Revista delatripa no 29

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NĂşmero 29 Septiembre 2016.

delatripa: narrativa y algo mĂĄs, No. 29, Septiembre 2016.


Revista

No. 29. Septiembre. 2016. Es un proyecto de la Catarsis Literaria El Drenaje, editada en Ensenada, Baja California. Revista de circulación mensual. Dirigida por Adán Echeverría. Edición. Larissa Calderón. Colaboraciones a romeolobos@yahoo.com.mx / Consejo Editorial: Narrativa y algo más

Alejandra Aké Sustersick, Joelia Dávila, Cristina Leirana, Larissa Calderón, Roberto Cardozo, María Nieto, Mario Pineda Quintal y Anel Mora.

Contenido

La misión perdida de Malaquías Verduzco (fragmento de novela) Marta Aragón Rodríguez ........................................ 3 El último sueño María Nieto ........................................................... 25 Pitonisa Paty Rubio ............................................................. 28 Diferencias y similitudes entre un empleado y el pasto de su oficina Jéssica de la Portilla Montaño ............................ 29 El hombre mosca Daniel Arturo Casanova Gómez. .......................... 33 El campanero de San Idelfonso Tony Canché .......................................................... 35 Hija del insomnio Damaris Cuevas .................................................... 37 General Horacio Jorge Correa ......................................................... 39 La zancuda Patricia Fonseca ................................................... 40 Algún día nos tocaremos el corazón. Antonio Javier Crespo Escalante. ........................ 41 Sí la ama. Blanca Vázquez. .................................................... 42 De cómo fluye el deseo. Oralia Ramírez Cruz. ............................................ 43 Tres relatos. Uriel Martínez. ...................................................... 45 La lluvia y la soga. César Rito Salinas. ............................................... 49 ¡Muy mexicano! Óliver Galera ........................................................ 50 Amigos. Jesús Fuentes ........................................................ 55 Naranjas dulces. José Trinidad Aranda Aranda .............................. 57 Feliz cumpleaños. Manuel Crespo ...................................................... 61 El Todo Incluido. Judith Almonte Reyes ............................................ 63

¿Quiénes escriben para niños en Yucatán? Silvia Cristina Leirana Alcocer ............................ 64

Columnas La memoria del pájaro Ángel Augusto Uicab. ........................................... 79 Mi punto de risa Roberto Cardozo ................................................... 81 La Niña TodoMePasa dice... Jéssica de la Portilla Montaño. ............................ 83 Incipit Blanca Vázquez ..................................................... 85 Desvaríos de la freaky neurosis Gema E. Cerón Bracamontes ................................ 87 Nos vemos en el slam Mario Pineda Quintal ........................................... 89

Imágenes portada e interiores de la Artista

Karime Ramírez Saucedo delatripa: narrativa y algo más, No. 29, Septiembre 2016.


La misión perdida de Malaquías Verduzco (fragmento de novela)

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es cayó de la chingada, a los padrecitos negros, saber que tendrían que regresar a su tierra con una mano enfrente y otra detrás. Habían trabajado muy duro en esta península reseca y caliente, para que los pusieran de patitas en la calle porque dejaron de ser bien vistos por los principales de España. No, señor, eso estaba por verse. Así que los mandamases de los frailes negros urdieron un plan: ¡Construirían una misión en un lugar secreto para guardar en ella todas las riquezas —que obtuvieron a punta de azotes y abusos contra toda la paisanada— abundantes en oro, piedras finas y perlas! Cuando escuchaba las pláticas de Malaquías Verduzco, se me llenaba la cabeza de pájaros que alborotaban con sus plumas el fastidio de las largas noches bajo el cielo raso. Siempre terminaban en el oro que existía bajo la tierra, tan cierto como la presencia del firmamento sobre nuestras cabezas. Hablaba de minas, vetas, tesoros, revuelto con anécdotas de su juventud, andanzas, amores y sus putas, que dicho sea de paso, las había gozado a sus anchas y escuchar de ellas me cosquilleaba la entrepierna y me daban ganas de hembra que aplacaba con mis manos o con visitas clandestinas o descaradas a las paisanas de Arroyo Grande. De toda aquella maraña de palabras, cuentos, invenciones o embustes —quién podría saberlo—, había una historia que brillaba como el vuelo de un pájaro de oro: la misión perdida de Santa Inés de la Sierra. Que hacía figurarme ríos de oro despeñándose hasta la playa; haciéndome sentir el frío del metal en mis manos e imaginarme dueño absoluto de aquel montón de barras de oro ocultas en lugar desconocido.

Marta Aragón Rodríguez Hacía cinco años que Malaquías y yo andábamos por caminos de sierras y desiertos buscando placeres, piedras finas y, sobre todo,: la misión de Santa Inés de la Sierra. —Se llamaasí porque los frailes la levantaron en lo más alto de una sierra; y no hay sierra más alta en toda a península que la de San Pedro Mártir de Verona —decía cada vez que andábamos por algún cañón lavando tierra en los arroyitos o en los aguajes—. Por eso es bueno andar por aquí, quien quita y un día de estos demos con ella, valecito. Tú nomás arrímate a este viejo que sabe de lo que habla. —En una de éstas nos hacemos ricos, ¿no, vale Malaquías?— pregunté entre burla y en serio, porque la historia era mi sueño más deseado. —Pues lo dirás de chiste, pero es la puritita verdad. Yo sé de lo que hablo. Sus historias empezaban con la misión perdida de Santa Inés de la Sierra y terminaban en alguna anécdota de juventud, alguna de sus aventuras de gambusino. Malaquías Verduzco era un hombre que si no hablaba con alguien, lo hacía con su mula, con el burro de carga o solo; a veces me hartaba de tanta palabra y ya no le contestaba. Sacaba su cigarro y entre fumada y fumada hablaba entre dientes o de plano se ponía a platicar a gritos con la mula para que yo lo oyera; yo me sumía en la vista de los cerros, en las sombras de las nubes o seguía el vuelo de los gavilanes. También pensaba en que si un día nos hacíamos ricos dejaría esta vida errante y solitaria. Pensaba que lo primero que haría, dueño ya de todo el oro de la península, sería conchabarme a una delatripa: narrativa y algo más, No. 29, Septiembre 2016.

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chamacona: trataría de convencer a la Chagua Martorell a que dejara a su marido y se juntara conmigo. Con oro en la mano, estaba seguro que me aceptaría. Mis pensamientos se esfumaban cuando Malaquías detuvo a la mula con un "ooo" largo y fuerte que llegaba hasta mi bestia que también paró en seco. Era la hora de instalarnos en algún sitio, siempre cercano a un aguaje o arroyo, necesario para vivir y para lavar la tierra que escondía chispas de oro en su interior. Sabía en dónde había agua porque conocía bien a la Domitila, y con sólo ver el movimiento de las orejas y cómo levantaba la cabeza, sabía que había agua cerca o la olía. Tenía tantísimos años por aquellas veredas que, como las bestias, venteaba la humedad. Nos deteníamos porque tal vez le había gustado el color del terreno o había visto señas de que había oro por ahí o lo había olido, porque presumía que sabía reconocer el olor del oro entre todos los aromas de la tierra. Todo se volvía actividad: desmontar, desensillar las bestias, descargar los burros, las alforjas, los tendidos, las bandejas, la polveadora. Instalar el campo, la hornilla entre las piedras Esa era nuestra vida, andar entre peñascos, escarbando en el polvo y lavándolo en las bandejas con agua de los arroyos y aguajes o en seco en la polveadora. Aquel armatoste de madera hechizo que montábamos y desmontábamos en cada lugar en el que parábamos con la idea de que allí sí la haríamos en grande, que nos encontraríamos tantas pepitas de oro como las gallinas encuentran semillas entre las piedras. La ilusión era lo que nos mantenía en aquella búsqueda. Cuando nos hartábamos de lavar polvo, asoleados, hambreados, sucios y con ganas de mujer, nos conformábamos con las escasas chispas de oro y regresábamos a San Telmo, cerca de la costa. Seguro que Petín 4

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Arce nos las compraría. Nos pagaba con mercancía, herramientas, cigarros y aguardiente. Todo lo apuntaba en una gran libreta negra. Después de bañarnos, emborracharnos, nos íbamos a darle una vuelta a las indias, pero eso sí, les llevábamos café y azúcar a cambio de que nos quitaran las ganas de coger. Luego, a hacer rumbo de nuevo, para donde Malaquías oliera el oro, que siempre era en dirección de la sierra de San Pedro, a lo mejor, un día de tantos, daríamos con la misión de Santa Inés. Así, contento, descansado, libre de nervios y soledades, escuchaba con atención su plática incesante, contadas con lujo de detalles. Sabía tanto de aquel hombre como si fuera mi padre. Supe que era muy blanco un día que lo vi con las nalgas descubiertas retozando a sus anchas encima de una india. Nunca imaginé que su piel fuera tan clara. El sol lo había tatemado como a un tizón de manzanita. —Vale Malaquías, no sabía que fueras güero. Ahora pareces leño quemado de prieto que estás— le dije después, cuando andábamos por el camino. —Pues para que sepas, desciendo de piratas ingleses y corsarios pichilingues que les robaban oro a los galeones españoles, cuando iban para Manila y sacaban perlas allá en La Paz. En mis antepasados hay Collins, Smith, Sanders, Green y Cullingford, puro corsario, puro aventurero. —Así, vale Malaquías, por eso tienes el culo güero y reconoces el olor del oro aunque esté bien enterrado en la tierra— quería desatinarlo, porque me encantaba escucharlo cómo subía la voz y se esponjaba como guajolote. Nomás le faltaba que le saliera el moco azul y colorado. —Lo dirás de chiste, valecito, pero así es— contestó muy digno y orgulloso.


Era hijo de Epitacio Verduzco Peralta y de Merceditas Green Altamirano, y había nacido en Santa Rosalía cuando los franceses trabajaban la mina de El Boleo sacando cobre hasta que se lo acabaron. —Pues valecito, para que sepas me bautizaron en la iglesia de Santa Bárbara que fue diseñada por el mismísimo Gustavo Eiffel. ¿Sabes quién es?— preguntó en un tono que debería sentirme muy honrado de que él, Malaquías Verduzco Green, se hubiera dignado en darme aquella explicación. —Ni puta idea. —Diseñó y construyó nada menos que la torre Eiffel en París— contestó mirándome desde su altura, parecía que estaba encima de una nube. —No sé dónde queda eso, vale, ni me lo expliques, porque no conozco otros lugares que no sean estos caminos secos entre las piedras— contesté con la intención de que no empezara con una de esas explicaciones que me dejaban más confundido que una res a la que le cayó un rayo cerquita. —Has de saber, vale, que trajeron a la iglesia de Santa Bárbara, desarmada en un barco y al llegar a Santa Rosalía, la volvieron a armar. —La han de haber traído nomás para que te bautizaran, ¿no, vale?— quería picarle la cresta y que se esponjara más de lo que estaba. —Lo dirás de chiste, pero casi; a don Gastón Flourie no le gustaba que los hijos de sus mineros anduvieran por Santa Rosalía sin quitarles el pecado original— contestó muy orgulloso, casi como si fuera el ranchero más rico de la región o un ricachón de Ensenada. —Bueno, vale Malaquías, si eres de tanta importancia, ¿qué chingados andas haciendo

aquí en el monte llevando esta vida tan jodida?— lo encaré, ahora sí, para hacerlo encabronar porque me caía muy mal cuando se ponía presumido. —Lo dirás de chiste, cabrón, pero no es así. Mira mis manos llenas de callos, cicatrices y arrugas. Estas manos las forjó ésta California. Cada vereda de esta península, una arruga, cada cerro un callo; cada cauce seco, una cicatriz en medio de la arena, de la tierra seca, partida, cuarteada igual que esta cara arrugada de ver tanto sol, de tantas llovidas y secadas a puro sacudirse el frío mojado, de recibir tanto golpe del viento norte cargado de arena. Además, tú qué sabes, si eres más pendejo que mis burros, porque ellos de perdida me escuchan cuando hablo y me comprenden. Tienes años conmigo y aún no sabes nada. La tierra habla, está viva, abre los ojos y deja de estar pensando en que tienes ganas de coger. Piensa eso hasta que tengas a una vieja debajo de ti, antes aprende la lengua de las piedras, de la arena, del viento, de los cerros, y vas a conocer los secretos de la tierra. —¿Sabes qué, vale Malaquías? A mí se me hace que tanto cigarro y tanta habladera ya te descompusieron la cabeza. Estás loco, vale— le contesté con la intención de que se callara y dejara de decir tanta pendejada. —Lo dirás de chiste, pero una vena de locura llena al hombre de aires superiores— contestó mirando a un punto desconocido más allá del camino. Misterios que nomás me embrollaban la cabeza. —¿No te digo? Creo que ahora que anduvimos por El Cuatro, las kiliwa te dieron toloache o fumaste mucho tabaco coyote o mucha mota. Estás diciendo puros desvaríos o de plano ya estás chocheando.

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—Lo dirás de chiste, pero valecito, tú no sabes las cosas que yo sé. Además, los viejos nos volvemos sabios con el paso de los días . —No me vayas a salir ahora, vale Malaquías, que diste con la misión perdida de Santa Inés de la Sierra y allí descubriste la razón de la vida y ahora eres un sabio. —Lo dirás de chiste— dijo, y por primera vez se quedó callado. Algo muy frío me corrió por el espinazo y por primera vez, también, en muchos días me di cuenta que Malaquías Verduzco se había vuelto pequeño. Ya no era el hombrón que paleaba polvo buscando oro ni el que le daba con ganas a la polveadora. No supe a qué horas se volvió diminuto, sin dientes, calvo, una pasita perdida entre la ropa que traía encima para aguantar el frío de las montañas. Tampoco me había fijado en aquel brillo extraño de sus ojos que hasta ahora descubría eran verdes. La cara aún era ancha porque la barba gris la abultaba, pero el resto parecía una brizna de yerba al viento. Reparé en sus manos, enormes como siempre, pero huesudas, me hicieran recordar las garras de un águila que vi una vez, temblaban sobre la cabeza de la silla de montar. Seguimos nuestro camino entre los cañones que bajaban de la sierra, en medio de los cauces secos de los arroyos que salían en tiempo de lluvia. Yo guardé silencio, no quise irritarlo de nuevo, algo se había quebrado ese día, como un hilo delgado con la resistencia vencida. Malaquías siguió mascullando entre dientes, parecía que hablaba consigo mismo y no con Domitila y con los burros como era su costumbre. Yo me aislé en mis pensamientos, no me quedaba de otra, las cosas no corrían con la facilidad acostumbrada. Recordé que cuando fuimos a visitar a las indias, no lo había visto durante una semana. Yo andaba muy encanijado 6

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con la Teresa Álvarez, una indiona maciza y carnuda. Estar con ella era olvidarse de todo, sólo se pensaba en explorar sus oscuras y calientes humedades, ahogarse en su boca mordelona y perderse entre su carne morena y abundante. Teresa Álvarez era lo más parecido al cielo. Si ella hubiera querido, habría dejado las veredas y las ilusiones de oro y piedras finas, pero ella se iba con quien le daba la gana. No tenía marido de planta ni reglas ni rienda ni dueño ni dependía de nadie. "Siempre que vienes andas muy ganoso, por eso me gustas", me decía en la oreja cuando me aplastaba con todo su cuerpo enorme y prieto y me hacía olvidarme hasta de mi nombre. Sí, el viejo había estado ausente de El Cuatro por días. ¿Por dónde habrá andado?, pensé, ¿a dónde canijos se habrá metido todos esos días? No vaya resultando cierto lo de la dichosa misión perdida. 'No vaya resultando cierto' y aquella idea se me metió en la cabeza como las queresas de mosca se anidan en la carne o en las matadas frescas de las bestias. A la caída de la tarde acampamos junto a un aguajito. Por primera vez en los cinco años que llevábamos recorriendo la sierra, no hablamos nada. Malaquías seguía en una conversación para sí mismo. Creo que lo había irritado bastante. Pensé que al día siguiente se le bajaría aquella desacostumbrada luna y volvería a ser el viejo hablador y mentiroso de siempre, pero no, en aquella ocasión el cielo no estuvo de mi parte, un inesperado aguacero nos cayó encima toda la noche. A la mañana siguiente lo encontré sobre su tendido temblando por la fiebre. Desvariaba. —¿Amaneciste malo, vale Malaquías, te duele algo?— pregunté preocupado al verlo tiritando de frío y ardiendo en calentura. —Allí esta, mírala. ¿No escuchas las campanas? Llaman a muerto, a funeral. Fray


Bruno de Montejano ha muerto— decía en voz alta, con los ojos queriendo salirse de las cuencas. —¿Quién? —El cura, el cura se murió. ¿No oyes las campanas?— me contestaba como si escuchara y viera aquello que decía, pero que por más esfuerzos yo no miraba nada. —No oigo nada, valecito y no me digas que lo digo de chiste, porque es verdad, no oigo nada. Es mejor que hagamos rumbo. Aquí nomás al pie de la sierra, al rancho de los Murillo, Santa Clara, y allí pueden ayudarnos. Doña Apolonia es muy buena para curar con yerbas. Haz un esfuerzo valecito y levántate a que te dé el sol y te seques. Déjame ir por las bestias, levantar el campo y nos vamos. El rancho Santa Clara estaba unos veinte kilómetros abajo. Era sitio obligado de quien subía a San Pedro. Allí vivían los Murillo desde hacía generaciones. Criaban ganado y tenían una gran huerta de frutales, las mejores manzanas de la región. Doña Apolonia era la más vieja de los Murillo, algunos decían que pasaba los cien años. Nadie sabía su edad exacta, pero ella se acordaba del tiempo en que los pai pai y los kiliwa quemaron la misión de Santa Catarina Virgen y Mártir. Era una mujer que dejaba en claro su origen nativo. Tenía la cara ancha como una luna oscura, la piel tan arrugada como las veredas de la sierra. Era gruesa, de andar pesado y voz baja, una mujer muy vieja de manos nudosas y ojos color miel con una luz insólita para su edad avanzada. —¿Doña Polita, qué tiene el vale Malaquías?— pregunté, muy preocupado, a la mujer que en aquellos momentos limpiaba el sudor de la frente del viejo. —Está muy malo el Malaquías, muy malo.

¿No sabes por dónde ha andado estos últimos días? —¿Por qué lo pregunta? —Parece que le soplaron en la cabeza los tjuep. Es malo andar solo de noche por la sierra. A veces los tjuep andan sueltos y le soplan a la gente en la cabeza. —¿Los tjuep?— Malaquías Verduzco jamás me había hablado de ellos. Nunca me había dicho de su existencia. Me estremecí. En la mitad de la noche, envuelto en una oscuridad tan espesa como el hollín que se pega a los sartenes y en los desvaríos del viejo, me parecía escuchar rasguños en las paredes y el techo, pensaba que serían los tjuep que venían por Malaquías y que a mí me llevarían entre las patas. Así estuve hasta la primera claridad del día, cuando por fin, pude pegar los ojos.

2 Cayó una lluvia larga que duró días. Yo la miraba desde el cuarto en donde estaba tirado Malaquías. El viejo seguía desvariando, privado en calentura. De repente lloriqueaba y gemía: —¿Escucha las campanas? Se oyen cerquita, aquí nomás detrás del cerro. Ya mero llego. Ya casito… Ya casito… ya mero…. Guardaba silencio, resollaba como bestia asoleada. Se ponía como muerto. Yo me moría de miedo y pensaba: "Ya se lo cargó la chingada", pero luego empezaba a pegar de gritos y a decir cosas. —Déjenme, suéltenme curas del diablo. Es mío, mío, Déjenme. Se quedaba quieto como un difunto. No se escuchaba la respiración, el cuarto se llenaba de sombras y afuera aquella lluvia no paraba. delatripa: narrativa y algo más, No. 29, Septiembre 2016.

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El silencio se hacia mayor y en mi cerebro, el ruido de la lluvia sonaba como martillazos. Me empezaron a doler cabeza y cuerpo, me palpitaban las sienes y me rechinaban las coyunturas. "Ya se me pegó el mal de Malaquías", pensé. Fui a la cocina por una taza de café que me aliviara un poco. Allí estaba doña Polita trasteando en la estufa. Me ofreció un taco de frijoles con queso y me dijo que en lugar de café me tomara un bebedizo que tenía en una jarrilla. Le hice caso. Al rato, con el estómago lleno y con la bebida, desapareció el dolor y dejó de pulsarme la cabeza. Afuera la lluvia había quitado el polvo de los matorrales y dejó salir los colores. Pese a la lluvia se veía todo despejado. Los cerros muy azules y los ramajes frescos y verdes. Entraba por la puerta el aire húmedo, oloroso a salvia, a lentisco y a retazos de humo que salía de la chimenea, era el olor de los ranchos cuando llovía. Me sentí tranquilo y le pregunté: —¿Qué son los tjuep, doña Polita? ¿Por qué piensa que le hicieron daño al Malaquías? —Son los muertos que a veces salen a pasear por el monte en las noches. A veces hacen daño a la gente y les soplan en la cabeza. Dicen que te vuelven loco o te hacen rico, según la suerte que te toque— andaba ocupada con los quehaceres de la cocina, en aquel momento movía ollas y sartenes sobre la estufa. Me quedé pensando. "Creo que a Malaquías lo volvieron loco o… ¿lo habrán hecho rico?" la duda se me clavó en la mitad del pecho y me llenó la cabeza. Entró la Chagua Martorell, la mujer de Fermín Osuna y nieta de doña Polita, por quien yo sería capaz de ir a sacar oro a la mera punta del Picacho del Diablo. La vergüenza hizo que me quedara quieto como piedra. Agaché la cabeza, me sentí muy sucio y muy jodido. La miré de reojo. Si que estaba linda. Alta, morena, con la cabellera roja como 8

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un atardecer de octubre. Recordé que Malaquías siempre me decía que la Chagua se parecía a su hermana Rosalía. Su única hermana, la que le robó un franchute. Se la quitó, se la llevó a su tierra dejándolo solo, sin familia cuando apenas era un chamaco de doce años. La Chagua me ponía muy nervioso. Iba a salirme de la cocina cuando doña Polita me puso enfrente otra taza de bebedizo y otro taco de frijoles con queso. No pude pararme y salí de allí. Dije un "Gracias" y empecé a sorber el té caliente, siempre mirando de reojo el trasero de la Chagua que le movía la falda de un modo que hacía se me pusiera el pito muy duro. Se agachó y le alcancé a ver las piernas. El corazón se me salía por la boca y, a Dios gracias, yo traía un pantalón muy aguado y no podía verse el tamaño de mi liacho. "Con razón se llevó el franchute a la Chalía", me dije y para que no se notara mi mortificación, dejé que a mi cabeza entrara aquella historia que de tan contada por Malaquías, me la sabía de memoria, palabra por palabra. "Mi mamá murió cuando tenía cuatro o cinco años. Sólo me queda de ella un recuerdo borroso y el sentimiento de que alguien me quiso mucho. Me dijeron que murió de tisis. Al poco tiempo la siguió mi padre, pero él se murió a causa del trago. Le dio por tomar mucho después de la muerte de mamá. Aún lo recuerdo con la panza muy hinchada, vomitando sangre y diciendo desvaríos. Nos quedamos solos la Chalía y yo. Ella empezó a trabajar en la casa de los patrones y yo haciendo mandados a los mineros. Tenía ocho años cuando murió mi papá y la Chalía trece. La pasábamos bien en lo que cabe. Ella hacía las veces de mi mamá desde que nos quedamos huérfanos. Así la fuimos pasando sin que nos faltara ni la comida ni el techo, hasta que todos en la mina de El Boleo empezaron a llamarme cuñado. No había cosa


que no consiguiera gracias a mi hermana. Era bien recibido en todos lados. Yo me hacía el enojado, pero bien que me aprovechaba de los enamorados de la Chalía, a cambio de un salúdame a tu hermana o de un ayúdame a conchabármela. Fue cuando agarré el vicio del cigarro y el gusto por el trago, no faltaba quien me ofreciera cualquiera de las dos. Por esos días también aprendí que había oro debajo de la tierra. Eso lo supe gracias a don Patricio Recio, un viejo venido de la Sierra de Durango que había trabajado en las minas del Real de San Miguel del Cantil. Él me mostró las primeras chispas de oro que vieron estos ojos. Aún recuerdo el brillo dorado bajo la luz del sol. "Así como hay Dios en el cielo, hay oro debajo de la tierra", decía y empezaba a contarme alguna historia de entierros encontrados por alguien allá en su tierra. Ese viejo me enseñó el gusto por el oro. A veces salíamos a buscarlo por las serranías, lavando arena de los arroyos en las bateas. Así tuve mi primera chispa, era del tamaño de un grano de trigo, pero yo la veía tan grande como una pitahaya. Aún la llevo conmigo como un amuleto", decía Malaquías y la sacaba de un saquito de gamuza que traía colgado del pescuezo para mostrármela. "La Chalía se puso muy bonita y caminaba de un modo que hacía que todos los hombres la miraran. Vivíamos felices. Pero en una mañana, los patrones de la Chalía se regresaron a Francia y en su lugar llegó André Boisson, su esposa Monique y sus hijos. La Chalía entró a trabajar a la casa de estos nuevos patrones. No me di cuenta de cómo ni cuándo empezaron a cambiar las cosas. No supe a qué horas dejaron de decirme cuñado. La pasaba tan bien entre mi trabajo y las salidas al monte con don Patricio que no percibí el cambio. Una vez, al atardecer, casi oscureciendo, llegó la Chalía a

la casa con una mirada extraña. Le brillaban los ojos de manera inusual, tenían una luz extraña, como si tuvieran una lamparita dentro. Pero no se veía feliz, sino como estremecida por algo que yo no entendía. Pensé que se le había aparecido un ángel o la virgen. Después pensé que había visto al diablo porque la escuché sollozar por mucho rato hasta que se quedó dormida. Yo agarré el sueño, mucho rato después, pensando en que aquello no era lo acostumbrado. Al día siguiente, como si de repente hubiera despertado, me di cuenta que todo había cambiado: ya no me decían cuñado y lo peor era que se quedaban callados en cuanto entraba. Algunos me decían palmeándome la espalda: ¡Pobre chamaco! Yo estaba seguro que aquel "pobre chamaco" tenía más que ver con mi hermana que conmigo. Ella cambió, dejó de ser una chamaquita y se hizo mujer. Lo curioso era que dejaron de silbarle cuando pasaba. Cuando la Chalía llegaba a la casa apenas me hablaba, seguía siendo cumplida conmigo, pero ya no jugaba ni me contaba chistes. La casa se volvió silenciosa. Después de que comíamos, se quedaba sentada en el porche mirando el cielo, ausente, siempre con media sonrisa en la cara. Parecía que estaba viendo a la virgen con todo y angelitos. Un día me enteré que Madame Boisson y sus hijos se regresaban a Francia. "¡Qué bueno!", dije para mis adentros, así la Chalía volverá a ser la misma, porque a pesar de la pendejez de mis años, yo atribuía todo aquello a la relación de mi hermana con los Boisson. Hasta que un día, al despegar un ojo al amanecer, me topé junto a la almohada con una carta casi pegada en mis narices. Era de mi hermana. Se iba con André Boisson porque prefería morirse antes que vivir sin él. Las palabras brincaron ante mis ojos y se me apelotaron dentro de los sesos. Apenas si entendí lo que decía y, así sin creer, me fui a buscar a mi hermana a la casa de los Boisson. delatripa: narrativa y algo más, No. 29, Septiembre 2016.

