunos favores, detective; que juntos queríamos llegar a un acuerdo. Soy el único testigo vivo. —No, profesor. Usted no está acá sólo en calidad de testigo. Mientras no logremos unir todas las piezas, y tengamos su versión de los hechos, usted es nuestro principal sospechoso… Ahora, tiene que disculpar a mi compañero. Y por favor, si insiste en no querer un abogado, prosiga profesor.—el profesor Garfias volvió a declinar la presencia de algún abogado, quería contarlo todo, sacarlo todo de la mente para que no siquiera destruyéndolo. Los años pasarían y el tendría aquella historia en la mente, por siempre, era necesario contagiar a alguien más de todo lo que tenía en la cabeza, y le rebosaba. "Cuando encaré a mi mujer para pedirle que se buscara otro, pude percatarme de lo mucho que me amaba (o eso quise suponer). Se echó a mis brazos llorando. Jamás pensé que Luisa respondiera de esa forma. Estaba errado al pensar que ese ensimismamiento era algo relacionado con el dolor que le causaba la idea de estar casada con un hombre que no podría darle hijos. No era así. Jamás lo fue. Se metió 34

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en mi pecho y me llenó de besos el cuello; lloraba con una ternura tal, que hacía que yo pudiera sentir cada fragmento de su cuerpo como parte de mí. Supe que era real, que ella no mentía. Jamás pensó en echarme la culpa. Desde esa tarde que hablamos de frente, nuestra relación se volvió más fuerte. Se volvió feroz. Éramos más que una pareja, éramos cómplices para bien y para mal". El sospechoso bajó la cabeza y un brillo líquido dibujó su sombra en aquella mirada, pedazos de algo que podría describirse como momentos agradables, espacios del recuerdo que significaran cualquier cosa, se agazaparon en sus pupilas. Fue un instante. Todo pareciera haberse borrado de un solo manotazo a la mesa. Óscar Garfias se pasó la punta del dedo meñique en la orilla del ojo izquierdo, y desde el fondo de algo que la detective pudo constatar como cinismo, extrajo una sonrisa y la llevó a sus labios. "¡En fin!", remató. "Ella ha muerto, detective. Ha muerto y yo estoy acá sin poder siquiera contemplar su cadáver mientras las culpables siguen libres, y huyendo. Están ustedes perdiendo el tiempo conmigo, porque yo puedo aceptar todos los cargos, pero tienen que atraparlas". El sospechoso dejó de limpiar los lentes y poniendo ambas manos sobre el escritorio se acercó al rostro de la detective: "De nada servirá mi confesión… ellas no se detendrán".

2.

—No puedo dejar de mirarte. Tu aroma desboca mis sentidos. No quiero evitar que tu aroma me penetre, que se meta y me haga completamente tuyo. No quiero ni pretendo evitar que suceda. Me gusta dejarme guiar por esas percepciones que se desbordan cuando estás cerca. Me fascinas, me tienes completamente dominado. Jamás lo dudes. —Los hombres dicen cualquier cosa después de cogerte, como disculpándose, pretendiendo que les creamos. Sabes bien que puedes conseguirte la mujer que quieras, sin


correr el riesgo de embarazarlas, te has convertido en el hombre perfecto. Toda mujer desea un hombre así como tú, para no tener que usar pastillas, y para poder sentir ese chorro caliente de semen adentro de una, sin la maldita preocupación de tener que cuidarse de resultar embarazada. Es muy descansado no tener esa preocupación. Eso me encanta. Ahora sabes que puedes conquistarte a la chamaca que quieras. Esas tus alumnitas que me parecen tan despreciables y patéticas. Seguro te las andas cogiendo y ni me enteraré, porque no vendrán acá embarazadas de ti. Y tampoco tendrás que andar pagando abortos. —Pero Luisa, son igual tus alumnas. Qué cosas dices. —Claro que sí, sabes que siempre tengo razón. Y pienso aprovechar al máximo esta ventaja. Quiero que me llenes tanto. Lo necesito. —Pensé que sería duro para ti. —Para nada. Ha sido lo mejor. Si quería tener un niño, porque me encanta ir al parque, o a las plazas, y ver cómo te la pasas mirando a los niños jugar. Se de tu cariño por los niños. Me duele que no puedas realizarte como padre. —Los alumnos son como mis hijos. Siempre me han gustado los niños. —Sí, lo son. Los alumnos y… las alumnas también. Cabrón, que me doy cuenta cómo te miran esas malditas niñas jareosas. Eso haremos. Los chicos de la escuela serán nuestros hijos. —Aún recuerdo cuando te presentaste a solicitar la vacante en el Instituto. Apenas llegabas de Cozumel, con la piel bronceada. Como un náufrago vuelto a la ciudad. —¿La piel bronceada? Esas cosas no se le dicen a un hombre. Las mujeres tienen la piel bronceada. Nosotros la tenemos chamuscada o negra. Eso de que los hombres anden bronceados es tan gay e inaguantable. —Por eso me gustaste Óscar, porque jamás has podido desatarte ese machismo tan a ultranza que siempre te persigue.

-- No es machismo, cariño, es algo mejor, se llama cinismo. Falta de hipocresía; tan sólo no me dejo llevar por lo políticamente correcto. Para mi no existen los metro sexuales. Lo cierto es que con tanta cogedera en los hoteles, todos sus líquidos terminan saliendo hacia los mares; con las aguas negras, ríos de orina, donde viaja tanto anticonceptivo se funden con el océano. Segurísimo que todos nos estamos volviendo más amujerados, por tanto pinche estrógeno en nuestros alimentos. De ahí que esos jóvenes de hoy se crean metro sexuales para sentir seguridad en su femineidad a flor de piel; los que no son putos, claro… "Quizá. Pero a ti lo machista nadie te lo puede arrancar. Lo supe con sólo verte, mientras leía tu curriculum, sentía como tu mirada me desnudaba. Así eres tú, caminas y vas midiendo la carne y las formas de todas las mujeres que cruzan ante tus ojos. No lo puedes evitar. Es maravilloso como brincas de la inocencia de mirar a los niños a la perversión con que miras a las mujeres, casi te las coges con la vista. Y si pudieras, te las cogerías a todas. Lo supe con solo verte, por eso no pensaba contratarte, eras muy pagado de ti mismo, y eso me enojaba. Me había costado llegar al puesto que tengo; y con la posibilidad de contratar a los profesores del Instituto, tenía que ser inteligente y perspicaz; y no me gustaba irme a la ligera. La competencia no ha sido fácil. Tuve que luchar contra muchos pendejos que creían que por ser ingeniosos y alegres, una tenía que soportarlos. Tuve muchos jefes así, y muchos compañeros. Por eso había decidido no involucrarme con profesor alguno. Más de cinco años me costó el hacer de mi rostro mi primera defensa, la vanguardia; que al mirarme se dieran cuenta de que en mi cuerpo habita una maldita perra con la que es imposible coquetear. (A ti poco te importó, cabronazo). Hacer de cada uno de mis rasgos la máscara perfecta para no dejarme atrapar por nadie. Esa máscara en la que siempre me refugio cuando tengo miedo; esa máscara me hace sentir poderosa y capaz, eso sobre todo, capaz de cualquier cosa para lograr lo que quiero. Esa delatripa 36

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siempre ha sido mi meta, lograr siempre lo que yo quiera. He escuchado cómo dicen por los pasillos del Instituto que tengo cara de encabronada; que soy una bruja; como señalan a bocajarro que soy una frígida sin sentimientos. No importa. Los alumnos me temen, y los maestros me respetan, saben que conmigo no hay medias tintas. Esta forma de ser me ayudó a convencer a los del Consorcio de Padres de Familia para que apoyaran este proyecto de escuela privada que he logrado implementar, y créeme eso no fue algo fácil. No es nada fácil brindar una educación completa y llena de libertad. Hacer a los chicos independientes, hacerlos emprendedores. Hacer que los padres confíen plenamente en ti, que te entreguen sin restricción la educación de sus hijos, eso sí es respeto, carajo. Fueron meses de trabajo continuo, horas de reuniones, de convencerlos de cada una de las propuestas, defenderlas, no aceptar cambios inocuos y, ya ves; me salí con la mía. Desde hace tres años que todo esto ha dado frutos, y puedo sentirme satisfecha. Muchos hombres han venido a mí, y me he servido de ellos para el placer, tanto de su compañía como de su sexo, y si creen que por eso pueden controlarme, jamás sucederá. Yo soy mi propia dueña, mi propia jefa, mi propia libertad. Pero tú… en este año me has doblegado. Tenías ese algo que yo necesitaba. Esa tu forma de mirarme, esa tu forma de no esperar nada de mí ni de los demás. "Por eso me desconozco cuando estoy contigo, Óscar. Los que me conocieron antes de ti, no se lo pueden imaginar hasta que me ven, con estos mis ojos de perrita enamorada. No te pensaba contratar porque me pareciste un maldito machista ligador. Pero vi como tus alumnos reían con tus ocurrencias, y me di cuenta que dominabas sin chistar las materias que se te habían ofrecido: Matemáticas, Química, Física, Biología, Anatomía, Ecología, Estadística, eran materias las más de las veces áridas pero que tú supiste hacerte apreciar desde el primer instante, hacerlas amenas, y por 36

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eso noté en ti algo que andaba buscando, ese deseo que tenías de enseñar. Me di cuenta que lo tuyo era la enseñanza. "Pero esas chamacas resbalosas, que apenas comienzan a reglar sienten el cosquilleo de la vanidad que las más de las veces suele convertirse en locura. Me encantaba mirarlas cuando se te quedaban viendo. Todo parecía un ritual: apenas llegabas al Instituto y ellas permanecían pegadas a los barandales observándote, como unos malditos cuervos, como unas gaviotas necesitadas de alimento, y ese alimento era que por lo menos tú les regalaras una mirada. Que esa mirada intelectual, lentes, pelo corto, ropa casual, tu forma de caminar, tus ademanes, eran seguidos por ese enjambre de miradas. "Ahí estaban pegadas a los barandales sin discreción mientras tú te trasladabas de un aula a otra en el cambio de hora. No se cómo no te nalguearon, por momentos pensé que alguna se atrevería; pero qué podía yo decirles que no las dañara emocionalmente: regañar a una sería hacer que toda la escuela les hiciera burla, y lesionar su autoestima. Siempre he querido proteger a los jóvenes, y mucho más a las muchachas. Cuando son tan jóvenes e inexpertas, no saben del poder que pueden llegar a tener; llegan a esa edad cargadas de la culpa que desde el nacimiento les van injertando en la mente, y luego tienen que enterarse cuando sus cuerpos comienzan a cambiar, que si son lindas, se les trata de putas, si son duras, se les trata de mal cogidas, de sangronas, y claro, siempre se les trata de fatalistas, la cosa siempre será lesionarles la autoestima, si no es la familia, serán las amistades, o aquellas personas que hayan escogido como parejas "He querido acabar con eso. Quiero que las chicas que estudian en este Instituto sepan que son capaces de ser felices, que es su derecho ir en busca de su felicidad. Cuántas veces he escuchado decir “ellas se lo buscaron por provocadoras”, “consiguió lo que tiene por puta”, “cuántos acostones le costó llegar a


donde está”, “si la violaron, ella se lo buscó, por andar de resbalosa”, “mira como se viste, luego por eso las violan”, y esa sarta de estupideces." "Estoy harta de que a las jovencitas las traten así, y de que los jovencitos se les eduque para hablar y pensar de maneras similares sobre sus compañeras. Quiero chicos respetuosos, chicas capaces de cualquier cosa. Quiero que dejen de pensar con la vagina y con el pene, que lo único que los distinga sea su propio nombre, y no constructos que les han heredado. Ese es uno de los objetivos de la escuela, el que no se tomen en cuenta las cuestiones de género para la educación, pero que se tomen en cuenta las cuestiones fisiológicas; y tú, de inmediato pudiste darte cuenta de estas ideas mías, y congeniaste con ellas. Eso me pareció sorprendente; dijo mucho de ti, me pareció excelente que a pesar de tu machismo, estuvieras en el entendido de cuál era la búsqueda y el modelo educativo del Instituto. Por eso no podía regañarlas cuando se apilaban sobre los barandales a mirarte. Estaban catando tu carne –qué risa me daban-, estaban sorprendidas del tipo que eras. Hipnotizadas. Yo no podía llamarles la atención, ni regañarlas, tenían derechos a mirarte; al menos que ellas hicieran algo como nalguearte, que te faltaran al respeto o se lo faltaran a ellas mismas, pero no ocurrió. Todas ahí, detenidas sobre los barandales de los cuatro pisos del Instituto, y tú partiendo plaza. Era algo que llamó poderosamente la atención de los demás maestros que me lo comunicaron, sobre todo porque se trataba de la mayoría de las alumnas, no eran casos aislados. De todos los salones, desde las más jóvenes hasta las más mayorcitas, ahí, pegadas a los barandales, sin poder evitar mirarte, suspirando, como en un maldito ritual. Todas encandiladas por el alimento que les parecía tan necesario, con el deseo de caer sobre ti y despedazarte a mordiscos; eran unas cuscas, y eso que ninguna pasa de los 17. Yo lo entendería de las chamacas de la prepa

nocturna, porque muchas ya son adultas que apenas decidieron o se animaron a terminar su preparatoria. Pero estas rapazuelas del turno matutino que van de los 14 a los 17 años sólo eran unas cuscas, tan divertidas, que no podían evitar sentirse, desesperadamente atraídas por tu personalidad. Y eso más que mal me parecía correcto. Yo las quería así, capaces de dejarse llevar por las sensaciones de su cuerpo, no reprimirse. Enseñarles a gozar de su ser mujeres." "De milagro que los muchachos no se enemistaron contigo. Supiste ganártelos también. Cuántas veces me he asomado a tu clase para ver como ríen contigo tus alumnos todos, chicos y chicas. Tienes una forma de contagiarlos. Siempre están pendientes de tu clase, siempre tan cumplidos. Se debió a tu carácter. Supiste hacerlos tus cómplices, acercarlos a ti, con tu don de gente, tu amistad desbordante que siempre te hacía sonreír coqueto. Tu tanto cariño por las juventudes. Me gusta que los alumnos estén tranquilos, y que el tiempo que pasen en la escuela les sea agradable. Y tú lo lograbas, y al hacerlo, cumplías con lo que yo requería de ti. No sólo ser quien enseña sino ser alguien cercano a los alumnos, alguien en quien ellos pudieran confiar con plenitud. Eras precisamente lo que yo quisiera de los jovencitos; hombres que crean en sí mismos; porque eras respetuoso, me gustaba cómo ni siquiera te importaba aquel ritual de las muchachas. No perdías el piso con ello, ya de por si eras pagado de ti mismo y coqueteabas todo el tiempo. Pero no las morboseabas, como ellas lo hacían contigo. Un nuevo maestro con una currícula interesante, un experto en fauna que puede hablar a los alumnos de la naturaleza, porque ha estado en contacto con ella. Un hombre con luz y aventura en los ojos que quería un cambio completo de vida. Que quería, como yo, tener una vida dedicada a enseñar. — Me encantan los jóvenes, porque yo fui un joven rebelde y quisiera allanar un poco el camino para algunos muchachos. Que no delatripa 36

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tengan que darse de topes como me ocurrió a mí. —Me pareciste todo un soñador, un romántico. Y luego, los comentarios que me hacías en la sala de maestros, tu esperarme a la salida para acompañarme al carro, tuvieron que dar resultado. Rompiste poco a poco las barreras que había puesto. Fuiste quitándome, a solas, cada una de esas máscaras que llevo para enfrentarme a los demás, y te fui dejando entrar; respetaste mi posición ante los demás, ante ti incluso, porque dentro del Instituto me diste mi lugar. No soy la misma de antes. Desde hace poco más de un año, soy otra, mi inversa personalidad. Creo que estoy enamorada. Lo estoy, Óscar, y esta sensación hace que no me importe que no puedas embarazarme. Te tengo y me basta. Para amarnos con ferocidad, para hacer lo que queramos, para no ponernos barreras, para explorarnos cada vez con más ahínco, con mayor dedicación, sin estar pensando en precauciones. Que no puedas embarazarme se ha vuelto un regalo increíble. Quiero llenarme de ti, tenerte a cada rato. Es tan relajante.

