Revista delatripa no 30

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Número 30 Octubre 2016.

delatripa: narrativa y algo más, No. 30, Octubre 2016.


Revista

No. 30. Octubre. 2016. Es un proyecto de la Catarsis Literaria El Drenaje, editada en Ensenada, Baja California. Revista de circulación mensual. Dirigida por Adán Echeverría. Edición. Larissa Calderón. Colaboraciones a romeolobos@yahoo.com.mx / Consejo Editorial: Narrativa y algo más

Alejandra Aké Sustersick, Joelia Dávila, Cristina Leirana, Larissa Calderón, Roberto Cardozo, María Nieto, Mario Pineda Quintal y Anel Mora.

Contenido La misión perdida de Matías Verduzco. novela -segundo fragmento. Marta Aragón Rodríguez ........................................ 3 Historia con final feliz un poco incierto. Daniela Muñiz Nieto ............................................. 37 Eterna pesadilla Jéssica de la Portilla Montaño. ............................ 39 La menonita José Sifogrante ...................................................... 41 Estética de la sobrevivencia en Colombia. Memoria y afectos en la poesía contemporánea (2000-2015) Angélica Hoyos Guzmán ....................................... 51 Bugsy. Alma Angelina C. Carbajal Guzmán. ................... 58 Tres relatos. Uriel Martínez ....................................................... 59 El terruño del abuelito. de Rubén López Cárcamo adaptación: Susana Mota López. ........................ 62 Samus el refri Paty Rubio. ............................................................ 66 Aforiquetes (entre aforismo y periquete) sobre educación Daniel Zetina ........................................................ 67 Alegría Jesús Fuentes ........................................................ 69 Nosotros no controlamos nada. María Nieto ........................................................... 71 Inseguridad. Patricia Fonseca ................................................... 73 Mi cumpleaños. Judith Almonte Reyes ............................................ 74 Esperando el tiempo. Blanca Vázquez ..................................................... 76 Sobre En espera de la noche Anel Mora ............................................................. 77

Columnas La memoria del pájaro Ángel Augusto Uicab. ........................................... 79 Mi punto de risa Roberto Cardozo ................................................... 81 La Niña TodoMePasa dice... Jéssica de la Portilla Montaño. ............................ 83 Incipit Blanca Vázquez ..................................................... 85 Desvaríos de la freaky neurosis Gema E. Cerón Bracamontes ................................ 87 Nos vemos en el slam Mario Pineda Quintal ........................................... 89

Imágenes portada e interiores del Artista

Gabriel Sánchez (Leirbag) delatripa: narrativa y algo más, No. 30, Octubre 2016.


La misión perdida de Matías Verduzco. fragmengo de novela. —continuación— 5 El sol punzaba como un clavo en la cabeza, me sentía somnoliento. Decidí echar un sueño bajo de los encinos. Desensillé la mula y la solté para que comiera pasto en los alrededores. Tiré la silla al suelo y estaba a punto de echarme sobre ella, cuando un chillido me alertó. A unos pasos, una serpiente me avisaba su cercanía, pero no iba una maldita víbora a detener mi sueño. La maté a pedradas con una rabia, que más que contra el animal era contra la miseria de mi vida. Muerto el reptil, le corté el cascabel, lo desollé y le saqué las tripas. Colgué el cuerpo pelado sobre la rama del encino, luego me tiré sobre la silla. Sobre mí murmuraban miles de hojas, dejaban ver retacitos de cielo y el revoloteo azul de los pájaros belloteros que volaban de árbol en árbol con sus alas azules. Algo de paz se metió a mi cabeza y pecho; dormí y no desperté hasta el siguiente día cuando la claridad deshizo el resto de oscuridad que aún quedaba. Tendido sobre la hojarasca, tenía la cara llena de hojas y ramitas secas, los ojos lagañosos, y de mi boca amarga, salía un olor a mierda. Me dolía el cuerpo, estaba hambriento, deseaba una taza de café caliente y el calor de la lumbre. Pensé en los dos viejos, que a esas horas estarían haciendo lo mismo, hablando de sus cosas. "De seguro andarán sobre las pistas de la misión perdida, contándose lo que saben, las rutas y veredas a seguir, el punto exacto.". Se me llenó el hígado de bilis, y se me espesó la saliva. "Más les valdrá que compartan ese oro conmigo", exclamé en voz alta como loco, "porque si no", me detuve un momento para, después, en un estallido gritar: "¡Soy capaz de rebanarles el pescuezo!, ¡Destriparlos y cortarlos en pedaci-

Marta Aragón Rodríguez

tos para tirarlos por el voladero como si fueran piedras!". Con este grito eché afuera todo el veneno que traía en el estómago y que me ponía la sangre negra. Me gruñeron las tripas, sentí el dolor del hambre, que como cuchillo me rebanaba. Junté unos leños y prendí lumbre. Dejé que se hiciera brasas para que se asara la víbora. Con ella calmé el hambre. Recuperado me fui al arroyo, me desnudé y lavé mi ropa que hedía a cuchitril de marrano. Allí estuve tallando y tallando como si me lavara el alma de una mugre muy pegada, muy dura de salir. Tendí mis garras entre las piedras y fui a bañarme con el jabón de castilla que guardaba entre la muda de ropa limpia. Me enjaboné muy bien y después dejé que el arroyo corriera sobre mi cuerpo. El agua fría cortaba mi piel como navaja. Al rato me acostumbré al frío y dejé que el agua se llevara la mugre que tenía pegada como si fueran miles de garrapatas. No me sentía lo suficientemente limpio como para salir, así que dejé pasar el tiempo, salí con los dedos pachichis. Me vestí, comí el resto de la víbora, me lavé el hocico con jabón, lo sentí amargo y hediondo, pero nada podía quitarme el olor a ponzoña de mi estómago, nada. Me fui a buscar a la mula, era hora de acercarme a Santa Clara y vérmelas con la Chagua; algo muy caliente se derramó en mi interior, que luego me bajó hasta las verijas. Hasta mí llegaron los ruidos del rancho, las voces de los vaqueros arreando las reses en el corral. Me sentí inquieto, con la respiración contenida, el estómago encogido. A la vuelta del camino apareció la casa de adobe con techo de cuatro aguas forrado de tejamanil; de la delgada chimenea de la cocina brotaba un delatripa: narrativa y algo más, No. 30, Octubre 2016.

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hilillo de humo. Una figura vestida de negro recogía algo en el jardín, por sus movimientos ágiles supuse que se trataba de la Chagua y que andaría cortando alguna verdura para la cocina. Le piqué las costillas a la mula para que apurara el paso. Los minutos se alargaron, por fin llegué frente a la entrada del rancho, en el momento que la Chagua se metía a la casa. Me recibió un vaquerillo tan flaco como una hebra de hilo, era un par de piernas con tejana y botas con las puntas arriscadas. —Pásale, vale, ¿a quién buscas? —A doña Apolonia para que me dé un remedio, vengo muy malo— dije haciendo cara de enfermo. —Pos pásale —dijo muy servicial el vaquerillo— ¿Quién digo que la busca, valecito?. —El compañero de Malaquías Verduzco. Al rato, me encontraba sentado en el porche junto con la vieja; me miraba directo a los ojos. —Así que vienes sin el Malaquías, muchacho; y te bajaste hasta acá porque te sentiste muy malo. Un dolor en el costado, dices, pero para mí traes más hambre que enfermedad. Pásate primero a la cocina para que te eches un taco, luego veré qué tan malo estás. Ha de ser el costado derecho, muy cerquita del corazón. Ahí merito les duele a los muchachos a veces— lo dijo mirándome con sus ojos que parecían de gavilán, fijos y muy abiertos. Sentí que leía cada palabra, cada intención, cada sentimiento que traía dentro; no de balde era la mujer más vieja de los alrededores, decían que se acordaba de cuando los kiliwa quemaron la Misión de Santa Catarina y nadie, de aquellos tiempos, que no fuera ella, andaba caminando por estos rumbos, más bien lo hacían por los del más allá. 4

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Me llevó a la cocina y me sirvió frijoles guisados, machaca, tortillas de harina y un pocillo de café con nata endulzado con piloncillo. Sentí que mi cuerpo se calentaba con la comida, iba a echarme un trago de café cuando entró la Chagua a la cocina; andaba vestida de negro, cubierta con un chal que le tapaba la cabeza. Entró y apenas dijo un "Buenas". Trasteó un poco en la alacena, pero al darse vuelta se topó conmigo que estaba sentado comiendo. Por primera vez nuestras miradas se encon-traron. Sentí que un relámpago verde me pene-traba en la cabeza. Nunca había visto sus ojos, parecían dos cuentas de piedra esfín en su cara morena. —Buenas tardes, señora— dije haciendo un esfuerzo sobrehumano por contestar sin bajar los ojos. Me miró unos instantes, recorriéndome de arriba a abajo. Se detuvo en mi boca y regresó a clavar sus ojos en los míos. Sonrió al preguntar: —¿Vienes cargadito de chispas de oro y te vas a gastarlas al pueblo? Me quedé sorprendido con la pregunta y no supe qué contestar, sólo tragaba gordo y tartamudeaba. Se echó a reír y salió de la cocina. —¡Ah, qué mi nieta! —dijo doña Polita moviendo la cabeza y suspirando— parece como si no se le acabara de morir el marido. ¡Pobre Fermín Osuna, ya no camina por estos rumbos! Después de decirlo se acercó a mí y empezó a revisarmemirando directo a los ojos. Cuando terminó: —Creo saber cuál es el mal que traes. Lo imaginé nomás de verte. Estás malo del pecho, junto al corazón, por eso te duele tanto. No te deja dormir porque piensas mucho. Tienes los


ojos gastados por estar viendo cosas que quieres, deseas lo que no tienes y a lo mejor no es para ti. Ve tú a saber, ni que fuéramos adivinos para saber el porvenir. Parecía que hablaba para ella misma y no conmigo. Sus ojos se fueron muy lejos. Tenía las manos puestas en mi torso, sentí un calorcito muy agradable, y por un tiempito me reconcilié con la vida, con los viejos, con la tierra. Luego me soltó y se alejó: —Ahorita vuelvo, voy por una yerba muy buena para tus males. Aquí espérame porque tengo que ir al monte a buscarla. No había dejado de temblar la puerta al ser cerrada, cuando la Chagua entró, se había quitado el chal. Traía un vestido negro de tela muy delgada. Volteé a verla y vi que sus senos se movían al caminar. Pensé que no traía puesto otra cosa que la delgada tela. Miré sus pezones duros debajo, se estremecían cuando trajinaba por la cocina, igual que las nalgas. Se me paraba la verga. Estaba pegado a la silla, no podía moverme ni dejar de verla caminar de aquí para allá. Se sentó frente a mí, de una forma que dejaba al descubierto gran parte de sus tetas. —De modo que traes mucho oro y vas a gastarlo en San Telmo o a Ensenada— tenía los ojos puestos, con toda su fuerza, sobre mi cara. —Traigo algo, sí, señora. Siento lo del Fermín, ahora usted está sola sin su marido. —Dime la verdad. ¿Sientes que Fermín se haya muerto? Contéstame, no quiero que me mientas . Me quedé callado, agaché la mirada. Sentí los ojos de ella como lumbre sobre mi nuca. Después, en un arranque de valor, contesté: —No, señora, no siento ninguna tristeza que el Fermín se haya muerto.

Me miró con descaro y rió. Se levantó con un estremecimiento de chichis y nalgas, y salió de ahí. Me quedé mirándola, sintiendo que iba a venirme allí mismo en los pantalones. Y entró doña Polita: —¿Se te acaba de aparecer el diablo? ¿Qué te pasa? —Nada, doña Polita; este malestar que no me deja. —Encontré las yerbas, no batallé mucho para hallarlas. Un poco de tójil, lentisco y salvia, pero voy a necesitar que te quedes por tres días. —Está bueno; traigo con qué pagarle, no se preocupe. —Me preocupa más curarte de tus males que el oro que traes —empezó a canturrear y a decir cosas entre dientes—. Parece que se apareció el diablo, seguro vestido de negro. Eso ha de ser, para qué le busco si ya sé. Vale más que lo espante, y que se vaya a hacer daño para otra parte. Fúchila, no quiero chamucos aquí. Mientras la mujer preparaba sus cocimientos, yo miraba por la ventana que estaba junto a la mesa, el campo abría como una sábana salpicada de matorrales y colinas chatas; el jardín que rodeaba la casa, el árbol de paraíso junto a la entrada, el cerco de postes de guata, el rosal de enredadera cubierto de racimos de flores blancas. Más allá, la huerta de manzanos y frutales, la enramada de parras, y después de la entrada, la vereda que conducía a los corrales y al enorme álamo donde estaba el sillero, sitio obligado para todos los que llegaran. En eso vi que se acercaba un jinete montado en un macho alazán. Se detuvo frente al sillero y dejó amarrada a la bestia. Con pasos firmes se dirigió a la entrada. Vi a la Chagua tras el árbol salir rápida al encuentro del recién llegado: era Miguel Tejeda, un muchacho muy joven y bien delatripa: narrativa y algo más, No. 30, Octubre 2016.

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parecido. De una raza distinta a la de por aquí. Era muy alto, de pecho ancho, piel bonita, gran bigote castaño enroscado hacia arriba y los ojos color cielo. Todas las mujeres de la zona hablaban de él porque les gustaba. Era de Jalisco, decían que de Los Altos, de Tepatitlán, donde había mucha gente como él, muy clara y muy fina. Cuando llegó traía hermana. Apenas duró, se la llevó un geólogo gringo para el otro lado. Cuentan que la trae por todos lados con él. Miguel Tejeda no tendría más de veinticinco años, calculaba que seríamos de la misma edad, aunque de físicos diferentes: yo soy moreno, correoso, de cabello y ojos oscuros, barbón y pobre; un vago miserable. Sentí celos al ver a la Chagua salirle al paso a Miguel. Conversaron un rato bajo la sombra del paraíso, parecía que discutían. El hombre se dio media vuelta y se regresó por donde vino. Al poco rato, jinete, y macho, se perdieron. Todo el tiempo, la Chagua estuvo recargada en el tronco del árbol, parecía mirar el paso del jinete. Cuando desapareció, la Chagua regresó a la casa, traía una jarra con agua, la estrelló junto a una piedra. Al entrar a exclamó: —Se me cayó la jarra, nana, vengo por otra para ir al pozo por agua fresca— Luego se empinó para sacar un pichel de la alacena y en un momento, la luz transparentó la silueta de su cuerpo de guitarra bajo los trapos negros. Me estremecí, olvidé que era una mentirosa, que había quebrado la otra jarra a propósito. La observé de reojo, las nalgas temblaban debajo de la falda, abultadas y redondas, salían de una cintura pequeña, que bien podría abarcar con mis manos. En su espalda colgaba una trenza encarnada y un resplandor de cabellos rojos rodeaba su cara morena, cubierta de pecas diminutas. Me echó una mirada honda que oscureció sus ojos. Era difícil saber en qué pensaba. Se iluminaron, brillaron como piedra 6

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esfín contra la luz. Me sonrió que se me hicieron agua los huesos, y sin dejar de reír ni mirarme, salió de nuevo. —Bebe el té antes que te pongas más malo —dijo Polita y me regresó de golpe a la mesa:— Y no tomes trago, ni una gota siquiera, y si te aguantas, no fumes tampoco. De menos no fumes tanto. ¡Ah, qué muchacho éste, si no te pones abusado, pues… no vas a curarte, tú! Me sirvió un pocillo con el cocimiento de yerbas, que olía tan fuerte como si anduviera en medio del monte, y estaba tan amargo como bilis. Me lo tomé sin pensarlo, la risita de la Chagua me hacía cosquillas en el estómago y en las talegas. —Puedes dormir en el porche, en el catre que está doblado en un rincón. Pídele a la Chagua cobijas para que no pases frío. Al rato te hablo cuando esté la sopa. Ve y tiéndete en el catre, a ver si duermes aunque sea un ratito. Le hice caso. Los tijerales del techo estaban oscuros por el paso del tiempo. Empecé a soñar con los ojos abiertos. Volví a escuchar la risa de la Chagua que me hizo cosquillas en la punta de la verga. La sentí encima de mí con el vestido abierto y los senos derramados sobre mi barbilla. Sentí sus manos abriendo mi bragueta y buscando a mi cachorón hambriento, deseoso de entrar en ella, de sentirla húmeda, caliente y… ganosa, muy ganosa. Me quedé dormido, y me soñé andando por caminos largos y pedregosos que me conducían al toque de una campana lejana. Me despertó doña Polita. —Es hora de más cocimiento. Vente a la cocina y te echas un taco porque ya es tarde. Los hombres del rancho andaban en la campeada, sólo estaban doña Polita, la Chagua y el vaquerillo que me recibió al llegar. Se llamaba Chuy Castro, de los Castro de Santo Domingo, buena gente, de la región, noble y trabajadora.


