Revista delatripa no 21

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NĂşmero 21 Enero 2016.

delatripa: narrativa y algo mĂĄs, No. 21, Ene. 2016


Revista

Número 21. Ene. 2016. Es un proyecto de la Catarsis Literaria El Drenaje, editada en Mérida, Yucatán. Revista de circulación mensual. Dirigida por Adán Echeverría. Edición. Larissa Calderón. Colaboraciones a romeolobos@yahoo.com.mx / Consejo Editorial: Narrativa y algo más

Alejandra Aké Sustersick, Joelia Dávila, Cristina Leirana, Larissa Calderón, Roberto Cardozo, Mario Pineda Quintal y Édgar Damián.

Contenido El vampiro de la orquesta Magda Estefany Yza Pardío.................................... 3 El cuento más desagradable de esta recopilación Frédéric Beigbeder (Traducción Larissa Calderón) ............................ 11 La nouvelle la plus dégueulasse de ce recueil Frédéric Beigbeder ............................................... 14 La jaula del dodo Víctor Manuel López Ortega ................................ 19 La otra mañana María Nieto ........................................................... 26 Veinticuatro de diciembre Andrea Calderón Villaseñor ................................. 27 El siervo de la guerra. Iván Noé Espadas Sosa ......................................... 31 Perderse en Acapulco Adán Echeverría .................................................. 33 La vi Patricia Fonseca ................................................... 45 Eternidad Blanca Vázquez ..................................................... 46 Carrera desbocada Ornán Gómez ......................................................... 50 El misterioso patio de la señora Jerez Magda Estefany Yza Pardío.................................. 52 Una flor quería entrar por mi ventana, Poniatowska en el CCH Vallejo Fernando Reyes .................................................... 55 Ser tu mamá Jéssica de la Portilla Montaño............................. 61 Kloddariana Saulo Aguilar Barnés ........................................... 63 El pacto Ornán Gómez ......................................................... 66 Eternamente Roberto Cardozo ................................................... 71 Nadie nada nunca de Juan José Saer Adriana Azucena Rodríguez ................................. 76 delatripa: narrativa y algo más, No. 21, Ene. 2016

Columnas La niña todo me pasa... Jéssica de la Portilla Montaño. ............................ 82 Incipit Blanca Vázquez ..................................................... 85 Desvaríos de la freaky neurosis Gema E. Cerón Bracamontes ................................ 87 Nos vemos en el slam Mario Pineda Quintal ........................................... 89

Imágenes portada e interiores del Artista

Andrés Galindo


El vampiro de la orquesta Magda Estefany Yza Pardío

Piezas recomendadas a escuchar en tanto se lee el cuento: Sinfonía número cuarenta en sol menor de Mozart. Concierto para violín de Sibelius opus 47. Segundo movimiento de la sonata patética para piano número ocho de Beethoven. Segundo movimiento de la suite para violoncelo de Bach. Opera Carmina Burana de Carl Orff.

Bucharest, Rumania, martes 17 de octubre de 2005, 9:00 a.m. Mis pálidas y frías manos reposaban sobre el rojo terciopelo que cubría el palco. Sentía un olor a humedad, tal vez por la antigüedad del teatro. Recuerdo que ese día vestía una holgada camisa blanca, pantalones negros y un cinturón con hebilla plateada que sostenía mi frágil cintura. Estaba sentado en el asiento "b", del palco número siete, tercer nivel. Como cada mañana, observaba el ensayo de la orquesta sinfónica, a la cual, aún no pertenecía, pero en la que lo anhelaba hacer. La oscuridad no permitía revelar mi identidad, si alguno de los músicos me viera…solo contemplaría a un pálido hombre delgado, de cabellos rubios sujetados en cola de caballo, con algunos mechones ondulados, y unos ojos que emulaban un par de esmeraldas desorbitadas, encima de unas grandes ojeras. Nací en Rumania hace treinta y tres años, mi nombre es Ion. A los cuatro mis padres me llevaron a ver ópera, no recuerdo cual, pero sí que me preguntaron qué instrumento me gustaba, y señalé la sección de los violoncelos, haciendo mímica de tocar dicho instrumento.

Mi padre me enseñó a tocarlo, era muy estricto y disciplinado. Posteriormente tuve tres maestros. Mi trágico principio como vampiro sucedió una noche de concierto en Berlín, después de haber tocado. Estaba bebiendo una copa de agua en el camerino, el director entro a felicitarme por mi, a su parecer, brillante interpretación, me miró muy de cerca a los ojos, sus glóbulos oculares cambiaron de color a rojo brillante mientras al ver sus enormes colmillos, ceñí el entrecejo y exclame apenas un ¡qué…! Sentí sus colmillos incrustarse en mi cuello, mi cuerpo estaba demasiado débil. Me sentía muy mareado, casi a punto de quedar inconsciente, pero el dolor me mantenía despierto; después de un momento, sentí el peso de mi cuerpo derrumbarse y dejaba caer la copa con agua al suelo, cerraba mis ojos y escuché el sonido del cristal más real que nunca. Al abrirlos aquel hombre había desaparecido. Estaba aturdido y con la vista nublada luchaba por incorporarme; solo conseguí incrustarme las astillas de aquella copa en mis manos, sentí la sangre escurrir, pero de inmediato las heridas cicatrizaron. Cuando por fin pude delatripa: narrativa y algo más, No. 21, Ene. 2016

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levantarme me miré al espejo. Vi a través de ese cristal pulcro, dos abismales agujeros en mi cuello rodeados por un gran hematoma. Al principio pensé que era un sueño, a pesar de que mis sentidos estaban más despiertos que de costumbre. Me fui acostumbrando poco a poco a mi nueva vida, después de todo no era tan malo, excepto por el dolor que le causaba a mis víctimas. Así convertí en uno más. Estaba sentado en el palco siete observando a la mujer, que desde hace varios meses había robado mi atención y… ¿por qué no? quizá mi corazón. Era una hermosa mujer de cabellos rojizos y ojos cafés, tenía una peculiar sonrisa, pero tocando, permanecía muy seria. Se llamaba Marian, ese nombre… tan común, me decía tanto, me revelaba todo y nada a la vez. Contrario a su nombre, sus habilidades con el violín eran sorprendentes, no me explicaba cómo no ocupaba el lugar del concertino, era mucho más virtuosa que ese alto y escuálido sujeto de movimientos torpes. Además del virtuosismo de aquella frágil dama, Marian tenía un hermoso cuello. Por los años que llevaba tocando sobresalía una pequeña mancha café debajo de su mandíbula, que contrastaba con su tez. Me había imaginado varias veces alcanzar su cuello, pero no quería arruinarle la vida y otorgarle más de la que tenía. Movía mis brillantes zapatos negros de arriba abajo, al ritmo de la sinfonía número cuarenta, en sol menor, de Mozart. En el receso de los músicos aproveché para caminar cerca de Marian, la cual parecía muy contenta platicando con otra integrante, más baja que ella y de cortos cabellos rubios ensortijados. Me acerqué a leer el cartel que anunciaba las próximas audiciones para los músicos que quisieran pertenecer a la orquesta. Abruptamente tomé a Marian del hombro izquierdo, dio un pequeño brinco dejando caer la rosquilla azucarada a medio 4

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comer que llevaba en la mano, me miraba asustada; su amiga por el contrario, parecía molesta, le preguntó si me conocía, pero Marian no pudo responder. Me presenté y les dije que pensaba audicionar para pertenecer a la orquesta. Segundos después se presentaron conmigo Marian y Oana, interesadas en saber qué instrumento tocaba. Les dije que tocaba el violoncelo. Oana disfrutaba una jugosa manzana verde y luego me preguntó si me encontraba bien, haciendo referencia a mi palidez. Respondí que estaba perfectamente, pero debía marcharme. En ese momento, escuché la dulce y melodiosa voz de Marian, voz reverberante y entrecortada que se despedía de mí como si nunca más volviéramos a vernos. Como un adiós eterno.

Bucharest, Rumania, miércoles 9 de noviembre de 2005, 08:30 a.m. Habían pasado más de dos semanas desde aquella charla fuera del teatro, ahora el viento era más frío y soplaba con más fuerza, procuraba cubrirme con una capa negra todas las mañanas antes de partir a los ensayos; la capa pasaba desapercibida por el gran estuche de mi violoncelo que llevaba a la espalda, que emulaba una caja mortuoria. Por fin Marian ocupaba el puesto que siempre le correspondió, de concertina; aquel hombre flaco y torpe había intercambiado su lugar con ella. Yo ocupaba el principal lugar de los violoncelos, como siempre lo hice. El antiguo dueño de mi asiento había decidido regresar a su país de origen. Estábamos preparando el concierto para violín de Sibelius opus 47. La orquesta sonaba muy bien, pero no podía dejar de mirar el cuello de Marian, tenía muchas ganas de probar su sangre, pero me resistía; no quería hacerle


daño. En lugar de lastimarla, prefería impartir clases de música de cámara, me alimentaba de jóvenes alumnas, que ingenuamente asistían a sus lecciones, la ultima vez fue una chica que realmente tocaba mal; creo que por eso no tuve remordimientos. Aún puedo escuchar el segundo movimiento de la sonata patética número ocho de Beethoven, interrumpida por mi sed. También puedo oler la sangre tibia que escurría de mis labios. Procuraba no dejar rastros hasta que uno de los intendentes del conservatorio avisó a las autoridades de algunas gotas de sangre seca que permanecieron en los pianos y de alumnas que no se presentaron más. Por supuesto que el intendente no corrió con mejor suerte. Terminando el ensayo le pedí a Marian que me acompañara a tomar café. Al principio intentó negarse, pero tomé su mano con fuerza y comencé a caminar, no le quedó otro remedio que acompañarme; no tardé mucho en percatarme de que le agradaba mi compañía. Al llegar al café pedimos expresos, comenzamos a platicar sobre nuestras vidas; después de todo, mi vida había sido casi como la de cualquier hombre. Ella llevaba un libro entreabierto, no podía leer el título, porque su mano reposaba sobre él, pero observaba atento aquella mano sobre el ejemplar de tonos rojizos; me excitaba esa combinación de colores, mientras imaginaba en mi boca esa explosión de sabores mezclada con mis terribles ganas de beber de esa mano clara y templada.

Bucharest, Rumania, martes 29 de noviembre de 2005, 01:50 a.m. Marian comenzaba a tenerme más confianza, la acompañaba después de los ensayos matutinos a su casa. Una noche ya muy tarde la encontré en un parque cercano a su casa, platicando

con Andrei, un clarinetista de la orquesta; se veían muy contentos, hubiera querido arrancarle la cabeza o desollarlo vivo, pero me contuve y traté de no pensar en las razones por las cuales estaban platicando. Después de descargar mi furia atacando salvajementea un anciano (no tenía tan buena sangre), decidí fumarme un cigarrillo y me senté sobre un vehículo frente a un sanatorio abandonado, mientras miraba cómo se consumía la segunda mitad del cigarrillo, sintiendo que era mi propio corazón. Era demasiado el dolor que sentía por Marian. Pensé en que mi próxima víctima sería Andrei, era cuestión de tiempo.

Bucharest, Rumania, miércoles 30 de noviembre de 2005, 07:05 a.m. A la mañana siguiente el frio me resecaba los ojos, estaba sentado en las ramas de un árbol muy alto. Bajé y me solté la cola de caballo para rehacerla. Mientras caminaba, las calles se sumergían en el blanco invierno, los rostros craquelados y resecos se cruzaban en mi camino; un niño lloraba, una mujer tosía, una pareja me miraba con desconfianza y un gato hurgaba en la basura mientras mi pensamiento componía poesía. Una impaciencia comenzaba a recorrer mi cuerpo. Decidí transportarme de inmediato al teatro. A veintitrés pasos de mi estaba ella. Marian se estaba besando con Andrei. Me quedé mirando por un minuto y caminé lleno de furia, a pasos rápidos y largos hacia ellos. Cogí de la frágil muñeca a Marian empujándola con fuerza hacia la pared. Dentro de mí crecía un odio y una furia descontrolada que rebasaba mis fuerzas. Tomé del abrigo a Andrei levantándolo y acercando mi rostro hacia el suyo, mostrándole la rabia de mis ojos mientras sentía latir más aprisa el corazón de ese pedazo de hombre. Lo delatripa: narrativa y algo más, No. 21, Ene. 2016

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solté dándole un golpe en el estómago y otro más en la boca. Lo dejé caer al suelo. Marian lloraba descontrolada gritándome, preguntando si estaba loco o qué me sucedía. La miré seriamente por unos segundos, tratando de explicar con la mirada por qué lo había hecho. Prendí un cigarrillo y me di la vuelta, comencé a caminar hacia mi departamento mientras mi suave capa se movía de un lado al otro con el viento aún más intenso y frío. Sabía que iba a tener problemas en el trabajo por mi conducta, pero era lo que menos me importaba. Los insignificantes golpes que le había propinado a Andrei, no eran nada comparados con el dolor que me produjo el ver a Marian desvivirse por él. Realmente resulté más lastimado que antes de golpearlo. Al llegar al departamento me senté en una silla de madera mientras desvestía mi violoncelo, le aplicaba un poco de brea al arco, más y más fuerte, más y más rápido, hasta que la resina se destrozó en mis manos y cayó al suelo. Me recordaba aquella copa de cristal que se había roto en mi camerino, el día en que cambió mi vida para siempre. Guardaba en lo más profundo de mis pensamientos el periódico de aquella imagen, la más fresca pintura de Marian, al igual que las fotografías de mis víctimas. Me sentía tan triste… sí, también experimentaba esos sentimientos, como cualquier ser humano, pero mi situación era diferente. En ese momento lamentaba mi soledad y mi vida como vampiro, a pesar de estar acompañado. En ese instante, me acerqué al cuerpo de mi violoncelo y lo abracé fuertemente mientras mis cabellos rubios me cubrían la mitad del rostro y cerraba mis ojos dejando brotar las lágrimas que tanto tiempo había negado a mi ser, aquellas frías lágrimas que humedecían mi rostro mientras suspiraba profundamente hasta pasar de sollozos a un llanto amargo. 6

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Cuando mis lágrimas habían cesado y después de un suspiro profundo, un calentamiento previo, con una respiración fuerte de partida, comencé a tocar el segundo movimiento de la suite para violoncelo de Bach, como nunca antes la había interpretado, desde mis más ocultos sentimientos.

Bucharest, Rumania, jueves 01 de diciembre de 2005, 09:00 p.m. El primero de diciembre presentamos el último concierto de la temporada, los boletos ya estaban agotados desde semanas atrás, un concierto especial por varios motivos: era final de la temporada, el segundo por la partida de nuestro director a otro país, y el tercero porque tanto el público como los bailarines y los músicos portábamos atuendos del siglo XIII. Interpretamos Carmina Burana de Carl Orff. Antes de ocupar nuestros lugares le pedí a Marian hablar con ella, tenía un rostro triste y se veía hermosa, quizá un poco más pálida que de costumbre y portaba un vestido color rojo de terciopelo. No me respondía, hasta que mencionó que Andrei era su novio, y que no le gustaba cómo me había comportado con él, me dijo que a ambos nos quería mucho y que yo era un gran amigo. Fue entonces cuando le revelé que la amaba. Marian no se mostró sorprendida. Era hora de empezar el concierto y de estar en nuestros lugares, el teatro se veía lleno desde el escenario, las luces se apagaban por secciones y empezamos. Cuando concluyó la primera parte del concierto, coincidí con Marian en un pasillo del teatro. Me miró y sin emitir sonido alguno me abrazó muy fuerte. Tomé su mano mientras nos mirábamos a los ojos como nunca antes lo habíamos hecho. Pero para mi mala o buena


fortuna Andrei caminaba hacia nosotros. Mientras se acercaba a un paso más rápido, Marian miraba constantemente hacia atrás, con una mano me sujetaba y con la otra a su violín, subimos apresuradamente las escaleras hasta llegar al último nivel del teatro; estaba algo oscuro, solo habían algunas personas conversando, que no notaban nuestra presencia. Andrei se acercó preguntando qué es lo que estaba pasando, fue entonces cuando le dije lo que sentía por Marian. Intentó golpearme pero logré detenerlo. Ambos estábamos fuera de control, yo me sentía más real que nunca, decidí que era tiempo de acabar con Andrei, no era necesaria la presencia de aquellos jóvenes espectadores, pero no había más remedio que proseguir. Mis pupilas se dilataban y adquirían mayor brillo y un color rojo intenso, mis colmillos se asomaban, mi pálida y fría tez presentaba vasos capilares rotos. Lo sorprendente, fue ver que el cuerpo de Andrei presentaba los mismos cambios. Marian no podía creer lo que veía, al igual que nuestros espectadores de los cuales uno se desmayó al vernos, y los demás boquiabiertos permanecían petrificados. Tomé del cuello a Andrei mientras veía sus ojos a punto de escapar del rostro, sentí como me clavaba los dedos en el pulmón hasta que lo solté y nos golpeamos. Adverti a mis espaldas la pared, sujetándome de la camisa, me elevó hasta que mi cabeza llegó al techo y con fuerza me dejó caer; me sentía algo inconsciente, logré darle un fuerte golpe en el extremo derecho de la boca, pero mis nudillos sufrieron daños por sus afilados colmillos.

mí para clavármela, pero no estaba resignado a tener ese fin. Fue entonces cuando sujete el arco del violín de Marian, con empuñadura de plata. Clavé con todas mis fuerzas el talón del arco en el corazón de Andrei, y permanecimos así por cinco segundos, hasta que el vestido de Marian, y mi atuendo fueron teñidos por la sangre putrefacta que emanaba la boca de aquel sujeto. Cuando al fin murió, Marian estiró su cuello hacia mí, yo no quería obligarla a ser una de los míos, pero ella parecía dispuesta a serlo, entonces descubrí su cuello de aquellos cabellos rojizos, pasé mi mano sobre el mismo y le clavé los colmillos profundamente, tenía la sangre muy líquida, agradable y tibia. Después de esto se desmayó, al poco tiempo, aunque débil, recobró la conciencia. Decidí que se alimentara de los jóvenes que estaban observando, era necesario no dejar testigos de lo que había pasado. La segunda parte del concierto ya había empezado, llevábamos nueve minutos de retraso, realmente era algo imperdonable. Nos cambiamos de ropa y regresamos a nuestros lugares sin comentar nada a nadie. Esa noche fue la más larga de todas. Sentía que mi vida recobraba un nuevo sentido, porque sería diferente el compartir lo que yo era con Marian. Ese concierto, en que el teatro estaba lleno de espectadores, de luces, músicos, bailarines y olor a muerte… junto con la música de Carl Orff, que nos estremecía, le hice la promesa a Marian de que beberíamos de tantas venas como piezas habíamos tocado en nuestra vida.

Mi sorpresa fue tan grande que al caer mi cuerpo en el regazo de Marian quien permanecía en el suelo, Andrei sacó una estaca de plata de su bolsillo izquierdo mientras me miraba con ira y ojos de incendio; corrió hacia delatripa: narrativa y algo más, No. 21, Ene. 2016

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El cuento más desagradable de esta recopilación Frédéric Beigbeder, (Traducción Larissa Calderón)

Advertencia: Algunos pasajes de esta historia son susceptibles de dañar la sensibilidad de nuestros lectores más románticos.

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iento que todavía lloraré al volver a pensar en esta historia. Pero me hace bien contarla: Hay gente a la que mi ejemplo podrá, posiblemente, ayudarles. Así al menos tendría la ilusión de haber destruido la más bella historia de amor de mi vida por algo. Todo comenzó como una broma. Lo recuerdo como si hubiese sido ayer. Le pregunté qué estaría dispuesta a hacer para probarme su amor. Ella respondió que haría lo que fuera sin importar qué. Entonces sonreí y ella también. Los inconscientes. Evidentemente eso cambió todo. Antes hacíamos el amor sin parar, sin pensar en otra cosa, como prueba de amor nos era suficiente. Era como beber un vaso de agua, solo que con más sabor y nosotros teníamos sed todo el tiempo. Bastaba con que ella me mirara y mi sexo vivía; ella entreabría los labios y posaban los míos en ellos; su lengua lamía mis encías; sabía a fresa Tagada; yo pasaba mis dedos entre sus cabellos perfumados; ella metía la mano en mi camisa para acariciar mi piel; respirábamos más rápido; yo desabrochaba su sostén de encaje negro para chupar sus tetas; sabía a dulce Krema; su cuerpo era una dulcería; un auto servicio; comida rápida donde nunca perdía el tiempo, pasear, vacilar entre su calzón mojado y sus senos en par; cuando nos besábamos de lengua, todo terminada siempre igual; idas y venidas; eyaculando; yo gritaba su nombre; ella el mío.