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No había nadie dentro. Los muebles estaban cubiertos con sábanas. A mí se me figuraron fantasmas y así me sentí. Vagué por toda Santa Rosalía como perrito sin dueño. Todos me miraban con lástima. Algunos, me miraban con un brillo de burla. Don Patricio Recio me dio cobijo. "Pues te quedaste solo. Vale más que te vengas conmigo a buscar oro en los arroyos. Quién quita y un día te hagas rico". Pensé en que tendría razón, porque yo no tenía otra cosa en la cabeza que hacerme rico para irme a buscar al cabrón que me quitó a mi hermana y traérmela de vuelta. Se la había llevado como su puta. André Boisson era hombre casado. Me fui a vivir con don Patricio. Desde entonces empecé la vagancia, este andar por los caminos sin detenerme nunca, sin otro techo que el cielo ni otra cama que el suelo y no más pertenencias que las que puedo cargar encima de mí o de los burros. Tal y como me ves, vale, tal y como me ves." Luego se quedaba callado, y como era su costumbre, mirando un punto desconocido en la distancia. Volví a mirar a la Chagua. Amasaba para las tortillas en frente de mí. Podía ver la línea donde se juntaban sus pechos. Estaba concentrada en su trabajo. No parecía pensar en otra cosa. No tenía hijos. Pensé que si tuviera mucho dinero, tal vez ella quisiera, tal vez ella y yo. Decían que Fermín Osuna era un bueno para nada. Ella estaba absorta en su trabajo, pude verla a mis anchas por unos instantes. Traía un vestido floreado. No usaba chal, la cocina estaba caliente. Amasaba con rapidez. Tenía la cara brillante por el esfuerzo. La visión de sus manos sobre la masa, me hizo imaginarme que era mi cuerpo bajo sus manos. Casi pude sentir la suavidad de su piel y su calor. Me latía el corazón con fuerza, aquella mujer era el sueño de mi vida. Me sentía acariciado, casi feliz. No pensaba en el viejo enfermo al borde de la muerte. Sólo quería estar allí, emborracharme 10

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con el perfume de hembra que salía debajo de las faldillas de la Chagua. "Si hay cielo, me dije, debe ser estar pegado a esta mujer noche y día". —Llévale esto al Malaquías —dijo doña Polita regresándome a la cocina—, a ver si ya puede comer algo el pobre. Era un pocillo con atole de trigo. Olía a leche de chiva y piloncillo. La vieja conocía el gusto de Malaquías por el piloncillo. Me fui al cuarto que compartía con el viejo. Lo encontré en un momento de quietud, pero no parecía difunto. Estaba relajado, dormía y respiraba tranquilo. Me acerqué a él y le moví el hombro. Abrió los ojos y me miró: —¡Es mío! ¿Qué no entienden? —Malaquías, soy yo, ¿no me reconoces? — Al escucharme, me miró como si recién despertara.— ¡Ah, sí! Eres tú, valecito. Mira, estaba soñando. —¿Qué soñabas, vale Malaquías? —Cosas, vale, pesadillas, no sé, algo —dijo y sus ojos parecían mirar cosas extrañas. Los tenía muy abiertos y el ceño fruncido—, ya ves cómo es la fiebre. —¿Te soplarían la cabeza los tjuep, vale? le pregunté queriendo indagar que eran los dichosos tjuep. —¿Los tjuep? ¡Ah, sí, esos! Tal vez, no lo sé. —Dijo y agregó:— Tengo sed, vale, dame agua. Le acerqué un vaso de agua y luego le arrimé el pocillo de atole. —Te mandó esto doña Pola y vale más que te lo tomes. Estás muy débil, tienes más de tres días, privado por la calentura. Empínatelo, porque si no, la viejita se va a encabronar. La conoces .


—Sí, vale más. Para qué le buscamos tres pies al gato, si ya sabemos que tiene cuatro.

tiempos en que la mina era un lugar lleno de gente buscando oro de placer.

Fueron días tristes, pero a la vez con mucho de gusto. Ver a la Chagua Martorell hacía que aquellos días lluviosos se volvieran atardeceres de verano, con algunas nubes oscuras como cuando aparecía Fermín Osuna y se paraba junto a ella. Era un tipo sin más gracia y más chiste que ser hombre, que lo mismo sería un conejo, zorrillo o caballo viejo. No sé qué le había visto la Chagua. Estuvimos dos semanas en el rancho de los Murillo; por fin el viejo se restableció y pudimos hacer rumbo, pero no hacia San Pedro, sino hacia la costa, a San Telmo. Malaquías estaba delicado. Doña Polita nos recomendó esperar a la primavera para volver a hacer campo por la sierra.

Trabajamos duro con la polveadora. Más bien trabajé duro, porque el viejo, en cuanto paleaba tierra, se ponía muy pálido y empezaba a sudar.

Agarramos rumbo, pero tal y como imaginé, nuestra siguiente parada fue la mina del Socorro. Allí, a veces, después de la lluvia, las pepitas salían a flor de tierra, como si el polvo llorara lágrimas doradas, pero también lloraba puntas de flecha de pedernal, recuerdo de los nativos que antes andaban libres por los montes cazando venados y berrendos. Ahora vivían refundidos en Arroyo de León o en Santa Catarina, les había cambiado mucho la vida a los paisanos.

Me dio gusto verlo animado y dispuesto a sus pláticas interminables.

Pasamos día y medio en El Socorro, montamos la polveadora y nos refugiamos en un viejo cuarto de adobe que aún se mantenía en pie de cuando los Johnson trabajaron la mina. Aún corría agua por la acequia que habían construido para bajar los arroyos de la sierra para lavar el oro. Decían que sacaron miles y miles de dólares que nadie sabía dónde quedaron. Contaban que fue antes de la revuelta filibustera. Sí, algunos viejos aún se acordaban y Malaquías hablaba de esto cada que podía. Así me enteré de pelos y señales de aquellos

—Mejor siéntate aún no estás bien. Déjame hacer el trabajo a mí. Mira, está el tiempo bueno y no amenaza lluvia. —Sí, vale, no lloverá antes de la luna llena y aún faltan días. Sacamos suficiente oro y nos vamos. Espero tengamos suerte, así tendremos con qué vivir durante el invierno, que según parece va a ser muy llovedor, aunque aquí nunca se sabe cuándo será año bueno o año seco. Ha habido años tan secos que se ha muerto toditito el ganado.

—De seguro, vale, tú habrás tenido ganadito alguna vez, ¿no?— pregunté. —No, nunca he sido ranchero, aunque no me faltaron oportunidades. Y si supieras, tuve la chancita de ser tan rico y próspero como Knud Nilson. No cualquiera tiene chances de ese tamaño— me contestó, pero con el tonito que usó me di cuenta que iba a contarme algo muy sabroso. —Ahora sí que me sorprendes. Esa historia nunca me la has contado, vale. soy todo orejas y te aseguro que mejor que las de la Domitila, que ahorita anda medio dormida comiendo ramajes tiernos.— y dije para mis adentros: "A ver qué tan buena está la mentira que se va a echar". —Déjame echarme un trago para aclararme la garganta y pásame el tabaco para fumar a gusto mientras te cuento esto.

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Suspiré hondo y tranquilo. Por lo visto los tjuep no le había hecho nada en la cabeza al vale Malaquías. No le hicieron nada y me dispuse a escuchar aquella historia que esperaba estuviera lo suficiente larga y entretenida para que el tiempo pasara rápido y no sintiera el dolor de los músculos ni las piernas y brazos engarrotados de tanto estar parado paleando tierra y dándole a la polveadora.

3 Pasamos una temporada invernal larga y húmeda en San Telmo. Después de las primeras lluvias, una capa de tierno pasto cubrió los cerros. La gente andaba muy contenta, sembraron cebada y trigo de temporal en los potreros, para tener pastura en secas y que las reses engordaran con el rastrojo. Los días eran cortos, la mayor parte, lluviosos o sólo nublados. Las noches eran largas y heladas. Malaquías y yo, vivíamos en un cuartito de adobe que nos prestó Petín Arce para pasar el frío. La suerte había estado con nosotros y habíamos obtenido buen metal dorado de El Socorro, nos sentíamos tranquilos. Después de la enfermedad Malaquías no había vuelto a ser el mismo. Lo notaba ausente, con la mirada perdida en sitios invisibles para mí. La cara transformada por una emoción que no entendía. Una luz desconocida brillaba en sus ojos, y lo que era peor, el viejo duraba mucho tiempo callado. Cuando salíamos al monte a ver qué encontrábamos, porque nunca se sabía qué sacaría la lluvia de la tierra, él iba callado y pensativo, y era yo quien intentaba hacerlo hablar sin ningún éxito. "Ya ni platica con la Domitila", pensaba apesadumbrado, temeroso de perder al viejo, y no sólo porque lo veía como a un padre, sino porque aquel asunto de la misión perdida lo traía metido entre ceja y ceja junto con la Chagua Martorell, a medio 12

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pecho y dentro de las entrañas. Si había oro en ese lugar desconocido, yo tenía que encontrarlo. Así que no le quitaba los ojos de encima al viejo. Lo seguía de lejos a donde iba o lo engañaba para que no sospechara mis intenciones, porque aunque parezca curioso, Malaquías Verduzco hablaba mucho, de todo lo que pudiera hablarse en esta vida, pero cuando hablaba de la misión perdida se guardaba cosas; todas ellas importantes para llegar a ese lugar, si es que el viejo no hubiera dado ya con ella y tuviera escondido el oro en algún otro sitio. Así que vivía pendiente de todas sus palabras, de todos sus actos y correrías. —Vale, me voy para el monte, al rato regreso. —Bueno, Malaquías, nomás cuídate de los vientos encontrados, ya ves lo malo que te pusiste con la mojada, allá en la sierra— lo decía más con intención de que no se fuera sin mí, porque así no podría enterarme de sus andanzas. —Sí pues, pero acuérdate que mala yerba nunca muere. —Eso sí, Malaquías, no has de morirte nunca. —Lo dirás de chiste, pero así es. Le picó las costillas a la Domitila y salió a paso ligero de allí. Me quedé mirándolo hasta que se perdió entre los chamizales. Sentía la cabeza como un hervidero de gusanos, un mazacote sin pies ni cola, un enredijo sin principio ni fin, y el corazón atiborrado de sentimientos encontrados. Me sentía traidor con el viejo, pero por otro lado se me aparecía el recuerdo de la Chagua, revivía su falda floreada movida por sus nalgas, que de tan paradas, le alzaban las enaguas por detrás. Sus pechos muy juntos debajo del escote, los cabellos tan rojos como un atardecer, y por eso mandaba al carajo mi lealtad con el viejo. Temblando me fui al


cuarto, y allí me eché sobre el tendido con la intención de dormirme, pero en mi cabeza bullían cientos de pensamientos que no me dejaban pegar los ojos y olvidarme por un rato de Malaquías, de la misión perdida, y sobre todo, del ansia que me provocaba el recuerdo de la Chagua, que para mi mala suerte lo sentía en carne viva después de nuestra estancia en el rancho de los Murillo. Terminé divagando; inventaba cosas con la Chagua. La veía en tantas formas, desnuda y dispuesta frente a mí. Disfruté su amor, la tenía entregada, abierta y dulce como una granada. La gozaba con los ojos abiertos, y con mis manos buscaba la calma de aquella fiebre entre los muslos. Quedé dormido al fin. Me despertó el ruido que hizo la silla de montar al caer, y la voz potente de Malaquías hablando con la Domitila. Desperté malhumorado, me pulsaban las sienes, sentía la boca amarga y seca. Me incorporé del tendido y salí a ver al viejo. —¿Traes las alforjas llenas de chispas de oro, vale Malaquías, o te encontraste una veta de piedra esfín?- arremetí dispuesto a enfrentarme con él. —Ni lo uno ni lo otro, valecito. —Entonces, ¿a dónde fuiste?— dije como si yo fuera el patrón o el más viejo de los dos. —Hasta ahorita, no ha nacido hombre al que tenga que darle cuentas de lo que hago.— y se metió al cuarto a trastear en el fogón, un tibor adaptado como hornilla, que lo mismo servía de estufa que de calentón en los días fríos. —En esta casa la huevonada es muy grande —gritó desde el interior para que lo oyera—, ya nadie pone café para los que vienen asoleados del monte. La actitud del viejo me llenó de tanto coraje que sentí cómo se me desparramaba la bilis en

la boca del estómago. Me dieron ganas de agarrarlo a golpes, de decirle qué quién se creía que era, que si ya se había olvidado que en días pasados lo salvé de morirse que…, pero no hice nada. En cambio dejé que un pus negro me llenara el pecho y decidí vengarme porque estaba seguro que ya andaba sobre pistas para encontrar la misión perdida, y que iba a dejarme más pelado y pobre, que cuando nos encontramos en un camino desolado, años atrás. No iba a permitir que tal cosa sucediera. Malaquías Verduzco iba a darme mi parte a como diera lugar. Ese día empecé con mis engaños, mis traiciones, ese día me aparté de aquel viejo, que me había rescatado de morir insolado por los caminos de la península; del sentir despreocupado y libre de los gambusinos, ese día mi vida se fue por otros atajos, que esperaba me llevaran a la riqueza. Lo dejé en la casa haciendo café y comida. ¿Qué pensaba Malaquías? ¿Qué iba a estar siempre a su servicio? Me alejé de ahí, y como un coyote marrullero me fui a buscar las huellas que dejó la Domitila de ida y vuelta. Seguí las de ida por una vereda que se perdía entre los cerros, pero después de la primera vuelta del camino, las huellas desaparecieron. Miré los paredones que se alzaban a los costados y pensé que era imposible subirlos a caballo por lapronunciada pendiente. Intenté seguir su rastro y fue imposible, mis esfuerzos fueron vanos. Frente a mí la vereda culebreaba entre los cerros. Era una de esas travesías que deja el ganado cuando anda buscando qué comer. Caminé por ella durante un buen trecho, pero no había señas que nadie hubiera pasado por ahí. En algunas partes aún había cauces húmedos de la pasada lluvia, días atrás. Me regresé, un viento frío subía de la costa y me pegó en la cara, lo que terminó por enfriar delatripa: narrativa y algo más, No. 29, Septiembre 2016.

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mi coraje, pero mis dudas se acrecentaron. "A lo mejor los tjuep borraron las huellas de este viejo coyote y embustero, y por eso desaparecieron". Cuando llegué a la casa, lo encontré bebiendo un pocillo con café y fumando. —¿Ya se te bajó la luna? Vale más que no pienses tanto en la Chagua. Es mujer casada. Tiene marido. Fermín Osuna no está manco. Que no se te note tanto que andas caliente con su vieja. —El Fermín Osuna es un pendejo que vale para puritita verga— contesté muy altanero. —Valdrá verga o lo que quieras, pero la Chagua Martorell es la vieja de Fermín Osuna. —Tú, qué sabes, Malaquías, si jamás te has enamorado de ninguna mujer casada. —Lo dirás de chiste, pero sí que lo sé. Creo que la única vez que me he enamorado de una mujer, fue de una casada— tenía la mirada cambiada, y como siempre que se acordaba de algo que le llegaba hasta el bofe, se quedó mirando a un lugar que estaba muy lejos de nosotros. —Tú y tus cuentos. Por lo que veo, no hay nada que no sepas o que no te haya pasado.

—Pues lo dirás de chiste, pero sí, hubo una. —Vas a salir con que una de las patronas francesas del Boleo te quería para ella. Mira, conozco tan bien tus mentiras que adivino lo que vas a decir con tal de saber más que yo. Como si no te conociera. —Mmmmm. Esa mujer te tiene sorbido el seso, has de tener el cerebro hecho atole de tanto pensar en la vieja de otro. Pero mira, cabrón irrespetuoso, sí hubo una casada en mi vida. ¿Recuerdas que te conté que por poquito me convierto en ganadero, cuando estuve por un pelito de casarme con la hija de Knud Nilson, la Brunilda? —Pero nunca dijiste por qué no te casaste con ella. —No me casé con Brunilda Nilson porque su madre se interpuso— lo soltó de golpe con la intención de sorprenderme, cosa que logró. —Ya vas a empezar con tus embustes— contesté sin bajarme del macho. —Es tan cierto como que el Picacho del Diablo es el cerro más alto de la sierra, y de toda Baja California. Entre Brunilda y yo se interpuso su madre, Kathy Nilson— lo dijo muy ceremonioso y con toda la intención de picarme la curiosidad.

— Pues lo dirás de chiste, pero pocas cosas tiene la vida que yo no conozca— contestó mirando hacía ese sitio desconocido que parecía ver con los ojos de la mente.

—Si así me la pones, puede que te crea. Sólo una vieja iba a querer a un hombre sucio, vago y borracho como tú.

—Uta, mano, cómo eres de embustero. Qué tanto habrás vivido si no has salido de estos montes, y el único oro que has sacado apenas te alcanza para no morir de hambre. ¿No te has mirado, cabrón? Renegrido por el sol, viejo, apestoso, más pobre que un coyote, y de pilón borracho. ¿Qué mujer casada iba a fijarse en ti?

—¿Qué es lo que dices, pendejo? Sábetelo, baboso: Kathy Nilson era la mujer más bella que han visto mis ojos, y no ha nacido otra por aquí otra que se le parezca. Tenía cuarenta y cinco años y yo veinte. El viejo Knud se la pasaba haciendo negocios, y ella siempre estaba sola; y una mujer sola, a esa edad, tiene sus necesidades. Por aquel tiempo, trabajé una temporadita en el rancho de los Nilson, La

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Encinilla. Había veces que yo era el único hombre que estaba en el rancho y, pues todo se dio. Me echaba a Brunilda por las tardes, y a la Kathy pasada la media noche. Kathy sabía que me acostaba con su hija, pero por la cabeza de Brunilda no pasaba que amanecía en la cama de su madre, y que salía disparado de su cuarto, en cuanto empezaba a clarear. Así la pasé por un tiempo, durante las ausencias del viejo Nilson. —Pero preferías a la hija, ¿no vale? —No, aunque te sorprendas, prefería a la madre porque tenía un trato exquisito — contestó seguro de lo que decía—. Aprendí a quererla, y mucho. Era muy dulce y apasionada. Me enseñó los goces de la carne y aprendí a tener sentimientos dentro del pecho. Por dentro me llenaba de flores, como se llena el monte cuando llueve harto. Ya te he hablado de mi madre —continuó—, de tener la seguridad de haber sido amado, muy amado por ella. Pues con Kathy Nilson tuve esa seguridad. Pero como suele suceder en la vida, no iba a durar para siempre. Brunilda nos halló ensartados. Cuando abrí los ojos, después de haberme vaciado a mis anchas en las entrañas de Kathy, la Brunilda nos miraba con los ojos llenos de lágrimas. —¡Puta desgraciada, me robas a mi hombre!— dijo y se le echó encima a su madre. La golpeó, le tiró de los cabellos, le enterró las uñas. Quise quitársela de encima, pero Kathy gritó: "Suéltala, no la toques". Era su hija, era fácil de entender. Mientras me vestía escuché a Kathy decir: —Trátame de puta, pero yo amo a este hombre, y tú no vas a impedirlo. Brunilda le dio una bofetada y la sangre corrió de la nariz de Kathy, quien a su vez perdió el control y se fue encima a su hija como una

fiera. "Desgraciada", gritaba Brunilda. "Malaquías es mío, mío", decía Kathy. Era una lucha feroz. Intenté separarlas, pero fue imposible. Parecía un par de fieras en celo. Me sentí avergonzado, muy avergonzado por aquella situación inesperada y desagradable. Pero, vale, cuando se trata de mujeres, todo se pone patas arriba. Se pone terrible, incontrolable. Decidí irme de allí esa misma noche. Entonces tenía otra mula, Pánfila. La ensillé y me fui de inmediato de La Encinilla. No quise voltear a la casa, pero hasta mí llegaron los gritos, los chillidos, las palabrotas. Los ecos caían sobre mí como escarcha, que me enfrió tanto como un amanecer de diciembre. Anduve afiebrado, vagando por el monte. Fue la primera vez que Apolonia me salvó la vida, porque sin pensarlo, llegué al rancho de los Murillo; y aquella me salvó con puras cataplasmas de cebolla morada y manteca, y con sus cocimientos de yerbas del monte. —¿Y qué pasó luego, Malaquías?— Lo interrumpí antes de que la plática se fuera por otro rumbo. Quería saber en qué terminaba esa historia. —La vergüenza me hizo poner tierra de por medio por mucho tiempo. Durante años no me acerqué por aquel lugar, hasta que un día me decidí. Allí estaba La Encinilla, igual que siempre, vacía y casi sola. Habitada solamente por el viejo Knud Nilson y Pancho Chávez que se encargaba de cuidarlo. —¿Y ellas? —Nadie supo darme razón. Nadie sabía de ellas. Desaparecieron, se esfumaron. Tampoco se sabía de mi historia con la Bruni y con la Kathy. Apenas si me recordaron. Nada, vale, no supe más de ninguna de las dos, pero la que más me dolía era la madre; por ese amor de mujer lleno de intensidad. Aún la recuerdo. A delatripa: narrativa y algo más, No. 29, Septiembre 2016.

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veces sueño que viene y me arropa dentro de su cuerpo, blanco y dulce; me mira con aquellos ojos adormilados que tenía cuando estaba conmigo. Nos quedamos callados por mucho rato. Escuchábamos al viento chiflar por las rendijas. Por la ventana vimos las nubes, negras y enormes, cabalgar el cielo desde el sur, se acercaban amenazando lluvia. —Ahí viene el agua de vuelta. Voy a traer un poco de leña antes que llueva. Me salí de la casa. El aire me azotó la cara. Ensillé a la Domitila y me fui a unos varaprietales que están por ahí cerca. Necesitaba estar solo para pensar en mis cosas. Era verdad que la Chagua era casada, pero no había poder humano que pudiera sacarme ese sentimiento del pecho. Pensar en ella, me ponía por encima de mi gratitud con Malaquías Verduzco, quien me había recogido de un camino que salía de San Fernando Velicatá, por el que yo caminaba sin saber para dónde ni para qué, muerto de hambre y sed. La pasión me había llenado el pecho de humores negros. Estaba seguro que el viejo me ocultaba algo y que ese algo significaba mucho oro. Todo el oro con el que me había deslumbrado con sus pláticas. Había escuchado la historia cientos de veces, escuchado el nombre de Fray Bruno de Montejano, de los frailes negros, del enorme arcón de oro, de los cientos de barras y de otras cosas que, cuando hablaba de ellas, Malaquías se volvía confuso y vago. Terminé pensando en que "aquellas otras cosas" se trataban de un tesoro mayor y mucho más valioso y que si yo llegara a tenerlo, por fin la Chagua iba a ser mía e iba mandar a la chingada a su marido. Regresé con la Domitila que tiraba de un gran mazo de ramas de vara prieta, secas. Eché 16

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fuera mis corajes a punta de hachazos. Al poco rato, la leña se amontonaba junto al fogón. —Mira, qué bueno que dejaste a un lado la huevonada, no vamos a pasar frío en estos días, que no pasa de la noche sin que empiece a llover. Así fue, pasadas las diez empezó a lloviznar. Era como un arrullo aquella música de agua que caía sobre las láminas del techo, que no dejaban que las goteras convirtieran en diluvio el interior de la casa. Llovió todo el día siguiente. Mantuvimos el cuarto caliente gracias a la leña de varaprieta. Por ratos nos quedábamos callados. Aquellos extraños silencios de Malaquías me inquietaban. Desde su enfermedad, pasaba a cada rato. El viejo hacía planes para ir a sacar "aquello" de Santa Inés. "De seguro, —me decía—, está urdiendo cómo dejarme de lado y quedarse con todo, pero se la va a pelar: Qué se cree este viejo cabrón, que no me ha bajado de pendejo todo el tiempo, que él es el único con cabeza en toda la Baja California. Por mi madre que se va a llevar una sorpresa conmigo." Estaba echado sobre el catre. Malaquías fumaba sentado junto a la hornilla. El café hervía y llenaba el cuarto con su aroma. Me dio hambre y me paré a preparar una olla de macarrones con carne seca y unas cuantas tortillas de harina para que comiéramos. No quería que nada dejara ver los pensamientos oscuros que hervían en mi cabeza, como gusanos entre la mierda de los excusados de pozo. Salía de entre mi ropa ese olor amargo que brota de las letrinas durante las noches calientes del verano. Me sentía sucio, pero luego encontraba las palabras exactas que justificaban mis sentimientos. —¿Vas a hacer macarrón con carne, vale? Muy bueno para el frío. ¿Quieres que te ayude?


—No, valecito, mejor cuéntame algo, últimamente estás muy callado… ¿En qué piensas? —Me atreví a preguntar. Malaquías se quedó callado por unos instantes. —En cosas, vale, recuerdos. Me acuerdo de cosas que ya se fueron. Anoche soñé a la Calina, hace mucho que no me acordaba de ella. —¿Quién era, Malaquías? —Una cantinera que fichaba en La Política Alegre, una puta que se vendía por dinero o se daba por puro gusto. La conocí primero pagada con chispas de oro, después… por puro gusto. Ella decía: —Pa' ti, Malaquías Verduzco, soy gratis porque estás muy bueno. No me encuentro muchos como tú, así de sabrosos y buenos pa' coger. No te cansas, manito. Tú sí sabes pa' que sirve lo que tráis debajo de los pantalones. Hay unos que más tardan en bajarse la bragueta que en tener la monda más chorida que un trapo viejo. Además tienes unos dientitos que me hacen mearme de puro gusto, ¿verdad, manito, que tú si sabes? —¡Ya ni la friegas, Malaquías, ahora vas a salirme con que pareces burro, y que siempre traes el chile parado; viejo embustero, si parece que no tienes nada debajo de los pantalones! —Pues lo dirás de chiste, pero es la mera verdad. En cuanto me veía, la Calina dejaba a cualquier cliente, por billetudo que fuera, por mí. A esa vieja le encantaban los pitos grandes. Era una puta hecha y derecha, más que por dinero, lo hacía por gusto. "Para esto es la panocha, para esto y no para otra cosa", decía cuando la tenía bien ensartada. Valecito — continuó hablando como si hablara consigo mismo—, he vivido todo lo que un hombre debe vivir. Te lo he dicho muchas veces, conozco a esta tierra como a mis manos. El

campo, los pueblos, los mares. Subí caminando la Rumorosa. Escuché el viento hablar entre las rocas peladas de esos cerros. Mi vida ha sido andar, sin parar hasta que encuentre eso que sé, eso que aprendí a fuerza de entender el lenguaje de la tierra, de las aguas y del viento. Ha sido un camino muuuy largo y presiento que estoy próximo a encontrarme con mi destino. —¿Te irás a morir ya, vale? —No lo sé, no sé lo qué es, pero hay algo que no alcanzo a descifrar. Puedo verlo en los celajes del cielo, en las sombras que dejan las nubes a su paso y en el murmullo del viento entre los matorrales y piedras. Anoche soñé a la Calina. Ella ya tiene tiempo que murió de tanto hombre, tanto trago y tanto cigarro. También he soñado a Kathy Nilson que creo también murió. La he soñado tan blanca, tan rubia y luminosa. Me mira con sus ojos soñadores, tan azules como una mañana despejada después de la lluvia. Sonríe, besa mi cabeza y la aprieta junto a su pecho. Me dice que me quiere, que me quiere mucho, y yo me siento feliz. Luego despierto, abro los ojos y veo este cuarto miserable, escucho tus ronquidos y tu pedorrera. La verdad, casi lloro al descubrir que sólo soñaba; si antecitos estaba seguro que era verdad, que ella estaba conmigo, pero sólo era un sueño, valecito. —Y, vale, ¿No has soñado que encuentras el oro de la misión perdida? —Mira, aquel que logra llegar a la misión perdida, aunque sea en sueños, se convierte en dueño de la tierra y sus secretos. Las palabras penetraron, filosas como dagas, en mi cabeza. Estallaron dentro, formando verdaderos ríos de oro, que yo deseaba poseer. Afuera empezó a caer una lluvia suave y continua, que arrulló a un silencio del que no salimos el resto del día. delatripa: narrativa y algo más, No. 29, Septiembre 2016.