Las casas de esta familia eran limpias, impecables, ni una sola bacha encontrabas en los patios barridos. Cenamos un guiso de papas con carne seca y frijoles. Las tortillas de harina no hicieron falta ni el café con nata y piloncillo. Comimos en silencio; la Chagua estaba sentada frente a mí. De vez en cuando se sobaba el pecho y me dejaba ver el inicio de sus chichis, bajo la tela se veían los pezones, los imaginé oscuros y carnosos, deseé lamerlos. A duras penas comí, la veía de reojo a cada rato, ella se estremecía cada vez que se paraba por algo. —En lugar de componerte, empeoras —dijo doña Polita muy maliciosa—. Anda ponte a comer y haz fuerzas para aliviarte. Sin bocado, de nada van a servir los remedios que te estoy dando. Mira pues, contigo. Hice un esfuerzo y me acabé el plato. Miré de reojo de nuevo a la Chagua, me miraba con unos ojos pícaros. Le eché un trago al café. El Chuy Castro iba sobre el tercer plato de comida. Se la bajaba con buches de café, y seguía comiendo sin tenedor, a punta de grandes bocados envueltos en tortillas. —¿Quieres más, Chuyito? —Pos, pos si no falta nadien— y se sirvió de nuevo guisado y frijoles, se arrimó otras tres tortillas. Se me revolvió el estómago, apenas pude acabar. Lo que me urgía era otra cosa: una puñeta para aliviar las ganas de hembra. El Chuy interrumpió: —¿A qué vino Miguel Tejeda? —¿Cuándo vino ése y a qué?— preguntó intrigada doña Polita. —El Chuy ha de saberlo, él fue el que lo vio, ¿no, Chuy?— preguntó la Chagua como si quisiera desviar la conversación.

—Se me afiguró ver entrar por el camino a un macho alazán igualito al del Miguel Tejeda. Luego lo vi recular. Como de entrada y salida. Ai, quedaron las güellas de ida y de güelta. Si no era él, alguien vino, quedó el rastro. —¡Mira qué bien aprendes; hasta seguir huella sabes! —Eso lo sé desde Santo Domingo. Mi apá me enseñó a seguir güella desde chiquito. —Pues qué vaquero resultaste, Chuy; pero lo habrás soñado. No he visto al Miguel por aquí— la Chagua se excusaba. Luego se paró a recoger los platos. "Mentirosa", pensé, "La vi hablar con él". Pensamientos que se hicieron pedacitos cuando se agachó a recoger mis trastes sucios. Me acercó las chichis al brazo, las tuve pegadas por unos momentos. Me caía un rayo que me erizó los huevos y me puso la monda como piedra, dura de por sí desde antes. Deseé salir de inmediato, pero temí que se me notara el bulto. Cuando se puso de pie doña Polita, aproveché para despedirme. "Gracias por la cena, y que pasen buena noche. Hasta mañana si Dios es servido" y salí para irme al monte a curarme el mal. Regresé al rato y me tiré en el catre. Me encontré con dos cuiltas de retazos viejos, y una almohada de lana de borrego, una funda hecha de la manta de los sacos en que venía el azúcar. Imaginé que ella —empezaba a ser "ella"— la había lavado, planchado y puesto con sus manos. Olía a limpio, a fresco, a yerba del manso del arroyo. Recargué mi cabeza con placer y seguí soñando. Entre dormido y despierto, acariciaba mi entrepierna. Cuando sentí unos labios que me besaban el ombligo, y unos dedos suaves me acariciaron los huevos. Abrí los ojos, allí, con el vestido abierto hasta abajo. Tomó mi mano y la puso en una chichi. La sentí suave, grande, le pasé los dedos por el pezón y se delatripa: narrativa y algo más, No. 30, Octubre 2016.

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endureció. Empecé a acariciarla. Bajó la boca hasta mi verga y empezó a besarla. Estaba desnudo, agitado. Se me montó en el vientre, sentí su sexo húmedo y velludo en el estómago. Empezó a tallarse, y me metió un pezón en la boca, luego me besó metiendo toda la lengua. La abracé y recorrí su espalda y sus nalgas con mis manos, las abrí para meterle los dedos. Me besaba con furia, mordía los labios. Se tallaba sobre mí. Se tiró de espaldas y dejó sus piernas abiertas frente a mí y empezó a tocarse. Era mañosa, había llevado una lámpara para que la viera. Abrió las piernas, me mostró la panocha, y empezó a jugarla. Se retorcía encima de mí, su espalda me tallaba el pájaro. Gemía y trabajaba con dedos livianos, se los metió dentro y siguió jugando con su cuerpo, sus gemidos se volvieron gritos que iban subiendo y subiendo. Al estallar me bañó de líquidos el vientre. Los sentí correr sobre mí como un río. Reía gustosa. Se fue calmando y preguntó: —¿Te gustó? Su imagen penetraba mi cerebro. Memorizaba todas las líneas de su cuerpo, como veredas me perdían en un mundo desconocido. Con las indias, era cosa de ensartarlas y darle hasta venirse; pero aquello era un sueño, como cuando me puse hasta el tronco de yerba y sentí que volaba. Las imágenes me penetraban como burbujas en los ojos, pompas que se hacen con jabón y que parecen hechas de arco iris bajo el sol, que flotan livianas. La sentí lamer y probar sus propios jugos sobre mi ombligo. Rió y me dio a probarlos. El sabor a hembra era delicioso. Cerré los ojos como si al hacerlo el sabor se concentrara en mi lengua. Cuando los abrí, las pompas de jabón habían reventado. La Chagua estaba muy seria: —Ya te di. Ahora qué vas a darme a cambio. Le enseñé la verga dura y le dije: "Esto voy a darte. Voy a culearte". Se rio despectiva. 8

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—Eso cualquiera me lo da. Mueren por tenerme debajo de ellos; hasta me darían todo lo que tienen— y sacó un cigarro de la bolsa del vestido. Lo encendió y se puso a fumar. ¿Quieres ver cómo se lo fuma mi panocha? —Claro que quiero. —Tienes que darme algo a cambio. ¿Qué tienes para mi? —Oro —dije ahogándome— Te doy pepitas de oro si te fumas ese cigarro con la panocha y te las doy todas si me dejas culearte a mi gusto. —Sale.— y volvió a montarse. Se tiró de espaldas y me puso la pucha enfrente. Le acaricié el vello, muy abundante, picaba mis manos. Iba a besarla, cuando aventó mi cabeza: —Mira, mira cómo fumo con la panocha. Se metió el cigarro y empezó a juguetear con él dentro, pero la gracia estaba en que lo sacaba para metérmelo a la boca. Yo probaba el sabor a hembra. Su olor quedaba atrapado dentro de mi boca. Se terminó el cigarro. —Déjame culearte. Voy a darte todo el oro, pero déjame que te meta toda la verga. Quiero sacarte hasta los sesos. —¿De veras, así de tanto? Quiero ver qué tan bueno eres. A ver, anda, móntame. Como me vas a dar todo tu oro, te voy a dejar que te me subas arriba, porque ¿sabes? Yo soy la que monta siempre. Me gusta cogérmelos a mi gusto, pero voy a dejar me montes. Me incorporé de un salto, y de un movimiento rápido la tumbé, la abrí de piernas y se las sostuve abiertas entre mis brazos. La penetré sin preámbulos. Sentí el calor de su cuerpo y me vacié por completo dentro de ella. —¿Eso era todo? ¿Hasta allí llegaste? ¿Eres de los que terminan antes de entrar? ¡Valiente idiota me vino a tocar!


—Apenas empiezo. Y era cierto. Mis pensamientos colgaban de las sombras de mi cabeza. Estaba en aquel presente que me daba el cuerpo caliente y húmedo de ella. Luego de lamerle y besarle el cuerpo entero, de hacerla gritar con mi lengua en su pucha, de encenderme como un troncón de manzanita en llamas, la cogí como bestia, como perro enloquecido. Sentí sus entrañas hirvientes en mi verga y la penetré por el culo. Estaba como una perra en brama. Me respondía, se me entregaba con un deseo enorme. No quise pensar en que sí sería por mí o por otro. Daba lo mismo: ¡Yo era el que estaba dentro de ella esa noche! La Chagua era mía. Esa mujer, esa puta fue mía, la pagué con mi oro, con mis sueños miserables; y la cogí peor que si fuera un animal en brama, peor que una bestia, que un perro que se ensarta en la pucha de una hembra. La mordí, la llené de chupetones. Le abrí tanto las piernas que le tronaban los huesos. Dos animales haciendo algo lejos de los sentimientos, sólo carne. Gritamos, sudamos, nos embarramos de mi leche, la puse a lamerla de mis piernas. Lo hizo, me retaba a que hiciera más, hacía más. No hubo sitio de nuestro cuerpo que no exploráramos con dedos, lengua, con la boca, con la verga. —Quiero preñarte, que seas mi mujer, llenarte el vientre con un hijo. —Qué dices, loco. Mira lo que se te ocurre. ¿Dónde viviríamos? ¿En el monte, bajo los árboles, en una cueva, debajo del cielo? No quiero vivir así. Deseo una casa, un pie de ganado para tener de dónde sacar para comer. No quiero vivir siempre de fiado. No, lo que tú me ofreces, no me interesa. Hoy estaba de buen humor, y ganosa de hombre y mira, me he llevado una sorpresa contigo. Al decir esto, se quedó callada.

—¿Por qué? —Porque no te cansas, manito. No te cansas— dijo atragantada por la risa. —Eso dice la Teresa, una kiliwa de Arroyo que le encanta tragar monda. —¿Igual que yo? —Eres distinta. Eres una puta bien hecha. —¿Por qué me dices puta, cabrón?— preguntó enojada. —Por esto— le dije y volví a subirme y meterle la verga. Ella gritaba de gusto, al punto que perdió el sentido cuando se vino, y me dejó empapado de líquidos. Nos clareó la noche, casi salía el sol, cuando la Chagua se metió a la casa por una ventana de la parte trasera, porque doña Polita, muy madrugadora, andaba trasteando en la cocina. Me vestí, y fui directo a buscar la mula, después a bañarme en el arroyo. Volví a despedirme. Doña Polita me ofreció desayuno después de darme un tazón de cocimiento de yerbas. —Así que te vas, muchacho. Es lo mejor, que te vayas antes que el chamuco te pesque en su telaraña. Te voy a dar las yerbas. Viniste a otra cosa y la conseguiste —dijo como si hablara con ella— y vale más que hagas rumbo ahora y no cuando ya no puedas. Dijiste que estabas enfermo y no sabes qué tanto. Tienes pus negra dentro del pecho y es muy malo. Si lo dejas se vuelve incurable. Tómate las yerbas, tómalas por tres días seguidos y si puedes como agua de uso— dijo mirándome a los ojos con aquella mirada suya que leía en mi interior. Temí que adivinara lo sucedido entre la Chagua y yo, pero creo que ya lo sabía. Se las sabía todas; además, era muy difícil que no se hubiera enterado con los gritos de la mujer que hicieron eco en la noche, junto al ulular de los tecolotes y los chillidos de las lechuzas. delatripa: narrativa y algo más, No. 30, Octubre 2016.

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Entró la Chagua a la cocina, andaba de negro, envuelta hasta la cabeza con chal oscuro. No sé por qué se me vino a la cabeza la imagen de una viuda negra. Tal vez por la trenza roja que salía entre el chal: la mancha roja que tenían las viudas negras, conocidas por devorar a sus machos. Ella me hizo una seña de que saliera al jardín. La seguí hasta detrás de la casa. Me mostró el cuello lleno de chupetones. No le había dejado ningún pedacito limpio. —Mira lo que me hiciste, cabrón. Voy a tener que andar tapada hasta que se me borren por tu culpa. ¡Qué bravo eres, eh! Nunca me había topado con uno que cogiera igual que un perro en brama ni que tuviera un pito tan gordo y sabroso— y se relamió los labios. —Tú no haces malos quesos. No estabas muy enojada cuando te tenía metida la verga hasta los sesos. —No discutamos. ¿Te vas? —Sí, ya te di el oro. ¿A qué me quedo? Y como te dije: quiero que seas mi mujer y preñarte con un hijo mío. —¿Y? ¿Qué vas a hacer para lograrlo? —Conseguir oro —contesté—, es la única forma de darte la vida que deseas. —¿Más que el que me diste hoy?— y sus ojos se iluminaron por la ambición, por el deseo de tener oro para dejar de vivir como lo había hecho hasta ese momento. —Mucho más. Muchísimo más. He de conseguirlo aunque pase por encima de algunos. He de tenerte para mí, Chagua. No me importa que tenga que comprarte con tu peso en oro. No me importaría matar para tenerte para mí, así seas más ponzoñosa y puta que una viuda negra. 10

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—Mira tú, lo que dices, loco— y su cara se llenó con una expresión de duda, de cierto temor. —Ven a despedirme— y la atraje para abrazarla; al sentir su cuerpo junto al mío y oler aquel aroma a hembra que le salía de adentro, me dieron ganas de cogerla de vuelta. La arrastré y la puse contra la pared de la casa, le alcé el vestido y la hice mía otra vez. Volvió a derramarse en mis piernas. Dejó caer su cabeza sobre mis hombros y agitada, me dijo: —Vale más que te vayas ya. No han de tardar en regresar los hombres. Mis hermanos, mi apá. Vete, ándale. Párale ya a esto. No tienes llenadero. —Ni tú tampoco. Volveré, Chagua, con mucho oro para comprarte y seas mía— lo dije con tal seguridad que yo mismo me asusté. —Vete y no prometas cosas que no vas a cumplir. —Dejaré de ser el hijo de mi madre si no cumplo. Me alejé del rancho Santa Clara. El sol me daba en el rostro. Me sentía otro hombre, y al reparar en ello, recordé a Malaquías y a don Pifas, y le piqué a la mula para llegar cuanto antes a Valladares, no fuera que ese par de viejos roñosos hicieran rumbo para otra parte.