3. —Profesor, le voy a mostrar algunas fotografías… —No quiero verlas. Conozco a cada uno de esos chicos, a sus padres. Muchas veces estuvieron en mi casa y yo en casa de ellos. No hay necesidad de que las mire, detective, aceptaré todo lo que me imputen. Óscar se recostó de nuevo sobre el respaldo de su silla, y levantó la vista hacia el techo, guardando ambas manos en los bolsillos del pantalón. La detective Rilma había extendido en la mesa, a manera de abanico, las fotografías de los jovencitos muertos. Eran fotografías donadas por sus padres. "No me interesa verlas, detective, guárdelas por favor. No perdamos el tiempo". —Pero cómo se atreve este hijo de puta. Déjeme entrar de nuevo capitán. Yo haré que 38

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mire las fotografías. Nos estamos tardando con este imbécil, necesitamos que nos diga todo lo que sabe. Necesitamos que los identifique. Los padres tienen que saber si sus hijos están muertos o desaparecidos. Necesitan el consuelo de tener su cadáver. En la morgue tenemos bolsas llenas de ceniza, huesos, fragmentos, telas, pedazos irreconocibles. Necesitamos que reconozca a las chicas que faltan. Desde afuera del cuarto, en la sala de video, Enrique García era contenido por el capitán Lorenzo Segura. "Déjeme un rato con este maldito, necesitamos arrancarle a golpes lo que sabe. Ni siquiera quiere mirar las fotos, y mire como sonríe, hijo de la…” —Ya basta Enrique. Tuviste tu oportunidad y la arruinaste. Rilma lo tiene donde queremos. La prensa esta sobre nosotros, y la gobernadora ha pedido resultados de este caso. Tengo sus zapatos apuntando a mi culo, y no voy a seguir permitiendo que tu carácter nos arruine más la fiesta. Es necesario tener información para poder evaluar que le daremos a la prensa para que se entretenga. Hay que arrojarles algo, antes de que comiencen a ensuciarnos la escena del crimen, antes de ser noticia todos los días, antes de que comiencen a escarbar por su cuenta y acaben por exponernos. Necesitamos todo lo que nos pueda decir. Cuatro muchachitas aun no aparecen y el tiempo corre. Él sabe de ellas, lo ha dado a entender, necesitamos ubicarlas. No sabemos nada de los cuerpos. El tipo está haciendo un trato con Rilma y si escuchar su verborrea nos hará dar con el paradero de estas chicas, vivas o muertas, es algo que tendremos que hacer. Te recomiendo que te calmes, o tendré que mandarte a tu casa por unos días. Pero Enrique García aun sentía el olor de los cuerpos quemados. El calor de las cenizas, las amarillentas osamentas y las órbitas oscurecidas de esos pequeños cráneos de los jovencitos cuyas fotos esparcidas en la mesa los mostraban tan distintos, con esas miradas llenas de futuro, rostros alegres, limpios, cuando aun podían sonreír y mostrar las


juveniles facciones sin las marcas que el fuego había ahora derretido; las fotos se han quedado ahí extendidas a manera de un abanico sobre la mesa frente al sospechoso que se ha negado a mirarlas. — Acá tengo otras, de los cadáveres que hemos ido recogiendo. Necesito que confirme si estos chicos estaban en la hacienda. ¿Me explico? ¡Vea las fotos! En la morgue apenas tenemos cuerpos desnudos y carbonizados, solo cenizas y fragmentos, y una montaña de denuncias de desaparecidos. El profesor Garfias se cruzó de brazos, el brillo líquido permanecía ahí en sus ojos, detrás de los cristales de sus lentes. Su mirada escudriñaba el techo en busca de sus recuerdos, en busca de un punto perfecto para distanciarse de la voz de la detective. — Mire aunque sea esta. ¿Es su esposa? ¿Tampoco quiere verla? Es difícil reconocerla, pero seguro que usted lo hará. Es la única de todos los cadáveres que encontramos con ropa. Tiene un sexi vestido, verde acuamarino, de marca. Tenía un cuerpo en verdad hermoso, profesor, ¿no quiere verla? Pensé que sería algo que tal vez pudiera interesarle. ¡Carajo, era su esposa! Rilma debió notar el estado muscular que iba tensándose en el cuerpo de Óscar Garfias mientras describía la foto de aquel cadáver que parecía su mujer, pero no lo hizo, por un momento, el cansancio la hizo descuidarse. El profesor, sin quitar la vista del techo iba rascándose la nariz, pasándose las puntas de los dedos en el vértice de cada ojo, hasta que se puso de pie y se lanzó sobre la detective, brincando encima de la mesa. — No quiero verlas, maldita bruja, no quiero verlas, no puede entenderlo. La mujer se echó para atrás, pero fue apresada del cuello por el sospechoso, cayeron de espaldas y ella de inmediato logró pegarle en la garganta con el canto de la mano derecha y levantarse con rapidez dejando el cuerpo del profesor en el suelo. Rilma sacó su arma y lo apuntó.

— Lo siento, lo siento mucho. No quise atacarla. Perdone. — Quédese en el suelo y cálmese. La puerta se abrió y entraron dos guardias. Enrique García y el capitán Segura miraban desde la sala de video cuando sucedió el ataque. Todo fue tan rápido que el detective García no tuvo tiempo siquiera de salir de la habitación para socorrer a su compañera, porque ésta ya dominaba la situación. — Estoy bien muchachos, estoy bien. Se que me excedí, profesor, y le ofrezco una disculpa. Ahora levántese lentamente, muy despacio y regrese a su asiento. Quiero que acepte mi disculpa; esto es difícil para todos, pero tenemos que hacerlo. Necesito su cooperación. Pero eso sí, no se equivoque, si vuelve a ponerme una mano encima, le meteré un tiro en la cabeza. El profesor Garfias seguía arrodillado de espaldas a la detective, junto a él estaba en el suelo la supuesta fotografía de su esposa muerta. Levantó las manos en señal de rendimiento, y poco a poco fue poniéndose de pie. Se dio la vuelta y miro a la joven detective, con la pistola firme entre las manos, apuntando. Se encogió de hombros y volvió a sonreír. "No es mi esposa” — Es un procedimiento que tiene que cumplirse, profesor. Lo voy a dejar a solas con las fotos. Tómese su tiempo. Lo que necesitamos, es que usted al verlas pueda darnos algunas ideas de dónde se encuentran las chicas desaparecidas. ¿Cómo dijo? — Seamos civilizados, por favor. Esto es doloroso. Sólo no quiero mirar las fotografías, entiéndalo. Estuve ahí y se exactamente lo que ocurrió. Intento decírselo, pero ustedes insisten en interrumpirme. La de la foto no es mi esposa. Y las asesinas siguen libres y huyendo. Todos los chicos de la escuela estuvieron en la hacienda. Todos están muertos… No pude hacer nada por salvarlos. Garfias volvió a su lugar. Rilma enfundó la pistola, y fue recogiendo las fotos que habían caído al suelo. Escuchó con calma lo que dijo el profesor, volvió hacia una de las cámaras de delatripa 36

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video en complicidad con los que miraban desde el otro lado. — ¿Está usted seguro de lo que dice? ¿No es su esposa? — Ya se lo he dicho, detective, pero no me cree. Ellas están huyendo y no se detendrán. Lo han planeado todo muy bien. Yo aceptaré todos los cargos que quieran echarme encima. Puedo reconocer que si yo no hubiera sido débil nada de esto hubiera ocurrido pero tienen que alcanzarlas. — ¿Dígame dónde guardó el cadáver de las otras chicas? ¿Su esposa murió o no murió? — Ellas no están muertas. No sé dónde está mi esposa. Tal vez con ellas, tal vez igual esté muerta, entre esas bolsas de cenizas que dice tener. No lo sé. Están huyendo conforme al plan que ya tenían. Tienen que ir por ellas. — ¿Y su esposa sabía lo que estaba ocurriendo? Tratamos de entender. ¿Usted solo condujo a todos estos chicos a la hacienda? ¿Usted les prendió fuego? ¿Usted mató a su esposa? — Han sido ellas cuatro. Se hacían llamar Dead Planters. Las Dead Planters. Secuestraron a mi esposa, y engañaron a todos. Yo aceptaré mi responsabilidad pero tienen que ir por ellas.

4. Enrique había llegado a la hacienda cuando las llamas ardían y se elevaban iluminando la poderosa oscuridad de esa noche sin luna. Quiso acercarse al escuchar algunos lacerantes gritos de desesperación a manera de aullidos pero le fue imposible. La temperatura le abrasaba la carne. Ni siquiera podía mantener la mirada hacia el incendio; el olor a carne y cabello quemado inundaba el ambiente, metiéndose en sus fosas nasales provocándole el vómito, que quiso impedir sin lograrlo. Luego de vomitar copiosamente, por radio logró comunicarse con su compañera, la detective Rilma y el contingente que esperaba en la carretera estatal. El ruido al encender una camioneta lo arrancó del dolor que sentía, y a 40

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pesar del estruendo del incendio, y la parvada de gritos que llegaban hasta él. Alguien escapa, cambio, me copian, cambio, alguien huye en una camioneta negra, cambio. Alguien escapa, no lo dejen ir…. Quiso correr, pero la explosión de algunas ramas, y la caída del techo de una de las cuatro cabañas, lo hizo arrojarse al suelo por el temor de ser alcanzando por alguna lengua de fuego. ¿Qué pasó con los bomberos, insistan, esto es un infierno? La camioneta se ha ido por la brecha, no puedo alcanzarla, tienen que cerrarle el paso. El quemón de las llantas traseras en el polvo de la brecha llegó hasta sus oídos. No los dejen escapar. Cambio. Necesito que vengan a ayudarme. Las cuatro cabañas están ardiendo, y hay personas ahí dentro. Escucho sus gritos, pero no puedo acercarme, el calor es demasiado; detengan la camioneta, necesito entrar. Intentaré entrar al edificio. — No te muevas Enrique, es una orden. No te arriesgues. No te muevas y no intentes ninguna locura. Los bomberos están en camino. Ya vimos la camioneta y estamos yendo hacia ella. No escaparán. — Están quemándose vivos. Tengo que entrar... La desesperación de Enrique García continuaba agitándole los músculos, pero la elevada temperatura lo hacía mantenerse a distancia. Los ojos le ardían, el humo no le permitía respirar. Se tiró al suelo boca abajo en busca de un poco de oxígeno y se arrastró alejándose. El humo negro se le metía a los pulmones. Volvió a vomitar en busca de un poco de aire limpio, y para oxigenar sus pulmones. Sintió pánico, terror, odio, todo combinado y con el siguiente estruendo, logró ponerse en pie y correr a refugiarse bajo la sombra de un inmenso roble que se encontraba a poco más de quince metros. El calor lo persiguió hasta ahí. El crepitar de las ramas, de la paja, de las maderas de las cabañas que iban cediendo, y aquellos gritos que comenzaron a apagarse poco a poco, Enrique permanecía echo un ovillo detrás del


árbol, apretando los dientes (es probable que antes mueran de terror que por ahogamiento, que mueran de dolor que por las quemaduras), llorando de rabia, apretando los dientes en un alarido interno por el dolor de escuchar esas voces desquiciadas que se desgarraban por el aire para llegar hasta a él, sabiéndose impotente. Tomó aire y valor, y corrió de nuevo hacia el incendio. Entró sobre las lenguas del fuego y otra explosión ocurrió al caer el techo y las paredes de otra de las cabañas, cuyos fragmentos encendidos brincaron hacia la humanidad de Enrique quien se detuvo, y pudo retroceder. Miró algunas sombras entre las llamas, pero nada pudo hacer. Horas después, en su casa, Enrique García bajo la regadera estaba castigando a su cuerpo con las gotas de agua fría que caían sobre las quemaduras que presentaba en la piel. Apretaba los dientes para no gritar. La soledad de su departamento hubiera amortiguado sus quejas, pero poco necesitaba para dominar su ira, y los gritos no eran su estilo. Mordía el jabón de pastilla para poder adherirse a la calma. Con los nervios aún a tope, comenzó a repasar sus propios movimientos dentro de ese infierno del que apenas había salivo vivo. Tenía quemaduras en la cara, la espalda, ambos brazos y el muslo derecho como resultado de una viga de madera incendiada que cayó cerca, cuando Enrique intentaba entrar, y que golpeando en el piso pringó briznas encendidas justo en el muslo y lo aventó hacia fuera de las cabañas, pero el solo contacto había hecho encender la tela de su pantalón quemándolo. El agua le lastimaba las heridas, pero la furia en todos los músculos de su cuerpo no cedía. Comenzó a golpear el cancel del baño hasta que lo despedazó. Una herida se le hizo en el antebrazo con los filos del cancel roto. Se sentó en la tapa de la tasa del baño y quiso respirar profundo. Desde hacía más de cuatro años le era imposible llorar.