El punto y coma tiene algo muy erótico. Solo éramos una pareja enamorada. Donde todo se torció, fue cuando decidimos que el amor necesitaba pruebas. Como si el hacerlo no fuese suficiente ya. Al principio no era gran cosa. Ella me pedía detener la respiración por un minuto, si lo lograba quería decir que la amaba. Era fácil. Después ella me dejaba tranquilo por unos días. Pero era yo quien volvía a la carga. —Si me amas, deja tu dedo en el fuego de la vela hasta que yo te diga que lo quites. Ella me amaba, eso era seguro. Nos reíamos curando la yema de su índice. Lo que no sabíamos era que también habíamos metido el dedo en un engranaje infernal. A cada quién le correspondía un turno. Las cosas no tardaron en escalar. Para probarle mi amor tuve, sucesivamente, que: - lamer la tapa del retrete - beber su pipí - leer entera una novela de Claire Chazai - mostrar mis testículos en una comida de negocios - darle cien mil francos sin tener derecho ni a besarla - recibir sus bofetadas delante de todo el café Marly sin protestar delatripa: narrativa y algo más, No. 21, Ene. 2016

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- estar encerrado de pie en el armario de escobas por diez horas - ponerme pinzas de ropa en los senos - vestirme de mujer un tarde, recibir a sus amigos y servir la mesa De mi parte, para verificar que me amaba, la forcé a: - comer excremento de perro en la calle - llevar un consolador en el culo por tres días sin poder hacer caca - ver, hasta el final, la última película de Leiouch - perforarse el clítoris sin anestesia - ir a una fiesta juntos y verme ligar con todas sus amigas sin reaccionar - quedarse en ropa interior amarrada a un semáforo una jornada entera - ponerse de perrito en su fiesta de cumpleaños y recibir a los invitados ladrando - Salir con correa a casa de Regine Es seguro: la guerra estaba un poco declarada. Eso no era más que el entremés. Enseguida decidimos, de común acuerdo, que deberíamos hacer participar a otras personas en nuestras pruebas de amor. Una tarde la llevé a casa de unos amigos sádicos. Ella tenía los ojos vendados y las manos atadas por los puños. Antes de tocar la puerta, le recordé las reglas del juego: —Si me pides que paremos, eso querrá decir que ya no me amas. Pero eso ella lo sabía muy bien. Mis tres compañeros comenzaron por cortar su ropa con unas tijeras. Uno le sujetaba el brazo en la espalda y los otros dos hacían tiras el vestido, el sostén y las pantaletas. Temblaba 12

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inquieta al sentir el metal frío sobre su epidermis. Cuando estuvo completamente desnuda, la acariciaron toda: los senos, el vientre, el sexo, las piernas; entonces los tres la penetraron, con los dedos, con el sexo, primero por separado, después al mismo tiempo (uno en la boca, otro en la vagina y el tercero dentro del ano: todo estaba muy bien organizado). Luego de gozar de un bello conjunto, pasamos a cosas más serias. Sus brazos fueron amarrados por encima de la cabeza a un aro fijo en el muro. Le quitamos la venda para que pueda ver el fuete, el látigo y la fusta, luego sus pies fueron fijados al muro con cuerdas y los ojos vendados de nuevo. La flagelamos, los cuatro, durante veinte minutos. Al final del ejercicio era difícil distinguir quien estaba más cansado, la victima desgañitándose en suplicas y gritos de dolor, o los verdugos agotados de golpearla con todo la fuerza de los brazos. Pero ella se mantuvo, entonces me amaba. Para festejar la marcamos con un fierro al rojo vivo en la nalga derecha. Luego llego mi turno. Porque yo la amaba era necesario que aceptara sufrir de todo sin reparar. Toma, Toma. Me lleva a una cena en casa de ex, es decir, un tipo al que yo detestaba. Al terminar la comida ella le dice: — Mi amor, no te he olvidado. Culpándome con un gesto de la cabeza, prosiguió: —Este perdedor jamás podrá remplazar lo que nosotros hemos vivido. Ademán es tan nulo que nos verá hacer el amor sin moverse. Me quedé sentado en mi lugar mientras ella se instala a horcajadas sobre mi predecesor y peor enemigo. Lo besa con la boca bien abierta mientras le acaricia el sexo. El me mira


desconcertado, pero como yo no reaccionaba, el termina por dejarse hacer, pronto ella se monta sobre su verga. Jamás había sufrido tanto en mi vida, quería morir en ese mismo lugar, pero no dejaba de decirme que ese sufrimiento era mi prueba de amor. Cuando tuvieron un orgasmo simultaneo, ella voltea hacia mí y me pide largarme ya que desean recomenzar solos. Ahí explote en llanto de rabia y desesperación, le supliqué: — ¡Piedad, pídeme cortarme un dedo, pero no eso! Me tomó la palabra. Fue mi rival quien amputó el dedo pequeño de mi mano derecha. Fue atroz, pero menos terrible que dejarlos solos. Además: no poder rascarse la oreja con el dedo pequeño de la mano derecha, era un sacrificio menor que dejarse poner los cuernos por un pendejo. A partir de ese momento nuestro amor exigía de más y más pruebas. La obligué a hacer el amor con un amigo cero positivo sin preservativo (luego de una noche salvaje).

Sin olvidar lo peor de todo: Me empujó hasta forzarme a tener una cena cara a cara y a solas con Romane Bohringer. Después de un año ya habíamos hecho todo, TODO. A un punto que estábamos prácticamente cortos de ideas. Luego, un día, cuando era mi turno de probarla, por fin encontré la prueba última de amor, esa que me diría que me amaría por siempre. No, no la maté, sería muy fácil, yo quería que sufriera toda su existencia, para confirmarme su amor absoluto a cada segundo y hasta que la muerta llegara. Es por eso que la dejé. Y por lo que jamás me ha vuelto a ver. Cada día que pasa sufrimos demasiado el uno por el otro. Hace largos años que lloramos. Pero ella sabe como yo que no podía ser de otra manera. Nuestra más bella prueba de amor es no volver a vernos nunca.

Ella me suplicó mamársela a su padre. La prostituí en la avenida Poch. Descubierta por la policía, se dejó violar colectivamente por la gendarmería y unos indigentes sin que yo levantara ni el dedo meñique, porque ella me lo había cortado. Me metió un crucifijo en el ano durante la misa del entierro de mi hermana, en el cual, antes, tuve que asaltar el cadaver. Besé a todas sus mejores amigas en frente de ella. Me forzó a ser testigo de su boda con un chico rico agente de bolsa. La encerré desnuda en una cava infestada de ratas y tarántulas. delatripa: narrativa y algo más, No. 21, Ene. 2016

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La nouvelle la plus dégueulasse de ce recueil Frédéric Beigbeder Avertissement : certains passages de ce texte sont susceptibles de heurter la sensibilité de nos lecteurs les plus romantiques.

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e sens que je vais encore pleurer en repensant à cette histoire. Mais il me faut bien la raconter : il y a des gens à qui mon exemple pourra peut-être rendre service. Ainsi au moins aurai-je l'illusion d'avoir détruit la plus belle histoire d'amour de ma vie pour quelque chose. Tout a commencé par une blague. Je m'en souviens comme si c'était hier. Je lui ai demandé ce qu'elle serait prête à faire pour me prouver son amour. Elle m'a répondu qu'elle ferait n'importe quoi. Alors j'ai souri et elle aussi. Les inconscients. Évidemment, c'est là que ça a basculé. Avant, on faisait l'amour sans arrêt, sans penser à autre chose. Comme preuve d'amour, ça nous suffisait. C'était comme de boire un verre d'eau - sauf que ça avait plus de goût et qu'on avait tout le temps soif. Il suffisait qu'elle me regarde et je sentais mon sexe vivre. Elle entrouvrait ses lèvres; j'y posais les miennes; sa langue léchait mes gencives; elle avait un goût de fraise Tagada; j'écartais mes doigts dans ses cheveux parfumés; elle passait sa main sous ma chemise pour caresser ma peau; nous respirions plus vite; je dégrafais son soutiengorge de dentelle noire pour dégager ses tétons; ils avaient un goût de bonbon Krema; son corps était une confiserie; un self-service; un fast-food où j'aimais prendre mon temps, flâner, hésiter entre sa culotte trempée et des seins en nombre pair; quand on roule une pelle, ça finit toujours par déraper; il y a des allées et 14

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venues; en éjaculant, je criais son prénom; et elle, le mien. Le point-virgule est une chose très érotique. On était juste un couple amoureux. Là où ça a dérapé, c'est quand on a décidé que l'amour avait besoin de preuves. Comme si le faire ne suffisait plus. Au début, ce n'était pas grand-chose. Elle me demandait de me retenir de respirer pendant une minute. Si j'y parvenais, ça voulait dire que je l'aimais. C'était facile. Après, elle me laissait tranquille pendant quelques jours. Mais c'était moi qui revenais à la charge. —Si tu m'aimes, laisse ton doigt sur la flamme de la bougie jusqu'à ce que je te dise de l'enlever. Elle m'aimait, c'était sûr. On a bien rigolé en soignant la cloque sur son index. Ce qu'on ne savait pas, c'est qu'on avait aussi mis le doigt dans un engrenage infernal. C'est devenu chacun son tour. L'escalade n'a pas tardé. Pour lui prouver mon amour, j'ai dû successivement : - lécher la cuvette des chiottes; - boire son pipi; - lire en entier le roman de Claire Chazai; - montrer mes couilles dans un déjeuner d'affaires; - lui donner cent mille francs sans avoir le droit de la baiser ;


- recevoir deux gifles d'elle devant tout le café Marly sans protester; - rester enfermé debout dans le placard à balais pendant dix heures; - porter des pinces-crocodile sur les seins; - m'habiller en fille le soir où elle recevait ses amies à dîner, et servir à table. De mon côté, pour vérifier qu'elle m'aimait, je l'ai forcée à: - manger une crotte de chien dans la rue; - porter un godemiché dans le cul pendant trois jours sans pouvoir faire caca; - voir jusqu'au bout le dernier film de Leiouch; - se faire percer le clitoris sans anesthésie; - aller à une soirée avec moi et me regarder draguer toutes ses copines sans reagir; - se faire prendre par le chien dont elle avait mangé la crotte; - rester attachée à un feu rouge pendant une journée entière, uniquement vêtue de lingerie; - se déguiser en chienne le soir de son anniversaire et accueillir les invités en aboyant; - sortir tenue en laisse chez Régine. C'est sûr : la guerre était un peu déclarée. Mais ce n'étaient que les hors-d'œuvre. Car ensuite, il fut décidé d'un commun accord que nous devions faire participer d'autres personnes à nos preuves d'amour. Un soir, je l'ai emmenée chez des amis sadiques. Elle avait les yeux bandés et les mains attachées par des menottes. Avant de sonner à la porte, je lui ai rappelé les règles du jeu: — Si tu demandes qu'on arrête, cela voudra dire que tu ne m'aimes plus.

Mais elle savait ça par cœur. Mes trois copains commencèrent par découper ses vêtements avec des ciseaux. L'un lui tenait les bras dans le dos, et les deux autres déchiraient sa robe, son soutien-gorge et ses bas. Elle frémissait d'inquiétude en sentant le contact du métal froid sur son épidémie. Quand elle fut nue, ils la caressèrent partout : seins, ventre, fesses, sexe, cuisses, puis la pénétrèrent tous les trois, avec les doigts puis le sexe, séparément d'abord, puis ensemble (un dans la bouche, un dans le vagin et un dans l'anus : tout ceci était très bien organisé). Lorsqu'ils eurent joui avec un bel ensemble, on passa aux choses sérieuses. Ses bras furent attachés au-dessus de sa tête à un anneau fiché dans le mur. On lui retira le bandeau pour qu'elle puisse voir le fouet, la cravache et les martinets, puis ses pieds furent fixés au mur par des cordes et ses yeux bandés à nouveau. Nous la flagellâmes tous les quatre pendant vingt, minutes. À la fin de l'exercice, il était difficile de départager qui était le plus fatigué, de la victime époumonée en supplications et cris de douleur, ou des bourreaux épuisés à force de la battre à tour de bras. Mais elle avait tenu, donc elle m'aimait. Pour fêter ça, nous la marquâmes au fer rouge sur la fesse droite. Et puis mon tour est arrivé. Puisque je l'aimais, il fallait que j'accepte de tout subir sans broncher. Donnant, donnant. Elle m'emmena dîner chez un " ex " à elle - c'est-àdire un type que je détestais. À la fin du repas, elle lui adressa la parole : — Mon amour, je ne t'ai pas oublié. En me désignant de la tête, elle poursuivit : — Ce ringard ne pourra jamais remplacer ce que nous avons vécu. D'ailleurs, il est delatripa: narrativa y algo más, No. 21, Ene. 2016

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tellement nul qu'il va nous regarder faire l'amour sans bouger.

pendant la messe d'enterrement de ma sœur, dont j'avais dû sauter le cadavre auparavant.

Je restai assis à ma place pendant qu'elle s'installait à califourchon sur mon prédécesseur et pire ennemi. Elle l'embrassa à pleine bouche en caressant son sexe. Il me regardait, interloqué. Mais comme je ne réagissais pas, il finit par se laisser faire, et bientôt elle s'empala sur sa bite. Jamais je n'avais autant souffert de toute mon existence. J'avais envie de mourir sur place. Mais je ne cessais de me dire que cette souffrance était ma preuve d'amour. Quand ils eurent un orgasme simultané, elle se tourna vers moi, crevée, transpirante, et me demanda de m'en aller car ils avaient envie de recommencer seuls. Là, j'éclatai en sanglots de rage et de désespoir. Je la suppliai :

J'ai baisé toutes ses meilleures amies devant elle.

— Pitié, demande-moi plutôt de me couper un doigt, mais pas ça ! Elle me prit au mot. Ce fut mon rival qui amputa la première phalange de mon auriculaire gauche. C'était atroce, mais moins terrible que de les laisser seuls. Et puis : ne plus pouvoir se gratter l'oreille avec la main gauche est un moindre sacrifice que d'être cocufié par un connard. A partir de là, notre amour exigea de plus en plus de preuves. Je l'ai obligée à faire l'amour avec un ami séropositif sans préservatif (lors d'une nuit fauve). Elle m'a prié de sucer son père. Je l'ai prostituée avenue Poch: embarquée par les flics, elle s'est fait violer collectivement par la maréchaussée et quelques SDF sans que je lève le petit doigt, puisqu'elle me l'avait coupé. Elle m'a enfoncé un crucifix dans l'anus

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Elle m'a forcé à être témoin à son mariage avec le fils d'un riche agent de change. Je l'ai enfermée nue dans une cave infestée de rats et de mygales. Sans oublier le pire de tout: elle poussa même le vice jusqu'à me contraindre à dîner en tête à tête avec Romane Bohringer. Pendant un an, nous avons tout fait, TOUT. Au point que nous étions presque à court d'idées. Et puis, un jour, quand est venu mon tour de la tester, j'ai enfin fini par trouver LA preuve d'amour ultime. Celle qui voudrait dire qu'elle m'aimerait à jamais. Non, je ne l'ai pas tuée. C'eût été trop facile. Je voulais qu'elle souffre toute son existence, pour me certifier son amour absolu à chaque seconde et jusqu'à ce que mort s'ensuive. C'est pourquoi je l'ai quittée. Et c'est pourquoi elle ne m'a jamais revu. Chaque jour qui passe, nous souffrons davantage l'un pour l'autre. Cela fait de longues années que nous pleurons. Mais elle sait comme moi qu'il ne peut pas en être autrement. Notre plus belle preuve d'amour, c'est de ne plus jamais nous revoir.

(El texto fue tomado de la página 71-79 del libro “Nouvelles sous ecstasy” Fédéric Beigbeder, Ed. Folio).


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La jaula del dodo Víctor Manuel López Ortega

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egresé al pueblo de mi abuela materna para su funeral. Apenas salí del cementerio quise dar un paseo por la çszzzz avenida principal para recordar cómo eran los edificios que tantas memorias me traían. Caminé algunas cuadras hasta llegar a la plaza mayor, rodeada por cuatro portales de comercio; en uno de ellos, descubrí una tienda de antigüedades. Entré. El lugar olía a polvo y la madera crujía a cada paso que daba. Los objetos en venta daban al lugar un aspecto lóbrego: joyería victoriana, vestidos de seda craquelada, espejos rococó, muebles estilo Luis XV, pinturas opacas, entre otras curiosidades. Lo único que me despertó un interés desmedido por gastar fue un dodo blanco disecado que estaba dentro de una jaula de herrería artística. Yo era biólogo de profesión, especializado en zoología, y no podía creer que existiera en el mundo un ejemplar tan bien conservado de una especie extinta desde 1662; por si acaso la magnitud de aquel descubrimiento hubiera sido poco, el último dodo disecado del que se tuvo noticia fue desechado en 1755, por el avanzado estado de descomposición en que se hallaba. El ejemplar de dodo frente a mí tenía un plumaje y la mirada resplandecientes. Embelesado, contemplaba al ave cuando una voz pausada y afónica me interrumpió diciendo: —Si quiere que le muestre cualquier objeto de la tienda, no dude en preguntar; estoy a sus órdenes. —¿Cuánto cuesta el dodo?

—Señor, temo advertirle que el dodo no está a la venta. —A lo largo de mi trayectoria he hecho extensos estudios sobre el vuelo de las aves, en especial sobre las extintas. Soy biólogo zoologista, no sabe lo que este hallazgo significa para mi carrera. Estoy dispuesto a lo que sea con tal de quedarme con él. ¿Cuánto quiere por el pájaro dodo? — saqué la chequera de un bolsillo interior de mi levita —. Le ofrezco quinientas mil libras esterlinas. El octogenario aceptó venderme el dodo por esa cantidad; hice el cheque y se lo entregué. Mientras el anciano envolvía la jaula, miré cómo de sus ojos brotaban lágrimas. Antes de irme de la tienda, él me advirtió que no destapara la jaula al aire libre por ningún motivo. Emprendí el camino hacia el mesón donde pasaría la noche. Mientras atravesaba la plaza mayor, choqué con una mujer. —Tenga más cuidado— dijo ella disgustada, mi jaula le había lastimado el brazo. No respondí nada. Me quedé observando a la joven porque me pareció conocida. En cuestión de segundos, el clima tuvo un cambio radical: de soleado, caluroso y seco, pasó a nublado y ventoso; se formaron remolinos que me llenaron los ojos de arena. Decenas de pájaros volaban sobre mi cabeza, emitían graznidos insoportables y defecaron en mi chaqueta. Sin percatarme del momento, la mujer que había creído conocer desapareció. Pensé en agarrar la jaula del dodo y correr hacia el palacio de cristal para resguardarme delatripa: narrativa y algo más, No. 21, Ene. 2016

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de la inclemencia del clima; pero, apenas la hube tocado, sentí que algo me mordió el pulgar. Mi dedo se había inflamado y sangraba, lo chupé con el fin de parar la hemorragia. Las aves revoloteaban cada vez más cerca de mi cabeza. Con una mano en la boca y la otra sobre mi compra, me puse a salvo bajo techo primero, y después rompí el papel que cubría el armazónpara ver qué era lo que me había lastimado. Examiné el dodo disecado, pero había mantenido la misma posición en la que siempre había estado. Tan pronto cubrí la jaula con mi levita, las aves se retiraron, no así los vientos. Retomé el regreso a la posada. Mientras caminaba, empecé a sentir un dolor de cabeza que fue intensificándose a tal grado que perdí el conocimiento apenas crucé la entrada de mi habitación. Desperté cerca de las nueve de la noche. Me sentía exhausto y desconcertado por lo sucedido. Tenía hambre, así que toqué la campana para que un empleado viniera a tomar mi orden. Me pidió que esperara media hora. Mientras tanto, comencé a desnudarme para tomar una ducha. Miré cómo algunas pelusas y plumas pequeñas que traía adheridas a la ropa caían al suelo. Al principio fue gracioso, pero dejó de serlo al observar que mi piel parecía pellejo de pollo. Me asusté aún más con las siguientes transformaciones que experimenté: la punta de mi nariz fue creciendo hacia el frente y deformándose, se ensanchó como un monedero y decoloró extrañamente; los poros se recorrieron hacia los costados. La mandíbula me creció hasta emparejarse con el tamaño dela nariz. Mi cuerpo se inclinó, mi vientre se colgó y acojinó, mis piernas se encogieron, mis brazos se doblaron y retrajeron hacia atrás, quedándome un par de alitas poco útiles; los 20