6 Me sentía liviano, libre de una carga de años. La mula caminaba ligera, subíamos para llegar a Valladares. Urgido por el oro de Malaquías le picaba a la bestia para que anduviera más de prisa. La primavera empalagaba el aire con el dulzón de las flores entre la yerba y los matorrales florecidos. Un constante zumbar de abejas. Se atravesaban por el camino las


chacuacas seguidas por sus pollitos tan altos como medio pulgar. Me causaba risa verlos huir ante cualquier ruido. Era un ruidajo de plumas, trinos, cantos e insectos volando. La primavera espesaba la mañana, invitaba a echarse debajo de un árbol para ver pasar las nubes. Estuve tentado a hacerlo, y recrear la noche pasada, cada instante de aquel sueño, revivirme en las entrañas de la Chagua, porque me había metido en ellas a mi antojo, las veces que quise, las que el tiempo nos dio y las que este cuerpo pudo. Su memoria andaría en mi cabeza y en mi pecho por donde quiera. Nada volvería a ser lo mismo. Nada de su cuerpo me fue negado. La compré con el oro de Valladares y, en aquel momento, iba derechito a conseguir el de la misión perdida de Santa Inés de la Sierra. El camino se me hizo corto. Bajé al cañón por donde corría el arroyo de Valladares. Un palabrerío incomprensible brotó entre las piedras: entraba en los terrenos del par de viejos roñosos. Por ahí andarían buscando sus cosas, burlándose de mí. Llegué al campo, estaba todo menos los gambusinos. No había señales ni de ellos ni de las bestias. Había una parte de los trastes, algo de provisión. Parecía que me lo habían dejado para cuando regresara. No tardarían en regresar. Junto al agua me encontré la trampa repleta de chacuacas. Por un insante me sentí agradecido, luego pensé que andarían buscando la misión de Santa Inés y un hilillo de pus amarga me cayó al estómago. Recordé a doña Polita y su visión de mis males y sentí coraje. "Voy a tirar sus yerbajos a la chingada", "Lo que necesito es oro para ir por ella" y sentí un cosquilleo en la punta del chile. "Las mujeres se le meten a uno hasta los huevos", seguí pensando, "pero ésta más que ninguna". De nuevo una boruca que salía de las piedras me hizo ver que por ahí andaban los viejos hediondos. Maté las chacuacas, las desplumé y destripé. Les saqué las mollejitas y los higa-

dos para freírlos junto a la carne. Mientras se freían hice unas cuantas tortillas y puse a cocer frijoles. Al rato comía codornices empanizadas. Recordé las veces en que nos encontrábamos con los vaqueros en sus campos y nos brindaban huevos de toro empanizados. Nada como un taco de huevo de toro frito o revueltos con huevos de gallina. "Huevos con huevos", se burlaban los vaqueros. Comidas de hombres bajo el cielo, sin mujeres y llenos de historias al calor de las lumbradas. Éramos de la misma clase, deseando siempre una mujer para dormir con ella, pero siempre terminábamos con las putas o las indias, que venía siendo lo mismo; había que llevarles, a cambio, café, azúcar, cualquier cosa que les diera gusto o alimento. Amor comprado, al fin de cuentas, amor de putas; quería una para mí, para mí solo. Después de comer me fui arroyo abajo, con una pala y las bandejas. Deseaba que la suerte fuera buena y me encontrara algunas chispas. Fui al mismo lugar de la última vez, pensando que tal vez se repitiera lo del otro día, pero no encontré nada. Ni allí ni en los demás lugares en que anduve prospectando. Me regresé al campo, de nuevo aquella guasanga que no se entendía. "Por ahí vienen el par de embusteros", pensé, de nuevo fue sólo una ráfaga de brisa entre las hojas de los encinos, revoloteo de pájaros belloteros, alboroto de chacuacas. El campo estaba vacío, silencioso. La ceniza de la lumbre volaba con la brisa. Preparé café y cené chacuacas. Puse mi tendido, y como estaba solo, me acosté pelado, tenía ganas de acordarme de la Chagua. La sentí en la carne. Mi paladar recordó su sabor a hembra madura y mis manos la piel suave y el tacto de los vellos de su empeine. La recordaba a mis anchas. La luna en cuarto brillaba a medio cielo, alargaba las sombras de la noche que murmuraba entre las ramas. delatripa: narrativa y algo más, No. 30, Octubre 2016.

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Bullicio de voces. Esta vez de mujer, igual que cuando van en bola a lavar al arroyo. En un chispazo la imagen de la Chagua se desvaneció para llevarme frente a mi madre: la Coti le decían, la vi lavar mi ropa junto a las demás mujeres. Lavaba mis pantalones remendados y vueltos a remendar. Nunca supe quién fue mi padre, era el hijo de la Coti, la mujer que vendía su cuerpo para vivir, tal vez por eso tengo metido, entre ceja y ceja, que hay que pagar por el amor de mujer. La Coti discutía con las otras mujeres que la trataban sin respeto, la que daba la panocha por un cinco, decían; los hombres al verla querían llevársela a la cama. La primera vez, a los catorce años, se fue con un hombre que la dejó abandonada en El Mármol. Regresó a casa y recibió desprecios, burlas y el acoso descarado de los hombres. Ellos pagaban y desde entonces vendió su cuerpo a quien lo pidiera. Uno de tantos fue mi padre. Cuando llegué a preguntárselo, me respondía que no se acordaba, muy guapo porque yo lo había sacado a él. Se reía y me abrazaba. La Coti era alegre, risueña y mal hablada; pero descubrió que el trago la hacía olvidar que era pobre, puta y que tenía un hijo que mantener. Mi vida fue rodar, mendigar, trabajar por un taco de frijoles porque a ella le pagaban con pachas de aguardiente; cualquiera se la echaba por un trago o por cigarros. Un día se empedó con alcohol de madera, que se usa para frotación: y no despertó más. Lloré harto. No recuerdo nunca haber llorado antes ni después. Fue la única vez, un llanto que salía desde las tripas, dolía la carne y las lágrimas corrían sin parar. A un lado de mí estaba la Coti, muerta como un pajarito que le agarró la helada fuera del nido. No pegué un ojo toda la noche. Cuando llegó el primer borracho, nos encontró a los dos, a mi madre difunta y a mí paralizado, mudo y bañado en lágrimas. 12

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Las voces se perdieron cañada abajo, seguían hablando, riendo; me figuró que se burlaban de mi porque empezaba a estar tan deschavetado como todos los gambusinos, enloquecido por tanto sol, por buscar entre piedras y arenales, como si fuésemos gallinas. Una brisa suave que venía de la sierra movió las hojas de los encinos, olía a pino de las cumbres, a trementina, a salvia real, a piedra limpia. Eso tuvo el poder de arrullarme; por un momento mi cabeza se limpió de pensamientos, se me borró la Chagua, mi madre, la tristeza y la rabia que me producían los dos viejos mugrientos. Desperté y despuntaba el sol tras los montes, resplandeciendo detrás de las copas de los encinos. Me vestí, prendí la lumbre, hice café, comí chacuacas, y estaba a punto de irme a prospectar al arroyo cuando escuché un rebuzno largo. Al rato voces que cantaban: "A la orilla de un palmar yo vide una joven bea, su boquita de coral, sus ojitos dos estreas". Aparecieron Malaquías y Epifanio Dueñas cantando a grito pelón. Gusto y rabia mezclados se me clavaron en el pecho. —¡Mira, Pifas, quién regresó al campo! —¡Puaf! ¡Hasta acá me da la peste a panocha de puta y a chile exprimido! —Creía que ya no te acordabas cómo huelen las panochas de las putas, Pifas. —Cuando las hueles una vez, no se te olvidan nunca. Tienen el mismo olor pegajoso del oro: ¡Te gusta, lo buscas y te empicas con él! —¿A poco fuiste muy chingón y te echaste a muchas putas, Pifas? —Me eché a muchas putas, demasiadas; pero igual de las otras. —¿De las otras? —De las que te quieren. Esas huelen muy bonito, mejor que las putas, porque, esto lo


sabes muy bien tú, cabrón. Se entregan como si fueran el mar, te sacan chispas como si fueras de oro. —Así es —dijo Malaquías y se quedó callado unos instantes, como si mirara dentro de su cabeza—, pero este pobre cabrón nomás a putas ha llegado. —¿Y sabes por qué?— continuó don Pifas, con aquella conversación que se volvió en mi contra. —A ver, dime por qué. —Porque es un pendejo, y eso no es catarro para que se quite de un día para otro, por eso nomás, figúrate. La carcajada de Malaquías me pegó en la punta del hígado, y las palabras del otro viejo se me clavaron como alfileres. De modo que sólo era eso para ellos: ¡un pendejo sin cura posible! Pero cómo dicen: "El que ríe al último...". Ya los haría tragarse sus carcajadas. —Ya no huele a oro recién sacado, nomás me llega el tufo a resabios de pucha pagada con chispas de oro recién lavadito. ¿No hueles a lo mismo, Malaquías? —Sí, vale Pifas, venteo un olorcito de esos. —Cerquitita, vale Malaquías— agregó don Pifas sacudido por la risa contenida. —¿Quiubo, valecito, ya regresaste de Santa Clara? Ya no te miras malo, muy al contrario, te ves aliviado, muy pero muy aliviado. —Pues ya estoy mejorcito, Malaquías y ustedes, ¿para dónde andaban?— contesté haciendo esfuerzos por no demostrar que me estaba cargando la chingada. —Luego, luego la curiosidad… Por ahí, vale, andábamos por ahí vagando un poquitito. —Segurito andaban buscando la misión perdida, ¿no?

—¿Por qué te preocupa tanto que demos con ese lugar? —Ha de querer el oro de fray Bruno. No te digo que está pendejo, si ya lo tengo bien camelado. Si supiera, si tan siquiera imaginara lo que necesita para llegar allí— interrumpió don Pifas sin un asomo de burla esta vez. —No quiero me dejen fuera cuando encuentren la pachocha. —¿Y qué te hace pensar tal cosa, vale, estás tonto o qué?— preguntó Malaquías encarándome y con un coraje que empezaba a salirle por la punta de la lengua. —Éste no sabe ni cómo se llama. Está más verde que una piedra enlamada o un limón sin madurar. ¡Anda perdido, mira pues! —Nomás decía, no vaya siendo que el diablo meta su cola— contesté tratando de no hacerlos enojar, no fuera la de malas y me mandaran a la chingada. —Mira, cabrón, al diablo tú lo traes metido adentro con tanta pendejada que haces. Te fuiste a ver a la Chagua y le diste el oro que sacaste arroyo abajo, el oro que conseguiste, porque nos dimos cuenta, si no estamos pendejos. —¡Ah, qué muchacho tan tonto! Si olía a puro oro recién lavado. ¡Mira pues!— Agregó el sabelotodo de don Pifas y le dio un jalón a la pipa. El olor a tabaco y a cachimba rancia se me metió por la nariz y me dieron ganas de vomitar por el coraje y por aquella peste. —Y no sólo eso, Pifas, fue y se lo dio a la Chagua, y me corto la cabeza si ella no lo mandó por más.— gritó Malaquías alterado. Sus palabras me golpearon la cabeza. Sentí que algo frío se derramó en mi estómago. ¡Con este par de viejos mugrosos no se podía tener delatripa: narrativa y algo más, No. 30, Octubre 2016.

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secreto a salvo! Creo que a esas horas y nomás con verme, ya sabían cuantas veces me había cogido a la Chagua y por dónde. —Lo bueno, Pifanio, es que viene bien servido. De menos no va a andar atorunado por un tiempecito, porque va a tardar mucho en regresar a Santa Clara, ¡Esa vieja es muy cara, vale! —Sí pues, tú, pero por lo que venteo, ¡es bastante entrona! Ji, ji, ji, ji— don Pifas se estremecía por la risa. No paró de reír por mucho rato con los ojos llenos de malicia. —Bueno, es hora que te enteres para dónde andábamos. Mira —continuó— fuimos a traer carne. Cazamos un venado, porque necesitamos provisión porque vamos a ir muy lejos, bastante lejos. Nos vamos para el desierto de San Dimas, valecito. —¿A qué?— pregunté con la curiosidad que me costaba disimular. —A buscar oro. ¿Qué te parece? No contesté, pero sentí alivio muy grande. ¡Iríamos a buscar oro! Tal vez, en una de esas, descubriría por fin, en dónde estaba la misión perdida. En las alforjas del burro barcino traían los cuartos del venado. Eran de buen tamaño. Les ayudé a sacarlos y entre los tres nos pusimos a cecinar la carne, para salarla y ponerla a secar antes de irnos. Luego de terminar, asamos un poco de carne en las brasas. Hice tortillas y comimos aquel banquete. Al anochecer aún estábamos llenos. Bebimos café y. —¿A que no saben qué me encontré por el camino?— Preguntó Malaquías para picarnos la curiosidad y empezar algo que traía en mente. —Deja que adivine éste —dijo don Pifas— yo ya la olfateé. 14

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—A ver, valecito, ¿qué me encontré por allá en un aguajito perdido entre las piedras?— me preguntó Malaquías como si se tratara de que íbamos a jugar a algo muy divertido. —Si no es oro, no tengo la menor idea, Malaquías. Vale más que me lo digas. —Mira —dijo al mostrarme un manojo de mariguana seca—. A alguien se le olvidó su guardadito. Estaba sobre unas piedras secándose. Tal vez era de otro vago como nosotros. Sólo tomé un poco para no hacerle el mal completo. Bueno, vamos a probarla para que la plática se ponga buena. Se puso a picar la hierba y a liar unos churros de mota. Al poco rato fumábamos al amparo de la lumbre y de un cielo lleno de ojos muy brillantes. Un resplandor rojizo salía de los cerros del poniente y la luna engordaba acercándose a la llena, a los minutos, don Pifas era un temblor de risas, Malaquías empezó a hablar cosas muy alejadas de sus embustes. Yo lo escuchaba y veía como el mundo que salía de su boca se hacía real, podía tocarlo. Don Pifas seguía muerto de la risa, estaba tirado en el suelo, riéndose con la noche, parecía que las estrellas le hacían cosquillas y jugaban con él como si fuera un bebito. Malaquías hablaba, hablaba, hablaba mucho. Un río de palabras salía de su boca. Yo, con los ojos abiertos veía cómo todo se volvía real y alcanzable. —¿Has pensado alguna vez en el tiempo?— dijo como si hablara con otro Malaquías que traía dentro— ¿No te has fijado que eres el mismo desde que naciste? Sientes igual, en realidad mejoras, en lugar de envejecer, rejuveneces. Cada día eres más joven. Entonces, ¿quién inventó la mentira del tiempo? Derrotar el tiempo es el secreto, debes encontrar la manera de que el tiempo se diluya igual que la bruma en la mañana, que desaparezca.


Así alcanzarás la cumbre, el fin último. Sabrás el por qué de las cosas, desbaratarás las mentiras que te hicieron creer, porque todo es una mentira cruel que te hace pensar que eres pobre, cuando en realidad eres rico. Eso no lo entendió fray Bruno; se confundió el muy pendejo, y mandó todo al carajo. Si hubiera entendido, no hubiera descompuesto las cosas. Todo lo echó a perder. Se confundió con el oro. ¡Idiota! No supo escuchar a las piedras, al viento, a los cuervos; ahora es difícil saber dónde está, muy difícil, sí, muy difícil. Se quedó callado un rato, en una especie de sueño, roncaba con la baba escurriéndole de la boca. Yo empecé a ver una torre, un campanario, que salía entre unos cerros llenitos de piedras quemadas por el sol. Vi a un fraile con hábito negro azotando a unos indios muy altos, muy fuertes con el cabello brillante y negro como alas de cuervo. La idea del espacio y el tiempo rompían sus paredes. Todo sucedía. Era sobrecogedor, un kemey kiliwa danzaba vestido con un pachugó en un lugar secreto en la cumbre de la montaña. El pachugó, hecho de cabello humano, resplandecía bajo el sol. El kemey cantaba con una sonaja hecha con el caparazón de una tortuga. Tenía la cara y el cuerpo pintados de blanco y negro. Cantaba y danzaba. La capa tejida de fibras vegetales y cabellos humanos entrelazados, danzaba, como si tuviera vida. El hechicero movía los elementos para liberar a sus hermanos; los cuervos graznaban sobre su cabeza, los coyotes ladraban a la luna, y un puma cazaba un becerro al amparo de la noche. Los vaqueros lo mataban en venganza, la tierra lloraba cuarzo, lastimada. El cura azotaba, obligaba, exigía trabajo a los kiliwa y a los pa ipá como si fueran bestias de carga. Unos labraban el campo; otros cargaban pesados bultos de tierra; otros más escarbaban en una ladera sacando el mineral; lavaban el polvo en bandejas de metal junto a un arroyo;

fray Bruno se cogía a unas indias carnudas; otras parían sus mestizos; otras embarazadas del fraile, se convertían en mujeres de los soldados de cuera. El apellido Montejano se desparramaba entre la gente. Fray Bruno escondía el oro en un lugar desconocido. La Chagua se burlaba de mí, me metía los dedos en el fundillo, me quitaba el oro y me besaba los huevos, me lamía el ombligo. Se burlaba de mí, ella misma se mamaba las chichis y me miraba burlona. Don Pifas se carcajeaba a mis costillas, Malaquías le decía: "Pifas no te rías tan fuerte porque me perforas la cabeza y no me dejas recordar lo que tengo que recordar". Mi madre estaba debajo de un borracho por unos cigarros Faros. Yo quería ver en dónde guardaba el oro el puto fraile y no podía, no podía verlo y empecé a llorar de rabia. El sol muy alto ya en el cielo, me pegaba en la cara. Hacía mucho que había amanecido. —¿Qué más le pusiste al cigarro, Malaquías? —Toloache para ver como miran los kemey, los hechiceros kiliwa— contestó sin explicar. —¿Para ver como miran los kemey? —Sí, ¿Qué no viste nada?— preguntó como si deseara que le contestara algo que deseaba saber. Callé. Había visto muchas cosas, algunas de ellas sabidas como corazonada, menos lo que deseaba ver con todas mis fuerzas: el sitio dónde había guardado el oro fray Bruno de Montejano, pero no iba a decirle esto a Malaquías, no iba a decirle nada. —No me acuerdo de nada. —¡Cuéntaselo a mi chile que no tiene orejas! —-dijo en un arranque— Está cabrón que yo te crea que no viste nada. Sí viste, vale, pero no quieres decirme. Desde que se te delatripa: narrativa y algo más, No. 30, Octubre 2016.