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4 —¿Alguna vez has deseado morirte? —Nunca he deseado morirme, vale. A mí me gusta la vida. Mira, observa, ¿qué ves alrededor? —Nada, vale, puras piedras peladas, polvo, arena, cerros, matorrales polvorientos y gachos. No veo más que eso, no hay nada que me pegue a la vida, nada. Pienso que es mejor morir. Así todo acaba. Dejas de pensar, sentir, sobre todo sentir. Desear y sólo conseguir comer polvo y tragar buches de viento, sólo eso, vale. A ver, dime, ¿dónde está el oro? ¿Dónde? Unas cuantas pepitas que sólo nos permiten vivir de fiado, esclavos de la libreta negra de Petín Arce. ¿Dónde están las riquezas, el oro, dónde están? No logro entenderte Malaquías, si sabes dónde hay tesoros, ¿por qué no vamos por ellos? ¿Por qué no conseguimos ese oro que cuentas? El que sacó de la tierra Fray Bruno de Montejano a punta de latigazos en el lomo de los paisanos. Se acabaron, vale. Casi toda la península quedó sin indios, sólo unos cuantos acá en el norte, que si no queman la misión de Santa Catarina, tampoco estarían aquí. ¿De qué sirvió tanto sacrificio, de qué, Malaquías? ¡Estoy harto de escuchar tus embustes! Harto de tus promesas y tus mentiras, de tu sabiduría que vale para pura verga. Seguimos por estas veredas, asoleados, más prietos que un troncón tiznado; hambreados, sedientos, sucios, polvorientos. Tú, de menos sueñas, pero yo, yo, ¿qué es lo que tengo? Nada y lo que más deseo en la vida tiene dueño. Malaquías me miraba con una expresión compasiva en los ojos. Se paró a la orilla del camino y echó a rodar una gran piedra por el barranco, que conforme bajaba agarraba más aviada arrastrando piedras, palos, troncones a 18

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su paso. La vi caer al fondo, se deshizo en pedazos que salieron disparados en el fondo de la hondonada. Luego miró al cielo. Un cuervo volaba en lo alto, hasta nosotros llegaron sus graznidos. —Si estuviéramos en alguna casa, diríamos que viene alguien de visita— dijo y se puso a rayar el polvo con una varita. Hacía dibujos extraños. Sonrió y dijo: —¡Ah, qué mi vale tan tonto! Mira, lo que pasa contigo es que tienes muy caliente la cabeza chica, y no te deja pensar bien, y no te va a dejar hacerlo hasta que te eches a la Chagua. Eso puede ser bueno y puede ser malo, malo. Bueno para tu chile que lo has de tener adolorido de tanta puñeta que te haces, pero muy malo para tu vida. Vas a querer más y más de esa mujer, porque estás enculado. Las pasiones a veces matan, vale. Sé de algunos que se han muerto por eso. —¿Si? Otro cuento más de seguro. —Pues lo dirás de chiste, pero así es. Ese fue el destino del Güero Castañeda. Lo mató Macario Álvarez, el marido de la Pin, una kiliwa mancornadora que se puso a jugar con dos hombres: el marido y el otro. En esta ocasión llevó las de ganar el querido que mató al Güero, que por cierto, no le sirvió de mucho, porque terminó por comer gaviota en la cárcel de Ensenada. —¿Gaviota? —Sí en la cárcel de Ensenada, les dan caldo de gaviota a los presos. Así que ya sabes a qué le tiras con esa pasión que por lo que veo, te está haciendo agua el cerebro. —Quisiera que te saliera algo nuevo del hocico. Tus cuentos me tienen harto. Estoy hasta la verga de ellos— contesté enfadado y con unas ganas de que por fin empezara el pleito.


—Mira, vale, te tengo mucha paciencia, pero ¿sabes algo? No abuses, porque va a salirte el tiro por la culata cualquier rato, y a mí me va a valer una chingada que andes con la luna, y atorunado por falta de vieja, porque el día que decida ponerte una chinga, te la voy a dar y te vas a acordar de mí el resto de tu vida, que por lo que veo, vale pura mierda, porque no ves más allá de tu sombra, sólo oyes el ruido sin sentido de tu cabeza y lo único que hueles son los pedos que te echas. Así que vale más que te calmes— y se fue a tirar otra piedra al voladero. Era más grande y arrastró con ella troncones, piedras y ramas. Cuando cayó al fondo, rebotó en varios pedazos que rodaron más abajo. —¡Cómo no quieres que ande con la luna, si no quieres decirme cómo encontrar el oro de Fray Bruno! ¡Nomás me engañas, Malaquías! — Exploté, con el deseo que de una buena vez por todas, me soltara sus secretos. —El viejo se me quedó mirando de arriba abajo. Tenía una expresión de lástima. Me sentí miserable, insignificante y tonto. Luego de un tiempo de verme de aquel modo, dijo: —¿El oro, vale? Ése, ése tienes que encontrarlo por ti mismo— y se fue derechito a montarse en la Domitila. No tuve más remedio que seguirlo. Íbamos para el cañón de Valladares a lavar arena del arroyo que corría allí, que siempre era generoso con nosotros y nos daba algunas pepitas. Cuando íbamos a ese lugar, nos parábamos en lo más alto de la cuesta para rodar piedras enormes desde lo más alto. Diversión de locos, pero qué más podría esperarse de un par de vagos con el cerebro cocido por un sol, capaz de derretir las piedras cuando brillaba con toda su fuerza. Malaquías cabalgaba adelante cabestreando los dos burros barcinos. Yo iba detrás en el

macho prieto, rumiando todo lo que hervía en mi cabeza. Estaba seguro de que el viejo iba dejarme fuera del oro, que no iba a darme una sola chispa, nada. Decidí espiarlo, fuera a dónde fuera. No iba a burlarse de mí con sus marrullerías. Era el mes de marzo, aún corrían los arroyos de las lluvias de invierno. Los matorrales tenían renuevos tiernos. El ganado de los rancheros ramoneaba por las laderas. Hacían veredas angostas entre el pasto que aún estaba verde. Había flores en el camino. Malaquías pretendía que lo viera: la vida renacía a pesar de las inclemencias, pero yo no quería ver aquello. Ni reconocer la belleza de la vida. Estaba amargado. El fracaso de aquella existencia errante y miserable, me apachurraba, me doblaba la espina, me volvía un hombre sin esperanzas. La rabia se hacía nudo en mi estómago. No podía entender la felicidad del viejo, su tranquilidad y satisfacción. Malaquías Verduzco era un hombre satisfecho, casi podría decir que pleno; palabra que le escuché decir al maestro de San Telmo en un discurso en las fiestas del 16 de septiembre. Malaquías me dijo: —Eres pleno cuando no te falta nada, cuando estás completo y feliz. Así era ese condenado viejo, pleno, parecía que no le faltaba nada y eso acrecentaba la idea de que ya estaba sobre las pistas del oro de Fray Bruno y que no iba a decirme nada, que iba a dejarme igual de solo y hambriento como me encontró en el camino que salía de San Fernando de Velicatá. Ya habían pasado cinco años de pepenar pepitas de oro por el suelo como gallinas y apenas lográbamos medio llenar el buche de macarrón y frijoles, y de vez en cuando, alguna lata de atún o sardinas en tomate, que aparte de los conejos, codornices y los escasísimos venados que lográbamos cazar, eran nuestros mayores lujos. ¡Riqueza delatripa: narrativa y algo más, No. 29, Septiembre 2016.

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de porquería que vale para puritita chingada!. De nuevo pasó un cuervo encima de nosotros, graznó como si avisara algo. "Visitas", pensé, pero quién podrá venir a vernos. "Nadie, nadie está tan loco como nosotros". Pasado medio día, llegamos al arroyo de Valladares. Estaba caudaloso por el deshielo de la cumbre de San Pedro. Aún había nieve en los sitios sombríos de la sierra. Por las tardes y en las noches, después de un día soleado, la nieve derretida bajaba arrastrando troncos y lo que encontraba a su paso, por los causes que abría para bajar hasta los valles y que muchas veces, no alcanzaba a desembocar en el mar. Era un día luminoso, fresco. Bajamos la cuesta por una vereda hasta llegar al arroyo. Olía a yerba del manso y, del monte llegaba el aroma a salvia y a lentisco. Las abejas zumbaban entre las flores. Hicimos alto en un sitio donde el agua hacía un represo y corría mansa. —Aquí anduvo el león, apenas hace un rato —Dijo Malaquías, sin acordarse de nuestra pasada discusión—. Mira las huellas, están frescas y ve cómo los ramajes aún se mueven como si acabara de irse. Creo —continuó al bajarse de la mula— que en denantes, aún están mojadas. Debe de haber huido en cuanto nos escuchó acercar. Por poquito y nos toca verlo, con lo que me gustan los pumas. Una vez, la Chepa Espinoza Cañedo —empezó a contar con voz muy alta—, una kiliwa muy entrona y fuerte, que mató a una leona vieja que se encontró en el gallinero. El pobre animal ya no podía cazar y se metió a comerse las gallinas, pero esta fregada india la mató de un tiro en la cabeza. Con Josefa Espinoza Cañedo, kiliwa de Arroyo León no se jugaba. Se casó con un texano mestizo de cherokee y cada uno hacía vida aparte como les daba la gana. De repente, se encontraban por los caminos, porque ella se la pasaba sacando miel de los 20

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enjambres para vendérsela a don Lorenzo Leyton, y la cera la llevaba a vender a una tienda de abarrotes de Ensenada, Casa Preciado, y con eso compraba provisiones para ella y sus hijos, porque tenía una sarta de chamacos que se la pasaban bañándose encuerados en el arroyo, y comiendo melones y sandías que sembraban los Ochurte en Arroyo de León. Cuando se encontraba con su marido en los caminos del monte, éste le decía: —¿A dónde vas, Josefa? —Voy chingar a tu madre. Déjame pasar, voy muy apurada. ¡Quítate del camino! Eran famosos sus pleitos, vivían de las greñas, pero estaban llenos de chamacos. En la noche arreglaban todas sus peleas en el tendido, pero al levantarse el mal humor volvía a apoderarse de ellos. —Este Josefa es un kiliwa muy malo— Decía el Tom moviendo la cabeza cuando hablaba de su mujer. Más que conmigo, Malaquías hablaba con la Domitila y con los burros. Pasó un cuervo graznando sobre nuestras cabezas. "Viene visita", dijo en las orejas de la mula. "¿Quién podrá venir a vernos hasta acá, Domitila, ¿tú qué piensas?" La Domitila movió la cabeza como si le dijera que sí, que alguien venía. Los burros empezaron a rebuznar de gusto cuando les quitamos de encima la carga. Por lo visto el viejo seguía molesto. Por un momento deseé que llegara esa visita que anunciaban los cuervos, para quitarme de encima aquel malestar que nos separaba a Malaquías y a mí como una pared muy gruesa y muy alta. Hicimos nuestro trabajo en silencio, lo que le tocaba a cada uno. Malaquías frió un sartén de papas y yo hice unas tortillas de harina. En las alforjas traíamos lo indispensable para sobrevivir en el monte: dos sartenes, una olla,


un comal, la cafetera, las provisiones guardadas en saquitos que se hacían de las piernas de pantalones viejos, en fin, lo indispensable. También traíamos las bandejas para lavar oro, y la mitad de un cuerno de toro que nos servía para prospectar el polvo de las piedras que molíamos; los sacos de dormir amarrados de los tientos de la silla, junto con una muda de ropa limpia. Empezaba a oscurecer cuando vimos que las bestias miraban para el camino que bajaba hasta el arroyo. —Parece que alguien se acerca —dijo Malaquías—, si los cuervos y las bestias no se equivocan. Cuando anuncian que viene visita, viene porque viene. Escuchamos una voz que se acercaba, una voz que cantaba: "A la orilla de un palmar yo vide una joven bea, su boquita de coral, sus ojitos dos estreas". Malaquías se incorporó de un salto: —El único que canta siempre esta canción es Epifanio Dueñas, don Pifas… ¡No puede ser, desde hace tiempo lo hacía bien muerto y enterrado! "Soy huerfanita, ayyyyyy, no tengo padre ni madre ni un amigo que me venga a consolar". El canto se diluía entre el viento y las ramas, pero al llegar al punto en que cantaba: "y solita voy y vengo como las olas del maaaaar", apareció un viejecito montado en un burro blanco, cabestreando otro cargado con alforjas de cuero pinto de colorado. Era un hombre diminuto con una cara pequeña y contraída por la falta de dientes. Traía una cachimba entre las manos, que en cuanto terminó de cantar se la metió a la boca y empezó a echar humo. Hasta mí llegó el olor a tabaco, a burro sudado y a viejo roñoso. Malaquías lo miraba sorprendido, tenía la boca y los ojos muy abiertos, como si estuviera ante un aparecido.

—No, Malaquías Verduzco, no estás viendo un fantasma. Todavía ando por aquí, vivito y coleando. El que si estiró la pata ya, fue Patricio Recio, dejó este mundo desde hace tiempo. —Don Pifas, ¡Cuánto tiempo! Casi no puedo creer que andes por estos caminos, animoso y aún buscando sin cansarse… —Ni detenerme jamás… Cada día que pasa me parezco más a la Baja California. Mira mi cara está más cuarteada que un cerro pelado por la lluvia— dijo al bajarse del burro en medio del humo que salía de su cachimba. Era diminuto, apenas más alto que un chiquillo de doce a catorce años. Flaquito, vestido con un overol de mezclilla, camisa de cuadros y un viejo saco de lana gris. Un sombrero de fieltro grasiento y de alas caídas lo protegía del sol, le tapaba la cabeza de cabellos blancos y enmarañados. La cara era redonda, con la boca desdentada, sumida entre las mejillas. Usaba barba, las cejas eran peludas y escondían unos ojitos muy vivos, de mirada inquieta. Le ayudé a desensillar y a bajar las alforjas. —Pásale al café, Pifas —dijo Malaquías muy comedido, mientras yo me hacía cargo de los burros y de la carga— y a comer algo, has de venir hambreado del camino. Mira tenemos papas fritas y tortillas de harina. La noche llegó con un leve resplandor amarillo sobre las siluetas de los cerros. Por el occidente se alzó un delgado gajo de plata, era la luna nueva que se columpiaba en el cielo, jugaba con el lucero de la tarde que brillaba junto a un pico de la luna. Yo hice mi tendido junto a la lumbre, aún hacía frío. Los viejos conversaban, yo dividía mi atención entre las palabras que pasaban sobre mí haciendo remolinos como plumas al viento y el cielo que poco a poco se iba llenando de estrellas. delatripa: narrativa y algo más, No. 29, Septiembre 2016.

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Pronto la luna y el lucero se perdieron en el horizonte y el firmamento se volvió hondo, oscuro tapizado de millones de ojos que me miraban. Desee que toda aquella inmensidad me cayera sobre el pecho y me aplastara. Así terminaría este destino, pensé, pero en eso las palabras dejaron de rodar como hojarasca al viento y penetraron en mis oídos. —¿Así que todavía buscas por los caminos, aún no paras de vagar queriendo encontrar lo inhallable, Epifanio Dueñas? —No busco lo inhallable, Malaquías. Tú sabes que busco algo real— contestó el viejecito con un tonito que indicaba que lo que hablaba era cierto. Imaginé sus ojillos reflejando la luz de la lumbre y dándole duro a la pipa porque hasta mí llegaba el olor a cachimba rancia. —Las historias de Patricio Recio. Recuerdo que le dije muchas veces que contaba puras patrañas. Ahora sé que no es así. Ese viejo hablaba con la verdad en la boca. Poco a poco he ido entendiéndolo así. Sí, éste es un camino muy largo. Sigo tus mismos senderos. Ahora tú eres un anciano que apenas hace sombra y yo un viejo que se achica día con día. —Debemos seguir sin perder las esperanzas. Es nuestro destino, Malaquías. —Así es, Pifas. ¿Quieres más café? —Sírveme otra taza y échale bastante azúcar —contestó don Pifas—, lo dulce me calienta los huesos. ¿Sabes? Cuando venía para acá, olfatee un olor extraño. Subía del pie de la sierra. Luego las piedras empezaron a hablar, murmuraban cosas, palabrerío, estaban muy alborotadas. En eso pasó un cuervo y dijo: "La muerte pasó por el rancho de los Murillo y se llevó a Fermín Osuna". Figúrate, Malaquías hay luto bajando los cerros, se murió un hombre. Tú sabes que los cuervos no se equivocan. 22

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—Sí, Pifas, anduvieron volando encima de nosotros avisando que venías. Así que te enteraste que Fermín Osuna murió. ¿Estás seguro del nombre?— Preguntó curioso mi compañero de andanzas. —Sí, Malaquías, lo dijeron los cuervos. Creo que las piedras lo vieron pasar volando en el viento. Estaban muy inquietas. Eso pasa cuando la gente se va contra de la voluntad de la Tierra. Lo hicieron irse, Malaquías. A ese hombre lo despacharon para el otro mundo. —¿Y qué más dijeron las piedras? ¿Te dijeron quién lo hizo?— preguntó Malaquías, no sabía si por preocupación o por chismoso. —No, nunca dicen tal cosa. Está prohibido. Un destino roto debe dejarse ir, seguir, volar para tener otra oportunidad de terminar lo empezado— Contestó don Pifas muy ceremonioso, demostrando que era más sabio que Malaquías por haber andado más tiempo por las veredas. Las palabras volvieron a remolinear sobre mi cabeza como pájaros agitados. No pude comprender más. El contenido de "La muerte pasó por el rancho de los Murillo y se llevó a Fermín Osuna", me taladraba la cabeza. "La Chagua es viuda ahora", me dije. "Es libre y puede tener otro marido. Quiero ser yo ese hombre para tenerla, abrirla con mi verga y dejarla preñada. Será mía cuando la preñe y tenga un hijo mío, pero para esto necesito oro, mucho oro. ¿Dónde estará el oro que dicen estos viejos desgraciados que hablan a medias, que dicen mucho y no dicen nada? Ojalá y les caiga un rayo y se los cargue la chingada, para sacarles la verdad de las tripas hediondas". Empezó a clarear y yo seguía con aquella fiebre que me llenaba la cabeza de palabras, todas acerca de la Chagua y de mí. Escuché los pasos de las reses cuando bajaban a tomar agua.


El escándalo de las chacuacas, los pájaros y las palomas que alborotaban en el aire con sus gritos. Decidí levantarme, cuando me acerqué para prender la lumbre, la encontré encendida y a don Pifas preparando café y poniendo a cocer frijoles en una olla. —No pegaste un ojo en toda la noche, muchacho. ¿Qué piensas tanto? —me preguntó con una vocecita maliciosa—. Las noticias no te dejaron dormir, ¿verdad? —¿Cuáles noticias? No sé de qué me habla. Don Pifas empezó a reírse. Se estremecía todito. Luego le pegó el jalón a la cachimba y después, me llegó un penetrante tufo a tabaco agrio, que por lo que veía a todos los viejos les importaba un carajo consumir cosas rancias, ya fuera tabaco, queso, manteca o la ropa añeja que usaban, como el cebo enranciado que les estilaba de los cabellos, de las orejas, de los sobacos, de toda su persona. Malaquías iba que volaba para el mismo rumbo: a despedir aquel tufo descompuesto, igual que este viejito roñoso que se burlaba de mí y me echaba el humo de la cachimba en la cara sin la menor consideración. Me encorajiné harto, pero me tragué la rabia: ¡Ya tenía demasiados problemas con Malaquías como para echarme otro más al lomo! —¡Ah, qué muchacho éste! —dijo con aquella risa sin dientes— Así es que no sabes de qué hablo. ¡Pobre de ti, pobre! Mira, mejor ándate con cuidado. No te metas a la boca del coyote, porque te va a comer, yo sé bien lo que te digo, lo sé muy bien. Preferí no contestar, aunque por dentro echa-ba lumbre y me preguntaba en lo que podría saber ese viejito hediondo, que estaba con un pie en el otro mundo y con todo y esto, me quería dar lecciones. Para consejos era suficiente con escuchar los de Malaquías que

era un experto en decir todo lo que debía hacerse, como si a uno la cabeza no le diera para otra cosa que hacer caso de todas las ideas que le pasaran por la mente a un viejo hablador y metiche. Por lo visto, don Pifas era otro Malaquías corregido y aumentado, parecía ser mal de los gambusinos. Así que ya iba a ser hora de que me apartara de aquella vida, si no iba a terminar igualito que ese par de viejos roñosos y chiflados que hablaban hasta con las piedras y repetían los cuentos que les contaban. ¡Bonito futuro me esperaba con aquellos viejos que les faltaban tuercas en la cabeza! Aunque, no podía hacer a un lado que ese par de chiflados estaban tras las pistas del tesoro de Fray Bruno de Montejano y que más me valía no demostrar ni una pizca de coraje. Me dispuse a preparar el desayuno. En eso llegó Malaquías con una ristra de codornices. Las desplumo y destripó y me las arrimó para que las guisara en el sartén. No había mejor cosa en este mundo que las codornices empanizadas con harina. Al rato, los malhumores mañaneros se disiparon con la panza llena. Don Pifas comía que daba gusto verlo, no les dejaba nada de carne a los diminutos huesos de las chacuacas, los chupaba hasta dejarlos pelones. Estaba tan contento que los ojillos le relumbraban de gusto. —¡Hace mucho que no comía chacuacas! ¡Qué rete buenas están, bendito Dios!— Dijo con la boca llena y la grasa escurriéndole por la barba. Era un milagro que hubiera soltado la cachimba, y no nos estuviera emponzoñando con el olor a tabaco viejo. Acabado el desayuno, dejé a Malaquías y a don Epifanio con su plática y, pala al hombro, me fui arroyo abajo a lavar tierra en las bandejas. Busqué un sitio muy apartado de los dos viejos que ya me tenían cocido el hígado con tanto palabrerío y tanto misterio. Llegué a un sitio sombreado por varios encinos, sauces y delatripa: narrativa y algo más, No. 29, Septiembre 2016.

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alisos. Un buen lugar para que el sol no me achicharrara la cabeza que me pulsaba por el desvelo pasado y la rabia contenida. Pensé que ya sin mí, ellos hablarían a sus anchas de sus secretos. El deseo de enterarme me carcomía el corazón, pero estaba tan molesto y harto de escucharlos que preferí alejarme. Si Malaquías a veces se ponía muy pesado, don Pifas le llevaba ventaja porque, de verdad, era una garrapata pegada en el fundillo. Aquella risita aguda, perforaba los oídos y todo lo que decía que iba a encajarse derechito en el hígado. Ya me las arreglaría para enterarme de sus misterios, ¡qué se creían ese par de viejos apestosos! Saqué un cigarro y me puse a fumarlo con calma. Mis pensamientos volaron estremeciendo mi pecho. "La Chagua es viuda ahora", me dije, "y tengo que ser su marido". El cielo estaba limpio, la brisa fresca movía el pasto y las flores blancas de la yerba del manso. En el represo abundaba el berro. Corté una rama y empecé a masticarla. El sabor picante me llenó la boca y me ardió al caer en el estómago. Bebí agua de la cantimplora y me fui a sacar arena de la orilla del arroyo. Eché un poco a la bandeja y empecé a lavarla. Giré la bandeja para que lo más pesado se asentara en el fondo. Fui tirando el agua sucia de polvo, hasta que quedaron en el fondo las piedrecillas más pesadas. Algo me hizo detener la bandeja. Una colilla de arena se detuvo en la batea. No podía creerlo, en medio de aquello brillaba una pepita de oro puro, tan grande como un garbanzo. Me puse muy contento y continué lavando arena. Al cabo de un rato tenía en mi poder una gran cantidad de chispas tan grandes como garbanzos. Nunca había visto tantas ni de tan buen tamaño y eran mías, porque nada iba a decir a los viejos. Ese oro era para llevárselo a la Chagua, ella tenía que ser mi mujer, a como diera lugar. Estaba decidido. Una idea me asaltó y se me clavó a 24

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medio pecho. Una desazón me hizo dejar de buscar oro y regresarme enseguida al campo: Debía ir al rancho de los Murillo. No fuera el diablo y a otro se le ocurriera ganarme con la Chagua. Tenía que irme de inmediato y esperaba que aquel oro fuera suficiente, o de menos sirviera para apalabrarme con ella. Al llegar le dije a Malaquías. —Tengo que hacer, rumbo, vale, necesito bajar. Tengo un dolor muy fuerte en el costado. Voy con doña Pola para que me de algún remedio. —Huele a oro recién lavado —dijo don Pifas alzando la nariz como cuando los toros ventean el agua— Aquí hay oro cerquita, muy cerquita. A mí se me hace— empezó a decir, pero lo interrumpí. —Mira con lo que sale, pues le ha de llegar el aroma de tanto oro que trae escondido debajo de los calzones —le dije ganándole el tirón.— Como a los pedos, el que primero lo huele es porque debajo lo tiene. De seguro de tanto hablar de tesoros ya hasta los pedos le apestan a oro, ¿no se le hace, don Pifas? —Mira, cabrón —me interrumpió Malaquías—, es mejor que te largues de aquí. Traes la luna bien canteada. Vete, a que te quiten el coraje y para que dejes de hacerte tanta puñeta, se te van a secar los sesos y vas a quedar más pendejo de lo que estás. —Sí, Malaquías, es mejor irme antes que me vuelvan loco entre los dos con tanto embuste. Ya hasta saben lo que dicen las piedras y ventean el oro. Han de oler la cagada seca que traen pegada en el fundillo, que ya creen que se les volvió de oro puro. ¡Viejos de mierda!— Les grité sin el menor respeto. —¡Lárgate a la chingada de aquí, cabrón y deja de estar jodiendo!


—¡Me voy a la verga! —¡A ensartar la verga, dirás, que estaremos viejos, pero no pendejos— Me gritó Malaquías para acabarla de rematar. Ya no pude contestar nada, la rabia me taponeó la boca. Mejor le piqué a la mula y salí al trote de allí. Iba camino abajo cuando me pareció oír voces que salían entre las piedras, murmullos como de plática cerrada. —Sí, Pifas, lleva el oro escondido. El pendejo cree que con eso va a comprar a la Chagua.

—¡Para lo que va a servirle al cabrón. No sabe en lo que se va a meter. —Déjalo, Malaquías. Tú bien sabes que se aprende a golpes. —Sí pues, cómo te decía… Las voces se diluyeron entre la brisa, se confundieron con el murmullo del agua. "Debo estar igual de loco que ese par de viejos deschavetados", me dije, "Vale más que le pique las costillas a la mula y me aleje de aquí cuanto antes".

—Y lleva su buen bonchecito.