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dedos de mis pies aumentaron de tamaño y se separaron, las uñas se tornaron garras de ave y me brotaron plumas de color blanco y gris. Grité, pero en vez de un alarido, emití un fuerte gorjeo. Quise taparme la boca por instinto, pero ya no tenía manos. No entendía lo que estaba pasándome. Con pasos cortos me acerqué al espejo de pie. No podía ser real lo que estaba viendo, ¡me había convertido en el ave que compré horas antes! ¡Un dodo! Sentí ganas de llorar, pero en vez de sollozos, me salieron chillidos de pájaro. Estaba lamentándome por mi nueva condición cuando oí que alguien llamaba a la puerta con insistencia,la cena estaba servida en el comedor. Al no obtener respuesta, el camarero empujó la entrada y ésta le cedió el paso. Lanzó un grito de horror al verme. —Por favor, no me lastime — gemí — . No soy una especie rara, ¡soy Gregory Gibbons, el huésped de esta habitación! Se lo juro, soy inofensivo. Mis esfuerzos por identificarme resultaron inútiles, el mozo quería echarme a la calle. Intentó agarrarme del vientre; yo, como pude, me zafé con mi largo pico. Pensé en correr hacia la ventana, pero las garras de mis patas eran tan largas y mis dedos estaban tan separados entre sí que me hacían demasiado torpe. Finalmente, me escondí debajo de la cama, en un rincón donde el empleado no logró alcanzarme. Tras un par de minutos, el muchacho se retiró iracundo de la habitación. Yo temblaba de miedo, sentí que mi integridad se hallaba en riesgo. Instantes después, recuperé la forma humana. Me golpeé la cabeza contra los tablones de la base de la cama durante el proceso. Salí de mi escondite. Afuera, sentí vergüenza cuando me percaté de que el per-


sonal del hotel me rodeaba. Estaba recibiéndoles desnudo. —¡Qué falta de respeto es ésta!— exclamé con indignación. El gerente del lugar responsabilizó al camarero del inconveniente. El joven, al verse inculpado, intentó defenderse diciendo: —Cuando abrí la puerta, encontré un ave parecida a una gaviota o un pelícano, pero muy raro. Quise echarlo del cuarto, pero se escondió debajo de la cama. Nadie creyó al empleado. El gerente me ofreció una disculpa a nombre de la compañía y se marchó de la habitación, seguido por los demás. Bajé al comedor. Esa noche cené vino, ensalada y pescado con papas. Mi secreto estaba a salvo, pero me preocupaba el extraño fenómeno. Apenas volví a mi habitación, me precipité a retirar la manta que cubría la jaula. Se me congeló la sangre al descubrir que el dodo disecado se había hecho polvo. ¿Qué rayos me había vendido aquel anciano de la tienda de antigüedades? Me levanté antes del amanecer, estaba tan asustado por mi metamorfosis que no pude conciliar el sueño. Mi piel estaba más pálida; y mis pupilas, más dilatadas. Tomé un baño de tina, recorté mi barba y desayuné en el refectorio. Antes de abandonar el mesón, el recepcionista me entregó un paquete que alguien había dejado para mí. Era un libro y una carta. Me apresuré a leer la nota, que decía: Insensato, ha subestimado mi advertencia. ¿Acaso no le dije que no destapara la jaula en espacios abiertos? La maldición del dodo albino ha resurgido cuarenta y cinco años después, y usted se ha convertido en portador de ella. Gracias a su necedad, mi hijo por fin descansa en paz; pero siento remordimiento

ante el desenlace que a usted le aguarda. Si quiere salvarse, lea este libro. Apresúrese, el tiempo se acaba. No reaccione a este mensaje con indiferencia y actúe pronto. Se despide, René Tablian, dueño del almacén de antigüedades. Metí el libro en mi equipaje, liquidé la cuenta del alojamiento y abandoné el pueblo de inmediato. Con suerte, si me iba, la maldición terminaría por sí sola. Recién volví a casa, tuve curiosidad de leer el libro, pero estaba escrito en neerlandés antiguo, idioma que no entendía. Su título era: Vreemde bezweringen rond de Aarde en hun remedies, impreso en 1868. Hojeé la publicación entera para contemplar las litografías que traía. Gracias a las ilustraciones supe que trataba de muchas metamorfosis humanas: licantropía, vampiros, hombres elefante, mujeres barbudas, golems, zombis, viudas negras, centauros, princesas cisne, príncipes sapo, duendes, enanos, dragones pintos y hombres dodo. En la página anterior al capítulo de los hombres dodo había una ilustración de toda la página que comparaba el aspecto de un dodo real con uno humano. No hallé diferencias notorias. Debía desvelar el contenido de ese libro de inmediato; para esto, necesitaba la ayuda de un erudito en quien yo tuviera confianza plena. Decidido a triunfar sobre la maldición, telefoneé a mi mejor amigo, el doctor William Blumberg, director del zoológico de Londres, y una persona versada en varios idiomas. Le platiqué las peripecias de mi viaje al pueblo de mi abuela y del extraño encantamiento que había contraído por la mordedura de un dodo en apariencia disecado. Al oírme, dijo:

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—Voy a tu casa esta noche para que me enseñes el libro y juntos ver qué podemos hacer. Horas más tarde, cuando mi amigo tocó el timbre de la casa, me apresuré para abrirle la puerta. Estaba tembloroso, mareado, sucio, ojeroso, con los ojos amarillos, las pupilas aún más dilatadas, y la piel amarillenta y llena de pliegues. Lo recibí con angustia de muerte: ya me había convertido en dodo tres vecesen el transcurso del día. —¡Qué demacrado te ves! -exclamó mi amigo. Asentí con la cabeza y lo invité a pasar. Le mostré el polvo del pájaro y la jaula en que venía, y abrí el libro en el capítulo de los hombres dodo para que se convenciera de que la maldición que padecía era real. Al terminar de leer, el doctor dijo: —El libro habla de la maldición del hombre dodo, originada en la isla Mauricio desde 1646, atribuida a una gitana española de nombre Ocairy, y la expansión del hechizo a Europa y América en los años siguientes hasta la publicación del libro. Es irrelevante contarte la historia ahora. Lo importante es que sepas que a las setenta y dos horasposteriores a la mordida, serás un dodo en estado permanente; sin embargo, aquí dice que existe un antídoto para que recuperes la forma humana: frutos de la isla de Cargados Carajos. Me invadió la angustia de saber que me quedaban menos de dos días para convertirme en dodo para siempre y que un barco tardaría mínimo un mes en llegar a los carajos. Pedí al doctor Blumberg que fuera a la isla para conseguir las frutas, le hice un cheque por la mitad de mi fortuna para costear sus viáticos y pagar sus honorarios. 22

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—Pronto mi casa será muy grande para un dodo solitario, tendremos que pensar en un lugar más adecuado para que viva -reflexioné en voz alta. —El London Zoological Garden es el único refugio que puedo ofrecerte mientras encuentro ese antídoto. Acondicionaré un hábitat para ti solo, con alarma para evitar robos. No se ven dodos vivos todos los días, alguien podría robarte para ganar una fortuna con tu exhibición en un circo itinerante. En los días siguientes seguí convirtiéndome en dodo ante la mirada atónita de mi amigo, a quien le pedí que no se separara de mi lado hasta que ya no recuperara la forma humana. He vivido en el zoológico durante seis meses. William cumplió con su palabra de brindarme protección en un área confortable, verde y amplia.Se presume, tomó un barco a Mauricio para conseguir los frutos que me liberen del encantamiento para siempre. Mientras tanto, yo soy la mayor atracción de este parque. Soy tan popular que hasta el rey Jorge V del Reino Unido ha venido a conocerme. Debo tolerar la insoportable cantidad de fotos que los profesionales me toman, el constante acoso de los científicos que vienen aquí para hacerme estudios físicos, conductuales, genéticos, y la presión tan grande a la que me someten a diario para que preserve mi especie. Debo reconocer que los cuidadores me alimentan muy bien, como tanto que creo que pronto tendré problemas de sobrepeso. No entiendo el código lingüístico de las aves, tampoco puedo comunicarme con los humanos y ningún cuidador se ha acercado a mi jaula para darme noticia de mi amigo. Todavía comprendo el inglés.


Ansío recuperar mi existencia normal. No quiero morir con la forma de un dodo y correr la misma suerte del hijo del señor Tablian. No quiero morder a ninguno de mis visitantes para que esta maldición no siga propagándose. No quiero ser disecado ni cocinado a la naranja. William Blumberg ha tardado tanto tiempo en regresar que he llegado a pensar que quizás haya muerto en el viaje, o robado mi dinero, y ya no volverá. Deseo estar equivocado.

— ¿Tú sí entiendes lo que digo? Del otro lado de la reja, un niño rubio, con boina y pantaloncillos grises cortos, trataba de imitar mis gorjeos, se reía a carcajadas, quería abrazarme, estaba pasándola muy bien conmigo; enseguida llamó a sus papás para que conocieran al gordito, gigante y patosopichón.

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La otra mañana María Nieto

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e pasado toda la tarde aquí, y no sólo esta tarde, sino todas las anteriores, desde que me dejaron sosteniendo este faro que ilumina la habitación. Hoy por la mañana ella se acercó caminando en sus tacones, recorrió las cortinas como cada mañana y abrió la ventana. La luz solar me alcanzó y se expandió sobre mi superficie tornándose más clara y brillante. Luego ella, la de los tacones se alejó. Minutos más tarde regresó con un ramo de flores amarillas; eso me puso alegre, sabía que los insectos zumbones vendrían a visitarlas. Por unas horas todo quedó en silencio, y desde aquí, donde yo estoy, se puede mirar el jardín en toda su amplitud. Será por eso que el silencio me parece de color verde. Pero al medio día, como todos los días, comenzaron a llegar los pájaros rompiendo el silencio con su algarabía; alborotados y revoltosos agitaron las ramas y las hojas del gran árbol que sombrea la casa. Se corretearon, se embuyeron en el agua de la pequeña fuente al centro de los rosales. Al escucharlos, me parece que hablan a gritos, pero no los entiendo. Al que entiendo muy bien, es a él, al árbol. Siempre tiene algo que decirme. Conoce muchas cosas, conoce la historia de ella, y la de su madre y la de su abuela. Pero no sólo eso, conoce la historia desde el principio. A mí me ha dicho que un día me contará de dónde vengo. La otra mañana, sucedió algo extraño, un pájaro clavó su pico repetidas veces en su tronco, y mientras yo lo observaba pude sentir sus piquetitos sobre mí. Desde entonces, no dejo de pensar en sus palabras. ¿De dónde vengo? Ese es el pensamiento que guardo en el primer cajón de mí costado. Espero ansioso

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todas las tardes a que se dé tiempo de explicarme. Pero hasta hoy, ha estado muy ocupado cuidando los nidos de los colibríes; son tan pequeños como una moneda y tiene que cuidarlos del viento. Hoy entró uno de ellos, de los colibríes, revoloteó tan rápido sobre las flores amarillas que no pude ver con claridad sus alas, pero al agitarlas sentí un aire ligero como cuando agitan un abanico. El sol ha comenzado a ocultarse, el árbol está dormido, los nidos están llenos y callados, las ramas quietas. Ella, regresó como todas las noches, pero esta vez no la escuché, dejó en algún sitio sus tacones. Se acercó en silencio a la ventana, pero antes de cerrarla, entró una corriente de aire fresco que me trajo el perfume de las flores. Ella ha dejado las cortinas abiertas. La escucho decir que la luna está espléndida, luego, prende el faro que sostengo desde la primera tarde; había olvidado decir que éste, mi faro, lleva algo parecido a un sombrero sin tapa, como una falda al revés, o algo parecido a un paraguas que la fuerza del viento ha invertido; una especie de solecito que no me deja ver bien la brillantez de la luna. Finalmente ella, sin sus tacones, se sentó en el sillón que me acompaña del lado derecho, tomó el libro que descansa sobre mí todos los días y que todas las noches despierta al abrir sus páginas; pareciera que él también me habla como el árbol, pero con voz de mujer. Su voz me arrulla, y no sé en qué momento me quedo dormido como siempre y sueño con las cosas que me dice, pero su voz se va alejando poco a poco hasta que ya no sé si estoy soñando. Sólo recuerdo un pensamiento "Espero que mañana el árbol tenga un poco tiempo".


Veinticuatro de diciembre Andrea Calderón Villaseñor

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o cabían todos los regalos; se encontraban en cualquier lado: mesa, piso, sala. Mucho menos las personas; las maletas, regadas por la habitación. No recuerdo cuántos éramos. No demasiados, pocos tampoco. Invierno tras invierno llegábamos a ese pequeño departamento atestado de gente después de ocho horas de viaje; gente que eran familiares; gente que ahora es desconocida. Mi parte favorita de la noche era cuando abríamos los regalos, luego la cena, luego Santa Claus. Nunca fue ver las sonrisas de todos; a veces me dan asco las personas felices. Supongo que yo no fui feliz en esa época. La verdad es que no me gustan los eventos masivos, menos familiares. A pesar de eso, me sentía extrañamente cómoda cuando me despertaba en la mañana en una cama que no era la mía. Me tranquilizaba escuchar que en la otra habitación ya había vida y que pronto desayunaríamos el recalentado de la cena de anoche. Yo jugaría todo el día con mis primas y nuestras abuelas nos consentirían. Nos preguntarían qué seríamos de grandes, como si "de grandes" fuera un futuro muy lejano; como si supieran que ellas ya no vivirían ese futuro o al menos no conscientemente. Los padres desaparecían porque "eran vacaciones". Así lo recuerdo y así me gusta recordarlo. Hace poco volví a aquel lugar; ya no era el mismo de antes. Incluso el aire se sentía diferente, aunque seguía oliendo como a gas mezclado con comida refrigerada y baba de perro. El perro ya ni siquiera era el mismo; había muerto hace años. Éste en verdad era un perro; el otro no, el otro era un miembro de la familia. Todavía ni siquiera entraba al edificio

y ya se sentía en el ambiente centellas de añoranza; de que años atrás aquí había felicidad, vida, juventud. Con cada escalón que subía llegaban los recuerdos, la inocencia, el saber que ya nos estaban esperando cuando llegáramos al último. Sin embargo, ese último estaba vacío. El departamento no lucía igual que hace diez años, había envejecido, así como la persona que lo habitaba. No podía creer que ese lugar era el mismo en el que descubrí que Santa Claus no existía. Todo el tiempo pensaba que aquí hacía falta algo y no fue hasta que comenzamos a hablar de ese "algo" cuando me di cuenta de lo que era: "ella era hermosa de joven, me acuerdo de su sedoso cabello amarrado en dos trenzas largas" Mi abuela. Yo no me la podía imaginar así, joven. Para mí ella siempre existió con sus arrugas en la cara, su cabello cortísimo y sus dientes amarillos; lo que más recordaba era su comida. Esa comida que, tanto su perro como cualquier miembro de la familia, disfrutaba. A veces intento borrar de mi mente la imagen de su cara chupada, pálida, sus manos retorcidas hacia dentro, la sonda que agujereaba su estómago porque ya no podía comer, las radiografías que mostraban que su cerebro cada vez se hacía más pequeño, que cada vez iba olvidando más cosas, que cada vez iba olvidando quién era, pero no logro hacerlo. No puedo olvidar su su mirada enferma, que decía "ya no quiero vivir". Yo lo veía, pero me daba miedo. Me arrepiento de no haberlo entendido en ese momento. Las paredes del departamento emitían enfermedad y muerte. La persona, que alguna vez nos culpó de no haber cuidado bien a su delatripa: narrativa y algo más, No. 21, Ene. 2016

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hermana, ahora tenía aspecto de una anciana decrépita y no de la mujer que, años atrás, era la tía más linda. Esas dos mujeres por las que se juntaba toda la familia cada veinticuatro de diciembre ahora no existían: una se había muerto; otra se fue apagando poco a poco por la ausencia de ella. Debido a eso, la familia se fue separando, culpándose unos a otros del descuido de mi abuela; peleando por la herencia y por el poco dinero que había dejado, sin darse cuenta de que rompieron a la familia, la fragmentaron y le quitaron los veinticuatros de diciembre. No extraño las sonrisas en la cara de todos: extraño a la familia, verlos una vez al año, sentir que disfruto mis vacaciones, el departamento desordenado que a nadie le importaba porque era navidad. Extraño verlos a todos no enfermos y esas preguntas que eran "¿qué vas a pedirle a los Reyes Magos?" y no "¿ya tienes novio,

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mija?". Extraño no sentirme agobiada antes de las fiestas de Navidad, porque estoy sola. Extraño esos perros que comían todo lo que nosotros comíamos. Extraño los mínimo cinco regalos por cabeza. Extraño que me digan: "¡ya va a ser navidad!", y sonreír; no hacer como si no me importara y como si detestara la navidad. Nunca me gustaron los eventos masivos familiares, de eso estoy segura; sin embargo, eran parte de mi vida y ya los había aceptado, ya me había acostumbrado. Creí que así sería por siempre; que yo también llevaría a mis hijos allá, con los hijos de mis primos, con mis tíos siendo sus abuelos. Duele ver que, con la muerte de alguien, todo a lo que estabas acostumbrado, cambie. Al morirse mi abuela, el eslabón que sostenía la pirámide familiar se desmoronó. Intentaron construir nuevas, pero siempre faltaba; siempre falta y faltará.


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El siervo de la guerra

Iván Noé Espadas Sosa

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e aquel café del Cairo, aún recuerdo aquella desconcertante historia que me conto el mercader del Yemen. Alejandro de Macedonia no murió en Babilonia como siempre se ha creído, el conquistador fue lo suficientemente inteligente para saber que tenía muchos enemigos incluso hasta entre los hombres que velaban sus sueños. Cada día se armaban y desbarataban conspiraciones. Una noche dio una fiesta en su palacio, se mantuvo sobrio pero hizo creer a todos que se había embriagado. Caminaba dando tumbos y balbuceando canticos de guerra. Con una copa llena de vino en la mano fingió una aparatosa caída; ya estando en el suelo el vino se derramo bajo su cuerpo, los comensales pudieron ver la imagen de su líder muerto bajo un charco de su propia sangre o al menos eso fue lo que el conquistador quiso que vieran. Sus escoltas lo llevaron a su aposento, allí fingió delirios y demencia durante los siguientes siete días. Los conspiradores enfundaron sus espadas y vertieron los venenos en las arenas, pensaron que era obvio que alguien se había adelantado para poner fin a la vida del magno, ya no había necesidad de manchase las manos y la de sus descendencias. En una noche el gran conquistador se levanto sin que nadie lo viera, se vistió de esclavo persa y huyo hacia las cordilleras del Cáucaso en los confines del imperio. Su primer círculo de generales sabía que cualquiera pudo haberlo matado previniendo una larga agonía y deshacerse del cuerpo. En pocos días se anuncio la muerte del conquistador del mundo conocido, en todo el imperio se celebraron juegos funerarios en su honor. Alejandro en su nueva vida era un simple mortal alejado de la mano de sus ejércitos y de sus dioses. Tenía que ganarse la vida y el único oficio que conocía era el de las armas. Llegó a una ciudad cerca del mar caspio y allí se empleo como soldado mercenario al servicio de un señor de la guerra. Así pasaron muchos años. Se cuenta que un día de paga después de esperar su turno entre sus compañeros, Alejandro miro con asombro una moneda de oro que le habían dado. Reconoció la efigie grabada y dijo en voz alta: Yo hice acuñar esta moneda, para celebrar una victoria sobre Darío, cuando yo era el gran Alejandro de Macedonia. Sus compañeros se rieron de él, no solo era un buen soldado sino que también era gracioso.