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metió la Chagua en el entrecejo ya no eres el mismo. Te has vuelto altanero, mentiroso y traidor —guardó silencio sin quitarme la vista de encima, sus ojos parecían taladros—, porque me traicionas, desgraciado cabrón, qué crees que no me doy cuenta. No de balde soy más viejo que tú. —Vale, no vi nada, pero si te refieres a lo que soñé, entonces, puede que sí vi algo. Tengo recuerdos vagos de algunas cosas. —Más te vale, cabrón hijo de la chingada. A ver, dime, ¿qué soñaste? —Un revoltijo. Eran una bola de cosas pasando al mismo tiempo y en el mismo lugar, no había diferencia. Yo estaba en todo y todo estaba en mí, como si fuéramos lo mismo, sin ninguna diferencia. —Mj, pero ¿no viste alguna cosa en especial? ¿Algo relacionado con la misión? Me quedé callado por un rato con la cabeza gacha, sin darle la mirada al viejo. Por fin en un arranque de sinceridad le dije: —Vi a un fraile escondiendo oro en algún lado, pero en eso desperté, te lo juro Malaquías. No vi en dónde chingados escondió las barras de oro. —¡Ah, eso fue lo que viste! Yo esperaba algo más. —¿Algo más importante que encontrar el oro de fray Bruno de Montejano? —Es en lo único que piensas, ¿no? En el oro, como si sirviera de algo tenerlo. ¿Qué no te has dado cuenta que de nada sirve estar lleno de oro? ¿No te has dado cuenta?— su mirada me traspasó como si yo fuera líquido. —¿No creo que haya en la vida mejor cosa que tenerlo, no, Malaquías?— dije muy convencido de mis palabras. 16

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—Sigues sin entender, vale. Tiene razón el Pifas cuando dice que nomás eres un pendejo. Me quedé solo en el campo, don Pifas quién sabe para dónde andaría a aquellas horas. Me sentía como si flotara. Me sentía parte de los encinos y sentía todo el cielo dentro de mí. Como un gavilán haciendo piruetas o volando en picada para cazar un ratón o algún gorrión descuidado. No, no podía entender. Lo único que entendía era que no había podido ver en dónde había escondido el dinero Fray Bruno de Montejano. Volví a tenderme y dormitar. Yo era parte de todo y todo era parte de mí, a la vez tomaba parte de lo que pasaba y era espectador, todo a un tiempo. Fray Bruno hablaba en una lengua extraña con otro fraile que era muy anciano, arrugado y sarmentoso como las viejas parras de las misiones que se retuercen entre los adobes de la ruinas. Discutían. El viejo parecía advertirle algo, fray Bruno le contestaba con palabras que parecían chillidos de víbora de cascabel. Los kemey en sus danzas, cantaban sus plegarias a las fuerzas de la naturaleza, a los cuatro puntos cardinales. Pedían, decretaban. La vida seguía su curso, veía nacer un encino y luego volverse añoso, veía a los pumas cazar a sus presas y a la montaña murmurar sabiduría entre sus grietas, pero yo quería ver en dónde escondió el oro; pero por más esfuerzos que hice, no logré saber nada. Me desperté rabioso. Don Epifanio me veía con su cachimba en la boca, fumaba, se reía con aquella risita molacha. Estaba sentado frente a mí, con una taza de cocimiento en las manos. —Tómate esto, muchacho, parece que andas pasado de yerba. Me incorporé del tendido y me eché un trago. Estaba tan caliente que me quemó el hocico. El viejo me hizo señas para que me


aguantara y me empinara aquel cocimiento que sabía a demonios y que me quemaba por donde iba pasando. —No viste lo que querías ver, ¿verdad? — me preguntó— ¡Ah, qué tú! Te falta mucho por andar, por aprender; se me figura que no vas a alcanzar a saber nada nunca, vale. No creo tengas las talegas suficientes. A mí se me hace que no. ¡Pobre Malaquías! Cree que vas a componerte. Se me hace que no vas a arreglarte nunca. Como decía uno de Jalisco: "No tienes patas de jinete". —Bueno, don Pifas; ¿usted qué tanto sabe de mí?, ¿qué le da derecho a regañarme como si fuera su nieto? No soy nada suyo, guárdese sus sermones para otros. —¡Ah, qué tú! Bien dice el dicho que "para pendejos no se estudia", pero "no te enojes, que sólo los tamales se enhojan" Ji, ji, ji, ji. La risita se me metió a la cabeza como si fuera un tornillo abriéndome los sesos. Tenía que soportar sus chistecitos. Preferí quedarme callado, pues el hambre me rajaba las tripas. —Mejor voy a atizarle para comer algo, me rajo de hambre. —Así me convidas algo. "Viejo huevón", dije para mis adentros cuando levantaba el tendido. Lo puse a asolear un rato sobre unas piedras. En el fogón aún había unas cuantas brasas, les puse unas ramas secas encima y soplé. La lumbre prendió enseguida, fue cosa de echarle unos leños y ya. Preparé café, tortillas y un gran sartén de arroz con carne de venado. Estábamos comiendo cuando Malaquías llegó. Venía muerto de hambre. Dimos cuenta entre los tres de todas las tortillas y de todo el sartén con carne. Al rato, fumábamos en silencio.

—¿No hallaste chispas, vale Malaquías? —No Pifas; ni una puta pepita de oro ni siquiera del tamaño de un grano de arena. Hoy la tierra se quedó callada, no quiso darme ni una sola. —A veces así pasa, por más que le busques no encuentras. ¡Ah, qué tú! Así es la vida, "a veces que el pato nada y a veces que ni agua bebe". —Lo dirás de chiste, pero así es. Me iré a dormir, ando cansado y debemos agarrar fuerzas; pasado mañana, Dios mediante, haremos rumbo para el desierto de San Dimas. Las estrellas nos miraban dormir con sus ojitos brillantes, que parpadeaban por millones. Eran tantos que daba miedo. Aquella profunda oscuridad causaba temor. Al rato, salió la luna que cada día engordaba un poco para llenarse como panza de embarazada. ¡Qué bonita es la luna!, pensé. ¡Es una vieja rete chula! Ojalá y todas las pinchis mujeres fueran como ella: Nada dice y nada pide.

7 Apenas clareaba cuando salimos del arroyo de Valladares, cabalgábamos en silencio. Don Pifas iba delante, Malaquías iba frente a mí, se veía viejo y encorvado, enflaquecido. Desde que enfermó a principios del invierno, no había recuperado su natural exagerado y fuerte. Sentí pena por él. Tal vez las yerbas de doña Polita o la cogida de la Chagua me calmaron el corazón un poco. Decidí poner los ojos en otro lado, no me agradaba ablandarme, prefería tener el pecho rabioso y con ganas de pelear. Los picos de la sierra se alzaban al oriente, el sol salía y como un trozo de oro fundido empezó a calentar la mañana. Goteaba la humedad de la noche pasada; el frío se deshacía al compás de delatripa: narrativa y algo más, No. 30, Octubre 2016.

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las pisadas de las bestias. Don Pifas empezó a cantar "A la orilla de un palmar", creo que no sabía otra canción o era la que más le gustaba. Me concentré en el panorama. Del norte, apareció volando una bandada de cuervos. Cientos, oscurecían el cielo, hasta nosotros llegaban infinidad de graznidos. —¡Hay reunión de brujos, valecitos! —Más bien, se murió uno y van todos a acompañarlo en su partida— agregó don Pifas. —Así se van a juntar cuando te mueras, Pifas; pero serán puros tecolotes. —Lo dirás de chiste, como tú dices, pero es cierto; cuando se murió el finado Tambo, hubo reunión de lechuzas y tecolotes en todos los árboles que estaban alrededor, cuando lo estaban velando, vale; y lo mismo pasará contigo, qué crees ¿qué van aparecer puros ángeles del cielo? —Pues lo dirás de chiste, pero sí. De menos llegarán palomas blancas. —Si poquito falta para que te prendamos veladoras en vida, vale; nomás te falta que te salgan alas— agregué burlesco. —Pues sí, pero a ti ni las cucarachas irán a verte. —¡Uy, no te calientes plancha vieja, solo juego! —Pues más te vale, porque, de un tiempecito para acá, no sabe uno a qué le tira contigo. Los cuervos se volvieron una mancha en el cielo, luego ya no los vimos y seguimos nuestro camino, porque llegaríamos a nuestro destino a la metida del sol o tal vez más tarde. Antes de mediodía, llegamos al Real de las Güilotas, un lugar abandonado, que en años pasados fue un poblado minero muy próspero, de donde se sacaba oro de unas vetas muy ricas, 18

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ahora acabadas. Eran dos o tres casitas desperdigadas en un terreno plano, rodeado de colinas chatas y pedregosas, con restos de maquinaria oxidada y almacenes en ruina, en los que se alcanzaba a leer: Henderson & Johnson, Minning, Co. y otros letreros parecidos. Hacia el norte se veía la sierra de Cusiyay con sus picos escarpados y altos sobre el desierto. Recuerdo una vez que llegamos al Real de las Güilotas y empezó a temblar. Era un temblor muy fuerte, que duró bastante. Nos tuvimos que tirar al suelo por el susto; me acuerdo que mirábamos hacia el norte, rumbo a la Sierra de Cusiyay, y vimos como se levantaba un polvaredón como si una mano gigante sacudiera los cerros. Difícil de olvidar algo como esto, pero en esta tierra pasan tantas cosas, no de balde Malaquías dice que tiene a la Baja California tatuada en las manos. Llegamos donde el chino Siu, Héctor Siu su nombre completo, quien tenía una casa que funcionaba como tal y también como tienda de abarrotes, talabartería, ferretería, botica, cantina, casino y casa de empeño. Allí podía adquirirse todo lo que se necesitara, hacer toda clase de negocios y además divertirse; porque tenía dos putas que prestaban sus servicios a los hombres que andaban muy urgidos de hembra o emborracharse o jugar póker o malilla si ese era el gusto. Dentro del salón que servía de tienda, había un mostrador equipado con una balanza vieja y una botella de licor en medio de una charola llena de copitas de vidrio. Un buen trago jamás caía mal y menos cuando venías cabalgando desde antes del amanecer. El lugar del chino Siu era una casa, como la mayoría de las casas de la región, cuadrada de paredes de adobe grueso, el techo de cuatro aguas techado con tejamanil, con las paredes encaladas, las ventanas cubiertas con hojas de madera, que oscurecían el interior del changarro. Allí dentro olía a borracho, a mercancías,


a vaqueta, cigarro, y a pucha de puta sin bañar. Todo mezclado con el petróleo que se quemaba en las lámparas siempre encendidas, y la peste a meados que entraba de afuera; pero nada de esto importaba cuando llegabas sediento y con hambre del camino. Siu era un chino gordo, de cabeza y cara redondas. Sus ojitos desaparecían cuando reía por algún cuento que le contaban o cuando alguien quería hacerle trampa. También tenía una gran libreta negra como la de Petín Arce allá en San Telmo. Necesitábamos provisiones. Esta vez, Malaquías le abonó unas pepitas de oro. "Te alcanza hasta pa las putas", le dijo el chino. "Si me das a la Flor de Loto, hacemos trato, Chino", contestó Malaquías. "Plimelo chingas a tu male que a Flol de Loto". Malaquías soltó la carcajada con la respuesta del chino. "No te enojes, Chino", replicó Malaquías, "nomás queremos provisiones, trago, cigarro y algo de comer. A la Flor de Loto nomás me gusta verla", "Vale más polque al hombre que llegue a tocal a Flol de Loto, le lebano el pescuezo". Esto último lo dijo con una voz tan fuerte para que lo escucharan todos. De una esquina salió la voz de un borracho: "Por eso yo quiero mucho a la Nomeolvides". La Nomeolvides y la Querendona eran las putas del changarro. Una blanca y la otra prieta, una gorda y la otra el puro hueso. "Pala todos gustos", decía el chino. La Nomeolvides era blanca, gorda y chichona, y la Querendona, flaca, flaca, flaca, pero decían que para contrarrestar su falta de carnes, era muy mañosa; por eso la clientela se dividía en partes iguales: unos le iban a una por carnuda, y a la otra por experta, que además se decía tenía perritos. Aunque sucias, sudadas y sin bañarse entre cliente y cliente, eran muy solicitadas. La Flor de Loto era otro asunto. Encontrarla en la tienda era como hallarse una pepita de oro

enorme. Era una china muy joven. Cuando estaba presente, un olor dulce sobresalía entre la peste acostumbrada. Todos guardaban silencio, reverencia. Se paraba detrás del mostrador a escribir, como escriben los chinos, con un pincelito embarrado en tinta negra, unos garabatos que iban de arriba para abajo. Era blanca, blanquísima, peinada con una melenita negra como de plumas de cuervo y la boca pintada de rojo escarlata. Casi siempre usaba vestidos con grandes flores rojas estampadas y de cuello alto. Era delicada, parecía una muñeca de porcelana. Sólo hablaba con Siu en una lengua que sonaba como cristales al viento, como el cantar del agua entre las piedras. Aquella vez no encontramos a Flor de Loto. Nadie sabía el parentesco que la unía al chino Siu, ni donde dormía, nada; porque él nunca quiso contestar sobre este asunto. La gente mal pensada decía que la Flor de Loto vivía en un subterráneo que había en la casa, que por eso era tan blanca y delicada; jamás le daba el sol, pero sólo eran habladas o quién sabe, con esos chinos misteriosos, cualquier cosa era posible. Comimos un banquete preparado por la Nomeolvides, porque la Querendona atendía a un cliente en un cuarto cercano. Hasta nosotros llegaban los gemidos y los gritos de hombre que era atendido por la flacucha, y por el escándalo que hacía, se notaba a leguas, que la estaba pasando bien. La Nomeolvides nos preparó un platón con sardinas, cebolla picada y chiles en vinagre que comimos con galletas saladas, ¡la gloria! La Nomeolvides casi nos ponía las tetas en la cara cada que se acercaba a servirnos algo. Don Pifas, entre bocado y bocado, no le quitaba los ojos de encima. Ella sonreía con sus dientes de oro y la boca pintada de rojo encendido. —Nada como una puta gorda, blanca y chichona para perderte encima de ella, ¡Ah! delatripa: narrativa y algo más, No. 30, Octubre 2016.

