NĂşmero 17 Ago - Sep 2015.
delatripa: narrativa y algo mĂĄs
Revista
Narrativa y algo más
Número 17. Ago - Sep 2015. Es un proyecto de la Catarsis Literaria El
Drenaje, editada en Mérida, Yucatán. Revista de circulación mensual. Dirigida por Adán Echeverría (romeolobos@yahoo.com.mx). Consejo Editorial: Alejandra Aké Sustersick, Joelia Dávila, Cristina Leirana, Roberto Cardozo, Mario Pineda Quintal y Édgar Damián.
Contenido Era una noche de año nuevo Gonzalo Vilo ....................................................... 3 Y, hablando del suicidio Gonzalo Vilo ....................................................... 6 Cartas para un hombre invisible Blanca Vázquez ................................................. 11 Dos relatos Luisa Albarrán .................................................. 14 Fragmento Francisco Lope Ávila ....................................... 23 De Cuaterniones y Duendes Juan Machín .................................................... 25 Mi primer reloj Violeta Azcona Mazun ...................................... 29 Inferno Azzurri José Sifogrante ................................................. 36 Un encargo especial Daniel Ferrera .................................................. 47 Renació: La desilusión del sueño. Daniel Poot Fuentes ......................................... 55 La Rusia tomada Iván Espadas .................................................... 63 Bon Voyage, Nefelibata Ángel Fuentes Balam ....................................... 67 El inventario de los pasajeros Oveth Hernández Sánchez ................................ 75 Esquizofrenia Héctor Sánchez ................................................. 77 Microficciones Roberto Cardozo ............................................... 79 De Autopsia a un copo de nieve Roberto Cardozo ............................................... 81
Columnas Incipit Blanca Vázquez ................................................. 85 Costillar literario Fernando De la Cruz ........................................ 87 Nos vemos en el slam Mario Pineda Quintal ...................................... 89
Imágenes portada e interiores del Artista
José Luis García delatripa: narrativa y algo más
Era una noche de año nuevo
Gonzalo Vilo
F
ue una noche de año nuevo, la primera del nuevo milenio, y recuerdo que con el Fabián y el Carlos habíamos decidido subir a uno de los pequeños cerros que quedan cerca de casa, para mirar mejor los fuegos artificiales. Llevábamos algunas cajas de vino y un par de caños que le habíamos comprado al Costa y pensábamos que la podíamos pasar bien mirando desde allí, tranquilos y alejados del mundo. Pero claro, no siempre las cosas resultan como uno quiere. Ese año se habían organizado un montón de fiestas y carretes por aquí y por allá y la playa, como siempre, iba a estar llena de gente. Pero no se, creo que estábamos un poco aburridos, chatos de hacer siempre lo mismo, que no quisimos ir a ninguno de esos lugares y preferimos subir el cerro y tomar, tomar hasta que este año de mierda al fin se fuera a la chucha. Después, claro, iríamos a la casa del Costa, que tenia organizado un vacile piola en su casa, pero eso seria más tarde, cuando la estúpida euforia de otro año nuevo ya hubiera terminado. No me acuerdo a que hora empezamos a subir, pero si recuerdo que al poco rato el cerro se nos hizo una tortura. Ya a la mitad nos vino un cansancio terrible y ahí mismo nos dimos cuenta que no podríamos seguir subiendo. No tuvimos mas remedio que tumbarnos sobre unas piedras y quedarnos un rato allí, descansando. De inmediato, el Fabián aprovechó la oportunidad para destapar la primera caja de vino y el Carlos por su parte empezó a hacer los papelillos. Ninguno dijo nada, y yo, quien
era el más cansado de todos, tampoco lo hice, y solo atiné a alejarme un poco de ellos para mear. Cuando terminé, me encontré con que el Fabián y el Carlos ya estaban fumando y tomando y hablando de cualquier cosa, haciendo hora mientras allá en el puerto se preparaban los fuegos. Al principio, claro, no hablábamos mucho; sin embargo, cuando terminamos de fumarnos el primer pito y la primera caja de vino pasó a la historia, nuestra conversación comenzó a hacerse mas entretenida. Todavía era 1999 y algunas mentes afiebradas alertaban al mundo acerca de las peores tragedias. Que el mundo se iba a acabar cuando llegara el 2000, que todo iba a colapsar y que nuestro sistema de vida se vendría abajo y que Dios entonces llegaría y nos enjuiciaría. Ja, estupideces, yo al menos me reía, aunque igual había gente que se lo tomaba en serio. En fin, de pronto me puse a hablar de eso. Sobre que podría pasar si justamente hoy fuera el fin del mundo y el día del juicio final llegara. Hablamos de eso por casi una hora y recuerdo que casi me cague de la risa Otros temas salieron también al paso y estuvimos hablando unas cuantas horas mas mientras nos fumábamos otro y otro caño. Hasta el momento aquella noche se veía tranquila, sin nadie que pudiera cagarte la onda y nos sentíamos relajados, como si supiéramos que nada malo nos podría pasar arriba de aquel gigante, al menos durante esa noche de año nuevo. delatripa: narrativa y algo más
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Pero justo en ese momento miré hacia abajo, hacia la falda del cerro, y vi que varios grupos de personas comenzaban a subir. No muchos de ellos, en todo caso, alcanzaron a llegar hasta donde nosotros estábamos. La mayoría solo subió algunos metros y se ubicó muy abajo. Eran grupos como el nuestro, con sus cajas de vino o las botellas de cerveza y los caños para hacer la noche algo más interesante y no se percibía en sus actitudes alguna mala intención. En fin, pasaron algunas horas, y como a las doce llegaron los fuegos y los abrazos de rigor. Luego nosotros nos quedamos allí, en silencio, hasta que al Fabián se le ocurrió prender uno de los últimos caños. Entre una que otra tos nos acostamos en el suelo Fue cuando ocurrió. Aquel hombre salio de la nada. Estaba desnudo y caminaba como desorientado a través de los arbustos y le costaba subir, pero igualmente se dio maña para gritar a todo pulmón. Dijo cosas extrañas, y a mi, la verdad, en todo momento me pareció que estaba como borracho o drogado al máximo, pero aun así todos quisimos oírlo. —Oh, todos ustedes pecadores —decía— Deberían estar suplicando por vuestro perdón. Nosotros, que éramos los que mas cerca estábamos, solo atinamos a mirarnos con sorpresa. —Todo vuestro libertinaje ha llegado a su fin —Volvió a gritar— Ha llegado la hora, miserables, de que paguen vuestros pecados. Entonces guardó silencio y se quedo allí, mirándonos con actitud severa, como si esperara ver el horror reflejado en nuestros rostros. Lo único que encontró sin embargo, fueron nuestras burlas y la risa que emanó de todos los rincones de aquel cerro. El tipo, en todo 4
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caso, siguió con su discurso, hasta que poco a poco las risas y las burlas dieron paso al silencio. Yo iba observando los rostros de quienes estaban allí y debo confesar que percibí algo extraño en todas aquellas miradas, incluyendo la del Carlos y la del Fabián. No me pregunten por qué, pero a esa altura de la noche yo sentía que algo iba a pasar, no se cómo explicarlo. Lo peor era que el personaje aquel seguía hablando y hablando y hablando. Y no paraba de decir estupideces. —Oh, vosotros —Seguía— No habéis hecho mas que arruinar todo lo que os he dado, Arrepentíos ahora insensatos. Arrepentíos ahora que tenéis la posibilidad de redimiros. Me di cuenta en ese instante que el Fabián negaba con la cabeza y que el Carlos reprimía un insulto. De pronto, vi que alguien lanzaba algo desde abajo. Era una botella, y esta, para mala suerte del tipo, dio de lleno en su cabeza. Intente no reírme, pero desde todos los rincones del cerro emergieron las risas contagiosas, y no me pude contener. Que puntería. El hombre quedo tirado sobre los arbustos y las piedras, y gritaba de dolor, pero a nadie pareció importarle. Todo era muy extraño. Nosotros solo seguíamos allí, ya no riéndonos, sino hechizados por otra sensación, y no hicimos nada, ni siquiera quisimos ir a ver cómo estaba. Entonces otra botella cayó y dio de lleno en una de sus piernas; esta vez el proyectil lanzado fue acompañado por un insulto. El estremecimiento y las sensaciones a esa altura eran muy confusas, aunque no menos liberadoras que la risa. Él estaba allí, indefenso, y nosotros teníamos mucho que decirle, mucho que vomitar, mucho que lanzarle antes de querer seguir escuchándolo. Había una rabia contenida, se percibía la ira desde todos los
rincones, y la verdad, no creo que nuestro amigo lo haya tenido muy en cuenta antes de aparecerse así entre nosotros.
—Todo se ha ido a la mierda —Murmuró de pronto el hombre, con gesto perturbado— Tengo sangre en la cabeza.
—¡Cállate, hijo de las mil putas!— Le gritó uno de los de más abajo, luego de tirarle una piedra.
—Eso te pasa por andar haciendo hueas— Lo retó el Fabián.
De pronto, el Carlos pidió a los de abajo que se detuvieran, y se acercó hasta donde estaba tendido el herido. Escuché que le preguntaba algo, pero el tipo no sabia ni donde estaba y sólo respondía incoherencias. El Fabián y yo nos acercamos y lo ayudamos a levantarse. La cosa se había calmado un poco, así que tuvimos tiempo para taparlo con algo de ropa que el Fabián traía en su mochila. Su cabeza estaba llena de sangre y tenia una gran hinchazón y un profundo corte en la ceja izquierda. Lo limpiamos y le dimos un poco de vino para que se abrigara. Estaba temblando. Como el espectáculo había terminado, la gente poco a poco comenzó a retirarse. La mayoría apenas si podían caminar de lo borrachos que estaban, pero de alguna forma se las arreglaron para bajar sin sufrir ninguna clase de accidente. Nosotros le preguntamos al tipo si había venido con alguien, si había algún grupo que lo acompañaba, pero el nos dijo que no, que estaba solo.
—Duele mucho —Se quejó el hombre— Estoy herido. —Si, si —Dijo el Carlos, con algo de pena— Pero se te va a pasar, no te preocupi. Al final, decidimos dejarlo solo y comenzar el regreso a la ciudad, y ni al Fabián ni a nadie le importó que el tipo se hubiera quedado con la ropa y con el vino que nos quedaba. Teníamos que apurarnos para llegar a la casa del Costa antes de que se le acabara el copete, así que nos apuramos en bajar el cerro lo antes posible. El año pasado nos habíamos perdido el medio carrete en la casa del Costa por andar hueveando en otro lado, y ahora estábamos decididos a que no nos pasaría lo mismo. Ni siquiera volteamos cuando oímos sus llantos, menos cuando lanzó al cielo sus primeras maldiciones. Solamente seguimos. Ya no nos importaba para nada.
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…Y, hablando del suicidio Gonzalo Vilo
L
o mas difícil de querer acabar con tu vida, al menos para alguien como yo, no es sólo el hecho de decidirse finalmente a hacerlo, sino el cómo, de qué manera llevar a cabo esta acción. Y es que no todos los suicidios logran lo que yo pretendo desde hace tiempo, ni muchos de ellos tampoco consiguen elevarse y trascender en la forma que yo deseo. La verdad, muchos apenas si asoman como débiles intentos por mostrarse a un mundo que sume a todos en un desesperante olvido y estos cándidos deseos, estos valientes sacrificios, terminan chocando lamentablemente con la indiferencia de una sociedad cada día más anestesiada, inconmovible, que apenas si vacila o se despierta ante semejantes muestras de desesperación. No, yo no quiero que me pase eso, para mostrar mi rechazo, mi repudio a este lugar, a esta vida insulsa, desgraciada, para denunciar el sórdido fraude del cual hemos sido victimas necesito algo que perturbe, que permanezca en la memoria de todos como mi último grito, mi última queja que haré entregando mi cuerpo, mi vida, y aquello por tanto no debe ser tomado a la ligera, jamás. Por ejemplo, la gente se ha pasado toda su vida tratando de evitar en lo más posible el dolor y por ello eligen métodos simples y directos como dispararse en la sien o en la boca. Pero, si bien debo reconocer que es seductora la idea de evitar el dolor, en realidad, encuentro en esta forma de suicidio una simplicidad anodina y sin mucha gracia. ¿Acaso alguien se acuerda de aquellos que se han dado un tiro? Bueno, esta Kurt Cobain, pero al menos el uso una escopeta, una grande, y aparte ya era 6
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famoso antes de morir, que es lo mismo que ser escuchado, y había vomitado ya toda su amargura. Es más, sólo necesitó suicidarse para convertir su nombre en mito y me atrevería a decir que son muy pocos los que recuerdan cómo lo hizo. Lo de Tupper es otra cosa. Puta, ese hueón sí que la hizo. Lanzarse desde un décimo piso, en un país extranjero, sin aclarar el por qué, eso fue la raja, eso es morir con estilo. Pasar de ser un jugador regular de la Universidad Católica a transformarse de la noche a la mañana en ídolo, en símbolo de un equipo, con su rostro y su vida apareciendo en todos los canales de televisión, fue magnifico. Claro, es una lástima que no haya estado allí para verlo, para comprobar lo que consiguió, pero igual creo que debe habérselo imaginado muchas veces, antes de decidirse a lanzarse al vacío. A todo esto ¿Cómo se le habrá ocurrido? ¿Habrá tenido realmente en sus planes causar toda esa conmoción, o todo fue producto del impulso del momento? Si me preguntan a mí, creo que fue esto último. Vió la oportunidad, sintió esa asfixia en su corazón, y lo hizo; se lanzó y murió, o esa al menos es mi teoría: siempre las cosas que se hacen sin planearlas son las que mejor resultan, las que mas se recuerdan y este es un caso más que lo confirma. En todo caso, más que el suicidio en sí, lo que más me impactó de aquel hecho fue lo que provocó en el país. De pronto, en todos los canales de televisión el tema del suicidio pasó a tener una relevancia increíble. Era cosa no más de prender la tele y te encontrabas con programas en horario
estelar que tocaban el tema a fondo, viendo con incredulidad como los César Antonio Santis, los Javier Miranda, los Felipe Camiroaga, etc, discutían y teorizaban acerca del problema de Tupper y de la razón que lo había llevado a cometer aquel suicidio. Era asombroso el advertir como por primera vez, en los poco variados estelares nacionales, había un tema capaz de opacar a los berrinches y los líos amorosos del show bussiness local. Y es que imagínense por un minuto lo que significaba para mi el ver a esos personajes hablando acerca de la depresión, de la poca comunicación que existe en nuestra sociedad actual, etc, etc. Era impactante. Muchas veces hasta me sorprendía al sintonizar esos programas, sin importar la hora o el canal, y encontrarme con la figura y la voz profunda de uno de aquellos tantos sicólogos que se invitaban como panelistas (Y que, como profetizó Warhol, tuvieron sus quince minutos de fama, por que después nunca más los invitaron) Hablando y corrigiendo la inocente idea que teníamos el común de los chilenos y de aquellos mismos animadores, acerca de lo que significaba la depresión. La verdad, debo reconocer que aprendí mucho más escuchándolos durante los cuatro días que duró la conmoción, que en las aburridas clases de sicología de la universidad. Otro suicidio que causo conmoción en nuestro país, fue el del cantante Gervasio. Su manera de morir en mi opinión, fue trágica y a la vez sublime. Aquel hombre, aquel artista, agobiado por las deudas y el fracaso, aun tuvo un destello en su conciencia para asombrarnos a todos y dejar una chispa de su talento artístico. Y es que ser encontrado colgado, ahorcado dentro de aquella soga enganchada del techo, no es cualquier cosa, no todos pueden hacerlo, al menos por su propia voluntad.
Fíjense amigos que no hay nada más desesperante y espantoso que morir sin aire, ahogado, en medio de una agonía eterna. No hay peor condena para el hombre que verse privado de respirar, o sea, en esto necesariamente hay algo de masoquismo, de disfrute por la agonía, que no se despierta en todos de la misma forma y que enciende un deseo liberador, un apetito violento, capaz de convertir cualquier sentimiento en una propia y despiadada flagelación. Pero no hay que confundirse, este no es solo un masoquismo simple y por que sí, también hay algo de sentido en él. Y es que este acto en realidad es cometido por un rechazo absoluto hacia la vida, hacia la sociedad moderna, hacia todas las comodidades que esta te puede brindar, y en él no se transmite ni el menor indicio de locura o de odio hacia uno mismo. Elegir este tipo de sacrificio entonces es rechazarlo todo, es mandar definitivamente todo a la mierda, es en otras palabras, contradecir los postulados de la dignidad de la muerte, esa que pretende abreviar el momento lo más posible con tal de no contrariar y angustiar a la sociedad, al resto de los que aun permanecemos vivos. Es tanto lo que provocó en mí la muerte de este cantante, que hasta el día de hoy la recuerdo y hasta rememoro los instantes en que la noticia fue informada en la televisión. Nunca me gustaron sus canciones, su música, nunca escuché de él ni siquiera la mas mínima palabra, ni me interesó lo que tuviera que decir, pero aquel acto fue lo suficientemente fuerte para llamar la atención de todos, incluyéndome, como si en ese mismo instante en que escuchaba y veía la noticia, pudiera sentir y oír el grito desesperado del artista, aprisionado y ahogado en el olvido. Otra clase de suicidio, quizás menos popular, o no tan usada ni conocida, es el envenenadelatripa: narrativa y algo más
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miento. No conozco, la verdad, casos de este tipo, y quizás por ello es que lo he elegido (Si, a propósito, se me había olvidado mencionarlo, pero he decidido envenenarme) Este método es bastante antiguo, y en mi opinión, bastante sofisticado; de una solemnidad que trasciende y que brinda y hace disfrutar al hombre de una simbólica dignidad. No por nada los griegos la utilizaban dándole extraños nombres, como la cicuta, la cual tomaban los condenados a muerte. Aquel tiempo del que hablo fue el de Sócrates, uno de los que bebió aquel brebaje, y a mi juicio, su muerte rayó en la perfección. Aquella muerte buscaba tanto el perdurar en el recuerdo como a su vez evitar el dolor, o al menos la agonía, y lo consiguieron plenamente. Tal vez el ejemplo de Sócrates desvirtúa un poco el sentido de este escrito, ya que lo suyo no fue un suicidio, pero de todos modos vale la pena mencionarlo. Aunque, ¿quién puede asegurar que lo suyo no fue de uno u otro modo un suicidio? Después de todo, lo único que tenia que hacer aquel filósofo era reconocer los errores y las culpas de las cuales se le acusaba, y pedir perdón a sus enemigos. O quizás haber escuchado a sus amigos, quienes al final de sus días le conminaron a escapar, ofreciéndose para ayudarle. No, todo aquello Sócrates lo rechazaría ¿Pero por qué? Es obvio que su sentido del orgullo, el cual le impedía reconocer que estaba equivocado y vivir en la hipocresía, o su sentido del honor que le impedía actuar como un cobarde, o ser al menos visto como tal, fue lo que le impulsó a actuar de aquella manera. Aquel estoicismo encarnado en su piel y que le hacia pensar que era moralmente superior a los demás le obligaba a no rebajarse al nivel de ellos, a no 8
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aceptar aquel mundo en donde había sido enjuiciado injustamente y que no valoraba su trabajo y malinterpretaba sus acciones. Aborrecía aquel mundo, aquella sociedad, se creía mejor que ésta y por ello no tenía miedo de verse privado de la vida, si con ello dejaba firmemente marcado su rechazo. Yo me pregunto ¿Hay otras razones, hay otras palabras que resuman mejor mi sentimiento y el de los otros personajes de los que te he hablado? En mi opinión, todo suicida es un estoico, al menos un estoico consecuente. Es por eso amigo y paciente lector que he elegido este último método. Se que deben haber otros que se me han quedado atrás, pero entonces esto se haría muy largo, más largo de lo que ya se ha hecho y no se si tenga el tiempo para hablar lo suficiente de todos ellos. No ahora que el final ha llegado Sin embargo amigo mío, ahora que el veneno atraviesa mi garganta y se asienta poco a poco en mis entrañas, tengo la sensación de que todo se hace más claro, penosa y ridículamente más claro ¿Quién lo diría? Un simple matarratas ha servido para iluminarme. A pesar de que mis emociones no han variado y sigo aborreciendo con toda mi alma este mundo en donde vivo, de pronto me he dado cuenta que nada de lo que estoy haciendo tiene el menor sentido. Sí, definitivamente he sido un imbécil al creer que lograría algo con mi muerte. Y es que ¿de verdad pensaba que algo se podría cambiar? Pero no, todo va a seguir igual, y no se si aquello es bueno o es malo, pero al menos si sé que es decepcionante, tan patético como nuestras vidas. Lo mas valioso que tenemos no alcanza siquiera para remover los cimientos de este sordo gigante. Todo termina convirtiéndose en un vulgar escape, en un odioso llanto de niño taimado, en un penoso y absurdo intento por demostrarles a todos su error, la injus-
ticia que han cometido al ignorarme, al olvidarme. La egolatría y no el estoicismo me ha consumido y ya no tengo deseos de culpar a nadie. Todo se ha ido al carajo, no, yo me he ido al carajo, y me he ido solo y ni siquiera este ultimo y conmovedor esfuerzo de mi parte ha servido para vengarme. Todo en realidad se reduce a una simplicidad aun más anodina que un tiro en la sien: mañana saldrá el sol y yo no estaré allí para verlo y eso es todo lo que se me viene ahora a la cabeza. Solo lo siento por ti. Tú que llegarás y te encontrarás con mis restos inmundos esparciendo su putrefacción a través del aire, y que
te quedarás con la peor imagen que un hombre puede guardar: la visión de la muerte, de la inercia, del vacío que lo ensombrece todo. Pero tendrás que avisarles, tendrás que avisarles a todos y ser testigo de los pobres llantos de quienes aun me conocen y me aprecian, sabiendo, teniendo la certeza de lo absurdo de todo aquello, por que tu sabes que el tiempo lavará esas lágrimas y que los bichos despiadados devorarán mi carne y roerán mis huesos y que en poco tiempo ya no seré nada, ni siquiera un recuerdo y todo mi vano intento se habrá olvidado, en medio de la crueldad y la incomprensión del tiempo, todo
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Cartas para un hombre invisible (Fragmento) Blanca Vázquez
Carta 1 Hola donde quiera que te encuentres: Nunca he entendido por qué mi cerebro no te ha eliminado como archivo que se va al bote de lo perdido. Quizá muy en el fondo está grabado tu nombre, quizá muy dentro de mí te recuerdo cada segundo de la existencia. Nunca me ha gustado demostrar que te extraño, pero a más de uno le he contado mis historias contigo, son pocas, lo sé, pero creo que son esos los momentos en que mi corazón más se ha alegrado. Alguna vez escuché que la alegría era ese montón de pequeñas cosas que se vivían a diario y que provocaban en uno un derroche de endorfina. Quizá yo misma buscaba un pretexto para seguir día a día y de repente sacaba de mi bolso una barra de chocolate y mientras lo iba mordisqueando dejaba salir de mi boca pequeños quejiditos de placer, o bien, me ponía a bailar en el primer sonido de salsa que se me atravesaba (aún cuando aquel hombre con el que salía se molestaba porque pensaba que andaba en ritual de apareamiento). Cuántas cosas hice para sentirme feliz aún cuando no estabas a mi lado. Sí, te recuerdo, tanto que a veces me molesta recordarlo. Vaya paradoja ¿no? En algunos momentos cerraba los ojos y pensaba que si yo te invocaba, en ese instante, en ese momento, tú, en cualquier lugar de este país recordarías mi rostro y que por unos momentos tu pensamiento lo dirigirías hacia mí. Pero no sucedía, o al menos eso siempre he pensado,
porque aunque antes no había estos medios tecnológicos de la red y los celulares, sí había esos teléfonos maravillosos de discar y me sentaba al lado del sillón verde que había en casa cuando era niña y pensaba que timbraría tres veces y yo correría a escuchar tu voz. Nunca sucedió. Me he puesto a pensar cómo es que algunas cosas que estudié en la primaria han quedado borradas de mi mente, sí, en serio, esas cosas complicadas de los números y sus múltiples formas de sufrimiento que Bertha infringía en los que estudiábamos con ella, y por qué tus ojos, esos tan grandes y expresivos no se han extraviado en algún sitio de los tantos años que he vivido. Recuerdo mucho una mañana nublada en la que nos sacaron al patio de la primaria República de Malí para escoger a la niña que bailaría ‘La negrita Cucurumbé’, esa canción de Cri-cri que ahora reconozco como racista y excluyente, pero que en aquel momento era la perfecta ocasión para que tú llegaras y me dieras un beso. Así que cuando la maestra solicitó algunas voluntarias, yo me levanté con paso tan firme al lado de otras niñas tímidas que de manera inmediata vi en sus ojos que yo, yo sería quien se vestiría con ese traje rojo con bolitas blancas y que llevaría un cesto de frutas de cera en la cabeza con un pañuelo que emulaba a Aunt Jemina. ¡Qué risa¡ Bailaba como desesperada y sólo veía en mis ojos tu rostro. "La negrita Cucurumbé, se fue a bañar al mar, para ver si las blancas olas, su carita podía blanquear".