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Perderse en Acapulco Adán Echeverría

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o hemos vuelto a hablar de esa noche. Tuvo que ser una historia que vivieron otras personas, o una mala comedia romántica que se volvió un análisis ridículo de Tarantino visto por el canal de paga. Lo cierto es que ninguno de los dos ha tenido los arrestos para volver a mencionar los hechos, las tantas equivocaciones, el arrojo que nos costó poder salir de aquello, libres de culpa pero con el remordimiento de haber casi arruinado nuestras vidas y guardar en la memoria el recalcitrante golpeteo de aquel mar que nunca podremos sacarnos de los oídos. Pero lo logramos sin visitar terapeutas ni ninguna de esas situaciones engorrosas que siempre habíamos criticado. Qué necesidad de que personas externas tengan que meterse a resolver las situaciones de una pareja que por terquedad se mete en camisa de once varas, o a tratar de resolver esas discusiones de dos que un día tienen un maratón sexual y al siguiente se vuelven un fluir de reclamos, dramas, o preguntas sin sentido sobre las relaciones amorosas. Aquellos reclamos sutiles de: ¿Qué está pasando en tu casa, dímelo, cómo son las cosas en tu casa?, había llegado tantas veces, en los momentos menos oportunos. Quizá por eso la vez que el canadiense volviera a nuestro imaginario tuvo que ser una maldita broma. Esther se había secado el cabello y le aquejaba un cansancio épico en los hombros. Yo trataba de redactar alguna aplicación para una beca que me llevara al extranjero y no quería escuchar de sus planes de salir a caminar o al cine. Luego pude entender que para ella todo era un estar metida

en mis ojos, en mi aliento, en mis brazos, un escaparse de los continuos mensajes que le llegaban al celular y que por educación se animaba a responder. Ella sabía que yo no era un hombre celoso, pero tenía muy en cuenta mi maldito carácter que alguna u otra noche le habían lastimado la nostalgia. Me largo. ¡Siempre eres tú el que se va!, No tengo razón para quedarme a soportar tus estupideces. ¡Me dejas! No puedes discutir sino solo irte, ¡y azotar la puerta, maldito! Yo sabía muy bien, y ella estaba enterada, que mi capacidad de herirla con mis palabras y gestos crecía de manera exponencial, y mucho se cuidaba de no sacar ese ser que habitaba en mis adentros y que yo intentaba mantener siempre bajo llave, dentro de mis músculos, muy al fondo de mi cráneo. Pero el canadiense había sido insistente, llevaba varios días en la ciudad y quería hablar con ella. Habían tenido una relación de tres años que los llevó a vivir un ideal los últimos seis meses juntos, una relación de tal engranaje merecía alguna que otra plática para dejar las cosas en claro -según Esther-, dado que lo único que se pudieron decir fue a través de una reja en las oficinas de inmigración, y aquel intercambio de amor vía internet que los llevó a prometerse matrimonio. Esas eran las razones por las que el canadiense le exigía verla: You owe me; is not a date, just a way to say goodbye. Pero no pudo importarme razón alguna y Esther tuvo que darse cuenta cuando le desbaraté el departamento. Ella bajó a hablar con él sin decírmelo, dejándome trabajando en la computadora, ensimismado en ideas de proyectos y delatripa: narrativa y algo más, No. 21, Ene. 2016

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posibilidades para desarrollarme fuera del país; y en la compostura de versos que siempre terminaban por secuestrarme la mirada. El tiempo de todos mis días se ocupaba en tales asuntos. Esther tuvo que preverlo, entender que las cosas no podían ser así de simples. ¿Quieres algo?, la escuché preguntar, Iré a comprar helado, tengo mucho calor, así aprovecho para comprar agua, no nos queda. La miré y asentí para que trajera refresco. No tuve oportunidad de saber cuánto tiempo tardó en regresar, yo había pasado de la aplicación de la beca a la corrección de algunos poemas para mi siguiente libro, cuando la miré entrar, meterse al baño, pararse frente al espejo del vestidor y decir: Hablé con el canadiense. No entendí al inicio y luego, con el departamento desbaratado, mis dedos atrapando su ropa, su rodilla en mi pecho, defendiéndose tirados en la cama, atenazándole las muñecas, supe que las cosas se habían salido de control. Me levanté, cogí mis cosas en silencio y me lancé a la calle, con la voz de ella persiguiéndome por el corredor y la escalera. ¡Eres tú el que se va, el que me deja, siempre eres tú! Mis días en ese entonces eran de desempleado. Apenas tenía algunos pesos para la gasolina, una y hasta tres coca colas diarias, y ver dónde caer por las tardes para el almuerzo. Esther se enojaba porque siempre dijo que podía comer con ella todo el tiempo, me encantaba lo que cocinaba, pero colgarme de su dinero me parecía más irresponsable aún, que el hecho de salir con ella sin terminar con la relación que tenía antes, con la mujer anterior, con Fabiola. ¿Cómo es tu vida con ella? Era la pregunta que Esther me había hecho. Cuéntame. ¿Cómo son los días en tu casa? Yo pude decirle todo sobre Fabiola, que a pesar de aceptar no ser mi 34

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mujer, mantenía la esperanza de que estuviéramos juntos, que esperaba con resignación aquellos momentos en que yo volvía a casa para darme una ducha, cambiarme los calzones, o preguntar alguna cosa sobre su día, que aceptaba que yo volviera aunque sea breves instantes; pero Esther se equivocaba al creer que yo buscaba regresar con Fabiola. No podía comprender que además de Fabiola estaban mis hijos, mi ex esposa, a la que puntualmente le pasaba la pensión alimenticia, y pensar en cómo conseguir dinero para cubrir mis compromisos me arrebataba las noches del insomnio, y no el olor vaginal de otra mujer. Para el amor y el sexo me bastaba con Esther. O eso suponía. Necesitaba tanto a Esther por el insomnio y la maldita ansiedad, porque quería estar en calma, me sentía feliz con ella, adoraba su cuerpo, tomarla toda la noche, y gozar su piel, sus pechos del tamaño de naranjas, sólidos como peras; anhelaba todos los días embarrarme el vientre de aquellos agridulces jugos y la espuma vaginal que siempre se formaba en el roce de la penetración. Para mis noches quería el poder carnal que Esther me regalaba, sus felaciones me hacían estremecer las piernas, y ese mirarla gotear mientras mantenía mi verga llenándole la boca es una imagen que no ceso de repetir. Arrebatado por sus olores, perdido en su carne toda sudor, todo calor, para poder asirme en la desesperación a que me aventaba esta vida de miserable en que ahora me presentía. Yo no podía dejar de estar susceptible por el daño que había causado al corazón de Fabiola, pero vaya, ya lo había hecho y no podía andar arrepintiéndome de cada acto de hijoputismo que llevo al cabo. Seguro ella te lava la ropa, ¿verdad?, te cocina todos los días el almuerzo. ¿Qué es lo que quieres que


responda? Es sólo una pregunta, responde lo que es. ¿Cómo son los días cuando estas con ella? ¿Qué le dices? También le dices que es muy linda cuando amanece. No quiero que duermas en esa casa, no quiero que duermas en otra cama que no sea la mía. Y los días eran una ruina insalvable. Los celos que Esther escupía sobre mi voluntad de macho cabrío, no hacían otra cosa que reventarme en el espejo y gritar: Mándalas a las tres al diablo, ¿las tres?; Sí, la madre de tus hijos incluida. Coge tus cosas, y lárgate de esta puta ciudad, que se jodan; ya encontrarás en el camino alguien que quiera sumarse a tus conquistas; eres un pobre paria que siempre ha tenido suerte, usa la suerte a tu favor y lárgate. Tus hijos siempre van a ser tus hijos donde sea que estés. No des explicaciones, no des más razones para pelear, para qué alimentar discusiones; siempre vendrá una mujer a romperte los huevos con sus preguntas acerca de qué coños haces con tu vida. Y en el ordenador apareció de nuevo Carmen, fue la misma noche que me saliera de casa de Esther, la noche del canadiense y la discusión, y la bofetada, y las cosas del departamento que había roto y lanzado por las paredes, la noche de astillas de vidrio en el colchón, y colillas de cigarro revueltas en el ventilador de techo. Me había subido al automóvil y recorrí la soledad de cada avenida cerebral, la ciudad ardía pero aún era temprano; mi pensamiento estaba nublado, ocupado por la ira. Nada me salvaría en este momento más que correr a los brazos de mis hijos. Déjame entrar, dije a mi ex esposa. Qué quieres, los niños duermen; déjame entrar, necesito verlos y abrazarlos, y apenas se hizo un lado corrí a meterme entre los brazos de mis pequeños, para tratar de salvarme de esta furia que me

subía por las piernas y me hinchaba las venas del cuello. Más tarde, esa misma noche, luego de levantarme y salir de la habitación de mis hijos, le pedí permiso a mi ex mujer para quedarme en la sala a escribir un rato; tuvo que verse conmovida por mi cara de bestia solitaria y me invitó un café para terminar diciendo: Cierras cuando te vayas. Yo necesitaba contnuar con la revisión de aquellos poemas, tenía la insólita idea que quizá ganar un premio o lograr la publicación me devolverían un poco de la dignidad perdida. Necesitaba gritar que podía lograrlo sin la piel de Esther, sin su enrojecido rostro que se había grabado en la palma de mi mano derecha. Que podía ser un refugiado poético, lejos de todas las personas, de todos los complejos, pero no era más que un cobarde que quería esconderse en la blanca luz del ordenador, y escribir para no pensar. Abrí la lap top y apenas conectarme tuve noticias de Carmen, que había sido alumna del taller literario y huyó de Mérida prendida en el desamor. Esa hembra fashonista que gustaba de caminar los cuadros de la ciudad, los días, como si lo hiciera por una pasarela; derramando por las calles no sólo sensualidad sino la apertura social de toda una trendsetter, ayudada por su fisonomía que siempre la hacía llamar la atención en donde se le viera. A veces incluso atorada en la moda de Robert Smith, aquel icono del glam ochentero. Carmen era andrógina, sin pechos y con el talle largo y espigado, piernas estilizadas, y el cabello corto de su personalidad que, para poder verse siempre diferente, lo alaciaba o lo esponjaba a su gusto y en combinación o contraste con el resto de su indumentaria. Las pelucas eran su valioso aliado. Para Carmen como para la literatura, cada cosa tenía razón vital en su delatripa: narrativa y algo más, No. 21, Ene. 2016

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indumentaria. Más allá de tanto encanto femenino, era una delicia contemplarla. Carmen, esa mujer a la que deseaba tanto meterle la lengua por todos los rincones, había huido meses atrás con destino a Acapulco. — ¿Acapulco? —Ahí vive Rodrigo. Es diseñador de modas y tiene unas tiendas de ropa vintage. Quiere que lo intentemos otra vez. Fuimos novios, y estoy segura que estaba enamorada; ¿recuerdas cuando te dije que era muy tosca y arrebatada?, pues alguna tontera nos separó. Claro…, me metí con otro, cómo olvidarlo. Pobre Rodrigo, le rompí el corazón. Iré con él para olvidarme de este pueblo; te confieso que estaba muy feliz, pero mi novio yucateco me ha despedazado, y mira que jamás lo creí porque siempre he hecho lo que quiero con mi vida. ¡Éste maldito me tiene en el puño! Jamás he sido así y ahora me siento golpeada, no puedo dormir, ni comer, ya no tengo dinero. Estoy vieja para modelar de nuevo, y mis diseños de ropa no se venden; acá la gente no compra mis creaciones. Rodrigo me ha depositado dinero para que pueda sobrevivir. Pobre. Tengo que estar con él. Ni modo que me desvanezca, y lo deje ahí retorciéndose como ratoncito por segunda vez. —¿Aunque ni siquiera estés enamorada? —Pero lo estuve. Rodrigo me lo ha recordado. Yo aun era una chica loca. Y él me aceptaba. Me dijo que hubiera aceptado aquella infidelidad. Lo quiero por eso, no como a este estúpido de ahora. Sabe que me voy de Mérida, y no hace nada por retenerme. No me quiere. Es hijo de mami. De nada le sirve vivir solo, si se la pasa haciendo que su mamá lo cuide cuando se enferma o cuando se queda sin empleo. Aún así dijo que irá a visitarme a donde

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yo esté. ¿Puedes creerlo? Sé que yo cederé cada que me busque. —Te tiene por los ovarios. —¡Por eso me largo! Me voy con Rodrigo. Veremos cómo continuar la relación que dejamos morir hace tiempo. Aquella noche fue la última vez que la había visto. Esa misma semana se fue para Acapulco, y no quise despedirla en el aeropuerto. Me parecía idiota su actitud. Ella sabía que yo era reacio a aceptar la derrota en el amor, mucho peor si la consideraba una mujer tan hermosa que podría conseguir el hombre que quisiera con solo desearlo. No supe de ella hasta que me la tope de nuevo en la internet, la noche que se había incendiado mi relación con Esther. - Ven a verme, bebé. -fue su primer mensajeSe que estás con Esther, vente con ella, tráela; acá la armaríamos bien con tus proyectos y los míos; conseguirás trabajo y podrás mandarle a tus hijos. Así te alejas de una vez de Fabiola que no deja tu casa, y de la madre de tus hijos que no te deja de joder. Esther puede conseguir trabajo igual y así los dos pueden formarse su nidito de amor. Como las tortugas en la playa. ¿Cómo ves? ¿Vienen? Yo había publicado en la red que me sumaba a las filas del desempleo, y Carmen lo había leído, por eso me contactó. Su actitud me pareció tierna. Cómo iba a imaginar el mundo en el que me estaba metiendo. Esa noche no le hice mucho caso. Al día siguiente que mi ex mujer se fue al trabajo y mis hijos a la guardería, arreglé las cosas con Esther. Sus besos y sus caricias me hicieron olvidar las malditas escenas en que le arrebataba el aliento con mi mal carácter. Se metió de nuevo a mi cuerpo. Quiso que fuera


por ella a la oficina para enredarnos sobre el colchón como dos serpientes que pueden hacerse daño a mordidas, listas para inocularse veneno hasta hacerse inmunes. Esa tarde Fabiola me escribió poco al móvil, y le contesté menos los mensajes. Tenía que matarle la esperanza, pero no lograba hacerlo. Luego de retozar en la cama con Esther, animados por la calma, y perdidos dentro del mirar cíclope en que nos gustaba permanecer, le conté lo que me había comentado la noche anterior Carmen, las dos se conocieron en el taller literario. Jamás pensé que acabaríamos haciendo planes para largarnos a Acapulco. —Tu aplicación a la estancia va a seguir donde estés. Y sabes lo mucho que me duele que los fines de semana regreses a tu casa con Fabiola. Prefiero que nos vayamos de acá. La situación se fue tornando complicada con aquello de dividir mis días en diferentes casas y ni Fabiola ni Esther consentían en dejarme, ni yo dejaba a Esther meterse de lleno a mi vida. No se lo permitía por el absurdo de proteger a mis hijos de conocer a otra mujer diferente de su madre, demasiado tenían con Fabiola, y el haber convivido con ella. La tarde del encuentro con su canadiense Esther cometió el error de contármelo después de haberlo visto y no antes. Uno no puede andar picándole el lomo a un toro tan violento que acabe por romperle el departamento, darle una bofetada, y estrellar contra la pared el maldito celular. Sólo lo usas para ligar. Pero Esther tenía razón, siempre que peleaba con ella acababa sumergido en los brazos y el consuelo de Fabiola o de mi ex esposa, para terminar de cerrar el ciclo de la hipocresía en que yo tejía los ideales de mi egoísmo. Era necesario salirme de esta historia tantas veces repetida. Colgarme para siempre de las pantorrillas que Esther me ofrecía para amarrar mis días, las

manos, la lengua, para al fin dejar de vagar por el desamor y creer por fin que con ella podría salvarme la soledad: el uno dentro de la otra. Me había decidido, nos iríamos a Acapulco para comenzar una historia propia. Al día siguiente recibí el siguiente mensaje de Carmen: Dejé a Rodrigo, me estoy quedando en casa de mi amigo Marv; dime que sí vendrás, que vendrás solo o lo harás con Esther pero vendrás. Te necesito. Estoy muy deprimida y aunque Marv es divertido, me estoy precipitando, lo siento en mi cuerpo; tengo pocas ganas de estar despierta, y mis pensamientos no dejan de hablarme. Tu presencia será mi motivación, estoy segura. No hay otra oportunidad, intentaba convencerme. El dinero escaseaba y después de aquel bofetón, necesitaba cambiar de ciudad para volver a ser una persona digna. Acá no podemos ser felices, convencí a Esther que seguía recostada en mi pecho. Siempre pensarás que estoy con ella. Serían unas largas vacaciones, y cuando aprueben la beca nos vamos del país. Vivamos juntos la experiencia. Y lo acordamos: Me iría el viernes por la mañana, y Esther me alcanzaría el sábado por la tarde. Estaríamos separados las últimas veinticuatro horas, para luego unirnos para siempre. Para qué los sicólogos o terapeutas sexuales, o esos irresponsables que se hacen nombrar consejeros de parejas. Todo era lograr acuerdos, y Esther y yo, nos creíamos capaces de esa inteligencia. Habría que probarlo. La madre de mis hijos tenía trabajo, así que no se las verían mal en lo que yo lograba reponerme. Y Fabiola tenía que arreglárselas por ella misma. Ya era suficiente de que una mujer viniera a cambiarle los días a mi vida. Le conté a Fabiola la decisión de irme, con la esperanza que entendiera los tiempos que me tocaban vivir, que le tocaban a ella a partir de delatripa: narrativa y algo más, No. 21, Ene. 2016

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ese momento, ni se inmutaba. No tenía a dónde ir y no hacía mucho por encontrar una forma de salir adelante lejos de mí. Y por esa mujer que permanecía en mi casa Esther no permitía la tranquilidad. ¿Cómo son las cosas, dímelo? Habla tú con ella, si no me crees. Sabe que estoy contigo y no se va, no la voy a correr a patadas. Lo he intentado, hasta la he arrastrado por la casa, jalándola de los pies, para sacarla y se va agarrando de cuanta cosa hay en el camino. No se va a salir. Lo mejor es largarse.

Cuando ella quería algo lo tomaba. Si quería alejarse de alguien lo hacía, sin tantas lágrimas y sin prolongar dolores. Por eso exigía el mismo trato. Pero tenía que asumir la responsabilidad de conocer a alguien que era diferente, que tenía demasiados impedimentos para las acciones plenas. Volvió a demostrar su decisión: vendió el carro para comprar los boletos, y se había elaborado el plan completo tanto para ella como para mí. Llego al medio día del sábado, irás por mí al aeropuerto.

Le dije a Carmen que sí, que me diera alojamiento por unos días. Llegaría el viernes y el sábado Esther me alcanzaría. Decidimos viajar por separado. La madre de mis hijos decidió llevarme, acompañada de mis bebos, y despedirme en el aeropuerto. Esther había renunciado a su trabajo con anticipación, y estaba preparando a la chica que se quedaría en su lugar. Su liquidación se la darían hasta el viernes en la tarde.

Tuve la dicha de ver a Carmen apenas bajar del avión. Mientras caminaba hacia ella, que me esperaba con una halter y unos pantalones cortos de tela, con lentes oscuros, me di cuenta que no sabía nada respecto de su vida. Solo la había visto en el taller literario que yo impartía, y apenas habíamos tenido algunas conversaciones, pero poco sabía sobre sus gustos, sus amistades, el desarrollo de su vida; no sabía quiénes eran sus compañeros, quienes su familia. ¿Acaso importan los otros que nos han dado forma y conciencia?

—¡Estoy emocionada! Hay un buen rincón acá en casa de Marv y podemos recibirte, ya hablé con él; vas a ver que es de lo mejor; nos la pasaremos genial. Estaré muy feliz de verte, de verlos, te lo juro. Ya estaba hecho. Esther me tenía tranquilo, diciendo lo mucho que me amaba y que siempre haría todo para estar conmigo. No te alejaré nunca. Iré a todos lados para estar contigo. Seremos muy felices. Lo decía como una maldición, como un maldito oráculo. Acapulco nos hará bien. Será genial comenzar en Acapulco, nena. Ahí te esperaré, le di un beso y la dejé. Me despedí de Fabiola encargándole mucho mi casa. Si nunca vas a salirte, cuídala, que no se te caiga encima. Y pasé la última noche en brazos de mis hijos. Esther era mujer de decisiones exprés, no se iba por las ramas y me lo volvió a demostrar. 38

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Quizá lo de Carmen, el dejarme arrastrar hasta Acapulco, se trataba de alguna atracción que no quería confesar. Otra vez mover mi vida respecto a perseguir los olores de una mujer. ¿Acaso había involucrado la vida de Esther y su trabajo, porque lo único que quería era cogerme a esta flaca? Me sabía dispuesto a disfrutarla en cualquier momento, pero ella no parecía de la misma idea, por eso no me lanzaba. Tienes mujer, eres de todas y yo quiero un hombre solo para mí, dijo en alguna ocasión. ¿Había venido hasta Acapulco sólo porque me la quería coger? El olor a coco que manaba de su piel y su cabello era de tal manera afrodisiaco que llegué a pensar que esto era un error. Que Esther me había mandado a Acapulco para tener sexo con Carmen. Que yo la había forzado a ello. Que solo tendría esta


noche, que solo necesitaba esta noche para arruinarme de nuevo la vida. Carmen no estaba sola, la acompañaba su amigo Marv. Su amigo era un chico delgado que vestía sport de algodón, color melaza, y unos pantalones cortos de mezclilla, calzaba mocasines rojos, y vestía un sombrero pequeño de paja, que tenía enlazado una tela del mismo color que la camiseta sport. Con esos lentes oscuros que ambos usaban semejaban dos hermanas, dos primas o amigas que se tomaban de la mano, doblaban las rodillas flexionando las piernas hacia las nalgas, y aplaudían mientras me acercaba a ellos. Estaban vestidos de una manera tan artificiosa, que no sabía si eran parte de alguna puesta de escena hipster o si la cosa era más parecida a dos tipos salidos de una revista de moda. —Marv también es diseñador, querido. —Que tal— Y qué cosa diseña, ¿clones?, pensaba. Los ademanes del tipo tenían algo de los movimientos que Carmen realizaba; sus muecas eran una especie de copia que buscaba la perfección. ¿De qué se trataba? Siempre me había parecido que en el arte del trasvestismo es necesaria la mímesis, escoger bien el modelo y buscar imitarlo. Ellos no eran idénticos, pero tenían algo de cercanos. Como aquellos jovenzuelos que se acercan buscando la aceptación y terminan por formar tribus con qué enfrentar la sociedad. Marv no dejaba de mirar y sonreírle a mi amiga. Su mirada no era de admiración, en su sonrisa y en la luz que expelían sus ojos había un patente deseo de estudiar cada gesto e intentar perfeccionarlo. —Carmen te ve con buenos ojos, — dijo mirándome de pies a cabeza — pero yo no. No me pareces ni la mitad de lo que me contara de ti. Marv se siente decepcionado.