El último sueño María Nieto

e encontraba recostado, abrigado en el contorno de su cama. Por su respiración y el movimiento de los ojos bajo los párpados, se notaba inquieto. Fue dos horas más tarde que junto con la noche se aquietó. Apacible y amalgamado a las sábanas, quedó como una imagen suspendida en esa hora de la madrugada, cuando lo único que anunciaba el paso del tiempo era el canto de los grillos alcanzando las esquinas, atravesando el espacio envuelto en el manto de la invisibilidad. Alguna que otra luz se agitaba tras la ventana al costado izquierdo de su cama. Una ligera mueca en el rostro alargó su boca y en su mejilla se dibujó un pequeño cráter, un gesto sutil que asemejaba una sonrisa. Tal vez soñaba con esos ojos que en cada despertar le acompañaron y cuya ausencia le producían una angustia indescriptible. Tal vez soñaba con la sensación de

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vaivén que lo devolvía a ese estado oceánico y remoto de absoluta tranquilidad y calma. En algún momento, la luna amenazó con opacar la luminosidad de las luciérnagas imantadas en los cristales. Su sueño parecía profundo entonces, indiferente al canto de los grillos y a esas luces que se deslizaban horizontales en la transparencia de la ventana. Transcurrido el tiempo, aparecieron muecas en su rostro, primero sutiles, después abruptas. Se hizo evidente la inquietud de su cuerpo bajo la sábana. Un sonido proveniente de su boca cortó el aire como el frío que arreciaba afuera. Una actividad invisible se advertía en sus reacciones repentinas, su respiración se tornó irregular como si el ritmo de sus sueños aumentara, pero en realidad ya no soñaba, hacía horas que transitaron por su mente las últimas imágenes y recuerdos entrelazados con el dodelatripa: narrativa y algo más, No. 29, Septiembre 2016.

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lor que anulaba toda posibilidad de hilvanar cualquier palabra o pensamiento. Conforme avanzó la noche su rostro se fue transfigurando. Sus labios se inquietaron al intuir esa presencia cuyas manos cálidas cayeron instantes después sobre su cuerpo. Lentamente abrió los ojos azules como el cielo del día que antecedió esa noche. Las pupilas dilatadas en medio de ese cielo. Fue envuelto en un abrazo, fue mecido con delicadeza al mismo tiempo que una voz muy baja, apenas para sus oídos, le hablaba como queriendo adentrarse más allá de sus huesos y le sembró en la frente un beso para siempre. Su cuerpo sensible al tacto, alcanzó la completud y todo volvió a la tranquilidad de antes. Ella se apartó de la cama, caminó sin hacer ruido, miró a través de la ventana. Sintió frío. Se acercó a la silla mecedora colocada a los pies de la cama, se enredó en un chal y permaneció sentada. Los grillos dejaron de sonar. No fue evidente en qué momento dejaron de hacerlo. Había tanta calma, que no fue perceptible el instante en que acallaron. Al mirar por la ventana, la luna también se había ausentado y aquellas mágicas luces que asomaban se apagaron. Fue el frío quien hizo que me percatara de su ausencia. No puedo decir la hora, porque no había reloj colgado en la pared, ni sobre los burós que como guardianes resguardaban cada lado de la cama. En su cuerpo se advirtieron signos de sofocación cada vez más frecuentes, hasta que repentinamente se quedó impasible y segundos después, en una exhalación rompió el silencio. Su rostro y sus ojos se volvieron otros, se vaciaron. A quien escuchaba en esa hora cercana al alba, le sobrecogía el sonido profundo producido por las palomas, más como un llamado 26

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que como un canto, como un anunciamiento. Unas manos, estas vez menudas y pequeñas, encendieron cuatro velas alrededor de la cama para resguardar su último sueño. El ambiente se hizo cálido. Leves sollozos me despertaron de ese viaje de acompañamiento. Estuve toda la noche, todos los días desde su nacimiento observando sin bajar la guardia, sin cerrar un instante los ojos. Ella se levantó sin hacer ruido, le observó unos instantes. Luego, lentamente se cambió de ropa, se arregló el cabello, se calzó los pies de luto y volvió a sentarse. La luz del día fue llenando la habitación. Sus pies bajo las sábanas asomaron buscando el suelo. Se incorporó hasta quedar de pie frente al gran marco de la ventana. Miró a través de él. Se llevó las manos al rostro, se tocó los ojos y luego recorrió su frente siguiendo la curvatura de su cabeza. Sus dos manos se encontraron al final de los brazos para anudarse y después separase como dos alas que se extienden para iniciar el vuelo. Sus ojos que miraban calmos recobraron el brillo y el azul intenso del cielo volvió a ellos. La percepción del tiempo había cambiado. Su visión era tan amplia que el espacio se había desplegado frente a él en un sólo horizonte, donde podía ver su cuerpo rígido tendido sobre la cama. Finalmente su imagen se evaporó, desapareció como la luna y las luciérnagas desaparecieron horas antes. Su largo sueño había terminado y yo podría descansar ahora.


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Pitonisa Paty Rubio

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uando niña afirmaba que mi Madre podía adivinar al ver mis ojos cuando mentía tratando de zafarme de un castigo. Imaginaba que su mirada vigilante cubría cada espacio de la casa, y que ni el baño se salvaba. Si yo hacía alguna travesura y callaba ante la pregunta "¿quién fue?" para no ser castigada, bastaba que dijera, moviendo el dedo índice, curveándolo hacia ella e indicando, que me acercara sin discutir: "Ven, déjame ver tus ojos", para saber sin remedio, que no podría sostenerle la mirada sin descubrirme como culpable. Ella podía leer en ellos si yo decía una mentira o no, según fuera el caso; pero cuando era verdad le sostenía la mirada con orgullo. Algunas veces hacía el intento de no bajar la vista aún siendo responsable; tratando así de esconder, detrás de esa valentía, mi falta; pero no pasaban más de tres segundos cuando con culpa descendía la mirada. Al paso del tiempo, mis hermanos y yo supusimos que el sortilegio había caducado, y el ritual de "Mírame a los ojos" lo teníamos bajo control. Pero… ¡Zas!, que llega un nuevo método de adivinación: "Voy a escribir en unos trozos de papel el nombre de cada uno de ustedes y encenderé una vela, pondré los papelitos alrededor y verán cómo se acerca a la llama el nombre del culpable; así que si no quieren que la vela sea quien lo descubra y les ponga doble castigo, más vale que me digan quien fue"; lo decía con tal seguridad, que no había en el mundo quien lo pusiera en duda. No sé bien si era más grande el temor al ritual de que fuera una vela, lo que tuviera el poder de descubrirnos, o la amenaza de un doble castigo, pero antes de que la encendiera confesábamos, y se escuchaba el "Yo fui". 28

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Madre… sí hacía magia. Cuando me golpeaba con algún mueble por descuido o me caía, sólo con poner su mano en la parte afectada diciendo las palabras mágicas de: "Sana, sana colita de rana"… el dolor desaparecía. También adivinaba; lo sé porque si estábamos a punto de contraer algún mal, ella lo predecía con un "Te vas a enfermar" y caíamos a la cama, o sentenciaba "¡Bájate de ahí que te vas a caer!" un momento antes de que cayera al suelo. Y con el muchas veces escuchado: "Deja eso que lo vas a romper" antes de que se dejara oír un ¡Crac! En ocasiones exageraba sus sentencias y artes de pitonisa. Si nos veía jugando en el hermoso comedor que teníamos en casa, donde había una gran mesa rectangular de madera laqueada y patas torneadas, misma que se protegía con un cristal biselado de media pulgada de espesor, rodeada de ocho hermosas sillas vestidas con tapiz de flores decía: "Al que rompa el cristal de la mesa, por estar jugando donde no debe, lo mato a palos". Una de esas ocasiones , mientras jugaba con mis hermanos a la casita, que formábamos con las sillas y unas sábanas, en el momento que subí una a la mesa, observé despavorida cómo corría una rajadura a lo largo del cristal. Irremediablemente me vi siendo golpeada con un palo hasta ser muerta. No sabía bien qué o cómo era la muerte, sólo tenía siete años, lo que entendía por experiencia, era el dolor de ser golpeada con la chancla o el cinturón. Sentía la cabeza hirviendo y a punto de hacer explosión con las imágenes mentales que me llegaban. No en balde había escuchado muchas


veces la sentencia. Tengo que decir que Madre adivinó, porque con solo ver el terror en mi rostro supo que yo ya había muerto… pero de miedo; y a un "muerto" ya no se le puede matar, así que sólo me mandó a dormir sin cenar. Temblando fui a la cama como único castigo. Al día siguiente amanecí con mucha fiebre y sorprendida por no haber "muerto a palos". El doctor Valencia, médico de la familia, después de revisarme y escuchar lo sucedido la tarde anterior, mientras yo lo miraba con los ojos más abiertos que de costumbre, dijo que la fiebre había sido ocasionada por el susto tan grande que me había llevado. Me palmeó el hombro sonriendo y salió. Días después todos reían por el suceso menos yo. Lo que Madre nunca pudo descubrir, con su magia y don premonitorio, fue el estado anímico que me traía entre tristeza y contento.

Diferencias y similitudes entre un empleado y el pasto de su oficina. Jéssica de la Portilla Montaño.

Diferencias: 1. Al pasto lo cuidan. 2. Prueba de que lo cuidan es que al pasto está prohibido pisarlo. 3. Si lo que la empresa invierte en cuidarlo fuera su sueldo, el pasto ganaría como el triple que tú. 4. Considerando la diferencia de sueldos, el pasto sería tu jefe. 5. Si el pasto fuese tu jefe, ya te hubiera corrido por quejarte de que lo tratan mejor que a ti. 6. El pasto no se crea (a menos de que lo planten de cero) ni se destruye (excepto si lo queman), sólo se transporta en rollos... Los empleados que echan rollo resultan irritantes para sus superiores. 7. El pasto permanece. Al empleado se le contrata, se le capacita (aunque no siempre) y luego de un rato se le cansa para que renuncie solito lo más pronto posible.

Similitudes 1. A los dos les dan mierda: al pasto para abonarlo, y al empleado "para que se motive y corrija sus errores". delatripa: narrativa y algo más, No. 29, Septiembre 2016.

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El hombre mosca Daniel Arturo Casanova Gómez. —Hijo, recuerda que así como dijo Bacon en su "Novum Organum" que es imposible que vean lo mismo los que toman agua que los que toman vino; tú debes tomar mucho vino para que puedas ver con todas tus pupilas lo complejo e irreal que es este mundo.

5 —Señor, ¿Cuánto tiempo debo estar colgado del techo? —No hijo, recuerda que tú no estás colgado. Los que están colgados son todos los otros seres del mundo.

2 —Hijo recuerda que la mejores paredes para escalar son las de los edificios prehispánicos. —¿Por qué señor? ——Recuerda que la mezcla que emplearon para unir los bloques de piedra tiene miel pura de abeja.

3 —Hijo, recuerda que un contratiempo muy frecuente es el vértigo; ¿crees que la moscas se frotan las manos porque se imaginan los sabores? No, lo que hacen es practicar sus ejercicios de Brandt y Daroff, además de la maniobra de Epley.

4 La naturaleza humana tiende al bien. La naturaleza de la mosca, también. El problema es que el animal no lo sabe, por eso es indeciso, se equivoca tanto e insiste neciamente en su equivocación

6 —Oye viejo, ¿no has notado que el chamaco está muy cambiado? —Uy vieja, y lo que le falta. Es un cambio muy profundo, es como una metamorfosis lo que está viviendo.

7 —Ay viejo, no le deberías decir esas cosas al niño, no vaya a ser que quiera volar. —Ay vieja, ese chamaco llegará muy alto. —Por eso, no le digas porque la caída puede ser muy dolorosa. —Vieja no mam...

8 —Señor, usted me dijo que para poder ser hombre mosca y llegar muy alto, hay que pasar por muchos sacrificios y pesares; ¿será acaso que por eso tengo esta vida de niño gusano?

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9 —Hijo, recuerda que para tener éxito debes ser sigiloso y astuto al iniciar el ascenso y saber que la gente no se fija demasiado en ti, sino hasta que estás a punto de llegar a lo más alto.

10 —Hijo, no te preocupes por los mosquiteros que ponen en sus casas, esos tipos que no saben volar; ellos siempre dejan abiertas sus ventanas, sus puertas, sus bocas, sus vidas...

14 —Para ser hombre mosca, tienes que elegir tus desechos favoritos, debes elegir con qué te matas lentamente: estiércol, podredumbres, política, educación, religión, televisión, etc.

15 —Y ¿cómo puedo ser hombre mosca si no tengo alas? —Recuerda que lo más importante no son las alas, sino la velocidad que les puedas robar, así que debes empezar a matar moscas con las manos.

11 —Hijo, recuerda que debes evitar telarañas, aleteos nocturnos y otros peligros ocasionados por hombres desadaptados y estúpidos que quieren ser animales.

12 —Recuerda hijo, si quieres ser un excelente hombre mosca, no te acerques nunca cuando muchos de esos seres que no pueden volar se amontonan ante otro animal muerto.

16 —Oiga, ¿en serio existen los hombres mosca? Yo quiero ser uno. —Claro hijo, yo te voy a enseñar, pero para ser hombre mosca lo primero que debes hacer es aprender a controlar el consumo de azúcar. —Entonces, ¿debo evitarla para ser delgado? —No, debes comer mucha.

17 13 —Señor, ya he avanzado mucho en mi entrenamiento, de un solo brinco subí al techo de la casa de mi perrito.

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—No señor, yo no tengo la culpa de que su hijo se haya accidentado. Le enseñé casi todo para ser hombre mosca, sólo faltó la última lección en la que debía aprender a sujetarse del techo.


El campanero de San Idelfonso. Tony Canché.

D

esperté asustado a media noche, el extraño repicar de las campanas interrumpió mi sueño. A esa hora era imposible que se llamara a misa, tampoco era señal de alerta de una quemazón. Cuando una casa se incendia en el pueblo, las campanadas son diferentes a las que se estaban escuchando en ese momento. Espantado el sueño, me senté en un viejo sofá que tenía en la casa; escuché el rechinar de los herrajes de una calesa. Me asomé por la ventana y observé a cuatro monjes vestidos con unas túnicas negras, estolas rojas a los hombros y con capucha, que bajaron de la calesa. —¿Frailes Franciscanos a esta hora?— se dirigieron hacia mi casa. Tocaron la puerta. Al momento de retirar la aldaba para abrir, entraron intempestivamente, uno de ellos me cubrió la cabeza con una sábana que desprendía olor a incienso. Lo último que recuerdo de ese instante era que me llevaron cargado encima de sus hombros. Cuando desperté, sentí un escalofrío. No tenía ni la menor idea de a dónde me habían llevado. De reojo vi que a mi lado, una horrible araña violinista bordeaba con su seda el contorno de una ventana. Me tenían acostado sobre una mesa de madera. El lugar en donde estaba era un diminuto cuarto que desprendía un olor mohoso y húmedo, con unas antiguas paredes grises cuarteadas. Comencé a escuchar una melodía fúnebre y misteriosa. Era el sonido de una de esas serafinas que los habitantes de los pueblos utilizan para despedir a los muertos en los velorios. Aquella sinfonía en honor a los difuntos provenía de un cuarto aledaño. Silencioso me levanté de la mesa, logré entreabrir la puerta

que daba hacia aquella habitación; el panorama era extraño: Un monje tocaba la serafina, los otros tres, en forma de rezo, recitaban los nombres de unas gigantescas campanas asentadas sobre el piso: "La San Idelfonso", "La Santa Isabel", "La de San Juan" y "La Santa Martha", al tiempo que las salpicaban con sangre, como si se tratara de un ritual de bendición. Seguí recorriendo el lugar con la vista. Al otro lado, en un rincón obscuro, había cuatro mujeres semidesnudas; estaban hincadas. Tenían los rostros escondidos contra la pared, con las manos hacia atrás atadas a unas cadenas oxidadas. Al finalizar la melodía, los monjes se dirigieron a las mujeres, a quienes les dieron de beber de la misma sangre con las que rociaron las campanas. Me percaté de que a las mujeres les habían arrancado los ojos, pues por el cuello les escurrían diminutas gotas de sangre. Después de que las mujeres bebieron, uno de los monjes desnudó a una de ellas, le acariciaba el rostro, le restregaba el cabello; acercó una de sus manos a la cabeza de la mujer y dirigiéndola hacia la altura de su miembro, una y otra vez simuló una escena de felación; acto seguido desataron a las mujeres y las condujeron a través de un pasillo angosto. Desde el fondo se escucharon los ecos de unos gritos acompañados de gemidos placenteros. Estaba intrigado, quise seguir por ese pasillo para saber qué tanto ocurría, pero algo me detuvo para no atravesar la puerta, sentí que un charco de agua caliente recorría mis pies. Miré hacia abajo, el alma se me hizo añicos, el cuello de una botella rota se me había incrustado justo en la planta del pie, la sangre que brotaba estaba a punto de coagularse entre mis dedos. Me delatripa: narrativa y algo más, No. 29, Septiembre 2016.

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incliné y con gran sacrificio logré arrancármela, el vidrio cayó al piso con todo y un retazo de pellejo ensangrentado. Me aguanté las ganas de gritar por temor a que me escucharan. Uno de los monjes salió del pasillo, escribió con sangre en la pared: Natalio Mujica, 1977, miré hacia arriba, y vi el cuerpo de un hombre desnudo crucificado, su rostro ensangrentado reflejaba dolor y sufrimiento. No soporté esa escena, caí desmayado. Luego de un largo rato, escuché murmullos de voces, los cuatro monjes me tenían rodeado, prendieron cuatro cirios negros, y escuché: "Será el próximo campanero". Me despertaron los rayos del sol que me daban directo a la cara, además de una terrible

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jaqueca, tenía los ojos empañados por lagañas. Inmediatamente escuché la voz del párroco Andrés, quien vestía una túnica blanca adornada con un cáliz rojo en el centro, apurado. El Padre jalaba la soga de la vieja campana de bronce, aquella bautizada como "La San Idelfonso". Luego con una voz de molestia exclamó: —Natalio, otra vez te has quedado dormido y en plena misa de los fieles difuntos, ¡Carajo! Hice el intento por levantarme, un cristal incrustado en mi pie ensangrentado me lo impidió, miré a mi costado, las botellas del vino de consagrar rodaban vacías de un lado a otro, algunas ya rotas, otras chocando entre sí con un movimiento de vaivén ocasionado por el viento húmedo y frío de aquel amanecer.


Hija del insomnio. Damaris Cuevas.

Hace un par de meses el insomnio llegó a mi vida. Se enamoró, me secuestró, y después de un tiempo, nos casamos. Me llevó de luna de miel a "La madrugada", un resort en el que disfruté la desnudez de las palabras, la ausencia de censura y a mi sombra meneándose sin pantalón. En el cuarto de la noche, reinaba el silencio y la oscuridad. Me dejé llevar… y mi amado insomnio y yo, ya éramos uno mismo. Me envolvió en recuerdos, evocó suspiros, me juró amor eterno. Era demasiado para un sólo cuerpo. Entonces, decidí compartirlo. En un ritual de amor, deshice para hacer, desarmé para armar y me dividí para completarme. Para sentirme acompañada de lo que me cuenta la madrugada, para recordar al insomnio de día y verme de nuevo, reflejada en ese secuestro pasional. El resultado, mi pequeña Ginger. Una parte de mi oscuridad sin ojeras, de mis risas sin chistes, y de mi amor por la noche. Creada en el espacio perfecto para leerme, seducirme, educarme y cocinar mi corazón sin sal. La hija del insomnio, de la emoción de mi profunda locura y de mis ansias de vivir en libertad. Una exhalación de mis deseos rezagados. Un recordatorio de quién soy.

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General Horacio Jorge Correa

Para Horacio no había mañana, ese era el día para acabar con sus enemigos; "los del al otro lado del campo". Antes de escuchar la señal de batalla, Horacio habló con su pequeño ejército. Las indicaciones eran; no ir sin armas, no temer a pesar de ser superados en peso y altura, pero sobre todo, advirtió que ésa debía de ser la última mañana de sufrir hambre y miedo a causa del enemigo. En ese momento, al otro lado del campo el grupo enemigo disfrutaba de las raciones de comida que media hora antes habían arrebatado directo de las manos de Horacio y los suyos. La señal se activó, al escuchar el timbre, armados con piedras y palos, con la mirada rígida y con paso decidido avanzaron hasta llegar al punto donde podían lanzar las piedras,—¡¡Ahora!!— gritó Horacio señalando con una mano hacia a los rivales. Cuando el fugaz ataqué cesó, los pequeños integrantes del ejército de Horacio fueron perseguidos por todo el campo; algunos recibieron golpes en el estómago y en la cara, unos pocos opusieron una inútil resistencia al intentar defenderse a palazos. Horacio estaba a nada de ser alcanzado en el instante que el director, un par de maestros y el intendente, aparecieron en medio del campo, gritando y levantando a los pequeños que yacían en el suelo — ¿qué está pasando?— preguntó un maestro —Ellos comenzaron— contestó uno de los chicos del castillo —¡¿No te das cuenta que tú eres de sexto y ellos de tercero?!, ¡Todos ustedes, a la dirección, ahora hablaré a sus padres!— reprendidos, el grupo de sexto año, con la cabeza baja, quejándose entre dientes y algunos sobándose la cabeza, se retiraron. Horacio entró a la enfermería donde les daban atención médica a algunos de sus compañeros. Ni un niño dijo una sola palabra; nada más, los unos a los otros, se voltearon a ver con una sonrisa discreta.

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La zancuda. Patricia Fonseca.

Por las noches, cuando todos duermen, soy una zancuda. Aleteo de un lado a otro en mi habitación; desde el aire observo las sillas alrededor de la mesa, el sofá rojo de la sala y el estante con libros que, desde arriba, se parece a una cascada de hojas blancas, todo ordenado por una mano firme y rutinaria. Salgo a la calle para sentir el aire en mis diminutas alas, dejo que el viento de la noche juguetee conmigo llevándome a donde se le antoje. Algunas veces llego al cañón del sumidero, y la fuerza del viento me eleva a las alturas o me deja caer en picada a ese abismo que a esas horas asemeja las fauces de un monstruo deforme y hambriento, con el cual peleó para que no me devore. Más tarde, cansada y con las alas maltrechas, ese mismo viento me lleva en dirección al hombre que amo. Entro a su cuarto por la ventana, lo busco, es difícil encontrar un poco de piel, envuelto con esas sábanas blancas, revolotéo a su alrededor, él siente mi zumbido, y en sueños da un manotazo que consigo librar volando a los pies y me quedo quieta, contemplando sus dedos largos y blancos. Otra vez vuelo buscando el rostro y lo encuentro; sus ojos tiernamente cerrados y esos labios delgados que tanta gracia me hacen cuando hablan, ahora están serios, callados. Me acerco en silencio, me poso en ellos para besarlos, logro conseguir un poquito de sangre, él reacciona pasando la lengua sobre sus labios y yo emprendo el vuelo para no morir de un lengüetazo.

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Algún día nos tocaremos el corazón. Antonio Javier Crespo Escalante.

—¡Buenos días, carajo! El tiempo pasa… ¿Tienes algo qué

decirme? —Algún día nos tocaremos el corazón. —Tendría que quitarme la camisa o tú la blusa para que tengas

razón (sonríe). —¿No te gustó la sopa de piedras verdad? —Al contrario, me gusto tu sopa. Por eso regresé. —¿Y qué haces aquí?, no le hacías de misionero, salvando

cigarrillos del piso, sosteniendo paredes para que no se caigan. No querías ser el rey de los pendejos, y llorar por los inocentes ¿Qué haces aquí? —Pasaba por la vida, en eso vi tu casa. Quería saber lo que hizo

el tiempo contigo. Pero mientras miraba tu casa regresaron los gestos graciosos de mi cara, amenazándome con delatarme si no te miraba, si no te tocaba las piernas. Quería preguntarte si la sopa de piedras es de hoy. Él: carajo. Ella: ¡carajos! Me miró con ganas de meterme una bola de putazos, por cobarde. Por no pedirle a tiempo que fuera mi novia. Y por no pedirle nunca que se case conmigo. Yo me quité la camisa y respondí excitado: —Algún día nos tocaremos el corazón—. Mi dulce carajo se

desabotonó la blusa mientras abría las piernas.

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Sí la ama Blanca Vázquez

Él cree que la ama. Lo cree porque se siente bien las tardes de domingo en que comparten una película o duermen en el sofá del jardín acariciando a sus gatos. Eso piensa porque cada semana que hacen el amor no hay reclamo ni bulla ni negativa, todo se lleva a cabo en armonía y terminan satisfechos. Ha pensado que sí la ama porque cuando la mira por las tardes leer una novelita piensa que es inteligente y hasta le causa ternura su ánimo feminista de lucha y cambio. Él dice que la ve, pero la semana pasada no se dio cuenta de que el cabello largo había subido algunos centímetros por arriba de la barbilla. Él dice que la escucha porque cuando llega emocionada de sus clases de yoga y mueve la boca contando todo sobre sus asanas, él mueve sus labios para hacer algo como una sonrisa que le haga parecer complacido. Él dice que la acompaña en sus decisiones porque si ella tiene varias actividades en el día no tiene que estar esperando para que acaben las noticias o el documental que ella escogió para esa tarde, si estudia todo lo que ella quiere tiene la televisión para él solito y nadie podrá reclamarle que quite eso, que hay mucha sangre y que acabará contaminado de la mente. Él cree que la ama, casi siempre le da un beso en la frente, le agarra la nalga en la cocina y le dice que sus pechos le calientan y que quiere mamárselos. Sí, la ama. No hay duda. Y ella lo sabe. Él sabe que ella lo siente. Si no, ya le habría reclamado y no, nunca le ha dicho que está aburrida, cansada o que no le satisface en la cama. Jamás se le ha ocurrido mencionar que ese cuerpo atlético de nadador ahora se ha transformado en el de un hombre interesante. Está seguro de que ella sabe que la ama y por lógica ¡Ella lo ama a él! Si no, cómo explicar que a todo le diga que sí, que no le diga nada cuando sale con su amigos o que no proteste cuando van cada ocho días a casa de su suegra, no, ella nunca le dice que no a nada. Siempre lo mira, entorna los ojos y pasa un buen rato jugando algo en su celular, nada extraño en este mundo cibernético. Sabe que es considerada, porque en algunas ocasiones en que ese aparato 4G suena a la hora de la comida o cuando reposan la cena ella le dice que es UNONOTICIAS o que su amiga Sonia quiere saber de una receta. Sí, él cree que la ama, si no, qué sentido habría tenido casarse con ella.