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Ese día del festival mí madre me llevaba de la mano, caminamos por la Col. Unidad Modelo y mis pies fríos pedían que pronto llegáramos y todo acabara, pero al mismo tiempo tenía una esperanza, verte llegar aprisa, desesperado por verme mover mi pequeño cuerpo y que sólo tú te sintieras orgulloso. No llegaste. Todos, menos tú, me felicitaron. Creo que ahí empezaría mi vida en la farándula. Eso le daba gusto a mi mamá. Ella siempre tiene un corazón enorme, se guarda tras sus santos y su Dios. No, no la critico, sólo que entiendo que cuando alguien pierde al amor de su vida, tienes que agarrarte de algo o de alguien para poder continuar en este jodido mundo. Te aseguro que cuido mucho mis palabras, pero sí, en verdad está jodido. Si no fuera así, ella habría vuelto a sonreír de manera sincera. Vivir con ella me enseñó muchas cosas. Primero, ser hija única nunca será malo al contrario de lo que todos dicen, ella me hizo una mujer independiente y con varias competencias (esa palabra está muy de moda en el argot académico) aprendí hawaiano, jazz, canto, pintura y hasta un poco de alfarería. Un estuche de monerías como decía mi abuela. Creo que mi mamá se emocionaba cuando me veía en un escenario. Vivir la vida a través de otro a veces da resultado. Me preguntaba cómo es que tú te habías marchado, por qué si cuando veo las fotos se ven de tan buena forma. En serio, la felicidad a veces escapa al papel fotográfico. Lo malo es que algunas veces se va muy lejos. Segundo, aprendí que el amor es una reverenda mierda (mmm, si ya sé, mi lenguaje no es el apropiado) lo es, lo reafirmo. Tal vez he exagerado, el amor es un estado pasajero, no es eterno ni vive en una sola persona. Tal vez por eso estoy enamo12
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rada de varias personas, algunas en el mismo tiempo y con otras les sigo amando a pesar de los años. Pero como ves, nadie está conmigo. Y tercero, mi madre me enseñó que puedo lograr lo que quiero, y en eso le debo que siempre creyó en mí y en toda la sarta de tonterías que emprendía. Muchas tardes, cuando todo empezaba a saber a silencio, yo veía sus manos cansadas frente a la máquina de coser y maldije el momento en que te había conocido. Creo que naciste de muy mala cepa, mira que joderle la vida a dos mujeres, en el mismo tiempo y de igual manera. Cuando llegaba la noche mi mamá me llevaba a un rinconcito de la sala para que la acompañara a rezar, ahí tenía un altar con un desfile de santos, tantos como para tirar "pa arriba". Yo dejé de ser creyente ya hace muchos años, pero en aquel momento, me hincaba con una fe divina que hasta sentía de pronto cómo pasaba por mi lado el espíritu santo y hasta decía yo que olía a rosas o a jazmines, el chiste era que oliera lindo mientras diosito estaba cerca. Recé cientos de veces el rosario, cada cuenta un ruego, con cada cuenta de ese rosario de madera, rogué porque un día cualquiera llegaras abriendo la puerta y me tomaras en tus brazos. Creo que ahora encuentro la razón de mi ateísmo, tantas súplicas para nada, tantos lloros de cantos sacros, para que al final dijera: Hágase tu voluntad. Y mira que se hizo.
*Separarse de la pareja no significa separarse de los hijos que se procrean. Ser padre o madre siempre será una responsabilidad social.
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Dos relatos Luisa Albarrán
No creo ser cabrona. No traigo en la sangre ninguna vena de cabrona; quizá soy como una loba que cojea y se hiere las patas cuando camina en asfalto sobrecalentado. Últimamente cualquiera se llama así; se creen cabronsísimas porque escuchan a Jenny Rivera, beben whisky y andan tirando peste y madre en contra del género masculino.
a un hijo de la chingada; que yo solo sepa partes de su historia, que no la recuerde del todo, que no la haya conocido en esa época. Su muerte ocurrió en los primeros días de Octubre, fue un inicio pesado, sombrío. La encontraron muerta en su casa un viernes. La encontró su hermana Petra, que corrió a avisarle a mi papá y él llegó con todo para levantarla.
Es cierto que siempre le he tirado a esos hombres intrigosos y mentirosos, pero a la bebida le huyo.
Esa noche en la funeraria se rumoraba que tenía dos puños marcados y los labios morados. Pero no sé, no me consta, no recuerdo.
Quizá porque mi vena materna es fina, mi apellido corto; mi abuela dice que viene de sangre española, que tuvo tíos con ojo azul claro y verde, así que no te asombre que tenga un hijo con ojos claros.
—¿Cómo sabe tanto la gente; si la tapa del ataúd permaneció cerrada?
Aunque de la vena paterna no sé, quién sabe... Dice papá que su madre era una cabrona. La verdad es que no la llegué a conocer. Le tocaron tiempos malos en que le entraba durísimo al alcohol y se enojaba por todo; había días en que andaba toda sucia rondando por las calles; a veces hasta dormía en las banquetas. Cuentan que cuando era más joven, y mi abuelo no le daba la pensión alimenticia iba a tirar piedras a su casa o le apedreaba el cobre del auto, que hasta una vez le soltó un balazo.¡Ella sí que tenía ovarios! Las naguas bien puestas. No le temía a nada ni a nadie. Fue una lástima que muriera tan joven, que se perdiera en el alcohol y que tuviera de pareja 14
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Ella siempre fue una hombreriega ardiente, esa boca debió de besar a un centenar de hombres y se debió negar a un millar más; dicen que su amante en turno tenía mala leche, muy mala leche, que la maltrataba frente a la gente y que si la encontraba borracha; la bañaba con agua fría, bien fría y la golpeaba. En ese tiempo rentaba una casa de Lomas Altas, y por estar en el cerro en la madrugada el frio era similar al de la nevera; quién sabe qué fue lo que en realidad terminó con su aire, si la madriza, la hipotermia o la sobredosis de alcohol. Nadie quiso detalles; así qué, la morgue no entró. Cuando la sepultaron todos se arrimaron a ver la caja porque la abrieron para echar los huesos de su mamá; yo tenía once años, le tenía más asco a esas cosas que nada. Pero la gente chismosa, que nunca falta, la vio, dijeron que
quedó con la boca abierta, que los de la funeraria se la rellenaron con algodón. No tengo una imagen concreta de mi abuela, fueron pocos años, y no conviví con ella; pero hoy me dijeron cabrona y esa parte de mi memoria se abrió. Aunque ahora que lo pienso una vez la vi sonreír en una foto vieja que guarda
mi papá en la gaveta. Vestía una falda a la rodilla de color claro; de joven era endemoniadamente atractiva, esbelta, a dos o tres debió traer loco por ella, dicen que se parece a mí o yo me parezco a ella. No lo sé bien, eso dicen, pero quién sabe.
El Lamborghini amarillo. Una se la pasa contando cosas durante el día, cosas para una misma, cosas que se instalan en los pensamientos por minutos u horas. Darles hilo a las de la oficina era tejer un suéter o una bufanda en un sólo día. Se supone que ya no debería tener los recuerdos tan frescos. Quizá no debí aceptar los términos y condiciones del gerente general. Mi equipo podía vender cincuenta casas a la semana sin problema, pero de pronto, una nube oscura comenzó a rodearme y yo hacerme pequeña, pequeña, en realidad quería entrar en una especie de túnel y escaparme al País de las Maravillas. Caí y resbalé hasta el fondo. Pero como dice mi amiga Perla: "Si te caes por pendeja te levantas por chingona". Así que no tuve opción de tirar la toalla; ser estafadora no era lo mío. Todos podían leer en mi maquillaje la angustia y la agonía; el corazón, en cualquier instante, me explotaría. La primera semana fue intensa y caótica. Los interrogatorios eran continuos, desde el gerente general, regional, recursos humanos,
hasta el dueño de la constructora desfilaron por mi oficina, andaba como perra con la cola entre las patas. ¿Cómo era posible que no me hubiera dado cuenta de los robos hormiga, de la documentación falsa? Mi error fue darle a Raúl el contenido entero de mi vida, pero sobre todo de mis cuentas bancarias. Después de su renuncia vinieron grandes tsunamis: la mitad de la constructora había sido defraudada por él. Entre préstamos, guardaditos y anticipos. La otra mitad estaba enfurecida porque habían sido víctimas de un estafador en potencia. Toda el área de crédito estaba en aprietos. De acuerdo a la última auditoria había veinte o treinta casas que nunca se habían entregado a los dueños y se les descontaba, pero ellos no habitaban las viviendas, ni siquiera habían firmado un contrato. Raúl, en menos de un año, debía la cantidad de dos millones de dólares. Yo, perdí el color de la piel. Mi casa fue cateada, mi auto confiscado. Salimos en televisión a nivel nacional. "El Fraude del Siglo" por Ingrid Martínez y Raúl Sánchez, con letra negrita y en primera plana.
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Nuestras oficinas fueron tomadas, auditores, hacienda, marchas; día y noche era un caos. Entre clientes que pedían el reembolso de sus anticipos y cancelaciones de contratos y de venta de casas. En semanas se perdieron millones.
Recuerdo que la última semana que estuvimos juntos visitamos una agencia de autos, estaba interesado por un Mini Cooper de medio millón de pesos, un Lamborghini y un Fiat. Supe un mes después, cuando el agente de cobranza me visitó en la oficina.
Todos pensaban que yo sabía dónde estaba él, el dinero. Una cosa era que tuviéramos sexo y otra que yo fuera la sombra de sus pasos.
—¿Señorita Martinez? —muy atento decía— tiene un mes vencido por cantidad de cincuenta mil pesos —Cincuenta mil pesos por dos años—. Un Lamborghini de casi un millón y medio de pesos? Puse el grito en el cielo y por poco me da un infarto. Ese día me hiper ventile, se me coaguló la sangre, por poco y el corazón me falla; llegaron los servicios médicos y estuve una semana entera en el sanatorio.
Confieso que no era un hombre para nada agraciado, era bajo de estatura, tenía los dientes chuecos y caminaba rengueando. ¿Qué le veía que se me hacía tan irresistible? Él tan lleno de gracia pero sobre todo de labia. Por mucho tiempo viví en la mentira. Creyendo que su exesposa Polet, era una bruja, que no le permitía tocar dinero del fideicomiso, de las cuentas bancarias, de la casa, que vivía en el cuarto de huéspedes, que no le planchaba ni le cocinaba, que él era un buen ‘amo de casa’ que todo el tiempo estaba al pendiente de sus hijos, que era ella la que se negaba a darle el divorcio; que ya no era feliz a su lado, toda cuánta razón habida y por haber. Para mí su vida conyugal era lo de menos. Me traía súper enamorada, con las alas bien estiradas. La pregunta era: ¿Qué le había hecho a tanto dinero, cuando no era ni capaz de pagarse el café de las ocho? Flotaban tantas preguntas, todos pensaban que yo era la culpable de la estafa, que en mí estaba cada centavo que estafó. Que mis zapatos Channel venían de él, de las estafas, de los robos hormigas. Pero lo juro y lo perjuro que no. Mi sueldo era módico, más que módico muy bien remunerado. Quizá debía de poner en todas las oficinas el detalle de mis estados de cuenta. Para que dejaran de secretearse en los pasillos.
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Una semana después mientras comía una gelatina sin sabor en el sanatorio me decía: —Un Lamborghini no es para cualquiera y cargado a mi cuenta mucho menos. ¿En dónde estaría con mi Lamborghini? ¿Qué calles caminaría con sus botas Cuadra? ¿Con qué mujer se andaría padroteando? Esa güera peliteñida no combinaba con él. Mucho menos yo rubia, ojiverde y sin dinero. La parte que menos combinaba con él y conmigo era la de Sin dinero. Me dejó en la pobreza extrema, para mis gustos tan caros. Como todo veneno recién detectado, había días en los que se metía en los poros de la sangre; las ganas por sentir su piel me quemaban, ardía por escuchar sus historias tontas y falaces. Sería ganancia manejar el Lamborghini; que me diera un paseo por su vida. Sólo uno. ¿Era mucho pedir? Creo que es una cuota razonable debido a que tengo que pagar cada céntimo del Lamborghini.
Los de la agencia fueron muy comprensibles, pues yo no me negué a pagar y ellos tampoco querían una demanda. Propusieron rastrearlo vía GPS. Pero ¿para qué quería a Raúl en la cárcel? Las rejas serian un lujo para él, tres comidas al día más visitas conyugales. No, tenía que dolerle. Hacerlo retorcer de dolor. Quitarle lo obtenido con tan cruel jugada. Matar a la reina, hacer que su rey se ahogara. Es cierto que los dominios de Raúl eran infernalmente atractivos: sus laureles, mi Lamborghini, su casa en Cancún, el hijo de no se sabe quién, y su lloriqueo por Polet; aunque por mucho que me pareciera a ella no le llegaba a las rodillas, ni ella me llegaba a la cabeza. Entonces estábamos pagadas con la misma moneda. Pero el Lamborghini era otra cosa, desde que tuve que pagar cada peso las horas marcaban Lamborghini, el aire susurraban Lamborghini, mis cuentas bancarias eran vaciadas por el Lamborghini. El Lamborghini me sorprendía, me electrizaba, me inflaba los glóbulos rojos, enfermaba a los blancos, me quitaba grasa del cuerpo. Sería fantástico sentir el viento a una velocidad de doscientos kilómetros por hora. Escuchar el rugido del motor y tomar las curvas a cien por hora, rechinar llantas a un centímetro del precipicio. Era mi Lamborghini, lo había pagado con el sudor de mis ventas, de mi casa, de mi auto. Para Raúl, yo era inferior, una compañera de trabajo bastante molesta y conflictiva que lo había mantenido a raya para qué no hiciera fraudes. ¿Por qué habría de dejarle el Lamborghini? ¿Por qué? Así que ideé un plan, instalé en mi smart el GPS del Lamborghini, pedí a la agencia un duplicado de las llaves.
Lo primero era subir de clase social, así que debido a mi situación financiera en banca rota, pedí al dueño de la constructora vender las mansiones de la calle Rivera. Esas casi nadie quería porque estaban sobre valuadas, los decoradores abusaron del presupuesto y la plusvalía de los inmuebles se sobrevaloraron. Pero no me importaba, con dos mansiones vendidas al mes tenía para mis gastos del día y pagar la cuota mensual del Lamborghini. Tendrían que esperar mis viajes a París, a Praga y China; las compras de lencería en la quinta avenida. Quizá un fin de semana en Cancún podría costearme sin ningún problema. El viento estaba a mi favor, puesto que esa cartera la despreciaban y sin mayor contra tiempo me la cedieron, ahora era coordinadora de ventas y vendedora de mansiones en mi tiempo libre. El primer mes vendí cinco mansiones, nada mal para un comienzo. Yo era una máquina de cafeína y adrenalina pura. Jornadas mayores a 12 horas, cierre de ventas en centros nocturnos después de medianoche. Sin embargo, el Lamborghini aparecía en mis sueños, en mi comida, en el vidrio roto de la ventana de mi nuevo departamento. Cada día iban cayendo de mi gracia las poses de Raúl, sus clichés, su manera de envolverme para sacarme los cinco o diez mil. Él, tan pan de Dios, tan buena persona, con tantas bendiciones, tan hijo de Cristo y de la chingada. Poseía una vena de crueldad, disfrutaba el conflicto a su rededor, se apoderaba de las mentes, las alteraba, las moldeaba, las roía, les ponía bombas cuando quería, como la vez que llegó Polet a la oficina, orgullosísima de que Raúl era el coordinador. Polet con sus pantalones vaqueros y una blusa a cuadros rosa con delatripa: narrativa y algo más
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blanco, el pelo revuelto. Siempre revuelto, y a mí se me revolvía hasta las entrañas. Recuerdo que ese jueves teníamos una demostración, y que hacía calor. Polet apareció en la oficina. —¿Ella qué hace aquí? —me preguntaba, me revolvía, modulé mi respiración para que la sangre no se coagulara en el cerebro, pero la carótida la tenía alterada. Jugando a la esposa cariñosa y fiel. Era una pesadilla, hasta Freddy Krueger le hubiese huido. —¡Buenos días, —su voz infantil era una patada severa en los ovarios. Odiaba su hipocresía. Su vocecilla de mosca muerta, siempre quería caerle bien a todo el mundo, pero a mí me caía en el hígado. Contesté indiferente y cortante: —¡Buenos días! —Arrastré la última palabra y regresé a la pantalla de la computadora. Raúl era mi mano derecha, así que compartíamos oficina. —¡Mi amor! —vitoreó Polet, mientras Raúl esquivó un beso que pretendía darle en la boca. Intentó ser cortés, pero el aire era tenso. Polet se mantuvo sentada con la espalda recta y las manos juntas, sonreía consecutivamente a Raúl. Yo me apresuré a juntar las cosas para ir a realizar la presentación. Ella era una intrusa ¿En qué parte la ciudad se había perdido cuando hallé a Raúl en su canasta y era un pequeño niño, con la autoestima baja, con ropa barata que pedía ser rescatado y alimentado? Pero la gota cayó y derramó el vaso, tenía que meter sus finas manos de mujer de cabaret. Tenía que meter la cola en los asuntos de su marido. Sobre todas las cosas quería desaparecerlos del mapa, volver a un punto neutral, a dónde lo único que me preocupaba era cumplir con los objetivos que me pedían en la empresa. 18
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Estuvo con nosotros en la presentación. Los prospectos estaban fascinados con la casa, pero Polet se mostró más interesada que los clientes, en todo el recorrido nos llenó con preguntas infantiles y absurdas como: —¿Cuántos metros mide está recamara? — Preguntaba burlonamente. —Cuatro metros de largo por cinco de ancho —contesté fastidiada. —¿Es posible que le pongan un baño más amplio? —Para qué quería un baño más amplio si era una hormiga de un metro con veinte centímetros. Lo que más me purgó es que esa casa era mi ideal. La que yo quería comprar para Raúl y nuestros hijos. Jardín, jacuzzi, piscina, cuarto de juegos, biblioteca, ático, etc. Estaba haciendo ya el papeleo, pero no podía dejar de mostrarla hasta que el banco aprobara mi crédito. Lo cierto es que esos clientes la pagaron en una sola exhibición al siguiente día y la casa de mis sueños se fue al caño. Mi abuela dice que nunca se leer bien los presagios, y ese fue uno de ellos. Perder la casa de mi vida. Esa noche comí un gran bote de helado y recordé a Superman; Superman que fue mi amor platónico en la adolescencia; nos imaginaba en la luna, su mano en mis manos diciéndole: Soy tu Lois Lane. Te puedo salvar de Lex Lutor; pero ándate con cuidado porque puedo ser tu criptonita. Después del fraude no me quedó más que acostumbrarme al maquillaje, a los zapatos, a la ropa barata. Lo peor era conducir el auto utilitario de la empresa, siempre oliendo extraño, pero no había de otra, el transporte público es un infierno armando. Un día se me pidió mostrar una casa cercana a la de mis sueños. Desde lo del fraude, a todo
lo que me ordenaban decía que sí. Me convertí en un robot que sólo recibía órdenes y las cumplía al pie de la letra.
faltaban, mostré la casa con gran alegría, con ganas, se podría decir. Vendí la casa como era de esperarse.
El corazón lo traía descontrolado, desde que perdí la casa, el simple hecho de pasar por la calle o la colonia me hacía trizas el alma. Era un poco patético, así que lo evitaba.
Dejé el auto utilitario de la empresa. Tomé las llaves del Lamborghini. Hice unas llamadas, Subí a un taxi a medianoche. Fui a la casa, ahora de Raúl. Por suerte lo dejaba en la entrada; siempre tuvo mala pata para meter los coches al garaje.