Recién entraba a la maestría en ciencias en el Distrito Federal, que le había costado tanto esfuerzo, horas de estudio, vivía ilusionado pensando que en dos años cuando regresara a Mérida, podría obtener un buen empleo y por fin casarse con Elena, su novia desde hacia tres años, y mientras tomaba una de sus primeras clases le llamaron al móvil para decirle que su prometida había desaparecido al salir del trabajo. Era su hermano Rafael al otro lado de la línea, al otro lado de esa imagen nublada que destruyó de un solo golpe todos sus sueños. Dónde se destapaba la burla para sus ideas de ser un profesional si el dolor era como un ser oscuro que había viajado por la línea del teléfono atravesándole el oído. -- Elena no aparece por ningún lado, salió del trabajo y no llegó a su casa. El ser oscuro había viajado hasta su mente, apagando todo sueño, toda idea, y esa misma oscuridad tomó forma en la materia de los sueños desechos e inundó su mente, sumiéndola en la penumbra, haciendo que solo una luz se formara como un punto que parecía muy lejano, y que quizá tendría que correr para alcanzarlo, porque el punto se reducía, se reducía o se alejaba. Abrió los ojos al máximo. "No aparece por ningún lado." Sintió que entraba a un túnel y que tomaba gran velocidad, que viajaba por esas oscuridades hasta alcanzar el punto de luz que al principio se veía tan lejano, y pudo atravesarlo. Pudo levantarse del asiento del salón donde se encontraba, salir del aula y caminar hacia el pasillo de la facultad, y pudo verlo, el ser oscuro estaba detenido sobre su hombro, al final de corredor, riendo con su risa color malva. Sonó el timbre que medía el tiempo para el horario de las materias. Los jóvenes universitarios salían, junto con los profesores, hacia los pasillos; eran enjambres humanos que marcaban en los colores de las ropas, los cabellos, y lo inundaban todo con aquel zumbido de sus frases, y oraciones que se decían unos a los otros, las unas a las otras, ahí, dentro de ese corredor, pensaba en delatripa 36

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Elena, mientras miraba a su Elena en cada joven mujer espigada, ahí estaba riendo, ahí hablando por el móvil, aquella otra Elena que caminaba tomada de la mano por los corredores, esos corredores tan llenos de ninfas dispuestas a la fantasía, radiantes de alegría, desbordantes de sensualidad, con la coloración de cada frase, de cada parpadeo. Ninfas por todos lados, Enrique detenido en medio del corredor, con el móvil en la mano, las miraba pasar a su alrededor, las olía, las podía escuchar, y sentir cuando golpeaban con su cuerpo, él se había vuelto un obstáculo, sembrado ahí, en ese corredor, con el móvil en la mano. Estiraba uno de sus dedos y apuntaba hacia adelante, hacia detrás de las montañas, hacia detrás del horizonte. ¡Igual tú eres un perdedor! ¡Es hora de abandonarlo todo, pedazo de idiota! Le escupía la oscuridad, se dejaba apuntar, y se apuntaba al mismo tiempo. Reacciona. Reacciona. Elena está viva, Elena te espera. Tienes que ir por ella. — Tengo que colgar, Enrique, porque voy a llevar a mamá a casa de Elena para saber de qué se trata, —y Rafael le colgó, dejando que su voz se perdiera en las ondas que viajan por el aire.— Mamá está desesperada por ti. Un destello violeta paralizó el cerebro de Enrique. Estar a dos mil kilómetros de distancia y que te digan al oído una noticia de este talante tiene que hacer estallar algo en la mente, en la garganta, en las cuencas oculares, en los lacrimales, en el estómago, en los intestinos, en los músculos de las piernas, en los muslos; debía sentir algo corriendo por su piel, pero todo era agua, una agua clarísima que iba agitándose como un oleaje bravísimo que estallaba sobre una acantilado, haciendo que el cuerpo de Enrique se balanceara sin sentido mientras caminaba rumbo a la salida de la facultad. Pero se miró inmóvil en uno de los tantos jardines de la universidad, a un lado de aquellos corredores. Los demás habían llegado a su destino, y entraban a las aulas para el inicio de una nueva clase. Enrique se miró frente a la 42

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torre de rectoría, carajo, carajo, a dónde carajo estoy yendo, y el agua le empujaba, y brincaba chispeando su frente, el ser oscuro había desaparecido con los rayos del sol que se filtraban apenas entre las nubosidades de una gris mañana. La noticia había calado. No había sido una llamada amable para contarte que tu hermano ha conseguido trabajo, ni que le hicieron reparaciones a la casa de mamá. La noticia era un maldito cuervo, un lémur balanceándose por la corteza cerebral. Ahí picaba y picaba. Estaba de nuevo inmóvil en medio del estacionamiento. Tengo que despertar, se dijo, desde cuándo duermo, desde niño, desde que era el feto en el vientre de mi madre. Y el rostro de Elena brincaba por todas partes, manchándole el recuerdo. ¿Y si no volvía a verla? ¿Y si la lastimaban? ¿Cómo la estaría pasando en ese momento? ¿Desde cuándo estoy dormido? Desde que soy un feto en el vientre de mi madre. Uno huye de casa, uno escapa del hogar para fundar su propia vida y dios escupe sobre nuestros ojos. ¿Desde cuándo duermo? Desde que Rafael se había herido el pie cuando saltamos la reja en el complejo Benito Juárez para poder bañarnos en la piscina. Aquel Rafael, siempre apresurado, de tan poca reflexión, y lleno de ímpetu, brincándose la reja antes que todos, y caer justo encima de ese fondo de botella que le abrió como una boca sangrienta el calcañal. ¿Desde cuándo estamos despiertos? ¿Para qué? Este mi hermanito que había que internar cuando el asma parecía un monstruo que le atrapaba los pulmones; ¿desde cuándo había que despertar, desde cuándo duermo? Mamá por favor, que no quiero que me aprietes el corbatín, la verdad es que no quiero ir vestido así a la ceremonia, lo detesto, odio esas fiestas. Sólo estarás vestido así unas horas, ya estuvo bueno que todo sea tu ropa deportiva, ni modo que vayas de futbolista a tu graduación, te ves bien guapo, había dicho mamá, y Rafa, mi hermano Rafael, ahí riéndose de mí, mientras me toma las fotografías.


— ¿Cómo se llama tu pareja? — Irene, mamá, ya te había dicho. — Se va a molestar Janette,-- gritaba Rafael haciendo burla a su hermano. — Mamá no me aprietes la corbata, por favor, ah, estoy harto, y tú, deja de tomar tanta foto, por favor. — Exageras, una más, con tu carita de niño bueno. — Vas a ver chamaco apenas te alcance. ¿Desde cuándo había que despertar? ¿Para qué estamos despiertos? Este sueño es una vida hecha de recuerdos. — Me puedo sentar. — Claro, disculpa, es que estaba entretenido. Tengo examen en la última hora. — ¿Y este libro? — Es una novelita que leo mientras viajo en camión, ya sabes, la facultad está tan lejos del centro que uno aprovecha para leer. — Hubieras leído mejor lo que vas a presentar. ¿Examen de qué presentas? — Anatomía comparada, es ya uno de los exámenes finales. Si logro exentarla alcanzaré el promedio que necesito. Esta es la última materia, así que por eso estoy acá leyendo para relajarme, lo estudiado ya quedó. Es para descansar. — Descansar con Sabato. No lo creo. — ¿Te gusta Sabato? — Sí. Pero Abbadón es la más complicada de sus novelas, ¿no crees?; yo prefiero El túnel. — ¿Si?, a mi me gusta más Sobre héroes y tumbas. ¿Desde cuándo habría que despertar? El tiempo solo es un cántaro sin fondo donde van cayendo los recuerdos, perdiéndose para siempre, guardándose para la calamidad. Recordar es atarse al pasado. Es continuar mendigando volver, y hacer las cosas de forma diferente. — Terminé con él, quiero que lo sepas. — Tu novio me va a matar. — No le dije que salía ya contigo. ¿Crees en el destino?

La pálida luz cae sobre Enrique que sigue en el estacionamiento. Tengo que concentrarme carajo, tengo que salir adelante. Elena. No puede ser. "Elena no aparece por ningún lado". — Elena Irabién. — Elena, fue un enorme gusto. No te había visto por acá. — Vine a ver a mi novio; yo estudio en Letras. — Hasta el otro lado de la ciudad. Vas a ir a la fiesta, supongo. — Por eso ando por acá. — Bueno, Elena, cuídate. — Tú igual, suerte en tu examen, y que disfrutes tu novela. Enrique abandona la cafetería, tiene que despertar y continuar los pasos para enfrentarse a la oscuridad. Vuelve los pasos hacia el aula, se ha dejado la mochila al salir a contestar el móvil. "No aparece por ningún lado". — Serán sólo dos años, amor. ¿Crees en el destino? — Serán sólo dos años, y al regresar nos casaremos. Trataré de ahorrar. — No te preocupes, no te andes pasando hambres. Disfruta esta etapa; nuestra relación es sólida. Y dos años pasan rapidísimo. Como pasa el ángel exterminador encima de todos nosotros. ¿No has marcado la puerta con la sangre del cordero? El estacionamiento es amplísimo. "Elena ha desaparecido" Tengo que despertar. Ella no aparece. ¿Por qué has llamado, Rafael, hermano mío? Este ha sido tu mensaje, la calamidad. El cuervo ha vuelto por mis ojos. Necesito volver a Mérida, necesito dinero, no traje mucho. Necesito volver. Enrique salió corriendo de la facultad de ciencias para cargarse más crédito en el móvil y llamar de vuelta y poder tener mayor información, pero no lograba que nadie contestara. La desesperación era apremiante. — Acá vivo, gracias por el aventón. — A ti por la compañía. — Oye, Elena, dirás que es una idiotez, pero, te puedo invitar alguna vez.

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Elena callaba. Como callan los cómplices. ¿Y aquel novio? ¿Y aquella familia política, la madre del novio que te quiere tanto? ¿Y aquellos años de convivencia? Vaya, hace tanto que las cosas están estancadas. El amor, el amor es solo un universo paralelo ya. Bien lo decían los ingleses: Para qué las lágrimas, para qué las emociones descontroladas. Tenemos la frialdad para los corazones. Vengan las lluvias nuevas a inundarnos los abrigos. — Sé que tienes novio pero... vamos, es solo una invitación inocente. Y Elena sabe lo que es hacerse el inocente con esa sonrisa. Con esas ganas de esconderlo todo, con ese olor que rasca en la nariz, y es que del aroma se cuelgan las intenciones, he acá mi nariz, inúndala. — Dame el número de tu celular, yo te llamo, ¿quieres? Y.., Enrique..., sí quiero salir contigo; te hablaré. Tomó la decisión de ir a su casa. Mandó correos electrónicos, llamó a todos los números que pudo, casi a las dos horas le contestó su madre: "Tienes que calmarte, hijo, desde ahí hay poco que puedas hacer, todo está bien; no sé por qué tu hermano te llamó, le dije que solo iba a preocuparte." Pero Enrique no podía calmarse. Su pequeña Elena había desaparecido. "Díganme que está pasando". — Sólo sabemos que ayer en la tarde salió del trabajo. Había quedado de pasar a un bar con unas amigas, pero nunca llegó con ellas. Y tampoco regresó a dormir a su casa. Hoy en la mañana, su padre desesperado, --pobre hombre, debieras verlo--, me llamó para saber cómo estaba su relación contigo. Tenía la esperanza de que hubieras venido a Mérida de improviso, y que hubieran decidido pasar la noche, juntos. — Ella hubiera llamado a su padre para que no se preocupara—, interrumpió Enrique, en automático, intentando explicar las buenas maneras de su Elena. — Pero no ha llamado, y no se tiene noticias de donde pueda estar. Sus amigos se han reportado, e intentan dar con ella. No está en los hospitales, ni detenida. 44

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— ¿Qué dicen en la policía? — Nada, hijo, en la policía no pueden buscarla hasta que hayan pasado dos días. Enrique colgó la línea, cogió todo su dinero y se fue al aeropuerto. Compró un pasaje con todo el dinero que había ahorrado para estar los primeros tres meses mientras llegaba el dinero de su beca, y se regresó a Mérida. El avión aterrizó a las 9 de la noche. Desde el aeropuerto de la Ciudad de México, le había puesto un mensaje a su hermano para que lo recogiera. Cuando las puertas de vidrio se abrieron, lo supo en el rostro de su madre que venía por el pasillo con su hermano. Caminó tranquilo pero con decisión hacia ella, para abrazarla. Su hermano lo interceptó: ¡¡Está muerta…!! Sentado sobre la tapa de la tasa del baño Enrique repasa las escenas que siempre vendrán a torturarlo, con el aroma de Elena, con la sonrisa de Elena dibujando en él un gesto similar, pocas veces mostrado en público. Algo le aprieta las entrañas, y el ardor de las quemaduras le indican que continúa vivo; que para su desgracia continúa vivo. Es un maldito superviviente, y siente rencor por ello; siente que ha sido un cobarde; cree que debió dar su vida para salvar a esos muchachitos, debió correr hacia los gritos, pudo haberlos salvado, se lamenta. Esas sombras entre las llamas, siguen crepitando en su memora. Pudo rescatar a alguien, pero su cuerpo rechazó las altas temperaturas. Su cuerpo se detuvo, ahí, petrificado, escuchando los alaridos de todos aquellos que iban siendo abrasados por el incendio; lejos, lejísimos de esos cuerpos que se achicharraban; él debió morir y no Elena, él debió morir y no esos niños. Él es quien siempre, desde hace mucho no valora la vida. Desde los 15 a los 19 años la idea del suicidio fue su compañía más preclara... los años pasan, el día continúa moviéndose... he ahí las flores... las cenizas que deja el sol de cada amanecer. Cree que la muerte le ha abandonado. El ángel exterminador se ha burlado nuevamente de él. Tenía razón Sabato, es un dragón amarillo,


verde, rojo, que sale en los estacionamientos, sale del mar, para llenarlo todo de escamas y fuego, de fuego y dolor, de humo y miseria. Su ángel exterminador pasa todas las noches tocando la flauta para no dejarlo dormir. ¿Aquel dragón, aquel fantasma constante será el incendio? Es todas las llamas devorando las pieles, ennegreciendo las formas, achicharrando las ideas. "Para matarse hace falta mucho valor y no soy más que un cobarde". Sabe que abandonó la carrera de ciencias para entrar a la policía. Aplicar el método científico para atrapar a los malditos violadores. Ninguna mujer más, no en mi turno; ni una mujer más, será lastimada sin que haga pagar por ello a quien se atreva. — No tiene caso que veas el cadáver de Elena. — Era mi novia. — Es nuestra hija. Y no lo dejaron acercarse. La cremaron, y ni siquiera le permitieron acercarse a la urna de las cenizas de su Elena. — Cuando muera, verás que me cremen, amor. Y un poco de aquellas cenizas las enterrarás en tu jardín; y luego, créeme, tendrás que seguir con tu vida. — ¿Qué haces hablando de muerte, ahora? A buena hora se te ocurre.-- Eran dos cuerpos, Elena y Enrique retozando en la cama, luego del sexo. — Me da mucha risa que mis padres te sigan odiando a pesar de los días que pasamos juntos. — Nunca he sido del agrado de los suegros. Ellos siguen queriendo a tu otro novio. — Pero ellos no deciden, ¿verdad? Y no lo dejaron cumplir con aquel encargo de Elena. Decidió hacerse detective de homicidios. Tenía una licenciatura y eso tuvo que bastar para el cargo. Era un hombre determinado, capaz de tomar las decisiones, y con mucho valor para hacer algo contra esa misma maldad que un día le arrebatara al amor de su vida. Y todo había marchado bien, hasta

ahora que no pudo evitar la muerte de aquellos jovencitos. Sabe que tuvo la oportunidad, pero no pudo proteger a Elena ni a esos jóvenes. Hoy que los gritos escalaban su cuerpo, el miedo y el dolor en su piel lo detuvieron, engarrotaron sus pasos. Se detuvo ahí, lejos de las lenguas de ese fuego que debió comérselo también. Pero su cuerpo rechazaba el calor, la temperatura era altísima y no pudo incendiarse. Se sabe imposibilitado para llorar y ahoga un grito que le sube desde el fondo del cuerpo. Tocan a la puerta, con fuerza. Se amarra una toalla alrededor de la cintura y mientras va goteando por la casa para abrir, llegan a su cabeza las palabras de su hermano, que decía entre lágrimas y mocos: "La hallaron en un lote baldío en la salida a Kanasín; tenía la ropa desecha y el rostro desfigurado; le habían quebrado las manos, se las arrancaron, sólo por sus huellas dentales supieron que era ella, sus padres tuvieron que ir a realizar la identificación del cadáver, y decidieron de inmediato cremarla luego de la autopsia. No querían que nadie la viera así, desfigurada". Enrique sabe que se contuvo en ese momento, el rostro desfigurado, y la sonrisa permanente de su Elena, dónde había quedado; esa pequeña nariz, sus pequeños ojos, la delgadez de sus labios, que permanentemente estaban fríos y humedecidos, dios como le encantaba quedarse pegado a esos labios: el rostro desfigurado que no tuvo ocasión de mirar. — Si quiero salir contigo. No dudes que te llamaré—, y lo había hecho. Tomaron algún café frío y luego le preguntó si quería ir a pasear a la playa, era aun temprano. — Espérame. —Cogió su móvil, se levantó de la mesa, y se alejó buscando privacidad. Regresó a la mesa.— Vamos. El clima es delicioso. —Elena se descalzó, brincó el muro del malecón y caminó hacia el oleaje. Un oleaje tenue. La noche era cálida, la brisa marina era agradable. Enrique podía sentir el aroma del océano pegar sobre su rostro. Su hermano Rafael no podía creer la sangre fría con la que Enrique, luego de bajar del avión, delatripa 36