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Lástima que estoy tan viejo, pero ¡qué bonito es lo bonito!— dijo con la boca llena de sardinas y los bigotes embarrados de aceite. —Ya ni te has de acordar cómo se coge a una puta, Pifas. A mí se me hace, que se te olvidó hace mucho. —No me vengas con tus cosas, Malaquías, porque ni de chiste se te ocurra decirlo. Fui muy buen culeador. Hubo putas que no me aguantaron todos los palos que les echaba. —Ya, Pifas, no empieces a presumir que te está oyendo aquí la señora. —Pues lo dirán de chiste, pero mi abuela me contaba de un Epifanio Dueñas que cada que venía a verla, mejor se escondía porque la dejaba más muerta que viva— dijo la mujer, que para mi sorpresa, ya había probado la herramienta de Malaquías, porque sólo él decía: lo dirán de chiste. —No les dije. Has de ser nieta de la Amapola, una puta carnuda, chichona y blanca. Con razón me ha gustado tanto verte, es que me la recuerdas. Abueleaste —dijo don Pifas esponjado como un guajolote— Te quedaste chato, ¿no, cabrón? —agregó dirigiéndose a Malaquías —Siempre has de salirte con la tuya, viejo hablador y ni quien te gane en lo chingón. —Los dichos son muy sabios; hay uno que dice: "Sabe más el diablo por viejo que por diablo". —Sí, Pifas, pero mejor hay que apurarnos porque la chispa camina y se hace tarde, tenemos que llegar antes del anochecer al desierto, valecitos. Acuérdense que para llegar necesitamos andar la jornada completa. Descansamos un ratito, mientras bebíamos café, luego llenamos las alforjas con provisio20

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nes, conseguimos otra pala y un talacho. Nos subimos a las bestias e hicimos rumbo hacia el sureste, ya habíamos rodeado la sierra, ahora la tendríamos por el costado contrario, por el lado que se despeña a tajos hasta el desierto, en el reino de mou pilkuyak, el borrego cimarrón. Dejamos atrás las colinas chatas, tapizadas de cardones y peñascos. Ante nosotros se abrieron los arenales, planos y amarillos. Los ocotillos floreaban rojos en la punta de sus ramas retorcidas. De los nopales y lechuguillas salían ardillas y juancitos. Saltaba una liebre orejona o algún coyote, y en el cielo, volaba algún gavilán en busca de presas. Los zopilotes daban cuenta del cadáver de una res. El desierto, muerto en apariencia, lleno de vida que se disimula entre los tonos ocres. Las víboras de cascabel son amarillas como la arena y no negras como las de la sierra que se esconden entre la hojarasca seca de los encinares que vuelven la tierra oscura. Pasábamos por un lugar donde empieza la sierra de San Pedro o termina en ese sitio de tajo y de golpe, llena de cortes, de piedras heridas. Un borrego cimarrón, mou pilkuyak, le dicen los kiliwa, con su cornamenta enroscada y su pelaje dorado estaba sobre un risco. Al vernos echó a correr entre las peñas. Seguimos caminando en silencio, hasta don Pifas había dejado de cantar. El camino era largo, sediento, con el sol encima de nuestras cabezas o en la espalda. Aves de rapiña partían el cielo con chillidos, no había ningún cuervo, estaban en su reunión de brujos. El sol se ocultó entre los picos rocosos de San Pedro Mártir. La luz declinó, pero luego de pasar una colina chata, Malaquías dijo: "Hemos llegado". Era un sitio entre las rocas que formaban parte de la sierra, una rinconada, con un aguaje grande y un mezquital que daba sombra. Había cardones, ocotillos, mezcales


y lechuguillas. Un poco más allá, un nacimiento de aguas termales, sulfurosas y aún después, sobre un montón de piedras estaban cientos de cuervos: ¡La reunión de brujos! Eran los cuervos que habíamos visto por la mañana de ese día. Descansaban sobre las piedras, sobre los mezquites, cardones y choyales. Parecían vigilantes, como si aguardaran alguna cosa o esperaran por alguien. Los restos de la luz del día los hacía parecer fantasmas. Nos quedamos callados mirando el espectáculo; desde los cuervos nos llegaba un aroma pesado, cargado de oscuridad y malos presagios. —¡Nos están esperando! —¡Cuidado con lo que hablan! —exclamó don Pifas con expresión de alarma— La piel de la tierra está muy sensible, ¿no lo sienten? ¿No perciben el aire pesado, espeso? Duele respirar. Es mejor quedarnos callados. Descarguen los burros y pongan los tendidos, lo mejor es irnos a dormir, que ahorita andan sueltos los espíritus de la tierra, no vayan a golpearnos con sus aires. Rápido, vamos a echarnos al suelo. Desmontamos y soltamos la carga. Cada uno se hizo cargo de su tendido y nos echamos. Un adormecimiento nos golpeó los ojos; dormidos nos invadieron los sueños. La noche se hizo tan larga como semanas, las historias fluían. Yo frente a un altar de piedra cubierto de manteles finos. Un cáliz dorado resplandecía en el medio y un sacerdote muy viejo oficiaba misa con letanías de murmullos que chocaban las paredes. Los clamores se convirtieron en cascabeleos de serpiente. Iba a estallar mi cabeza por el sonido, y todo resplandeció con una luz blanquísima que hería; nos transformaba en soles. El sacerdote se convirtió en Malaquías, y don Pifas en acólito que levantaba las vestiduras sacerdotales al tiempo que sonaba las campanillas y movía un incensario. La

claridad se tiñó de humo y el olor llenó la iglesia. Cáliz en mano, Malaquías se acercó a mí a darme de beber bacanora y me puso una hoja de yerba en la boca. "Come y bebe mi esperanza", dijo "sabrás mi secreto". Pude ver que la iglesia estaba hecha de barras de oro cubiertas de barro y capas de cal. Todo era de oro por adentro. El sacerdote anciano lloraba sangre, crucificado en una cruz de piedra y un cura más joven le abría la carne a latigazos. Pronunciaban al revés las palabras, de atrás para adelante, de ayer a hoy, en espirales. Todo resplandecía y estaba al alcance de mi mano, era cuestión de rascar las capas de cal y barro. Desperté porque el sol me pegó a media cara, don Pifas y Malaquías no estaban, los cuervos tampoco. Me levanté con punzadas en la cabeza, me tronaban las sienes, me sentía mal. Mi cabeza estaba llena de una bruma que enredaba los pensamientos, los escondía, los hacía espesos y confusos. No me acordaba por qué estaba en aquel lugar. Sólo recordaba a los cuervos y que Malaquías y Epifanio Dueñas andaban conmigo. Sentí un temor que me hizo sudar frío. Luego de orinar y vaciar las tripas, fui a ver el campo y me encontré con restos de la lumbrada, el café caliente y una olla con frijoles cociéndose en las brasas. Andarían por ahí el par de viejos sarnosos. Esperaba que no anduvieran lejos. Bebí un pocillo de café y comí de un guiso que dejaron para mí. Mientras comía, me llegó una guasanga de voces y paladas en la arena. El viento traía la bulla, pero luego se alejaba. Terminé de comer con la intención de salir a buscarlos. Al poco caminaba en medio de aquella tierra amarilla y pelona, barrida por un viento que soplaba desde el mar lejano. El sol subía por el cielo y empezaba a calentar, y el viento seguía trayendo las voces y las paladas de arena y luego se las delatripa: narrativa y algo más, No. 30, Octubre 2016.

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llevaba. Era difícil adivinar de dónde venían, pero suponía que debía caminar para donde salía el sol. Era un plano grande con ramajes secos aquí y allá, algunas nopaleras y mezcales. Se alzaba un cardón o un ocotillo con sus brazos levantados hacía el cielo. Un vaho caliente brotaba de la tierra arenosa y cubría a la planicie con una bruma que lo volvía borroso. El viento seguía acercando y alejando la alegata de voces, parecía que discutían. Empezó a picarme aquella curiosidad malsana, las viejas dudas a supurar pus negra y sentí la rabia sorda que me golpeaba cada vez que pensaba que esos viejos iban a ganarme con el oro. Eché a andar más aprisa, apurado como si me correteara el chamuco. Apareció un punto negro en la lejanía. Se acercaba. Pensé que sería alguna res desbalagada, pero al tiempo descubrí que era un hombre, cuya figura oscura parecía venir derechito a mí. Me detuve a esperarlo. Con su imagen borrosa parecía un espejismo. Se acercaba y se alejaba, al compás que la habladera iba y venía. Sentí miedo, empecé a sudar frío. La figura y las voces daban vueltas alrededor mío, el sonido de la arena me estallaba en la cabeza. Paleaban polvo sobre mi cadáver. El hombre se detuvo frente a mí. Me clavó los ojos durante un rato. Pude ver el polvo del camino, el sudor que goteaba de su frente convirtiéndose en lodo. La barba negra salpicada de canas, las ropas oscuras, el sombrero grasiento cubriendo los cabellos apelmazados; zapatos gastados, la vieja mochila al hombro, la pala en la espalda, la batea colgando. "Otro gambusino", pensé. —¿Me estás esperando? —La verdad, sí. Me detuve al ver que alguien se acercaba. —No ahora, ¿Me esperabas desde antes?— insistió. 22

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—No, no espero a nadie; busco a alguien. — Los cuervos me dijeron que viniera para acá, que alguien me aguardaba. —Debe tratarse de Malaquías Verduzco o Epifanio Dueñas— le dije aliviado. —Esos no me esperan. Son caminantes como yo. Buscamos lo mismo. A veces me topo con ellos y platicamos. Cuentan muchas mentiras divertidas. La pasa uno bien con ellos y me ayudan con piedras para el camino. —¿Con piedras? —Los caminos se construyen con piedras— sacó un cigarro a medio fumar del bolsillo del saco. Lo encendió y le dio dos o tres chupadas largas que se metió hasta adentro del pecho. Luego lo dejó salir y me cayó todo el humo en la cara. Olía a tabaco rancio y a dientes viejos. No pude evitar voltear la cara. —Eres delicado, no te gusta el olor de los caminantes. —¿Olor de caminantes? —repliqué— Sólo me llegó peste a humo rancio y hocico hediondo. —¡Ah, qué tú! Se ve que no eres hombre de andar. De seguro no llevas ninguna piedra — dijo antes de darle otra chupada al cigarro y volverme a echar el humo en la cara—, ¿no sabes que las piedras es lo más importante para recorrer el camino? ¿No te lo ha enseñado Malaquías? —Patrañas, ¿qué cosa buena puede enseñarme? —Debes aprender a escuchar los mensajes escondidos en sus exageraciones. ¿No tienes un trago de agua? Traigo mucha sed. Le di de beber de mi cantimplora. El hombre no me dejó una sola gota.


—Traía sed, amigo. —Sí, mucha; el camino es largo y la libertad está lejos todavía. —¿La libertad? —¿Para qué otra cosa se camina entonces? —Para buscar oro, para qué más. —¡Ah, qué tú! —dijo con una risa a medias— El oro es para irla pasando; para pagar putas, trago, cigarros y nada más. Lo importante es lo otro, lo principal. —¿Lo otro? —pregunté con la esperanza que supiera algo de la misión perdida— ¿Qué es tan importante y tan principal? —Sólo se sabe al andar el sendero —se quedó mirando a un punto incierto del paisaje— Son cosas que un hombre debe encontrar solo. —¿Qué? —Libertad, ¿acaso hay algo mejor que esto? Mira tu alrededor: ¡Todo es mío! ¡Soy dueño de todo! ¿Lo dudas? —¿Piedras pelonas, choyales, nopaleras, sabandijas? ¿Ésa es tu riqueza? Toda esta tierra seca y sin nada, ni siquiera agua. Caminas en medio de esta soledad y te mueres de sed si no te muerde primero una víbora o te insolas —¡Ah, qué tú! Mira, no me he muerto y me la vivo recorriendo el desierto. Jamás me ha faltado el agua. Esta tierra es generosa, muy dulce en su aridez, sólo hay que saber buscar; lo dicen los viejos: "El que busca encuentra".— y empezó a ventear la brisa como si fuera un animal del monte. —Has de ser mestizo de berrendo, esos que nunca toman agua. De tanto andar entre las piedras ya se te pegó; al rato sólo comerás lechuguillas, cardones y choyas igual que ellos. —Todo se aprende en el desierto, aquí no

pasas ni sed ni hambre ni pasas frío ni calor ni los vientos te tumban ni los rayos; tampoco te hacen daño las tormentas que caen. Encuentras más piedras para construir el sendero que en ninguna otra parte. ¡Aprende a mirar en las sombras del desierto. Las sombras hablan una lengua misteriosa, conocen la ruta, te guían a través de la penumbra de los días— y se quedó mirando las sombras errantes de las nubes cuando pasaban por el desierto. —Bueno, ¿y a dónde te lleva tu dichosa travesía?— Le pregunté para seguirle la corriente. —A la misión perdida de Santa Inés, allí merito llegas, ¿no lo sabías? —No, no lo sabía, pero ya que nos encontramos frente a frente, tienes qué decirme cómo se llega. —El camino te lleva directo a la misión, pero este camino no se encuentra, se construye; las que se encuentran son las piedras y tú no tienes ninguna, muchacho. —¿Cuáles piedras, cuál camino? Estás más loco que Malaquías y don Pifas. Tanto sol, tanta piedra, sed y hambre terminan por chamuscarles el cerebro. Debería irme de aquí antes de que termine igual de desatrampado que ustedes. Estaba desesperado y confundido, pero pensé que aquella no era la mejor idea, porque nada sería posible para mí sin el oro de la misión, que por lo visto, cada vez tenía más pruebas de su existencia. —Debes decirme cómo llegar a la misión. Vayamos a buscarla y vamos a partes iguales con el oro, ¿qué dices? Sus carcajadas se esparcieron por el viento, fueron a chocar contra las piedras y regresaron a mis oídos, la burla fue doble. Me sentí delatripa: narrativa y algo más, No. 30, Octubre 2016.

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indignado, nunca podía ganarle a un gambusino viejo ni podía comprender sus misterios, sus palabras a medias. "Puras loqueras", me dije, "pero no puedo dejar de creer. Estos viejos zafados son como los borrachos y los niños". Se estremecía de risa, se agarraba la panza, se puso rojo de tanto reir, y yo parado frente a él como un tonto. "¡Ay, si estos viejos no tuvieran la gracia de hacerme sentir tan bruto!". —Es mejor que me vaya, ¡Ah, qué tú! De veras que estás pendejo —y volvió a soltar la carcajada y a estremecerse por tanta risa.— Mejor empieza a juntar piedras y construye tu camino con ellas. —¿De cuáles piedras junto?— Le pregunté sintiéndome igual de loco que los gambusinos que recorrían las veredas de la sierra. —Ellas te encontrarán a ti, te gritarán cuando pases, pero tienes que saber su lengua, su idioma —y se echó a andar—. Es hora de que vaya por mis putas con el chino Siu, me han de estar esperando. Por ahí nos encontraremos en otro cruce de caminos y espero que para entonces tengas muchas piedras. Lo vi alejarse. El viento movía su saco negro, la pala y la bandeja de gambusino chocaban entre sí con cada paso. Sentí algo como pena en la mitad del pecho, no supe si por el viejo o por mí. Sentí un impulso y grité: —Nunca me dijiste cómo te llamas. —Nicanor Arce, el Cuervo; gambusino. Las palabras revolotearon como alas negras en el viento y llegaron a mí. "El Cuervo", dije, "me parece que los viejos roñosos lo mencionan cuando hablan de sus cosas. Es de los mismos, gambusino, loco y andariego, y para allá voy que vuelo si no encuentro ese maldito oro".

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Desanduve el camino. El rumor de voces se alejaba, creí que era mejor regresar al campo, aquel par de locos quién sabe en dónde andarían aquellas horas. Era tarde, el sol bajaba por el cielo, palidecía. Preferí poner cuidado a las piedras, quien quitaba y alguna me pegara un grito, pero nada pasó: estaban mudas, quietas como almejas cerradas, no podía abrirla si no era a golpes. Hice el intento y quebré una que me pareció que tendría algo dentro, pero no había nada en ella, nada; sólo aquel olor seco que salía de las piedras rotas, sólo eso. Llegué al campo cuando el sol estaba por esconderse detrás de los cerros de la sierra, así que con esta claridad alcancé a encender la lumbre. Hice unas pocas de tortillas y asé un trozo de carne seca de venado, lo acompañé con los frijoles que ya estaban cocidos y con una taza de café recién hecho. Me senté a comer sobre una piedra que daba al oriente, en aquel momento el sol se escondía detrás de los montes, y la luna salía sobre el límite del desierto de San Dimas. Se veía enorme, redonda, enrojecida. Un movimiento exacto como de un reloj: en plenilunio, al meterse el sol sale la luna. Lo mismo pasaba al amanecer, pero de modo contrario: el sol salía por el oriente y la luna se escondía en el poniente. En ambos casos, la luna tenía un tinte rojizo o sonrosado, pálido, como si se dispusiera a dormir al atardecer, y si recién se levantara del sueño, al amanecer. Había visto eso muchas veces, Malaquías me explicó que esto pasaba el día que llenaba la luna, porque los astros se movían en el cielo con movimientos mecánicos y exactos, y que se lo había enseñado… ¿quién? La verdad no lo recordaba, hablaba tanto el carajo viejo, que terminaba enredándome los sesos. Me quedé mirando un buen rato a la luna, hasta que alta, en el cielo, brillaba como una charola de plata.