Alisté mis cosas, me dieron las llaves de la casa. Iba conduciendo el auto, canturreaba El submarino amarillo de los Beatles; siempre esa melodía me ponía de buen humor. De pronto el GPS comenzó a sonar, una lucecilla roja mostraba que estaba en el radio de mi Lamborghini. Para mi sorpresa la luz y la casa de donde provenía era la de mis sueños. Vi a Polet, en el ático de la casa. Vi a Polet recibir a Raúl que bajaba de mi Lamborghine amarillo. Frené de golpe. Frené y me frené a mí misma porque en ese momento tuve deseos de traer un arma y vaciarla en esa desgraciada: mi casa, mi Lamborghini, mi hombre. No me quedó más que enfriarme la cabeza y concentrarme. Mi ética o mi profesionalidad me impedían dejar a los clientes plantados, ganas no me
Desactivé la alarma de mi auto. Subí. Lo sentí temblar contra mí. El rugido del motor me penetró en la sangre, lo manejé con gusto, con gracia. Guardé el auto en la casa de mi papá, lejos de la ciudad, de los rumores, de la gente. Al día siguiente, llegué como todos los días antes de las nueve, era extraño que mucha gente ronroneara por los pasillos tan temprano. Todo el pasillo de la oficina era un mar de susurros, en primera plana había una foto de la casa de Raúl, nadie sabía que era su casa, susurraban que esa casa la había vendido la inmobiliaria; al parecer una fuga de gas había ocasionado el accidente, los habitantes de la casa habían muerto debido a la explosión.
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Fragmento 30 en el que se cuenta la historia del primer niño que llegó huyendo a San Juan de las Maletas Frías Francisco Lope Ávila
M
i papá es bueno. A veces, cuando pasan los días y no va a trabajar, se pone extraño. Tiene la vida cansada. Yo soy muchos silencios ante él. Ayer me llevó a la casa de empeños de la avenida. Nos paramos frente al señor que atiende los empeños. ¿Qué es lo que traes? A mi hijo. ¿Cómo? Él sí funciona. Si le dices canta mi hijo canta. Si le ordenas que vaya a la tienda a comprar, él va a la tienda a comprar. Pero tienes que darle primero el dinero. Así es como mi hijo funciona. ¿Estás loco? ¿Cómo piensas que voy a recibir a tu hijo que anda sin zapatos, le cuento las costillas de tan flaco y apenas sabe leer y escribir? Tráeme un aparato eléctrico o una bicicleta. A tu hijo, no. Mi papá respondió que yo era mejor que esas máquinas, que funcionaba muy bien y le repitió cómo lo hago. Además, en la pared dices que aceptas todo lo que esté funcionando. Mi hijo sí funciona. Mira: Y mi papá me tomó del hombro y me dijo que saltara. Yo lo miré a los ojos y traté de hablar, de decirle papá no me empeñes. El señor de los empeños tiene razón. Estoy muy flaco, no tengo zapatos y sí mucha hambre. Todo esto lo pensé, pero ninguna palabra dije. Mi papá apretó su mano sobre mi hombro y me empujó. No te hagas el tonto. Las cosas que te pedimos yo y tu madre las haces sin protestar. Pero papá, ¿cómo voy a quedarme aquí? El señor de los empeños dijo que nos fuéramos a otra parte. Quítenle el tiempo a otra persona menos ocupada. Por eso estoy aquí, en el parque de San Juan, mirando cómo las hormigas despedazan una mariposa. Las historias de San Juan de las Maletas Frías. delatripa: narrativa y algo más
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De Cuaterniones y Duendes Juan Machín Los matemáticos, que gritan contra los misterios, ¿han examinado alguna vez sus propios principios? George Berkeley
"U
na aplicación, como todos saben, es una regla, ley o criterio que pone en correspondencia cada uno de los elementos de un conjunto con un único elemento de otro conjunto", así comenzó mi conferencia para el 2º Congreso Latinoamericano de Matemáticas, celebrado en la hermosa y multifacética ciudad de Panamá. "Entonces queda claro que, dado que nosotros definimos arbitrariamente la regla, ley o criterio, una aplicación se inventa, se crea o se construye, pero nunca se descubre". Fijaba así claramente, desde el principio, mi posición como constructivista radical. A lo largo de toda mi exposición, entre el público, en la última fila, observé con cierto disgusto cómo una jovencita, bella como la fórmula de Euler, movía discretamente la cabeza, expresando su desacuerdo con mis premisas, desarrollo y conclusiones, con mi ponencia toda. Su porte denotaba la disciplina de una bailarina y no debía tener más de 25 años, pero sus ojos, profundos como el teorema de Gödel, me provocaban una sensación extraña de tiempo detenido. Durante el receso, al servirme un café me encontré frente a frente con la encantadora joven que me miró directamente a los ojos de manera provocativa. Fascinado por su belleza y atrapado en su desafío, le tendí la mano: "Hola, me llamo Juan Machín...". "Soy Juliana, y conozco un Juan, muy renombrado por su algoritmo para el cálculo de (...) que sostiene
justo lo contrario a lo que has expuesto...", dijo retándome. "En efecto, —comencé a explicarle, tratando de no mostrarme condescendiente— contra la creencia ingenua de que la Matemática es una ciencia exacta y de verdades eternas, los matemáticos hemos adoptado una multiplicidad de enfoques distintos, incluso se puede hablar de 'estilos' de razonamiento matemático: intuicionistas versus axiomáticos, sintéticos versus analíticos, formales, operacionales, aritmetizantes, geometrizantes, etc. Sin embargo, desde su origen, el principal debate, creo que hoy felizmente superado, se dio entre, por un lado, el platonismo que postula que las verdades y los entes matemáticos existen en un mundo propio (llamado el "Mundo de las Ideas" por Platón) del que, de vez en cuando, alguna persona privilegiada tiene un atisbo, descubriendo un nuevo teorema o una nueva Idea, y, por el otro lado, el Constructivismo que asegura que, en última instancia, la Matemática no es sino una construcción humana. Yo me he especializado en la teoría de números y su historia claramente nos muestra cómo los seres humanos hemos ido creando, de acuerdo a nuestras necesidades y contextos sociales, diversos sistemas numéricos de manera inacabable, como la Sagrada Familia de Gaudí. De los números naturales a los cuaterniones es una historia interminable de inventos". Juliana no se dio por vencida: "Por el contrario, los humanos sólo han ido descubriendo números delatripa: narrativa y algo más
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y teoremas que ya estaban allí. ¿Cómo explicas que el mismo teorema, por ejemplo el atribuido a Pitágoras, fuera descubierto independientemente por babilonios, hindúes, chinos...? Se necesita saber mirar, como dijo Pascal: el corazón conoce razones que la razón desconoce...", me respondió, dio media vuelta y se perdió entre la multitud, justo en el momento en que Laura, una colega panameña se acercó para felicitarme. "Para mí, el punto de vista del platonismo matemático es tan primitivo e ingenuo como la creencia en duendes y hadas", le dije. La colega palideció y, casi en forma de susurro, me dijo: "aquí en Panamá las creencias en lo sobrenatural están muy arraigadas y, como en otras cosas, se da un verdadero melange de culturas y razas que retoma elementos de vudú, santería, magia... Así, duendes, naguales, aluxes y pukujes son conocidos por todos". La he de haber mirado de forma tan despectiva que, prácticamente sin excusa, se marchó de inmediato. Ser un racionalista estricto es la regla entre los matemáticos, por lo que en verdad me sorprendió la observación de Laura. Sin embargo, no sé por qué, me produjo un leve escalofrío su comentario y la alusión a los naguales y duendes. Olvidé todo el asunto y me dirigí al hotel Europeo, donde siempre me hospedo cuando estoy en Panamá. A diferencia de las ocasiones anteriores, me asignaron el cuarto número 6 (en el ala antigua del hotel). Yo estaba encantado porque el seis es un número perfecto, de acuerdo a la definición de Pitágoras, por ser igual a la suma de sus divisores propios. Me sorprendió que mi habitación fuera extrañamente lujosa y antigua, a diferencia de los cuartos modernos y austeros donde siempre me había hospedado, generalmente el 17 y el 19, triviales números primos. En particular, llamaba la atención la enorme cama matrimo26
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nial con una cabecera de madera llena de singulares volutas, talladas con geométrica maestría. Ya instalado en mi cuarto de hotel y después de dos horas de dormir, a las tres de la mañana, me desperté sobresaltado al percibir una luz en mi baño y el ruido del agua de la regadera. Me levanté, algo azorado, y descubrí tranquilizadoramente que el ruido del agua y la luz del baño, provenían del baño de la habitación contigua (la número cinco, ¡ah, el maravilloso 5, base de la proporción áurea!), que compartía con el mío, en la parte superior, un cristal esmerilado ámbar que permitía el paso de luz y sonido. En la mañana, encontré nuevamente a Juliana en el comedor del hotel, tomando leche en la mesa que daba a un gran ventanal, y me senté con ella. Platicamos sobre teoría de números y política, incluso del gol que Panamá había metido a México. Le comenté mi pequeña "aventura nocturna" y ella no dejó de mirarme con picardía. A continuación, compartí con ella una serie de hechos, en apariencia sobrenaturales, de los cuales había encontrado siempre una explicación perfectamente racional. En particular, me encantaba la elucidación científica de Adrian Morrison para la terrorífica experiencia descrita en México como que se te sube el muerto, conocida con el término alemán Alpdrücken (pesadilla), que se describe como si un demonio (Alb) se sentara sobre quien duerme y le impidiera moverse o respirar, oprimiéndole (drücken) el pecho. Todo radica simplemente en un desfase en el bulbo cefalorraquídeo, entre la interrupción del tono muscular y el estado de conciencia, durante los procesos de dormir y despertar. Era maravillosamente simple y esclarecía una creencia mágica muy extendida y aterradora para quien ignorase su causa. Algo semejante sucedía con
los números: quien los aprendiera sin conocer la historia de su invención paulatina, podría creer que tenían vida propia. "Kronecker escribió que 'Dios creó los números naturales, el resto es obra de los hombres'. Yo creo que también los números naturales, como los duendes o hadas son obra de los hombres...". Juliana, que parecía divertida con mis explicaciones, me interrumpió, diciendo maquinalmente en un susurro: "repetido, repetido". Yo que me había sentido muy cómodo platicando con ella, como si fuésemos amigos de años, me molesté de que me interrumpiera y me echara en cara que me estaba repitiendo; sin embargo, no podía dejar de sentirme maravillado por sus ojos y obvié su comentario. Cuando terminó su vaso de leche, la acompañé a su habitación. Para mi sorpresa, ella estaba alojada justo en la número cinco. Me enjuagué la boca y me dispuse para ir a la segunda jornada del Congreso. También tenía una intervención ese día, pero no encontré por ningún lado el disco donde tenía la presentación. Estaba seguro que lo había guardado en el portafolio de la computadora portátil. Desistí, porque se me hacía tarde y, al salir, tampoco encontré la llave del cuarto. Cerré y corrí al autobús que nos trasportaba a la Universidad, cuando estaba a punto de dejarme. En mi conferencia, sobre números complejos y cuaterniones, nuevamente vi a Juliana, en la última fila, refutando mis argumentos con una sonrisa que, si no fuera perfecta, calificaría de sarcástica. Al hablar sobre la historia del desarrollo de los diferentes números, de los naturales a los cuaterniones, Juliana murmuraba y yo podría jurar que escuchaba su voz diciéndome "repetido, repetido". Al final de mi exposición, cuando leí las famosas citas de Leibniz y Euler sobre los números imaginarios, llamados ficticios por Bombelli, no pude dejar
de anotar con ironía "como si no todos los números fueran ficticios e imaginarios, como si los números llamados 'naturales' o 'reales', lo fueran literalmente... Berkeley, propuso, por su parte, denominar a los infinitesimales, como 'los espíritus de las cantidades desaparecidas', es decir, los fantasmas del cálculo diferencial". Para terminar, retomé nuevamente las sentencias de Leibniz de que los números imaginarios 'son un excelente y maravilloso refugio del Espíritu Santo, una especie de anfibio entre el ser y el no ser', y de Euler en el sentido de que 'no son nada, ni menos que nada, lo cual necesariamente los hace imaginarios o imposibles' ['repetido, repetido', resonaba en mis oídos o ¿sólo en mi cabeza?]. "... la categoría de imaginarios o imposibles se pueden atribuir, sin duda, lo mismo a los números naturales o a los cuaterniones que a los duendes o las hadas", concluí. A pesar de mi broma, en efecto repetida, no logré ni una sonrisa de mis colegas. La única que soltó una carcajada fue Juliana, tal vez por pena o solidaridad hacia mí, sin embargo, nadie la secundó, ignorándola por completo. Esa noche en el hotel, después de ducharme, al salir a cenar no encontré mis lentes ni un zapato. Me calcé mis tenis y fui al comedor. Me esperaba Juliana, como siempre, bebiendo un vaso de leche, al sentarme bromeé: pareces gato, siempre tomando leche. "Prefiero a los perros, de hecho tengo 5", me contestó. Le comenté que a mí no me gustan las mascotas. Incluso tengo cierta aversión a los perros. Le narré una anécdota en la que maté (o al menos descalabré) un perro que me había correteado todos los días, cuando pasaba en bicicleta, de regreso de un curso de regularización en Matemáticas, que daba a mis compañeros del bachillerato. "Al llegar a mi casa, al atardecer, se fue la luz. Yo, comencé a sentir miedo apadelatripa: narrativa y algo más
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rentemente sin causa justificada. Prendí un quinqué y me adormilé. Cuando me estaba quedando dormido, el quinqué estalló y me dio un susto terrible. Seguramente la vela se había inclinado sobre el vidrio del quinqué y el calor hizo que se estrellara. A fin de cuentas, sólo se trató de un caso de una jugarreta de mi conciencia, que me hacía sentir culpable por la muerte del perro". Juliana me dijo que se horrorizaba de conocer a alguien capaz de matar a un perro. Se disculpó y abandonó el comedor porque se sentía realmente consternada. A la mañana siguiente, no la vi en el comedor. Quise despedirme de ella antes de tomar mi avión, toqué varias veces en la puerta de la habitación número 5, sin respuesta. Quería disculparme y pedirle su correo electrónico. Insistí, pero fue inútil. Pasé a la recepción para dejarle un recado. "¿Para quién me dijo?", preguntó el encargado. "Para la señorita Juliana", le contesté. "Discúlpeme, pero no tengo registrada ninguna señora ni señorita Juliana en el hotel", me dijo algo turbado. "Tal vez tenga otro nombre, pero está alojada en la habitación número 5", le dije. "Lo siento, esa habitación ha estado vacía toda la semana... la estamos remodelando". "Tal vez me equivoqué... pero es para la señorita con quien he cenado y desayunado estos días, usted nos ha visto, allá en la mesa junto al ventanal". "Perdóneme, no quiero parecer grosero, pero usted se ha sentado solo todos estos días", concluyó y me miró con ex-
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trañeza como si creyera que estaba loco. Antes de abandonar definitivamente el hotel encontré mi zapato, los lentes y el disco. Estaban perfectamente alineados junto a una pequeña llave de cobalto. A mi regreso a México he aprendido mucho sobre duendes (con sus múltiples nombres y variantes: chaneques, follets, kobolds, trasgos, duindos, leprechaums, domovois, etc.); por ejemplo, conocí del infame pseudosilogismo del padre benedictino Feijoo que, en el siglo XVIII, usó para demostrar su inexistencia: los duendes, argumenta Feijoo, ni son ángeles ni almas separadas, ni animales aéreos. Luego, deduce falazmente, no hay duendes. Podríamos concluir que los duendes, como los números imaginarios, son un anfibio entre el ser y el no ser, es decir, no son nada ni menos que nada, lo cual los hace imposibles. Sin embargo, como dice Tertuliano, "esto es verdad porque es imposible". Así, desde aquel aciago Congreso de Matemáticas aplico mis días y mis noches, sumergido en el mundo de Platón, con la vana esperanza de atisbar a Juliana oculta en el dominio de los cuaterniones. Por favor, amable lector, si algún día no encuentras tus lentes o las llaves de tu habitación en el Hotel Europeo en Panamá, espera despierto la medianoche para decirle a Juliana que me perdone, que he adoptado dos perros y abjurado, para siempre, del constructivismo.