Qué más puedo añadir a esa idiota forma introductoria de tratarnos. Quizá yo le daba demasiada importancia. Alguna vez Fabiola lo había expresado y entonces la miré con sorpresa, hasta me sentí incómodo con su comentario: Siempre andas analizando a la gente, la conoces y comienzas a mirar de una forma como si quisieras meterte a su cerebro y entender el porqué de cada palabra, el porqué de cada gesto; eres desesperante. —Solo bromea, así es Marv con todos; ya lo conocerás. No tenía ganas de estar con aquel tipo, ni con la Carmen con la que me había encontrado, que me clavó un beso en la boca, me rodeó con los brazos el cuello como si estuviera sujetándose de un antiguo amor al que recién volvía a ver. ¿Acaso solo había venido a cogérmela? No me gustaba la escena ni el papel que estaba desempeñando; sentí el artificio, como si su actitud fuera parte de un plan. Marv no me permitía dudarlo, me miraba como si yo fuera sujeto de estudio. Tenía ganas de estrangularlo. De romperle la cara: Me tienes harto, cállate, y apenas habían pasado algunos segundos de conocerlo. La pareja no me causaba confianza; abordamos el Honda que llevaban y manejamos hacia el edificio donde tenían su departamento. No me fijé mucho en el camino, tenía los ojos en la nuca de Carmen, en ese pequeño tatuaje de mariposa de perfil que no le conocía, pero no tenía cuando la vi por última vez en Mérida. Estaba demasiado entusiasmada, sus ojos vidriaban, y se le notaba levantada con alguna pastilla que seguro se había metido antes de venir al aeropuerto. No lo podía ocultar. Momentos antes de abordar el carro, en el estacionamiento del aeropuerto, sus comentarios volvieron a dejarme intranquilo. delatripa: narrativa y algo más, No. 21, Ene. 2016

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—¿Sabes? Ya no fumo, lo he dejado. Deberías felicitarme. —Yo llevo varios meses sin beber, le sonreí. —¡Qué par de aburridos!; Me prometiste una fiesta todo el fin de semana, y no me parece que pueda haber fiesta si tú y tu amigui de plano son un par de ancianos, una no fuma y el otro no bebe. Mira que me lo prometiste, Carmen. — en verdad quería golpearlo. Lo anterior lo dijo doblándole la muñeca a Carmen, quien lo miró, irritada. Sabes que no tengo nada de aburrida. Habrá fiesta, cálmate. Marv entonces la soltó y le palmeó la espalda, para cruzar su brazo derecho sobre su nuca. Carmen hizo por soltarse: con ambas manos cogió el brazo de Marv y lo retiró de su cuello mientras se apartaba de él, y me tomaba del antebrazo izquierdo. ¿Te quieres bañar? Vamos a ir al apartamento de Marv, siéntete en casa. Iremos a hacer algunas compras y luego volveremos por ti. No te preocupes si tardamos, duerme si lo necesitas. —Lo vas a necesitar,— remató Marv como si nada, arrastrando las letras, metiéndose las manos en los bolsillos del pantalón, mientras caminaba. Carmen entonces lo miró ya enojada, y Marv se encogió de hombros y comenzó a silbar. Yo los miraba precavido. —Si quieres descansar cierra un poco los ojos y deja que el tiempo vaya pasando. En Acapulco el tiempo es más que relativo, ya lo verás.— Y esa fue la promesa. Una vez en el apartamento, me enseñaron aquel rincón ofrecido para dejar mis cosas, y el cuarto de baño. Si quieres comer, el refrigerador está repleto. —Pero limpia tus trastes. Había añadido Marv con toda 'gentileza'.

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Cuando se fueron aproveché para intentar charlar un rato con Esther. Llamé varias veces a la oficina pero no conseguí contactarla, le marqué a Fabiola y la escuché llorar un rato, se sentía abandonada a su suerte -quien en este mundo no lo está-, luego charlé con la madre de mis bebos y me alegré mucho de que me permitiera escuchar sus voces. Conseguiré algo pronto, ya verás. Volví a tratar de contactar con Esther y nada. Las dos horas prometidas por mis anfitriones se volvieron eternas -era verdad aquello del tiempo, o se trataba de su poca cortesía-, me dejaron antes del medio día y volvieron pasadas las seis de la tarde. Después me vi caminando con esos dos por la Costera Miguel Alemán, no apenas el sol se iba metiendo por la bahía donde todo era música, luces y bullicio. Esta ciudad no duerme. Ya te darás cuenta. El tiempo se pasa sin que uno lo note, repitieron. Todo son tiendas, centros nocturnos, restaurantes, el ambiente de diversión no paraba durante todo el día, y mis compañeros pensaban en buscar algún tipo de aventura que nos durara toda la noche. Todo se les iba en cuchicheos y risas. Me estaban hartando. Ellos estaban entusiasmados, y no estaba seguro de que no se hubieran metido algo más para mantenerse a tono en esa pequeña caminata. Si quise dejarme conducir fue por la alegría con que Carmen se condujo y debía participar en ese juego que ella proponía con su sonrisa que me parecía una invitación. En verdad era hermosa. Lo dicho, solo he venido a Acapulco buscando tenerla. —Vamos a ir a una fiesta en una residencia privada. Espero te animes— mi cara no era muy prometedora y ella se daba cuenta —; ya mañana que llegue Esther podrás buscar algo de tranquilidad por la playa; que también el


puerto tiene esos sitios para relajarse. Pero para esta noche de viernes, lo mejor será sólo disfrutar. No quise preguntar más, era notorio que no tenía ánimo para mucha acción; seguro estaba que Carmen no pasaría la noche en mis brazos, y cómo me estaba excitando ese olor de coco mezclado con el sudor a alcohol que ahora desprendía por todo su cuerpo. Me imaginaba su húmeda vagina y el agridulce sabor a orina que tendría en los labios después de comérmela a sorbos, pero era muy cierto que esa posibilidad estaba vedada. Solo los acompañaría pacientemente sabedor de que en cualquier momento me quitaría si me apetecía. Antes de comenzar ya pensaba abandonarlos. Nunca he sido de los que abandonan una fiesta, pero mis cuarenta años, y el mundo que recién había dejado atrás eran suficiente freno para lanzarme a cualquier tipo de aventura. No era consumidor de drogas y ya no bebía alcohol. Lo mío no eran las multitudes, me gustaba salir con alguna mujer y charlar, era lo único que me apetecía, charlar a solas con una mujer, y si las cosas ocurrían meterme entre sus piernas. Nada más tenía significado, ni las demás mujeres hermosas que clareaban sus ímpetos bajo las ropas, y desprendían los olores del éxtasis con cada movimiento de cintura; tampoco las luces me ilusionaban, ni el estilo hipster de aquel bar inicial donde haríamos tiempo para ir 'estirando el cerebro' como ellos habían declarado; tampoco me pareció diferente aquel antro que luego visitamos, y no porque fuese un conocedor de sitios de aquel estilo, sino porque mi ánimo estaba del carajo, me estaba aburriendo de ellos, y a cada instante el tal Marv me encabronaba más. Ni toda la parafernalia que miraba alrededor me hacían relajar los músculos, Marv intentaba imitar a Carmen con

los ademanes, era un hecho, era su modelo, lo imitable, su molde. —¿Qué estás haciendo?— Le pregunté al oído. —Me divierto, nene, eso hago.— Carmen estaba entretenida en una charla con algunas personas de la mesa contigua. —¿Tu intención es parecerte a Carmen? ¿Ese es tu juego? —Por partida doble, corazón; por partida doble.— Pero qué puta respuesta. Tuve hambre y fuimos a comer algo ligero, luego caminamos un poco frente a La Quebrada, me asomé al balcón y sí resultaba sorprendente la altura de más de 30 metros a dónde saltaban aquellos clavadistas, la estrechez del espacio de agua entre las rocas en el que caen me dio vértigo, y tuve que pensar en ese ingenio que surge para conseguir dinero; vimos el espectáculo de las ocho treinta, y me percaté que tenía varias llamadas perdidas de Esther. Quise hablar con ella pero tampoco logré contactarla. La memoria voló hacia nuestro departamento, hacia su móvil rompiéndose contra la pared: Espero que no creas que puedes seguir rompiendo mis cosas, me había dicho la tarde que compró el nuevo móvil en el que —maldita sea— no lograba contactarla. La residencia a donde nos dirigimos estaba rumbo a la laguna de Coyuca, al norte de Acapulco en la salida hacia Ixtapa-Zihuatanejo, y claro que daba al mar; en su oscura playa recibía aquel sonsonete del oleaje que brinda calma a quien se dedica a la contemplación, pero que puede dejar loco al que tiene mucho de neurosis dentro de las venas, como lo éramos todos los invitados a esa hora, atrapados en hormonas, dispuestos a los golpes de endorfina para olvidar las depresiones. Carmen sabía que me dejaba conducir hipnotizado en sus olores, delatripa: narrativa y algo más, No. 21, Ene. 2016

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oyendo aquel oleaje correr de mis oídos hacia mis pulmones, hacia mí cerebro. Tan sólo llegar, bajaron del carro aprisa y corrieron hacia dentro tomados de las manos, y cargando consigo aquellas bolsas en que traían —me lo habían dicho— sus indumentarias para la fiesta. Por partida doble, nene; y se cargaban de la risa. Me quedé un momento solo parado junto al carro. Saqué un cigarro e intenté fumar. Volví a tratar con el móvil, y me volvió a mandar al buzón de voz, así que le deje un mensaje a Esther: Por qué coños no contestas. Estoy con este par de locos en una fiesta, sepa dios en qué puto lugar. Es la carretera rumbo a Ixtapa, quizá conozcas, ya que acá pasabas los veranos cuando eras pequeña; en ese maldito puerto al que ya le estoy agarrando rencor por no dejarme descansar; lo dije tal cual, como si fuera culpa del sitio y no de los personajes, o peor, como si la culpa de mi mal humor no la tuviera yo mismo. —Dime que me veo fenomenal. No le contesté a Carmen cuando regresó y se me puso enfrente. Me le quedé mirando. Traía una peluca negra de cabello lacio como la usada por la Thurman en Pulp Fiction. —¡Te ves fenomenal. Me encantas! Gritó Marv con una voz diferente, adoptando desde ya el personaje que representaría. Usaba la misma peluca, mismo vestido, igual maquillaje, los mismos zapatos. Mi sorpresa no fue mayúscula; estaba un poco decepcionado. Se acercaron abrazadas por la cintura. Las dos de cintura pequeñísima, las dos sin senos donde retozar, pero imaginaba los rosados pezones de Carmen como la primera diferencia que no podría mirar, ni sentir. En esta duplicidad acepté que me sería difícil reconocer quien era quien; hasta le había copiado el tatuaje de la mariposa en la nuca. Y me las representé a todas. A esas 42

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mujeres que me habían inventado hacía tantos años, y habían afectado mi destino. Esas que un día fueron trofeo y al otro, oscura memoria. Lo que siguió después aun no ha podido aclararse en mi mente. Esther me contó las partes faltantes cuando desperté en el hospital, y haciendo uso de los reportes de la prensa. Con ternura, mientras me pasaba la mano por el rostro, acariciándome la barba, dijo lo que tuvo que hacer para dar conmigo, para encontrarme. A su narración sumó los comentarios de los agentes de la policía que se portaron mejor de lo que Esther hubiera imaginado. Marv escapó de ir a la cárcel por pegarle al agente que lo conducía al ministerio público, corrió desnudo aún con la peluca puesta. Siempre escapaba o lo dejaban escapar. Esther quiso hablar con él recibiendo sólo negativas. A Carmen no la pudieron encontrar. Se había desvanecido. Todos hablaban de la mujer de la peluca como si se tratara solo de Marv. Nadie tenía claro, tampoco, quién era el dueño de la residencia a la que habíamos asistido, y estoy seguro —por lo que recuerdo— que los consumibles eran tantos como para qué cualquier hijo de vecino pudiera sostener a tantos invitados sin que las viandas, el alcohol y las drogas se agotaran. Esther sufrió para localizarme, —lo contó abrazada de mi cuerpo hecha un mar de llanto; primero para localizar la residencia de la que nadie daba información. Lo único que tenía era el mensaje que le dejara en el buzón de voz. Arribó a Acapulco antes del medio día, y su sorpresa empezó cuando no estaba en el aeropuerto esperándola. Llamó cientos de veces a mi móvil sin respuesta. Sabía el nombre de mis anfitriones pero no su dirección, ni dónde trabajaban, o de qué. Ese mismo sábado puso la denuncia por mi desaparición, entre el


enojo, el sentirse abandonada, y la angustia que empezaba a correr por su garganta. Por las redes sociales se puso en contacto con Fabiola, quien sin mucha amabilidad al principio, pero con la angustia compartida le dijo no saber nada respecto de mí. Se preocupó y Esther quedó de avisarle, nunca lo hizo. El domingo al medio día llamó la policía para decir que empezarían a buscar. No era el único desaparecido ese fin de semana. Familiares de las otras personas reportaban una fiesta la noche del viernes y la madrugada del sábado. Comenzaron a indagar en la carretera rumbo a Ixtapa, hasta que dieron con la residencia. Cuando Esther llegó al lugar el lunes por la mañana -acompañada de algunos agentes- quedó sobresaltada. La música continuaba. Luego de tres días había personas que seguían bailando. Muchos aún bebían, otros cogían, la mayoría estaban desnudos. Los personajes eran separados por los policías y por sus familiares. Nadie fue violento, nadie fue grosero, nadie quiso huir. Hombres y mujeres eran conducidos sin ropa a las camionetas de la policía y de ahí a los separos. Quienes lo requerían eran llevados al hospital. Esther dio conmigo en el sótano de la residencia, en un colchón yacía junto a varios. Los orines, excrementos y demás fluidos lo manchaban todo. Por la descripción de la ropa y el tatuaje falso de la mariposa en la nuca,

reconocí a Marv dentro su historia; Esther me contó que aquel trasvestido tenía en la boca y las mejillas muchos rastros de semen y sangre, que yo tenía los nudillos amoratados, la muñeca derecha dislocada, el culo roto. Quizá solo lo insinuara, pero quiero pensar que quise defenderme, quizá fuera necesario pensarlo así para que mi relación con Esther tuviera algo de lástima. Quizá fuera una iniciación, un ritual, vaya dios a saber, en mi mente no está claro. Recuerdo los ojos de Carmen, recuerdo estirar mi mano hacia sus pezones que tanto necesitaba para establecer la única diferencia y escuchó aún su risa que escalaba por la habitación, que se volvía un recalcitrante sonsonete como de aquel mar que iba lamiendo la playa. Lo de mi ano roto, y aquellas cortadas en cuello, brazos y tórax casi me cuestan la vida. Mi organismo no tenía rastros de alcohol pero había una farmacia dentro. Nadie fue a la cárcel. ¿Quién hubiera sido el cínico para reportar estragos en una fiesta interminable de drogas, alcohol y sexo casual? A Carmen nunca la volvimos a ver, se desvaneció dejándonos revolcar en el suelo como ratoncitos. Sabía hacerlo. Con todo, Esther y yo, decidimos quedarnos a vivir en Acapulco en lo que dictaminaban lo de la beca, y decidimos no volver a hablar de aquella noche. Todo se trata de llegar a acuerdos.

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La vi Patricia Fonseca

Estuvimos a escasos centímetros, ella pagaba la cuenta de un corsé mientras yo esperaba mi cambio. Al principio no la reconocí, pero su mirada insistente como si me conociera me hizo observarla de reojo. Tenía los ojos grandes, los mismos que alguna vez vi cuando veían a mi ex esposo. Ella pagó con tarjeta de crédito y salió. Inquieta pregunté al empleado si podía darme el nombre de la joven que acababa de salir porque me pareció conocida. Vio el boucher pero contestó que como era de crédito no aparecía el nombre. Al salir, ella aún se encontraba en la entrada, pase de largo, tomé mi coche y me fui de ahí, recordando que era ella, sí era ella, la mujer por la que me había divorciado. La mujer que tuvo un hijo cuando él aún era mi esposo. Ahora ella está sola, yo también y él vive con otra.

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Eternidad Blanca Vázquez

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lla no quiere que nadie sepa que le extraña, pero revisa su celular cada vez que puede, quiere ver el nombre de ese que le está dando vueltas en su cabeza. Llega al trabajo y teclea los oficios que quedaron pendientes el día anterior, sabe que su jefa llegará molesta y de un momento a otro los pedirá de manera inmediata. Teclea una oración y se detiene para ver si un mensaje ha entrado y aunque nada en ese aparato parpadea, ella no quiere que él por un momento piense que no le ha visto. No han pasado más de quince minutos desde que llegó a su oficina y como si fueran lustros imagina que tiene tanto que no lee que la extrañan, la aman o por lo menos le dan los buenos días. Se sabe nerviosa, contrariada, imagina que pudo haber perdido el celular, que quizá tuvo un accidente o de plano dejó de gustarle porque ha subido un poco de peso y ya no es tan bueno estar con ella en la cama. Deja entonces el café con crema y el paquetito de galletas que había pasado a traer con la señora del elevador. Se alisa la blusa, saca ese Motorola y toma una selfie, quiere verse, comprobarse, mirarse a través de un filtro y quererse. Se gusta. Decide dejar el aparatejo ese en lo más hondo de su bolso y piensa que nadie merece estar desesperada. Esa sensación de autoconfianza sólo dura cinco minutos e inmediatamente se vuelve a tronar los dedos y se pregunta por qué no ha escrito, revisa todas las redes. Él no está en ninguna parte. Revisa o hace que revisa el oficio que está escribiendo, no le interesa saber que se avecina un nuevo referéndum, ni que llega otro director de recursos humanos, sus dedos le tiemblan, no quiere escribirle, no quiere que él piense que no tiene nada qué hacer o que de plano la trae muerta. Le da de plazo hasta las diez de la mañana, esos minutos son tan eternos e imagina que así debe sentirse la muerte. Son nueve con cincuenta y como resorte decide marcar ella misma y hacer como si nada pasara, su corazón late de prisa, ve a su alrededor y todos están ensimismados en sus computadoras, no cree que estén trabajando, quizá actualicen su estado de facebook o jueguen desde temprano un solitario. Timbra una, dos, tres veces, de pronto del otro lado se oye un ¿Bueno, bueno? ¿Quién habla? ¿Bueno, bueno? Cuelga. Respira profundo, su corazón se apacigua poco a poco, se conforma pensando que se le olvidó el celular en casa, esa voz de mujer le da confianza de que no la engaña con otra, es su esposa y no tiene nada de qué desconfiar. Tendrá por lo pronto todo el día para planear cómo justificar esa llamada el día de mañana.