Esa noche no me dejaron dormir los coyote sen un concierto de ladridos que enchinaba el cuero; parecía que todos los coyotes del desierto ladraban al mismo tiempo, como si le contaran sus cosas a la luna. Me vino el recuerdo de Benito Peralta, pa ipa de Santa Catarina, contaba los cuentos de su gente para que se supiera, que ellos, los pa ipá, habían andado estas tierras, habían existido y no eran un sueño que se olvida para convertirse en secreto de peñascos. Benito Peralta sabía de los misterios de las piedras igual que los gambusinos que parecía andaban por todos los caminos de la Baja California. Recordé un cuento que se llamaba Pa Yuu Bchay, Las Hijas del Tecolote. Escuché a Benito contarlo una vez que anduvimos prospectando oro por allá en Santa Catarina. Estábamos sentados alrededor de una lumbrada fumando y tomando café. A lo lejos empezó a ladrar una manada de coyotes: —Voy a contar una historia de mi gente; un coyote muy enamorado, que por andar detrás de las mujeres le pasó algo muy malo, ¡pobre coyotito! —Hace mucho tiempo, en esta tierra, había seis muchachas, muy bonitas, y detrás de ellas andaba un coyote, que como era macho, les decía muchos piropos; pero un día las muchachas, enfadadas del coyotito, se escondieron de él, en el cielo. El coyote las perdió de vista y anduvo buscándolas, días enteros, por todas partes. Deseaba saber qué había pasado con ellas. Escuchó que le gritaban, pero no supo de dónde venían los gritos. Por fin volteó para arriba y se dio cuenta que las muchachas le gritaban desde el cielo. Allá estaban las Hijas del Tecolote, las seis juntas, brillando. Al descubrirlas pensó en qué podría hacer para subir hasta ellas, y al no encontrar solución para su problema, se quedó parado, muy triste. Las

muchachas lo vieron y le mandaron un cinto desde allá, para que lo agarrara, y ellas lo pudieran subir. Así que el muchacho subió y subió en un viaje que duró muchos días. Cuando vio que ya estaba cerca, les gritó a las muchachas: "¡Jalen más rápido para llegar pronto!" las muchachas jalaban y jalaban, y cuando estaba a punto de alcanzarlas, estiró la mano, pero una de ellas soltó el cinto y ahí va para abajo el pobre coyotito. Bajó y bajó y bajó hasta que se quedó seco. Cuando cayó en el suelo era puros huesos que se desparramaron por la tierra. Estaba muerto. Pero aquí en la tierra el coyote tenía una abuelita que ya tenía tiempo buscando a su nieto y no lo encontraba, hasta que topó con los huesos y dijo: "Estos huesos son los de mi nieto, no hay de otra". Se puso a recogerlos hasta hacer un montoncito con ellos. Después los molió y con el polvo hizo muchas bolitas que puso en una olla de barro. Los tapó y se puso a llorar la noche entera, y cuando era de madrugada, escuchó los ladridos de muchos coyotes. Se quedó sorprendida pensando en que su nieto era el único coyote y estaba muerto, pensaba que de dónde habría salido tanto coyote y fue, sin llorar, a asomarse a la olla que encontró vacía. El polvo de los huesos había escapado de la olla, y de allí se formaron muchos coyotes que se desparramaron por toda la tierra; por esto hay coyotes en el mundo. De no haber sido así, no los conoceríamos a los coyotes. Salieron de los huesos y poblaron la tierra. Se quedó callado por un rato, como si mirara dentro de su cabeza. Le dio un sorbo al café y prendió un cigarro, le dio una chupada larga y añadió: —Si no fuera por ese coyote joven y enamorado, no andarían éstos ladrando por ahí en el monte. Pero, ¡ah, qué muchachas tan malditas! Porque hay unas mujeres muy delatripa: narrativa y algo más, No. 30, Octubre 2016.

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malditas, capaces de matarlo a uno, ¿verdad, Malaquías? —Así es Benito, hay mujeres muy malas, sí, capaces de desollarte vivo o de caparte, como una mujer capó a un hombre una vez hace mucho— dijo Malaquías dispuesto a empezar una más de sus historias. —Mejor no me cuentes eso, Malaquías, vale más que ni cuentes eso— lo paró en seco el paisano a sabiendas de dónde iba a parar la plática, que era preferible no traerla a echarnos a perder la noche con tanta maldad. —Tendrás razón, Benito, tendrás razón. Es mejor no acordarse de cosas tan feas. ¡Pobre hombre! Yo lo conocí— terminó de contar Malaquías, aguantándose el deseo de entrar en detalles de aquel suceso tan tremendo, como lo es el hecho que un hombre pierda ‘los compañeros’, por culpa de una mala mujer.

8 Conozco esta tierra como a mis manos. Cada vereda, una arruga. Cada cerro, un callo. Cada cauce seco, una cicatriz en mi cuerpo. Sé cuando el viento se enoja y cuando al cielo le da por llorar. He aprendido la lengua de las piedras que me cuentan lo que guardan sus entrañas. El mismo lenguaje de los cuervos que abren el cielo, de los coyotes que esconden sus ojos de oro detrás de matorrales, de las víboras que duermen bajo piedras y del viento zumbando entre las ramas. He aprendido a escuchar la voz de la península, voz profunda y rocosa que brama entre los cerros. He aprendido sus secretos. Vago por caminos solitarios en busca de chispas de oro, que a veces brotan en el polvo o se esconden en el lecho de los arroyos. Las busco en las cañadas profundas, entre las aguas y sus fangos. Mi vida es buscar, 26

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hacer caminos de piedra y arena, para encontrarme con el llanto dorado de la tierra, porque la tierra llora y sus lágrimas ruedan bajo el suelo. Aprendí el lenguaje de la península, las palabras que ella y yo utilizamos para entendernos en silencio. Lo que no se dice frente a los que no comprenden, tan grande su ignorancia. Dicen que soy un viejo para entretener a la gente en días lluviosos o en noches largas del invierno. Qué poco saben, qué poco imaginan, qué poco ven. Tienen ojos y no ven más allá de su sombra. Oídos y sólo escuchan su palabrerío sin sentido. Nariz y lo único que olfatean son los olores de sus tripas. No han descubierto que el oro huele, el agua canta, las ramas guían y las piedras cuentan historias. Creen que sólo soy embustero y se ríen de mis relatos. Nadie ha descubierto el sitio en donde la realidad se desvanece y se abre el paraíso, donde el llanto de la tierra fluye, donde comprendes quién eres y a qué has venido. Por eso abro veredas, quiero encontrar ese lugar. Me quedé solo en este mundo, sin nada que me arraigue a ningún sitio, cuando era un chamaco apenas entrado a la adolescencia. Me dio cobijo un viejo gambusino llamado Patricio Recio que era originario de la Sierra de Durango y se había venido a trabajar a las minas de El Boleo, en Santa Rosalía al sur de la península. Don Patricio era un hombre muy flaco, blanco con los ojos color aceituna. Pronto perdió la claridad de la piel que traía de su Durango natal. Decía ser originario de un pueblo diminuto, llamado Canelas, que estaba escondido entre montañas cubiertas de pinos, arroyos y huertas de frutales, donde todo era humedad y el color verde se reflejaba hasta en los ojos de la gente. Contaba que allí nacían las mujeres más lindas de Durango y que allí estaba enterrado todo el oro de la sierra. Cada


noche contaba una historia distinta de un entierro. Así llamaba a los tesoros ocultos. Lo escuchaba fascinado, en mi soledad y abandono, me acogí a la guía del viejo por no saber qué hacer ni a dónde ir y, además, porque fue la única mano que se tendió para ayudarme. Ignoro si hubiera habido para mí un mejor destino que éste, pero hasta la fecha, jamás me he arrepentido de haberme convertido en caminante, andariego, un gambusino que busca en las entrañas de la tierra; un hombre cuyos ojos aprendieron a ver entre las sombras y a escuchar los misteriosos murmullos de la tierra, porque sé que ella tiene el corazón en un lugar secreto. Lo sé porque lo he soñado: la caverna donde palpita el sentir de la tierra. Una gruta cubierta de cristales de cuarzo amarillo, que resplandecen con el sol interno de la tierra: el corazón palpitante y amoroso de nuestra madre, donde se generan y confluyen todos los manantiales. Entrar allí es privilegio de unos cuantos, y sólo se logra en sueños; son muy afortunados los que tienen este sueño: hijos favoritos de Tonantzin, como un día me dijo un hechicero nahua; la Madre Tierra: Tonantzin, Nuestra Madre. Desde ese día, así la llamo: Tonantzin, algunos dicen que era el nombre secreto de la Virgen de Guadalupe, que los aztecas habían disfrazado a Nuestra Madre de virgencita católica, para seguir venerándola sin problemas. En el camino se escuchan muchas cosas y se aprenden otras tantas. Los senderos se cruzan y te encuentras con otros caminantes que comparten conocimientos. Sin egoísmo, sabemos bien que la sabiduría es una fuente de la que todos podemos beber. Don Patricio era muy platicador, a veces se reía de mi ignorancia. Debo haberle costado al viejo sus buenos corajes. Crecí sin la mano dura de un padre, sólo con la mano blanda de mi

hermana Rosalía que en mala hora me robó un franchute. Aún me duele mi hermana. A veces la sueño y me pregunto: cuál sería su fin. Espero que haya sido feliz, que no le haya faltado nada por conocer como mujer, como hembra, porque hay algunas mujeres que la vida sólo se les da a medias; la pasan marchitas y consumidas como flores olvidadas. ¡Ah, las mujeres! El jardín de la vida, paraíso de los hombres, aunque hay algunas, muchas para desgracia nuestra, que son demonios: convierten al paraíso en infierno, es cuestión de suerte. Yo no me quejo, probé la miel y olí el perfume de muchas que ahora me acompañan en mis sueños y sus recuerdos me arrullan. Soñar es otro misterio, se aprende a viajar a los puntos donde convergen las realidades. Cuando sueñas viajas a una realidad paralela, a lugares que existen sobrepuestos a este mundo que es creación de los ojos y la mente. En los sueños aún anda don Patricio; a veces lo veo, me lo encuentro en las encrucijadas y me cuenta nuevas historias, secretos de los caminos por los que ahora transita. Allí todos convivimos en paz, sin ignorantes que descompongan la armonía que debe reinar en la vida. Todo resplandece, brilla, existe y es posible. Un día conocí a las sirenas, desde entonces he deseado volver a ver alguna, pero casi no bajo al mar. Pues sí, por los caminos de los sueños nos encontramos los caminantes, los gambusinos: don Patricio, al gambusino que lo enseñó a él y todos los demás que nos dejaron su herencia, de padres a hijos, ¡cadena con eslabones de oro! La búsqueda del oro, hay que entenderla y ser cuidadoso. La tierra es generosa y a veces nos muestra maravillas, así como las mujeres, cuando quieren, se alzan la falda y nos muestran lo que nos gusta. Igual es la tierra, al fin mujer, da sólo cuando quiere y en esto reside la prueba, la interrogante, las decisiones: ¿Qué delatripa: narrativa y algo más, No. 30, Octubre 2016.

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debe hacerse con el oro y para qué sirve? Descubrir la verdad escondida en esta fortuna, es el fin último de un hombre, muy pocos aciertan en lo correcto, muy pocos; por esto, los gambusinos somos una raza aparte, terminamos fragmentados en arena, en polvo, desaparecemos, dicen. Aún no he visto la tumba de un gambusino. Nunca he encontrado la lápida que diga Aquí yace Patricio Recio, gambusino de profesión, pero todo esto son decires, yo aún ando por el camino buscando, construyendo mi propia senda con pasos de piedra, buscando mi libertad. Sé que llegará el momento en que pueda ser y no ser, estar en todas partes al mismo tiempo, en el que pueda ser niño, adulto y anciano, que por fin desentrañaré los misterios del tiempo y por fin seré libre por voluntad propia. Fueron muchas historias las que me contó don Patricio Recio; la de don Galación Herrera, de don Conrado Peña, la de la piedra del cerco, el entierro de la Piedra de los Parajes, las cuarenta mulas cargadas de plata del indio Rafael, la del Real de Pilones, la de San Miguel del Cantil, la de Heraclio Bernal y muchos más. Pero hubo una historia sobresaliente y lo curioso era que no sucedió en Durango, pasó aquí en la península. Don Patricio en su natal Durango era minero, como lo era aquí en sus primeros días en Santa Rosalía. Se había venido a las minas de El Boleo, junto a muchos sinaloenses que vinieron a trabajar a Baja California. Por aquel tiempo andaba de vago por el estado de Sinaloa, se había ido a seguir a una mujer hasta allá, que a fin de cuentas, le resultó casada. Decepcionado se vino para acá en busca de otros aires. Cuando llegó, embarcado desde Guaymas, se quedó impresionado por la aridez del paisaje. Fue un par de manos más para los patrones franceses y así anduvo hasta que topó con 28

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Eliseo Domínguez, un viejo flaco, carcomido por el sol y el viento, como todos los gambusinos y le llenó de pájaros de oro la cabeza. Conocí a don Eliseo cuando estaba tan anciano que su cuerpo parecía una rama seca doblada y marchita por el paso del tiempo. Siempre que lo veía me asaltaba la pregunta ¿Y ahora qué sigue?, porque el andar entre gambusinos era esto: ¿Ahora qué sigue? Siempre había algo nuevo que perseguir, arenas que prospectar y muchas chispas de oro por encontrar; pero pronto intuí que debajo de aquella búsqueda había otra que no era visible a simple vista, que se ocultaba en las medias palabras, en las miradas, en las rutas a seguir, los lugares a llegar, había un misterio en todo. Don Eliseo y don Patricio conversaban a media voz muchas veces y siempre cuando suponían que dormía. Yo pescaba palabras sueltas, nombres, hechos, pero nada me quedaba claro, nada, sólo aquel misterio que estaba seguro, lo guardaban las piedras en su interior. Empecé a quebrarlas, las más gordas y compactas. Las abría pero sólo encontraba su seno limpio, primitivo como agua cuajada, y el olor seco y sobrio llegaba a mi nariz. Me gustaba aquel aroma tan simple, me llenaba los pulmones y me despejaba la cabeza. Pronto descubrí que las piedras sufrían cuando yo las abría sin otro propósito que destriparlas como los médicos destripan a los muertos para ver qué tienen dentro. Empecé a escuchar sus lamentos, su dolor, y me di cuenta que no era necesario abrirlas, que tan sólo tenía que aguzar los oídos para escuchar. Primero aprendí a oírlas, después a entenderlas. Ter-miné conversando con ellas. Las veredas de los gambusinos son largas y silenciosas; a veces la única compañía son las piedras y qué compañeras tan agradables, sabias y divertidas, aunque no dicen todo, no son como las bolas de cristal de los videntes. Las piedras son sabias, enseñan.