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De cómo fluye el deseo. Oralia Ramírez Cruz

J

ade disfruta observarlo discreta después del coito, silencioso y con el humo enroscándose en su dentadura porque puede rememorarlo entero, desde que lo conociera en el tren con destino a Parral hasta el último minuto que estuvo en su adentro. Después de cabalgarlo ella también fuma, no porque lo disfrute como él sino para continuar cerca suyo, así, de forma tan obscena lo desea. Un ánimo desenfadado es fundamental para mantener en forma cualquier relación humana, y aunque él desconoce bien a bien lo anterior, se esfuerza en sonreír porque su deseo por ella ha surgido desenfrenado. Frente al ventanal la mirada de Jade se pierde entre los tejados color ocre al recordar las últimas horas, el aire coquetea con sus cabellos, él, ansioso por volver a su centro va junto a ella y le acaricia la espalda, la arrastra con esa mirada que todo lo promete; ella, fascinada sucumbe pero en el fondo más plomizo sabe que él tampoco sabe volar, y menos a su ritmo, esto indica un final inminente y bastante próximo. Prefiere ahuyentar ese fantasma que paulatino adquirirá corporeidad. Sus cuerpos vuelven a amalgamarse entre sudor, susurros y frenéticos movimientos que le permiten olvidar su pasado circunscrito a la orfandad. Él no piensa en nada, disfruta y acepta en silencio todo lo que ella dice a media voz. Desconoce que minutos después de la despedida ella se marchará con toda su palabra hecha frustración, de una buena vez. Jade esperó con ansiedad suicida este encuentro: no hubo respuesta a nada de lo que dijo. Mala señal para una mujer apasionada. Por eso, al terminar decidió que ya estaba todo

hecho y no había esperanza para un deseo como el suyo, frente un hombre incapaz de nombrar aquel término que la enloquecía. Al concluir vuelven a fumar, la mirada de él ahora es de perplejidad, pero a Jade se le ha metido en la cabeza que todo ha terminado. Paulatina se viste, acomoda su cabello, pinta sus labios y al observarse en el espejo, de espaldas a él, no puede evitar recordarse antes de conocerlo. Una sensación espesa la anega e intenta tragar saliva sin hacer ningún ruido, entonces prende otro cigarrillo, se pone sus gafas de avispón y casi por inercia suelta un: ¡ha sido un placer! Coge el encendedor sobre el tocador y sin observar lo dirige su mano al bolsillo izquierdo del pantalón. Lo mira aún fumando y finge una sonrisa, mientras él, absorto en sí mismo clava sus ojos de otoño en el espejo: quiere decirle que le fascina cómo ejercita su miembro cadenciosamente pero otro silencio se interpone. Intenta comunicarle su deseo por volver a hacer una nueva cita pero las palabras no logran salir a tiempo, un portazo lo vuelve a la habitación con los pasos de Jade flotando entre la niebla. Quiere salir tras ella pero sus piernas no responden. Jade baja las escaleras a prisa, su cuerpo dirige sus pasos pero ella desea volver a la habitación, y mirarlo por última vez, no obstante, el pensamiento exige continuar y lo hace. Seca, como se siente, camina a paso veloz a la estación más cercana y se arroja. Segundos antes, él alcanza a ver su silueta dar vuelta en la estación, camina ya sin el temor de hace algunos minutos, va dispuesto a decirle que habrá una siguiente vez hasta que el deseo falte. delatripa: narrativa y algo más, No. 29, Septiembre 2016.

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Tres relatos. Uriel Martínez

La mollera. Llegó un día en que el mico culto se hartó del cuarto y las paredes que, sentía, lo encarcelaban. ¿Estaré empezando a desarrollar fobias; necesito nuevos aires; me faltará imaginación? Caviló el asunto mientras gestionaba un crédito en la tienda de pinturas de la esquina.

2. Cuando obtuvo el crédito, se trajo a la casahabitación algunos botes, brochas, thiner, gasolina y otros solventes industriales. Pintó los muros de blanco y esperó una semana; luego, con lápiz, trazó un paisaje paradisiaco, que tomó de un cómic de aventuras. Pasaron otros quince días. Procedió luego a darle color. Citaba de memoria, mientras trabajaba, "En el principio fue el color", sin saber el origen de ese proverbio tropical. Cuando se cansaba, el mico culto se acostaba sobre cartones y periódicos en el piso de cemento, con el overol manchado. Así se relajaba del espinazo, piernas y tobillos.

3. Cuando hubo terminado, tomó aire y se dilató contemplando una guacamaya, un león, una serpiente, una pantera y el rostro de su amor, Inés. Imágenes enmarcadas por el follaje de una tarde recién llovida. Antes de conciliar el sueño, satisfecho del resultado, el mico culto vio una nube de mosquitos que le coronaba la mollera.

Dogville. El día que el mico culto llegó a Dogville creyó era un pueblo fantasma. Bajó del camión Greyhound con la valija verde mariguana. No veía a quien preguntarle por la hostería del pueblo, no había terminal de camiones, no veía capilla ni iglesia ni nada que se le pareciera. No veía ni un taxi en la distancia. Pensó si ese lugar sería habitado por menonitas de educación medieval, quienes buscan ojos de agua con horqueta. Llevaba media hora caminando con la valija de lona a rastras sin encontrarse con nadie en su vereda. No supo si vio primero, en la distancia, una choza de cartones o a una mujer de edad indefinida. "¡Ey!", le gritó al bulto que llevaba un atado de forraje al hombro o algo parecido a una paca de alimento animal. La mujer siguió y siguió como el que va perdido en sus abstracciones. El mico culto desistió de alcanzarla. Vio que la choza de cartón de huevo, cerveza y cigarros estaba más cerca, con el letrero "Abarrotes Remedios el Vello". Tuvo un presentimiento. delatripa: narrativa y algo más, No. 29, Septiembre 2016.

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Escuchado en el parque. Anciana 1: En una temporada me dio por entrar y sentarme en la sala de espera del Hospital de Nuestra Señora de la Salud.

Anciano 3: Estuve seis meses en aquella clínica como parte de mi servicio social... Hasta que pasó aquello.

Anciana 2: Uy, a mí también. Me acomodaba en la sección de Pediatría.

Anciana 1: Tengo el recuerdo tan vivo: ocurrió de madrugada (pausa). Miren cómo se me ponen las arrugas nomás de acordarme.

Anciano 3: Yo trabajé en la sección de calderas de una clínica de beneficencia (pausa). Lo que no vi, muchachas. Anciana 1: Fue una penitencia impuesta por mi confesor, el padre Jacuzzi (ve a una y a otro). De "soberbia" no me bajaba, que con ese ejercicio me humanizaría. Anciana 2: Yo quería ser enfermera desde que me regalaron una muñeca llorona. En casa mi abuelita tenía un Niño Doctor junto al tanque de oxígeno (pausa evocativa). Después, la trabajadora social, Sor Mercedes, me aconsejó fuera a observar los movimientos, la rutina, las tareas en la sección de Cunas.

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Anciana 2: Lalo, traes cigarros. Préndeme uno, plis. Recuerdo lo que dijeron en la tele. Anciano 3: En ese entonces, después del desastre, me diagnosticaron como hipertenso. Ya no volví a ser el mismo. Anciana 1: Nadie volvió a ser el mismo. Pobres criaturas inocentes. Anciana 2: Quién iba a pensar que Ponciano Pilatos se lavaría las manos (apaga el tabaco, reanuda el tejido). Maldito, mil veces maldito (oscuro gradual mientras se oye una ambulancia in crescendo).


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La lluvia y la soga. César Rito Salinas

Los protestantes andan de casa en casa, carne y Biblia. La última vez que pensé en quitarme la vida fue a la edad de 14 años. Un viaje, la construcción de ciertos edificios en la ciudad, tu mirada, lograron sacar de mi cabeza aquella idea. De aquel tiempo a la fecha me mantengo ocupado. La soledad y la timidez registraron mi nombre en el ejército, tuve noches para observar la aniquilación de los tranvías, la ciudad con aguacero, el paso de los cines rumbo a los cementerios. La cara de huérfano me hizo probar alcohol y mujeres, pendencias. El cuerpo es grande frente al dolor, el hombre necio y por ahí en el camino existe un dios protector de los ebrios que nos guarda y nos cuida. Será necesario encontrar el inicio de las cosas cuando la lavadora a medio patio se convierte en hamaca que canta entre metales, las aspas; en viejo barco pesquero amarrado al muelle mientras pasan viento y mareas; en tarde perezosa para izar papalote en la loma, el juego de la infancia para enviar carta a las nubes. Vuela la lavadora junto al árbol, canta el motor como vecino ebrio en la esquina, levanta su puño enjabonado. Será necesario buscar el inicio de las cosas entre trastos y sonidos cotidianos. El golpe de suerte llega con la música que te comparten. Cualquier razón que te haga cambiar el rumbo del camino es de buen fario, como el observar desde una playa del mar del septentrión una manada de ballenas, escuchar el canto de las presencias aéreas; el viento ligero, la mirada sobre el atardecer, el golpe de dados en la trastienda. Lo demás será mantenerse fiel al golpe de suerte, al camino junto al árbol de framboyán. El giro del aire te llevará al refugio cálido, la luz que alumbre tu camino. El golpe de suerte trae a una mujer de cabellos revueltos, caderas altas, andar confiado que baja de la montaña a los balcones de la ciudad, con golpe de alas que resuena entre trastienda y cubilete.

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¡Muy mexicano! Óliver Galera.

Y

o no sé qué les suceda a algunos individuos de mi país pero en el noveno mes del año las cosas y las personas cambian. Por ejemplo, mi vecino tiene una camioneta que el primero de septiembre se transforma: deja de ser una carcacha sucia y pasa a ser una carcacha carnavalesca-patriótica. El vehículo gris muda su color a rojo, verde y blanco. —Supongo que debería ser verde, blanco y rojo. Tal vez mi vecino sea daltónico—. Continúo, el cofre de la camioneta tiene una bandera mexicana tan grande que se arrastra y dentro de ella hay un mensaje escrito con grafiti que dice: ¡Soy muy mexicano! A los costados del auto, sostenidos por los cristales, hay cuatro banderines descoloridos. Además, en la ventanilla trasera se puede observar el Escudo Nacional de nuestro país hecho de cartón con el águila sin cabeza y en los asientos hay estambre, confeti y largas tiras de papel de los tres colores que he mencionado junto con imágenes de Benito Juárez, Porfirio Díaz, Emiliano Zapata, Pancho Villa, entre otros. A un lado de los ídolos patrios se puede leer la siguiente leyenda: ¡"bibamexico"! Por si fuera poco, no sé qué diablos le hizo mi vecino a su camioneta, el asunto es que su coche emite un sonido que simula ser la canción de "La cucaracha" cuando se oprime el claxon. Así que cada vez que el conductor quiere ahuyentar a otro automóvil, asustar a un peatón distraído o avisar a su mujer que llegó a su edificio se escucha la tonada de: "la cucaracha, la cucaracha, ya no puede caminar". Mi hija y yo ya estamos acostumbrados a tal ruido. El año pasado el vehículo emitía la tonada del "Mariachi loco" y hace un lustro la canción elegida fue "Guadalajara"; sin embargo,esa no es la desgracia; la desgracia es que mi vecino

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es taxista, así que si usted escucha en toda la ciudad y en la carretera “La cucaracha” ya sabe la razón. Los pasajeros del taxi al que me refiero ya conocen las circunstancias septembrinas. Algunos felicitan y le comentan al dueño: "Híjole chofer, de verdad que en esta camioneta se siente la Nación, vuelva a oprimir el claxon aunque me cobre más caro". "Estar aquí adentro es como estar en México dentro de México, ¡se siente muy bonito!". "Me cae que este es el automóvil más chingón del país, ¡mira cuánta historia! ¿Señor, puedo fumar y beber aquí adentro?, es que viendo a tanto héroe sentí nostalgia". "¿Cómo se llama ese Benito Juárez de allí, ese que está delgado, tiene escopeta, espada, mucho bigote y viste charro?" A esta persona nadie le pudo responder. En alguna ocasión, una anciana le dijo al conductor: "¿No tiene en el claxon el Ave María o la Guadalupana?". El chofer asombrado, preguntó: ¿esas son de José Alfredo o de "Chente"? Recuerdo que cuando viví en una localidad rural del país observé a una persona que también decía ser muy mexicana. Este hombre no poseía vehículo, no obstante, expresaba a su manera su amor a la patria: del primero al quince de septiembre no se quitaba —ni lavaba— la camiseta de la selección nacional de futbol. Como la prenda no tenía nombre, el señor decidió ponerle en la parte trasera lo siguiente: "don pancho mui chingón y mui mexicano". La madrugada del dieciséis de septiembre don Pancho cambiaba y se vestía de charro, incluso conseguía caballo, a veces burro, y así andaba de casa en casa a interrumpir la cena para gorrear comida y exigir guisos "muy mexicanos".


—¿Cómo que no hay frijoles y tortillas, doña María?, ¿tampoco hay pozole de olla?, ¿dónde están las tortas de tamal?, ¡ah chingao!, ¿qué es eso?, ¡¿pastel?! Le hace falta más patria a su mesa. Yo he inventado unos platillos donde el ingrediente especial es el nopal. Para estas fechas en un hogar muy mexicano no debe faltar: el mole con nopal, la torta de nopal, el pozole de nopal, las empanadas de nopal, los chiles en nogada con nopal, los tacos de nopal con salsa de nopal, la cochinita pibil de nopal, el guacamole sin aguacate pero con mucho nopal, los nopales rellenos de nopal y los huevos con nopal y si no hay huevos, sólo el nopal. Básicamente es cocinar los alimentos como siempre y agregarle nopal, mucho nopal. También sé postres… —Don Pancho, ¿si le doy un pulque y una cerveza se larga ahora mismo? Y así cabalgaba el sujeto hasta llegar al hogar número doce o trece en donde quedaba borracho. Al día siguiente, don Pancho seguía con la misma ropa dormido y tirado en la calle junto a su caballo y varias botellas. El dieciocho del mismo mes, todo crudo y con olor a orines de humano y equino, don Francisco — dejaba de ser don Pancho— ya vestía y se emborrachaba como solía hacerlo de manera normal y no hablaba de recetas culinarias. Pero esto que les he descrito no es nada comparado con lo que hacía mi ex cuñado Jorge: no bebía un solo trago del primero de enero al primero de septiembre. Después de eso, a diario tomaba bajo el sol —con la intención de quedar lo más moreno posible— tres botellas de tequila marca "A lo mero macho" con su limón y sal. Se dejaba el bigote, cuatro o cinco pelos le crecían porque no era muy velludo. Se ponía sombrero, camiseta y pantalón de lino con guaraches y a su mujer y a sus cinco hijas —una pequeña de seis meses y

cuatro niñas de tres, cinco, siete y nueve años respectivamente— les exigía que se vistieran de chinas poblanas. Durante las primeras horas del 16 de septiembre, Jorge acudía al baile de la plaza principal de la ciudad a gritar: ¡Viva México!, ¡viva Miguel Hidalgo!, ¡viva I costilla!, ¡viva yo!, —a veces se confundía y exclamaba: ¡viva Fox, viva Salinas! Después de gritar vivas, el individuo tomaba una botella de tequila mientras le mentaba la madre al líder de vecinos de su colonia, al Ayuntamiento, al Alcalde de la localidad, al Gobernador del Estado, al Presidente de la República, a los Diputados y Senadores, al PRI, al PAN, al PRD, a la policía, a los Mormones, a los Testigos de Jehová, a los Presbiteranos, a los que no creían en la virgen de Guadalupe… "¡putos todos!", y ya en ese éxtasis el hombre insultaba también a su jefe, a sus compañeros del trabajo, a su suegra, a la mamá de su suegra, a sus padres que le heredaron aspecto gringo: ojos verdes y piel clara, a Pepito —el que le robaba la comida en la escuela cuando era niño—, a la mujer que no quiso sus besos, "chinga tu madre Eugenia, despreciaste mi amor y mi cariño, chinga tu madre Eugenia", se oía una y otra vez. Jorge, con odio y rencor mandaba a la chingada a su esposa que nunca aprendió a cocinar; al camarero que lo sacó de la cantina por no pagar la cuenta; al familiar que no toleraba porque ganaba más dinero; al conductor del camión que no lo esperó una vez; al ventero que le cobró un peso extra; a la mesera que no quiso sentarse en sus piernas sudadas; al taquero que no le dio fiado y a todo aquel que lo merecía. Después de quedar ronco y ser rechazado por todas las féminas y bailar solo, mi ex pariente discutía y se peleaba por cualquier pretexto con quien sea —más de una vez fue vencido por un beodo, por un niño, por una mujer en silla de ruedas, por un perro y un gato callejero—. El hombre delatripa: narrativa y algo más, No. 29, Septiembre 2016.

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regresaba con raspones y sangre a casa escuchar el Himno Nacional hasta llegar a las lágrimas para luego, cambiar el disco y poner a todo volumen “La marcha de Zacatecas”,si uno pasaba por allí en ese momento veía marchar en forma de escolta —con bebé en la mano izquierda y bandera en la mano derecha— a mi ex pariente por toda la casa junto a sus demás mujeres hasta que la canción finalizara. Después, se escuchaba música ruidosa de mariachi, banda, cumbia y otros ritmos tropicales. "Soy muy mexicano", trataba de gritar el hombre fuera de su domicilio, "soy muy mexicano", repetía. "Lupe, deja de adormecer a las niñas, ponte hacer algo y vente aquí conmigo, de paso tráete otro tequilita", era lo último que balbuceaba el ebrio antes de dormir.

mucho picante. "Mexicano que no come chile es puto, ¿o no? Es más, mexicano que no come chile ni es mexicano es puto y ya.", me dijo una vez que almorcé con él. Admito que en ese momento me sentí homosexual.

La mexicanidad de mi hermano político consistía también en faltar al día siguiente al trabajo con cualquier excusa. Desayunar, almorzar y cenar cerveza con lo que sea: lo sobrante del día anterior, las croquetas del perro, tortilla o pan duro, etc., pero eso sí, con

Cuando era niño me enseñaron en la escuela que: "el viejito pelón que nos dio patria fue Miguel Hidalgo", hasta allá. No conozco a los demás como para nombrarlos a gritos durante una madrugada, ¿usted sí?

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Tengo la ligera sospecha de que el fenómeno del que les hablo no me ocurre. Al parecer no soy muy mexicano, no porque no lo desee sino porque mi cuerpo no puede con la tarea. Me emborracho con medio vaso de tequila, no acudo a los bailes de independencia, mucho menos visto charro y uso botas o guaraches, tampoco disfrazo a mi hija Azul de china poblana. Además, no tengo sombrero ni banderas en casa y sobretodo, no me sé los nombres y apellidos de los héroes nacionales de Independencia.


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Amigos. Jesús Fuentes. "Ah, mujer por ti existe la carne hecha de instinto. Ah mujer ! César Vallejo

Impulsiva te beso. No me conozco, ¿dónde mi timidez? Suspicaz correspondes. Nos damos un beso largooooo, sofocante, lúdico, que lo humedece todo... —Shhh... shhh..., no digas nada—, digo con ternura, al momento que coloco el dedo índice de mi mano izquierda sobre tus labios aún ensalivados. Mis brazos dispuestos te abrazan con ansia, con deseo irremediable. Tú, dejándote seducir; acaricias mis hombros desnudos, mis pechos que se expanden de placer. Mi vientre. Los muslos. Con lentitud hundes tu rostro —un bote a la deriva en medio del océano—, en el oleaje de mi cabello negro; al tiempo que tus manos navegan, navegan y fondean todos mis puertos. Yo, con los ojos cerrados. Soy una fruta abierta, apetecible, sazonada. ¡Espero ser mordida! Silencio. Con rapidez me desprendo de la blusa blanca y la falda negra que me estorba. Apenas si respiro. Escucho cómo resbala tu camisa, tu cinturón..., con suavidad las prendas caen sobre la alfombra. ¡Ohhh!, niña..., ángel, musitas nervioso. Ardiente, adentro tus manos en mis muslos inquietos para que me retires mi pantaleta mojada. ¡Soy yo la que te toma! Nuestros cuerpos se sumergen, uno solo, en el mullido sillón de mi sala color chocolate que nos induce a seguir... Siento. Siento tu miembro duro penetrar con fogoza dulzura en la estrechez de mi vagina anegada, candente..., apretándole una y otra, y otra vez hasta que yo dispongo. Sin prudencia. ¡Ahhh!, ¡Ahh! ¡Así yo me derramo! Inefable. Amoroso besas con gratitud mi vestido de piel, a mitad de la noche, en silencio. Solo amigos, Jesús, amigos..., susurro, muy a mi pesar en su oído. ¡Soy otra mujer!

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Naranjas dulces. José Trinidad Aranda Aranda.

C

uando conocí el cine Apolo ya era un inmueble vetusto. Le hacía falta pintura, las tablas que formaban sus paredes tenían incontables huellas de clavos. Allí se sujetaron alguna vez los anuncios de las películas que habían sido proyectadas. Y el gastado piso de cemento me hacía imaginar las miles de pisadas de la gente que lo había caminado. En Yahaltún, el Apolo era como esos seres que tienen personalidad múltiple. Se vestía de gala para presentar una gran película apta para toda la familia, se ataviaba un poco más informal para "pasar" una película para niños o jóvenes, y también sabía ponerse serio y reservado, —con cierto rubor—, cuando la película era "sólo para adultos". Recuerdo que una noche de sábado, siendo muy pequeño, entré al vestíbulo del Apolo llevado de la mano por mi madre; ella le preguntó al encargado de la sala —quien de día era campesino—, si la película que se iba a proyectar esa noche estaba "bonita", como solía decirse, y éste le contestó que no se la recomendaba pues trataba de "pura aventura". Esa noche aprendí que había que tener cuidado con las películas, pues algunas no eran recomendables, aunque me quedé pensando que aquello de "pura aventura" podía ser también algo muy interesante. Recuerdo la oscuridad de la sala, el ronroneo del proyector mientras corría la película, y el haz de luz que se agrandaba conforme se acercaba a la pantalla, y en el cual se veían reflejadas las partículas del polvo que siempre están en el ambiente, casi del mismo modo como se veían en los haces de luz que se filtra-

ban por los postigos de la casa y que se multiplicaban cuando se barrían las habitaciones. Recuerdos dulces, como las naranjas, pero para mí hubo un tiempo en el que estas frutas no me parecieron dulces, sino todo lo contrario. Y el amargor que me produjeron me hizo rehuir incluso del cine. Antes de entrar a la sala de proyección podías comprar muchas cosas para comer durante la función: empanadas, panuchos, kibis y en su temporada naranjas dulces. Los mayores compraban para cenar los clásicos antojitos yucatecos, pero los jóvenes que empezaban a ejercitar cierta autonomía preferían algo menos elaborado: las frutas eran la opción. En las películas que no eran aptas para las familias los jóvenes se valían de las cáscaras de las frutas que comían para ejercitarse en el tiro al blanco, usando como diana la nuca de algún pesado o petulante personaje del pueblo a quien de ese modo se le bajaban los humos. Pero en aquellas funciones en que podían entrar muchachas sin riesgo de ser impactadas por alguno de estos proyectiles, los enamorados compartían sus frutas. No puedo olvidar la primera vez que vi a una pareja compartir media naranja: Después de que el novio succionó parte del jugo de la fruta se la ofreció a su pareja, quien sin dejar de verlo a los ojos la comprimió contra sus labios y extrajo lo que quedaba del dulce néctar. Me estremecí, en ese momento no supe por qué, y por mucho tiempo fijé en la mente la imagen de los labios de la chica mientras succionaba suavemente el jugo de la naranja. delatripa: narrativa y algo más, No. 29, Septiembre 2016.

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Pasados algunos años llegó al pueblo una niña muy bonita, hija del gerente del Banco Ejidal. Ingresó a mi escuela y durante mucho tiempo quise hablarle pero no me atrevía. Después de un par de meses pude cruzar con ella algunas palabras de temas triviales, como suelen parecerle a los adultos los temas de los niños. Yo tenía once años y sentía por Sofía algo muy parecido al amor, sin embargo, mis sentimientos y mis esfuerzos por llamar su atención quedaban sepultados por la marea de ademanes y aspavientos que los otros niños hacían con el mismo objetivo. Desanimado por la competencia decidí no hacer más esfuerzos y conformarme con mirarla de lejos, mientras con aire aburrido Sofía se dejaba adular. A veces parecía disfrutar de la pleitesía que le rendían todos en la escuela, pues los niños la adoraban y por lo mismo las niñas la envidiaban. Pero a pesar de todo el escándalo y alboroto que provocaba, Sofi, como todos la llamaban, a ratos parecía ausente y cuando tenía oportunidad, no dejaba de hablar de su vida pasada, del lugar donde vivía antes muy feliz y sobre todo de su primo Boby. El tal Boby era una presencia virtual, porque si se armaba un partido de futbol, Sofi decía que su primo Boby era excelente portero y que nadie le podía meter gol. Si el juego era de béisbol, Boby resultaba el mejor pícher del mundo. Si eran tareas, nadie mejor que Boby para las matemáticas o la historia. En ese tiempo yo sólo conocía a un Boby, el pastor alemán de don Leopoldo, y el animal no me caía nada bien, pues siempre nos ladraba a los niños que tocábamos las rejas de la casa del señor más rico del pueblo. Un día, Sofía no supo cómo hacer la tarea y ninguno de sus incondicionales admiradores pudo ayudarla. Era una tarea de historia, el maestro quería que investigáramos cuántos 58

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muertos había dejado el ataque japonés a Pearl Harbor y los nombres de los buques norteamericanos que habían sido hundidos. El libro de texto gratuito no tenía esa información, pero nadie se preocupó cuando el maestro dio las indicaciones. Cuando se acercó el día de la entrega del trabajo todos quedaron perplejos al ver que no podían encontrar esos datos. ¿Dónde estaba Boby cuando más se le necesitaba?, pensaría Sofía. Yo tampoco me preocupé, sabía que papá, asiduo lector de Selecciones, se había ganado una enciclopedia que en tres grandes tomos contaba a detalle la historia de la Segunda Guerra Mundial, así que pensé que seguramente allí encontraría la información, tal como sucedió. Era una de las últimas tareas importantes del curso y después de que la ayudé, Sofi me miró como nunca sentí haber sido mirado y me dijo: "Gracias. Eres lindo, no como esos fastidiosos que se creen muy chistosos. ¿Sabes?, hace unos días el Pancho me regaló una iguana muerta. ¡Una iguana enorme! ¡Muerta! ¡¿Qué le pasa?!" Sonreí con un cúmulo de emociones que, como redoble de tambores, repiqueteaban en mi pecho. "Creo que ya sé a qué te refieres. Tampoco a mi hermana le gustó mucho cuando le regalé una ochcán bebé, hace como tres años. Se puso como loca." "¿En serio hiciste eso"? Dijo entre risas, "No puede ser". "Pues sí, todos tenemos nuestro tiempo de inmadurez", agregué poniéndome serio. Sofía se me quedó mirando un rato que me pareció hermosamente largo y luego añadió: "Creo que podríamos ir al cine un día de éstos. ¿Te parece?". Se dio la vuelta con toda naturalidad y se alejó. Pasaron varios minutos antes de darme cuenta de que no pude responder nada con


palabras, pero seguro que mis ojos hablaron por mí. Al concluir la clase de ese día, volví a armarme de valor y una vez fuera de la escuela, después de patear un par de piedras en la plazoleta de enfrente, alcancé a Sofi y le dije: "Si de veras crees que podemos ir al cine un día, ¿qué te parece si vamos éste sábado? Pasan una de Capulina, dicen que es muy chistosa y es a beneficio de la parroquia". Sin dejar de mirar su camino empezó a responder: "¿De verdad me estás invitando al cine?". Temiendo un rechazo me empecé a disculpar: "Bueno eso pensaba pero…" Ella se detuvo, volteó hacia mí y con una sonrisa que siempre recuerdo como una mañana en la playa, concluyó: "Me parece gran idea. El sábado entonces, a la función de siete. Te veo en la entrada". Me detuve simulando que tenía que amarrarme los zapatos, pero la verdad es que no sabía que más decir, así que para no empezar a regarla opté por la maniobra evasiva. Era miércoles trece de mayo, al día siguiente sería el festival del día del maestro y el viernes no habría clases, así que prácticamente no volveríamos a hablar hasta el sábado, cuando nos viéramos a las puertas del Cine Apolo. Desde ese momento no dejé de pensar en qué tanto platicaría con Sofi en el cine. Ahora me parecía que yo no le era indiferente. De seguro que podría adelantar algo y lograr que me considerara como una buena opción para ser algo más que amigos. Pensé que de seguro en la plática surgirían afinidades entre ambos que sin remedio nos llevarían a un acercamiento, y eso era lo que yo más quería: estar cerca de ella, hacerme indispensable. En la tarde del sábado, mientras revisaba qué ropa me iba a poner, escuché que en la radio Raphael cantaba: "Como yo te amo, como yo

te amo…", y de pronto sentí —o creí sentir— el significado de esos versos. Me sentí romántico, grande, todo un hombre. Después de que canté a todo pulmón una estrofa, Maduch, quien en ese momento venía de la cocina, pasó junto a mí y me miró maliciosamente. Sintiéndome descubierto callé y entré al baño. Diez minutos antes de las siete llegué a la taquilla y compré dos boletos. Luego me acerqué a doña Cuquita y le compré dos naranjas dulces, perfectamente redondas y blancas, ya peladas. Mi plan era ofrecerle a Sofi una de las naranjas que cortaría para ella con la navaja que había comprado en la feria y que no había tenido mejor oportunidad para estrenar. A las siete se abrió la reja extensible para que la gente entrara a la sala, pero Sofi no había llegado. Empecé a ponerme nervioso. En la bocina que colgaba del balcón donde anunciaban la función, Rigo Tovar cantaba la historia del sirenito. Cinco minutos después, mientras miraba hacia el interior de la sala tratando de adivinar si se apagarían las luces, escuché su risa. Volteé hacia la calle y la vi entrar, hermosa como siempre, pero más resplandeciente. Se reía de algo que pasaba detrás de ella y una fracción de segundo después lo vi entrar. No había duda, era el tal Boby. Su "primo", en realidad hijo de un matrimonio muy cercano a sus padres y que había llegado de paseo. Ella estaba encantada con la visita. Nos presentó y reconozco que el Boby era buena onda. Mientras el primo compraba su boleto Sofía me dijo: "No hay problema porque nos acompañe Boby, ¿verdad? Es que estoy muy contenta de verlo, nos hemos llevado tan bien, ha sido mi gran amigo de toda la vida." Disimulando mi frustración contesté: "No hay problema, al contrario creo que será más divertido. Pero te delatripa: narrativa y algo más, No. 29, Septiembre 2016.