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Carrera desbocada Omán Gómez

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esperté con dolor en la mano derecha. Era una molestia insoportable que me impedía mover los dedos, al grado de no permitirme escribir con la seguridad de siempre en la computadora portátil. Un engarrotamiento de tendones que, iniciando en la muñeca, se extendió con rapidez por todo mi cuerpo. ¿De dónde vino? ¿Quién lo mandó? ¿Cómo se produjo? Fastidiado de la molestia física que no me permitía hacer nada, fui a la cocina por un trago de wiski y un cuchillo para cercenarme la mano. Era el dolor o era yo. Antes de la cuchillada, recordé mi sueño. Caminaba por un pueblo cercado de montañas enormes y ríos que se desbordaban sin misericordia. Allí también estaban Leonor y Lesia, mujeres con las que da gusto soñar. A Leonor, cuando la vi, no pude menos que besarla en los labios y acariciarle las nalgas. A Lesia, la saludé de beso en la mejilla. Después acordamos ir a bañarnos a un río, que por alguna razón no se desbordaba como los otros. Es una buena oportunidad para hacer el amor, pensé mientras tomábamos un camino polvoso que se perdía en la lejanía. Hasta allí todo iba bien. Las dos, como si debutaran en una pasarela de modelaje, caminaban contoneando las nalgas. Fue también el momento en que apareció Eduardo, mi hijo, quien se encaprichó en acompañarnos. ¡Qué manera de joder un sueño!, pensé. ¡Por qué chingados no fuiste a entrometerte al sueño de tu madre!, mascullé por lo bajo, mientras Lesia y Leonor, con su caminar de paloma inquieta, se perdían en la lejanía del camino aquel.

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Antes de llegar al río, Eduardo emprendió una carrera desbocada por una calle polvosa, semejante a las del viejo oeste. Lo seguí como pude, pues en el sueño no podía correr debido a mi sobrepeso. A cada zancada que daba, reparé que, sobre las aceras, enormes serpientes de ojillos como braza, empezaban a desperezarse de un sueño que parecía les había durado años. Pueden devorar a mi hijo, pensé angustiado. Corrí en la medida en que mis piernas lo permitieron, mientras le gritaba a Eduardo con desesperación. Cabe decir que para estas horas mi corazón era como una bomba a punto de estallar por el esfuerzo físico. Cuando parecía que mi búsqueda no tendría éxito, encontré a mi hijo en una tienda donde había juegos electrónicos. Lo llamé y, cuando llegó, le jalé las orejas como si quiera arrancárselas. Después continuamos el viaje, pero ahora sin saber adónde dirigirnos, pues de pronto ya no estábamos en el pueblo, sino en un camino sobre la cresta de una montaña interminable. El caminito zigzagueaba entre el escaso monte, mientras a nuestro lado, los abismos se abrían espantosos como bocas de lobos. En un valle vimos una casita improvisada con varejones como paredes y hojas anchas como techo. Dentro de ella había plátanos, melones y mangos maduros. Teníamos hambre y no pudimos resistirnos. Eduardo entró. Sin embargo, cuando tomó las frutas, la casa empezó a inclinarse hacia el abismo. Eduardo daba gritos de horror, mientras la casa se inclinaba cada vez más hacia el vacío. Con una mano me aferré a un árbol, y con la otra tomé la mano de


Eduardo que pataleaba para no caer. Toda la fuerza de mi cuerpo se concentró en mis brazos que eran como un puente entre mi hijo y el árbol. Los dolores eran insoportables, pues mis músculos y coyunturas empezaron a crujir, indicando que pronto se harían pedazos. Entonces, como pude, levanté a Eduardo para colocarlo en tierra firme. Cuando puso los pies en el suelo, mis brazos ya no soportaron mi peso y caí a ese abismo interminable. Mientras mi cuerpo caía, desperté con una sensación de

estar ahogándome. Lo primero que hice fue ver a mi hijo en su habitación. Allí estaba, durmiendo como un osito en invierno. Sin embargo, también estaba el maldito dolor en la muñeca de la mano. Entonces bajé a la cocina. Bebí el trago de wiski, cerré los ojos y sin más miramientos, asesté el golpe. Cuando la mano cayó al piso en un charco de sangre, yo desperté del sueño sintiendo un maldito dolor en la mano derecha.

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El misterioso patio de la señora Jerez Magda Estefany Yza Pardío

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ra noche de brujas, y como todo niño me ilusionaba mucho esas fechas, eran las 6:13 de la tarde, pero parecía aún más oscuro por el horario de invierno. Estaba mirando, desde la ventana de mi habitación en el segundo piso de la casa, hacia el patio de la señora Jerez, el vidrio estaba algo empañado por la lluvia que había caído aquella tarde, a lo lejos podía vislumbrar unas calabazas naranjas, un poco pálidas y con unas grandes hojas verde oscuro. Abrí un poco la ventana para poder observar y de repente vislumbre unos ojos brillantes en una de las calabazas que reposaban en el descuidado jardín, ¡no es posible! pensé en voz alta con los ojos abiertos al igual que mis labios. En ese momento me senté en mi cama y me quedé pensando en aquellos ojos naranjas resplandecientes, tenía un sentimiento de angustia, sentía que mi pecho se oprimía, quizá no había visto bien, tal vez solo era mi imaginación.

Escuche unas voces que venían de abajo, mis amigos Amanda y Sebastián habían llegado, salimos de mi casa juntos y sentimos la noche fría y silenciosa, mi amiga Amanda insistía que fuéramos a una casa que estaba abandonada y Sebastián sugería ir a comer hamburguesas al puesto de su tío, ellos hablaban y yo dije ¡alto!, tengo algo que decirles, entonces les conté mi visión con la calabaza y no dejaron de reírse de mí, les dije que si ellos querían podíamos ir a buscarla, sin pensarlo dijeron que sí. Incrédulos miraban las calabazas decían que lo había inventado y cuando se dieron vuelta para regresar, una calabaza a los pies de Amanda se convirtió en polvo de escarcha y comenzó a silbar, ¡la piel se nos estremecía!, de pronto todas las calabazas encendieron sus ojos y empezamos a correr con todas nuestras fuerzas, nuestros pies se tiñeron de naranja, no sé a cuántas aplastamos, llegamos a mi casa, subimos las escaleras, nos encerramos en mi cuarto y con la respiración entre cortada nos asomamos por la ventana, todo estaba como antes, las calabazas solo eran eso, verduras. Pero entonces ¿qué fue todo lo que nos pasó?, los tres consternados mirábamos con la cara casi pegada al cristal y de pronto un silbido se escuchó.

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Una flor quería entrar por mi ventana, Poniatowska en el CCH Vallejo Fernando Reyes

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ntra al CCH Vallejo un carro Versa con placas W55ADX y vidrios polarizados. Camina lento entre los angostos pasillos del Colegio, al estilo judicial. Cientos de estudiantes se emocionan, gritan, vitorean y aplauden. Se abre la ventanilla y aparece el rostro sonriente, asombrado y agradecido de Elena Poniatowska. Le hacen una valla para entrar a la biblioteca. Nunca he visto tantos estudiantes juntos en una biblioteca de este ni de ningún otro país. Los chicos quieren dar portazo como si de un ídolo rockero se tratara. Se dirigen a ella como una amiga ”Ya llegó Elena”, “Ella es La Pony”, “Qué linda mujer”. "Tuve miedo —es una de su frases, después de una presentación bio-bibliográfica wikipediada— cuando vi a tantos jóvenes". Advierte que venía a hablar de Lupe Marín, pero al ver tanto entusiasmo prefiere contestar las preguntas de los estudiantes, a quienes se refiere como una ”multitud muy amorosa”, como diría su querida Castellanos, ”un mar de amor”. Señala que le emociona mucho estar en este recinto universitario, lamentándose ella no haber podido serlo, pues ”yo fui a un colegio de monjas” (golpeándose el pecho), ”por mi culpa, por mi culpa”; también dice indignada que ”matar a un joven es matar el futuro de un país”. Para fortuna hay eco y comienzan las preguntas estudiantiles sobre movimientos, vocaciones y otras pasiones estudiantiles. Ella, como es su estilo característico, contesta con humildad, claridad, emoción y fino humor. No tiene miedo a

declararse seguidora de López Obrador: “Hasta ahora no le descubierto una mentira, ni sé que haya robado… A él, a diferencia de muchos políticos, sí le entiendo”. Poniatowska siempre hace alusión a los marginados de este país, al que llegó como niña y miraba las grandes diferencias entre “las indias y los descalzos que se orillaban para que pasaran las señoritas rubias”. Ese sentido humano, humanista, humanitario que tiene en cada una de sus palabras, frases, crónicas y novelas, le hacía preocuparse porque llevaba unos cuantos libros, pues creía que ”sólo vendrán quince alumnos”, y ahora cómo se repartirían, “prometo hacerles llegar más libros”. La mayoría de las preguntas son formuladas por mujeres que se emocionan hasta las lágrimas, tiemblan con el micrófono en mano y el nerviosismo les quiebra la voz. La batalla de amor no cesa: “Ustedes me miran pero yo también las miro, veo que tú tienes un sombrero, tú un libro y tú el pelo pintado”, dice con tierna perspicacia. Preguntan sobre todo: reformas educativas, Politécnico, Morena, o si hay una separación entre su labor y su vida. En su caso ”ser persona y ser escritora es lo mismo. Llegar a ser persona es difícil. Así vivo yo la vida, escribiendo, sin ver porque soy mecanógrafa desde 1954”. Habló del oficio de escribir como el de un ebanista o zapatero, y que las mujeres son como el ”resistol porque aglutinan a la familia”, habló de los olvidados del 68, Campa, Vallejo, Uzueta; habló delChapo y de Kate del Castillo. Dijo que ella no daba delatripa: narrativa y algo más, No. 21, Ene. 2016

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consejos, que no sabía nada, que por eso era periodista, porque sólo sabía hacer preguntas. A mí me consta: en una ocasión que tuve de charlar con ella, sólo escuchaba atenta y, de repente, me hizo una pregunta: ”¿Dónde le compraste esa capita a tu hija?” La admiración de los asistentes —en su mayoría cecehacheros, profes, administrativos y convidados de piedra— no acaba. ”Honor”, ”privilegio” ”emoción” son las palabras que ya se quedaron entre los volúmenes de La noche de Tlatelolco, viejísimos y leidísimos durante más de cuarenta años, pues fueron de los primeros ejemplares que se catalogaron, cuando la cronista visitó el plantel para inaugurar la sala José Revueltas, a quien, por cierto, se refiere como un escritor poco valorado por su militancia política. Parte de su humano estilo, como excelente conversadora, es que siempre tiene una anécdota para cada suceso político, social, artístico o literario de este país. Como el relatar que Revueltas —acompañado de su esposo, el astrónomo Guillermo Haro— visitaban lugares recónditos para presentar libros y acababan en la cantina platicando con la gente, porque casi nadie llegaba a la presentación, incluso ”Revueltas un día les echó su discurso a los perros porque no había nadie”. O sobre Rulfo que era muy tímido: "Un día una bella chica le preguntó que qué sentía cuando escribía. Y él contestó tímidamente: ”remordimientos”. “La risa, ella sola ha cavado más túneles útiles que todas las lágrimas de la tierra”, escribió Julio Cortázar. El sentido de humor de Elenita, como le dicen propias y extraños, aparece siempre que comienza a hablar. Recuerdo a Aristóteles, a Umberto Eco y a Borges porque hoy hubo en esta biblioteca más risas juntas que las que yo creo ha habido desde su construcción. Cada comentario suyo nos 56

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lleva a la ironía, al humor inteligente, incluso al sarcasmo cuando se trata de políticos. ”Me cae bien el dirigente del PRD, Agustín Basave, porque tiene cara de perro”. Sus anécdotas también hacen doblarse de risa como cuando contó que Jesusa Rodríguez le ofreció un toque de mariguana y a ella no le producía nada, hasta que la Jesusa mejor se lo quitó. O cuando Josefina Bórquez —el personaje que inspiró a Jesusa Palancares, en su novela Hasta no verte Jesús mío— le dijo que era una ”pinche catrina pues no sabía ni amarrarle una pata a las gallinas para que se escaparan”. También recomendó dos cosas: que los que quieran ser escritores deben escribir un diario de todo lo que les pase, aunque sea dolor de panza o ”chorrillo”, y dijo que era muy bueno para el estómago cagar ”de aguilita”. En mi opinión, esa forma de ver el mundo con humor ha logrado que la narradora de 84 años haya enterrado a todos sus amigos e influencias, desde Octavio Paz y Carlos Fuentes hasta Calos Monsiváis a Chema Pérez Gay —con quien alguna vez vi marchando por Reforma en apoyo de AMLO. Si sigue así llegará a la edad que en este año tendrían Revueltas o Rulfo. En esta ocasión, con tanto halago y agradecimiento, sin embargo la Poni no fue —nunca le ha gustado serlo— la protagonista, pues tuvo oído para cada uno de los estudiantes. Fue como una obra en diez actos, o una novela de diez capítulos. Resaltaré cuatro bellas escenas: la chica que le regaló un texto que ”me tomé la molestia de escribirle a usted”; una joven que llevaba como amuleto el libro que leyó cuando tenía 11 años, De noche vienes (”que ahora es parte de mi existencia”), o mi alumna Aranza que fue ejemplo de la diferencia entre los estudiantes de antes y los de hoy, la única diferencia es que tú estás hablando en público, sin pena y que tienes los labios pintados de azul, yo también quisiera pintármelos; y otra chica que


conmovió hasta las lágrima a la escritora, algunas profesoras y más de un alumno, ya que contó como la admiraba desde hacía años gracias a su madre, soltera y de una provincia machista, “sólo mi madre creyó en mí cuando le dije que quería venir a estudiar a la UNAM”. Plena y evidentemente emocionada le contestó “tú llegaras muy lejos, ya has llegado”, refiriéndose a su amor y valor. Y la emoción siguió: “Cada una de ustedes debe confiar en sí, y pararse en una esquina y gritar: aquí estoy, yo valgo, creo en mí”. Agregó que las mujeres de hoy cada vez son más valientes y profesionales. Dijo la Facultad de Filosofía y Letras está llena de este tipo de mujeres. La escritora y las chicas hicieron varias veces alusión al miedo en este país, miedo a la falta de oportunidades, miedo a la explotación, miedo a ser golpeada, a ser violada, a ser desaparecido, a ser invisibilizado. Una de las últimas chicas le preguntó que, a su edad, después de haber vivido tantas cosas, qué le motivaba a trasladarse y venir a platicar con estudiantes.

Ella, que siempre habla de la esperanza y lo refleja en su rostro, ella, que “recordaría con emoción todo el 2016 cómo me recibieron”, contestó sobre el sentido de ser y el sentido de estar ahí entre jóvenes estudiantes: “Quizá porque una flor quería entrar por mi ventana”. Esto fue lo último que escuché porque, al estilo sesentero, la emoción comenzó a desbordarse con el fin de hacer más preguntas, de ganarse uno de los quince libros, de fotografiarse con ella, de pedirle un autógrafo. El organizador del evento, Noé Agudo, quien ha invitado ya a otros escritores, cada vez se ponía más enérgico, pero los alumnos que pueden cambiar el mundo no atendían. No sé que pasó. Me quedo pensando si no sucedió lo que en el cuento de Cortázar, “La noche de las Ménades”, en que el público enfebrecido por tan sublime belleza se lanza sobre el escenario y se devora al artista. Y es que Elenita es tan dulce, tan tierna, es un pan, y a quién no le dan ganas de comérsela.

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Ser tu mamá Jéssica de la Portilla Montaño.

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a primera vez que te vi aún no nacías. No eras más que un puntito indistinguible en mi vientre. Yo quiero ser tu mamá durante noventa y nueve años. Y si la ciencia lograra hacernos casi inmortales, quisiera ser tu madre noventa y nueve años más. Quiero que sean mis brazos los que te carguen con todo y túnel carpiano, sin importar cuánto peses. Quiero llegar del trabajo cada madrugada y no dormir de inmediato porque me exiges que ya te alimente. O regresar de la oficina a la hora que sea y encontrar tus párpados cerrados mientras sueñas que eres mi bebé. Seré quien platique cuántos pañales ensucias y con qué gracia lo haces. Seré quien presume cada nuevo fonema que forman tus labios. Y quien harte a sus conocidos por publicar cien mil veces la misma foto con apenas unas variaciones. Despierto diario innumerables veces para alimentar al lucero que gatea entre mis sábanas. Dormito apenas a la espera de sentir tu menor movimiento y evitar que te escapes, que caigas o te golpees. Sacaré tus moquitos con la uña del meñique en lo que aprendes a usar un pañuelo. Me seguirás jalando el cabello y presumiré moretones porque aún no entiendes que me produces dolor. Aguanto las lágrimas cada que estoy lejos y antes de despedirme de ti en los días laborables. Río a tu lado ante todos tus gestos y hoy descubro el amor como no lo había experimentado, como nadie me advirtió que era posible llegarlo a sentir... Porque no puedo decir que estoy enamorada de ti en la clásica acepción de la palabra, pero es un hecho que te amo. Porque no puedo negar que desde que decidí concebirte mi mundo cambió, y cambió para bien porque mi casa y mi hogar eres tú. Quiero ser quien te forme pieza a pieza y construiré un castillo inviolable e inamovible donde te sientas segura y en verdad lo estés. Ya no deseo cambiar el universo sino hacer de tu vida la más hermosa y feliz, contestar tus preguntas y plantearte otras nuevas mientras agradezco que tú seas hoy y siempre mi pequeña y preciosa hijita.

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Kloddariana. Saulo Aguilar Barnés

9:45pm, hora de la tierra. No tienen tiempo suficiente para las palabras lindas, para el juego previo al acto sexual, mucho menos para abrazarse y dormir. Quisieran amanecer juntos al menos una vez, dormir en la misma cama, bajo las mismas sábanas, sin que el tiempo o la presión social interfiera. “Voy a dejarlo todo, te lo prometo. Por ti, porque quiero estar contigo”, le dice él pero ese día jamás llegará, ella está consciente. “No hagas promesas que no podrás cumplir”, contesta siempre resignada. Quisiera creer en sus propias palabras, cumplir su promesa pero su carrera política es mucho más importante. Ha luchado, conspirado, y arriesgado el pellejo por estar en donde está. Ser el representante de toda una galaxia es algo que no cualquiera puede lograr; se necesitan ciertos contactos y mucho estómago. En el último decreto del parlamento terrícola se ha aprobado la invasión a Kloddaria, él mismo fue el gran impulsor, ella es tan solo una refugiada en el planeta tierra. ¿Qué diría la sociedad terrícola si su diputado en el congreso galáctico, un hombre casado y con hijos, se dejara ver por ahí con una kloddariana?, el pueblo kloddariano, extremadamente conservador, tampoco aprobaría esa relación. La ley de los Klods castiga esas graves faltas con la pena de muerte. Se encuentran en un motel, él acaricia su húmeda piel azul con motas grisaceas. Le quita la bata típica de su planeta y deja al descubierto

un par de pezones anaranjados brillantes. Los senos son pequeños, vestigios de un pasado mamífero que la evolución de su especie ha dejado atrás. Con la punta de la lengua recorre la aureola de aquellos pezones mientras sus manos bajan por la espalda hasta las nalgas pronunciadas. Ella mueve la cola, de aspecto reptil, y la enrolla en la pantorrilla de su amante. Sus seis pequeños cuernos, cambian del color hueso a un color melón cuando está lista para el acto sexual.

10:00pm, hora de la tierra. Ella se pregunta si de ser otra la situación estarían juntos formalmente. A penas unos meses desde su primer encuentro: fue el mismo día en el que se conocieron. Ella lo abordó a él, preguntando la hora. Lo demás ocurrió. Su sorpresa vino al verlo en el noticiero, explicando la posición del parlamento galáctico, a los pocos días. Ha llegado a creer que las cosas no cambiarían, que tan solo es una más para él. Sin embargo nada de eso vale cuando él le dice que la ama. En su planeta natal las cosas son mucho más frías, la época de apareamiento ocurre una vez cada seis o siete años lunares, fuera de eso no existen los encuentros sexuales. Es probable que nada cambie nunca entre los dos, que todo muera en cuestión de meses, quizás semanas, quizás días pero ya no le importa. delatripa: narrativa y algo más, No. 21, Ene. 2016

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Se pone en cuatro patas sobre la cama y levanta su larga cola, rodeando con ella la cadera de su pareja. Con una fuerza sobrehumana lo atrae hacia él y lo aleja, una y otra vez, cada vez más rápida e intensamente, mientras ella aprieta con los seis dedos de sus manos la sábana y el colchón, gimiendo.

10:10pm, hora de la tierra. Cada encuentro representa una verdadera odisea para ambos. Ni siquiera pueden entrar o salir juntos del motel, siempre tienen que llegar casi disfrazados, con sombreros, bufandas, anteojos o gabardinas que resguarden sus identidades. En un principio les ocasionaba incomodidad, ahora ninguno de los dos le da gran importancia. La esposa de él sospecha que tiene una amante y por eso ha contratado a uno de los mejores detectives privados de la galaxia que lo sigue día y noche. Un saturniano, ex miembro de las fuerzas especiales de su planeta.