No resuelven, guían y creo que su enseñanza más bella es la libertad, con ellas aprendes a romper las ataduras, los apegos, las tristezas, todo aquello que hace la vida de los hombres un camino equivocado. Con las rocas uno conoce la luz de la libertad. Creo que soy hijo de las piedras. Algún día mi alma se esparcirá en el aroma seco de las rocas. Seré peñón de mar y desierto, cardón, choya y lechuguilla, cuervo volando, arena danzando con el viento, espuma de ola y amante de sirenas. ¡Ah, las sirenas! Si los hombres conocieran a las sirenas. Si abrieran los ojos y vieran entre las olas, descubrirían sus cuerpos de pez de escamas nacaradas, sus cabellos de espuma y su piel de perla. Son bellísimas, pero tienen el misterio más exquisito que un hombre puede descubrir: su sexo como anémona palpitante, mordelona, con pétalos que lamen como lenguas y dientecillos que te hacen llegar a siete paraísos. Es imposible cogerse a una sirena, ella te coge a ti; te devora, te exprime, y en ella dejas media vida, pero vale la pena: ¡Ves a Dios! ¡La Gloria llena de ángeles, santos y vírgenes! Pero, ¡ay!, tienes que ser cuidadoso, su canto es peligroso, pero ese no es el peligro mayor, lo es probar su leche. El que toma leche de sirena queda atrapado en la arena por la eternidad, y será liberado hasta que el arcángel Gabriel toque la trompeta el Día del Juicio Final. Me lo contaron las rocas de la playa, creyentes de las viejas escrituras. Me cuidé mucho de gustar los pezones de la sirena que amé, porque un hombre sólo puede cohabitar con una de ellas, sólo una vez en la vida, no hay hombre que lo resista dos veces; los gambusinos nos hacemos viejos y encorvados pronto, por causa de las sirenas. Es un secreto muy bien guardado, nadie lo cuenta, es un tesoro que se encuentra al andar el camino, y te acompaña el resto de tu vida. Sí, mi camino me ha llevado a conocer maravillas.

Ya era un muchacho cuando, en una ocasión, topamos con don Eliseo en un cruce de caminos. Acampamos juntos y dejamos que el sueño se acercara en medio de aquellas pláticas largas que sucedían junto a la lumbrada. Nuestras caras brillaban enrojecidas por la luz de las llamas. Los tres bebíamos un cocimiento de poleo que, para nuestra buena suerte, habíamos encontrado por ahí. —Patricio, ¿ya hablaste con el muchacho de la misión perdida de Santa Inés? —No, Eliseo, no lo hago aún. —Deberías. Creo que ya está listo. —Tienes razón, ya entiende la lengua de las piedras. Don Patricio se quedó callado un momento. Dio un sorbo largo a su bebida y encendió un cigarro. Se tomó su tiempo, parecía que no sabía cómo empezar aquella historia que me tenía en ascuas. —Esta tierra —empezó— ha sido muy dura para los europeos que vinieron con la intención de apoderarse de ella, porque andaban buscando oro. Decían que para propagar la fe católica, pero no era cierto, ellos querían oro. Guardó silencio y se quedó mirando en la oscuridad como si viera aquella historia en el cuero de la noche. Tomó poleo y le dio otra chupada al cigarro para agarrar aire. —Antes de continuar. Diré que esto que cuento es lo que dice la gente y no los libros. En los libros todo está bonito, bien, los europeos son los buenos y los indios los malos. Según ellos nos vinieron a redimir, a salvarnos, pero querían riquezas, tierras, digan lo que digan. Se contaban historias que había ciudades de oro y que por aquí había una isla de amazonas. Esto era lo que querían, lo que buscaban, el sueño de curas y militares. No niego que delatripa: narrativa y algo más, No. 30, Octubre 2016.

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los habría buenos, justos, algunos, sí, pero la mayoría soñaba con oro. El primero en llegar fue Hernán Cortés —continuó después de una respiración profunda y sentida— se cuenta que llegó a La Paz. Después vinieron otros, pero a todos los derrotó el calor, el hambre, la sed, el desierto y los nativos. Hicieron varios intentos de conquistarla, pero fracasaron. Exploraron la península, que creyeron isla en un principio, hasta las costas de la Alta California. Pero estos fracasos no duraron para siempre, habían de venir los frailes negros y ellos sí tuvieron éxito. No voy a entrar en detalles. Lo que sí diré es que transformaron la vida de los naturales que antes de ellos, eran libres, desnudos y fornicadores. Los curas les metieron la idea del pecado, mala cosa; los bautizaron, los vistieron, los pusieron a trabajar para ellos y los contagiaron de sarampión y de viruela. Los indios murieron por miles. Se acabaron, se murieron. Nomás quedan unos cuantitos en la parte norte de la península y también se están acabando, porque se quedan sin su territorio original. ¡Pobres indios! Bueno, los curas si pudieron con esta tierra inhóspita, construyeron misiones para evangelizar a los indios y enseñarlos a vivir al modo europeo. Los pobres indios qué sabían de eso, estaban acostumbrados a vivir al día, sacaban qué comer y el resto era para pasarla bien, para cantar, bailar, conversar, ayuntarse, lo bueno de la vida. Los frailes llegaron y les impusieron otras costumbres, otra lengua, otras creencias y les prohibieron las propias. Los dejaron desprotegidos y les enseñaron el trago. Pero los curitas entre evangelizaciones, mandamientos, enseñanzas de una nueva vida, descubrieron que en esta tierra había oro y en los mares, perlas, y pusieron a los indios a sacarlos para su beneficio, para el rey de España, decían, para el papa. Don Patricio se detuvo unos instantes, le dio otro sorbo al poleo y otro jalón al cigarro. 30

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Sostuvo el humo dentro por unos instantes y luego lo dejó salir por nariz y boca con fuerza, su cara reflejó satisfacción, agrado, bienestar. Luego, cruzado de pierna sobre una piedra, continuó: —Por envidias o no sé qué cosa, los frailes negros fueron expulsados de la península. Como la península no podía quedar desprotegida, vinieron otros a continuar el trabajo misional. Primero vinieron unos curas que no duraron mucho tiempo aquí, luego cogieron para el norte que no es tan seco y duro como el sur. Por allá fundaron muchas misiones que ahora pertenecen a los gringos, pero que en aquellos tiempos pertenecían a la Nueva España porque no éramos México todavía. Luego vinieron otros curas, y esos sí que hicieron de las suyas. Construyeron las misiones de adobe y ponían a trabajar a los indios como si fueran bestias. Los frailes negros dejaron misiones hechas de piedra, fuertes, bellas, pero estos frailecitos de hábito pinto, las hicieron de barro. Digo yo que eran frailes huevones, más interesados en sacar provecho de la indiada que en hacerlos cristianos. Aún los viejos se acuerdan de tantas cosas, de los castigos de los golpes. De cómo los cazaban como bestias salvajes y los traían cabestreando de los caballos como reses broncas. Luego los encerraban en las misiones y después a darle con el azadón, la pala y el talacho. Tuvieron que aprender a sembrar a fuerzas. También los enseñaron a vaquerear, aunque esto les agradaba mucho más, porque les gustaba montar, lazar y herrar reses, en esto, eran más libres. Los curas no los dejaban acostarse con quien les diera la gana. Ellos estaban acostumbrados a meterse unos con otras, eran libres, para ellos estaba bien hacerlo con quien les viniera en gana y cuando les diera la gana, pero esto para los curas era pecado, ¡pobres indios, los encerraban en cuartos separados porque era malo lo que


para ellos siempre había sido bueno! Este cuento que está lleno de puras tristezas. Volvió a dar un sorbo muy largo de poleo y le dio otra chupada al cigarro, que por estar hablando tenía una pavesa muy larga que colgaba hasta sus dedos. —Los frailes negros fueron los primeros en levantar misiones en la península, pero algo pasó que los expulsaron de México. Los curas lo supieron antes y tomaron precauciones. Construyeron una misión en un lugar de muy difícil acceso, en la parte más alta. Llamaron a este sitio la misión de Santa Inés de la Sierra. El encargado de estos trabajos era Fray Bruno de Montejano y la intención era resguardar todos los tesoros que habían acumulado durante el tiempo que estuvieron en la península, que a pesar de la aparente pobreza del terreno, les brindó buenas ganancias en oro, perlas y piedras finas, que decidieron esconder en esa misión a la que regresarían cuando fuera oportuno, y de incógnito. La mayoría de los frailes negros eran hombres piadosos, entregados al servicio; pero los hubo que explotaron a los indios, los azotaban para hacerlos trabajar como bestias de carga y se echaban al plato a las indias más bonitas. Fray Bruno de Montejano era uno de ellos. Los otros curas lo conocían bien, y para que no se saliera de sus cabales y abusara mucho de los indios hicieron que lo acompañara un cura ya viejano, prudente y de carácter tranquilo, que se llamaba Fray Antonio Espinoza de los Monteros. Prepararon a los frailes con buenas provisiones, bestias suficientes, ganado de todas clases, herramientas, soldados de cuera y un buen grupo de indios con todo y mujeres, con la consigna de regresar cuando la misión estuviera terminada y funcionando; lo que quería decir que ya tuvieran cosecha y el modo de sacar para vivir sin depender de nadie. Pero

lo más importante de todo: Iba con ellos un paisano que conocía muy bien las montañas de la península. Ese indio era del norte y conocía todo el territorio. Se llamaba Emeterio Ochurte, pero todos lo conocían por Mltí, que en su lengua significaba coyote. Mltí los llevaría a un sitio bueno para levantar una misión y no ser encontrados con facilidad. Además, estarían cerca de su gente, los ñakipá. Don Patricio se detuvo de nuevo por unos momentos, se quedó callado, como si ordenara sus pensamientos y recuperara el hilo de aquella historia, que a mí me había tenido sin perder palabra. Volvió al poleo y al cigarro que casi se consumió sin ser fumado. —La expedición caminó por días; arreaban ganado y gente que andaba detrás de ellos también cargando cosas, cuidando de gallinas y chiquillos. Por fin llegaron a un sitio muy bonito entre las montañas y allí se establecieron; empezaron a hacer los trazos para levantar el asentamiento, fray Bruno era un hombre muy enérgico y decidido. Era robusto, coloradote y calvo. Hasta nosotros ha llegado la historia completa, se cuenta de gambusino a gambusino, como de padre a hijo. Ahora te toca a ti, Malaquías, apréndetela de memoria porque, fíjate bien o encuentras la misión o se la cuentas a otro: ésta es la consigna. Al decir esto, se tomó la cabeza con las manos y se quedó en esa posición por un rato. Don Eliseo lo veía con ojos compungidos, parecía que aquello les causaba una pena muy grande. ¡Qué lejos estaba entonces de saber que yo me daría de topes contra una roca por las mismas razones que aquellos viejos! —Los días pasaban, fray Bruno urgió a fray Antonio a que bendijera el sitio y los trabajos a realizar. Le pusieron a la misión Santa Inés de la Sierra en honor a una chiquilla que fray delatripa: narrativa y algo más, No. 30, Octubre 2016.

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Antonio cuidaba como a una nieta, desde que se quedó huérfana de madre; del padre no se supo, era muy probable que fuera algún cura que no aguantó la castidad. La madre murió de sarampión y la chiquilla enfermó de lo mismo al poco tiempo. Fray Antonio la encontró en la casa de una india que la cuidaba. Sintió tanta pena por ella que la recogió y la llevó a la casa de los curas y allí, auxiliado por las mujeres que estaban a su servicio, la salvó de una muerte segura. El viejo sacerdote se encariñó con la niña que era muy hermosa, tenía en su hechura, lo mejor de las dos razas, y se quedó con ella para criarla como si fuera su hija. Para ellas fueron las natas, los quesillos, las frutas y los pollitos. La bautizó como Inés del Rocío, porque decía que era un canto al amanecer y le puso por apellido el suyo propio. Cuando emprendieron el viaje a construir la nueva misión, la niña iba con ellos. Fray Antonio la enseñaba a leer y a escribir en sus ratos libres y cuando más grandecita, los misterios de los números y del latín. Inés del Rocío era despierta y aprendía rápido. El sacerdote tenía las intenciones de llevarla a España cuando terminarán con aquel trabajo, para conseguirle un buen marido, o que vistiera los hábitos si tenía la vocación de servir a Dios en alguna orden religiosa de prestigio, de las favoritas del sumo pontífice. Los trabajos continuaron, pronto estuvo levantada la iglesia, la casa cural, la cuartería para los fieles y soldados, las acequias, los corrales, los terrenos labrantíos para granos y frutales. Al poco tiempo de empezar el trabajo, Mltí fue por su gente, los ñakipá, y estos aunaron sus fuerzas con los indios que venían del sur. Fray Bruno no dudó en aplicar castigos ni en usar el látigo. En cuanto terminaron la construcción, se fueron hacia la otra misión para transportar los bienes acumulados por los 32

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frailes negros a través de los años trabajados en la península. Regresaron al tiempo con mulas e indios cargados con riquezas que fueron a parar a un almacén, pegado a la iglesia y guarecido con puerta doble, y cerradura de siete llaves, mismas que traía fray Bruno pegadas al cordón con el que se ataba la sotana, no fuera el diablo y alguien quisiera entrar y se pasara de vivo. Sucedió, para malas o buenas del destino, que fray Bruno descubrió en las cercanías un filón de oro que afloraba en un arroyito de las cercanías. Al poquito traía en chinga a toda la indiada lavando arena en bateas para su beneficio particular. Y no sólo esto, luego dieron con otro placer por las cercanías, pero este no estaba cerca del agua. Estaba a media jornada de la misión. Entonces hacía a los indios ir y venir hasta la misión con bultos de tierra que sacaban del placer, y así traía, a punta de látigo a toda la paisanada trabajando para sacar oro. Fray Antonio le pedía prudencia, que estaba bueno que aumentara los caudales de la misión, pero que no abusara de los pobres nativos. Fray Bruno era orgulloso y déspota, no hizo el menor caso. A los días, se recibió en Santa Inés una noticia que trajo Mltí: Los frailes negros habían sido expulsados de California. Todas las misiones estaban a merced de los soldados y hacían de las suyas en todas partes. Fray Bruno le dijo que no se lo dijera a nadie, mucho menos a la soldadera. A cambio le ofreció suficiente oro para que se fuera a buscar la vida en otro lugar. "Aquí en esta tierra el oro no me sirve de nada", le contestó Mltí, "mejor dame bestias, reses, herramientas y una mujer que me siga". "Tendrás razón", le contestó el cura y le dio lo que quería el paisano y le dijo: "Ahora vete de aquí y no vuelvas más". —¿Y no volvió nunca Mltí? —No. Pero contó la historia cuando estaba muy viejo. Y no sólo él la contó, también otros


que se enteraron de más cosas que sucedieron en Santa Inés. —La misión de Santa Inés se quedó aislada e ignorada por el resto del mundo. Jamás regresó nadie a buscarlos. Pese a que fray Antonio era viejo, era un anciano muy saludable y longevo que sólo enflaquecía, encorvaba y perdía cabellos, se mantenía vivo y sano a la par de fray Bruno que era mucho más joven y estaba obsesionado por sacarle todo el oro a la región. Maltrataba a los indios, los obligaba a punta de látigo a transportar tierra en el lomo para lavarla en la misión, o los ponía a lavar la tierra en seco por medio de fuelles. Aquellos pobres nativos estaban siempre polvorientos y a medio morir de sed y hambre; pero el cura estaba dominado por su sed de oro, como una especie de fiebre que no lo dejaba vivir. Más pariente del vicio que al sano deseo de favorecer a la orden de los frailes negros, y también le había pegado otro mal: no se le iba viva ni una india, mucho menos las jovencitas. La mayoría de los niños que nacían en la misión eran hijos suyos. De nada servían palabras y consejos de fray Antonio, fray Bruno se comportaba como dueño absoluto de almas y tierras. —Sírveme otra taza de poleo, Malaquías— me dijo interrumpiendo la plática. Le serví la bebida muy bien endulzada y le prendí un cigarro que le acerqué junto con el pocillo. Le sopló al té y le dio dos o tres fumadas al cigarro que saboreó a sus anchas. Luego siguió con aquella historia. —Con los años aquella misión siguió llenando sus arcones de oro. Muchos indios habían desertado y huían montaña abajo hasta la costa y el desierto. Los soldados alcanzaban a rescatar a algunos y los regresaban cabestreando como a reses broncas a punta de azotes

y golpes. Otros, para su fortuna, lo lograban. Muchos de aquellos pobres paisanos sufrían de mataduras y llagas a causa de las cargas. Dolencias que fray Antonio e Inés del Rocío curaban con emplastos de yerbas y ungüentos que preparaban; la necesidad los había vuelto ingeniosos y creativos. Inés del Rocío se había convertido en una mujercita de cabellos negros y ojos amielados. Alta y esbelta, de formas graciosas y muy bien puestas. A estas alturas, todos en la misión andaban vestidos de cuero o de lana, ya que fray Antonio había construido un telar para tejer y vestirse con estos géneros porque la reserva de telas que tenían en la misión se había terminado. Las mujeres nativas pronto fueron diestras para tejer y confeccionar ropa para todos. Se detuvo un poco como si le costara seguir con aquella historia. Luego de breves instantes y de unos cuantos buches de poleo y jalones de cigarro, continuó. —Hubo una sequía muy grande; en aquella región así era: había diez años llovedores y diez años secos. Entró la época de las sequías. Inviernos secos de cielos limpios y azules. Se murió casi todo el ganado, se secaron los aguajes y los arroyos, hubo hambre, murió hasta gente, sobre todo niños. Fray Antonio e Inés del Rocío ayudaban a los enfermos como podían. Fray Bruno en sus andanzas buscando agua, encontró una piedra de donde fluía una delgada capa. Todo alrededor de aquella roca estaba verde y lozano. El cura lamió de aquella agua y se sintió reconfortado. Regresó a la misión casi saltando, como si fuera un chiquillo. No dijo nada, la generosidad no era su fuerte, pero todos los días iba a beber agua de aquella piedra misteriosa, porque se sentía mejor cada día. Pronto había recuperado el cabello y la lozanía de la juventud. En cambio, todos los habitantes de Santa Inés estaban delatripa: narrativa y algo más, No. 30, Octubre 2016.