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había comprado una naranja y ya no le quedan a doña Cuca". Miró las frutas que sostenía en mis manos y sugirió: "No te preocupes, las compartimos, si quieres". ¿Si quería? ¡Claro que quería compartirlas, pero sólo con ella! Entramos a la sala y nos acomodamos en el extremo izquierdo de una banca, el Boby, Sofi y yo junto, a mi derecha estaba don Tránsito Lope, quien sudaba mucho y no usaba desodorante. Casi no hablábamos pues la película era vieja y no se escuchaba bien. Yo no le ponía mucha atención, sólo pensaba en mi frustrado plan y ya no quería estar allá. Me parecía que todo mundo se daba cuenta de mi situación, y con cualquier risita que escuchaba, pensaba que se burlaban de mí. Casi a mitad de la función me acordé de las naranjas, le ofrecí una a Sofi, la tomó y dándome las gracias le dijo a Boby: "Mira, David nos invita esta naranja. Las de aquí son famosas por ser las más dulces." E inmediatamente succionó el jugo, al hacerlo entrecerró los ojos y pareció estremecerse, como si la embargara el éxtasis. Luego, le entregó la media naranja al Boby, quien sin dejar de mirarla succionó sin importarle que de ese lado ya casi no le quedara jugo. En ese momento me pareció que yo, la gente, las bancas, todo el cine desapareció para ellos, pues sólo se miraban sin decir palabra. Traté de mirar la película, pero no la veía. Intenté comer la naranja que tenía en la mano, pero al tocarla con los labios me pareció la cosa más amarga que hubiera probado nunca. Afortunadamente la película se cortó y aunque la arreglaron rápidamente ya no tuvo la misma duración. 60

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Salimos del cine y en la puerta me despedí de Sofía y del Boby, para mí fue la puntilla pues apenas si me vieron. Luego, tomaron su camino, muy entretenidos, platicando animadamente. Nunca la había visto tan contenta, sus ojos brillaban de un modo especial y su risa tenía ecos de alegría que por primera vez escuchaba en ella. No había duda, por primera vez desde que la conocía, Sofía irradiaba felicidad. Era terrible lo que me pasaba. Disfrutaba tanto verla feliz, pero me partía el alma saber que lo era gracias a otro. Sumido en esas tristes cavilaciones tomé rumbo a la casa y allegar a la calle que llaman "del zapote", me encontré con Carmito, borracho como siempre. Me pidió una moneda, pero como no tenía le ofrecí la media naranja que entonces me percaté que aún traía. La tomó, me estrechó por los hombros rodeándome con su brazo izquierdo y tambaleante me dijo entre sollozos: "Gracias, Deivid. Eres un buen muchacho. Tu sí mereces ser muy feliz". Poco faltó para que llorara junto con él. No le dije nada, simplemente le dí una palmada en el costado y seguí mi camino mientras en mis ojos empezaba a lloviznar.


Feliz cumpleaños. Manuel Crespo.

R

ecapitulando minuciosamente treinta y ocho años de consciencia. Mecanizado e influenciado hasta la mierda. Escuchando en voz de Pablo Milanés y Silvio Rodríguez la cancioncita de una muerte que ya rondaba cerca —una muerte que no espanta pero que tan poco advierte—. Él no sabía y nunca supo que aquella noche iba a morir. Era un tipo acostumbrado al conformismo rutinario, a no creer en la suerte y ni en su suerte. A depositar toda su confianza en el destino —un destino que le hizo las mejores faenas—. El tipo se dejaba llevar por el momento. Así fue como el tiempo se lo llevó eternamente por el momento. El día de su comunión, engendró la virtud de no darle importancia a las cosas. Pudo ser una virtud hermosa y divina, y para siempre. Lo tacharon de anti materialista, anti anarquista, anti fatalista y anti narcisista. Y todo lo que termina en jodido y lamentable. A él todas esas cosas le producía vómito, toz ligera, seguido de una risa incontrolable, hasta el punto de sufrir una alergia repentina. Hubo momentos donde se daba el lujo de olvidar las trivialidades cotidianas. Momentos afortunados que hacían de él un amante razonable. Siempre usaba el sentido común (la función de vivir) —porque la vida no tiene sentido, si no se vive dignamente— donde en sus locos desvaríos, hizo de su aburrimiento viajes interminables y secretos. En su utopía extraordinaria, brutalmente fantasmagórica, destruyo todas sus tristezas y sus nostalgias. Quizás se debió a la falta de dinero y pasaporte.

El tipo se inventaba algunas verdades para no caer en contradicciones, para diferenciar el sábado del domingo. Tenía un itinerario con estructuras flexibles; porque sabía que de lunes a viernes no podía romper con su rutina laboral, porque no estaba permitido. Aunque quisiera, su orgullo anti burgués se lo impedía —Eran sábados de putas veteranas y domingos de putitas. En sus primeros quince años de vida, o bien, quince años de silencio. Soñaba con mujeres y con preguntas al viento —¿Cuántas veces tienes que hacerlo para no pensar más en sexo?— los sueños con las mujeres tenían que ver con la escuela, irremediablemente con las maestras. Pero el carácter tenía que ver por el odio que sentía por algunas materias, específicamente con las matemáticas y con la ortografía —un problema resuelto equivale a un verso mal hecho. En la vida se dice que solo hay dos tipos de problemas; los reales (supuestamente, son los que valen la pena) y los irreales (yo supongo que no existen) pero si nos apegamos al librito imaginario del concepto de que todo tiene una definición por influencia de algo. Los problemas reales son efecto de nuestros actos. Los problemas irreales son un tipo de invento que nuestro subconsciente crea ávidamente para sentirnos vivos. En cambio, el problema en los versos, está en la métrica, un verso bien hecho es un verso sistematizado, listo para ser publicado. Pero un verso mal hecho tiene ese plus de convertir una cama azul en una nube terrestre, y para molestia de los poetas de laboratorios (lite-ratones) es digno de ser declamado, no hay de otra en la clandestinidad de delatripa: narrativa y algo más, No. 29, Septiembre 2016.

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cualquier cantina. Fue víctima de brabucones que apantallan todo un semestre con jodidas golpizas a pendejos escuderos —un amigo no es más que el cómplice de uno mismo— fue víctima de las divinas chuletitas que vestían y modelaban sus trapitos con un encanto sobrenatural, y de principio a fin lucir la mini escolar y el escote con una maestría, tanto que no se explica que tengan catorce o quince todavía. Chuletitas que esperan a su príncipe azul como todas las princesas. Un príncipe azul que en estos tiempo ha de ser remasterizado, ósea, que tenga el físico del artista de moda, la voz de playback del roquero en turno, simpatía de maestro de química (o de perdido a brabucón de los ojos azules), porque la chuletitas no admiten sapitos de colonias o de fraccionamiento —la virtud de la belleza femenina está en saber corregir a tiempo. Volviendo al presente. El tipo no presagiaba dolor alguno en el brazo que lo alertara de un posible pre infarto. Bebía gustosamente una cerveza, la degustaba con una serenidad espantosa. Fumaba como todas las noches su cigarrito mágico. Sí a caso, sentía que el pecho se le abría como una grieta a cada suspiro hondo. Pero tenía una excusa para eso, su amor de juventud que aun le atormenta el hipotálamo, vaya que sí. Lo atormentaba con una desesperación molesta, porque no podía pensar en otra cosa. Ella, la más puta de las chuletitas.

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Al cumplir los treinta, era costumbre verlo pasearse en plena madrugada. Ir de rincón en rincón, como adormeciendo al insomnio. —Ha de ser porque no puedo arrancar de mi pecho tu amor, putita de mi alma— decía fastidiado. Y bebía y fumaba un poquito menos. Como era de suponerse, fueron pasando los años. Emborrachándose hasta cumplir los treinta y ocho, precisamente un día como hoy. Entre sorbos e inhalaciones, chistes y anécdotas, todo en un puto recuerdo. El tipo se perdió en la monotonía fija de un álbum, olvidado por razones de época o porque no tenía más excusas que decir "mira, es ella… la del vestido negro, muy linda ¿no?". En cuestión de segundos fue atrapado nuevamente por ese puto recuerdo. Ahí fue recolectando viejos amores. Amores ciertos y amores falsos, y otros amores que se murieron con el tiempo. Y quizás revivieron con alguna canción desesperada o por alguna botella de vodka, supuestamente curativa. —El tiempo es la peor cura para el olvido—. Siguió revisando sigiloso el viejo álbum, dando cuenta, que aún le falta por vivir cuarenta años más, para sentirse verdaderamente muerto y acabado.


El Todo Incluido Judith Almonte Reyes.

Esta vida se encuentra rodeada de cosas maravillosas, mi negro. Así es, aún en tiempos de desolación nos aventurarnos a preparar el equipaje en búsqueda de diversión, conocer y adentrarnos un poco en sus creencias. Quizá un poco disparatado pero a ambos nos corre adrenalina ante la diversidad de aventuras por vivir. Ahora es el momento de disfrutar, de tener la exclusividad de tu Ser, de reclamar lo que es mío y el destino se encargó de llevarse lejos, muy lejos de mí. El cielo azul parece ser testigo de nuestro gran amor, armonizando con gratas melodías nuestra estancia y brindando esa calidez y ese bienestar al interpretar nuestro gozo. Esta negra… es muy feliz y este viaje lo reafirma todo. Recordar cada instante a tu lado es encantador, permite a mi alma regocijarse de dicha al permitir la exquisitez de tu esencia… por la cual suspiro. Inevitable susurro… Amor Mío. Abrazarme a ti con todo mi corazón cual si fuese la misma religión que profeso cada instante por ti, mi negro adorado. Lo he dicho… el todo incluido ha sido un viaje que nos ha permitido saber cuánto nos necesitamos, cuánto nos extrañamos y cómo echamos de menos esas pláticas de madrugada…. donde siempre terminamos con sonrisas —tan efusivas— de saber que estamos con el ser amado. El amor debe de ser contagioso para vivir como ahora nosotros lo hacemos… Enamorados Eternamente.

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¿Quiénes escriben para niños en Yucatán? Silvia Cristina Leirana Alcocer Este trabajo busca contribuir a la sistematización del conocimiento de la historia literaria contemporánea para una región y un género poco estudiados: la literatura para niños que circula en Yucatán, México (escrita por autores que residen ahí, sean o no originarios del dicho estado). El objetivo es visibilizar un corpus literario que en el futuro pueda ser analizado con mayor profundidad. Palabras clave: literatura para niños; literatura yucateca; literatura maya; cuento, diálogo, poema, adivinanza, trabalenguas, novela.

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n este trabajo abordaremos los libros dirigidos a niños publicados por autores yucatecos o avecindados en Yucatán. El título en presente significa que nos avocaremos a la literatura contemporánea, tomando como punto de partida 1985, por dos razones: en ese año se la SEP a través de su colección Tiempo de niños, reeditó la obra Pirrimplín en la luna de Ermilo Abreu Gómez y salió la novena edición de El niño y el viejo de Elvia Rodríguez Cirerol. Iniciaré comentando la obra Pirrimplín en la luna por ser la que proviene de una edición más antigua, de 1942. El 4 de noviembre de 1942 esta obra se estrenó en el Teatro de Bellas Artes, bajo la dirección de Celestino Gorostiza (Abreu Gómez, 1985 [1942]: 7). La obra está llena de acción y escrita en tono poético y festivo. Es una fábula acerca de cómo los actos humanos tienen consecuencias; quienes obran mal reciben su castigo, el amor y la solidaridad son premiados con la reciprocidad de estos sentimientos. El leguaje críptico de Cirano, un sabio selenita, recuerda por momentos las sentencias de Canek, por ejemplo cuando dice: La luna tiene sus leyes. También la locura tiene sus normas. Aquí todo sucede de un modo especial que los hombres de arriba no pueden

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entender nunca. La luna necesita dormir. Cuando duerme deja de mirar. La tierra, se oculta. La sombra ya viene detrás de nosotros. Todos debemos ocultarnos. Todos, ningún ser extraño debe tener los ojos abiertos bajo el manto de la sombra. Se espantaría. Es hora, pues, de despedirnos. Debes irte (Abreu Gómez, 1985 [1942]: 68-69).

Como Pirrimplín se negara, le explicó: Si obedeces será como si no te fueras nunca. Yo te lo juro. En tus ojos tendrás siempre lo que ahora has visto (Abreu Gómez, 1985 [1942]: 69).

Sin faltar los enredos, las persecuciones y las acciones justicieras, me parece que si se montara esta obra sería eficaz entre los niños de nuestro siglo. Sachie S. I. de Azaka considera que Ermilo Abreu Gómez es un autor nodal en el nacimiento de la literatura para niños en México; ella lo ubica en el período posrevolucionario, cuando la clase media se conforma, y entonces puede desarrollarse un público lector entre los niños (De Azaka, 2004: 30-44). En 1991 es reeditado en la colección Botella al Mar (Conaculta) el libro Tres nuevos cuentos de Juan Pirulero (Abreu Gómez, 1991) cuya primera publicación fue en la Colección Lunes de la Universidad Autónoma de México en 1944.


Este volumen está conformado por los cuentos "Pescadores", "Doña Estrella y sus luceros" y "Un milagro". "Pescadores" retoma el motivo del hombre que se hace acreedor a la satisfacción de deseos, pero que los "desperdicia" por su ambición desmedida, o mejor dicho, por la ambición de su mujer. Tema reiterado en la literatura para niños, proviene de la tradición popular y lo han recreado autores como Alexánder Pushkin ("El pescador y el pececito dorado" en Cuentos para niños, Era, 2003, México) y Juan Cervera ("¡Zas, zas, zas!" en Contar, cantar y jugar, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes 2005). El cuento de Abreu Gómez tiene el mérito de poner a otra figura femenina, que encarna la honestidad y la justicia; así, si bien Josefina es avariciosa, y recibe el castigo de envejecer y hacerse fea por continuar buscando más tesoros, Plácida devuelve la perla a sus verdaderos dueños —esto desobedeciendo a su marido, que era muy ventajista—, quienes comparten con ella y su familia el beneficio de haberla encontrado. "Doña Estrella y sus luceros" es un cuento de ambiente, la relación de la gata con sus crías es una metáfora para proponernos una visión menos ortodoxa de las relaciones interpersonales en la sociedad; la excelente madre había tenido una agitada vida sentimental, pero eso no le impedía ejercer como educadora y cuidadora de sus hijos. El narrador expone sus ideas políticas, sin que ello entorpezca la velocidad de la narración: Es claro que el cuarto marido de nuestra gata, que por cierto se llamaba Marito —como el de Antoniorrobles—, era de abolengo liberal y partidario de los republicanos. Era, además, miembro del comité en el que se ventilaban las líneas políticas que debían seguirse. Lo que se llama era un gato aguzado (Abreu Gómez, 1991 [1944]: 20).

Se percibe en este cuento el homenaje a los intelectuales íntegros que por sus acciones fueron desterrados: aparte de que menciona a Antoniorrobles en el párrafo citado, el nombre de su cuento hace referencia a "Ocho estrellas y ocho cenzontles", las novelas de sueños infantiles del autor español1; el texto está dedicado a León Felipe, y también hay una alusión a la pedagoga argentina Berta Perelestein de Braslavsky: "mamá Estrella, que sabía cosas del alma infantil, porque en cierta ocasión visitó la biblioteca de una maestra llamada Berta" (Abreu Gómez, 1991 [1944]: 26). La gata no reprende a sus hijos, ellos ya han vivido la consecuencia de su desobediencia. El texto es la prédica de un orden social basado en el amor, pero de tan buena manufactura, que no pierde efectividad como texto literario. De la siguiente autora que hablaremos es Elvia Rodríguez Cirerol. En 1969 aparece su libro El niño y el viejo. Se trata de prosa poética, que a través del diálogo expresa parábolas y reflexiones; ha sido traducido al francés, al inglés y al braille (Lara Rivera, 1990: 19). A principios de los ochenta Elvia Rodríguez publica los libros Te traigo un regalo y Aquel globo azul, para colorear (Lara Rivera, 1990: 19; De Azaka, 2004: 329). Nos centraremos en su libro El niño y el viejo puesto que ha sido la más reeditada de sus obras. Algunos críticos se han preguntado el por qué de la aceptación del público, de estos diálogos, aparentemente tan sencillos. Algunos de estos diálogos contienen aforismos, otros compaginan con la greguería. Son microficciones que comparten un par de personajes. Encontramos un aforismo en el diálogo 23: El niño.—¿Por qué cantan los pájaros? El viejo.—Porque se sienten felices de su libertad.

1 http://www.cervantesvirtual.com/bib_autor/antoniorrobles/pcuartonivel.jsp?conten=cronologia delatripa: narrativa y algo más, No. 29, Septiembre 2016.

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El niño. —Yo he oído cantar a los que están prisioneros en alguna jaula. El viejo. —Cierto, muy cierto; algún día comprenderás que la libertad interior es algo que nada ni nadie puede aprisionar (Rodríguez Cirerol, 1985: 23).

Es explícito el valor que el texto aspira a difundir: la libertad intelectual. La metáfora y el humor en este libro, generan textos que cubren las caracterizan de las greguerías, como es el caso del diálogo. Niño. —¡Quisiera ser astronauta? El viejo. —¿Astronauta Niño. —Así podré descubrir qué hacen las estrellas en el día (Rodríguez Cirerol, 1985: 12).

De fácil lectura, los diálogos enseñan y divierten. Seleccioné otros tres diálogos que me parecen representativos de la propuesta estética y didáctica de El niño y el viejo: El niño. —Cuando escuché que papá y mamá pudieron no haberme despertado al sueño de la vida, los abrazo cada noche con toda la fuerza de mis pequeños brazos y silenciosamente les doy las gracias. El viejo. —¡Amigo, amigo mío, cuántas, cuántas cosas hermosas voy a tu lado aprendiendo! (Rodríguez Cirerol, 1985: 30).

En la cita anterior, correspondió al niño descubrir el aspecto poético de la vida cotidiana; aquí el viejo pone al lector en el contexto del aserto del niño. Me ha llamado la atención, que si hacemos el experimento de trasladar a tercera persona del presente la intervención del niño obtendríamos una greguería. En el diálogo 34 encontramos, ahora en voz del viejo, la iluminación que cuestiona ciertos actos cotidianos y propone otros, para optar por una vida más auténtica: El viejo. —¿Para qué comprarán las gentes flores de plástico?

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El niño. —Seguramente para no tener que cuidarlas y regarlas, como haces tú con los rosales. Además, ésas no se mueren. El viejo. —Cierto. Y ¿de qué sirve que no se mueran si no podemos aspirar su fragancia y acariciar sus pétalos? El niño. —¿Te digo una cosa? ¡Me gusta lo que has dicho! (Rodríguez Cirerol, 1985: 34).

En este caso es el niño el que pondera el valor de las palabras de su interlocutor. El niño, como personaje, da ocasión a situaciones que permiten la poetización que sin su ayuda el adulto no se atrevería a hacer. Es el caso del diálogo 38. El viejo. —¿Y esas lagrimitas? El niño. —El globo que me regaló papá se me escapó. El viejo. —Cuando era tan pequeño como tú, igual lloraba. Un día, cuando uno de ellos se me escapó de entre las manos, no lloré; sino que lo fui siguiendo hasta donde mis ojos lo alcanzaron y quise imaginarme que se iba al arcoíris y que ahí jugaba con todos los colores.

Considero que le debemos a esta autora promoción a su obra, porque dedicó buena parte de su trabajo a la promoción cultural, a través de guías turísticas para niños, periodismo cultural y guionismo; recordemos que en 1977 su trabajo El mundo sagrado de los mayas obtuvo el Oso de Plata en el Festival de Cine Turístico de Madrid (Peniche Barrera y Gómez Chacón, 2003: 120). El siguiente libro que comentaremos es Baúl de sueños de Fernando Muñoz Castillo, que obtuvo el Premio Estatal de Teatro Infantil en 1992 y fue publicada en 1993 por el ICY. Se trata de una actualización de Las ranas pidiendo rey, en la que se recrean problemas sociales contemporáneos; en tono jocoso se muestra a los niños como la prepotencia lleva a la destrucción y la solidaridad al progreso. Los recursos escenográficos propuestos por el dramaturgo en la lectura se mues-


tran atractivos; este es un llamado de atención para algunas escuelas de teatro, en las cuales cada año montan las mismas obras, deberían probar poner en escena Baúl de sueños y otras que se han generado en nuestra región, desde luego, alimentadas por la cultura milenaria de toda la humanidad. En 1996 fue editado El árbol de durazno/U kuul duraasnoo cuento de Tulio Aguilera con la traducción al maya de María Luisa Góngora Pacheco, es bastante literal, pero apegada a las estructuras lingüísticas del maya. El libro de 23 páginas, con ilustraciones en cada una, trece en blanco y negro, diez a colores, distribuidas equitativamente en ambas versiones del texto, es atractivo a los niños lectores, a quienes va dirigido. Esta publicación muestra cómo el maya es capaz de expresar pensamientos de todas las culturas, en este caso una anécdota de la tradición china. El libro, que pertenece a La Colección del Rey Momo, al final trae un mapa de México, en el que se señala en que estados de nuestra república se habla maya-yucateco, esto porque se trata de una edición nacional. Para 1997 tenemos la publicación de otra obra de teatro Galápago de Salvador Lemis, en la colección Nave de Papel de Bacalar. Esta obra obtuvo en 1985 mención de honor en el concurso La Edad de Oro. En 1991 fue puesta en escena en espacios de la Subdelegación de Servicios Sociales y Culturales del ISSSTEY. La obra tiene un mensaje de respeto a la naturaleza, amor y veneración por los ancianos, solidaridad y aprecio por los bienes no materiales por encima de la riqueza. Hace también una crítica al proceder de ciertos científicos y cuestiona la utilidad del conocimiento científico por sí mismo; así como la producción que no es responsable respecto al medio ambiente; esto en una atmósfera de aventura de la que resulta una obra muy atractiva. En junio de 1997 apareció, U tsikbalo'ob mejen paalal/Cuentos de niños. Se trata de la transcripción y traducción libre, hechas por Patricia

Martínez, de diez cuentos; uno fue obtenido en XUilub, por Isaura Ortiz Yam, los otros nueve provienen de Xocén, donde los recopiló Martínez. Fueron relatados por: Fausto Noh Canul, Marvin May Canul, Candelaria Ay May, Leonides Tun Canul, Gilda Teresa Canul Dzib, Macaria Nauat Puc, Eulogio May May, Humberto Cauich Canul, habitantes de Xocén, y Genaro Canul Dzib de X-Uilub. La transcripción se hizo en verso para destacar los recursos estilísticos propios de la oralidad. En la escritura se utiliza el alfabeto maya que varias instituciones acordaron en 1984. Los relatos, muestran la influencia de la escuela en la fórmula de inicio: Ka bin yaanchaj jump'éel k'iin bine' más o menos equivalente al "había una vez..." de los cuentos occidentales, con la diferencia de que mantiene el marcador narrativo propio de la oralidad maya: bin "dicen" (esta fórmula de inicio a veces se presenta más compacta: Junp'éel k'iin bine'...); o en el hecho de asignarles título; pero mantienen muchos de los rasgos propios de la oralidad maya: la fórmula para citar Ki(j) (dijo); el marcador narrativo bin (dicen, se dice), para indicar que lo sucedido le fue narrado a quien cuenta la historia, y la frase de cierre ka máanene' "cuando pase...", que en ocasiones aparece completa: Ka máanen paach u beele'... "cuando pasé por el camino", que introduce un resultado festivo de carácter jocoso, que es la aportación creativa del narrador, en la que él se compromete con lo relatado. Este mismo año, en el número doble, 136-137 correspondientes al período julio-diciembre de la revista El Cuento apareció "Tal vez pronto" de Brenda Alcocer. En este cuento se recrea la situación de una niña que es libre en su pensamiento, pero que está atada a una cama, pues está físicamente incapacitada para caminar. La tensión que esto produce en la familia, la irresponsabilidad de un padre alcohólico, la solvencia de una madre trabajadora y el amor de una abuela, son algunos de los elementos presentes en "Tal vez pronto" donde la voz narrativa, nos muestra el mundo como lo viera una pequeña para quien la desgracia no es tan grave. delatripa: narrativa y algo más, No. 29, Septiembre 2016.

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En noviembre de 1998 aparece el número 24 de la revista Navegaciones Zur. El juego de las palabras (literatura para niños). En esta edición hay poemas en español y en maya, cuentos en español y en maya, una obra de teatro, un diálogo, haikús escritos por niños y niñas, una entrevista, y el cuento de José Saramago "La isla desconocida", que aún no había sido editado como libro, y que llegó a la revista gracias a Sergio Salazar, quien lo recibiera de la doctora Beatriz Bernal coordinadora del Área de Humanidades de los Cursos de Verano en el Escorial. Briceida Cuevas Cob, Patricia Martínez Huchim, Carlos Martín, Jorge Lara, Breda Alcocer, Roger Metri, Sergio Salazar, Reyna Echeverría, Luis Alcocer, Patricia Garma, Beatriz Rodríguez, son, entre otros, los colaboradores de Navegaciones Zur. El juego de las palabras (literatura para niños).

Para el año 2000 tenemos la colección La Rana Feroz, en la que aparecieron siete títulos; seis de ellos fueron financiados por el Programa de Apoyo a las Culturas Municipales y Comunitarias y uno por el Instituto de Seguridad Social al Servicio de los Trabajadores del Estado de Yucatán (ISSSTEY), en ambos casos en coedición con Ediciones Zur.