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atravesó los pasillos y el estacionamiento sin inmutarse; ayudó a su madre a subir al asiento, y luego manejar hacia su casa. Dejar a mamá y continuar con su hermanito hacia la morgue. — Me encanta sentir la arena— . Enrique se había acercado a ella que miraba el horizonte oscurecido, y esas manchas blancas de la espuma que eran empujadas hacia la playa. Llegó a la morgue cuando los padres de Elena estaban abrazados en la sala de espera. Don Rodrigo Irabién había reconocido a su hija, su madre hablaba de ese lunar en el seno derecho, ese lunar que no dejaba dudas, y que Enrique tantas veces había mordisqueado haciendo sonreír a Elena. Enrique se quedó detenido detrás de ella, sobre la arena. Elena giró, y el aire movía sus cabellos sobre su rostro. Era, apenas unos milímetros, más alta que él, y eso que no tenía tacones. Enrique la miraba risueño. Elena se acercó a él y lo besó. Un beso húmedo cargado de costras de sal y arena. Los dos sonrieron. La pálida luz de la luna picaba sus pieles, mientras las arenas intentaban hacerse camino entre sus muslos, sus brazos, sus cuellos. — Me da risa la arena— dijo ella, mientras se amarraba el cabello en una coleta, para que no estorbara las caricias que Enrique imprimía en sus labios. Enrique ignoró por unos momentos a los padres de Elena y se acercó al oficial que estaba presente en la sala: "Ya saben quién lo hizo". — Aún no. Pero se ha lanzado la alarma a todas las carreteras y se ha boletinado a Campeche y Quintana Roo para que no puedan escaparse, todos los vehículos serán revisados. Lo agarraremos joven, no se preocupe—, y el oficial le puso una mano sobre el hombro. "No me toque", Enrique hizo un gesto despectivo y dando la espalda al oficial se arrodilló frente a la madre de Elena, cogiendo entre sus manos las manos de la pobre mujer que parecía a punto de colapsarse. Pero la madre de Elena retiró su mano: "¿Qué haces acá?" — Vete muchacho, —dijo Rodrigo Irabién—. Elena ha muerto y no eres bienvenido. Un cubo de estiércol cayó sobre los ojos de Enrique nublándolo todo. Los padres de Elena se abrazaron, y aquel hombre lo miró con rudeza. — ¡Lárgate! No escuchas. No eres bienvenido.— Las manos de la madre de Elena, eran como las manos de Elena pero envejecidas. El beso en la playa se hizo eterno. Sin dejar de mirarse, ambos supieron que no eran necesarias las palabras. Se fueron recostando en la arena sin perder el beso; sus labios se habían cosido en bucles de saliva, se abrazaron, y al separar sus bocas ella recostó su cabeza en el pecho de Enrique. Horas más tarde, con los pies y el vestido lleno de arena la dejó en su casa. La acompañó a la puerta. "Quiero verte mañana", dijo ella. "Y pasado mañana", agregó Enrique, risueño: "Y al día siguiente". — ¿En verdad lo quieres? — No quiero nada más que eso. — Te llamo en la noche. No me gusta dividirme. Así que mañana terminaré con él.

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Kylie Jenner mató a Kim Kardashian. Gomita asesinó a Araceli Ordaz.

Jéssica de la Portilla Montaño.

Kylie Jenner era esa dulce niña, blanca como Blancanieves, rica como Cenicienta después de casarse con el príncipe. Creció a la sombra de Big Brother, siendo observada veinticuatro horas al día. Daño colateral por ser media hermana de la mujer más fotografiada del planeta. Kim Kardashian fue un video amateur antes de ser fotografía. Dio a conocer primero lo más íntimo de sí misma, lo más revelador y lo más monetizable: Su cuerpo. ¿Acaso existía otra cosa? Demostró que sí, que existía más que eso. Logró exponer su alma, un supuesto yo verdadero. Se diluyó para ser parte de la hora estelar de Canal E! y sus anunciantes. Hace unos años Kim Kardashian estaba en todas partes. Fue más googleada que su amienemiga Beyoncé. Más que Rihanna. Más que otras como Rita Ora que también jugaron a ser artistas para luego desaparecer. Para ser olvidadas, para ser revividas únicamente en función de la ropa que visten o de con quiénes son captadas. Kim Kardashian prestó su voz para algunas canciones. Apareció en portadas de revista. Fingió pocas lágrimas cuando perdía algún pendiente de diamantes. Se preparó mentalmente para ser violada por unos ladrones. La voracidad de internet y sus navegantes destronaron a Kim Kardashian. Una versión casi idéntica pero mucho más joven. Una niña dulce y blanca como Blancanieves que se maquilla hasta exterminar sus pecas. Una versión casi idéntica a Kim pero con más colmillo para hacer bisnes. Kylie Jenner aprendió bien, muy bien… Lo lleva en los genes, por partida doble. Lo lleva en la sangre que algún día inyectará en su rostro. Parte de su estrategia fue un idilio

prohibido antes de cumplir la mayoría de edad. Tenía dulces dieciséis, equivalente norteamericano de los felices quince de México, cuando empezó a ser noticia. Labios cambiantes y corazón adolescente. Tyga, veinticinco años, un hijo de la desnudista con quien Amanda Bynes debrayó marihuaneces. En mi vecindario viven incontables Tygas, menos morenos pero más gandallas. Mismo gusto por las vírgenes suicidas. Ya pocos hablan de Kim. Tiene dos hijos, un marido orate, psoroasis, inyecciones de cortisona. Boring. Lo de hoy es googlear a Kylie Jenner, seguirla por Instagram y Twitter. Comprar sus lipkits mate, labiales de ochocientos pesos por pieza. Exhibirse en distintos colores para sentirse un poquito como ella. Y de pronto aparece Gomita. Araceli Ordaz en otra vida. Autoexiliada del programa Sabadazo que pocos vieron pero muchos criticaron. Gomita, hermana de Lapizín y Lapizito, hija del Sacapuntas y de una Estuchera con Peluche. Gomita, quien se hizo noticia al dejar Televisa e irse a un canal de cable, al dejar el canal de cable e irse a MultiMedios, al dejar MultiMedios para hacerse YouTuber. Y confesar, por si alguien llega a preguntarle, que se hizo cinco cirugías plásticas en un solo día. Unos veinte años por detrás, otros tantos por delante. Con cada cirugía surgirá otra noticia indispensable sobre ella. Cada seguidor nuevo del casi millón y medio que ya tiene en Instagram. Con cada video, con cada “Me operé”, con cada “Dicen que soy artificial, jaja”. Cada nuevo cambio de canal, de empresa, de sutura, de extensión capilar. Con cada cambio de uñas, con cada té que anuncie para no hacer delatripa 36

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ejercicio. ¿Para qué sudar y ensuciarse cuando puede hacerse “otra lipo” y retar a Ninel Conde? ¿Para qué hacer sentadillas cuando Gomita puede ir al médico y colocarse implantes? El estándar de la fama, la mujer de labios gruesos y retos virales, zapatillas de plataforma y ojos smokey, pestañas falsas y sonrisa de: Envídienme, cópienme, ódienme si quieren pero cómprenme, háganme millonaria para seguir pagando: El estándar de la fama, labios gruesos y retos virales, zapatillas de plataforma…

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Una cara de venganza.

Waldo Contreras López

No podía sentirse más afortunado según él. Tiene una buena posición económica y un buen lugar en el gobierno federal. Se había encontrado con la mujer de su vida a quien conoció en su va y viene de oficial del ejército, en las calles de Dios quien siempre lo ha socorrido. La encontró a ella, investida en sus ropas de mujer soltera y con hijos. Con su orgullo tapándole una tristeza del rostro; la encontró como mujer en ese cuerpo necesitado de caricias, esos ojos queriendo encontrar un lugar en donde posar sus noches para cerrarlos a gusto y abrirlos con certeza; y se encontró a sí mismo en su necesidad de paz para una sola mujer y darle todo lo que él fue y es. No fue difícil a sus cuarenta y cinco años, había sobrevivido mal al tedio de las caricias eventuales en pueblos abandonados y ciudades desconocidas; no fue difícil además pues aquella mujer tenía ese “no se sabe qué”, aparte de ser hermosa con su rostro y con sus carnes aún macizas. Era un profesional muy respetado entre su gente, valiente como pocos, justo como nadie. Certero con las armas y en decisiones para operativos militares importantes; colérico e implacable contra quienes consideraba enemigos de sus ideales. Se sentía afortunado sí, pues a pesar de haber traicionado a su escuela de hombre de honor colaborando a favor del crimen organizado esto le fue perdonado por sus superiores al matar de un solo disparo de rifle a uno de los capos más temibles por la milicia y por la sociedad. Había recuperado lo único que valía la pena desde siempre y tenía que darle sentido a todo lo bueno que le estaba sucediendo en su carrera y sus ideales de hombre hecho y derecho.

La conoció en una fonda del mercado municipal de una ciudad del pacífico. Un lugar alegre, bullangero y colorido siempre, un lugar en el cual una persona sencilla podía sentirse a gusto con tanta fiesta. A ella de inmediato le llamó la atención la buena percha y su mirar de hombre seguro, su poca palabra y sus ojos de venado melancólico color gris los cuales se perdían en sus ojos que eran como ver caer una triste lluvia. Cada visita era más feliz y llegó el día en el cual se encontraron platicando sobre el futuro, tan serios, a la orilla del mar. Y llegó el día en el cual se vieron juntos compartiendo un mismo techo en un barrio populoso de la capital del estado. Vicente apenas era capaz, y muy poco, de ocultar su felicidad: feliz en los desayunos, en las compras del supermercado; feliz en los operativos militares peligrosos, en las cenas en familia, en las noches de desvelo y desafueros carnales. A ella por su parte se le veía muy a gusto aunque a veces, en el despacio correr del tiempo en la cotidianidad hogareña se le veía pensativa, con el rostro en ocasiones en una mueca de coraje contenido; el daba cuenta de ello, la observaba taciturno y silencioso y entonces le preguntaba y ella le contestaba con desdén mal disimulado: “Nada”, con sus ojos en un lugar lejano. Y los niños eran felices sin duda, todos estudiando en escuelas de medio burgués, bien vestidos con sus ropitas de marca, bien comidos con buena despensa surtida y con lujos dignos de su clase: videojuegos, televisores pantallaplasma, smartphone y tabletas electrónicas. No le amaban pero al menos le apreciaban. Y un día de cumpleaños festejaban en un restaurante de mariscos de esos con delatripa 36

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instalaciones caras. Reían y disfrutaban todos juntos y ellos, de forma disimulada, se comían a miradas entre cucharada y plática. Y de repente todo cambió, la niña mayor se puso pálida al tiempo que sus ojos se encontraban con los de su madre quien tenía el gesto crispado de odio, su mirada vibraba en modos extraños para él. Una mujer irreconocible. —¿Qué pasa mi amor? Te ves muy mal. —No pasa nada— contestó con desdén, como siempre, pero esta vez sazonado con mucha ira. —Te vez furiosa, algo malo pasa… —Ya deja esto por favor, no llames la atención… Él guardó silencio y buscó una respuesta en la niña mayor pero solo encontró su mirar en el plato de aguachile, y su boca ceniza y temblorosa. Miranda estaba igual, pero con sus mandíbulas trabadas de ira. Los niños se hundieron en una tristeza bárbara para su edad. Cuando llegaron a casa Miranda y su hija mayor se encerraron a llorar; él se quedó con los más pequeños viendo televisión; aunque estos últimos estaban más relajados notó que ambos miraban a la puerta del cuarto, como obedeciendo a una costumbre muy arraigada en sus almas infantiles. Pasaron los días y él vivió en medio de una felicidad tensa la cual dependía mucho de los cambios de humor en su joven esposa. Y al paso de los meses la felicidad se le fue aguando, inundada por las lágrimas cada vez más cotidianas de su amada y la desolación espesa que le provocaba su silencio. Y un día fue ella quien ya no pudo más. Fúrica, asqueada y borracha del hastío de tanto negarle las caricias, le gritó como jamás lo había hecho, le dijo entre llanto convulso que él era un hombre bueno, que lo amaba, pero que ya no podía más con el peso que estaba cargando sola y con mucho miedo. Él la tomó en sus brazos como tampoco jamás lo había hecho y hasta creyó que al fin volvían a 72