10:20pm, hora de la tierra. Ella se da la vuelta y abre las piernas colocando sus pezuñas sobre los hombros de su amante. Él la embiste con una fuerza tal que ella rebota levemente. Mete los dedos en su boca y ella los saborea con su lengua bífida. Baja las piernas y enrolla la cola en el pene hinchado de su hombre, luego lo agita violentamente. Este emite una serie de suspiros profundos y en cuestión de segundos deja escapar un chorro blanco y espeso sobre la piel húmeda y salamandrina del vientre.

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10:30pm, hora de la tierra. Sin aliento, se miran a los ojos, los de ella son enormes, completamente negros y los de él son de tamaño humano, con una pupila verde en medio de todo ese blanco. Es el momento: él le dirá que es muy peligroso seguir frecuentándose. Él pone demasiado en riesgo e, ingenuamente, espera que ella entienda. Se prepara para abrir la boca, para dirigirse a aquel cuerpo humanoide y húmedo, para decirle que ojalá todo fuese distinto. Justo antes de emitir sonido alguno se abre la puerta y un flashazo los sorprende, es la cámara del detective saturniano capturando el momento perfecto de la desnudez humana y la kloddariana.

76200 hrs, hora del reloj común intergaláctico. La foto del diputado intergaláctico terrestre sorprendido desnudo en un motel con una kloddariana que, a penas, se cubre el pecho con la sábana es la noticia más escandalosa en todos los noticieros de la galaxia. El parlamento galáctico ha revertido el decreto de invasión al planeta Kloddaria. Él y ella jamás volverán a verse.


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El pacto Omán Gómez

L

o despertó un dolor en el abdomen, pero no halló herida o golpe. Dormí mal, se dijo. Hizo sentadillas para desentumecer los músculos y luego paseó por el edén que era un valle resplandeciente y habitado por animales. Todo estaba en calma y el cielo tenía un azul intenso. En el aire se percibía aroma a flores silvestres y a tierra recién hecha. Adán caminaba erguido, orgulloso de mandar en aquel paraíso. Miró despectivo a una serpiente con alas que descansaba sobre el pasto, la cual, en venganza, le mostró su lengua bífida. El primer hombre de la creación deseó arrancarle las alas por igualada; sin embargo, continuó el paseo. Topó con un arrollo donde nadaban peces de colores, lo cual maravilló al primer hombre que agradeció a su padre Dios hacerlo dueño del lugar. En esos pensamientos andaba cuando descubrió su imagen reflejada en el agua. Contempló sus piernas largas, fuertes y torneadas. Después observó aquella cintura estrecha y ágil. Le seguía un abdomen macizo. Más arriba, el torso como coraza. Empuñó las manos y sintió la fuerza recorriendo los músculos. Soy hermoso, se dijo cuando notó la blancura de su rostro contrastando con el azul de los ojos. Aún seguía observándose cuando reparó en aquello. Entre las piernas colgaba un pedazo de carne flácido y alargado. Lo adornaban un par de bolas semejantes a huevos de pava. ¿Qué haré con esto?, se preguntó. Con la mano acarició aquel miembro que despertó como serpiente ante el peligro. Aquella carne que reposara inofensiva, se 66

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convirtió en bestia. Adán descubrió que con cada caricia, el miembro le generaba sensaciones que aceleraban su respiración. También notó que toda su fuerza se concentraba allí, por lo que empezó a manipularlo con ansiedad. Después de unos minutos sintió una punzada en el abdomen, pues de aquella cabeza rosada salió disparado un liquido blanco que dejó al primer hombre con los ojos en blanco. Luego vino el sopor con sentimientos de culpa, pero Adán había descubierto la masturbación y supo que era buena.

** Despertó melancólico. La causa se originó la tarde anterior, después de nombrar a los animales. Volvía a la cueva cuando observó que los machos cortejaban a las hembras. Buscó a su alrededor, pero aquellas bestias que caminaban en el edén no se parecían a él. Llamó su atención el caballo y la yegua. La hembra mordisqueaba pasto, mientras el macho negro y musculoso trotaba a su alrededor. Después se acercó cauteloso a la yegua blanca. Ésta le propinó un par de patadas que el caballo resistió sin relinchar. Con las patadas, el potro aumentó su deseo sexual, pues de entre sus patas traseras apareció aquel miembro grueso y largo que el garañón golpeteó contra la panza. Adán vio que la yegua no quitaba los ojos de aquel armamento y quizá, pensó el padre de la humanidad, hasta sonreía coqueta. El caballo se acercó a la hembra y le mordió el cuello.


Luego, impulsándose con las patas traseras y apoyándose con las delanteras en el lomo de la yegua, pudo encajarle aquel miembro monstruoso. La yegua se limitó a mordisquear más pasto, mientras el caballo satisfacía sus instintos de reproducción. Segundo después, el corcel eyaculó un líquido lechoso que al padre de la humanidad se le antojó repulsivo. Después de ver la escena, Adán siguió su camino más triste y pensativo. Cuando más apesadumbrado estaba, miró a dios, un anciano de cabellos blancos, que venía del oriente. Adán sintió pena por el viejo encorvado y rugoso de piel. Se veía débil e indefenso. Le acercó una piedra para que descansara. —Te noto triste—, dijo dios jadeante. Adán miró a occidente donde el sol enrojecía el horizonte. Al volver la vista contempló a dios encendiendo un cigarro. —Dime qué pasa. Cuéntame todo que soy tu padre. Te sientes solo, ¿no es así? Adán asintió de mala gana. Luego musitó: —Ayer vi al caballo montando a la yegua. El anciano se carcajeó. —Así que es eso — dijo —. Mira, si decidí mandarte solo es porque no necesitas más. Bueno, espera- tosió el anciano-, todos necesitan algo. Adán observó a dios con curiosidad. ¿Cómo lo arreglará?, pensó. —A los animales les di una pareja y a ti no, pero eso puedo arreglarlo. Sólo tienes que prometer que llevarás el control de todo. A la que te daré por compañera la llamarás Eva que por naturaleza es lista y astuta. Yo mismo no confío en ella. Es más fácil entendernos entre nosotros los hombres.

Adán no entendía nada. —Explícate, padre, que no entiendo. dios respondió de mala gana: —Quiero decir que la mujer es imprescindible para el hombre, aunque sea su destrucción. Si te la doy te encargarás de ella. Llevarás las riendas de la relación y sólo tú, óyeme bien, deberás decidir. Si aceptas esta condición, te doy con gusto una pareja. Adán aceptó el trato con alegría. Cuando el anciano terminó el cigarrillo, le pidió que se acercara. Frente a dios, el primer hombre de la creación se arrodilló, pero cuando con la frente iba a tocar la tierra sintió el trancazo en la nuca. Después sólo escuchó, muy a lo lejos, una voz que decía: —Cuando despiertes, hijo, tendrás lo que tanto deseas—, luego se desmayó.

*** Adán despertó adolorido. Recordó las palabras del viejo: "tendrás que buscarla", pero no sabía dónde empezar. ¡Que madrazo!, se quejó al recordar el golpe del anciano. El viejo es imprevisible, se dijo. Aparece cuando no se le necesita y desaparece cuando se le necesita. Empezaría a buscar cerca del lago, sin embargo, el calor tibio de la mañana y el roce de los testículos le propiciaron una erección, así que se detuvo a la sombra de un roble para masturbarse. Estaba en ello cuando oyó una risita que provenía del lago. Se levantó del suelo temeroso. Se acercó al lago y la vio. Eva jugaba en el agua con un par de cisnes blancos. Sus ojos verdes tenían la inocencia de un recién nacido. Adán decidió observarla antes del encuentro. Más allá del lago, un montón de mariposas revoloteaban sobre las delatripa: narrativa y algo más, No. 21, Ene. 2016

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flores. A un costado, los animales pastaban. Reconoció al león y al tigre agazapados para la caza. A su lado vio a la misma serpiente con quien días antes se disgustara. Le sonrió amable, pero el reptil, de nuevo, le mostró su lengua bífida como en una sonrisa irónica. Luego echó a volar. En tanto, Eva se observaba en el agua. Su pelo rubio ensortijado se desparramaba sobre los hombros estrechos y frágiles. Sus dientes blancos hacían juego con la nariz afilada. Sus pechos como frutos se le antojaron a Adán exquisitos. Seguía un vientre plano. Como toda mujer, Eva no resistió la vanidad. Giró un poco y apreció sus nalgas redondas. Salió del lago y caminó inocente por la orilla. A su paso descubrió animales que la saludaron con graznidos, rugidos, siseos y cantos; sin embargo, no halló nadie parecido a ella. Entonces recordó al anciano que dijo: —Alguien vendrá a tu encuentro, pero no debes ceder a sus caprichos. Te resistirás—, le ordenó el viejecito mientras encendía un cigarro y se alejaba hacia occidente. Eva volvió sobre sus pasos. Adán llegaría en cualquier momento. El padre de la humanidad tuvo otra erección. Eva observaba nerviosa de un lugar a otro. Seguro me espera, pensó Adán. Recordó la escena del caballo y la yegua y decidió actuar. —¡Mujer!— gritó avanzando hacia ella. Eva vio el pene como estaca y olvidó las recomendaciones del anciano. Se lamió los labios y en sus ojos apareció una mirada de gata en celo. Al encontrarse de frente, Adán la tomó de la cintura y la besó agresivo. Eva respondió con la misma fiereza. Las lenguas se enlazaron como serpientes en una pelea a muerte. Ella lo tomó del cabello y arañó su espalda. Después 68

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se tumbaron sobre el pasto. Adán probó a mordiscos los pechos de Eva y esta, con las mejillas encendidas, decidió probar aquel miembro que palpitaba sobre su vientre. Adán se contorsionó y pensó que aquello era bueno y debían practicarlo a cada momento. Luego acomodó a Eva en cuatro patas y observó, por unos segundos, aquellas nalgas redondas. Después lamió aquella raja rosadita. Cuando la penetró, Eva gritó de placer. Después de unos minutos, ambos descansaban extasiados sobre la hierba e hicieron un pacto. Eva podía hacer lo que deseara, siempre que Adán la penetrara cuando quisiera.

**** Cerca de allí, sobre las ramas de un árbol, la serpiente alada de colores y dios hablaban en secreto. El Creador del universo movía los brazos con brusquedad y la serpiente sólo siseaba como pidiendo calma. Después de unos minutos parecieron ponerse de acuerdo. Con la mirada fija en la recién pareja, creador y serpiente se unieron en un solo cuerpo. Quizá era momento de crear otro mundo al capricho de dios.


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Eternamente Roberto Cardozo

—E

ntiéndelo, Rubén, todo ha sido maravilloso, pero me doy cuenta que cada día nos alejamos más porque nos interesan cosas nuevas.— Las palabras de Laura sonaban lejanas pero golpearon muy fuerte en el pecho de Rubén. Era ella en el café quien se despedía y él se quedaba sentado, recordando la preparatoria donde se conocieron. En la prepa nunca fue el más popular, en su salón tenía un grupo de amigos muy reducido. Los nerds siempre tendrán una desventaja social. Aunque se les considere aventajados en otros aspectos, es el social es el más importante en la adolescencia. Ahí fue donde la conoció, en segundo grado. Era delgada, de tez blanca y cabello rizado. Al principio se acercaba aél para que le ayudara con la tarea de cálculo, claro, él siempre terminaba haciéndosela. En las pláticas después de clase, mientras hacían la tarea, comenzaron a hablar de la universidad. Laura quería estudiar arquitectura y le hablaba de cosas que él nunca entendía, pero esa voz angelical y la pasión con las que las contaba, hacía que parezcan muy interesantes. Rubén hablaba de robótica y computación, sus mayores pasiones. Ella nunca entendía, pero él se enamoró de esos ojos de duda tan grandes y redondos, siempre verdes, siempre fijos como escudriñando su alma. Nunca hablaron de amor, simplemente se besaron la noche del baile de graduación. Sin más promesas que seguir juntos pase lo que pase sabiendo que sus carreras los separarían. Afortunadamente no fue así y siguieron viéndose por dos años.

Fueron tantas cosas vividas que cuando ella dijo que quería terminar, él pensó que bromeaba. —Entiéndelo, siempre te amaré, pero nuestra relación ya no es como cuando empezó— Rubén se preguntaba cómo podría entender que Laura le dice que lo ama pero deben terminar. —No llores, no nos pongamos tristes. Creo que es lo mejor para que cada quien se dedique a su carrera a tiempo completo.— Rubén se había quedado sin palabras, no podía más que recordar cuando le hacía la tarea de cálculo y ella le ayudaba con las de dibujo arquitectónico. Sólo tenía en la mente las tardes que pasaron en su casa haciendo las maquetas para el proyecto final de Dibujo Técnico y de Construcción. Sólo retumbaba en su memoria esa voz que le contaba que sería una gran diseñadora de proyectos habitacionales que respetaran la ecología. Esos ojos verdes lo taladraban y ya no brillaban como cuando hacían chistes de los maestros. —Adiós. Y no me busques. No lo hagas difícil, por favor.— su súplica lo devuelve al presente. No articula más palabras. Mientras ella desaparece y se confunde entre la gente de la calle, él apenas puede mantenerse en pie. La noche y el frío le dan el tiro de gracia. No sabe a dónde ir, pero lo peor es que a donde vaya nadie lo espera. Apenas camina, las calles lo atacan violentamente. Se ríen de él los anuncios luminosos, los santacloses en los aparadores. Se ríe de él la gente mientras levantan sus copas y se desean una feliz navidad. delatripa: narrativa y algo más, No. 21, Ene. 2016

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Todos ríen y se festejan, y se ríen de él mientras las calles se alejan y camina hasta su casa. Las casas antiguas son muy grandes y el disparo no se escuchó desde afuera. Sólo un disparo, bien puesto. La habitación está hasta el fondo de la casa y eso hizo menos probable que alguien escuche. Ahora hay una serpiente púrpura en la habitación que repta fuera de su cuerpo mientras le roba la vida. En la mesita de noche unas botellas vacías y un cenicero lleno. En el suelo una botella de tequila

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guardando un último trago. Él está tirado a un lado, en el piso, inerte sobre un charco de su propia sangre. Mientras se mira desde la ventana unos pájaros le indican el camino con sus trinos. Su alma escapó por un orificio en la sien, lo abandonó en la madrugada del año nuevo. Ella lo acompañará pronto pero aún no lo sabe. Lo sabrá cuando se entere de la noticia. Se reunirán de nuevo el 14 de febrero y no se separarán jamás.


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Nadie nada nunca de Juan José Saer Adriana Azucena Rodríguez

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robablemente, entre los improbables lectores de estas líneas, casi nadie haya leído nada de Juan José Saer, nunca. Hay pocos títulos en librerías y un número reducido de estudios si se compara con la obra de otros autores de su generación o del llamado boom latinoamericano. Autor de más de veinte libros de narrativa, poesía y crítica, de origen siriocatólico, intelectual ajeno a los círculos bonaerenses, residente por voluntad propia en Francia y profesor universitario, Saer es un escritor que exploró diversas técnicas narrativas. Conforma un catálogo de influencias muy relacionadas con los movimientos literarios en que produce su obra, pero siempre marcadas por una preocupación personal. Me interesa, por lo pronto, el proyecto Nadie nada nunca, novela publicada en 1980, en un periodo particularmente experimental del autor, señalado por la reducción de la anécdota, combinación de voces narrativas, exceso de digresiones, juegos temporales y otros recursos que ya había desarrollado en obras previas. En general, esta narrativa me parece insoportable, por aburrida y presuntuosa; por insistir en proyectos que ya agotó la prosa de Proust, Joyce, las vanguardias hispanoamericanas o la noveau roman; por sus pretensiones líricas, su sintaxis acumulativa de paréntesis y oraciones subordinadas; por privilegiar, de todos los elementos del relato, la descripción; por el abuso en las licencias poéticas que supuestamente rechaza, y, sobre todo, por su desprecio al lector. No obstante, me interesa Saer porque logra, con frecuencia, envolver con la prosa en esa atmósfera asfixiante y de rutinas 76

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intrascendentes. A diferencia de otros autores —el puro juego lingüístico de Salvador Elizondo, el relato como metáfora interminable e irresoluble de Cortázar—, Saer recrea una exploración de la percepción del individuo, comunicada en una combinación de hechos intrascendentes y revelaciones de las que poco dirán el narrador o el personaje. Un relato de la percepción de los sentidos, sin intervención de la psicología pero sí de una forma de la conciencia poco frecuente. Además, este autor combina su obra creativa con una extensa labor crítica que ofrece pautas de lectura de su propia obra. De tal forma que la lectura de la novela resulta, si no un acto de contemplación, sí un ejercicio de diálogo. La estructura de la novela va del narrador en primera a la tercera; de un él que parece perfectamente fusionado con la conciencia del protagonista a un yo que vuelve a contar lo ya narrado, para mostrar nuevos matices de la conciencia o, por lo menos, de la percepción. "No hay, al principio, nada. Nada", es el lema constante de los episodios: y entonces, al final, tampoco hay nada. No hay sino descripciones: un caballo que ha sido encargado al protagonista, el Gato, el espacio interior y el espacio abierto de una isla, personajes que desfilan ante los ojos del personaje -Elisa, el Ladeado, Tomatis, el bañero-, las imágenes de los turistas que desfilan por la playa. El relato se ocupa de diversas percepciones del Gato: lo que puede ver, las sensaciones del baño, los escasos encuentros y diálogos con otros personajes, la atmósfera de preocupación en torno a la misteriosa ejecución de caballos en


la región. En sus aburridas conversaciones con vecinos y bañistas, sale a cuento la percepción de la violencia contra los caballos que, apenas en un guiño, parece aludir al clima dictarorial de ejecuciones anónimas. Incluso, otros vecinos llegan a lanzar la hipótesis de que se trata de una cortina de humo del gobierno para ocultar sus propias ejecuciones. O bien, el recuerdo de situaciones extremas que terminan por ser epifanías, como la del bañero que recrea su tránsito por el río a nado. Y así se suceden los acontecimientos que no culminan en propósito alguno, girando apenas en torno a la amenaza de ese "asesino de caballos" que, se insinúa, es un pretexto para la presencia de los militares —de quienes se sabe por las detonaciones que perciben todos los personajes, desde distintos puntos— en una época en que esta presencia implicaba la represión de la dictadura. Para 1981, un año después de Nadie nada nunca, publica el artículo "La novela". Según este texto, para Saer, la Nouveau Roman — movimiento francés de renovación de la narrativa— fue el único aporte decisivo a la novela, considera que lo que hoy llamamos "novela" es diferente al género que en los siglos pasados estuvo ligado a la burguesía; y cree, además, que la "inteligibilidad absoluta" a la que aspiraba la novela tradicional convirtió al género en una mercancía. Considera que el novelista sólo puede dar sentido a su trabajo si arranca a la novela, o al menos rechaza, lo "novelístico y novelesco" del género, a cambio de la exploración de lo no novelable: en resumen, escribir una novela es renunciar a escribir una novela, explorar las posibilidades de la lengua hasta que su único sentido sea la forma. ¿Qué es lo "no novelable"? A juzgar por esta Nadie…, un elemento de la conciencia humana que podríamos llamar la percepción. No la psicología ni el mecanismo de emocio-

nes del individuo ficcionalizado en el personaje, sino la percepción como primer conocimiento de un fenómeno mediante las impresiones que comunican los sentidos. El autor renuncia, pues, a señalar las coordenadas de la creación. Sin anuncios como "entonces se dio cuenta de que", "comenzó a leer", "se puso a reflexionar sobre" o "soñó que". En cambio, va presentando los acontecimientos al lector de tal forma que el lector debe percibir al mismo tiempo que el personaje. El narrador externo tampoco tiene ventaja alguna: por ejemplo, el capítulo XI inicia con un episodio totalmente fuera de contexto: "El Caballero, con toda seguridad, debía preguntarse, ya que los demás le eran exteriores, si lo mismo que que le pasaba a él le pasaba a ellos, es decir: que cada vez que los miembros del grupo -su hermana la señora de San Ángel, el pederasta Dolmancé, Eugenia de Mistival, cuya educación en materia de libertinaje habìa sido el pretexto para la orgía…" Varias páginas más adelante, la inserción de este episodio se explica por ser la lectura del personaje específicamente, de La filosofìa de tocador de Sade. Este autor francés es una influencia para Saer, pues en esta novela el erotismo no tiene ninguna relación con las emociones. Y, agregaría Saer en oposición a Sade, el acto sexual marginaría el pensamiento, para dejar el sexo en un asunto de percepción, exclusivamente. Desde ese principio, ofrece episodios eróticos bien logrados por mantenerse al margen de todos los elementos accesorios que se le han impuesto, como algún tipo de juicio moral ("El Gato va entrando y saliendo de su cuerpo con movimientos regulares que cambian de ritmo, de velocidad, de profundidad, de modo tal que por momentos el pene entra hasta el fondo, con un envión lento y calculado, volviendo a salir con la misma lentitud") o los sentimientos involucrados delatripa: narrativa y algo más, No. 21, Ene. 2016

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("por momentos Elisa siente una serie de sacudidas breves que se expanden como en ondas concéntricas por todo su cuerpo, estremeciendo al pasar todos sus músculos"); para centrarse en la construcción verbal del acto sexual ("Por momentos, la cabeza rojiza toca un punto crucial, en alguna parte, en el fondo, una especie de nudo que lanza radiaciones circulares y concéntricas que van llegando, a través de los órganos, de los tejidos, de los nervios, de los huesos y de los músculos, hasta la piel"). Lo que implica más un exploración en el lenguaje mismo ("y como las primeras no han terminado de expandirse, nuevas raciaciones se superponen a las primeras, de modo tal que su desplazamiento sin fin se instala en la mente y en el cuerpo de Elisa, eliminando todo pensamiento") más que en el acto en sí.