Mi primer reloj Violeta Azcona Mazun
L
a blanca luz que resplandecía desde el techo resultaba incómoda. El murmullo de la gente era ensordecedor en las plazas los domingos por la tarde. Todos los apartamentos y locales rebosando, y más aún los restaurantes, que parecían tener música propia entre tantas pláticas, risas, y el sonido de los platos en las mesas, los cubiertos moviéndose, los popotes sorbidos, el sonido de las muelas masticando, el crujir seco de las gargantas al deglutir y una que otra carcajada. ¿Cuál modelo señorita?, dijo la vendedora apoyando las manos en el aparador, despertándome de mi ensimismamiento. El azul turquesa, por favor. Mientras la vendedora buscaba el modelo del reloj, yo miraba el anaquel y los aparadores; tantos modelos, formas, colores, texturas y materiales de los relojes para que todos al final sirvieran para lo mismo. Había, como todo en la vida, algunos que me parecieron bonitos, uno que otro que me llamaron la atención y otros que me parecieron aberrantes. En la última fila, del último anaquel, estaban los relojes de medio uso. Me preguntaba cómo alguien puede comprar un reloj de medio uso, sin miedo a que éste deje de funcionar en un tiempo menor al esperado. Sin embargo había uno en esa fila que llamó mi atención. Era una pieza simple, no era de oro ni de plata, le colgaban aros de donde supongo que alguna vez colgaron adornos. Recordé que no había comprado un reloj en años, muchísimos años; de hecho me di cuenta que en realidad nunca había
comprado un reloj y que el único que había poseído era uno sencillo muy parecido al del último anaquel. Mi antiguo reloj era igual a ése. En medio del ajetreo de la plaza, mi mente se trasladó a mis anteriores años, tratando de recordar cómo había perdido mi primer reloj. ¿Qué había sucedido con él?, nunca lo volví a ver. Me lo habían regalado mi madre y mi abuela cuando yo tenía alrededor de 14 o 15 años. De pronto me recordé vestida con la camisola amarillenta y la falda roja de la secundaria. Todo iba llegando a mi memoria dejándome esa sensación somnolienta que se experimenta cuando se entona una canción de la cual no se recuerda bien la letra. Así me iban llegando las imágenes de los recuerdos, en secuencias acronológicas, como fotografías que se movían una seguida de otra formando un cortometraje de mi adolescencia. Un flashback de no sólo mi primer reloj, sino también de mi primer acto delictivo: El robo. Éramos un grupo de cuatro muchachas. Brisa era la más guapa, con ese cuerpo perfecto que dictamina el estereotipo de la sociedad, la condescendiente del grupo, todos la querían por ello y otras la odiaban por guapa. Misha era flaca, alta y guapa también, la "loca" del cuarteto, siempre andaba de fiesta, de novios y pasando las materias de "panzazo". Ariel era la chaparrita, morena y también guapa, por supuesto; era la criticona, se la pasaba quejándose de todo, siempre se peleaba con todos y todas, muchos la odiaban. Yo era la "nerd", la más alta de todas, no era fea pero jamás me consideré guapa. No porque tuviera un baja autoestima, delatripa: narrativa y algo más
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no porque me comparara con mis amigas, sino, pura y llanamente porque para mí resultaba vano y superfluo la "belleza" exterior. Al fin y al cabo es subjetiva, porque después de todo siempre se acaba y lo único que perdura es la esencia. Mientras yo era la de los mejores trabajos mis amigas eran la de los novios más guapos. No me interesaba y ellas lo sabían, y me aceptaban tal y como era. Un cuarteto de amigas diverso pero unido. Pasábamos el tiempo platicando de los temas más promiscuos, imprudentes e indecentes que la sociedad ocultaba. Planeábamos nuestra "primera vez" de mil formas; Misha que ya no era virgen de ningún orificio de su cuerpo, nos decía cómo movernos en el "acto". Ariel quedaba con la boca abierta y terminaba diciendo: "Ves como sí eres bien puta", a lo que Misha, siempre con gran seguridad respondía: "Si ejercer libremente mi sexualidad me hace una puta, pues ¡Soy una gran puta! —y mientras lo decía movía sus manos burlándose de Ariel, quien siempre creía tener la razón en todo— ¡Cómo si una mujer no tuviera ganas de coger!". Era cuando Brisa se metía diciendo que no importa si era puta o no, pero que dejaran de hablar de sus "promiscuidades" en público. "No soy hipócrita" contestaba Misha, con el orgullo herido. Yo las escuchaba y nunca opinaba porque no tenía ni experiencia ni el interés. Cuando no hablábamos de "promiscuidades" e "indecencias" nos escapábamos de clase y nos quedábamos en la cafetería. A veces —muy seguido— Misha llevaba vodka y whisky en pequeños frascos, y Ariel compraba los refrescos de cola a los que Brisa deshechaba la mitad, mientras yo "echaba aguas" desde la puerta del baño; luego Brisa me relevaba y yo entraba a tomarme los preparados. Más de una vez entramos borrachitas a clase y más de una terminamos vomitando en el baño a conse30
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cuencia de tantos preparados. Pero un día ni el malestar pos preparados nos quitó el aburrimiento. Queríamos algo nuevo. Algo que nos hiciera liberar adrenalina. "Vámonos de pinta" dije después de minutos en que las chamacas debatían sobre nuestra futura travesura. Las tres se quedaron viéndome como si no creyeran que lo hubiera dicho; incluso yo aún recapacitaba en mi cabeza sobre la impulsividad de la proposición. "No se diga más", dijo Misha con seguridad y una sonrisa pícara en la mirada, Brisa sonrió también pero Ariel dudó. Terminamos las cuatro encaramadas sobre el árbol más cercano a la barda de atrás de la secundaria. Una vez que logramos salir, y que habíamos recuperado el aire perdido, nos quedamos serias. ¿Ahora qué haríamos? Habíamos saltado la barda, estábamos afuera de la secundaria y sin embargo no teníamos un plan. "Podemos ir a la plaza que está por el deportivo", dijo Brisa y Ariel respondió sonriendo "Queda cerca, incluso podríamos ir caminando". Caminamos hacia la plaza y nos sentíamos unas malotas por haber logrado escaparnos de los profesores. Caminábamos con las cabezas en alto, luego de haber salido victoriosas de la hazaña, de superar a la autoridad de la secundaria. Reíamos y coqueteábamos con los transeúntes. Llevábamos puestos los uniformes y eso era lo único que nos hacía caminar con menos soberbia y vanidad. Mi reloj en la muñeca izquierda y la recién victoria obtenida, me dieron la confianza para decir "pinches maestros pendejos, a ver cómo nos encuentran". Todas reímos. Al llegar a la plaza reparamos en que no teníamos dinero suficiente para gastar. Habíamos comprado helados y papas, pero ya no quedaba más que para comprarnos unos
moños que habíamos visto en un local. "Realmente quería mi moñito", me quejé tristemente mientras hacía una mueca con la boca. Misha me miró y por un momento no dijo nada, me tomó de la mano y me sonrió, "Ven, vamos" dijo y todas las seguimos. Entramos de nuevo a la tienda y hacíamos como que observábamos la bisutería, la ropa, los lentes y de repente ¡Vi cómo Misha tomaba el empaque de los moños y los metía en mi bolsa de la camisola!, ¡No pude decir nada ni hacer nada!, tragué saliva y abrí los ojos intermitentemente, como las alas de un pájaro que apresura su despegue. Casi no podía moverme y si no hubiera sido por Brisa, que me abrazó de repente, despistando a la vendedora, mientras Ariel le daba las gracias para distraerla, seguramente me hubiese dado un ataque de pánico o algo por el estilo. —¿Cómo fuiste capaz Misha? —dijo Ariel con ese tono de "soy perfecta" que todo el tiempo usaba.— ¡Pudiste habernos metido en problemas idiota! —Por primera vez, pensé que Ariel tenía razón. —¡Cálmate Ariel!, ya pasó. ¿Estás bien Vero? —dijo Brisa mientras me acariciaba el hombro con es ternura que tanto la caracterizaba. —¡Pinche amargada!; ¡Caes mal cuando te pones mamona! ¡Neta!; Ya bueno, ahora vamos por algo un poco más peligroso —dijo Misha con esa risita que ya le conocíamos. ¡Era imposible decirle que no a esa mujer!, Brisa y Ariel, después de mantener el rostro serio y hacer ojitos chinos, sonrió y comenzó a moverse, como si bailara, mientras tarareaba una canción. No dije nada, aún me costaba creer que habíamos robado unos pinches moños, por ociosidad. Caminamos por la plaza, de tienda en tienda; cada vez que entrábamos a una, sentía como el
sudor frío caía por mi espalda y me helaba la sangre, la carne se me ponía blanca y sonreía forzadamente. Cuando salíamos le preguntaba a Misha si había tomado algo, y ella me respondía coquetamente mientras sonreía "No mi amor, cálmate" y entonces hacía el gesto de un beso. Estuvimos así, no sabría decir por cuánto tiempo. Entrábamos en una tienda, salíamos y entrábamos a otra. Escuchaba las risitas calladas de las tres y me sentía intranquila, culpable por haber dado la idea original de todo aquello: salirnos de la escuela. Cuándo me cansé del nerviosismo y de la taquicardia que no me abandonó desde que Misha tomó los moños, me dije: "Ya cálmate, estás como loca". Seguimos de aquí para allá y yo estaba más tranquila; miré mi reloj y vi la hora. "Es mejor irnos, casi es hora de la salida de la escuela". Ariel fue la que más se preocupó puesto que su mamá la iba a buscar siempre puntual para dejarla con la tía, y de ahí irse con su amante antes de que su esposo saliera de trabajar. Si Ariel la hacía esperar, lo único que recibiría de su madre ese día sería un castigo por atrasar su romántico encuentro. Misha no le dio importancia porque su mamá nunca estaba en casa, y su hermano la golpeaba constantemente, por lo que trataba de no estar en su casa la mayor parte del tiempo. Brisa y yo nos íbamos juntas en el autobús. Fuimos al baño, yo me amarraba una alta cola de caballo mientras las tres entraron en un solo baño. Yo escuchaba las risas y los susurros, pero no di importancia. Mi reloj marcaba las 12.20 y el timbre sonaba a las 12.30 en punto. Sólo quería llegar a mi casa de una vez. Sentía la vergüenza por lo sucedido. Cuando nos disponíamos a salir de la plaza, después de que mi nerviosismo se acabara, de que mi corazón recuperara su ritmo, de que al fin perdonara a Misha por haber tomado algo delatripa: narrativa y algo más
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que no nos pertenecía ¡Y de meterlo en la bolsa de mi uniforme!, después de creer que la habíamos librado… El vigilante no nos abrió la puerta de la plaza y pronto llamó por la radio a dos compañeros más que llegaron para impedirnos la huida. —Hay reportes de dos tiendas, señoritas, de que cuatro colegialas han tomado algunas cosas "prestadas" —lo decía con tono morboso y dándole énfasis a la palabra "prestadas", como si disfrutara el hecho de que no fuera así.— No podemos dejar que se vayan sin que se les revise. Casi sentí cómo me iba a desmayar pero, guardé la compostura.— Síganme, en una fila por favor, una detrás de otra. Misha iba detrás del vigilante, Brisa atrás de Misha, Ariel atrás de Brisa y yo al último. Mientras pensaba en la vergüenza que pasaría, imaginaba a mi abuela y a mi madre con cara de decepción y enojadas por mis actos. ¿Con eso iba a agradecerles que apenas esa mañana me regalaran mi primer reloj? Sentía una punzada en la boca del estómago; mientras intentaba descifrar el sentimiento, me pusieron en la mano un objeto "tómalo y tíralo en algún basurero o maseta, ándale Vero"; me susurraba autoritariamente Ariel. Sin recapacitar lo tomé casi por instinto —de supervivencia, creo yo— y lo boté en un macetero. Vi horrorizada cómo Misha se sacaba de distintas partes labiales, aretes, collares y demás objetos, al igual que las demás, y las iba pasando a Brisa y ésta a Ariel y ésta a mí que no podía creer lo que mis ojos veían. Recapacitando en ello, definí aquel sentimiento, fue la primera vez —también— que sentí remordimiento Llegamos al cuarto de seguridad. Era pequeño. Nos pidieron nuestros nombres a los que respondimos con nombres falsos. Nos dijeron que la suma de lo que había desaparecido era de alrededor de 300 pesos, y que sólo si lo 32
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pagábamos nos podíamos ir. Pero no teníamos efectivo y tampoco las pinturas ni aretes y demás objetos robados puesto que los había tirado entre basureros y macetas de la plaza. Si no lo pagábamos, un vigilante las va a acompañar a la escuela y hablará con el director o la directora, para que llamen a sus padres. O les hablamos de una vez desde acá, denme los teléfonos… o a la policía ¿Sería mejor, no? —¡No por favor! ¡No! —comenzó a gritar Ariel, quien ya sabía que le iría de la chingada con su mamá. —Dejen algo empeñado y cuando traigan el dinero se les devuelve. A ver si así dejan de andar de rateras, chamacas ¿Qué no las educan en sus casas?... A ver tú —dijo el gordo vigilante, apuntándome con su regordete dedo— ¿Qué tienes en el brazo?; deja eso, deja el reloj y cuando traigan el dinero lo vienen a buscar. Lo venderemos y pagaremos lo que robaron. —Déjalo nena, tengo dinero en mi casa, juntamos el dinero y regresamos. — me dijo Misha. Brisa asentía con la cabeza. Ariel estaba por desmayarse del pavor que le producía llegar tarde a la salida de clases y que su madre no la encontrara. —Lo haré... —dije resignada, sin querer dar mi reloj nuevo. Mientras me lo quitaba recordé las palabras amorosas de mi abuelita y los besos de mi madre. Una lágrima insistía en salir del ojo derecho, pero la Vero orgullosa la succionaba por dentro, se tragaba las lágrimas y lloraba en mi interior. Salimos de la plaza con la cabeza baja. Ariel alterada, Misha indignada por el "maltrato que nos dieron los pinches gordos vigilantes", Brisa no decía más. Yo sólo podía pensar en qué respondería cuando me preguntaran por el reloj.
Llegamos a la escuela y casi no había alumnos. Desde la otra esquina pudimos ver como doña Rosy se bajaba del auto y se dirigía a la entrada principal; Ariel corrió al ver a su mamá diciéndole que el maestro no la dejaba salir sino se terminaba la tarea, y que ella tuvo que corregir varias veces sus ejercicios. Vimos a doña Rosy abofetearla frente a todos, y le insultaba con crueldad. Misha me acarició el cabello y se fue sin decir nada. Brisa tampoco dijo algo más durante el trayecto del autobús que abordamos para ir a nuestras casas, yo tampoco quería escuchar. No quería escuchar nada de ellas nunca más. —Serían 300 pesos, señorita. —¿Perdón? —Su reloj, éste modelo está en 300 pesos, ¿Se lo envuelvo o se lo va a llevar puesto?, casi me gritó la vendedora para que llamara mi atención por completo.
—Puede mostrarme el reloj aquel del último anaquel; el de la última fila. — ¿Éste? —y señalaba el reloj. —Sí, démelo. —No sirve señorita; está viejo y medio oxidado ya. No creo que quiera comprarlo. —No importa. Lo quiero así como esté. La vendedora me dijo que podía llevármelo gratis en la compra del reloj turquesa que había escogido en un principio. Pagué los 300 pesos y me fui de ahí con los dos relojes. Antes de salir de la plaza, tiré en una maceta el reloj turquesa, y me puse el otro reloj en la muñeca izquierda. Al salir el vigilante me sonrió y me dio las buenas tardes. Salí de esa plaza una tarde de domingo, 15 años después, con mi reloj y saldada la deuda de 300 pesos. Esperaba con ansias llegar al almuerzo en familia, en casa de la abuela con la mente en paz.
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Inferno Azzurri José Sifogrante "El infierno a veces es azul, otras veces, celeste".
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taviado con una pulcra camiseta celeste con el escudo uruguayo y el "10" de Francescoli en el dorsal, José fue al "Inferno Azzurri" —unconocido bar italiano de la calle "Playa azul"—, para ver el partido de octavos de final entre la selección italiana y el combinado de Uruguay, que para no perder la costumbre, clasificó segundo a duras penas, perdiendo su primer partido contra Holanda, empatando en tiempo de compensación el segundo contra el equipo serbio y dando una espectacular remontada a dos goles que tenían de ventaja los nigerianos, único equipo africano con posibilidades de llegar a la siguiente ronda. José era mexicano, así que no importaba realmente a cuál equipo apoyara; total, México jugaría dos días después contra los españoles. Para José, no fue ninguna sorpresa encontrar a todo mundo con sus playeras azzurri o con playeras del Internazionale o del Napoli que, sin ninguna duda, le iban a hacer pasar un rato horrible. ¿El motivo? Está de más. Una de las razones —de hecho, la única— por la que José decidió asistir a aquel bar, es porque Bettiana Maldonado trabajaba en relaciones públicas en el "Inferno Azzurri". José la conocía de vista e incluso le había saludado en par de ocasiones en la parada del bus que ambos tomaban, casi siempre a la misma hora. En una de ellas supo que era uruguaya y en la otra, que trabajaba en el bar al que lo invitó a conocer un día y que si él lo hacía, ella le regalaría una "Norteña", la cerveza 36
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más rica de su país. No fueron pocos los pretextos de los que José se valió para posponer la ida al bar para ver a Bettiana, siendo su sobrepeso el más recurrente, que si bien no era tanto (diez kilos), eran más que suficientes para sentirse menos atractivo y más inseguro que cualquiera de los gorilas que la rodeaban en busca de reconocimiento y quizá una palmada de aprobación en sus lomos. Aquella primera vez en la que José notó a Bettiana, supo que era extranjera por sus formas y rasgos decididamente diferentes a las de cualquier mexicana; al responder una llamada a su teléfono celular, aguzó un poco el oído y supo que se trataba de una sudamericana pero a riesgo de confundir su nacionalidad, optó por preguntarle antes que afirmarlo. —No eres de por aquí, ¿verdad? —Soy de Uruguay. —Normalmente esto está lleno de gringos, canadienses, españoles, italianos, hasta argentinos. —Sí. Los uruguayos no viajamos mucho, es que no tenemos plata, ¿viste? —Bueno, pero tú estás acá... seguro me puedes ayudar a cebar un mate... —¿Te gusta el mate? ¡Buenísimo! Me traje como tres kilos y tengo que matear sola porque a nadie le gusta; se les hace amargo, qué sé yo... dale, yo te ayudo con tu mate. —¡Gracias! Estaría muy bien, a dónde te lo... —Ché, disculpáme tengo que atender esto.
Bettiana se alejó un par de pasos y atendió la llamada, en eso llegó el bus y José, que llevaba algo de prisa, no pudo esperar y tuvo que tomarlo; se sentó en el asiento de la ventanilla de la tercera fila del lado derecho con la esperanza de que Bettiana lo tomara también, se sentara junto a él y continuaran con la plática. Ella no subió. Pasaron tres días hasta que volvió a verla. La saludó y Bettiana lo observó con cierta reticencia, como si dudara. —¿Tan rápido te olvidaste de mí? —No, no,... eres el del mate, ¿verdad? —Pensé que no te habías acordado, casi todos los días espe... —Pasa que soy malísima con los nombres y a veces con las caras, pero no con la tuya porque vos no parecés mexicano, menos con esa nariz, ¿viste? —No eres la primera que me lo dice... por cierto, me llamoJosé. —Yo me llamo... —Bettiana. —¿Cómo lo sabés? —Tu botón... el del Inferno... —Ah, sí, sí... ahí trabajo; soy la hostess, hago un poco de relaciones públicas; bueno, un poco de todo. Es divertido; digo, tampoco pienso quedarme allá siempre, quiero estudiar una carrera o tener un negocio propio, no sé... ¿Vas a ver el partido de Uruguay? —Sí. En los mundiales le voy a tres equipos: Alemania, Uruguay y pues, a México. —¡Yo también le voy a México! ¡Vení a verlo al bar! Vení con tus amigos, les consigo una buena mesa y un regalo especial sólo para vos, una "Norteña".
—Deal. Mañana llego como a la una de la tarde. Yo creo que con que reserves mesa para dos o en la barra, no creo que mis amigos quieran ir; no sé, ya veremos. —Bueno, te reservo una de dos y si llegás con más pues ahí vemo'. Se despidió de Bettiana, y por alguna razón sintió la confianza o la desfachatez como para despedirse de beso, con la misma naturalidad con la que lo hacen las personas que se conocen de hace mucho tiempo. Esa misma tarde sacó de su clóset una playera que no había usado nunca. Una playera de la selección de Uruguay con el diez y el apellido "Francescoli" en el dorsal, por la que pagó casi 350 dólares en una subasta por eBay. Pensó que sería la ocasión perfecta para impresionar a Bettiana, por lo que la trató a vapor a fin de quitarle cualquier vestigio de olor a humedad. Realizó tres series de veinte abdominales a modo de pánico, cenó yogurt y fruta y se sentía ligero. Tenía que sentirse así ya que los últimos diez años, sin fallar, cenaba pesado. Aun así, nopudo dormir. El partido le embargaba el sueño, y Bettiana hasta el más vacío de sus pensamientos. Le gustaba mucho esa morocha de ojos grandes y flaca como un gusano. De algún modo, José la veía como una diosa y para él, lo era. Casi no durmió, si juntamos dos horas en lapsos de veinte minutos son muchas, pero aun así, se sentía con energía de sobra. Con el entusiasmo desbordado y las ganas de hacer las cosas mejor que nadie, por lo menos, aquel día. Se levantó una hora antes, le dio media hora a la caminadora y desayunó zumo de naranja y dos tostadas francesas con sirope, total, el ejercicio ya había pagado. Se puso un traje cómodo y se fue a la oficina. Tuvo la intención delatripa: narrativa y algo más
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de trabajar rápido y eficiente para poder escabullirse una hora antes. La verdad es que sólo logró acumular trabajo y triplicar pendientes, su cabeza estaba en el "Inferno Azzurri". Aproximándose la hora, sacó de su maleta la playera de Francescoli y se cambió ahí mismo para llegar listo al bar y sorprender gratamente a Bettiana. Salió literalmente huyendo de la oficina, sus colegas le gritaban para que les diera unos minutos a fin de resolver algunos pendientes pero él no hizo caso, a todos respondió lo mismo: ¡Uruguay noma'! Tomó un taxi, cosa que normalmente no haría pero quería llegar a tiempo y le pidió al conductor que lo llevara al bar de la calle "Playa azul". Llegó a la una con diez minutos, cincuenta minutos antes del partido. Un momento antes de entrar, repasó su portafolios, billetera, teléfono, una caja de alfajores Cachafaz que le iba a regalar a Bettiana y esto era algo especial ya que esa marca simplemente uno no la puede conseguir en México; pero así era José, se las había pedido para él y se las iba a terminar regalando a ella. Se la encargó a Martín, el dueño de la parrilla gaucha donde acostumbraba a comer los sábados. Una vez terminado el ritual se sintió un pelo más seguro y entró al bar. No sin antes darse cuenta de que no había llevado el mate para que Bettiana lo cebara.
—Ah, pero que decís, sos un imbécil, ponete la playera de chile verde de tu selección que no ganado una mierda... y no la de Italia que tenés puesta que además sos más negro y feo que Balotelli Bettiana me tomó del brazo izquierdo y pegó su cara en él. —Perdón, no lo digo por vos, es que Pato a veces es un idiota, perdón, perdón, —dijo apenada. —No pasa nada, además no dijiste nada que no fuera cierto; México todavía no gana nada pero créeme, está más pronto a levantar la copa que Argentina o que Uruguay. —dije a modo de broma y defensa— por qué no mejor nos sentamos. —Sí, sí; acá está tu mesa, ¿no vienes con más? —No lo sé, le dije a un amigo de la oficina pero dudo que venga. Esta mesa es pequeña, es perfecta, además veo mejor la pantalla desde aquí. —Negro, negrito, tráeme la Norteña que tengo guardada en la heladera de atrás, y también me traés la copa especial, está junto a lacerveza —le pidió a Henry, el mesero. —¿No viene mucha gente hoy?
—Che, hace como diez minutos que te estás mirando en la ventana, ¿todo bien? Pero qué linda remera que tenés, capo, eh... mirá Pato, mirá qué linda remera; es la de mi país...
—La verdad es que no, hace un mes que abrió y todavía está algo lento pero capaz que al rato se llena, qué se yo... Contáme: qué hacés, de tu laburo, por dónde vivís...
—Sí, muy linda, ¿es la alternativa de Argentina? —se burló Pato. —¡Es de Uruguay, es la celeste, pendejo mogólico!
—Trabajo en un tribunal de máxima instancia, soy Secretario Proyectista; analizo sentencias, resoluciones, las estudio y las... no quiero aburrirte, digamos que soy abogado y ya.
—Da igual, argentinos, uruguayos, todos terminan trabajando en bares mexicanos, just like you...
—No, no me aburrís, para nada, contáme, seguro hay casos interesantes; siempre hay ¿no? ¿Has visto homicidios?
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—He visto unos cuantos. Realmente a mí llega el expediente con la sentencia y el presunto culpable ya preso. Analizamos todos los procesos desde la averiguación previa hasta... En eso llegó Henry con la cerveza, una Norteña a punto de congelación, casi un litro contenía la botella, una copa de dieciséis onzas y un vodka Red Bull para ella. Como si de alguna manera, Bettiana supiera cómo bebo la cerveza. —No te quiero aburrir con lo de mi trabajo, de hecho vengo huyendo de él; mejor platícame de ti, cómo es que vives aquí, desde cuándo... —Pasa que mi viejo dirige a un equipo de fútbol de Jalisco de la liga de ascenso, y pues la verdad es que estaba muy aburrida ahí; me gusta la playa, tengo amigos acá y me vine más que nada para darme un respiro; un año sabático, qué se yo, igual y me regreso en unos meses o semanas, no lo sé... —Pensé que ibas a quedarte algún tiempo más; apenas hace un par de semanas que te vi. —Todavía no me decido; ahora la estoy pasando bien, ya veo luego... Pato, el capitán de meseros y gerente del establecimiento se acercó a nuestra mesa y le dijo a Bettiana que su mesa estaba por llegar y le arrojó una playera de la selección italiana con su nombre atrás y el número seis. —Viene una mesa que debo atender; viene Andrea con un grupo de amigos y tengo que ver que estén bien y no les falte nada. —¿Amiga tuya? —No, no. Andrea es hijo del dueño. Andrea Bolocco. —Te dejarán buena propina... —Qué va. El tipo es un imbécil. Se siente la gran mierda, y se las da que sabe mucho de
comida, vinos, alcohol pero es un tarado. A veces nos pide, qué se yo, un güisqui Jura de 35 años sólo para impresionar a los idiotas con los que viene, pero su viejo no nos deja darle de ese; así que le damos un etiqueta negra y cuando lo prueba dice delante de todos: "Ah, Jura, 35 años... hasta se siente la maderita", qué boludo. No sabe una mierda. Además, me tira la onda pero a mí no me gusta, es demasiado estúpido y ni siquiera tiene plata, sólo lo que su viejo le da. —Por todos lados te vas a topar con tipos como ese; lo mejor es darles por su lado, pero nunca aguntar la mierda que te puedan arrojar. Ellos te necesitan más a ti que tú a ellos... —Ya sé, pero... En eso llega Andrea al bar, acompañado de seis sujetos más; sólo uno de ellos de aspecto italiano, todos los demás, mexicanos con crisis de identidad en plena mímesis. Bettiana se fue por la cocina y salió con la playera azzurri de laselección italiana; me lanzó una mirada como diciendo: "lo que uno debe hacer por tragar". Inició el partido, los primeros cinco minutos fueron intensos, nerviosos y se peleaba el balón en cada centímetro de la cancha. Italia salió con un parado defensivo, lo mismo que Uruguay, sólo que los celestes contaban con laterales más rápidos y tomaron el control del medio campo. En un contragolpe de los italianos, Verratile robó un balón a Arévalo y corrió rumbo a la meta uruguaya, Balotelli corría por izquierda y al recibir el balón, controló de pecho y un remate potente con media tijera terminó por ser rechazado por un espectacular lance de Muslera. José aplaudió efusivamente delatándose ante los demás como el único que apoyaba a los celestes. La mirada de Andrea y de los cinco delatripa: narrativa y algo más
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mexicanos que le acompañaban, con sus playeras italianas, fue de las amenazas más evidentes que José había recibido. Transcurrieron diez minutos más con la misma intensidad aunque sin llegadas más claras que la previa de Balotelli. Al minuto 34, una fuerte entrada de Pereira sobre De Sciglio, supuso una falta y la amonestación sobre el primero. La distancia y el perfil eran óptimos para Pirlo quien con un disparo de antología, colocó justo en la escuadra el primer tanto para los italianos. Los gritos de celebración fueron por demás efusivos, hubo uno que otro del grupo de Andrea que se echaron cerveza entre ellos, dos o tres sillas se cayeron. Curiosamente, Andrea no festejó, lo primero que hizo fue voltear a ver a José con la mirada burlona llena de satisfacción, como diciendo: "En tu cara, pendejo". Faltando un minuto para que finalizara la primera parte, Uruguay buscó el empate con todo. Había adelantado líneas y jugaban prácticamente en el territorio enemigo. Un tiro de esquina ejecutado por Lodeiro terminó rebotando en Darmian quien a toda velocidad, dejó atrás a los ya desgastados charrúas que, por más que corrieron no lograron detenerle y cuando por fin logran alcanzarlo, éste ya había puesto el balón en la ruta de un feroz Balotelli que fusiló a un solitario Muslera que nada pudo hacer para impedir el segundo gol de los italianos. Esta vez la celebración fue aún más efusiva. Bettiana volteó a ver a José y éste le devolvió la misma expresión que ella le había hecho cuando la vio con su playera italiana, pero su expresión era como de: "lo que uno tiene que aguantar por una niña bonita". Andrea volvió a hacerlo, pero esta vez, el muy puto le dijo algo a los simios con los que estaba; José fingió no estar atento y decide tomar un trago a su Norteña y apenas levantar 40
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la copa escuchó a los seis: "eeeeeehhhh putoo", lo que ocasionó carcajadas en esos mandriles y en general, la risa entre los otros comensales. A Bettiana no le pareció gracioso, sólo esbozó una sonrisa que significó: "Qué pedazo de idiota que sos". Terminó el primer tiempo, Bettiana se sentó en la mesa de José y le pidió disculpas por la actitud de los de su mesa, pero como era hijo del dueño, nada se podía hacer. Pidió a Henry que le trajera otra Norteña y unos cuadros de pizza que tanto gustaban a todo mundo, cortesía de la casa. Luego le preguntó por el mate, José dijo que lo había olvidado pero que había traído otra cosa. —¿Es un regalo? ¿Es para mí? —No lo sé, ábrela y dime qué piensas. Bettiana abrió la caja y cuando vio los alfajores, sus ojos se pusieron rojos y le tembló la barbilla. Habían pasado por lo menos nueve años de la última vez que comió un auténtico alfajor. Ese pequeño detalle le llegó a lo más profundo de su ser. Esos alfajores eran su infancia, sus premios por buenas notas, los dulces que comía con sus amigas, el alfajor que alguna vez se comió al más puro estilo "La dama y el vagabundo" con Nicolás, su primer amor y que se había enterado que había fallecido de leucemia un par de años atrás. Esos alfajores representaban todo eso y mucho más. Un tipo al que había conocido no hace ni una semana, y que era capaz de tratarle como nadie y de hacerle sentir lo que ninguno. Todos querían a la uruguaya, todos se la querían coger. No era Bettiana, era la uruguaya del bar que tenía un culo espectacular y unas tetas como para meterles la cara. Bettiana llegó a pensar que también había dejado de ser Bettiana y que ahora era "la uruguaya". La uruguaya de la verga de todos.