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recuperarse uno al otro: “A ver Miranda, cuéntame ¿qué es lo que te pasa?” Y entonces ella le soltó el peso que traía encima desde meses atrás. Y le hablo sobre su hermano menor, un joven de apenas veintitrés años, todo lleno de vida y alegría, todo pleno de ganas de ser alguien. Un joven locuaz y hablador. Un muchacho como muchos, quien buscando mejores oportunidades económicas se había vuelto sicario. Ella le contó que ese jovencito había sido la última persona de su familia a quien en verdad amó, como a nadie de su sangre, a parte de sus hijos. Le contó que ambos se habían cuidado desde chicos y compartían juntos la pena de ver morir a su madre en un accidente automovilístico que marcó para siempre a todos sus hermanos. Le dijo entre sus lágrimas cálidas y sus sollozos reposados que él siempre se perdía durante meses pero cuando volvía a quien primero buscaba era a ella, y le llenaba el solar materno de música de banda en vivo, de comida la despensa y el refrigerador de carnes y los bolsillos de buen dinero. Pero sobre todo le llenaba de alegría su corazón, orgulloso de su pequeño hermano a quien veía como a un hijo. Era lo único que se tenían ambos, los que se procuraban el encuentro siempre. Y le contó que una tarde soleada en la cual festejaban un aniversario más de la muerte de su madre llegaron a su casa un grupo de hombres armados preguntando por él. A ella y a sus hijos los postraron de rodillas y a su hermano lo golpearon hasta el desmayo y luego lo recargaron contra la barda del patio para fusilarlo. Ella le contó que les suplicó hasta la humillación que por favor no se lo mataran, que ese muchacho era lo único que tenía en el mundo y que era un gran hermano muy bueno y generoso. Uno de los hombres se quitó la capucha y le mostró su rostro picado de acné, su sonrisa burlona y llena de placer. Le dijo: “Este jovencito mató a mi padre y a mi hermana menor de edad, los mató con los ojos vendados, atados de pies y manos; los mató como a los perros siendo que ellos nada le


debían. Este niño cobró seis-mil pesos por ejecutarlos de esa forma, vieja pendeja, cállate el hocico mejor ¿crees que lo voy a perdonar nomás porque tú lo dices? Ganas me dan de chingarte! Le describió que el hombre alistó su rifle y le apuntó a la cabeza, la hija mayor se levantó para arrebatarle el arma a aquel despiadado para evitar la ejecución y fue derribada por un golpe de pistola en la cabeza. Le contó también que el jefe de los sicarios le sentenció con burla y carcajadas: “mira lo que les pasa a niños cagados como este por andarla haciendo de huevudos matoncillos”, según le describió, su hermano suplicó piedad con la voz quebrada por el miedo; ella seguía rogando postrada de rodillas y como respuesta escuchó el disparo y sintió claramente como la sangre de su hermano le salpicaba el rostro. En los primeros momentos de su desmayo vio como el cuerpo del joven se derrumbaba decapitado por la fuerza de la bala enorme de mata-policías, y vio también a su hija desmayada, quien había tratado de nuevo arrebatar el arma al sicario con la valentía de sus quince años, con su mano izquierda hecha pedazos a causa de una bala. Le contó que desde entonces no había podido encontrar la paz, que ya casi había olvidado las sensaciones abrumadoras de aquel día de pesadillas. Y le contó que aquel día en el restaurante de mariscos vio entrar al verdugo de su hermano, de su hija mayor, de la mente de sus hijos infantes y de su corazón. Le dijo que no podía dormir de miedo y que ya no podría vivir feliz pensando en la mirada burlona de aquel sujeto, aquel día domingo de fiestas. Vicente se la tomó a la tranquila. Decidió darle lugar al tiempo para que ella olvidara su tormento. Los primeros días de aquella confesión trató con todas sus fuerzas que ella se refugiara en él, pero Miranda le fue agrandando el desdén, le fue tratando con

desprecio y por último con odio. El también intentó refugiarse en ella tratando de entender su propio dolor pero tampoco lo consiguió, su dolor no se parecía en nada al de ella. Trató de refugiarse en los niños quienes también comenzaron a despreciarlo, después en horas de trabajo, en tardes solitarias de música ranchera y por último en el alcohol. Y pasaron muchos meses desde aquel día. Y aquel hogar feliz del pasado ya solo era una casa fría, sin risas, sin patio de juegos y sin pista de baile para dos enamorados. Y un día Miranda lo vio llegar en su camioneta, totalmente alcoholizado y con un brillo resoluto en sus ojos de borracho, sin alguna otra emoción en su rostro moreno. Lo vio dirigir sus pasos arrastrados por la tristeza hacia ella y le oyó decir: “Vamos, tengo a tu hombre”. A Miranda se le iluminaron los ojos en un furor de loca. Vicente notó como la boca de ella antes petrificada por el enconado desdén ahora estaba transformada en una sonrisa horrible. —Vamos, lo tengo en la casa de tu madre allá en ese pueblucho. —Qué feliz me has hecho Vicente, jamás olvidaré esto que haces por mí y por mis hijos. —Me imagino Miranda, pero lo hago porque te amo, como todo lo que hice antes a tu lado. Ella lo abrazó tan fuerte, tan febrilmente, que le echó su cuerpo a temblar. Luego ella llamó a los niños y les ordenó que subieran a la camioneta —Vamos mi amor —ordenó— es hora de que terminemos con esto. “Terminemos”. Se quedó pensativo un rato y le contestó: “Sí, es tiempo de que esto se acabe para ti y para mí”. Vicente se subió a la camioneta y abrió una lata de cerveza, encendió el motor y puso a sonar su disco preferido de música ranchera para relajarse: “Vámonos, a alejarnos del mundo, donde no haya justicia ni leyes ni nada nomás nuestro amor”. Miranda tomó también una lata de cerveza, subió la canción a todo volumen y le lanzó una sonrisa feroz. delatripa 36

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Llegaron a aquella casucha de pueblo, el solar materno de su amada hundido en el abandono. Ella se bajó con otra cerveza en la mano, ebria de una felicidad exagerada y contoneándose como hembra en celo. Cuando divisó al motivo de su odio postrado de rodillas soltó una carcajada sonora y tétrica la cual tuvo el poder de erizarle los cabellos de la nuca a Vicente. Se plantó gozosa ante el antiguo verdugo de su familia, se burló de él mientras lo vapuleaba y lo escupía, luego tomó un enorme palo seco y empezó a golpear al hombre sin asomo de misericordia hasta dejarle la cara y la cabeza hechas una carnicería. Los niños evitaban ver con todas sus fuerzas la escena, horrorizados con sus ojos infantiles y temblando de miedo. Cuando Miranda se cansó de golpear a aquel sicario se volvió hacia Vicente, sudando a chorros, con el respirar acezante y la mirada desorbitada le ordenó: “¡Ya mata a este perro mi amor!”. Vicente observó a los niños que sollozaban sin atreverse a levantar los ojos para mirar aquella escena de espantos, luego miró a aquel hombre abatido a golpes suplicando por su vida y luego la volvió a mirar a ella quien le sonreía con maneras de hiena: —Llévate a los niños de aquí. —¡No! —le gritó furiosa— quiero que ellos también vean como muere este perro, que vean como se desangra igual que mi hermano, tal y como les tocó ver aquel día! —Estás loca Miranda, ellos no— replicó Vicente con voz pausada y queda. —¡Estúpido poco hombre! ¿No tienes huevos o qué? ¡Mátalo! ¡Mátalo, pero ya culón! Él la miró con tristeza para después abofetearla hasta dejarla en el suelo, luego se dirigió hacia los niños con paso lento y los desenmarañó de su abrazo, tomó al niño por los hombros y mirándolo a los ojos le dijo: “Has algo por tu madre” y le puso una enorme pistola automática en sus tiernas manos. Miranda levantó la cara del suelo con la mirada perdida en una excitación de demente, se incorporó con su sonrisa ensangrentada, observó al niño y con 74

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voz temblorosa y siseante como la de las víboras ordenó: “Mátalo hijo, demuéstrame que ya eres un hombre, demuéstrale a este asesino y a este guacho apestoso quien eres”. El niño temblaba de miedo y pegó un fuerte respingo cuando escuchó el grito imperativo de su madre enloquecida: “¡Mátalo!”. Juanito tragó saliva y apuntó el arma a la cabeza de aquel hombre, cerró los ojos y disparó. Vicente escuchó el estampido de la bala sin inmutarse, vio caer muerto a aquel sicario sin ningún tipo de pesar en su corazón, oyó a Miranda carcajearse como loca, vio a las niñas quienes lloraban enlazadas de nuevo en un abrazo convulso, y vio a Juanito a quien se le iba la vista, perdiendo su cabeza en los vericuetos de su inocencia que empezaba a agonizar. Agachó la cabeza y dirigió sus pasos arrastrados de tristeza para alejarse de la visión caricaturesca de aquella escena, se subió a la camioneta y encendió el motor y la echó a andar despacito, alejándose de aquella casa. Pero a unos metros sintió el asedio del remordimiento y la cosquilla del deseo de volver por ellos, se arrepintió de inmediato y sacudiendo la cabeza para deshacerse de la pesadilla que aun presenciaba en sus pensares agarró una cerveza y la bebió con avidez; puso a rodar de nuevo la camioneta y de nuevo estuvo a punto de devolverse pues recordó haber dejado su pistola en las manos del niño; y recordó la inocencia con la cual Juanito miraba el cadáver de aquel infortunado, y recordó el despacio llorar de las niñas abrazadas y casi le ganaba el corazón otra vez; se quedaba pensando si valdría la pena, cuando escuchó otro disparo y los nervios se le crisparon como minutos antes. Esperó escuchar la carcajada de Miranda, loca de furor ante una nueva tragedia en su vida pero en cambio pudo reconocer el llanto a gritos de los niños, y pudo reconocer el grito vociferante de la hija mayor quien decía llorando: “¡Mamita! ¡No, mi mamita!”


Tragó saliva, trémulo de miedo y asco. Arrancó la camioneta, encendió el estéreo y empezó a sonar aquella canción que tanto le gustaba: “Vámonos, donde nadie nos juzgue, a alejarnos del mundo, donde no haya justicia ni leyes ni nada”… y su mente retrocedió a los días en los cuales sus ojos de venado melancólico se perdían en aquellos mirares que fueron como ver caer la lluvia, cuando se hundía en aquella piel olorosa a jabón corriente; retrocedió con sus pensamientos hasta las tardes de días felices, los desayunos alegres, las compras amenas del supermercado, las cenas y los desvelos de desafueros carnales, las tardes de bailes románticos sobre la pista dominguera, los juegos de niños en el traspatio. Sonrió entre sus lágrimas y pensó que había valido la pena conocer a su amada como pocos hombres pueden conocer a una mujer. Acompañó al cantante en la última frase de la última estrofa de la canción: “Nomás nuestro amor”; y luego se recargo en el volante de la camioneta para echarse a llorar como un niño.

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La maestra.

Cuando Hermí terminó la carrera profesional, para su fortuna, le dieron plaza en un poblado, que aunque poco conocido y remoto, le permitiría ser maestra de una escuela rural e independizarse por completo. Tener esa oportunidad, era lo mejor que le había sucedido, pues le daba la posibilidad de salir del ojo inquisidor de su madre. Cierto que la amaba con el alma, pero ya estaba cansada de ser cuidada con exageración. Sabía que entre las madres solteras, era común sobre proteger a los hijos, pero en su caso, además se había redoblado, por el hecho de haber llegado al mundo cuando la suya tenía sólo cinco meses de embarazo. En realidad, los médicos que la recibieron al nacer, nunca pensaron que pudiera sobrevivir. Su Abu le contaba que las uñas aún no se le habían formado, la aguja hipodérmica era más gruesa que su yugular y no había desarrollado el instinto de mamar. Ma, también en múltiples ocasiones le contó, que cuando se la habían puesto en los brazos, le dijeron que sólo un milagro la mantendría viva; al llevarla a casa la había puesto en una caja de zapatos rodeada de botellas con agua caliente y la alimentaba con un gotero mientras la bañaba con lágrimas y rezos. Tal vez esa fue la causa por la que le tocó tener una condición enfermiza crónica, un cuerpo mucho más bajito al normal en los niños, extrema delgadez y una piel pálida, casi transparente. Así que para convencer a su Má, mientras cursaba la carrera, de que la dejara vivir en un departamento, le había costado rogar mucho y aceptar las condiciones que le ponía: consentir que lo haría cerca de la casa donde vivían ella y su querida Abu. 76

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Paty Rubio

Pero en esos momentos, sólo pensó alegre en su primer día de escuela, en conocer el lugar y costumbres. Tenía una semana para presentarse en Santa Catarina. Ese tiempo lo usó en empacar —sólo unas pocas pertenencias—, algo de ropa y sus preciados libros. También en despedirse de su familia y amigos. El día de su partida se fue a la estación sola, le había pedido a su madre que no fuera, pues no quería irse con la triste imagen de verla llorando. Se despidió de ella y su Abu la noche anterior. Al salir de su departamento alcanzó a mirarse en el espejo que se encontraba junto a la puerta de salida; su pálido rostro lucía una gran sonrisa. Cuando llegó a Santa Catarina, después de día y medio de camino, vio en la verde planicie, una serie de bellas casitas que debido a la distancia parecían ser tan pequeñas como la “casa de muñecas” que tuvo cuando niña. ¡Por fin había llegado! bajó del autobús a donde una comitiva de siete habitantes la esperaba. Le hubiera gustado ver chiquillos, pero no se encontraba ninguno, ya era un poco tarde y pensó que seguramente se encontrarían en casa resguardados del frío. La tarde-noche transcurrió entre una sabrosa cena, presentación de las autoridades escolares y algunos habitantes del poblado. Cuando llegó la hora de despedirse para descansar, la condujeron a una casita que ya le tenían preparada. Era pequeña, pero se veía cómoda, ya estaba amueblada con lo necesario, de paredes encaladas, con techo de madera a dos aguas, un pequeño jardín rodeando la construcción y un cerco pintado de verde. Las maletas con las que había llegado, estaban en el interior, por lo que solo le restaba tomar un baño para retirarse a dormir. Pero


antes, y a pesar del cansancio, preparó la clase; después se acostó. —Será un gran día— se dijo ya casi dormida. ¡Su labor de maestra empezaría la mañana siguiente! Se levantó más temprano de lo previsto, debido a la ansiedad que tenía por comenzar ¡Conocería a sus alumnos! Había programado llegar primero que los niños. Fue directo al salón de clases que le habían mostrado la tarde anterior, en realidad solo había tres, dos de ellos le pareció que estaban en desuso. Al estar distraída, mientras escribía un saludo en el pizarrón, no se dio cuenta de que por fuera cerraban la puerta con llave, hasta que escuchó el click en la cerradura. Sobresaltada, volteó, caminó hacia la salida, luchó nerviosa por abrir, sin resultado. Asustada miró alrededor, al llegar no se había fijado que las ventanas tenían grandes rejas. Empezó a vocear para que le abrieran, pero nadie respondía, pegó la oreja a la puerta tratando de escuchar y encontrar algún indicio de movimiento por fuera, pero la escuelita parecía estar desierta. Un escalofrío le recorrió la espalda cuando oyó gritos y lamentos que venían de la calle. Casi al borde del pánico, corrió hacia la ventana para asomarse. Lo que vio, le cortó el aliento, los niños venían camino a la escuela, pero en lugar de libros y cuadernos, traían grandes cuchillos en sus manos. Quiso gritar pero no pudo. Con dificultad alcanzó a ver en el piso a una ¡mujer sobre un charco de sangre! hacia un lado, se descubría tirada una mochila escolar. No podía creer lo que estaba sucediendo. Sentía como si la cabeza le fuera a explotar, el corazón le latía apresuradamente, le dolía el pecho, se le dificultaba cada vez más respirar, sudaba copiosamente, le temblaban las piernas. ¡Tenía mucho miedo! A lo lejos se oían más gritos, se veía salir de las casas a niños ensangrentados y con la mirada extraviada. ¡Estaban llegando a la escuela! Regresó a la puerta para tratar de abrirla a como diera lugar ¡Escapar lo más pronto que pudiera! Sabía, que si no lograba salir, terminaría como esa mujer. Desesperada intentó derribar la puerta, era inútil, se dolió por ser tan pequeña y debilucha. Trató de no llorar, de contener el miedo, pero le resultaba imposible. En ese momento, escuchó el timbre escolar llamando a clases, timbró una vez, otra y otra. Se apartó a un rincón, y sentada en el suelo, encogida, cerró con fuerza los ojos. Mientras el timbre seguía sonando.