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Temas como el erotismo, la violencia o las revelaciones determinantes del individuo desfilan aquí según lo propone el autor en otro artículo "Narrathon", de 1973: "Narrar no es una operación de la inteligencia sola: es el cuerpo entero el que la realiza", por eso una novela como Nada, nadie, nunca desafía las posibilidades del lenguaje y las reglas impuestas por teorías o la tradición novelesca del escritor. Si el relato es un juego, como afirmó en ese mismo artículo -aludiendo con cierta ironía a otros escritores, pero también en una guía de lectura de su propia obra-, el escritor debe establecer las reglas, tanto en la novela como en la escritura crítica. El lector, por su cuenta, podrá así decidir si interviene o no en el juego. Todo, todos, siempre.


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La niña Todomepasa dice: por Jéssica de la Portilla Montaño

Carlos Slim vs. Chapo Guzmán: Por qué tu negocio pega más fuerte que el mío Hace muuuchos años, antes de que la marihuana fuera legalizada en bastantes pero bastantes estados de Norteamérica, y en uno que otro país como Uruguay (y de forma más reciente en Colombia, para uso medicinal)... Antes de que los padres de la regiomontana niña Graciela Elizalde, 'Grace', tuvieran autorización para importar un aceite derivado del cannabis para tratar con las graves crisis epilépticas causadas por el síndrome LennoxGastaut... Antes de que la Suprema Corte de Justicia de la Nación autorizara a los cuatro miembros del grupo Smart (Sociedad Mexicana de Autoconsumo Responsable y Tolerante, A.C.) para que cultiven y consuman la planta con fines recreativos... ...y antes, mucho antes de que el Chapo Guzmán fuera recapturado el 22 de febrero de 2014... ...y antes de que escapara, el 11 de julio de 2015, del penal federal de máxima seguridad El Altiplano gracias a un célebre túnel en la ducha...

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...y antes de que fuera recapturado el día de hoy, oh glorioso día 8 de enero de 2016... ...mucho antes de todo eso, su servidora tuvo a bien escribir el siguiente texto, clásico de la primera etapa de mi intento de blog, TodoMePasa.com, sobre cómo sería una guerra de egos y/o de billeteras entre Carlos Slim, el hombre más rico de México, y el Joaquín Guzmán Loera alias 'El Chapo'. En México aún no es legal la marihuana con fines medicinales excepto para la pequeña Grace Elizalde. Y tampoco lo es con fines recreativos excepto para las cuatro personas que conforman el grupo Smart, quienes, por cierto, dicen que ni siquiera fuman ni tienen intención alguna de hacerlo. ¿Cuáles son las consecuencias que ha tenido la legalización del cannabis en distintos estados de Norteamérica? Lo más reciente ha sido la epidemia de la heroína, que es 'el nuevo crack', porque según es de lo más barata y adictiva, y porque está en todas partes. Otra consecuencia es que periódicos como The New York Times y The Washington Post a cada rato publican artículos sobre drogas de


diseño como el Spice, vendida como 'marihuana legal' en internet, y drogas naturales como el Kratom, planta de Tailandia con efectos parecidos al opio y que ha hecho recaer a adictos a la heroína. La verdadera pregunta es: ¿Cuáles son las consecuencias en cuestión de seguridad y violencia de que en México siga siendo ilegal esta planta? ¿Si la marihuana 'saliera del clóset', habría más ricos o habría más pobres?, ¿se acabaría la corrupción?, ¿en Chiapas dejarían de darle Coca-Cola a los niños lactantes? ¿Bajará el dólar? ¿Subirá el petróleo? ¿Bajaré de peso?, ¿subiré otra vez 25 kilos en mi siguiente embarazo??? Piénsenle y a'i me avisan si se les ocurre algo. ¡Canvio y juera!

*** Carlos Slim vs. Chapo Guzmán: Por qué tu negocio pega más fuerte que el mío Hace algún tiempo hubo una graaan controversia casi constitucional: Javier Lozano le reclamó al hombre más rico de México por no crear más empleos. ¿Y qué hizo Carlos Slim en respuesta? Pues... ¡comprar la Secretaría del Trabajo! ¡OBVIO!!! Como primer paso, Slim contrató a David Henry Sterry para escribir en El Huffington Post un post con el título: "Narcotraficante mexicano oficialmente agradece a legisladores estadounidenses por mantener ilegales las drogas".

¿Que qué tiene que ver Joaquín Guzmán Loera, alias "El Chapo Guzmán", con Carlos Slim? ¡MUY SENCILLO!!! Carlos Slim quiere demostrar que la inimaginable fortuna de El Chapo NO se debe a la venta de narcóticos sino a la evasión de impuestos. Señor Chapo: debe usted tener máximo cuidado con lo que dice por celular. Por lo pronto parece que alguien lo grabó diciendo esto por accidente (según usté, la conversación ya se había terminado): "Nunca me habría vuelto tan apestosamente rico sin George Bush, George Bush Jr., Ronald Reagan, incluso el presidente Obama; ninguno de ellos tienen los cajones para detener todo el dinero que quiere que esto siga siendo ilegal. Desde el fondo de mi corazón, quiero decir, Gracias Amigos, les debo todo mi imperio a ustedes". ¿Que ni Obama tiene los cajones? ¿cAjones?, ¿"cAjones" con A? Pues... ah, ¡caray! Según David Henry Sterry (ya se aprendieron su nombrecito, ¿verdad?), el presidente Calderón se la pasa escuchando una rola de Peter Tosh llamada "Legalize it". —Oh sí — dijo un oficial cercano al Presidente, — ahora lo recuerdo, hasta parece que sucedió ayer. Felipillo está re loquillo y habla de Eliot Ness, gangsters y una ley de Prohibición. Acá, los niños juegan a que son El Chapo, el hombre más malo de todo el maldito pueblo". A Carlos Slim le brillaron los ojitos cuando David Henry Sterry dijo algo sobre "ganar

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billones de dólares en impuestos a las drogas (como se hace con cigarros y alcohol)". 1. Yo no sé cómo el autor afirma nada sobre el Presidente. En México, a nadie le interesan las intimidades de los mandatarios y mucho menos las de los Secretarios de Estado. 2. El misterio de "cómo es que Forbes obtuvo la contabilidad de El Chapo" se resuelve al descubrir que tenientes de distintos cárteles han abierto cuentas de Twitter para mantenernos al tanto de las últimas declaraciones de sus jefes. 3. El Chapo debe tener mucho cuidado porque es más fácil que lo agarre Hacienda por evasión de impuestos... Ahora: hemos hecho cuentas de todos los empleos que se generarían si fuese legal crear una empresa llamada "Churros el Chapo, Inc": *Contratar contadores, secretarias, gente de oficina, y darles capacitación. *Pagar el IMSS de: tenientes, comandantes, cocineros, cuidadores de tigres, campesinos y de tooodos los familiares. *¡Publicidad!!! Las pobrecitas televisoras se harían millonarias con anuncios de por qué

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preferir Acapulco Golden. Los famosos contratados donarán parte de sus ganancias a Centros de Integración Juvenil, así como Ana Claudia Talancón, Jesús Ochoa y Molotov acaban de financiar edificios nuevos para Alcohólicos Anónimos, cortesía de la Fundación Saúl Lisazo "para un Bacacho sin Cirrosis". *Anuncios en la publicación de Marco Beteta, quien nos deleitaría con la lista actualizada de "Los mejores 100 coffee shops para ponerse hasta la eme". *Fertilizantes para churros orgánicos (nada de "mota trasgénica, modificada para impedir el monchis"). *Promociones: En la compra de un kilo, te llevas gratis una pasta (raticida de a treinta varitos). O paga a 12 meses sin intereses... como la tenencia. *Vigilantes para que nadie se fume la mercancía antes. *Donar a enfermos crónicos es deducible. Ya, en serio: yo no sé por qué la hacen tanto "de tos".


Incipit

por Blanca Vázquez

Coloratura de la añoranza "Hacía una eternidad que no lloraba, enseñé a mi nostalgia a mantener los ojos secos." Herta Müller

La añoranza es esa emoción que revolotea los recuerdos y va apilando uno por uno hasta convertirse en un refugio apacible, o bien, en un espacio en donde todo se torna desagradable. El ser humano es un rompecabezas de añoranzas, añoranzas que se van arrastrando, que se dejan en un café cualquiera o que se extravían (casi a propósito) en un apretón de manos o en una cama de hotel. Nada de malo hay en añorar, por qué tendría que serlo, si se añora todo cuanto se puede; y es que al hacerlo se puede pensar que algo diferente se podría estar haciendo. A veces va uno transitando por la calle, con un rostro más que apurado y en la mayoría de los casos esos que nos miran piensan que tenemos prisa por llegar a nuestro destino, pero no, a veces es la añoranza que va dando pasos acelerados y se nos instala la nostalgia. Se piensa por momentos que una decisión pudo haber cambiado nuestro presente y de repente llega la tristeza. Y casi siempre, como con ganas de ahuyentarla se piensa en la próxima quincena, en la cita de la tarde, en la sonrisa de los hijos, en la pareja (si se tiene) o en cualquier pretexto para poder quitar ese estado que tan bien nos hace pero que al mismo tiempo nos convierte en un manojo de emociones

que se escapan del cuerpo y nos delatan ante los que nos rodean y creemos que nos vemos débiles. Se añoran los amores pasados, aún más cuando el que se vive no hace del todo bien y se acomoda uno en el recuerdo de aquellos instantes en que se sentía que se podía ser feliz; se añora la toma decisiones, las caricias no dadas, los besos fortuitos, los éxitos, los libros no escritos, los proyectos no acabados, la niñez, la juventud, la vida… y se revisa lo que nos rodea y se instala el crepúsculo de la desaparición como mencionaba Milán Kundera. Por ello es que se recuerda, no se quiere perder la añoranza porque es la idea del regreso, el sueño de un viaje sin retorno pero del cual no se quiere uno dar cuenta y traemos de todas las maneras posibles imágenes, olores, sensaciones, sabores y hasta pareciera que resuenan en nuestros oídos las palabras, esas que nos acomodan y nos calman para seguir la vida. Pero todo eso se estropea cuando dependemos de la añoranza para hacernos creer que todo pasado fue mejor y nada, nada hay por hacer en este terrible y estancado momento. Muchos de los libros que nos han acompañado a lo largo de nuestra vida como lectores tienen a la añoranza como punto de partida, pareciera que se delatripa: narrativa y algo más, No. 21, Ene. 2016

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logra una simbiosis y esos títulos se tornan entrañables, podrían desaparecer de nuestros anaqueles aquellos que nada han significado, esos que nos obligaron a leer en la escuela o los que creíamos que eran los adecuados para ser "dicen" más cultos, pero esos que traen a nuestro ser

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emociones tantas, esos que nadie nos los toque. Esos aunque pasen los años, se tornen amarillentos y se junten unos con otros, esos, se acomodan en nuestro ser y van formando parte de nuevas añoranzas y es que se añora la vida porque se sabe que no se podrá tener nunca otra.


Desvaríos de la freaky neurosis por Gema E. Cerón Bracamonte

Creer en ti mismo a pesar de todo "La lectura de todos los buenos libros es como una conversación con los hombres más selectos de los siglos pasados, que han sido sus autores". René Descartes.

¿Qué puede ofrecer al mundo un escritor incipiente? En primer lugar, ¿qué te hace desear ser escritor en un país donde la mayoría de la gente no lee? Es presuntuoso dar respuesta a ambas cuestiones, pues cada escritor tendrá sus propias ideas y motivaciones al respecto. Lo correcto, sería hablar desde mi experiencia y eso haré. Como escritora en formación, con cero trayectoria, con apenas un texto seleccionado en una convocatoria (dicen para publicar y aún no me la creo), en mi escuelita virtual, donde existe mucha deserción y apatía por parte de algunos compañeros, realmente no creo aportar más o algo mejor a la historia de la Literatura; aún estoy haciendo "pininos". Sin embargo, mi amor a la lectura, iniciado en la infancia, me hizo acariciar el sueño de ser escritora. Desde los ocho años descubrí mi vocación, escribí dos poemas, un breve relato e incluso representé a mi primaria ganando el tercer lugar por narrar un cuento. Y bueno, aunque mi inclinación a la escritura se reveló pronto, existieron demasiados obstáculos para llegar a la meta. Crecer en una familia con un padre ausente, una madre controladora, la cual por más esfuerzos realizados, nada era suficiente; te hacen cuestionar si eres capaz de lograr algo en la vida. ¡Vaya!, la

autoestima es la más golpeada en todo ello (¡oh sí!, Freud: tienes mucha razón, tú también Carl Jung, ¡no te pongas celoso!. Por favor expertos de la psique, ¡ayúdenme a superar esto!). Entender que eres tú quien siempre cuestiona la autoridad paterna, aquella que llaman oveja negra, aún seas una nena de cinco, ocho, diez años, adolescente e incluso en la vida adulta, ¡eso es intenso! (Ni siquiera entiendo tanto acoso, siempre fui buena estudiante, nunca busqué problemas y jamás reprobé una materia). A pesar de todo, yo deseaba seguir el camino de las letras. Primero, estudié una licenciatura (sabía que nadie apoyaría mis locuras). Una profesión me daría el dinero necesario para estudiar y convertirme en "Maese Literato". No todo ha salido en base a lo planeado y lo confieso, este es mi cuarto intento por alcanzar el anhelado sueño (espero no claudicar o fracasar antes de lograrlo). Trato de aferrarme a la idea y juro hay días en los delatripa: narrativa y algo más, No. 21, Ene. 2016

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cuales el peso de mi propia vida es abrumador. ¿Quién lo diría, no? si me la paso sonriendo todo el tiempo.¡Ja! Así es este negocio, ¿te rindes o lo intentas?, enjugas las lágrimas, lavas el rostro con agua fría, te metes al "face" para ver los memes y demás tonterías publicadas, las cuales de tan absurdas parecen infinitamente graciosas. Respiras, observas a tus hijos (debes darles un ejemplo de superación), te das cuenta de la maldita frustración que arrastras y aun así continúas. Creer en ti mismo, ¿creer en ti mismo?, ¡qué fácil parece!, se escucha grandioso, como una cursi postal, un libro de Paulo Coelho o Carlos Cuauhtémoc Sánchez (¡Por las barbas de Freud!, ¡no puedo superar el trauma provocado por leer a estos autores!). Inflar los pulmones, agarrar fuerzas de Dios

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sabe dónde y reprimir estas ganas de dejarlo todo y salir huyendo. Descubrir, a pesar de esto, la resiliencia dentro de ti; esa capacidad de enfrentar las situaciones límites y salir fortalecido con ellas. ¿Y qué importa si la mayoría de la gente no lee?, igual quiero escribir. Deseo probar mis capacidades, superar el miedo, quizá escribir alguna buena historia para la posteridad, no defraudar a quien deposita la confianza en mi trabajo (como el poeta loco que insinuó podía realizar una columna), aprovechar las oportunidades de la vida, de eso se trata todo. ¿Y el dolor?, ¡bueno!, ese lo guardo en una botellita y lo utilizo para construir historias, todo es válido para un escritor. El sufrimiento también produce obras de calidad.


Nos vemos en el slam por Mario Pineda Quintal

Nos vemos en la cantina El centro de la ciudad de Mérida alberga edificios coloniales convertidos en negocios, algunos no tan legales, parques e iglesias en plena hermandad, un sinfín de paraderos de camión y las cantinas más emblemáticas del estado, lugares que actualmente atraviesan la etapa de la sobrevivencia de sus "estilos", ante la llegada de una moda que intenta imponer entre las mesas y la barra el comportamiento de los bares de la exclusiva zona norte de la capital yucateca. Esta transformación a lo fresa, más que ser una etapa evolutiva en la historia cantinera de Mérida, parece un cambio completamente radical con el objetivo de atraer a las personas temerosas al verdadero ambiente cantinero, para que por fin puedan decir al mundo "Yo ya fui a una cantina", con selfie incluido desde la mesa que apartaron con previa llamada telefónica o inbox. Aunque intenta conservar ligeros elementos, como las sillas y mesas de aluminio, la barra y la rockola, ya no se vive en ellas la fiesta de antes. Los parroquianos que antes eran gente del verdadero pueblo, el trabajador o los bohemios rebeldes de la vida artística, son ahuyentados por los nuevos clientes que llegan en automóviles y sugieren al dueño el servicio de valet parking, mientras no dejan de dañar el sabor de las cervezas con micheladas. La abundante botana que incluía un plato de comida si rebasadas la tercera ronda de cerveza, es reducida a las tiras de zanahoria, pepino y jícama

con chamoy líquido, cacahuates de marca y mini kibis; las meseras, dispuestas a tomar una copa pagada con el cliente, ya no son parte de la plantilla laboral y además aumenta la oferta cervecera con productos artesanales o de exportación (pero caros). Entre las cantinas transformadas hasta el momento, existe una que no adoptó estas nuevas características, sino, levemente, dio paso a la expresión artística de mujeres y hombres que defienden el ambiente de antaño que representa a una cantina yucateca. Me refiero a La Jardinera, cercana al barrio de Santiago, ubicada frente a una universidad privada y una casa donde ocurrió uno de los homicidios más sonados de Mérida. De lunes a viernes, La Jardinera respeta los ideales cantineros de botana tradicional, acceso a cualquier persona, la rockola con miles de canciones, servicio de caguamas y medias con sus respectivas promociones de tres por dos, baños sin un estricto plan de higiene y la colección de botellas vacías a un costado "para saber cuántas te tomates al momento de pedir la cuenta". Pero los sábados, además de conservar los mencionados elementos, la cantina se vuelve un espacio abierto al arte, en especial a la pintura y a la poesía. Esta apertura inició con la exposición de cuadros y esculturas visualizadas desde un punto erótico, sexual, porno y pervertido. Obras que bien delatripa: narrativa y algo más, No. 21, Ene. 2016

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pudieron estar en un museo, pero sus autores decidieron hacer algo que hace falta en el arte yucateco, invadir espacios con respeto, como decía el vocalista de la desaparecida banda de punk y ska La Mama Ruda y los Skatastróficos Hijos del Henequén. Luego, llegaron los versos. Los escritores reunidos alrededor de mesas pegadas (porque de manera individual son para cuatro personas), sin micrófono, sin el protocolo de una presentación curricular para levantar el ego, a viva voz, leyeron sus textos desde celulares, hojas y libretas. Otro sábado, escritores y pintores compartieron sus cualidades creativas para dibujar o escribir en las paredes. Al final del día, las paredes blancas de La Jardinera se volvieron únicas en el ambiente cantinero. Aunque igual puede existir otra por ahí, cerca del mercado, con esta faceta. Creo que el acercamiento al arte como lo hace La Jardinera, puede ser una de las acciones para la

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sobrevivencia de las cantinas céntricas y así evitar que se convierta en bar fresa. ¿Por qué?, porque atraerá a clientes que sin problema se toman un par de chevas viendo alguna pintura o escuchando un poema. Aunque sea un día de la semana, el don de los teclados le puede dar chance a alguna banda local para amenizar el ambiente (sin slam, para evitar botellazos), cosas así. No volverás un intento de foro cultural como lo que fue La Quilla o La Casa de Todos, sino que un día a la semana proponga un elemento más a la fiesta cantinera, un elemento pasajero pero que dejé nuevos clientes para los demás días y además, aunque suene trillado, acerque el arte que por diversas razones no tienen el interés de ir a un museo, la presentación de un libro o a escuchar música local, que no fuera trova tradicional o jarana.


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