Cuando le devolvió la mirada a José, se secó los ojos y le preguntó que por qué el trato tan amable, que por qué había ido al bar y por qué se había tomado la molestia de conseguir esos Cachafaz para ella. José dijo que cualquier cosa era poco para ella. Que desde la primera vez que la vio... y en eso, un grito de Andrea le interrumpió el speech fantástico que estaba a punto de pronunciar. Bettiana le pidió que le guardara un momento los alfajores y que ya regresaba, fue a ver a Andrea y acto seguido entró a la cocina. José siguió como si nada, tomó la copa y mientras se la llevaba a la boca lo hizo al unísono de: "eeeehhhhputooooooo". Y bueno, no le dio ninguna importancia, encendió un lucky strike, lo dejó sobre el cenicero, y cuando iba atomar un trago más de su cerveza, se repitió: "eeehhhhputooooo", esta vez no solo fue el grito, esta vez vino acompañado de dos o tres pedazos de gajos de papa que no vinieron de la mesa de Andrea sino de otra, cuando volteó para ver de dónde habían caído los proyectiles, sintió ahora huesos de alitas de pollo que por poco mancharon su fantástica playera de Enzo. Bettiana salió de la cocina con una charola en las manos y justo a tiempo para ver lo que había sucedido. Dejó los snacks en la mesa de Andrea y se acercó a preguntarle a José si todo estaba bien. —Todo está bien. Puedo soportar que esos mandriles estén más al pendiente de mí cuando bebo mi cerveza que en vez de estar pendientes al partido. Puedo soportar sus miradas amenazadoras que no significan una mierda para mí. Puedo soportar sin ningún inconveniente que me digan lo que se les antoje, pero de ningún modo voy a tolerar, repito, de ningún modo voy a tolerar que manchen esta playera.
—Yo tampoco me aguantaría, yo misma voy y le meto un picahielos en el ojo de la verga. -—Estás loca, yo hablaba de ponerle una madriza pero pues, de las normales, no pensaba jugar a Hostel, ya no se te está saliendo lo charrúa, se te está saliendo lo Eli Roth. —Nadie se mete con mi Uruguay, carajo, eh... ¡y tampoco con el Bolso! —No pues, esto ya valió vergota porque soy manya a muerte. —Entonces a vos te voy a romper la verga con un picahielo. José y Bettiana se reían como tontos, a ella se le veía muy feliz, cosa que a Andrea no le gustó; así que mandó de nuevo a Bettiana a la parte de atrás y esta vez se le acercó a José que lo miraba con total indiferencia. —¿Pero qué coño te pasa? ¿Vienes a mi bar con esa playerita de mierda? ¿No te das cuenta que es un bar italiano? Aquí no son bienvenidos los sudacas. —Soy mexicano y... —Ah, déjame entender, ¿eres mexicano y te pones ese trapo para tratar de cogerte a mi gata? ¿Es eso? ¡Que se quiere coger a la negra! —gritó burlonamente a sus amigos-. José no iba a aguantar mucho más y de hecho, no lo hizo. Con la mano derecha tomo de los huevos a Andrea y apretó con una fuerza desmedida. —Mira, ítalo-pendejo, no sabes con quien estás jodiendo. Soy un funcionario federal y si se me hinchan las pelotas te la hago de pedísimo. Una más que trates de pasarte de verga conmigo y te parto la madre; repito, te parto la madre a ti y al cabrón indocumentado de tu papá. Así es, conozco a tu papá y conozco su situación jurídica. Aquí, en este putísimo delatripa: narrativa y algo más
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país de cagada lleno de morenos, eres un ilegal. Si te deportamos vas a tener que regresar a tu Sicilia de los cojones donde seguramente les espera una vendetta, ¿verdad? No querrás que vaya con los de migración a ver a tu papá, ¿verdad? José soltó a Andrea que ya estaba lagrimando, sus amigos trataron de intervenir pero Andrea les hizo una seña para que se alejaran y les dijo que todo estaba bien. Bettiana salió de la cocina y tomó a Andrea por la cintura, se le acercó a una distancia a milímetros de rozar sus labios con los de ella. —Si te le acercas a ese pendejo, les disparo a los dos. —Andrea, ni siquiera lo conozco, sólo hice mi labor de ventas, ¿no para eso me contrataste? ¿Para meter gente al bar? —No te hagas pendeja, te gusta. A mí me mandas a la mierda una y otra vez y luego llega este pendejo y te la pasas riéndote como una idiota. Si no te gusta, entonces lárgate con tu padrastro, seguro extrañas que te viole. Ándale pendeja. Bettiana contuvo lo más que pudo las lágrimas y se sentó junto aAndrea cuando inició el segundo tiempo. Los uruguayos salieron a la cancha cabizbajos, como si supieran que al salir al campo los estaría esperando un verdugo presto a cortarles la cabeza de un tajo. Al minuto 56, "Cebolla" Rodríguez dio el mejor pase al área de su vida, Diego Godín se alza por encima de los centrales italianos y con un cabezazo descomunal perforó la red que defendía hasta ese momento, un despreocupado Buffon. José se puso de pie y fue el primero en gritar gol pero fue en vano. El árbitro había marcado falta del defensor uruguayo y su gol, fue anu42
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lado. Andrea, cobijado con los suyos y jugando de local en ese juego de machos, miró a José como diciendo: "Jódete, puto mexicano". Bettiana también había aplaudido por el gol de los suyos, por lo que Andrea le recordó que ahora llevaba la playera azzurri, y que por lo tanto, no debería morder la mano que le daba de tragar. Al minuto 60, ocurrió lo impensable. Una fuerte entrada de Godín sobre Insigne en el corazón del área fue señalada como falta y por lo tanto, penal. Andrea se levantó, hizo los ademanes de los italianos, se burló de los uruguayos, se burló de Bettiana a quien quería obligarla a besar el escudo de su camiseta pero ella se resistía. Pirlo se sintió con confianza para ejecutar la pena máxima, tomo la distancia necesaria y pateó flojo hacia la derecha de Muslera que en ningún momento se venció y se quedó con el balón, se reincorporó rápido y puso lejos el balón, lejos en los pies de Edinson Cavani que corría como alma que lleva el diablo hacia la portería de los italianos, del otro lado cerraban Luis Suárez y Stuani, ambos ya le sacaban varios metros de ventaja a los defensores italianos. Cavani se sintió inspirado y se fue cerrando a Buffon y sacó un potente disparo que el meta pudo desviar y que para su mala suerte se la dejó a Luisito Suárez que la prendió de volea y Buffonnada pudo hacer. Uruguay se acercaba dos goles a uno y todo, producto de un penal fallido de los italianos. Bettiana no logró ocultar su entusiasmo, volteó hacia Andrea para hacerle ver que su equipo no estaba muerto. José, por su parte había gritado gol también y besó el escudo uruguayo, una por él y otra por Bettiana, gesto que le robó el corazón a la morocha. El partido cada vez estuvo más tenso, y ya hacia el minuto ochenta y dos, una falta de Barzagli fuera del área significó una oportunidad más para los charrúas, Diego Forlán había ingresado
un par de minutos antes y pidió el balón para cobrar la falta; los italianos seguían discutiendo, por lo que el árbitro amonestó a dos de ellos, los más escandalosos a fin de que se callaran y se pusieran a jugar. Buffon formó su barrera, gritó los nombres de casi todos y les indicaba en qué orden debían pararse para no obstruirle la vista. El árbitro pitó, "Cachavacha" tomó impulso, un último respiro y sin mirara la portería le pegó al balón como sólo él lo sabe hacer, ¡por debajode la barrera! Todos los italianos, con los ojos cerrados y la cabeza gacha saltaron, Buffonse quedó viendo hacia el cielo en espera del fogonazo y no se dio cuenta que el balón ya descansaba en el fondo de la red. Uruguay había empatado el encuentro. Los gritos de José y los de Bettiana retumbaron en el bar que estaba convertido en un cementerio. Todos los italianos y los tenochtitalianos que eran lo más, gritaban cualquier clase de insultos a los árbitros, fraude, robo y cosas que a Bettiana y a José les daba mucha risa. Incluso Bettiana tuvo el descaro, de ir a abrazar a José a su mesa. Esto, desde luego, hizo queAndrea se enojara tanto que pidió a sus amigos que se callaran y tiró la botella de su cerveza detrás de la barra rompiendo otras botellas y el espejo. José llamó a Henry y le pidió la cuenta, Bettiana se percató de ello y Andrea le dijo que era lo mejor, que se largara su amiguito mexicano que si no, la iba a pasar muy mal cuando Italia terminara de echar a Uruguay de una vez por todas. El-Shaarawy entró a la cancha como respuesta de los italianos hacia el gol de los charrúas. Toda Italia se volcó hacia adelante y comenzó el bombardeo sobre la meta deMuslera quien detuvo todos y cada uno de los disparos que los italianos enviaban ya con más furia que inteligencia. Ya sobre el tiempode reposición —dieron seis minutos— al minuto 94, El-Shaarawy recuperó un rebote de Muslera, justo en la media luna, trató decambiar
a su perfil, esquivó la barrida de Godín, le reventó la cintura alenorme Coates y justo cuando apuntaba el cañón hacia la meta de un Muslera totalmente bloqueado por los delanteros italianos, en un acto de lo más increíble, Egidio Arévalo Ríos le saca el balón por detrás al"Faraone" y con las piernas que ya no tenía, pudo correr casi diez metros, lo suficiente para poder pasarle el balón a Cavani que se iba absolutamente solo contra Buffon, el estadio había enmudecido, sólose escuchaba el trote del uruguayo, el sonido del césped que era raspado por el "Brazuca", el rostro de Buffon se había endurecido, salió a cerrarle el ángulo de disparo al delantero del PSG de Francia, Cavani no perdió de vista el balón y estuvo muy atento al movimiento del flamante arquero de la Juve, el choque de tanques era inminente, sólo uno iba a sobrevivir. Cavani hizo una finta de disparo que dejó a Buffon en el suelo, recortó por izquierda y con la pierna derecha solo empujó el balón que entró hasta el fondo de la red con una lentitud de época. Todos se quedaron viendo. Nadie podía hacer nada. Uruguay había eliminado a Italia. Andrea, cegado por la rabia, la frustración, la amargura y el desprecio de "su gata", rompió el envase de su Peroni, sus amigos trataron de detenerlo, hirió a dos de ellos, ninguno de gravedad pero sí lo suficiente como para hacerlos alejarse y se dirigió a la mesa donde estaba José y sólo encontró una nota que decía: Veni,vidi, vici. José se había ido y Bettiana, con él. Dedicado a la selección uruguaya de fútbol. El equipo al que como mexicano, nunca amé en secreto. También es para ti, Rossana. Sé que lo estás sufriendo tanto como yo lo estoy disfrutando.
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Un encargo especial Daniel Ferrera
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uizás la primera muestra de perturbación de mi madre, ocurrió aquella mañana de Octubre cuando despertó exasperada. Hasta a mí, que descansaba en la habitación contigua a su pieza, me había llegado un rumor, un como gemido o sollozo entrecortado que al cabo de unos segundos distinguí inusual. Confundido, removí la manta curtida que abrigaba la mitad de mi cuerpo y caminé descalzo por el estrecho pasillo que comunicaba a su alcoba. Recuerdo que al cruzar, el piso de azulejos estaba helado y las paredes reflejaban sus costras desnudas en la claridad de la mañana. Al llegar a su cuarto, me sorprendió muchísimo advertir que un cuerpo de sombras se filtraba por el resquicio del marco oxidado de la puerta. Entonces, revisé la manija y se encontraba floja. Poco a poco mi brazo fue descubriendo el ropero, sucio y viejo, acomodado en una de las esquinas, y las figuras de porcelana por encima de él. Mi madre, que se hallaba del lado derecho, estaba sentada junto a la cómoda y el tocador. Sus ojos grandes y cansados giraban en sus paredes cóncavas y sus palmas y dedos agarraban con fuerza las sábanas. El cabello le cubría la frente y los hombros, humedeciendo el collar de cuencas y el camisón azul. "¿Qué pasa?" le pregunté desconcertado, colocándole una mano sobre su rodilla. Pero ella continuaba con la mirada perdida y balbuciendo unas palabras inaprensibles. Después de un breve lapso, al final, su voz estentórea irrumpió: "Nada cielo, creo que sólo he tenido una pesadilla." Sin embargo, yo sabía que lo acontecido no tenía precedente, pues, aunque mi madre fingiera mostrar una sonrisa conciliadora, en el aire se percibía un olor viciado, una mezcla de azufre y de humedad; y de las ventanas pendían gotas
oscuras. A pesar de ello, creí estar siendo burlado por mis sentidos, quizás a causa del cansancio o del sueño, y decidí dejar a mi madre a solas para que respirara más libre. En las horas posteriores, la calma fue esparciendo sus raíces rugosas con la claridad del día salvo por la serie de incidentes que un ojo menos agudo y provisto hubiera tomado por normales o fantasías. Mi hermana Ilse, que se encontraba en su cuarto, había salido para dirigirse a la sala cuando notó que mi madre desprendía del cesto de la basura unos terrones de azúcar y los lanzaba al aire repetidamente."¿Qué haces?" le preguntó mi hermana, sin otorgarle tanta importancia, y se recostó en el rellano del sofá. Sus dedos pálidos y huesudos salían por un extremo de la cabecera y trataban perezosamente de entrecruzarse. Yo, en cambio, me distraía en la mesa de vidrio hojeando un grueso manual de contaduría. En la sala, ya el viento caluroso comenzaba a prenderse como oruga de los rincones del techo; y las vasijas y las copas adquirían tonalidad radiante. Desde el fondo de la cocina, y de espaldas a mi hermana, mi madre alcanzó a espetar: "¡Claro, con esto será suficiente!" y se encaminó convencida hacia la mesa del centro para sentarse a mi lado. "Ilse, hija, acércate aquí. Tengo algo que contarles." Después, hubo segundos de silencio y esperó mirándonos a los ojos que le prestemos atención: —Hoy por la mañana, mientras dormía, un hombrecito de astrosas vestiduras, vino a visitarme entre sueños y me ha dicho que nos depara una ocasión muy especial… que en la noche volvería para hacerme un pedido. delatripa: narrativa y algo más
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—¡Qué! ¿Pero cómo es eso posible? —Le señalé a mi madre asentando una mano sobre la suya. —Si Aurelio, ni yo misma lo entiendo. ¡Pero todo fue tan real! Que… —¡Ay mamá sólo es un sueño! —intervino mi hermana, aburrida.— No tienes por qué temer. —¿Y cómo era este hombrecito Madre? — repuse ofuscado aunque internamente incrédulo. —Moreno, su piel era como de barro. Tenía los ojos grandes y la nariz ancha perfilada hacia afuera. Sus labios eran gruesos y resecos. Cuando hablaba, su boca se extendía hacia las orejas mostrando unos dientes amarillos y filudos. Daba la impresión de alimentarse de animales muertos o desperdicios. No podría determinar exactamente la longitud de su vida, pero sin duda era adulto. Nos quedamos asombrados. Lo anterior, sencillamente nos parecía increíble, una historia motivada por algún recuerdo, una imagen de la infancia, provista de superstición, de mito o hechicería. Acordamos que lo mejor era que mi madre reposara, no claro, sin la supervisión pertinente. Al caer la noche, una aurora de intranquilidad nos abarcó a todos. El silencio se hizo más subterráneo, hundió sus fauces en los cimientos de la casa. Desde los dormitorios, si uno prestaba atención podía distinguir sin esfuerzo el motor de la nevera encendido, las aspas del ventilador en la pieza de a lado, el centellear de la bombilla al roce del insecto. El viento proveniente de la calle era tenue y se plegaba con suavidad a las sábanas. Por ratos, algún perro se oía a lo lejos o un automóvil pasaba rápido. Nosotros estábamos al borde del menor ruido, del menor indicio que pudiera 48
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alertarnos sobre el estado actual de mi madre. Sin embargo, conforme fueron avanzando los minutos un sopor con aroma de lavanda nos fue envolviendo en su letargo de sueño y flores y nos fuimos quedando lentamente dormidos. Al amanecer, un grito espantoso nos despertó a todos y nos apresuramos a correr al cuarto de mi madre. Al llegar a la puerta —esta vez estaba cerrada con manojo— me sentí forzado a darle de golpes y de tumbos en su respaldo de cedro para que se abriera. El tiempo parecía interminable y la manija no cedía hasta que al fin, desde el interior de la alcoba, se oyeron unos pasos aproximarse con lentitud y girar la manija con suavidad. "¡Viste Aurelio, te dije que era real!" soltó mi madre, agarrándome la cara, y nos señaló a Ilse y a mí que mirásemos al suelo. Y efectivamente, en el piso aderezado con terrones de azúcar habían quedado grabadas las huellas pequeñas de un hombrecito. Las pisadas del diminuto ser dejaban un rastro fresco y peculiar que abarcaba desde la puerta de cedro hasta la cama. Alrededor del camino glaseado algunas hormigas formaban una hilera cargando sus prodigiosos miligramos y del costado izquierdo de la recámara podía divisarse una cajetilla de fósforos. "¡Qué pasó!, ¿estuvo aquí otra vez?" preguntó estúpidamente mi hermana Ilse y atravesó la puerta mirando hacia todos lados. Yo, en tanto, esperaba ansioso la respuesta de mi madre mientras trataba de calmarla. En el lugar había quedado algo de pernicioso que invitaba a salir de prisa. El aire estaba cargado de un olor denso y soporífico; y de las ventanas pendían las gotas oscuras. Al fin, mi madre se apresuró a decirnos lo que pasaba: —Ayer por la tarde, mientras escoraba las ollas en la cocina, no sé por qué tuve la necesidad de mirar al suelo y me llamó la atención unos terrones de azúcar que lucían brillantes
en el cesto de la basura. Los granos de azúcar, estaban mojados y adheridos a una hoja de papel china muy próximos a la superficie. Se me ocurrió que podía demostrar el paso del sueño a la vigilia de este increíble hombrecito si lograba marcar sus huellas utilizando los terrones de azúcar. —¿Y qué fue lo que te dijo? —preguntó mi hermana avanzando los brazos. —Pues me encargó que le preparara un almuerzo para cien personas —repuso a secas mi madre. —¡Pero cómo! ¿Eso es lo que quería? —le reclamé un tanto irritado y sin entender el motivo— ¿Y qué clase de almuerzo se le antoja al hombrecito? —volví a insistir sin ganas. —Uno en cuya elaboración debemos participar todos. No puede faltar ningún ingrediente. En esto fue muy preciso. Ilse y yo nos volteamos a ver unos segundos y comprendimos que lo que decía mi madre era importante. Luego, nos interesamos por saber de dónde obtendríamos el dinero y el modo de prepararlo, a lo cual ella contestó que no nos preocupáramos; que ya contaba con lo necesario y que sólo faltarían los condimentos y la carne. En los minutos siguientes, una intensa agitación se desató por los corredores de la casa. Ilse y yo andábamos de un lugar a otro apurados en alcanzarle los utensilios. En la meseta, ya habíamos logrado colocar dos ollas aptas para
preparar la comida: una, para sancochar los huevos y la otra para hervir el espinazo y los codillos. Mientras tanto, mi madre —que se encontraba a la derecha— se esmeraba en cortar a rajas el tomate, la cebolla, el chile dulce y el epazote; y le encargaba a mi hermana los kilos de garganta y muslo que habría de comprar junto con los sobres de recado. El tiempo parecía avanzar de prisa a medida que nosotros íbamos cocinando. Yo no podía dejar de mirar los brazos hirsutos y morenos de mi madre que se movían feroces agitando sus esclavas de oro. Veía cómo se le tensaban las venas y lo largo y quebradizo de sus vellos. En el aire ya podía sentirse el olor fragoso del caldo de verduras, desprendiéndose de la olla hirviente, y la tarde empezaba a poblarse de nubes espesas y graznidos de pájaros. Nosotros, seguíamos a la espera de que Ilse volviera pronto con el encargo que le habíamos hecho mientras un presentimiento comenzaba a apoderarnos: de los cristales de las ventanas habían empezado a brotar gotas oscuras y los follajes de los árboles se mecían con estridencia. De golpe, un ruido sordo se oyó caer afuera de nuestra casa, junto a la puerta de vidrio. A través del pálido cristal, sin embargo, pudo distinguirse el bulto oscuro de una bolsa de basura. Mi madre, desconcertada, me indicó rápido que me dirigiera hacia la puerta y al abrirla pude leerle una temblorosa inscripción que decía: "Aquí le traigo la carne señora" a lo cual ella agregó, "y esa tu hermana que no regresa."