En 1999 sale a la luz Cuentos Enraizados el segundo libro de Ana Patricia Martínez Huchim, que a mi parecer, tiene un doble propósito: mostrar a los niños Mayas que sus afectos pueden representarse a través de la palabra escrita, y poner al alcance de quienes no son partícipes de la cultura maya el conocimiento de sus normas, los personajes de su mitología, la participación de dichos personajes en la conformación de la vida campesina y la manera en que se les rinde homenaje. En este sentido, es un vaso comunicante que facilita el entendimiento entre las culturas, o entre los grupos que participan de manera diferenciada de una misma cultura. La obra contiene siete cuentos recopilados de la oralidad maya: "Le Chan Ku'uke' yéetel le Ch'eelo'obe'/La Ardilla y las Urracas"; "Ch'óop Soots'/El Murciélago Ciego"; "Le Tsáab Kaane' yéetel le Juuje'/La Serpiente Cascabel y la Iguana"; "Le Peek'e' yéetel le K'aak'asba'ale'/ El Perro y el Diablo"; "Juntúul Tso' yéetel juntúul T'eel/ Un Pavo y un Gallo"; "Chan Ch'omak/El Gatito Montés"; "J Ts'oon Kéej yéetel X Sip Kéej/El Cazador y la Venado-encanto". Los relatos fueron transcritos en verso y acompañados de una traducción libre al castellano.

Aventuras en el patio de Reyna Echeverría es el tercer volumen de la colección, incluye dos textos: "Abuela tortuga" y "Trabajo de hormiga". El texto fue ilustrado por Brenda López Montiel. En el primero recrea la visión que una niña tiene de su relación con la naturaleza; el segundo es una fábula acerca de la falta de compromiso con nuestro entorno y las consecuencias de nuestros actos. Caligrafía V.S. Garabato y otros enredos, del poeta Jorge Lara Rivera es el cuarto título de los publicados en La Rana Feroz, tiene ilustraciones de Alfredo Lugo, e incluye los cuentos "Caligrafía v.s. garabatos" y "Dormir en casa ajena ".

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El vestido de la luna de Brenda Alcocer, con ilustraciones de Víctor Pavón es el primer título de La Rana Feroz; la amistad entre unas niñas que las lleva a compartir un secreto, es el tema de este cuento; La noche de la Cenicienta de Luis Alcocer Guerrero, con ilustraciones de José Luis Pech Galera, es una versión para jóvenes, en la que la Cenicienta se enfrenta a los convencionalismos de la corte y al autoritarismo del príncipe. Se recomienda para jóvenes de 14 años en adelante.

Una historia de miedo, es el título del cuento mío incluido en la colección, tiene ilustraciones de Noé Castillo Sánchez, e intenta recuperar tradiciones locales desde una perspectiva lúdica y contemporánea. La mujer que odiaba a los niños y otras desventuras es la plaqueta de Roger Metri Duarte e incluye: "El sabor de la bondad"; "La mujer que odiaba a los niños" y "Día y noche" fue ilustrada por Carlos Tamayo, y nos habla de la generosidad y su lucha contra la mezquindad para que puede florecer la sociedad.


El fin del mundo es la plaqueta de Patricia Gar-ma y fue ilustrada por Ricardo Pat, dos textos la conforman, el que da título al volumen y "La cenicienta urbana". Esta colección es una muestra de varias formas de entender la literatura para niños, por lo que es deseable que quienes imparten talleres para niños la empleen en los mismos. En 2000 circuló el folleto Magia informativa del mundo de los niños. Publicación del Cecuny, en la que se daban a conocer los textos producidos por los talleres literarios de esa institución. En 2001 Fidencio Briceño Chel, Marcelo Jiménez Santos y José Antonio Flores Farfán publicaron Na'at ba'ala'paalen/Adivina iluminando, colorín color mayas Libro con portada a color, interiores en blanco y negro para iluminar; contiene 17 adivinanzas, recopiladas por Fidencio Briceño Chel en maya y traducidas el español, inglés, tzotzil y francés, adecuados para iniciar a los niños en la lectura en maya, a la vez que se muestran las expresiones en diversos idiomas, contribuyendo a formarlos con una mentalidad intercultural. Los dibujos presentan escenas contemporáneas: las mujeres portan el "huipil" y los hombres, camisa y pantalón, el traje tradicional que se usa en la actualidad; interesante idea la de revalorar la forma de vida de los mayas contemporáneos y mostrarla a niños mayas y de otras culturas. De la 39 a la 41 viene las notas que explican las respuestas, en la 42 se enlistan las referencias. Al año siguiente (2002) es reedita pero con ligeras modificaciones. Libro objeto, ilustrado a color por Marcelo Jiménez Santo, contiene las mismas 17 adivinanzas que el anterior, sólo que en esta edición, primero se presenta la versión en español, luego en maya, inglés, tzotzil y francés. Inicia con una introducción a cerca del valor de la antigua civilización maya, que no poseía la publicación anterior, en la cual se habla de las adivinanzas como parte de su tradición. Ahí señala que estás son un género maya pues presentan imágenes o metáforas propias, aunque algunas tiene elementos tomados de la cultura española, como

parte del proceso de intercambio cultural. Obra atractiva mas, aunque algunos de los dibujos son los mismos de la edición anterior (ahora a color), llama la atención que en la mayoría haya la intención de evocar el pasado prehispánico: hombre vestidos como los eexo'ob, prenda que como se explica en las notas, ahora sólo usan los rarámuri; ataviados con orejeras y cintas en el cabello, en algunos casos con penachos; la representación del pájaro cardenal rememora las propias de los códices; incluso la del caballo se asemeja a la estilización que en éstos se hacen de los venados. Vale la pena señalar mi desacuerdo con que hayan invertido el orden, iniciando con la versión en español, quedando el texto maya en segundo lugar, aunque quizá fue una decisión de la editorial. Al final (de la pagina 44 a la 47) hay notas explicativas sobre algunas respuestas. También están ilustradas. En 2002 circuló Tinjoroch. Juegos populares una herencia que se niega a desaparecer. Una publicación de Alas y Raíces. Con formato de revista, aunque fue el único número, Rafael Lores Hurtado y Gustavo Reyes Asid, documentaron en campo los juegos que registran tanto gráfica como textualmente. Feliciano Sánchez Chan dirige un proyecto de recopilación de la oralidad, en el que trabaja con niños, quienes recurren a sus abuelos, reactivando así el sentido de la transmisión oral. Luego, estos niños vierten a la escritura las historias que les cuentan sus abuelos. Comentaremos tres de los libros así producidos por Feliciano Sánchez. Iniciaremos con Del sabucán del abuelo (narrativa maya). Con el sabor de las tardes de lluvia, o la remembranza de las noches en que uno, más fuerte y más aventurero retaba las propias fuerzas trabajando con ahínco o se exponía a circunstancias propicias para entrar en contacto con seres sobrenaturales, se suceden estas 16 jadzutz tzikbalo'ob o bellas pláticas, género que, como explica Feliciano Sánchez en la introducción a Del sabucán del abuelo (narrativa maya), incluye lo que en castellano conocemos como cuentos, fábulas y narraciones sobre espantos. En delatripa: narrativa y algo más, No. 29, Septiembre 2016.

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buena medida este libro contribuye a la justa valoración del saber de los ancianos: 6 de los diez narradores tienen entre 74 y 93 años, y el más prolífico de ellos (Pedro Ucán Puc, quien relató 5 de los 16 textos) tiene 75 años. Aunque el pasado está muy presente, y se recuerda con nostalgia, se reconoce que algunas cosas han mejorado: "Ahora hay muchas más facilidades. Antes no hay." (14). Expresa don Senobio Tun, de 77 años. Pese a lo anterior, manifiesta especial apego por el sistema de caza antiguo, en el cual se respetaban los acuerdos, evitando así los accidentes: "Ahora es diferente la batida de hoy, es diferente el estilo de hoy. Hoy ya no hay el estilo de antes. Ya hemos visto muchas cosas, hombre." (17) Y es que el pasado se vincula a las acciones cotidianas: durante los eclipses de luna, hay que alborotar a los perros, disparar la escopeta, golpear con latas y soplar caracoles, para que no se coman por completo a la luna, sino, nuestros trastes nos comerían a nosotros, como ocurrió con los hombres y las mujeres creados de madera, que fueron destruidos por sus piedras de moler, sus comales, sus fogones, sus perros y sus aves de corral, durante un diluvio de resina que provocó el Corazón del Cielo que se llama Huracán. Por eso hay que estar pendiente de nuestra madre Luna, y no dejar que sea devorada, como bien nos recuerda doña Emilia Nahuat. Ella misma nos explica porque los zopilotes comen animales podridos; la Codorniz, por haber asustado a Dios tiene que poner muchos huevos y no puede anidar entre los árboles. La Paloma y la Tórtola, por obedientes, sólo ponen dos huevos cada quien. Don Sabas May narró el cuento de las muchachas venadas (23-26), que visitaban al hábil cazador para impedirle matar a sus hermanos. Cuando por fin ellas lo dejan en paz y el muchacho vuelve a su afición, los venados le pusieron una trampa: lo rodearon y lo iban a matar. Él se salva gracias a sus perros. 70

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La moraleja es que el hombre vive gracias a los animales, y no debe (ni puede) exterminarlos, puesto que se dañaría a sí mismo. La armonía primigenia se rompe cuando el Sa'an Jo'ol prueba accidentalmente la miel y descubre que es sabrosa. Entonces destruye los nidos de abejas y avispas para comerla. Molestas, éstas piden a Yum K'áax armas para defenderse. El les advierte que empezados los pleitos, no tienen fin. Algunas se conforman, pero hubo avispas y abejas a las que no importó, entonces el Señor del Monte les dio su aguijón, pero no les advirtió que después de usarlo morirían. Este relato mítico es a la vez una fábula: es más inteligente quien hace mayor esfuerzo por preservar la paz. Otro relato mítico, que es también fábula, fue contado por don Cirilo Collí Tapia. Un hombre flojo, desea convertirse en zopilote. No duda cuando le preguntan si quiere hacer realidad esa aspiración; se traga el amuleto de piedra, pero no averigua bien todas las condiciones en que debe vivir en su nuevo estado. Por desesperado confunde el incendio de una milpa con los vapores que despiden los cuerpos muertos. Por eso los zopilotes no tienen plumas en la cabeza, pero también por eso muere el hombre que se transformó en zopilote. He comentado 6 de los 16 relatos, dejo a quienes nos escuchan la inquietud de aproximarse para conocer detalladamente el contenido Del sabucán del abuelo. A quienes tenemos contacto con los niños nos da una buena oportunidad de transmitirles parte de nuestro legado cultural. Este libro no es un fin en sí mismo, es solo una forma transitoria de las voces del Maya'ab contemporáneo, que recuperarán su sonoridad al contacto con unos ojos ávidos y unos oídos prestos a la aventura, entonces, las historias recuperarán su movimiento. Ba'alche'ob yéetel ch'iich'o'ob. Animales y pájaros es la segunda obra de Feliciano Sánchez Chan que comentaremos, es parte del proyecto


Recopilación de la Tradición Oral Maya; de nuevo nos recuerda Feliciano la importancia de este acervo literario que representa la cosmovisión de un pueblo y nos permite adentrarnos en un mundo imaginario protagonizado por animales. El libro, afirma Sánchez Chan, es el "portador de conocimientos, para hacer llegar estas historias a las nuevas generaciones y lograr que perdure la memoria colectiva"; consta de catorce relatos que se presentan en maya seguidos de su traducción al español, se encuentran ilustrados, como es ya costumbre en las publicaciones de esta colección, por dibujos de niños. Aparecen los nombres de los creadores de estos dibujos, su edad y el lugar de donde provienen. El libro está subdividido en cuatro partes, de acuerdo a los cuatro narradores, tres de ellos son de Xaya, Tekax y uno es de Akil. La mayoría de las historias son sobre pájaros, pero también las hay respecto a otros animales, algunas son fábulas, ya que incluso llevan al final una moraleja, como es el caso de: "La X-takay y el búho" en la cual la X-takay reta al búho a ver quien aguanta más días sin comer, pero ésta hace trampa y conseguía alimento cada vez que este se descuidaba; al final el búho se muere por tratar de probarle a la X-takay que sí podía cumplir con el reto. Este relato me llamó la atención porque al final menciona: "no dejes que otra persona te diga lo que debes hacer." Otro texto atractivo es "Un cuento de los pájaros", en el cual de nuevo un búho es el protagonista: éste buscaba entre los pájaros a los de mejor plumaje, ya que quería enseñarles hermosos cantos. Había uno que nadie tomaba en cuenta pues su plumaje era muy feo, y al final resultó que era el que cantaba mejor. Esto nos hace reflexionar sobre no juzgar a nadie por el aspecto físico, ya que en todos somos iguales en dignidad y derechos. También nos presenta historias de espantos, como "La víbora cantarina" que entraba de noche a la casa de una familia cuyo hijo era un bebé; por las noches, cuando la mamá creía que amamantaba a su bebé, la que en realidad robaba su leche era la víbora,

colocando su cola en la boca del bebé para engañarlo, con lo cual él no crecía. El padre descubrió lo que estaba pasando y mató a la víbora. Otras historias son "La zorra y el tigre" "Las chachalacas" y "Las mariposas de cuatro colores". Todas contiene un mensaje: no hay dejarse manipular o engañar; no debemos ser egoístas y menos aprovecharnos de los demás. Esto y más se encuentra en Ba'alche'ob yéetel ch'iich'o'ob. Animales y pájaros. En 2003 sale a la luz Retoño de voces mayas/ U k'u'uk maaya t'aan, también compilado por Feliciano Sánchez Chan, se trata de textos escritos por niños, editados por el programa Ala y Raíces a los Niños de México. Escuchar o en este caso leer los relatos de nuestros niños mayas es como recordar las voces de nuestros ancestros, comenta Feliciano en la presentación. Es además de un reencuentro con la tradición oral, la oportunidad de conocer la percepción que tienen los niños de la cosmovisión maya. Nos recuerda que todos fuimos niños alguna vez y revivimos cuando nuestra chichí nos contaba aquellos cuentos de espantos, o historias de los pueblos, asustados pero deleitados a la vez de oír todos esos relatos. Hoy, no sólo se cuentan esas historias: se escriben también. En este volumen Feliciano Sánchez nos traduce lo que cuentan los niños de su natal Xaya. Las historias de nuestros relatores van desde la pequeña ardilla, que está fastidiada de vivir en árboles; la escurridiza tuza; el origen del canto de la torcaza. Destaca la de dos niños, uno trabajador y uno flojo que en su encuentro con un cerro reciben ambos lo que cada quien merece. En este tipo de relatos podemos apreciar cómo se reproduce la cosmovisión relacionada con lugares y objetos que se consideran con poderes sobrenaturales. En otro de los relatos, "una mujer que cambia de cabeza" nos habla de naguales, personas con poderes de convertirse en animales para conseguir lo que desean. Por último, aparece en dos ocasiones el relato que todo niño debe conocer: la Xtabay. Vale la pena mencionar que la edición es muy llamativa, llena de vivos colores y dibujos hechos por los mismos delatripa: narrativa y algo más, No. 29, Septiembre 2016.

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narradores. A través de este libro Feliciano nos demuestra cómo se interesa no solo por escuchar lo que dicen los adultos, sino también por lo que tienen que contar los niños, nuestros niños mayas. El año 2003 fue publicado El sol alrededor del parque de Beatriz Rodríguez Guillermo. Este libro fue premiado en el Certamen Estatal de Cuento para Niños 1993. El libro cuenta con ilustraciones de Iván Ramírez Castillo, Gabriela Díaz Isaac y Diana Valle Graniel. El protagonista es un niño, que está tal vez en tercero o cuarto de primaria, que es artista, disfruta mirando el paisaje, habla siempre usando metáforas, pero muchas veces olvida hacer la tarea; se aburre de multiplicar y dividir. Un día le "marcan" escribir cuentos y esa tarea la cumple con mucho gusto, le dedica horas; y es así como quedan enlazados los ocho relatos, los dos poemas y la conversación, que Gabriel ha disfrutado mucho haciendo. Hay también una crítica a la manera en que las profesoras interactúan con los educandos: "Mi maestra no hizo mucho caso de los cuentos que le llevé; de todos modos son muy bonitos" (Rodríguez Guillermo, 2003: 94). Este libro, atractivo en su presentación, ha tenido mucho éxito en la máquina dispensadora de libros que se encuentra en el Cecuny. También en 2003 fue publicado Eso de andar en la mar (y otras aventuras con los cabellos revueltos) de Melba Alfaro Gómez. Se trata de 15 cuentos. Es notable la versatilidad de la narradora; pues varía la voz en cada caso, y en todos es verosímil. Los textos, atrapan al lector, quien interesado por el desenlace, no ve interrumpida la acción por el mensaje de solidaridad, afecto, respeto por el prójimo que también contienen estos textos. Deseo comentar una labor que realizó Grupo Sur entre 2003 y 2005, bueno, que fueron los años en que tuve contacto con el proyecto Ellos también cuentan: iban a las primarias de todo el estado, invitaban a los niños a elaborar un cuento, lo recopilaban, lo editaban. Hacían varios volúmenes, pues en cada uno reunían los trabajos de cinco escuelas y 72

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a cada niño entregaban un ejemplar. Me parece que los interesados en la promoción de la lectura y de la escritura deberíamos entrar en contacto con los empresarios para vincularnos con este tipo de acciones. En 2004 fue publicada la novela de Raúl Renán El río de los años. Los pateadores de San Sebastián. Esta obra es multifacética, tiene rasgos de literatura indigenista, de picaresca, pero es sobre todo una novela juvenil, en la que vemos a un muchacho huérfano sufrir al lado de su tutor, de quien ni siquiera sabía el nombre, pero a quien a pesar de todo estimaba y buscaba su aceptación. Él le enseñó el amor y el significado de las especies maderables; aunque él también le hizo saber que en el mundo contaba sobre todo consigo mismo. Esta obra se realizó con la beca que Raúl Renán recibiera de el Sistema Nacional de Creadores 1999-2001. También en 2004 salió la primera edición de Versos robados y otros juegos de Manuel Iris, editado con una beca del PACMYC. Poemas de mucha sonoridad, que retoman motivos de la oralidad popular, fueron bien recibidos por el público al que iban dirigidos. En 2007 fue reeditado Versos robados y otros juegos, en esa ocasión con el acompañamiento de un disco compacto, en el que a través de un diálogo se enlazaban los poemas que aparecen en él. También en 2004 aparecen las dos antologías que son producto de los talleres de creación literaria que Zedik (Centro para el Desarrollo de la Creatividad y la Imaginación) realizaba con muchachos de secundaria. Un acento para el maíz reúne los trabajos de los estudiantes de la Secundaria Técnica número 2 de Mérida, Yucatán; En pocas palabras contiene los trabajos de los muchachos de la Secundaria General Número 2 "José Emilio Vallado Galaz". Hemos visto que el PACMYC ha financiado varios de los libros dedicados a los niños, pues también lo hizo con Tsikbaló yo'lal u kajnáalilo'ob mayab/ Historias sobre los habitantes del mayab de Armando Jesús Cauich Muñoz (2004)


En su presentación, Armando Jesús nos menciona la importancia de los contadores de cuentos, quienes recrean hechos y personajes míticos. Con sus relatos causan risas y miedo, reviviendo historias. Menciona como los medios de comunicación están desplazando cada vez más a los contadores de historias. En muchas ocasiones, esos contadores de historias son fáciles de identificar, puede ser algún personaje del pueblo o nuestros abuelos. Don Armando Cauich es un contador de cuentos, y nos presenta en este libro una selección de sus mejores relatos, que refleja la vida cotidiana de nuestras comunidades. La presentación del libro está escrita solo en español; la primera parte contiene 12 relatos en maya, y la segunda, los mismos 12 relatos en español; el libro tiene dibujos en blanco y negro, que ilustran cada una de las historias como: "Las mujeres de manos frías" aquellas que tiene mala mano para hacer tortillas, pero son buenas para sembrar; una cura para no pescar garrapatas cuando va uno de cacería; la de un cenote que estaba protegido por una boa, ya que en él había una virgen bajo el agua. Éstas y otras historias que el autor del libro ha podido conocer a lo largo de su vida y de su recorrido por las tierras del mayab. En 2007 nos encontramos otra vez con Melba Alfaro, cuyo libro Aventura en Kichigar. Chansamito contra el brujo Lupérvolo, fue coeditado por el DIF (Dirección para la Atención a la Infancia y la Familia) y el Centro Yucateco de Escritores, A.C El texto expone metafórica, pero muy claramente, como enfrentar los abusos cuando se es niño; está pensado como material de trabajo para talleres de prevención contra la violencia infantil, pero poéticamente está bien logrado, y el diseño de Carlos Tamayo hace que el libro en su conjunto resulte atractivo para sus lectores. En 2008 el Ayuntamiento de Mérida Publica La cuerda que nos mueve y otras obras de teatro de Ivi May Dzib, que incluye una parte titulada "Segundo acto. Sobre el teatro para niños" que incluye dos obras para niños "Título en teatral: entre brujas,

venados y constelaciones nacen los viejos vagones. Título en literal: imágenes de la muerte con delicadeza y penumbra" y "La cuerda que nos mueve o Tengo dos ojos y no escucho el silencio". También recomendaría a quienes trabajan teatro para niños leerlas y contemplar la posibilidad de su puesta en escena. En 2008 volvemos a tener una publicación de Armando Jesús Cauich Muñoz: U ts'íib paalal, también publicada por el PACMYC. Se trata de cuentos recopilados entre los niños de Kuxeb, Chemax, Yucatán. El primer relato, "Óoxtúul paal" trata de lo que acontece con tres niños que desobedecen a su madre y por tercos quedan apestosos; en "U tsikbalil weech" se explican algunas costumbres del armadillo, formando además un juego de palabras concatenadas. Varias narraciones terminan con la fórmula "beey ts'o'okik le tsikbsla'" (13, 15). Hay un relato de un hombre que muere al enfrentarse a un "koj" nombre dado tanto al puma como al ocelote. En ambos casos se trata de felinos fieros que pueden segar la vida de una persona. "Úuchten loob" es la anécdota de un niño que sufre una herida seria y cómo a pesar de ello, salía a ver jugar a sus amigos. Hay historias muy crudas, de niños maltratados que huyen de sus casas y mueren sin que a sus papás les importe (verbigracia "P'eka'an paal", 21); hay adivinanzas, algunas de las cuales aparecen en los libros de primaria editados por la SEP, otras se nota que son inventadas por los niños, quienes cuentan de cuando se han lastimado, de lo que piensan, lo que les gusta y desearían poder hacer o tener. También relatan cuentos que han oído ("Ts'íimin ku ta'ik taak'in", 28). En la página 151 inicia la segunda parte, en ella el autor de la antología pone una advertencia: ha insertado varios textos propios para darlos a conocer; se trata de tres poemas: "Péepen", "In k'a'ajsaj" "Baach" (159, 161, 162). En sus textos canta a la naturaleza, excepto en el segundo, cuyos versos se dirigen a una mujer. Como material didáctico para promover la lectura en lengua maya debe ser muy efectivo, pues los niños siempre gustan de leer lo que escribieron y delatripa: narrativa y algo más, No. 29, Septiembre 2016.

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de enterarse de las preocupaciones de sus compañeros. Los diversos tamaños de los textos hacen que este libro sea útil tanto para quienes se inician como para los más avanzados. El libro tiene un diseño atractivo con portada a colores e interiores ilustrados en una tinta. También en 2008 fue publicado T sikbaloób uchaán tin kaajal/ Historias que han sucedido en mi pueblo de Luis Antonio Canché Briceño por el Ayuntamiento de Mérida. Este libro nos narra las historias contadas a Luis Antonio por sus abuelos y vecinos. Reflejan —dice el autor— el pensamiento de la gente maya, cómo es la vida y las cosas que suceden diariamente en los pueblos mayas. Estas historias las cuenta en lengua maya y en español. En la portada del libro aparece la foto de un cenote, una de las historias es precisamente "El dueño del cenote" en ella unos hombres (padre e hijo) visitan un cenote a pesar de las advertencias ya que, según contaba la gente, en ese cenote asustaban. Al visitarlo, los hombres fueron asustados y después cayeron enfermos, esto debido a que el cenote tenía un "dueño" que protegía el tesoro que había dentro. Por eso la gente dice que no siempre es bueno bañarse en un cenote, ya que puede resultar peligroso. Otra de las historias, "El hombre que platicaba con las hierbas" es sobre un joven que no creía que había un anciano capaz de curar con las hierbas que hablaban, pero después de estar muy enfermo y acudir al curandero, se da cuenta de que él sí tenía el poder de sanar a las personas. Pasado el tiempo le lleva a una mujer que ningún doctor había podido curar; entonces, el anciano le enseña cómo hablar con las plantas para curar a la gente y así le hereda el trabajo de curar a los que lo necesitan. Uno de los relatos que más me llamó la atención es "Mal agüero" que nos indica todas las formas que existen en la región de lo que se conoce como indicios de mal agüero: el canto del xoch, los nidos de arañas en forma de ojos que se forman en las casas, cuando cacarean las gallinas de noche; por fortuna también hay formas de evitar el mal agüero y aquí se nos 74

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explican, por ejemplo: cuando aúllen los perros en la noche, se deben levantar los brazos en forma de cruz y rezar; cuando las arañas formen sus nidos, éstos se deben quitar con una varilla; cuando se escuche al xoch uno debe rezar y encomendarse a Dios. Destaca lo bien redactadas que están las historias, y aunque son más extensas que otras de este tipo, son entretenidas. También se recalca la importancia del libro como instrumento para lograr que perduren las historias y la identidad de los pueblos. En 2009 la colección Educarte en Género en sus fascículos 3 y 4 editó textos literarios. El fascículo 3 Urdir la tarde es una antología realizada por Manuel Iris que incluye textos de Brenda Alcocer, José Martí, García Tejeiro, Rabidranath Tagore y el propio poeta Manuel Iris. El libro está hermosamente ilustrado por Gustavo Nieto, es un libro muy atractivo, con varias referencias a nuestro entorno regional, sin que ello impida que sea comprensible en cualquier lugar de habla española; en él, desde luego, está la propuesta de mostrar cómo podemos salirnos de los roles preestablecidos para cada género para construir un mundo cada vez más libre. El fascículo 4 de Educarte en Género, La nana rana y visita desde Ya'axché, de la autoría de Nataschia Rodríguez Lara, también fue publicado el año 2009. Tiene ilustraciones y diseño de Gustavo Nieto Pérez, con la colaboración de Paulina Mendoza Vega. Como muchos de quienes me leen podrán suponer, se trata de una obra para teatro guiñol, en el caso de "La nana rana"; "Visita desde Ya'axché" se presta más para ser interpretado con actores, aunque eso será siempre decisión del director. En ambas obras hay acción, tensión, se recrea problemas que afectan a la niñez, como el estar o no a gusto con la propia apariencia física (en el caso de la "La nana rana") o con la nueva situación en la que la vida nos ha colocado, como ocurre en "Visita desde Ya'axché". A propósito de la tristeza por la pérdida de un ser querido, nos ilustra acerca de la visión que existe en la cultura maya al respecto. Un libro sin


duda muy recomendable para quienes dan talleres a jóvenes lectores. K'ak'alt'aano'ob o k'alk'alak t'aano'ob de Fidencio Briceño Chel, Marcelo Jiménez Santos y José Antonio Flores Farfán. Este libro de trabalenguas se realizó pensando en los niños principalmente; incluye un CD en el cual se podrán escuchar las trabalenguas en voces originales, cuya velocidad de pronunciación va en aumento, lo que lo vuelve un reto para quien escucha; también se pueden oír tal como se dicen todavía en algunas comunidades, todo en maya. Estos libro y disco compacto son un llamado a la conciencia de los yucatecos para preservar y valorar la lengua maya, ya que los mayas de Yucatán no sólo son quienes construyeron sus zonas arqueológicas. En el 2009 también se publicó Cuando papá era un gigante de Víctor Rejón. A través de los siete cuentos que integran el libro el autor revela su versatilidad narrativa pues hay protagonistas niños, niñas; recrea elementos de nuestra cultura maya y promueve el cuidado del medio ambiente. Las ilustraciones de Luciana López completan la excelente presentación del volumen publicado por el Ayuntamiento de Mérida. La penúltima publicación a la que haré referencia es El Cuartel de Dragones de Brenda Alcocer, con ilustraciones de Lucina Castillo, publicado en 2009 por el Instituto de Cultura de Yucatán. La primera presentación fue el 26 de febrero de 2010 en el Cecuny y estuvo a cargo de Melba Alfaro y Beatriz Rodríguez. Melba Alfaro además de escritora es actriz, y desarrolló un performance encantador a propósito de El Cuartel de Dragones, en el cual los alumnos del Cecuny participaron; Beatriz Rodríguez también tuvo una presentación exitosa interactuando con los niños a propósito del libro y de los dragones. El cuento aborda la amistad que nace entre dos niñas de diferentes culturas; la capacidad de compartir los sueños las lleva a vivir aventuras fantásticas,

en las que las mitologías son trastocadas para generar una nueva, acorde a las circunstancias que ahora viven las protagonistas de la historia. En 2013 aparece Las sombras de Fabián, obra ganadora del Premio Estatal de Literatura Infantil "Elvia Rodriguez Cicerol. En ella, Adán Echeverría crea una historia para niños, que bellamente ilustra Steffy Burgos. Fabián es un niño inquieto, debido a sus travesuras sus padres le imponen un castigo: quedarse en su cuarto mientras todos los niños juegan en las calles. Él descubrirá que en su cuarto existe la posibilidad de divertirse, hasta que algo inesperado sucede. El cuento de Adán Echeverría nos hace recordar la imaginación que todos tenemos cuando somos niños, capaces de crear un mundo el que podemos quedar inmersos. La necesidad del amor parental hace a los hijos volver al hogar. El libro se encuentra en un formato grande, con coloridas ilustraciones, se encuentra en la categoría de niños de hasta 8 años, al tenerlo en las manos poder leerlo en voz alta. Es notorio que en Yucatán hay una amplia producción de literatura dirigida a los niños y a los jóvenes; cada generación hemos desconocido lo que ha hecho lo anterior, por lo que no hemos maximizado el resultado de la promoción a la lectura, por eso son muy importantes los esfuerzos por discutir y valorar los textos dirigidos a los niños y a los jóvenes de nuestra entidad, las estrategias para acercárselos y la respuesta que cada uno de los autores y promotores ha obtenido, para entre todos construir nuevos públicos capaces de disfrutar el arte.