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Internado.

La carrera de medicina está llena de recuerdos de música. Mis 18 años los festejé con mis compañeros de primer año, llegaron sorpresivamente a la casa y comieron como desesperados unos tacos de tortilla de maíz recalentadas con tzic de venado con tomate y cebolla, mucha cebolla. En la puerta de la casa, sentados en los sillones, en el suelo, en el capirote de los volchitos que teníamos. ¿La música? Maná era la sensación entonces con su álbum “¿dónde jugaran los niños?”, nos aderezó la comida y el postprandio inmediato con “Me vale”, “Oye, mi amor” y “ Rayando el sol”, aunque esta última era del disco previo. El concierto fue un día después en el Carlos Iturralde y fue también mi primer concierto. Aun no sabíamos de guardias, desvelos, demandas, mal ambiente laboral, certificaciones, ni de frustraciones. En ese momento solo nos preocupaba el siguiente examen de anatomía o de embriología, si Corona salía con Guadalupe, Manuela o Verónica; si al siguiente día el mejor expositor sería Rafael o Adrián, si el maestro de Patología llegaría ebrio o no. La vida era simple, la medicina era hermosa.

V. La fila de gente mas larga en la que he tenido que participar, fue la de inscripción al examen de ingreso a la Facultad de medicina. Sin embargo, llegué ese día con una sonrisa de oreja a oreja, sin miedo, pero con mucha expectativa, anhelando ya un lugar en ese insigne edificio. Me abobé ante las escaleras en espiral a los lados de la entrada principal; el mezzanine era donde la mayor parte de la fila remoloneaba, apoyados en el barandal antiguo de hierro, mirando hacia abajo el jardín interior de la Escuela centenaria, mirando hacia arriba 78

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Addy Castillo Espínola.

un cielo prístino, lleno de nubes y sol fugaz entre ellas. Estaba alucinando. Por casualidad, me correspondió un lugar detrás de un tipo con el mismo apellido que mi padre, de casualidad él tenía conocidos y amigos ya estudiando ahí, de casualidad se acerco alguien a saludarlo. De casualidad, en medio de mi alucine, me di cuenta de que alguien me miraba. Raro, no soy el tipo de persona en el que se fijan con esa insistencia los demás. No soy típica, no soy común, soy mas bien diferente, casi rara. Las miradas son de susto, de miedo, de repulsión o de envidia, pero nunca son así. O no habían sido. Me miraba y me miraba mientras platicaban, de tal forma que no solo yo me di cuenta; el del apellido, los siguientes de la fila, los de atrás, los de adelante. Según yo, se dieron cuenta todos y yo ya no encontraba donde meter la cara. Sentí que hasta las orejas se me calentaban y solo pude girarme hacia el jardín fingiendo que veía a una interesante hormiga que caminaba sobre el enrejado, ajena totalmente a mi turbación. ¿Me habló? No sé. No me acuerdo. Creo que si. Recuerdo que llegué a casa después de hacer los trámites y después de quitarme los zapatos, solo pude recordar la sensación quemante en la piel; hasta ese momento no sabía que la mirada puede causar alguna sensación, a distancia , sin tocarte. Tal vez, solo por eso, la escena de “Como agua para chocolate”, donde Tita entiende como se sienten los buñuelos al contacto con el comal caliente, al recibir el contacto de la mirada de Pedro, es mi favorita. Tal vez, solo por eso, es uno de los pocos libros que pueden hacerme sentir algo cada vez que lo leo.


VI. Poco a poco dejas de sentirte infalible. Sabes que no sabes todo, pero callas lo que no sabes. Entiendes menos de lo que presumes pero finges que todo es claro. Reconoces que la calificación del examen no representa lo que en realidad sabes y puedes hacer bien. Una calificación reprobatoria tampoco significa que todo lo haces mal. Callas, finges, ostentas una calificación buena o mala pero es en el hospital donde aprendes de verdad. Aprendes a escuchar mientras cierras los ojos, los sonidos se intensifican desde el estetoscopio y tus oídos son la entrada de un mundo nuevo de sensaciones. El Dr. Eusebio te habla, con su propio ejemplo mientras cierra los ojos al auscultar un paciente, te muestra los focos cardiacos y la exploración de abdomen. Su mano sobre la tuya, coloca el diafragma del estetoscopio en el punto exacto donde los sonidos te revelarán la verdad. No sabes que estás escuchando. Aun no discriminas entre todos los ruidos, no sabes aislarlos, no sabes cual y como; pero escuchas, una y otra vez…

VII. Te llaman para certificar una defunción. Ya estás en el internado y sabes perfectamente tomar signos vitales. El familiar del paciente, ampliamente conocido por su diagnóstico de cáncer, ha venido para la certificación de un fallecimiento. Entre ojos lacrimosos y voz entrecortada, nos pide que vayamos a domicilio. El subdirector busca al hilo más débil de la jerarquía y por algún motivo, tú estabas de guardia y ahí vas en la ambulancia, con el familiar y el chofer; armado con tu estetoscopio, un termómetro y tus miedos. Llegas a una casa en un barrio humilde. Silencio alrededor, solo interrumpido por algún sollozo. La muerte se ve, se siente, se huele, se oye… Apenas empiezas a entenderlo.

Al bajar de la ambulancia, con tu bata blanca, tus zapatos blancos, tu uniforme blanco, las miradas te siguen, el silencio te acompaña; ¿cómo se saluda al entrar a cualquier sitio? ¿Buenas noches? ¿Sigue siendo una buena opción cuando en ese lugar ha sufrido una pérdida? ¿Hola? ¿No es demasiado optimista y familiar? ¿Con permiso? ¿No es demasiado formal y seco?... ¿Qué se dice? Optas por un universal saludo mudo, bajas la cabeza y con la mirada pides permiso para acercarte al difunto. Aun está caliente. Por un momento piensas que solo duerme, en su hamaca, plácidamente, rodeado por la gente que lo quiere, en su cuarto, en su casa, te sientes un intruso en el santuario de alguien. Lo tocas buscando el pulso y sientes el pulso. El tuyo. Tus manos tiemblan y están más frías que ese cuerpo que tienes frente a ti y confundes en silencio tu pulso con la ausencia del suyo. Te colocas el estetoscopio en los oídos y lo diriges al área cardiaca, no encuentras el ruido vital, no hay. Un buen rato tratando de escuchar, de entender, de confirmar que esta vez no harás más que confirmar una muerte. No hay reanimación, no hay monitores, no hay gasometrías, no hay peleas que ganar, ni siquiera hay algo que pelear. Lo que fue, lo que habitó ese cuerpo y lo dotó de ruidos, de luz, de sonidos, de olores, de recuerdos, de familia, de actos, de pecados, de un alma, ya no es. Levantas lentamente tu mano de su pecho, tocas los párpados ya cerrados y buscas en su pupila un resto de reactividad, no hay nada. Ya no hay respuesta. Detrás de la ventana de su alma, no hay más que oscuridad, silencio y nada más. Mientras vas revisando, dejaste el termómetro en su axila, lo recoges, confirmas que no hay registro de calor y lentamente vas incorporándote; meneas de un lado a otro la cabeza, como negando los hallazgos, buscas tu gesto más imparcial y tu mirada más empática y volteas hacia los familiares que en silencio esperan tu juicio. delatripa 36

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Solo dices: él ya no está con nosotros. Oyes el suspiro de todos, como si lo hubieran contenido durante la eternidad que duró tu revisión. Te sientes estúpido confirmando algo que todos ellos supieron y confirmaron antes que tú, te sientes solo cuando entre ellos se derrumban a llorar y se abrazan; momentáneamente quisieras ser parte de ese grupo que hoy comparte una pena y se consuelan unos a otros. A ti nadie te consolará de esa pérdida, porque eso sientes que es: una pérdida. El regreso al hospital solo con el chofer de la ambulancia es terriblemente lento y silencioso. Ni siquiera sabes si puedes hablar con él o si quiere hablar contigo; callas y piensas que acabas de ver el otro lado de la vida (¿ o era la muerte?) y por alguna razón no sientes que haya sido del todo malo. Pudiste ver el deterioro de ese cuerpo, causado por la enfermedad y los tratamientos, notaste el cansancio en sus facciones pero no por eso dejaste de percibir su placidez en el gesto póstumo de despedida: parecía dormir en paz. Cerca del hospital, el chofer te dice: ¿Es su primer certificado de defunción, doctora? —Si, contestas en voz baja. —Ése es el que siempre recordará, doctora y es el único informe de defunción que le agradecerán los familiares, el que es en su casa, en su hamaca, con sus familiares más cercanos. Que bueno que vino Ud. No, no olvidas tu primer certificado de defunción, tampoco has olvidado al chofer.

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Javier Valdez Cárdenas: La ciudad reflejada en sus ojos, y sus ojos dentro de quienes la habitan. Son pocas las personas que se atreven no nomás a poner el dedo en la ardiente ampolla reventada de una ciudad violenta, sino que más aún, se atreven a meter las manos completas para ponerle nombre letra por letra a las cosas. Todos en Culiacán sabemos que al meter las manos a la lumbre se corre el riesgo de ser chamuscado por quienes atizan la hoguera. Javier Valdez Cárdenas fue uno de tantos quien jamás dejó de luchar para que la gente se pusiera las gafas oscuras y viera mejor la lumbre que éste querido personaje "culichi" diera a mostrar sobre las hojas de papel periódico. Javier nació, creció y se forjó como hombre de palabra fuerte y directa entre estas calles tomadas por el cruce de muchos frentes de fuego, queriendo agarrar completo el horno de los panes. Él vio fluir los once ríos que serpentean esta tierra y dio luz al doceavo dentro del cual fluyen letras llenas de esperanzas mal fundadas, de ideologías mezquinas, de hombrías malentendidas, de mujeres mal caminadas y niños mal guiados. No. No todo puede ser tan malo: hay siempre que averiguar para entender el por qué de tanto malviaje en estas calles. Así pues, Javier es la voz y el ojo diáfano que da la imagen para que tú la veas tal cual:

El adolescente cabalgando sobre una barata motocicleta que carga su osadía metanfetaminosa, el callejón sin salida de la mujer demasiado joven para abaratarse como mercancía de tercera; Javier es el corazón en la boca de la madre y sus hijos sin casa; Javier y las miles de cruces santas a la orilla de las carreteras, barrios de la periferia y sus baldíos. Él es el racimo de frutos pulposos, púrpuras y lánguidos, colgados de los puentes de concreto; es la pólvora mojada en sangre; el orificio humeante en el pellejo que cubre el cráneo, el ojo en la punta de la bala certera, el alarido al filo del barranco de la muerte; él es la bolsa de droga; los carros de lujo, el rifle de asalto; el capo de medio pelo o greña dorada, el sicario y sus admiradoras; el volumen altísono del narcocorrido; la jovencita quemada en el basurón, el último estertor mortal de los actuantes de este circo; la bonanza y decadencia de un grupo armado, el soldado en las calles, el helicóptero artillado volando bajo la tarde anaranjada. Él es el rechinar de llantas sobre el pavimento hidráulico y el sonar de la delatripa 36

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metralla cantando una fúnebre canción; es el rechinar de dientes sobre un cadáver o un ataúd bañado en lágrimas; el apretar de culo conteniendo el miedo a punto de brotar; la ostentación de condominio en los panteones municipales; el bastión armado en los pueblos circunvecinos y las manos verdes y nariz blanca en los confines de la sierra; es la seguridad encubierta en las casas de cambio; el nerviosismo insomaníaco en las casas de seguridad; el silencio tenso en los narco laboratorios; es el funcionario corrupto, la balanza dispareja del justiciero y la mala ley; es la vaca gorda de efímera vida, el borrego sin lana y su hambre perpetua; el perito bien pagado, desvelado y burlesco. Javier Valdez es también la esperanza que muere al último, el no silencio, el no temer, el no rendirse... el no disparen más. Javier es la ciudad a través de sus ojos y los tuyos. Él es la ciudad que agoniza pataleando duro sin terminar de morir; él es la confirmación de los voraces perros. Culiacán es Javier y él es la ciudad que nadie quiere ver pero sí sobrevivir. Javier es la imagen y la palabra de muchos y el miedo de tantos otros.

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Pil y la necesidad de escuchar a los mayores. Cuando era niño mi chichí (voz maya que significa abuela) solía contarme historias, decía que algunas se las habían contado sus papás y sus abuelos, otras que las había presenciado o, que le habían ocurrido a ella misma. Recuerdo su voz de yuya (oropéndola) revoloteando por toda la casa, ya por el horcón, bajo la mesa, o entre el bajareque; pero siempre llevando las palabras de su boca a mis oídos. Cómo olvidar su cabello de sosquil en una larga trenza que caía al suelo y sus ojos de nubes como de quien ha mirado la vida a través del cielo. La piel de sus manos eran dos pergaminos arrugados que contaban la historia del “Lugar de los Álamos verdes”, Yaxcopoil, mi pueblo, al mismo tiempo que desgranaban la mazorca; con esas mismas manos sembraba coloridas rosas y pájaros en su huipil. Y sus pies, sí los recuerdo bien, agrietados como la tierra de la milpa en tiempos de sequía. Mi madre también me contaba historias. Mientras ella cocinaba, yo hacía la tarea y virutas de sol se metían por entre los orificios del techo de cartón para posarse como enérgicas mariposas en mis manos y en mi libreta. La voz de mi mamá sazonaba con las especias que echaba a la olla: ajo, pimienta, orégano, epazote…, haciendo más deliciosas las historias. La hoja en blanco frente a mí terminaba garabateada con el tucho, el jwáay chivo o

algún alux. Sus ojos se humedecían –aún se humedecen– al referirme la historia del henequén, pues ella, de niña, sufrió en propia piel el látigo del sol y la crueldad de la penca. A ellas les debo el reconocimiento de mi identidad maya-yucateca a través de los cuentos y leyendas que me contaban. De esa misma forma Ana Patricia Martínez Huchim recrea, a partir de la oralidad, cuentos o leyendas y nos las presenta en forma de historietas. Pil y el Nukuch Máak es su más reciente entrega; antes fue, en un mismo libro, El caballo de piedra, El jwáay gato y Los aluxes. Ambos libros son dirigidos principalmente a niños, con ilustraciones en blanco y negro para colorear. Ana Patricia hace una invitación a mantener viva la tradición oral de pueblo maya, porque de esa manera le contaron la historia que ahora recrea y nos lo indica en primeras líneas “Fue más que un mero cuento, –dijo mi madre, doña Eugenia Huchim Couoh, como le fue contado por su abuela, doña Eugenia Chablé– le sucedió a un campesino”; en la cita anterior y en la siguiente “Hace mucho tiempo hubo un milpero que se olvidó de ofrendar a los Nukuch Máak´ob´ en la milpa.”, nos advierte delatripa 36

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que no hay que olvidar las creencias y costumbres, como por ejemplo realizar el Jo´oche´, que es el ofrecimiento de los primeros frutos de la cosecha del maíz a las deidades del monte, los Nukuch Máak. De lo contrario podría ocurrir lo que a Pil, su padre olvida realizar el Jo´oche´, razón por la cual uno de los guardianes toma forma de anciano para robar la cosecha y destruir la milpa; el niño lo descubre en la acción pero, el anciano, enojado, lo lanza fuera de la milpa y por el golpe, el pequeño queda turulato para toda su vida. Así como los Nukuch Máak son los guardianes del monte, los aluxes cuidan de cerros y cuevas, y la fantástica tsuuk kaan (culebra gigantesca de la que según se cuenta tiene largas alas) es la “dueña” y protectora de los cenotes; así mismo Ana Patricia funge como protectora de la cultura maya, a través de la recreación de cuentos y leyendas que le contaron sus padres y sus abuelos, volcándolos a escritura para mantenerlos vigentes. De ahí la importancia de conocer su obra, desde sus primeros libros Cuentos de niños (1997), Cuentos enraizados (1999); luego sus libros más importantes a mi parecer: Recuerdos del corazón de la montaña (2013), Contrayerba (2014); hasta la serie de historietas que se han mencionado en líneas anteriores. No cabe duda su obra es un pilar importante para el conocimiento y la preservación de la cultura maya.