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Renació: La desilusión del sueño. Daniel Poot Fuentes
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aminaba ferozmente esquivando peatones, agrupados como moscas por las calles amarillas del centro. Se acercaba la hora, en que la selección Mexicana de Fútbol iba a tener su histórico duelo en la final de un Mundial. Se podía oír desde el zócalo la pantalla puesta por gobierno del estado para que todos los transeúntes cercanos pudieran sentarse a ver el partido. Una multitud a lo lejos vestidos de verde con la cara pintada, autos avanzando lentamente para estar pendiente del inicio del juego, radios antiguos sonando con suplicio por lo fuerte que los camioneros estaban escuchando. El día estaba abandonado, todos los mexicanos rezaban debajo de un techo para ver a su selección victoriosa. Me metí al primer bar que encontré y tomé asiento; todos los televisores estaban sintonizando el inicio del partido, escuchaban atentamente la formación de ambos equipos y los murmullos de discusiones sobre quién debió iniciar no podían ausentarse. La gente paralizada miraba las pantallas sin parpadear, el mesero estático sostenía una bandeja sin tener en cuenta su existencia, llevando todas esas bebidas que podían caer en cualquier momento. Dejé el portafolio a un costado para poder avisarle a la camarera, mostrándose indiferente de todo el suceso, si podía traerme una bebida, asintió levemente y dio la vuelta para tomar la orden. El juego estaba ya dando a luz, los jugadores en medio de la cancha con sus respectivas posiciones, algunos mirando al cielo, apuntando con los dedos a algún padre que hoy, les hiciera la alegría de regresar a México e imponer una leyenda que todo el pueblo mexicano había perdido hace ya mucho tiempo. Otros, arrodi-
llados cerrando los ojos, movían los labios con ternura. El tiempo mostrado por el marcador, estaba como si alguien le apuntara con un arma, escrupuloso, lento, lleno de nervios, el aura del impacto, un objeto representando la percepción del instante enjugaba los corazones y amanazaba con exprimirlos, una obra de arte se proyectaba en la cara de miles de mexicanos. Todos sosteniendo el aliento hasta la muerte, el silencio navegando sobre los espacios, la tarde cerrando los ojos cada vez más rápido, los autos pitando desesperados. Sonaba el primer silbatazo. El ruido volvió en todos los sitios y la gente con lágrimas en las mejillas platicaba acerca de cómo sería la posible derrota del equipo contrario. La mesera trajo mi bebida, un tarro de cerveza oscura era suficiente para contemplar el encuentro. Podía escuchar detrás de las paredes, aquellos bares que estaban a unas cuantas casas, locales de ropa o puestos de comida mirando el partido, hablando, emocionándose por el encuentro, felices, sonrían como si vieran nacer a sus hijos, sonreían como si nada pasara en el mundo, ahora el país por fin los tenía alegres y sobre todo, unidos. Cada llegada de México a la portería contraria era un caos, gritos en las carreteras llegando hasta el cielo, azotamiento de las mesas donde estaban sentados algunos más borrachos, aventando madres a una televisión pusilánime ensordeciendo al público, era la verdadera fiesta patria. Cerveza tras cerveza pasaba frente a mi cara. Un tipo con un sombrero gritó "Disparo a todos los clientes si México es el primero en anotar". Y todos los delatripa: narrativa y algo más
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clientes, aplaudieron, felicitándolo, algunos, hasta fueron a su mesa sólo para darle la mano. El partido se mantuvo en ceros hasta el final del primer tiempo. Las personas parecían más tranquilas y tomaban un descanso de todo el alboroto. La comida desfilando y los meseros realizando su trabajo adecuadamente, paseaban platos de comida dejándolos en una mesa y marchándose. Sus gargantas merecían descansar del estruendo y se dice que uno puede vivir con la derrota, pero no con hambre; el hambre es lo que nos mantenía vivos, nos mantenía ahí, persiguiendo el sueño de la nación. El inicio del segundo tiempo fue más dócil de lo que había pensado, la cuenta de los clientes subía cada vez más, a nadie le importaba en ese momento, podíamos estar frente asesinos, violadores, premios nobel, genios de la época, pero a nadie le importaba, y el altar, el dios de todos, tomaba acto de presencia frente a ellos, a kilómetros de distancia, jugándose una vida y filosofía estando más allá del heroísmo, en ese momento veíamos a los héroes de la independencia, en ese momento el público quería reflejar al mundo que podemos ganar premios, podemos ser igual de buenos a las otras naciones poderosas que dominan el planeta, estábamos acostumbrados a ser parte de una élite muerta de hambre, de pobreza extrema y educación doliente, presas siempre de la basura en la que nos revolcábamos día tras día frente al palacio nacional. No le prestábamos atención a los huesos rotos que crujían al despertarse todos los días para alimentar una familia de cinco, ahí, en el México inmerso en las drogas, en el que la muerte estaba enmascarada de justicia, aquí, caíamos todos; el único deseo de acercarlos a felicidad, de librarlos de una vida llena de intoxicación e inconformidad, estaba siendo 56
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transmitido en el televisor, dominaba un poder más potente al de las balas de Tlatelolco, tenía un grito más cautivador que la muerte de cuarenta y tres desaparecidos, y más público que el que se le tiene cuando hay que cantarle a la bandera, fuertemente discutido que a las malas elecciones hemos arrastrado bajo el pie, ignorando nuestra propia neblina. Afuera, aquellas personas sosteniendo el mandato intelectual, atacando desde sus Iphone seis, eran abofeteadas por las redes sociales, puesto que la pretensión siempre ha sido un animal violento y estúpido, lo sacamos cada vez que recordamos lo que somos; callaban todas esas bocas pútridas que creían ser una neurona que salvaría al país, y esas máquinas ahora, estaban acostados con las pestañas abiertas presenciando cómo los devoraba las hormigas, todos juntos, agarrándose las manos, inmóviles, con sus carteles en la espalda, queriendo ser ejecutados. Había consumido tres tarros de cerveza a lo largo del segundo tiempo, seguía en ceros el partido, los corazones palpitando a velocidades exageradas, dentro del bar entonaban el Cielito lindo para así, el milagro por fin cayera del árbol, poder devorarlo. Por fin, después de tantos años, poder alzar la copa del mundo. La música era aterradora. Cómo el espíritu a pesar de todo caía a esa entonación, nunca había escuchado semejante escalofrío en las vértebras y hoy lo estaba viviendo, vivía quizá, una de las más importantes épocas del siglo. El tiempo seguía agotándose, avanzaba y no escuchaba súplicas. Daban los ochenta y ocho minutos de partido cuando México se puso helado. Fue como si la virgen hubiera movido su boca y les diera un mensaje de paz y premonición. Todos los mexicanos miraban al televisor porque el árbitro había señalado pena máxima a los ochenta y ocho minutos. Un pe-
nal que desde la narración de las televisoras, desde las miles repeticiones que transcurrían, jamás resultó ser cierto. Un penal no parecía haberse cometido. Desde el partido se veía a los jugadores del equipo contrario yendo con furia hacía el árbitro, mostrándose firme a su decisión. Lleno de ira, un jugador le suelta una bofetada al árbitro y se va expulsado. El público como al inicio del partido, en un colapso de silencio absoluto. El equipo Mexicano, asustado, va hacía el árbitro creando gestos y palabras indescifrables para todo los espectadores, nadie sabía el significado de lo que hablaban, pero se veían enojados y sobre todo, asustados. El problema duró unos diez minutos hasta que Guardado fue hacía la portería contraria y dejó el balón en el manchón blancuzco, el corazón de México retumbaba los cuerpos. El sol, temeroso, se guardó y dejó lugar a una noche temblorosa. Es y será, el silencio más agónico en el que he estado presente, un silencio, creo yo, parecido al limbo del infierno, totalmente abrumador, invadido de espanto, seco, vívido. Guardado tomó su distancia y sonó el último silbatazo para millones de Mexicanos. Lanza el balón a un lado de la portería, dócil, con los ojos quizá, llenos de sangre, enmudecido, nada sobresalía más que su rostro decidido. Poco a poco el balón se iba al poste izquierdo de la portería, el jugador, esbozaba una sonrisa mientras la pelota pasó totalmente la última línea. El silencio quedó estático en el aire. Otra dimensión se manifestaba sin nadie habitándola. Los rostros inmunes, ennegrecidos, muertos. El estadio era una bestia y con el acto, quedó perplejo. Yo, de pie con mi cerveza en la mano, sentía erizado todo mi cuerpo. La gente se sentó de nuevo y yo con ellas, se escuchó el silbatazo del partido. Treinta minutos más fueron jugados hasta
llegar a los penales, falló tres y metió dos, el rival falló uno y metió cuatro. México había sido derrotado, los narradores hablaban con sollozos a través de esa pantalla inmune, nadie provocó una palabra, todos cabeza abajo, seguían bebiendo, el bar quedó como un velorio, como tumbas al horizonte resplandecidas por el sol. Tomé mi cerveza, me quedé rato en mi lugar, el agua de las cervezas resbalaba por las maderas de las mesas. Sólo vi una vez más a todos y alcé la mano a la misma mujer para pagar la cuenta. Caminé por el centro para buscar un autobús que me dejara en mi hogar, no era tan tarde pero quería estar ahí lo antes posible. Escuché un ruido proveniente del zócalo de la ciudad, era atroz y robó mi atención de inmediato, giré y el ruido me hizo dirigirme hacia ahí. Al pasar por un edificio, mis pies se detuvieron violentamente, sentí miedo, mucho miedo. Los ciudadanos destruyeron la pantalla que se les había puesto para ver el partido, sillas quebradas reposando en la carretera, jóvenes que habían llevado sus playeras de la selección se las quitaban para arrojarlas al suelo y pisarlas con brusquedad escupiéndolas. La policía intervino pero la masa era abundante, las palomas se retiraban con temor, y sólo estaban los pies de los enfurecidos. No podía irme del asombro, y el miedo se apoderaba de mis vísceras. Ese temor me hizo presenciar el acto final. De toda la multitud destruyendo la ciudad, entre toda esa bola de gentes pintadas y algunas manchadas de sangre, habló una voz apenas perceptible. Gritó nuevamente hasta dirigir todas las cabezas hacia arriba. La policía con sus escudos en la mano, observaban detenidamente al hombre parado con un cartel y un cuchillo. Tenía puesto la playera de la selección en color verde, poseía el escudo en medio del pecho. Los antimotines de los federales delatripa: narrativa y algo más
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hablaban por una radio comunicando que bajara el sujeto. La catedral estaba plagado de personas, rebotaban en las puertas y las arañaban. El sujeto, de pie, en el borde de la cúpula sacó un plumón y escribió en el cartel que sostenía en la mano. Al terminar, clavó fuertemente el cuchillo en medio del pecho, en el corazón del escudo, en el balón donde se sostenía el águila y se dejó caer. Caía rápido, nosotros mirábamos siguiendo su trayectoria, cayó firme en el suelo, quebrándose todo. En ese instante mis impulsos respondieron y corrí desesperado hacia la multitud, los aparté a todos con golpes leves y palabras cortas. El personaje estaba
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tirado con la boca abierta y el cuello formando una posición imposible. La sangre salía de su boca mientras un sujeto de la manifestación, pintado con color del "tri" se acercó sutilmente al cuerpo, se hincó y leyó en voz alta el mensaje clavado en el pecho: "Desilusión constante del sueño Mexicano". El que había leído se levantó, movía de izquierda a derecha la garganta, mirando a todas las personas que yacían ahí en el espectáculo. Avanzó dos pasos riéndose rompiendo la calma que había caído como una pluma sobre todos nosotros, entonces, todos los espectadores comenzaron a aplaudir.
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La Rusia tomada Capítulo de la Novela El Nido del Cuervo Iván Espadas
Yo te juro Adolf Hitler/Como Führer y Canciller del Reich Alemán/Lealtad y valentía/Te juro a ti y a los Superiores/A quien nombres Obediencia hasta la muerte/Dios me ayude. Juramento de iniciación para los miembros aceptados de la Schutzstafeel de Heinrich Himmler, o escuadrón de protección más conocida (temida) por las SS.
Agosto de 1941. Dos meses después de la invasión a Rusia Joachim Peiper, profesabas el mismo fanatismo que el del Führer, al que tanto admiraba. Teniente coronel a los veintinueve años, el mismo Hitler se había expresado de ti como alguien tenaz y valiente. Apuesto, y el más joven comandante del ejército alemán, representaste la punta de lanza de la 1ª División SS Panzer en la Operación Barbarroja, para la ofensiva y la ocupación de Rusia. Tu mirada de adolescente triste y penetrante, la sórdida risa, el pulcro cabello rubio descansando en tu angosta cabeza, la nariz estrecha que marcaban un perfil digno de ser esculpido por manos renacentistas, y tu agudeza en la toma de decisiones eran atributos indiscutibles para ser parte de la raza suprema aria, la raza destinada a mandar sobre Europa, el resto del mundo vendría después. Joachim Peiper, en realidad, estabas convencido de que el mundo civilizado tendría en Berlín su capital. En Ucrania recordaste tus inicios en las juventudes hitlerianas, luego tus pasos por la academia militar y por el partido nacional socialista. Hasta tu nombramiento de comandante para la nueva misión que ahora cumplías con resultados satisfactorios. Un soldado te abrió la portezuela, tus pulcras botas negras pisaron las tierras heladas de tu
conquista. De la manga derecha de tu uniforme se prendía una banda roja con un círculo blanco que en su interior mostraba una cruz esvástica. Los tímidos rayos del sol hicieron brillar el metal plateado del cráneo, con los huesos en X sujetas al frente de tu gorro. Con la agilidad aprendida a costa de largas horas de entrenamiento militar y tu juventud, subiste dando brincos al techo del vehículo que te trasportaría. Cuarenta soldados de tu guardia personal dirigieron sus armas de miras telescópicas a todos los puntos. Observaste el camino que dejabas a tus espaldas, la dirección contraria de tu destino. Muy a lo lejos se levantaban un par de columnas de humo que estocaban a un pálido cielo carente de nubes. Te seguía tu ejército, trescientos gigantescos tanques Panzer que partían la tierra a su paso, igual número de vehículos semiblindados, y provisiones para atravesar toda Siberia. Doce mil soldados armados y motorizados esperaban con ansias cumplir tus órdenes. De los bolsos interiores de tu uniforme tomaste un binocular y lo llevaste a tu ojo, pero en esta ocasión miraste al frente, hacia donde se dirigían tus pasos. Allí estaba ella, era la Rusia blanca, tan grande que en sus entrañas podría caber más de un continente. La Rusia tan anhelada por los más grandes conquistadelatripa: narrativa y algo más
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dores:"Si Napoleón la hubiera tomado, hoy el mundo entero hablaría francés". La Rusia imperial que construyeron los zares, la Rusia que Lenin convirtió en una aberrante república comunista y soviética. Y lo más importante, una futura Rusia germanizada, libre de razas inferiores, y un territorio que con sus recursos naturales y humanos haría al Tercer Reich invencible, tanto para el hombre como para el tiempo. Ya han pasado sesenta días desde que tu división Panzer atravesó la frontera. Si bien obtenías victorias a expensas de un numeroso y desorganizado ejército rojo, también te parecía que el avance distaba de ser una empresa sencilla. Te preguntabas por qué la defensa soviética tardaba tanto en responder, por qué tanta ingenuidad de Stalin y sus altos mandos militares. "¿Acaso los servicios secretos soviéticos nunca leyeron Mi lucha, escrita veinte años atrás por el Führer?". En este texto que tanto conocías por ser la biblia del partido nazi, se expresaba de forma clara y sin ningún tipo de divagación, la necesidad alemana de invadir Rusia y sus estados vecinos para asegurar el espacio vital. Te sigues preguntando: "¿Podría ser que el proceso de selección natural de las especies provoca que las razas inferiores cometan tantos errores?" Luego de librar tu primera batalla y de que la maquinaria de guerra reventara las defensas rusas, capturaste cien mil soldados en la batalla de Smolensk. Ya prisioneros, los recluiste en improvisados centros de retención. Cada mañana, a las primeras horas del día, hacías fusilar a dos mil hombres. Cuando te diste cuenta de que el trabajo sería extenuante, los dejaste morir de hambre y frío. Algunos de tus condenados no sobrepasaban los dieciséis años. 64
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Uno de tus oficiales te pidió perdonar la vida de los más jóvenes y le respondiste que si fueron hombres para tomar armas y pertenecer a un ejército, no veías mal que fueran ejecutados como hombres. Les recordaste a todos tus generales que los rusos, en especial los ucranianos, eran racialmente descendidos por siglos de mestizaje con material mongoloide, y que por lo tanto su destino en el nuevo orden mundial era el exterminio. Los sobrevivientes serían explotados como esclavos sin oportunidad de procrearse, de esta manera las razas subhumanas desaparecerían del dominio alemán en un periodo no mayor de cuarenta años. Todos tus oficiales compartían las mismas ideas en que creías dogmáticamente, no era una cuestión de convencerlos, solo de recordárselos. En tu marcha pasarías por muchos pueblos y ciudades. Pensaste que no sería posible detenerte en cada lugar para realizar el trabajo de limpieza, por lo tanto tenías que crear nuevos métodos. En la siguiente ciudad convocaste en las afueras del poblado, a todos los hombres de seis a ochenta años. Les dijiste que era necesario que se liberaran de la opresión rusa que había creado las infames granjas colectivas y les había quitado su religión; la población te vio como un libertador. Les anunciaste que tanques de guerra soviéticos pronto vendrían para destruir Ucrania. Los convenciste para hacer una trinchera que detendría el paso de la artillería pesada del ejército rojo. Durante cuatro días y sus noches la población masculina escarbó sin descanso una zanja de dos kilómetros, con cuatro metros de ancho y tres de fondo. Exhaustos y hambrientos los hiciste desfilar en grupos de a doscientos a las orillas de las zanjas, y ordenaste a los soldados que los rociaran con balas de metralletas pesadas,
mientras que el batallón de SS, compuesto por seiscientos hombres, rompían puertas, casa por casa, y disparan con las MP40 a todo lo que se moviera. Posteriormente hiciste prender fuego a todo lo que se pudiera quemar. Con un vehículo pesado utilizado para levantar obstáculos de los caminos, tapaste con tierra las zanjas. Cuando la tierra caía sobre las víctimas, aún se escuchaban lamentos. En veinticuatro horas habías diezmado a cero a una población de veintiséis mil habitantes y el camino a Moscú aún era largo. En una noche, mientras veías que un par de soldados prendían fuego para mitigar el viento helado, tuviste la idea de crear un batallón que redujera en tiempo y esfuerzo la dura labor del exterminio. Les diste órdenes a tus ingenieros de que adaptaran doce tanques, para que por medio de sus cañones lanzaran fuego en un alcance de veinte metros. Estas armas irían acompañadas de un escuadrón de doscientos
soldados dotados de lanzallamas. Sin duda el arma más siniestra desde que el primer hombre peleó contra la misma especie. Trescientos kilómetros más adelante, el pueblo Truvozki tuvo el infortunio de ubicarse en tu ruta. A las once de la noche, un grupo de soldados motorizados rodeó la población. Cercaste al pueblo con alambres de púas que hiciste electrificar y pusiste centinelas en improvisadas torres de vigilancia, que disparaban a todo aquel que intentara escapar. Los que se escurrían a los ojos de tus guardias quedaban pegados a las mortales cercas electrificadas. Una vez sitiada la cuidad, tus tanques de fuego y tus escuadrones de lanzallamas barrían el lugar convirtiéndolo en un infierno. A tu paso sembrabas infames columnas de humo que morían cuando llegaban al cielo. En poco tiempo tu unidad fue conocida como el Batallón Soplete.
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Bon voyage, Nefelibata Obra para Teatro de calle Ángel Fuentes Balam Para Luz Ariadne, mi niña oceánica
PERSONAJES / OPERADORES DE ESCENA Nefelibata, la madre Job, el padre Nereida, la niña 2 Bailarines / Zanqueros 2 operadores de música y dispositivo escénico PRELUDIO. Acompañado con música, un operador de escena reparte hojas de papel y tiza entre algunas personas del público. En la hoja se señala que la persona deberá escribir el nombre de alguien a quien debe/quiere/ha tenido que/ decirle adiós. También indica que deben hacer una barca con ese papel. 1.- REGRESO DE LA GUERRA* Un pelotón de soldados marcha lentamente desde una ciudad en llamas hasta la costa del país. Llegan devastados, dolidos por sus múltiples heridas: quemaduras, ceguera, mutilaciones… De entre todos los soldados resalta Job, un guerrero que tiene aún flechas enemigas clavadas en el cuerpo. Él camina en la arena con dificultad, hasta que descubre algo que cree ser una ensoñación: su hija Nereida de la mano de Nefelibata, su esposa. Ellas lo saludan. Nereida corre a su encuentro. Detrás de ellas se extiende el mar; detrás de él, resuenan todavía los tambores de guerra y se alza el fuego que devora ciudades y hace nacer estridentes gritos a sus víctimas. Suavemente, Nefelibata y Nereida reciben a Job y con movimientos grandes y suaves retiran una por una las flechas de su cuerpo.
Los soldados los rodean, lanzando frases y plegarias: —Vuelve a tu hogar, Job. —En nuestro interior siempre arde la guerra. —Ve a la paz, ve a la paz de una vida común. Allí guárdate del frío. Al terminar su curación, los tres se disponen a subir al barco que los espera, para llevarlos a su tierra natal. Los soldados celebran la visión de esta familia. Todos hierven de alegría al saberse lejos del peligro y de la muerte. Los tambores de guerra se convierten en gritos de algarabía y en canciones de paz. *Esta secuencia puede ser abordada desde la danza Butoh. Los soldados deben partir cerca del público y marchar hacia los actores principales. Uno de los soldados porta un tambor de guerra para marcar la pauta del movimiento. Con antorchas o varas encendidas, los mismos bailarines (en tierra o desde los zancos) pueden realizar coreografías para presentar la furia del incendio en la ciudad.