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La memoria del pájaro por Ángel Augusto Uicab Ensayo sobre la muerte. Parte I

Uno puede morir a la hora que sea, en el lugar que se le antoje; como se le dé la puta gana. Puede ser al mediodía, mientras con el índice derecho enumeras las caprichosas formas de las nubes: un borrego, un perro, una sirena, un rostro, un barco gigante que navega hacia el horizonte y se pierde entre enormes islas de algodón. Y la muerte llega ahí cuando estás tendido sobre el pasto, con las piernas cruzadas, los brazos extendidos; y los ojos abiertos: espejos de nubes. Hay quien decide morir a la 3:01 de la madrugada. Cuando despierta con un tremendo vacío en el estómago. Baja las escaleras y se dirige a la cocina, abre el refrigerador y se queda mirando boquiabierto el pastel que su esposa preparó con antelación para celebrar el cumpleaños número siete de su pequeña, pero no hay importancia en el esmero con que cocinó la mujer; el hambre es una puta que todo lo devora. Así que el sujeto mete las manotas en el pastel y se lleva trozos y trozos a su boca, sin cautela, manchándose el rostro de merengue rosado. Las ganas de morir se apoderan de él, cae dentro del refrigerador con la cara estampada en la bandeja del pastel; con la bata de dormir levantada y el culo al aire. Supe de un tipo que eligió morir al ponerse el sol. Era un anciano que sentado en la banca de su jardín contemplaba el andar de una tortuga. Con su reloj de pulsera tomaba el tiempo que hacía la tortuga al desplazarse de la fuente hasta el rosal, una distancia aproximada de 2.30 metros. Desesperado, más que la tortuga, el

hombre pasaba la vista una y otra vez en el reloj para fijarse de la hora que marcaban las manecillas. Movía las rodillas, aporreaba los talones contra el suelo, se rascaba la nariz, tamborileaba con sus dedos la barbilla; y caía en cavilaciones extrañas sobre el tiempo: ¿qué es el tiempo? Todo y a la vez nada. Pólvora que al encenderse hasta la roca consume, fuego que como el de la zarza ardiente no se extingue, agua de los mares que se evapora, arena que grano a grano todo lo sepulta. Manos de Cronos que te sujetan por los talones y te hacen caer en la oquedad de la existencia. El tiempo: ayer, hoy, mañana. Pasado, presente, futuro. Ayer hoy era mañana, mañana será ayer. El tiempo es lo continuo. Y si dices "mañana" mientes, pues dices "hoy", escuchó que dijo la voz de Castellanos, desde lo más profundo de su fuero interno. Absorto en estas reflexiones el hombre simplemente se dejó morir, con el tiempo como un gran bulto sobre su joroba. En sus ojos casi consumidos por las nubes, las manecillas del reloj marcaban las 7:20; la noche tocaba la puerta, y la tortuga era una piedra más del rosal. Hubo una vez un joven fotógrafo que se entregó a los brazos de la muerte en un parque. A eso de las seis de la tarde cuando los niños corren sujetando globos de colores. Cuando las risitas de felicidad se mezclan con el delatripa: narrativa y algo más, No. 29, Septiembre 2016.

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pregonar de los venteros, el rumor de las conversaciones de los adultos y el unísono grito de los pájaros que se levantan al vuelo desde los árboles y pueblan el atardecer. Después de capturar una serie de fotografías el joven decidió marcharse, en ese momento se fijó de un globo rojo que se le había escapado a un pequeño que hacía las rabietas habituales de la infancia tirado a los pies de su mamá; que avergonzada por la mirada de los demás padres, intentaba, sin que lo lograse, calmarlo. El joven puso total atención en el globo pero decidió no retratarlo. El globo subía, más y más alto, más allá de los postes y la copa de los árboles; abriéndose paso con cuidado entre los negros pájaros. Un pájaro tomó con su pico el hilo del globo y subió aún

más alto, se fue más y más lejos, hasta las nubes arreboladas que se agazapaban en el horizonte. Cuando hubo desaparecido el ave con el globo, el joven se percató que yacía sobre el pavimento. Un líquido tibio y rojo le brotaba de la cabeza y de la boca. Miró sus manos y las ropas manchadas del mismo color, de la sustancia que se desprendía de su cuerpo a borbotones. Dirigió la mirada al cielo buscando de nueva cuenta lo que había robado su atención, pero no pudo ver más que manchas oscuras, el cielo violáceo y nubes rojizas con leves pincelazos de oro, y pensó ¡Las mil putas!, esta sí que es una buena toma. Y sin más, con el llanto del niño retumbando en sus tímpanos y la última fotografía en su mirada, se dejó morir.

El estudio de la poesía debe ir acompañado del disfrute de la misma, si tienes un libro de poemas del que quieras conversar, escríbeme

augustoangel.uc@gmail.com

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Mi punto de risa por Roberto Cardozo

Migraciones. "Por las lluvias y la marea alta, se suspenden las visitas al tiburón ballena hasta el miércoles", dice el letrero en una rentadora de carritos de golf de Holbox. La temporada de avistamiento del tiburón ballena en esta bella isla del caribe mexicano se da entre los meses de junio a septiembre, que es cuando esta especie llega a estas costas mexicanas luego de largas migraciones por los mares más profundos. Leo el cartel y además de la decepción porque no puedo rentar un carrito me pongo a pensar en toda la distancia que recorre esta especie cada año. Mi novia camina poco más adelante, tomando algunas fotografías de la isla. Ambos hemos organizado este viaje, llegamos hace dos días. Ella voltea hacia mí, me mira, sonríe. Me pregunto qué me hizo venir con ella, qué nos hizo venir a esta isla solos, recuerdo al tiburón ballena y sus migraciones. En este momento me doy cuenta que siempre estamos migrando, todos estamos migrando, en ocasiones de manera tan sutil que resulta imperceptible. Estas migraciones pueden ser incluso en la misma ciudad, en la misma casa, y son las acciones que nos hacen movernos hacia nuevos horizontes. Migrar es la manera de que las especies conserven su equilibrio, es una forma de sobrevivir y los motivos serán siempre la necesidad de encontrar mejores condiciones de supervivencia, así como salir de la zona de confort

que evita que las especies evolucionen. Cuando uno se queda estancado, se condena a la extinción, migrar se vuelve entonces una necesidad. Esta extinción puede no ser interpretada de manera literal, es una forma de ver a las personas que dejan de encontrar el sentido a la vida, se extinguen. Migrar se vuelve, entonces, una necesidad básica para el ser humano, todas las personas debemos ser conscientes de nuestras migraciones, sobre todo de las emocionales. La extinción emocional es la peor de las tragedias que puede sucederle a un ser humano, es lo que impide que las personas evolucionen hacia nuevos estados de conciencia. Migrar, insisto, debe ser una forma de enfrentar a la vida, de entender la vida, de andar por la vida. Migrar es lo que nos hará mantenernos lúcidos y alertas, preparados para cualquier nueva situación a la que nos enfrentemos. Hemos rentado dos bicicletas, migraremos un poco más al sur, por las arenosas calles de la isla, hacia alguna playa que nos arrope todo el día, regresaremos en la noche.

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La Niña TodoMePasa dice: por Jéssica de la Portilla Montaño

Lactancia materna (y la lata de justificarla)

Hace una semana vinieron a la oficina enfermeras del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) para hacernos un chequeo anual: peso y glucosa en la sangre (colesterol no, porque "se les olvidaron las tiritas" de control), y detección de cáncer cérvicouterino y de mama. Le comenté a la enfermera que me atendió que yo aún no puedo hacerme el último examen, pues sigo amamantando a mi bebé que ya tiene un año con cinco meses de edad. Y, como era de esperarse, la señorita salió con algo tan parecido a la insufrible cantaleta con que me han perseguido amigos, enemigos, parientes, vecinos, desconocidos, enfermeras y médicos casi desde que salí del quirófano donde me abrieron en dos: "Su bebé ya está grande. Ya no obtendrá beneficios de la lactancia materna. No le nutre. Nos llegan muchos niños bajos de peso porque las mamás les siguen dando pecho". Lo increíble no fue eso, sino lo que la enfermera contestó cuando argumenté que la Organización Mundial de la Salud recomienda seguir amamantando a un bebé hasta al menos los dos años de edad: "Ah, sí. Eso decía la OMS. Pero acaban de cambiar las directrices. Ahora es hasta el año, año y medio".

¿...Es en serio? Sí: ¡es en serio que dijo eso! Mintió vilmente con algún propósito que desconozco yo. ¿Por qué una profesional de la salud haría eso?, ¿qué gana? Pero no por nada me dicen WikiJessy o JessyPedia: en cuanto me senté frente a la computadora googleé "OMS y lactancia materna", encontrando la página http:// www.who.int/topics/breastfeeding/es/ donde se lee literalmente: "La OMS recomienda la lactancia materna exclusiva durante seis meses, la introducción de alimentos apropiados para la edad y seguros a partir de entonces, y el mantenimiento de la lactancia materna hasta los 2 años o más." …¡"hasta los 2 años o más"!!! Lo primero que hice fue copiar el link y el texto anterior y enviárselos a mi esposo por Skype, como para que no me vuelva a decir que nuestra niña ya está grande, que voy a retrasar su aprendizaje y competencias (él es profesor normalista, pero no de esos que golpean policías y bloquean carreteras) y no sé qué más. delatripa: narrativa y algo más, No. 29, Septiembre 2016.

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También debí enviárselos a mi señora madre, quien se burla ante la posibilidad de ver a su nieta con el vestido de fiesta de XV años -o de novia- y todavía "pidiendo chichi", como decimos aquí. De paso también tendría que habérselos enviado a: esa enfermera de la semana pasada; a otro médico del IMSS que dijo que pecho hasta los seis meses de edad y no más porque "después la leche materna ya es pura agua"; a mi abuela que se ríe cuando ve que mi hija literalmente corre cuando me levanto la blusa (mi niña de plano no duda en levantarme ella misma la prenda, esté quien esté presente, para exigir su parte del nutritivo botín); a la mamá de la tía Mariné, al primo de un amigo, a Fulana, Mengana y Zutana... ¡Tendría que habérselos enviado a media humanidad, pues! Hace poco regresó a la oficina una amiga que dio a luz hace dos meses. Inevitablemente le pregunté cómo le iba con el latoso asunto de la lactancia, porque en verdad es una lata tanto el darla como el defenderla, y contestó que le molesta cómo el mundo entero juzga lo que uno hace o deja de hacer con su bebé. Si no le das leche te salen con el recuento de todos los beneficios de la lactancia materna, como para hacerte sentir que no te importa tu hijo por no darle.

...y, cuando le sigues dando, ¡resulta que es malo también! Todos tienen algo que opinar, empezando por hombres como los legisladores mexicanos (muchos de ellos ni hijos tienen) que pretenden que no se venda leche de fórmula si no es con receta médica, dizque "para promover la lactancia materna"... cuando en realidad sólo beneficiarían a los doctores que nos darán dicha receta tras cobrarnos la consulta. ¿Pues qué se creen estos congresistas?, ¿que es muy fácil seguir amamantando a tu hijo -si es que acaso logras deshacerte de la interferencia de terceros que le dan leche artificial a tu bebé sin preguntarte siquiera, como me sucedió con una enfermera nocturna de la clínica donde di a luz- luego de sólo mes y medio de incapacidad laboral tras el parto? ¿Creen que una podrá dar lactancia materna exclusiva cuando la Ley Federal del Trabajo en México establece a duras penas una "hora de lactancia" al día durante seis meses tras el nacimiento? ¿Pensarán que una logra extraerse los miles de millones de litros?

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Incipit

por Blanca Vázquez

Aquello que llega fácil, fácil se va El hombre tiene ilusiones como el pájaro alas. Eso es lo que lo sostiene. Blaise Pascal

En algún momento me detengo y volteo hacía los años pasados de mi existencia. En ese momento me doy cuenta de que con el pasar del tiempo he dejado atrás algunos propósitos y que otros se fueron transformando en realidades. Nadie tiene un manual de cómo ser madre o padre, creo que casi siempre nuestros progenitores tratan de inducirnos hacía algunas de las pasiones o deseos que ellos tuvieron y así, de alguna manera reflejarse un poco en nuestras personas. Tal vez por eso fui a clases de canto y baile cuando era pequeña. Cuando voy en el transporte público o estoy sentada en algún café, me gusta observar a quienes me rodean, sobre todo si son más o menos de mi edad —43 años— y me pregunto qué es lo que ellos habían pensado hacer y ser de adultos, o si fueron dando por perdidos algunos de sus sueños. Parafrasearé a Joseph Conrad, todo momento se alimenta de ilusiones, si no fuera así, todo ser humano se daría por vencido ante la existencia, y ese sin duda sería el momento del exterminio. Quizá se lea un tanto exagerado pero creo que es verdad. En el proceso de vida uno va deseando hacer cosas que nos plazcan, hasta el amor que tanto se ha vilipendiado tiene que verse con esa perspectiva. Desafortunadamente cuando fuimos pequeños en muchos no se procuró el hambre por cumplir esas metas. Por el contrario, a veces, aquellos quienes

engendran, quizá por miedo, quizá por egoísmo o por ignorancia truncan aquello que alguna vez se avizoró como una pasión. ¿Qué hay de mí que quería jugar futbol? O de mi querida amiga que deseaba ser bailarina, o aquella pareja que quería ingresar a las fuerzas armadas o aquel amigo que quería hacer cine, y así podría enlistar a tantas personas que están en este instante haciendo algo que no les place o bien que decidieron aceptar por no contradecir lo que les dijeron que era mejor para ellos. Vaya complicación. Algunos acaban sus días detrás de un escritorio, maldiciendo los lunes y pasando el rato para ver cómo se pasa la quincena, otros dan clases porque les consiguieron una plaza y toleran (esa palabra no me gusta en realidad) a aquellos que acuden a sus aulas o bien, se extinguen poco a poco en una casa o simplemente se levantan por la mañana, hacen algo y esperan a que vuelva la noche para poder soñar al menos cuando entran a la cama. Hace unos días vi una película francesa L' Étudiante et Monsieur Henri1 y en esa comedia se delinea de manera perfecta cómo aquellos que nos van formando pueden truncar o hacer que se pierda la pasión o la confianza en uno mismo, y en este

1. L' Étudiante et Monsieur Henri. Dirigida por Ivan Calbérac, Reparto: Claude Brasseur, Guillaume De Tonquédec, Noémie Schmidt. 2015. delatripa: narrativa y algo más, No. 29, Septiembre 2016.

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apartado no incluiré sólo a quienes nos educaron en la casa, sino también a aquellos que en el espacio público nos ridiculizaron o hicieron que la confianza que nos teníamos se perdiera, sé que varios profesores o entrenadores sabrán de lo que estoy escribiendo. Quiero pensar que en la mayoría de las ocasiones ellos no se dieron cuenta, y quienes vamos creciendo creo que tampoco. Pero nunca es tarde, eso lo tengo claro.

jazzista Miles Davis se inició en el boxeo a una edad en que otros ya van retirándose. ¿Qué los puede diferenciar de las otras personas que no logran sus sueños? La decisión. Algunos escritores quieren escribir la novela más leída pero no hay disciplina, o se cree que la inspiración llega como en la tradición griega gracias a las musas (o musos). Y no, todo sueño, anhelo o pasión, si en verdad se necesita para vivir se logrará con esfuerzo y constancia.

El cometido de toda vida es vivir de nuestros deseos y hacer que estos se logren, aunque en ello se vaya nuestra existencia. Parece exagerado pero no lo es. He leído que el escritor León Tolstoi decidió aprender a andar en bicicleta a los 67 años o que el

Nada viene gratis o por obra de algún espíritu. Aquello que llega fácil, fácil se va. Así que a ponerle empeño a la vida, y sí, revisemos nuestros sueños, aún estamos a tiempo.

Si tienes comentarios, escríbeme: itasavi@hotmail.com

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Desvaríos de la freaky neurosis por Gema E. Cerón Bracamonte

Con sabor a Independencia ¿Qué importancia tienen las fiestas patrias?, ¿es necesario celebrarlas? ¿Es acaso el grito de "Viva México", en voz del presidente de la república algo que nos provoque alegría y orgullo? O simplemente, es una forma de disfrazar los problemas que agobian a nuestro agotado país. Harto de los malos manejos y equivocadas decisiones que, lejos de mejorar, nos hunden en la pobreza y la ignorancia. Pan y circo, son todos los eventos realizados para intentar atraer a la muchedumbre a dar el grito en el zócalo capitalino. Aquella turba inconforme de ciudadanos que aumenta cada día, y cuyas quejas hacia el actual gobierno se hacen extensivas en toda clase de redes sociales. Los únicos defensores del actual régimen son los medios masivos de comunicación y los grandes empresarios con quienes se han hecho alianzas millonarias. Es un secreto a voces lo que sucede y me pregunto ¿en verdad nuestro pueblo carece del valor suficiente para hacer algo al respecto, más que quejarse y murmurar? Al menos en esta ocasión, el grito de los mexicanos se hizo escuchar, al repetir de manera incesante: "Fuera Peña", mientras el jefe del ejecutivo recitaba la acostumbrada letanía patriótica con un gesto de angustia. A sus espaldas, una primera dama esbozando la sonrisa fingida para intentar disimular lo incómodo del momento. Dicen que los mexicanos únicamente se han levantado en armas cuando se han quedado sin

comer. Cuando la escasez de alimentos es tal, que no existe otra alternativa. Tales fueron el caso de la Independencia y la Revolución mexicanas. ¿Cuál es la situación actual de nuestro país? Riqueza hay, ¿qué acaso Carlos Slim no fue catalogado como el hombre más rico del mundo? En contraste miles de mexicanos viven en pobreza extrema. Resulta que existen recursos, pero se encuentran mal distribuidos. ¿A quién le importa? La indiferencia se hace patente en todos los estratos sociales. Pero, mientras las clases baja y media se siguen partiendo el espinazo para medio comer y medio educar a sus hijos; deben seguir soportando los estúpidos comentarios de algunos mediocres conductores de televisión que siguen argumentando que "la culpa de que el dólar siga subiendo no es del presidente" o "si quieren mejorar hay que chingarle más al trabajo". Como si México no fuera uno de los países donde más horas se trabaja, menos salarios se perciben y menos delatripa: narrativa y algo más, No. 29, Septiembre 2016.

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períodos vacacionales se disfrutan. Eso sin contar la falta de oportunidades laborales, a pesar de tener maestría y doctorado, o la experiencia suficiente para lograr un buen puesto; pero la desventaja de no tener "contactos" para conseguir un trabajo decente. Por eso emigran los mexicanos, en busca de mejores oportunidades, que en este país son escasas, a menos que tengas algún conocido de renombre que pueda colocarte. Y resulta que el salario de los diputados y legisladores representa una burla para los mexicanos. Los precios de la luz y gasolina incrementando; lo cual repercute de manera directa en el precio de los alimentos, pues el transporte y almacenaje adecuados, requiere de mucha energía. Pero los altos funcionarios siguen pensando que con seis mil pesos al mes se mantiene una familia promedio de cuatro integrantes. Sin embargo, ellos no intentan subsistir con esos sueldos, a ellos se les pagan viáticos y seguros de gastos médicos en clínicas de renombre. Ellos son quienes estrenan autos último modelo, quienes vacacionan en el extranjero y compran boletos de primera clase. Y jamás se han puesto a pensar que hay salarios tan miserables, que ni siquiera alcanzan a cubrir los seis mil pesos mensuales. Pero se dan el lujo de autorizar invitaciones a los candidatos presidenciales del país vecino. Como si no fueran lo suficientemente humillantes todos los comentarios racistas del señor Donald Trump en contra de los mexicanos. ¿A quién le importa sostener una relación de amistad con alguien que te patea el culo? A Enrique Peña Nieto, sin duda. Pero, ¿acaso él actúa solo? Debe haber un grupo de personas que autoricen el presupuesto para este tipo de viajes ¿o no?, debe existir quizá un consejero presidencial, quien determina las acciones de diplomacia internacional. 88

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Por si fuera poco, nos tenemos que chutar, a estas alturas, la realidad de una tesis de a mentiritas, plagiada en más del 70% por Peña. ¿Acaso no se supo esto antes?, ¿a quién le interesaba mantener en secreto esta información? No me parece tan tonto el presidente como los miles de mexicanos que votaron por él. Independientemente del robo de urnas, el acarreo masivo de votantes por parte del PRI, la compra de boletas y la repartición de tarjetas monex. Yo sí escuché a mucha gente convencida para votar por él, ya sea por el prestigio que su trabajo en el estado de México le había brindado, o simplemente por guapo. Parecían haber olvidado los más de setenta años de corrupción y robos que el partido tricolor nos había heredado. Parecían haber olvidado el Tlatelolco del 68, y la matanza ordenada por Díaz Ordaz. La muestra más infame de abuso de poder y represión que pudieron experimentar los jóvenes a causa del mal gobierno. Y mientras los militantes del partido anunciaban la victoria del 2012 bajo la consigna de "Soy el PRI que viene"; los mexicanos que no votamos por él, agachamos la cabeza decepcionados por el futuro que se acercaba. Peña Nieto pareciera el presidente más estúpido que haya pisado Los Pinos, pero no es así. Porque cuando su mandato termine, él huirá con los millones que ha robado, a un país extranjero, como siempre ocurre en estos casos; y nosotros no podremos hacer nada el respecto. Entonces y sólo entonces, será él quien se ría de los mexicanos, por estúpidos, al votar por él. Pero sobre todo, por no tener el valor de hacer algo para detenerlo.

Si tienes comentarios, escríbeme: evieangelist@hotmail.com


Nos vemos en el slam por Mario Pineda Quintal

Adiós, maestra Betty. Iba camino al trabajo cuando me enteré. Como siempre, tras pagar mi boleto de autobús y sentarme pegado a una ventana, abrí mi perfil de Facebook, pase dos o tres publicaciones sin importancia para mí. Creía que todas se enfilarían por el mismo sentido, pero apareció una que fue la mala noticia del día. La maestra Beatriz Rodríguez Guillermo estaba muerta. El cáncer se encargó de quitarle la vida. Enfermedad que también arrebató al arte yucateco una de sus más destacadas militantes. Para mí siempre fue la maestra Betty, además de sus creaciones literarias, ella me compartió una experiencia académica en la universidad que en cada clase me motivaba a escribir. En el primer año de la carrera de la Licenciatura en Comunicación me enseñó y recordó el uso de las reglas gramaticales, carta de presentación para cualquier comunicólogo. También hubo ejercicios de redacción en donde pedía a todo el grupo exprimir la creatividad y llevar todas las creaciones a los géneros de la poesía y el cuento. Escribir bien, ser originales, esa fueron sus premisas en el aula. Con otros compañeros de la misma universidad, participé en un taller literario impartido por ella durante las noches. No me importaba la distancia de la escuela a mi casa, regresaba para conocer su opinión acerca de mis textos, la cual, junto con la crítica del taller del

Drenaje, me llevaron a ganar el premio estatal de poesía Jorge Lara Rivera. En esos días de educación superior, nos acompañó a un encuentro de estudiantes de literatura en Campeche (sí, me colaba a esos viajes con los compas de letras), donde después de las ponencias y lecturas que caracterizan estos eventos, nos acompañó a un bar a tomar las chevas, como toda una amiga. Con el pasar de los años se convirtió en la directora de la Escuela Superior de Artes de Yucatán y cada vez que la veía en eventos oficiales, no desperdiciaba la oportunidad de saludarla, a veces un hola, a veces una pequeña plática. Su muerte fue repentina, para mí, no me la esperaba, desconocía su cáncer, pero las últimas veces que la vi, sí noté cambios en su aspecto físico, aunque nunca perdió la sonrisa y una sensación agradable que transmitía su rostro. Ante su deceso, las redes sociales se llenaron de mensajes de lamentación, reconocimiento y agradecimiento hacia su persona, muchos expresaron que significó para sus vidas como maestra, amiga, directora y escritora; quienes tienen columnas en medios de comunicación y revistas literarias hablaron de ella en sus espacios. Fue una despedida memorable por parte de jóvenes y adultos que tuvieron la oportunidad de convivir con la maestra Betty. delatripa: narrativa y algo más, No. 29, Septiembre 2016.

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Si me preguntan algún legado por parte de ella, respondería con la frase revolucionaria "Podrán cortar todas las flores, pero jamás detendrán la primavera". La muerte nos la arrebató, pero no pudo llevarse sus enseñanzas, como dije líneas arriba, como profesora universitaria, impulsó siempre a tener el interés de ser creativos, originales. No temerle a la creación propia. Que cualquier producto de un desempeño artístico, no se pierda en lugares comunes, y mejor que pertenezca a los únicos.

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