El estudio de la poesía debe ir acompañado del disfrute de la misma; si tienes un libro de poemas del que quieras conversar, escríbeme augustoangel.uc@gmail.com

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House of Cards. Es 4 de Junio y no estoy siguiendo las noticias de lo que ocurrió con los resultados electorales del Estado de México o Coahuila, en su lugar prefiero ver una ficción que hoy día se siente tan real, porque en mi país gobiernan políticos sin escrúpulos al grado que los guionistas de House of Cards se quedan faltos de creatividad al momento de narrar situaciones aberrantes y que desearíamos ver sólo en una serie de 13 Capítulos, pero no, aquí duran sexenios y cuestan millones al erario público, cuestan vidas. House of Cards, es un drama político que es la primera serie original de Netflix; recién estrenó su quinta temporada el pasado 30 de mayo. Basada en la trilogía del mismo nombre, que creó el político y escritor británico Michael Dobbs. Es acerca del poder; no es necesario disfrazarse de abuelita, en esta serie nos muestran al lobo en su completo esplendor, Frank Underwood (Kevin Spacey) y su esposa Claire Underwood (Robin Wright) son una pareja de políticos cuya ambición es tener el poder, sentarse en el salón oval de la Casa Blanca y vivir ahí por muchos años a cualquier precio. Usando estrategias de manipulación y chantaje entre sus colegas, en la Cámara, a

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los ciudadanos a quienes ven como niños que no saben lo que es mejor para ellos. Así vemos a través de 65 capítulos, cómo la escalera que los lleva a la cima se construye con peldaños de corrupción, cadáveres y guerras. Cada temporada muestra los reveses de los que salen avante y como espectador sólo les deseas una muerte lenta, y al menos sabes que para que el final sea lo mejor, nos basta ver un enfrentamiento Underwood vs Underwood. Hablar de que tiene una excelente producción, ya para la era actual bautizada como Peak Tv1, es como decir que se tienen actores principales que antes estaban solo en el cine, por lo que no esperen menos, pues técnicamente está por encima de muchas producciones. Sin embargo, en esta última temporada, se siente una necesidad de ver caer a los personajes, quienes por fin han llegado al poder, ya que sólo en la vida real un partido

http://www.lavanguardia.com/series/20160125/301661997701/edad-de-oro-series-peak-tv.html

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es capaz de gobernar por 90 años en un estado, pero en la ficción ya no es creíble que a estos personajes todo les salga bien y que hasta la vuelta de tuerca nos sirva para convencernos que son imparables. Pero como los guionistas aman la tensión nos dejan en su último capítulo a Claire Underwood en un acercamiento diciéndonos que es “su turno”, por lo que continuaré prendada de la serie, hasta su final. House of Cards, nos muestra lo sucia que puede ser la política, las ambiciones desmedidas de los mal llamados servidores públicos, únicamente por mantener el poder para sí y sus partidos, ya no nos sorprenden los artilugios narrativos porque la realidad es peor. Mientras que Frank mata a una periodista, en México en este sexenio han muerto 37. Esperemos que no se inspiren y quieran realizar una mala copia de las estrategias de los Underwood , pero aunque el mismo Dobbs dijo para una entrevista que su trilogía no era un manual de instrucciones, algunos políticos mexicanos son capaces de “homenajear” los discursos de nuestro amado /odiado Frank.2

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http://www.reporteindigo.com/reporte/df/Plagio-u-homenaje-Exalcalde-retoma-discurso-de-Frank-Underwood

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Dando vueltas con Silvia Velando por el respeto y derecho a la mujer. A los 12 años experimenté un primer acoso en la calle, fue en la esquina enfrente de mi casa: un hombre con apariencia de drogado y locura (ojos muy abiertos y sonrisa sin sentido) me habló, me regaló una paleta y me dijo que me esperaría todos los días en la misma esquina. Para una niña de 12 años que apenas salía sola a la calle eso era una amenaza tremenda. Con miedo inusual le dije a mi madre. Ese miedo que no podemos explicar, el cual tenemos por algo que no hemos cometido. Como una “iniciación” me siguieron años de uno que otro evento de acoso, algunos más leves, otros más intensos; como por ejemplo una mañana que iba camino a mi universidad, y un hombre flaco con apariencia de drogado me seguía el paso a mi lado izquierdo, ligeramente atrás de mí. Yo trataba de actuar normal, por supuesto. Pero, al parecer el “tipo” no cedería a mi desatendido. Estuvimos así como dos o tres cuadras largas y lo pude perder con un poco de artimaña. Pero no terminó ahí, al otro día me esperaba en el mismo paradero, ¿caminaríamos las 3 cuadras de nuevo? ¡Oh, no!, ¡qué pesar! Pero, acaso nadie ve la violencia que me está causando

este sujeto. Al parecer no. Entonces vi a un policía, al fin podría tener un poco de “seguridad”. Corrí hacia él y el sujeto se esfumó rápidamente, el policía apenas pudo verlo de lejos, le expliqué todo lo que me había estado “haciendo”: me había seguido, esperado, incluso el segundo día me susurró al oído algo como: “Hola, ¿tienes miedo?”, en pocas palabras me había acosado. Lo curioso fue el diálogo que tuvimos el policía y una servidora: —¿Te tocó o algo así? —No, sólo me seguía. —Ah, bueno. Pero ya se fue. Me quedé paralizada, decepcionada pero algo aliviada, al menos alguien más ya sabía de este evento. Al ver mi miedo el policía me dijo que tomara mi camión para la universidad y que él vigilaría que no se acercara nadie en el trayecto. Así que ese día, más cuidada, pude abordar el autobús. Fue muy amable aquél hombre con sombrero azul. Mientras el otro sujeto me miró desde lejos en la misma esquina por donde se había fugado. No lo volví a ver. delatripa 36

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Como estas, tengo historias en la mente de cuándo me han violentado los hombres en sus distintas manifestaciones: “chiflidos”, “piropos”, frases como: “bonita”, “hola guapa…”. Al parecer el hombre siente un tipo de “licencia” para expresar sus deseos, a costa de faltar al respeto a la mujer. No. Con esto no quiero decir la frase típica “todos los hombres son iguales…”; lo que quiero decir es que aún falta mucho para erradicar la falta de respeto que se está acostumbrado a dar a la mujer de nuestra época. No quiero etiquetar ni pretendo dividir a las clases sociales, pero curiosamente quienes acostumbran este tipo de comportamiento son los hombres de la basura, camioneros, pepenadores y vagabundos. Quizá la tarea del sector educado y académico sea trabajar más en cómo educar y concientizar a éste fragmento social. Quizá sea necesario ejecutar penalizaciones para esta violencia no visible, pero real, y de igual magnitud hacia la integridad de la mujer.

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Demersales en A mayor. La política miserable. Llegué a Ensenada con una pierna rota (con la cabeza rota también). En Cuernavaca, mi ciudad natal, acababan de torturar hasta asesinar a Juan Sicilia a quien había conocido pocos meses atrás. Ensenada, entre la bruma de los bancos de niebla que llegan desde el mar me pareció una guarida. Su gente recia, renegona, malhumorada, me pareció lo más hostil de la ciudad pero yo estaba acostumbrada a otra hostilidad, a otra violencia aún más descarnada. Llegué a Ensenada un día de abril, un día de neblina como estos últimos días de junio y me pareció increíble el contraste de océano y desierto, el contraste de frontera, el contraste del cielo con la tierra. Fui conociendo poco a poco sus pormenores. Deduje que la gente era como era porque habían nacido en una ciudad de maquilas y de producción; en una ciudad en la que la mayoría de las preparatorias ofrecen carreras técnicas porque quieren formar obreros, mano de obra barata. La gente vive tranquila porque tiene para comer y adquirir todo lo que esté al alcance de su monedero en “los globos”, donde llega toda la basura americana de segunda mano. No me malentiendan, no tengo nada en contra del rehúso, al contrario, simplemente me da tristeza ver que la gente se arma su casa de objetos rotos. (Yo

también me he armado de objetos rotos en esta ciudad). Conocí también sus calles intransitables, la mayor de las protestas: “no más baches”. Me percaté de que la ciudad le daba la espalda al mar, de que toda infraestructura veía hacia tierra. Y entre sus calles conocí el Bajío donde nadie ve, donde todos van al Paris de Noche, al 13 negro o a La política Alegre sin pensarlo dos veces, pero con los ojos bien cerrados. Entre luces rojas, cerveza, cigarro y orines añejados, La Política Alegre se viste de fiesta. Los estudiantes de la ciudad no dudan en aterrizar en este paraíso de la cumbia electrizante después de que han cerrado todos los demás bares de la ciudad para beber unas “clandestinas” ya tibias. Y ahí “las ficheras”, cobrando de a poquito por un agarrón de nalgas, por un arrimón, por bailar, por lo que sea… ahí las ficheras que delatripa 36

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nadie conoce. Nadie las ve más que por morbo o por folcklor. Pero la prostitución no debería ser un tema de folcklor, el turismo sexual que viene a Ensenada no debería ser una entrada de dinero para la ciudad. El periódico anuncia los estimados del derrame de dinero de los americanos cuando vienen a la Baja 500 o a la Baja 1000, y yo me pregunto si el dinero que circula por turismo sexual y drogas está contemplado dentro de estas cifras. Uno sigue bailando al son de Juana la Cubana, yo sigo bailando e intento no pensar en esas mujeres porque llegué a Ensenada para cubrirme los ojos, para no ver más dolor, para voltear a ver el mar en vez de cansarme de sufrir el dolor del país. No obstante, sigo despierta y aunque tome aguardiente no puedo evitar verlas, ver el color negro que les corre debajo de los ojos y ver que tienen frío porque deben enseñar o no venden. Intento no ver y de pronto, un hombre levanta una falda y lame las nalgas de una señora de unos cincuenta y cinco años y a mí me dan ganas de salir corriendo de ahí. Pero todos están muy felices, todo es folcklor y baile y alegría y peda. Las luces rojas, solo pienso en las luces rojas, en el mareo que se me viene encima, en la sangre que se me va hasta los pies. La Política Alegre: qué nombre tan miserable para lo que sea que viven esas mujeres.

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Mi punto de risa El tema del aborto. A pesar de que hace casi cien años se estableció en Rusia la primera ley sobre el aborto, el tema aún es considerado polémico en muchas ciudades y países. Hace algunos días pude leer algunas publicaciones que mencionaban que en Islandia era política de estado practicar el aborto de mujeres que detectaban en sus hijos el Síndrome de Down. Y es que, si bien tiene algo de cierta esta noticia, no es porque sea una política pública en ese país, sino que las estadísticas dicen que las mujeres que detectaron mediante pruebas, que sus hijos nacerían con este mal congénito, decidían abortar. Aun así, en Islandia, hay otro gran porcentaje de mujeres que no se realizan estas pruebas y tienen a sus hijos con el síndrome. La noticia no fue más que una hábil maniobra de manipulación a las estadísticas. Como decía George Bernard Shaw: “La estadística es la ciencia que demuestra que si mi vecino tiene dos coches y yo ninguno, los dos tenemos uno”. Esta noticia me dejó pensando, primero, que Islandia podría ser un país con una cultura más desarrollada; lo que me hace recordar lo que dicen de Los Mayas, que fueron una civilización muy desarrollada, pero cometían sacrificios humanos, guerras, asesinatos, todo en nombre del bien común.

Entonces, si no es una civilización más desarrollada, ¿por qué las mujeres toman estas decisiones? La respuesta me parece más simple de lo que parece, por lo que haré mención primero de las acciones que desde hace mucho realizamos de manera naturalizada, guardando las debidas distancias, en función de genética. Antes de indignarnos más de la cuenta, analicemos nuestros propios comportamientos y pensemos en cómo durante muchos años hemos elegido pareja para formar una familia, siempre hemos estado en una búsqueda de mejorar genéticamente. Ahí tenemos que hay estándares de belleza que nos dicen qué es lo bonito y qué es lo feo, de tal manera que siempre nos sentimos atraídos por las personas estandarizadamente bellas. delatripa 36

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En tiempos más recientes, en las clínicas de tratamiento a mujeres con problemas para embarazarse, se les ofrecen espermatozoides que cumplen ciertos parámetros que los hacen ser considerados de calidad, garantizando características genéticas destacadas como son la estatura, color de piel, color de ojos y cabello, origen racial, entre otras. En las conversaciones por las calles es muy común escuchar comentarios como: “A estas personas no se les debería permitir reproducirse”, “Mátenlos, antes de que dejen cría”, “Pobrecito/a, mejor no hubiera nacido”. Todas estas expresiones, ya sea de manera despectiva o en un afán humanista, solamente nos demuestran que poco a poco nos vamos acercando a realidades como la que se está viviendo en Islandia. No me pondré a pensar en que si los islandeses tienen una cultura más avanzada que nosotros. Los que sí puedo decir es que veo un futuro en que en México, las mujeres tengan la libertad de interrumpir su embarazo si detectan algún mal congénito. Es un tema que probablemente sea aún polémico, a pesar de que varios estados de nuestro país ya tienen leyes que permiten, bajo ciertas condiciones, la interrupción legal del embarazo. Me queda claro de que vamos por ese rumbo, aunque sea probable que no nos toque verlo como una realidad. Esto se llama Selección Natural y muchos debemos estar agradecidos, en otras circunstancias, probablemente hubiéramos sido abortados. Yo, por negro.