2.- VIAJE A CASA* Job, Nereida y Nefelibata suben al barco. Dicen adiós con la mano. El barco se mueve, adentrándose en el mar. Nereida, en una zona del barco, observa el inmenso horizonte divirtiéndose con los destellos de luz delatripa: narrativa y algo más 67
que quiebran el agua. En su corazón hay genuina felicidad. No sabe por qué, pero llora. Sin embargo, sus lágrimas no caen, se inflan y transmutan en burbujas. Miles de burbujas salen de sus ojos y ella, maravillada, juega con ellas. Al vapor del barco se le suma una columna de burbujas minúsculas que vuelan en dirección del viento. En el camarote, Job se despoja de su armadura. Nefelibata lo recibe en brazos. Se unen en un abrazo grande y profundo. Nefelibata se quita la ropa. Con suavidad se acarician, se reconocen, alimentan su piel. En cubierta, Nereida juega con sus lágrimas y descubre cómo se comienza a armar una danza entre los soldados y sus mujeres. Con alegre música comienzan a bailar las parejas. El oleaje crece. Nereida corre y revolea su cabello, se escabulle entre las parejas, brinca por toda la cubierta. En el camarote, Nefelibata y Job hacen el amor. El oleaje crece. *Dos plataformas móviles construyen el barco. El adiós, al momento de partir, debe ser hacia el público. Incluso, un operador de escena podría invitar a una pareja del público para el baile posterior. Nereida podría hacer acrobacias después de expeler las burbujas. El oleaje del barco será impulsado por los operadores de escena, por medio de largas telas que ondearan de extremo a extremo del barco, rodeándolo.
3.- LA TORMENTA* El oleaje crece cada vez más. Anochece. Dentro de su juego, a Nereida le llama la atención la luna y quiere ir por ella. Brinca, se estira para alcanzarla. La noche agita el océano. Nereida llega a proa y sube las manos. La luna no se deja agarrar. Nereida la persigue. Nefelibata y Job se han quedado dormidos. Nereida consigue la luna de un gran brinco. Los tripulantes aplauden y ella va pasando la luna entre ellos, se las avienta y ellos también juegan 68
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con el satélite. El viento comienza a soplar bajo las ropas y chilla en los altos del barco. El oleaje crece: de pronto, una ola golpea babor y el agua salpica a los que se hallan ahí, Nereida incluida. Los tripulantes se alarman. La luna rueda en el suelo y la niña va tras ella. El cielo truena y relampaguea, todos lo miran. Las olas se han enfurecido de improviso y suben más que antes. Job y Nefelibata despiertan sobresaltados y miran hacia el mar. De inmediato van en busca de Nereida. Con el ajetreo de la nave, la luna va de aquí hacia allá y Nereida emprende una carrera desesperada por volver a tomarla. Truena, relampaguea. El viento ha llegado como un golpe seco y hace volar ropas y cabellos. Las olean golpean la embarcación. De súbito, ha llegado una poderosa tormenta. El capitán del barco hace sonar una campana de alarma y todos los tripulantes corren a refugiarse. En el estrépito, Job busca a su hija, quien por fin ha tomado la luna. Nefelibata ha quedado petrificada, observando cómo una gran ola se levanta frente a Nereida y a Job. Job abraza a su hija y la quiere conducir hasta donde se halla su madre. Cuando alza la vista, mira la ola gigantesca, recorriendo su terrible cuadrante. Todos los tripulantes la observan. Huyen hacia los botes salvavidas y lanzan quejidos de miedo. Job toma a Nereida y rápidamente se abre paso entre la multitud. La campana del capitán sigue sonando. En la carrera, Nereida pierde la luna y se libra de los brazos del padre, para recogerla. Job, alarmado, quiere ir tras ella. La ola golpea la nave y vuelca todo. Se nublan los ojos y hay espanto. La campana ha dejado de sonar. El barco se parte en dos: de un lado se hallan los tripulantes y Job y Nefelibata; en el otro, Nereida. Las partes del barco se alejan. Llorando, Nefelibata desesperadamente trata de ir tras su hija. Pero la tormenta es atroz y el brillo de la luna en manos de su hija, pronto desaparece
en el horizonte. Job llora y clama por ella, pero su voz se pierde entre el rugido del viento y del mar. *La luna en este cuadro, puede ser un artefacto físico y luminoso. El juego con ésta, puede estar acompañados de múltiples lunas, para realizar una coreografía grupal que interactúe con el público.
4.-MUERTE DE NEFELIBATA* Han pasado 20 años. Años de rabia e intenso dolor. Años de espera y soledad. En el corazón de Job y Nefelibata, creció una herida insoportable, larga como una playa sin nadie. Nefelibata juega con un barco de juguete en el cual hay montada una pequeña muñeca. Camina. Ha envejecido y está muy débil, la tristeza ha consumido su cordura. Muchos relojes llueven a su paso. Caen, despedazándose en el suelo, o simplemente flotan amenazantes hasta disolverse en el aire. -Mi niña, mi niña no se ha ido, mi niña sigue navegando -dice. En otro punto del escenario se encuentra Job, cansado y cabizbajo; está rodeado de mapas amarillentos y gastados. La observa. El tiempo pasa entre ellos, les come la carne y los ojos. Nefelibata sigue caminando. Mira los relojes y abraza la pequeña muñeca. Los relojes tienen rostros de animales enfurecidos, de animales horrendos que quieren despedazarla. Job se levanta poco a poco. Nota que Nefelibata camina directo a una cama que los relojes han preparado. Ella sigue jugando con la pequeña muñeca. Los relojes caen o vuelan como moscas iracundas. De pronto, el recuerdo de Nereida aparece corriendo entre ellos, riendo. Job lo mira y quiere asirlo, para que no desaparezca; pero el recuerdo es muy veloz y se disipa, no sin antes besar a Nefelibata en la mejilla y despedirse de Job. -Mi niña, mi niña no se ha ido, mi niña sigue navegando -dice Nefelibata.
Nefelibata camina hasta la cama, donde los relojes se amontonan. Job trata de detenerla, pero no puede. Con aspavientos, trata de alejar a los relojes, pero no es suficiente. Cuando Nefelibata se acuesta en la cama, los relojes ríen macabramente, celebran. Job llega al lado de su esposa. Lentamente, ella extiende la mano hacia el cielo. Aparece la luna, flotando entre las nubes. Los relojes le dicen adiós a Nefelibata con la mano. Uno de ellos va girando a su alrededor, desaforadamente. Otro reloj, revuelve los mapas de Job y los lanza al aire, dibuja sus propios mapas para confundirlo, para que se olvide de hallar a su hija**. El reloj que da vueltas se detiene. Nefelibata le ofrece a Job el barco de juguete y la muñeca. Job está a su lado, de rodillas. Los relojes la cubren de sombras, apagan la luna. Aparece el recuerdo de Nereida, pero muy lejano. Nefelibata lo mira y le dice adiós con la mano. Se despiden. Nefelibata muere. Los relojes hacen un cortejo fúnebre y se llevan el cadáver. Job queda solo. * Los relojes pueden ser utilería: espejos marcados que produzcan un juego de iluminación con el escenario y el mismo público, o los mismos actores-bailarines portando máscaras que simbolicen los estadios de la vida humana a través del tiempo (podría tratarse también de mojigangas). **El momento de los mapas puede ser muy sugerente a la hora de aproximarse al público, pidiéndole quizá que modifique el piso escénico con tiza para dibujar sus propios mapas e interactuar directamente con los operadores de la escena.
5.- DOLOR Y SUEÑO DE JOB Job ha envejecido completamente solo. En su corazón hay dolor y furia. Recuerda la guerra. Recuerda la ira y, sobretodo, recuerda el fuego. La imagen de Nefelibata y Nereida lo atormentan. Los relojes sobrevuelan su cráneo y hacen avanzar al tiempo, desgastando su voluntad. delatripa: narrativa y algo más
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Una noche, tiene un sueño*: sueña con una gigantesca flota de barcos que navegan en un mar de fuego. Los tripulantes de los barcos son humanoides sombríos, a todas luces pequeños demonios llenos de enojo. Navegan, como si se tratase de una carrera, hasta el horizonte. De súbito aparece la luna, la misma luna que Nereida apresó entre sus brazos. Es enorme y cae sobre el mar de fuego. El mar se apaga, se vuelve cristalino. Los barcos se disuelven en esa frágil luz. En la luna se refleja el rostro de Nereida. Nefelibata aparece, emerge del océano. -Búscala. Busca a nuestra pequeña. Job, desde aquel sueño, apaga el fuego de su enojo. *En este punto, los operadores de escena recolectan las barcas del público y las pueden colocar en una pila con agua (que puede ser el mismo espacio escénico, según la concepción del director). Nefelibata jugará con los barcos de papel, colocándolos y deslizándolos con una danza-ofrenda hacia el agua o espacio. Este dispositivo (pila con barcos o barcos en espacio escénico) se mantendrá hasta el final.
6.- BON VOYAGE Job ha decidido, en el final de su vida, lanzarse al mar en la búsqueda de su hija. Contra todo pronóstico, contra la edad, contra la razón. Vende todas sus pertenencias y se hace con una embarcación a la que bautiza como "Nefelibata". Alquila una pequeña habitación en la costa y se prepara para el viaje. Carga un arpón, un arco y las flechas que tenía clavadas en el cuerpo cuando salió de la batalla, la muñeca de su esposa, varios mapas y comida. Parte en una tarde opaca, con el océano en calma; en la orilla nadie le dice adiós. 7.- GAVIOTAS* Job pesca para poder alimentarse. En altamar, el sol es un gigantesco ojo que llora y pinta el agua de dorado. La pequeña barca de Job es un pequeño fantasma que recorre la inmensidad. Él recoge 70
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varios peces con redes y caña. Observa a lontananza y ve que la tierra ha desparecido. Solamente el cuerpo del océano lo rodea. Escucha de pronto un graznido, seguido de un coro estridente que se aproxima hacia él. Levanta la vista y descubre un escuadrón de gaviotas hambrientas que lo escudriñan. En la punta de la formación aérea está la gaviota líder: una gran criatura que lanza amenazantes graznidos. A orden de ésta, las otras se precipitan hacia "Nefelibata", tratando de hacerse con los peces que Job ha recogido. Algunas roban el pescado con éxito. Job hace aspavientos para asustarlas pero resulta improductivo. La líder lanza otra orden y vuelven a caer sobre la endeble barca. Job se da cuenta que, de seguir así, se llevarán toda su comida. Toma el arco y comienza a disparar. Las gaviotas lo atacan. Se enfrascan en una batalla feroz. Job mata algunas gaviotas, pero las otras lo picotean o aprovechan para robar su comida. Job sabe que si no cae el ave líder, el escuadrón no se romperá. El ave líder intenta atacar a Job. Job dispara y erra varias flechas. En un lance desesperado, la gaviota despiadada le arranca un ojo a Job. Se lo traga, burlándose. Las otras gaviotas la secundan. Job, dolido y desesperanzado, se ofrece a la gaviota mayor. La gaviota lo observa y se dispone a arrancarle el otro ojo. Sin embargo, se trata de un plan: Job ha tomado, sin que los pájaros se percaten, una flecha que esconde tras el brazo extendido. Cuando la gaviota mayor se lanza velozmente hacia él, Job asesta un golpe en el ala del animal y la arranca. La gaviota da unas piruetas descontroladas en el aire antes de estrellarse el mar. La parvada mira la escena con terror. Job toma el arco y las flechas y les dispara. Atolondradas y cobardes, las gaviotas huyen y se pierden en dirección al sol. *Podrían ser las gaviotas marionetas controladas con varas por los operadores en los zancos.
8.- LA BOCA DE DIOS Job ha estado mucho tiempo en altamar. Rema, pesca, se baña en las aguas, afila huesos de pez como flechas. Las noches en el océano llenan su corazón de espanto: la boca de dios se abre y no se cierra nunca. A su alrededor, enormes mantarrayas desfilan en silencio. Ballenas de piel gris permiten que suba a su lomo; tortugas amigables tocan percusiones con su caparazón, para animarlo. De vez en cuando tiene que sortear olas grandes, lluvia y rayos que caen cerca de "Nefelibata". La boca de dios ruge, amenaza al mundo terrestre, retumba hasta quebrar las nubes. 9.- KRAKEN Una noche, Job despierta por la agitación de la barca. Se incorpora y mira que en el cielo no hay luz, la luna ha desparecido. Las olas están furiosas. Hay una presencia grandiosa bajo la precaria embarcación. Job mira hacia el agua, pero todo es oscuridad. Un tentáculo sale del agua, produciendo un escándalo momentáneo. Job lo mira con espanto y de inmediato toma el arco. Otro tentáculo sale del agua y una luz irradia la barca: tiene apresada la luna. Job lo mira con sorpresa y, alarmado, desea recuperar la luna, porque es lo único que lo puede guiar hacia Nereida. Dispara varias flechas a los tentáculos pero éstos permanecen indemnes. Varios tentáculos salen del agua y golpean la barca. El cráneo del Kraken emerge y chilla. La criatura azota sus tentáculos contra la barca. Job dispara las flechas pero nada lo daña. El Kraken abre sus fauces y engulle la luna. Job, desesperado, toma el arpón. Se enfrasca en una batalla contra el Kraken, que parece invencible. El monstruo golpea a Job y lo trata de ahogar, sujetándolo con uno de sus tentáculos. Job no se da por vencido y lucha. Bajo el agua, siente su cuerpo menguar ante la fuerza brutal del Kraken. Piensa en Nereida, su hija. Piensa en su esposa y en la promesa que no
podrá cumplir. Abandonará el mundo solo, apresado por un monstruo, el monstruo lleno de odio y hambre. Job puede ver el débil brillo de la luna en el estómago de la bestia. Extiende la mano para alcanzarlo pero es inútil. Todo ha acabado para Job. La voz de Nereida se oye de lejos, como en un sueño. No se sabe lo que dice, pero Job la oye. Mira el brillo de la luna. Bajo el agua, el mundo se disuelve. Su memoria se apaga lentamente. Una mano toma la de Job en la oscuridad. Él se aferra a ella y logra escapar del tentáculo del monstruo. Sale a flote. No hay rastro de nadie más. Job sube a la barca y coge el arpón. No se dará por vencido. El Kraken abre otra vez su pico, gruñe. Job lanza el arpón con todas sus fuerzas, clavándolo en el corazón de la bestia. El Kraken se queja y lanza alaridos espantosos que aturden a todas las criaturas marinas. Por el dolor, vomita la luna. Entre estertores y sombras, se hunde en el agua. Job, exhausto, cae en la barca. 10.- SIRENAS* Fueron las sirenas quienes auxiliaron a Job en su lucha contra la bestia. Una de ellas ha tomado la luna y la limpia; la va pasando a todas las demás para curarla. Rodean la barca y cantan, para velar el sueño de Job. Él despierta y oye el canto. Mira alrededor y descubre a las sirenas jugando y cantando. Las sirenas le dan la bienvenida y lo invitan a acompañarlas. Una de las sirenas, tiene las lágrimas de Nereida, guardadas en una vasija. La abre un poco y las burbujas flotan hacia Job; el hombre les enseña la muñeca de Nefelibata, en forma de su hija, y las sirenas, animadas, reconocen la figura. Job sonríe y las sigue. Navegan muy lejos, hasta una isla. *Las sirenas están pensadas para ser actores en bicicletas que puedan realizar acrobacia.
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11.- NEREIDA NO ESTÁ Al llegar a la isla, las sirenas le entregan la vasija a Job, con las lágrimas de Nereida. Él se despide de ellas y camina por la arena. Abre la vasija y las lágrimas de Nereida vuelan, indicando un camino. Job lo sigue. Animado, lleno de alegría y sorpresa, se deshace en llanto: sabe que está a punto de ver a su hija. El camino de las lágrimas de Nereida, termina en un cofre. Job no ve a Nereida por ningún lado. Abre el cofre y descubre el vestido de su hija y una botella, con varias hojas de papel adentro*. Junto al cofre, una sirena ha dejado la luna. Job desenvuelve las hojas y mira que son dibujos que representan las aventuras de Nereida en altamar: desde su pérdida hasta la construcción de una balsa para regresar a casa. Job llora. Nereida aún está en algún lugar, en el océano, quizá perdida, quizá muerta. Job toma el vestido y los dibujos. En silencio llora. Su esperanza termina. *Los dibujos pueden mostrarse en gran formato por los operadores escénicos, para que el público los vea. En ellos, se representan diversos episodios de la aventura de Nereida, incluidos los que el mismo Job vive: las gaviotas, las tormentas, las ballenas, las mantarrayas, las tortugas, escapar del Kraken y las sirenas. Los dibujos están realizados por Nereida niña y es vital que tengan esa estética.
12.- RETORNO Job ha quedado desolado. Piensa en quedarse, piensa en matarse, piensa en irse. Decide regresar a casa, para llevarle a Nefelibata la luna, el vestido de Nereida y los dibujos. El viaje a casa es gris, sin aventura. 13.- ENCUENTRO Lo primero que hace Job al desembarcar en la orilla de su país, es admirar la tierra que hay. Parece que el mundo sigue igual, girando sin inmutarse por las pequeñas tragedias de los hombres que sueñan. 72 delatripa: narrativa y algo más
Camina hasta el cementerio, donde se halla enterrada Nefelibata, para ofrecerle sus últimos regalos. Varias flores han crecido sobre la tierra que cubre el ataúd. Job coloca las cosas junto a la lápida. La admira, le cuenta sobre sus aventuras en el mar. Al final, se despide y comienza a caminar. Una mujer ha visto la escena desde lejos. Es Nereida. Cuando Job se da la vuelta, ella se acerca a la tumba, toma la luna y la arroja hacia él. Job mira la luna rodar a un lado suyo. Se vuelve para descubrir qué pasa y descubre a Nereida, ya una mujer adulta, sonriendo junto a la tumba de Nefelibata. Job no cree que sea real. Cree que es un espejismo. El mismo espejismo que vio cuando se acercaba a la orilla del mar, luego de la guerra. Job no da crédito a lo que ven sus ojos. Nereida se aproxima a su anciano padre y sonríe. Recoge la luna y se la entrega. Lo abraza. Job la recibe en sus brazos, lleno de alegría. 14.- UN LUGAR Nereida y Job colocan la luna en el cielo. Nefelibata los mira desde el mar. La acompañan las sirenas. Una de las sirenas, carga un dibujo de Nereida con un mensaje: "AÚN NO LE DIGAS ADIÓS" El espíritu de Nefelibata ríe. Al final, los tres se encuentran en un lugar, lejos de la memoria y el tiempo, un lugar donde solamente se escucha el tumbo de las olas y las palabras sobran. Se le invita al público a unirse a una celebración, como ocurre al principio, con los tambores, y a conocer el dispositivo de la obra, desde los zancos, la música, las marionetas, las mojigangas, los actores, las burbujas (que pueden regalarse entre los niños) y a escribir en barcos de papel sus impresiones del evento escénico.
FIN DE BON VOYAGE, NEFELIBATA
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El inventario de los pasajeros Oveth Hernández Sánchez
as miradas de ambos personajes poseen una extraordinaria peculiaridad. Tienen hondura y discernimiento. Los dos catan sus propios espectros en el espejo de la córnea del otro. Así que no encuentran dificultad alguna en mirar y juzgar la realidad con sus propios ojos como con los del otro. En los tiempos de la confrontación, cuando a uno le apresura conocer la veracidad en el otro, le es suficiente asomarse al borde de su rostro para mirarle adentro de sus ojos café-oscuros, como buscando en cada parpadeo los signos de su propio corazón. Las miradas.
L
Por las mañanas, se levantan muy temprano para asistir a la faena. Están uniformados con sus utillajes de trabajo. Se encaminan a la parte exterior de su vivienda, se miran a los ojos por en sincronía, y se preguntan con recriminación estoica para sus adentros si es justo permitir que su camarada tenga que hacer lo mismo todos los días. Entonces, sin mencionar ni una palabra, se les ve mover sus labios por unos cuantos segundos en la continuación de sus diálogos interiores. "Lo que hay que hacer para garantizarle a la familia el bocado del día", dicen los dos al mismo tiempo y en una armonía digna de fijarlo en las notas musicales de la partitura del afecto. Salen de casa y, a una relativa distancia de la entrada, aún se mira a una mujer que se acomoda el cabello que le cae como mechones de brocha en su frente triangulada; también a más de tres infantes que guindan dormitantes y enmarañados de una hamaca a huecos y decolorada. El adiós de las mañanas.
La bicicleta es su transporte preferente y determinado. Salen de su casa, y por un instante se escrutan las miradas y, de pronto, antes de sufrir el sacrificio del otro —dejarle ir sólo— los dos toman de prisa las posiciones del conductor y del pasajero en la bicicleta de tipo turista. El conductor, siempre sujetando con una de sus manos las gazas del morral de las empanadas de queso, o de las pepitas fritas y tostadas, contra el manubrio. Al de la parrilla normalmente le toca sostener el termo con la pócima de pozole dentro, en forma de pelota o, a veces, sólo con agua y azúcar para batir algún brebaje una vez llegados a la parcela familiar. La bicicleta. La ruta que recorren es inalterablemente la misma cada día. Primero, al salir del hogar, una vez montados en el vehículo de dos ruedas, toman la dirección de la derecha; luego, al final de unos cientos de metros, giran de nuevo en torno de la derecha. Esta vez, pedalean unos tres o cuatro kilómetros y, a esa distancia, se les ve voltear por tercera vez hacia la misma orientación hasta que después de unos dos kilómetros rompen la tendencia del camino contoneando hacia la izquierda y, entonces, logran entrar por un camino blanco con la figura de una culebra por sus innumerables hélices. Es ese el pasaje que los llevará de la mano para perderlos en su hacienda. En ella desaparecen por largas horas, sumergidos en el delirio de esos matorrales, esas dos almas devotas de sí mismas, el padre y el hijo —al final de la tarde, cuando ya se disponen abandonar el delatripa: narrativa y algo más
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terreno, el viaje de regreso es con exactitud el mismo, sólo se revierten los giros. La ruta. El montículo que les da la bienvenida previo a la parcela tiene también su excentricidad. Un tanto antes de llegar a la propiedad, se encuentran con una loma que se extiende a lo largo de esta parcela. Se establece frente al predio como de un metro de altura aproximado, y como por seis de ancho y unos cien de extenso. Hace muchos años, en el salinato, PEMEX les perforó todo el canto de su finca, "porque como aquí cae la línea de nuestras exploraciones, tenemos que cavar todo este lado", le dijo el ingeniero al padre en ese entonces; "nuestros gasoductos son seguros, inoxidables, incontaminables", terminaba aquel al tiempo que sacaba de su tablón de notas un documento que hacía a este iletrado campesino acreededor de una "Indemnización por contaminación de tierras en trabajos de PEMEX Exploración y Producción" y que por lo tanto, debía leer y firmar. El otro pasajero era muy pequeño y, por su parte, inocentemente observaba sentado desde un tronco seco de cedro al hombre del casco blanco y vestido de pantalones caqui y de camiseta gruesa tipo chaleco con el logotipo de PEMEX a la altura del pecho izquierdo, y avistaba cómo este zumbón iniciaba el juego del gato con su padre; le recordaba a su tío, quien siempre era el que abría el famoso juego adelantándose a dibujar una equis en el centro y, así, terminaba sagazmente rematanto a todos. Consecuentemente, todos los días, el padre y el hijo, en la mañana que abandonan a la esposa y madre de cuatro hijos, todos los días, montados en la bicicleta cortan este montículo en un revuelo de chancleteo y de rudo pedaleo. Es, de hecho, el último jaloneo para lograr subirlo y bajar de un golpe exquisito, sin 76
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requerir de un impulso más, pues contiguo al descenso —que inspira unos quejidos al chofer, y unas risotadas al pasajero—, en la mera falda de repecho, se crea una fuerza de gravedad que les basta para recuperar la velocidad disminuida por el impulso de la subida e internarse en ese recinto bucólico. El montículo. Las dos ciudades contempladas desde el aire es otra gran sensación. Además del sobresalto de la subida de la loma, hay otros efectos que por lo general experimenta más el hijo por ser éste de carácter alborozado y, además, porque es quien más toma la posición del pasajero. Precisamente, a menos de un kilómetro de distancia de la heredad específica, se erige esa ciudad amurallada de medio kilómetro de diámetro aproximado, con la forma de un círculo. Este emporio aún existe, es conocido desde años atrás como la "Batería Norte", que es la sobredicha Planta de Separación de crudo de PEMEX, ubicada a la orilla de la carretera Cárdenas-La Venta, en Tabasco. Mágicamente, cada vez que el padre sube el cerro, ya conquistado el centro de la loma, el hijo, en medio de esos efectos de suspenso, torna su mirada entre risas e inflexiones hacia la izquierda para examinar de reflejo, en un segundo y en la misma conmoción, el interior de esas murallas del oro negro. En ese primero de dos segundos de conquista en el altozano, advierte mejor los grandes barriles de almacenaje, mega gasoductos, oleoductos, edificios y otros indicios de actividades petroleras de primer mundo. Entonces, es aquí que en el segundo dos, justo antes de que la rueda delantera comience a encaramarse en la rampa para el porrazo descendente, su mirada se repone de golpazo hacia el frente para contemplar las copas endebles de los árboles frutales, los troncos
pelados de árboles fenecidos por inoculación de raíz, algunas matas de naranjas con frutos desproporcionados, y otros entreclaros de milpas macilentas recién brotadas en su prado
familiar, esta otra ciudad amurallada hacia donde con fuerza y gran velocidad los arroja la bicicleta. Las dos ciudades.
Esquizofrenia Héctor Sánchez Esa tarde Alberto sufrió un ataque de esquizofrenia. Sentado en su sala, pudo ver cómo su hijo se transformaba en un extraño ser diabólico. Se levantó del sofá, caminó a hurtadillas, escurriéndose hasta la cocina, y tomó el cuchillo de cortar carne. Observó el estado de la hoja y el balance del mango de forma tan metódica que pocas personas podrían afirmar que estaba "loco". Arrancó una hoja de calendario y probó el filo en ella, con un solo rose la partió en dos, la suerte de su hijo estaba echada. Regresó a la sala sobre la punta de sus pies y se agazapó detrás del sillón en el que yacía su víctima. Embriagado de adrenalina se incorporó y extendió su brazo hacía la cabeza del pequeño, lo levantó tirando de sus cabellos y dejó su cuello al descubierto. Descargo el cuchillo sobre la garganta, bastó un solo tajo para verse cubierto por una lluvia roja y espesa. Arrojó el cuerpo al suelo, se acercó para ver la cara inerte del pequeño y en sus ojos aún abiertos vio su reflejo, se vio a sí mismo sonriendo, desnudo y bañado en sangre. Entonces vino el escalofrío, el mareo, la confusión, y luego la paz, la inefable paz. Muchas veces lo había asesinado, muchas veces había visto aquella horripilante escena, es increíble que el cuchillo aún tuviera filo.
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Microficciones Roberto Cardozo ÚLTIMA CANCIÓN DE CUNA.
ELECCIONES
Para el niño de sexto grado que va a soñar con su maestra mientras se acerca la fecha de despedirse de ella. Esta noche le dará un beso.
-—Me cogen muchas veces todos los días, no necesito votar. —Contestó. Dio otra fumada al cigarro, se acomodó el vestido y se alejó sonriendo al conductor del auto del partido que pasaba lento.
DESPERTAR. El niño de sexto despertó sonriendo al recordar el dulce beso que le dio a la maestra en sus sueños. El niño de sexto grado despertó siendo hombre
LEY SECA Los evangélicos que tocaron a mi puerta dijeron: no olvides que Jesús es tu amigo. Yo tenía un vaso de agua en la mano y la respuesta.
GRADUACIÓN. El niño de sexto ha conocido la impunidad de los sueños. Anoche besó a su vecina, descansó en sus pechos y se hundió entre sus piernas.
EL DINOSAURIO. Esperó a su lado por cien años, luego le dio un beso. INSECTO.
PREMATURAAUSENCIA Ella llegó corriendo, abriéndose paso entre la gente. De él quedaban varias colillas y el cigarro a medio fumar.
Al despertar una mañana, después de un sueño intranquilo, me encontré en mi cama convertido en Gregorio Samsa. LA "SELFIE" DE DORIAN GRAY.
DECIR ADIÓS. Se dió cuenta que la amaba, que aún no llegaba el final, que no la dejaría ir, que nada ni nadie los podría separar, que no dejaría que el frío se interpusiera entre ellos. En el cementerio hay una tumba vacía. En su habitación se siguen escribiendo historias de amor. VERSIONES DEL AMOR El 00 es el 69 en la versión de Botero.
Publicó su foto en Instagram y se dispuso a observar el paso del tiempo. PINTANDO LIBERTADES La brocha siempre ha sido mi llave. Elijo la adecuada, la cargo un poco. Una línea, un brochazo. Otro color. Una línea más por aquí. Mantener el equilibrio en el brillo. Está mejor. Guardo las brochas, me miro en el espejo, sonrío por última vez y me lavo la cara antes que regrese mi esposa.
CAMINANDO A CASA Tengo la prisa de un caracol que corre bajo la lluvia.
SALAS DE ESPERA El psiquiátrico es el único hospital en el que nadie platica de sus padecimientos en los pasillos, mientras esperamos a ser atendidos. delatripa: narrativa y algo más
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ADIÓS
MICKEY MOUSE
Cuando agitas la mano para decir adiós, estás borrando los recuerdos.
Lo que le dolió fue que nadie pudo ver su sonrisa bajo la botarga mientras disparaba contra la gente en el parque de diversiones.
PATEAR LA PARED
BITÁCORA DE LA REVOLUCIÓN
Hasta que el dulce abrazo nos seduzca y dejemos el mundo en un rítmico vaivén.
Esto de la revolución en los tiempos actuales es difícil, quiero ser un activista importante pero no me alcanza para comprar una Mac y en Coppel no las venden.
INFELIZ MORTAL Que me dejen sitio en el infierno, y basta.
DESPERTAR JUNTOS
AFTERSEX
Ambos habían tenido el mismo sueño. Él despertó asustado, ella despertó haciendo planes.
- ¿Estás muerto? - Sólo un poco. TESTIGO El asesino actuó antes de lo pensado y la víctima no pudo terminar de escribir estas lín APARENTE CALMA. Despiertas y recuerdas que la Tierra avanza a 1 600 km/h alrededor del Sol que a su vez viaja a 70 000 km/h a través del espacio. Pero es domingo y tu hamaca sigue en calma, en aparente calma.
ALZHEIMER El suicida sostenía la pistola sin recordar si la había disparado. COMUNIÓN -Polvo somos y en polvo nos convertiremos. Repetía mecánicamente.Su mirada fija en la eternidad de la pared mientras preparaba otra raya de coca. HIPNOSIS Cuando comiences a leer esto, no podrás detenerte hasta terminar. Es mi poder hipnótico.
ARTSEXANO El sexo es como la orfebrería, mucho calor y los golpes adecuados para tener una obra de arte.
TÍTULO
PROFESIONALISMO
ESCAPE FALLIDO
Era un muñeco de ventrílocuo muy profesional, ensayaba sus líneas mientras descansaba en la maleta.
Aprovechando un descuido, salió corriendo, para escapar. Estaba a punto de lograrlo, cuando el niño regresó a continuar leyendo el libro que había dejado abierto.
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Cómo ser suicida exitoso y no morir en el intento.
De Autopsia a un copo de nieve Roberto Cardozo
L
os actos más íntimos y, en ocasiones, miserables del ser humano, se realizan en el cuarto de baño. En la perfecta metáfora de la vida se desarrollan muchas historias, como cuando jalamos la palanca para que se lleve algo más que nuestros desechos orgánicos o le contamos al espejo nuestras tristezas mientras intentamos ocultarlas con un poco de gel para el cabello o maquillaje. Un cuarto de baño es reflejo de nuestra vida, no hay más. Fumamos, lloramos, reímos, hablamos por teléfono en el cuarto de baño. Vemos cómo se funde el foco o se echa a perder la regadera mientras en la familia también se van fundiendo focos y los desechos no se van por el excusado. En el bañoencontramos a tres mujeres, todas enfermas de soledad. Catalina es una madre soltera que ha confesado tener miedo de Nicoleta, su hija menor. "Me da miedo cuando me mira fijamente, se parece tanto a mí", confiesa ante Natalikova, su primogénita, quien lucha por mediar entre su madre y su hermana menor. Catalina está obsesionada con la perfección del cuerpo, con el qué dirán, quizá por el hecho de culpar a sus hijas de la pérdida de su libertad. Poco a poco vemos cómo se consume de soledad perdiendo a sus hijas y a la única familia que le quedaba fuera de la casa. Natalikova también sufre, aunque debe demostrar fortaleza ante su madre y su hermana. Debe ser fuerte pero a la vez intenta comprender a ambas, por lo que siente que pierde su identidad. Por momentos hija, se pone del lado de Nicoleta, a quien no logra comprender del todo; en otros momentos
asume el rol de madre ante su hermana y vemos cómo se van repitiendo los patrones de los padres en los hijos. Nicoleta no tiene edad aparente, pero sí una visión muy devastadora del mundo, de su mundo que aún no se termina de construir y ya se derrumba. Tiene una versión del cuento del patito feoen voz de su madre que le taladra el pensamiento y el corazón: nunca encontró a su familia. Ella también busca a su familia y a su patito de hule. De manera dramática vemos cómo se va quedando cada día más sola tan frágil como un copo de nieve, tan fría, tan efímera. Se derrite lentamente, lágrima a lágrima, en cada súplica. Si tan sólo fuera un copo de nieve, su mamá y su hermana se detendrían a mirar cómo cae lentamente hasta desaparecer. Al final llega el agua, limpia, sanadora, viva. Llega el agua y el patito feo encuentra su destino. El copo de nieve se ha desvanecido y nadie en la casa se detuvo a ver su caída. "Autopsia a un copo de nieve" es una disección de la tragedia familiar cotidiana. Estas historias las encontramos cada día más cercanas a nosotros y nos conmueven. Una obra en la que los actores llevan de la mano al espectador por un viaje al interior de los sentimientos. Una obra que desgasta psicológicamente por su realismo y su vigencia. Es una denuncia contra la violencia psicológica que sufren los niños en el afán de sus padres de buscar la perfección en ellos. Una forma de violencia que no tiene efectos aparentes en delatripa: narrativa y algo más
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los que la inocencia de los niños se ve interrumpida. Una espiral de decadencia que hay que romper. Una espiral en la que los silencios se van quedando en el ambiente y siguen sonando porque nuestros personajes se alejan a cada diálogo. También la música nos abre las puertas a estos ambientes que van generando densidad, como esa bruma que queda
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en el cuarto de baño entre los vapores de la ducha y los olores propios del lugar. De Luis Santillán, Premio Nacional Obra de Teatro de Mexicali 2005, "Autopsia a un copo de nieve" es una obra que hay que ver para disfrutar y reflexionar.
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Incipit por Blanca Vázquez
Melancolía Marca Diablo La infancia es un privilegio de la vejez. No sé por qué la recuerdo actualmente con más claridad que nunca. Mario Benedetti
Cuando era pequeña guardaba mis tesoros en una lonchera de color rojo que tenía una gran estampa de flores amarillas, dentro estaban los vidrios pulidos de colores que había recogido en la playa de Caleta en algunas vacaciones decembrinas, la ropita preferida de mi Barbie Hawaiana, una cintilla brillosa que usaba en mi frente, un librito de cuentitos clásicos que mi abuela me había regalado, un paquete completo de FutiGom de sabor plátano (porque me gustaba cómo olía), unos discos del View Master de los Picapiedra y varias muñequitas de papel que vestía y ponía a la moda a mi antojo. Por esa razón,cuando veo a mis sobrinos jugar en sus casas, quiero imaginar qué esconden o a qué le llaman tesoros, pero por más que los he seguido y hasta algunas veces le he sobornado con un chicle bomba o una de esas paletas de múltiples capas de picosito, nada, dicen que no tienen y se van lo más rápido posible desenvolviendo su dulce y metiéndolo a su boca antes de que yo me arrepienta. Y me doy cuenta de que no esconden su tesoro porque lo llevan entre sus manos: un celular o una tableta. En las tardes que salía al patio de los departamentos en los que vivíamos me reunía con otras amiguitas e inventábamos que nuestras muñecas hablaban o íbamos al patio trasero e imaginábamos que encontraríamos un mapa y si encontrábamos un
bicho o una telaraña, alguien gritaba y hacía que saliéramos despavoridas creyendo que nos comería a todas, luego ya entre risas y sofocos volvíamos a planear si jugar a los encantados, amo ato o de plano el clásico stop, el cual para nada veía bélico al decir: Declaro la guerra en contra de mi peor enemigo que es… y nombrábamos un país y creo que ni siquiera podíamos ubicarlo en el mapamundi. Pero juagábamos, nos conocíamos, nos raspábamos las rodillas y hasta uno que otro corajillo cuando alguien ganaba o perdía según el juego. Entiendo que todas las generaciones van cambiando y que uno añora el tiempo en que uno creció, además, no estoy en desacuerdo en que usen la tecnología, al contrario, creo que ésta les brinda algunas habilidades, lo que me preocupa es su constante interés en lo material o más bien, en lo costoso o superficial, dejan de lado el poder de su imaginación para sentirse plenos con pequeñas cosas, insignificantes cosas… creo que me pongo un tanto sentimental. Paul Auster en su libro La invención de la Soledad dice que "Los objetos son inertes y sólo delatripa: narrativa y algo más
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tienen significado en función de la vida que los emplea." Sé que mis sobrinos pueden ver las tazas de la cocina, los cuadros viejos de los abuelos, el álbum de fotos que le ponían esquinitas doradas en cada imagen y hasta los discos de acetato que aún rondan en la casa. Pero qué significarán para ellos cuando crezcan si nosotros no les contamos o los hacemos también parte de ese espacio en el que viven y conviven. Los objetos parecen simples cosas pero
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cuando nosotros los significamos pueden llenarnos la tarde de risa o de una melancolía marca diablo, pero qué es sino eso la vida, la significancia de ser en otros y con otros, compartir. Mientras escribo esto vienen a mi mente un montón de olores, sabores y sentimientos cuando recuerdo mi infancia, dicen que quien revive su infancia se vuelve un poco más sabio.
Costillar literario por Fernando De la Cruz
¿Y qué chingados es la poesía?
Quien profiera una respuesta definitoria a esta pregunta, miente. A lo largo de la historia de la literatura encontraremos ejemplos canónicosde poesía que contradirá cualquier definición. Los poemas satíricos de Quevedo,Caviedes o Carreto contradicen las definiciones que limitan a la poesía a los temas y tratamientos serios. Mucho de Neruda y Tirso y Calderón contradicen a quienes afirman que la poesía no puede ser didáctica. Los concretistas brasileños dan al traste con el dogma de que que la poesía tiene que escribirse versos o palabras... Peca de parcial eltallerista que insiste en el concepto de los formalistas rusos de la poesía como extrañamiento del lenguaje, o en la idea decimonónica del "arte por el arte" sin elementos morales ni utilitarios, o con el dogma huidobriano de que debe contener metáforas y que además deben ser creadas (no provenir de la naturaleza) y que debe excluir juegos de palabras (estaría idiota el maestrísimo Huidobro). Bien dice Monterroso-este sí, lúcido y genial-, en su decálogo, que "en literatura no hay nada escrito". De todo se vale si uno lo hace funcionar. El concepto de poesía -o de buena poesía, si se quiere- es cambiante y subjetivo. El mejor ejemplo de esto lo pone García Márquez: En El amor en los tiempos del cólera, un inmigrante chino gana los fuegos florales de Cartagena con un soneto hermoso y perfecto. Todos piensan que se trata de un fraudeporque, en la opinión popular, un soneto tan bueno no podía haber sido escrito por un chino. Varias décadas después, tras el fallecimiento del poeta chino, un periódico reproduce el soneto con una nota explicativa
del suceso y "el soneto le pareció tan malo a la nueva generación, que ya nadie puso en duda que en realidad fuera escrito por el chino muerto". Entre los vicios fosilizados en el común de los talleres literarios está el de la concepción del poeta como alguien que o tiene talento o no lo tiene; y que si no lo tiene no lo tuvo y punto; está condenado a estrellarse eternamente cada vez que intente aproximarse al ejercicio de la escritura. Yo soy más de la idea del chef Gusteau (en Ratatouille) para quien todos pueden cocinar "butonlythefearless can be great". Decido inaugurar esta columna en delatripa. narrativa y algo más con este"algo más" sobre poesía, considerando que hay que dejar atrás nociones definitorias de tipo vertebral, y aceptar más bien, yo diría, las de tipocostillar, dando cabida a opciones diferentes que conformen un tórax heterogéneo de creatividad literaria. Y que nadie piense que ser poeta o leer poesía lo hará mejor persona. La poesía humaniza,ciertamente, pero quien sea un hijo de la chingada no dejará de serlo ni lo será menos porque lea o escriba poesía. Pero ésta ya es materia de otra entrega. delatripa: narrativa y algo más
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Nos vemos en el slam por Mario Pineda Quintal
Los declamadores Además de las presentaciones literarias de la Secretaría de la Cultura y las Artes del estado de Yucatán (Sedeculta) y las actividades del desaparecido taller de la Catarsis Literaria el Drenaje, en lo que va del año, tuve la oportunidad de participar en un par de eventos donde los versos, modulación de voz, utilización de objetos y expresión corporal dieron vida a un tipo de declamación que refuerza el sentido experimental del género poético como parte de su evolución. Las actividades fueron el V Encuentro de Escritores Independientes con Arena en la Laringe y la presentación del primer número del fanzine "El poeta de las duchas", ambas registraron una nutrida participación de jóvenes y pos-jóvenes (entiéndase arriba de los 30 años) que descargaron en los respectivos escenarios una creatividad poética con estilo y personalidad… aunque no se descarta la picazón del lugar común. Mi participación en el taller de la Catarsis, desde sus inicios en los salones del Instituto de la Juventud de Yucatán (hoy Secretaría) hasta su última sede en el segundo piso de la Biblioteca Central "Manuel Cepeda Pereza" me dio a entender en suma totalidad que puedo escribir textos buenos o malos, así críticas bien centradas o pésimas, por lo que espero que el siguiente planteamiento motive una invitación a tomar las chevas. Los poetas en el movimiento de ese tipo de declamación llevan al poema más allá del teclado, la tinta o el carboncillo, la escritura es solo la primera
etapa de camino por donde va e texto. Establecidos los versos, trabajados o no, va hacia el público con el respectivo performance que exhibe a su creador como un ser expresivo, liberado de cualquier rigidez amenazante a su cuerpo o voz. Tras la última palabra, los aplausos sonarán desde todas las manos, pero… ¿A qué le aplauden? ¿Al texto en seco? ¿Texto bien pronunciado? ¿Texto bien escrito, pronunciado y expresivo? ¿Texto bien escrito, pronunciado, expresivo y apoyado en todos sus rincones por algunos objetos? La declamación, cual sea su espacio para nacer, puede encontrarse con oídos y ojos de un público cautivo (integrado por los conocedores de la poesía en todos sus ámbitos) y una asistencia de nulo interés literarios, pero ofrece el apoyo moral con todo corazón. Entonces ¿A cuál público sacamos con su gusto? Decir a ellos, los conocedores. O aquellos, porque mi poesía es para todo el pueblo. Es para mí una irresponsabilidad en la oportunidad de experimentación en la que puede ser creado el género. La presentación va para todos y esto debe obligar a los poetas a ejercer un trabajo creativo que desprenda una originalidad evolutiva que en su momento encuentre casa en las futuras tecnologías. A lo escrito, darle la tallereada personal o grupal necesaria en búsqueda de versos inéditos o comunes pero que crean un texto de los buenos. La voz, con megáfono o no, sea un potencial latido, no ruidoso, armónico. La expresión corporal no parezca picazón delatripa: narrativa y algo más
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de hormiga en todo el cuerpo, sino los movimientos de un nuevo ser. Los objetos, solo aquellos que den el soporte artístico, no la ridiculez.
el viejo sistema negándose a morir". Demuestren que esa presentación es una opción para seguir disfrutando el género cuando no se lee.
Mucha responsabilidad y no de la buena, la obligada. Compañeros de este movimiento declámativo siguen con la revolución de arrancar a la poesía de la mesa con el moderador, los dos presentadores y el autor, no caigan en el autoritarismo de decir está es "la verdadera presentación, la otra
No se descarte, en un futuro, en la sección de poesía de las liberarías aparezca una tableta electrónica modificada para ser únicamente utilizada en el disfrute visual y auditivo de unos poemas originalmente declamados.
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