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La Niña TodoMePasa dice: Nurse Jackie: Nunca una historia tan triste resultó tan divertida.

Nurse Jackie es una de las mejores series de televisión que vi en cuestión de semanas. Fue producida por ShowTime, creadores de la magnífica serie televisiva The Tudors. La serie consta de siete temporadas, cada una de entre ocho y doce episodios con duración aproximada de treinta minutos. La historia trata, obviamente, de una enfermera con un secreto que es revelado desde un inicio: Jackie Peyton (Edie Falco) es adicta a los medicamentos para controlar el dolor de espalda. En específico, consume el opioide oxicodona (Percocet), al igual que Amelia, la doctora adicta de la serie Private Practice. Pero también le gusta el opioide hidrocodona (Vicodin), sustancia que “saltó a la fama” gracias a Dr. House. Claro que si tiene oportunidad de conseguir un sedante como el Xanax (alprazolam) no le dirá que no. Sin embargo, su poliabuso no incluye drogas más accesibles como marihuana y alcohol: Lo suyo, lo suyo, son los painkillers. Nurse Jackie consume medicamentos todo el día, todo el tiempo. Se sabe adicta aunque no habla de ello, ni siquiera consigo misma. Su enfermedad, que ella seguramente -como

todos los adictos en fase activa- no ve como tal, no parece ser algo que le moleste. Tampoco le producen la menor culpa las cosas que tiene que hacer para conseguir sustancias controladas. A fin de cuentas, después de la heroína y de la “cero adictiva” marihuana, los painkillers y los sedantes son las drogas más consumidas en Norteamérica. Y aunque vive “colocada”, dopada veinticuatro horas al día, resulta que Jackie Peyton es la mejor enfermera. Trabaja en el hospital All Saints de Nueva York, en el área de Urgencias. Es peleonera, mandona, y puede mentir, robar o cometer otros actos ilegales para que sus pacientes recuperen la salud. Nurse Jackie es una serie de humor negro que provoca carcajadas a pesar de ser una historia fundamentalmente triste. La estética de algunas escenas recuerda a Breaking Bad, la serie televisiva más delatripa 36

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premiada (no sé si Game of Thrones ya la superó). Es inevitable compararla con el cínico de Dr. House pues Jackie Peyton es toda una bitch. Por ratos la amas, la odias, la admiras… Pero es más común detestarla, y sigues viendo su vida para ver ahora cómo se las arregla. ¿La recomiendo? Totalmente. Seis premios Emmy, y el controvertido final aún se discute en internet. ¿La vería de nuevo? Sin dudarlo. En cuanto terminé con ella vi de nuevo los primeros dos episodios. Cuando uno se clava con una serie la devora sin fijarse en los detalles. ¿Lo mejor de la serie? Los diálogos, las situaciones y, por supuesto, los personajes: Amas y odias a Fitch Cooper, amas y odias a Gloria Akalitus, amas y odias a Gracie, amas y sigues amando a Zoey… Para más información sobre Nurse Jackie: Mejor consigan la serie y véanla lo antes posible. ADVERTENCIA: Se recomienda discreción, el contenido no es apto para menores de edad. Y puede resultar “peligroso” (triggering) para quienes luchan contra una adicción a alguna sustancia. Yo nomás digo…

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Incipit. Dar a luz. Un hijo es una pregunta que le hacemos al destino. José María Pemán..

¿Cuándo tendrás hijos? ¿Quién te cuidará cuando seas mayor? ¡Se te va a pasar el reloj eh! ¡No hay mayor dicha que el ser madre!... éstas y otras frases retumban en las reuniones familiares o de amistades cercanas; pero qué hay del derecho a decidir no ser Madre. La idea que el mandato cultural infringe a la mujer como su ‘deber ser’ representa una forma de violencia terrible para aquellas que deciden no serlo. Es importante señalar que desde tiempos antiquísimos se ha ejercido un control sobre el cuerpo de las mujeres; y esto se ha logrado a través de una educación que se tiñe de tintes morales, de la religiosidad, y que de manera atroz nos dice qué se debe hacer y cómo se debe ser. La mujer es quien debiera decidir qué es lo que desea sin ser sometida, señalada u obligada. Pensemos que somos mujeres pero eso no determina que se quiera ser madre. Es una falacia decir que todas tenemos instinto materno, y el no tenerlo no nos convierte en arpías o en seres malévolos. Decidir no ser madre lleva consigo una multiplicidad de situaciones. No soy fea. Incluso soy hermosa. El espejo me devuelve una mujer sin deformidad. Las enfermeras me devuelven mis ropas y una identidad. Es común, dicen, que algo como esto suceda. Es común en mi vida y en las vidas de otras.

La sociedad se ha encargado de dictaminar que una mujer se realiza sólo con la maternidad, el hecho de parir (y más si es en parto natural), otorga una suerte de proeza y al mismo tiempo un estigma de sufrimiento, sumisión y entrega. Nada más alejado de la realidad. Hay quienes no tuvieron la oportunidad de decidir y no se encuentran nada identificadas con los hijos que han tenido, o con el hecho de ser madres y, ojo lectores, eso no nos da derecho a juzgar. Me dibujo la vieja boca. La boca roja que dejé con mi identidad. Hace un día, dos días, hace tres días. Era un viernes. Ni siquiera necesito un día de descanso; puedo ir a trabajar hoy. Puedo amar a mi marido, quien entenderá. Quien me amará a través de la mancha de mi deformidad. Como si hubiera perdido un ojo, una pierna, una lengua.

Claro está que también hay otras mujeres que desean serlo y que por diferentes situaciones no pueden lograrlo, y a ellas también se les

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etiqueta o se les ve como seres raros y merecedores de compasión, tanto que ellas se atribuyen pesares porque se consideran “monstruos” o seres anormales. Tantas historias de violencia detrás de estas vidas. Así que me sostengo, un poco ciega. Así que me alejo sobre ruedas, en lugar de piernas, que sirven igual. Y aprendo a hablar con dedos, sin lengua. El cuerpo sabe recuperar fuerza. El cuerpo de una estrella de mar puede regenerar sus brazos. Los tritones son prodigiosos en piernas. Y tal vez yo pueda ser igual de prodigiosa en esto que me falta.*

Ser Mujer no es sinónimo de Madre, así que mentirnos sobre el deseo de serlo o ponderar a aquellas que lo son debería ser parte primordial de la desmitificación de la reina del hogar, y hacer a un lado todas esas frases que laceran y violentan la vida de la mujer: Una madre no se cansa, Aquí estoy yo que soy tu madre, No importa que yo no coma mientras coman mis hijos, Lo aguanto todo por ellos, A mí aunque me pegue su padre. ¿Nos hemos puesto a pensar que también nosotras violentamos a otros seres con esas frases? Si se es madre porque no hubo de otra también se lastima a los hijos y a quienes nos rodean, y otra vez una cadena de rechazos, frustraciones y mandatos heredados. Decidir tener hijos debe ser una decisión personal, no le concierne a nadie más, porque es el derecho de un cuerpo. Claro que se puede compartir cuando se tiene otro ser humano con quien se decide este evento, y a pesar de que esto no está escrito en alguna ley, una mujer puede decir no quiero ser madre, y luego quizá querer vivir esa situación, y créanlo es válido; pero ¿Se imaginan si es en sentido opuesto? Esto nos llevaría a una luz que se apaga.

* Plath, Sylvia. Tres mujeres. UAEM, México, 1987.

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Desvaríos de la freaky neurosis. Nacer para morir.

Nadie escapa de la muerte, a menos claro, que seas Sísifo o Doña Francisca; aquella mujer del cuento a quien es imposible encontrar debido a sus múltiples ocupaciones. Y es que Mortis, aquella insensible urgida en reclamar su parte, llega siempre puntual en su agenda; la cual jamás coincide con la nuestra, pues nadie está preparado para morir. Ella acude en el momento más inoportuno. Me quedé pensando en ello, pues la muerte es un tema recurrente en mi cabeza. No porque sea suicida, sino porque es algo que me aterroriza sobremanera. Y cuando me enteré que el esposo de una amiga había muerto, me sacudió de nuevo. Siempre he imaginado a la muerte como una mujer de singular belleza, por eso nadie puede escapar a sus encantos. Y aunque pienso en ella como un mal necesario, sé que los seres humanos nunca estaremos preparados para enfrentarla. Supongo que por ello se inventó el concepto de un alma eterna e inmortal, para poder creer que la existencia no se termina con el último suspiro. Resulta muy difícil despedirse de nuestros seres queridos y, en el fondo, deseamos volver a encontrarnos con ellos en el futuro. Algunas religiones inventaron incluso el concepto de la reencarnación, y en parte es cierto que la vida es de ciclos. Un día nos convertiremos en polvo y nutriremos la tierra para dar paso a nueva vida. Pero de ahí, a que volvamos a tener otra existencia, y que nuestra alma encarne un nuevo cuerpo, no puedo

creerlo. Pienso que nuestra vida es tan valiosa precisamente porque sólo existimos durante un lapso muy breve en la historia de la humanidad. El pábilo de una vela que un día se enciende y repentinamente se apaga. La vida se torna valiosa cuando entendemos que algún día moriremos. Comprender el proceso de la concepción también nos pone a pensar en lo afortunados que somos al coincidir en este mundo. Saber que de entre millones de espermatozoides, hubo alguno que fecundó a un óvulo y que en esas dos minúsculas células, se encontraban aquellos caracteres que dieron lugar a nuestras vidas, es increíble. Si otro espermatozoide hubiera llegado antes, no serías tú quien me estaría leyendo, sino alguien muy parecido a ti, aquel hermano que jamás conociste. Pero nosotros estamos, nosotros ganamos esa primera batalla. Abrimos los ojos a este mundo para descubrir todas las maravillas que el hombre ha creado. Y con ello, también la delatripa 36

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desolación, el hambre y la destrucción de la sociedad “civilizada”. Habrá quien piense en la vida como una bendición y otros como un verdadero infierno; esto dependerá del lugar en donde naces. Pues no es lo mismo pertenecer a la realeza británica que a una favela brasileña. O nacer mujer y terminar siendo un número más en la estadística de las muertas a causa de la violencia. La vida no siempre es bella, pero es la única que tenemos. No existe la reencarnación, no existe un alma inmortal. La muerte acabará con todo lo que conocemos. He ahí la importancia de la vida. Y mientras más gente nace y celebra cumpleaños, otra parte muere y sepulta a sus seres queridos. Y no podemos escapar a ello, aunque lo deseemos. Mas pienso que si la muerte no existiera, pero todo lo demás sí; es decir, enfermedades, sufrimiento, pobreza, esclavitud, maltrato, pederastia, trata de blancas, tortura, guerras, discriminación, intolerancia; ¿quién querría vivir así eternamente? La historia de la humanidad ilustra una serie de traiciones y lucha eterna por el poder. Afortunadamente, los dictadores también mueren. Y pensándolo detenidamente, todos merecemos morir. No porque la vida sea injusta, sino para que sepamos valorar aquellos instantes que jamás se repetirán. Porque la muerte a veces, es el único alivio para tanto sufrimiento. Morir no es malo, es simplemente necesario. He llegado a pensar que el día de mi muerte, tendré un funeral lleno de música. Sé que haré una lista muy larga de canciones, para que todos los asistentes puedan escuchar y recordarme a través de aquellas voces que siempre lograron rescatarme de los momentos más desdichados. Porque en cada melodía habrá un poco de mí y creo, que no hay mejor forma de recordar a un ser querido que teniendo una pequeña parte de ellos, a partir de la música que amaron.

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Nos vemos en el slam. Ahí vienen los escritores. “Viajemos todos por México” es el lema de una campaña turística en la que nuevamente el Gobierno Federal motiva a los turistas nacionales y extranjeros a visitar cualquiera de los atractivos que ofrece las diferentes regiones del país. La estrategia no es mala, ya que a pesar de la inseguridad encabezada por el narcotráfico, el territorio nacional es apto para el desarrollo de varias ramas en la materia, principalmente el cultural y el artístico. Enfocaré la columna a este último desde el tema de los encuentros de escritores. En tan solo dos semanas, se celebraron actividades de este tipo en Veracruz, Puebla y Guadalajara, lo que significó que autores, promotores de la literatura y aficionados netos a la lectura viajaran a estos destinos para compartir letras y fiesta. Yo asistí al realizado en tierras tapatías que correspondió a la Séptima edición de “Encuentro Intergaláctico de Escritores Independientes con Arena en la Laringe”. Como en sus veces pasadas, este evento se nutrió de gente originaria de diferentes entidades. Personas que, a través de sus medios económicos, costearon el viaje, mientras que los organizadores, Jesús Gallegos, Guillermo García y Cesar

Corona, estuvieron a cargo de asegurar el hospedaje por dos noches, así como un par de almuerzos bien servidos. Entre las presentaciones de libros, lecturas, caminatas a las sedes, idas y regresos al hotel, pude notar que los participantes hacían gastos que bien pueden entrar a la famosa “derrama económica en beneficio de la localidad” que se espera por parte del turismo. Utilizamos medios de transporte, se compraron buena cantidad de cerveza en lugares que enfocan sus ganancias en esta bebida, consumimos alimentos de fondas y restaurantes, es decir, que los “intergalácticos” de este año, como en los anteriores, contribuyeron a la economía de la capital jalisciense. Quizás lo mismo ocurrió en las otras entidades y haya sido en menor, mayor o igual manera, esta tercia de encuentros demuestra una vez más que las autoridades deben tener en cuenta un presupuesto fijo para apoyar estas actividades. No soltar dinero por soltar y a ver qué pasa. El Intergaláctico ya tiene siete años celebrándose y en lugares como Veracruz, delatripa 36

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Yucatán, Chiapas y Guadalajara. Es un proyecto comprometido a seguir hasta tener en su registro a todas las entidades de la República, y el gasto de organizarlo no tiene miras a una recuperación económica. Quienes levantan la mano para hacerlo una realidad, ponen su lana con la emoción de reencontrarse con amigos, conocer nuevos y demostrar su fe en el proyecto. Como éste, hay más encuentros que ya van más allá de su primera edición y que por el bien del desarrollo de la literatura mexicana deberían seguir existiendo porque permiten el contagio de ideas para que la narrativa y la prosa no solo fijen sus objetivos en publicarse en papel o plataforma digitales. Creo que la recién creada Secretaría de Cultura, aunque ya está próximo el cambio de administración, debe considerar parte de su presupuesto a apoyar a los encuentros con un reconocido número de ediciones y hasta de participantes. Un apoyo sin imposición ideológica o el “esto pueden hacer y esto no” que aporte cierto porcentaje para los cuartos de hotel y las comidas, no más. Con el firme compromiso de los organizadores de demostrar que el dinero se gastó en ello sin caer en el amiguismo o preferencias. De esta manera, el mismo gobierno contribuirá a que los escritores sigan siendo parte del turismo, viajando por México y reforzando la fama artística del país, más que nada la literaria, rompiendo con la creencia que con dar dinero para una antología generacional o las típicas jornadas en honor al tal autor por su “x” aniversario luctuoso es suficiente para reconocer la existencia de la literatura mexicana.

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