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enfermos y débiles. Las indias eran huesos forrados de cuero, caminaban encorvadas y sin gracias. Todas las mujeres, menos una: Inés del Rocío, que conservaba la frescura y belleza de la juventud, gracias a los cuidados de su tutor, que se las ingeniaba para que la muchacha no sufriera hambre. Fray Antonio, al descubrir las intenciones que fray Bruno tenía con Inesita del Rocío, le dijo: "No hagas lo que tu corazón ennegrecido te pide. Te ordeno que acates mi disposición como superior tuyo que soy. Te prohíbo que toques a Inés. Te prohíbo hasta que pienses en ella" Pero el malvado cura respondió: "¿Qué puedes hacerme, fray Antonio? ¿Qué podrías? La Iglesia, el Santo Padre de Roma, los obispos, priores o cuanto cura que camine por la faz de esta tierra, se olvidaron de nosotros. Nada puedes hacerme. Hace mucho que dejaste de ser mi superior, y si te he sostenido en este lugar es por lástima. ¿No te has dado cuenta que descubrí el secreto de la vida y de la muerte? ¿No me has visto bien, viejo cegato? ¡Mírame, soy joven de nuevo! Y ¿sabes algo? Voy a casarme con Inés del Rocío y tú oficiarás la misa". No aceptaba una respuesta negativa. Fray Antonio lo miró por largo rato: "No harás tal cosa. Juro por Dios y por la Virgen Santísima que no harás tal cosa". Don Patricio tenía la voz temblorosa, como si fuera a entrar a un terreno lleno de peligros, de espinas, de trampas traicioneras. Salió la luna que se acercaba al cuarto menguante, estaba amarilla y proyectaba una luz mortecina y triste. A lo lejos ladraron los coyotes y los tecolotes ulularon en las arboledas, estábamos acampados cerca de un arroyo. —Desde ese día —continuó don Patricio— , fray Bruno se dejó de fingimientos y acosó abiertamente a Inés del Rocío. La pobre niña estaba asustada. Hasta ese momento nadie 34

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había puesto —fuera de fray Bruno— los ojos en ella de aquella manera. Para todos, Inés del Rocío, era considerada lo mismo que el cuadro de la Inmaculada Concepción que adornaba la iglesia, y que según fray Antonio era obra de un pintor español muy afamado que en vida había llevado el nombre de Bartolomé Esteban Murillo, y que para esas fechas tendría como cien años de muerto. La niña huía de fray Bruno como del chamuco. Fray Antonio le advirtió: "Por más joven que te veas, Bruno, eres un viejo carcomido y decrépito por dentro, así tengas la apariencia de muchacho". Era verdad, se veía joven, pero olía a viejo, pensaba como viejo y actuaba como un viejo rabo verde. Se dedicó a acosar a Inés, a decirle que era muy bella y que pondría las riquezas del mundo a sus pies hasta convertirla en reina. Inesita del Rocío nada sabía de estas cosas y no entendía las intenciones del cabrón cura. Se estremecía de miedo cuando el fraile tocaba sus hombros para decirle algo y volteaba la cara cuando le echaba encima el aliento podrido, porque lo tenía más viejo y hediondo que el mismo demonio. Le dijo que quería casarse con ella, que ellos, por estar olvidados por la Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana, ya no eran curas, pero que para agradar a Dios y guardar las apariencias y las buenas costumbres, fray Antonio podría unirlos en sagrado matrimonio. La niña le dijo que no, que igual que Santa Inés, ella no habría de casarse con nadie; pero el fraile siguió insistiendo e insistiendo. Aquello se le volvió obsesión, igual que la que tenía por sacar oro, y del que ya, unos pobres paisanos enflaquecidos y enfermos, sacaban a duras penas. Volvió a detenerse, cada vez le costaba más contar aquella historia. Don Eliseo rayaba el polvo con una ramita, estaba sumido en sus


pensamientos, porque conocía la historia, él se la había contado a don Patricio, por lo que ninguno de los dos había encontrado la misión; era su heredero y lo que era peor, debería encontrarla un día o a quién que fuera digno de escuchar esta historia. —Fray Bruno acosaba a la niña a todas horas como un poseso y ella huía de él, lo rechazaba con más fuerza. Hasta que fray Antonio le dijo al cura: "Si llegas a tocar a mi protegida, a quien quiero como si fuera de mi propia sangre, te voy a maldecir. Tal vez ya no tenga ninguna autoridad sobre ti, y tal vez ya no seamos curas, como dices, pero te aseguro: mi maldición te alcanzará hasta la raíz de los huesos. Tenlo por seguro. Pagarás muy caro por ese crimen si llegas a cometerlo; estás advertido". "Tu maldición se me resbala por el lomo y por los huevos", contestó fray Bruno. "Haz perdido la última dignidad que te quedaba; no respetas a nadie ni nada, pobre de ti, Bruno, hasta dónde te han llevado tus instintos. ¡Qué Dios se apiade de ti y de nosotros por estar cerca de ti!". El pobre anciano salió con el alma hecha pedazos, muerto por la preocupación y con la firme determinación de sacar a Inés del Rocío de ese lugar, para llevarla a las rancherías habitadas por los ñakipá o los kolew que acampaban, por ser errantes, en las cercanías. Fue a buscar un par de bestias para salir cuanto antes de ese lugar, que había comprendido que estaba maldito por aquel cura de las mil chingadas. Pero el chamuco siempre tiene sus secuaces, todo mundo quería a Inesita, menos una india joven, que prestaba sus favores sexuales a fray Bruno, que era su incondicional. Le fue con el mitote al cura y éste se fue a espiar a la Inesita. La enfrentó cuando estaba en la iglesia, había ido a despedirse de la Inmaculada. Estaba hincada orando frente a la imagen, cuando entró fray Bruno: "Por última

vez te pido que te cases conmigo" ella armándose de valor y siguiendo las enseñanzas del curita anciano, contestó: "Primero muerta que ser suya, no tengo más marido que mi Señor, Cristo", "¿Ah, sí?" y de un golpe la tumbó en el suelo. La abrió de piernas, la abofeteó hasta dejarla sin sentido, la mordió y le arrancó los pezones, y en un arranque, la estranguló. El cuello de la chiquilla se rompió como si fuera una paloma. Muerta el cura la desfloró sin delicadeza, peor que si fuera una bestia, le hizo sodomía al cuerpo inerte de la niña, penetró por el ano con toda la violencia que fue capaz. Era un hombre fuerte y estaba fuera de sí. Cuando aplacó sus deseos añadió: "Sólo muerta y mía, ibas a poder salir de aquí. Ahora sí, que te lleve tu protector a enterrarte". Le escurría la sangre por la boca, la sangre inocente de su víctima. Fray Antonio, al ver la tardanza de Inesita, fue a buscarla a la iglesia y se encontró con aquel espectáculo. Su niña muerta a los pies de la imagen de la Inmaculada Concepción. Destrozada, sangrante y mutilada a mordidas. Al ver a fray Antonio, Bruno huyó a la sacristía en busca algún objeto para matar al anciano, pero apenas había dado la vuelta cuando la maldición de fray Antonio Espinoza de los Monteros le cayó por la espalda: "Te maldigo, Bruno de Montejano, a que quedes preso en esta iglesia y en esta misión por toda la eternidad. En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, per sécula seculorum, amen" La voz tronó por toda la nave de la iglesia y Bruno no pudo dar un paso más ni pronunciar más palabra; quedó convertido en estatua viva, respiraba y su corazón latía, pero lo único que podía mover eran los ojos, que se abrían y cerraban llenos de terror. Fray Antonio sacó el cuerpo de la niña, y ayudado por los pobres indios y los dos soldados envejecidos y delatripa: narrativa y algo más, No. 30, Octubre 2016.

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enfermos que quedaban, salieron de la misión de Santa Inés de la Sierra. La única que se quedó fue la india que traicionó a fray Antonio, pero al poco tiempo andaba loca y hambrienta por los caminos y nadie le tuvo piedad. La muerte de Inés llegó al sentimiento de todos los paisanos. La enterraron junto a las piedras de un camino que después les concedería favores y la llamaron Piedra Hechicera, porque para ellos hechicera era lo mismo que santa. Fray Antonio se quedó con los nativos, pero no duró mucho, su corazón se debilitó bastante por esta pena. Lo enterraron debajo de un pino y conservaron su recuerdo que se fue pasando de boca en boca hasta que se hizo propiedad de los gambusinos. No todos los buscadores de oro merecen conocer la historia de la misión de Santa Inés, porque nadie ha podido encontrarla. Dejó la taza de lado y luego continuó. —La vida del gambusino es un caminar sin detenerse; es hacer camino a base de piedras que se encuentran en el andar —movió la cabeza de un lado para otro y se quitó el sombrero para sobarse la cabeza pelona. Rió y pude ver sus encías molachas—; pocos lo comprenden, o tardan en entender esto de las piedras. Te ríes por lo tonto que habías sido hasta antes de encontrarlas. Otra cosa es el oro. Hay que cuidarse de los que sólo buscan oro, a esos se los comen las piedras, no sirven, se regresan luego a la vida común y corriente porque no saben ser libres. El gambusino aprende la libertad, sin apegos, nada lo ata ni detiene sus pasos. Algunos parece que van muy bien en la búsqueda del camino, pero algo los pierde, los confunde. Pueden ser peligrosos por tontos. Una vez uno de tantos con los que topamos en los cruces de sendas, dijo que los gambusinos éramos como los Caballeros de la Mesa Redonda en busca del Santo Grial. Nunca 36

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entendí el significado, pero me gustó la idea. Ese gambusino venía de otras tierras y por aquí andaba, lo encontramos en un cruce. A veces sale uno que otro de esos. Nos enseñan cosas que han aprendido en otras veredas, en otros cruces, muy lejos. Nuestro Grial es encontrar la misión perdida de Santa Inés, liberarla de su maldición, y que Fray Bruno de Montejano vaya a dar con su alma al infierno; está vivo y encarcelado en un sitio del que no puede salir ni moverse ni hablar. ¡Está cabrón pasar por eso! Irse al infierno sería mejor. Don Eliseo te dirá lo último. Ándale viejo, te toca. Don Eliseo levantó la cabeza y sacó una bacha vieja que prendió antes de hablar. Luego de darle un buen jalón al cigarro, me dijo: —Mira, aquel que encuentre la misión perdida, y libere a Fray Bruno de Montejano podrá abrir los arcones del oro, pero… —¿Qué? —No se puede quedar con el oro, porque… —El oro pertenece a la tierra y hay que devolvérselo— completó don Patricio como un juez que dicta sentencia. Cayó un silencio pesado y espeso del que no pudimos salir el resto de la noche. Nos fuimos a dormir y a la mañana siguiente, don Eliseo Domínguez ya no estaba. Por muchos días no volvimos a tocar el asunto, hasta que una vez, don Patricio Recio le dio punto final diciendo: —Malaquías, lo que le falte a esta historia, lo que no entiendas, tienes que encontrarlo por ti mismo; para eso tienes que andar estos caminos, ¿nos vamos?


Historia con final feliz un poco incierto. Daniela Muñiz Nieto. rase una vez… yo. Si, bueno, esta historia es mi historia; es algo complicada y quiero compartirla con ustedes porque deseo saber hacia dónde voy, que me depara, porque aunque me siento realizado como que estoy extraviado.

É

nueva condición con esos núcleos ovalados y sin gránulos. Nos estábamos compactando cada vez más. Mi célula de Sertoli estaba verdaderamente orgullosa, todo el trabajo que hizo de transferirme nutrientes y ayudarme a madurar realmente habían valido la pena.

Todo comenzó una mañana de hace como… 3 meses. Recuerdo con algo de nostalgia que todo es muy tranquilo en el tubo seminífero; yo era apenas una pequeña espermatogonia, descansando en suave y acogedor tejido germinativo. Comencé a madurar, fui un inocente espermatocito primario, común como todos los demás, con mi núcleo denso y morado. No había mucho más que hacer que lo que la maduración me decía; en pocas palabras fui en pequeñín tranquilito y educado.

Sigueron pasando los días, todos muy ocupados con cosas importantes de esta etapa, los juegos y aventuras habían quedado atrás, necesitábamos estar listos y prepararnos para tener un flagelo en un futuro cercano, y así poder estar listos para completar nuestro ciclo de maduración.

Mi núcleo comenzó a granularse y a crecer, me convertí en un espermatocito secundario. En esa época pasaba largas horas jugando a la primera división meiótica con mis primos y hermanos. Sin darnos cuenta nuestro núcleo se iba reduciendo, aunque seguíamos teniendo un citoplasma basófilo con núcleos granulados. Nuestros juegos se transformaban en aventuras de la segunda división meiótica.

Habíamos crecido todos, bueno, madurado es la palabra correcta. ¡Qué guapos! Bueno no… para ser honesto habían unas cosas muy raras cuando volvimos a vernos después de tantos días. Vi de todo… unos con un flagelo más corto, otros más largo, unos se veían muy atléticos, otros parecían un poco escuálidos y con poca fuerza; hasta estuvimos molestando a mi primo… ¡al pobre le salieron dos cabezas! (Aunque siendo franco dicen que traía onda con un vecino, y yo creo que más bien se unieron en un solo flagelo, cada quien su ciclo dicen por ahí).

Pasaban los días y, sin darnos cuenta, estábamos cambiando; nuestro núcleo se veía más pequeño y ovalado y cuando menos los esperábamos… ¡zaz! ¡todos habíamos perdido nuestras granulaciones nucleares de espermatocitos! Si me lo preguntan la verdad no recuerdo ni cómo pasó; el tiempo vuela cuando uno se divierte y más, si es en compañía de tantos buenos amigos.

Increíble, el día llegó y nuestras células de Sertoli estaban un poco nostálgicas (por no decir lloronas); pero era hora de partir. Teníamos una misión que cumplir en la vida y para eso debíamos ir lejos. El camino sería arduo pero todos hablaban de algo fantástico, algo de lo que habíamos escuchado hablar desde que éramos pequeños espermatocitos primarios: El Ovocito.

Siendo ya espermátidas, estuvimos ocupados unos 2 meses, tratando de entender nuestra

¡Sí! Todos queríamos encontrarlo, y es que de que serviría tanta dedicación y preparación delatripa: narrativa y algo más, No. 30, Octubre 2016.

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sino para terminar tooooodos en el lugar ideal con nuestro ovocito ideal. Pues partimos muy entusiasmados y tranquilos; pasamos por la red testicular, el camino se veía fromado de un epitelio cilíndrico simple ciliado, encantador en verdad. Luego llegamos al epidídimo, hicimos ahí una última parada; permanecimos un par de días, estábamos afinando los últimos detalles para el gran viaje. Debo admitir, que buenos momentos pasamos ahí, recordando el tiempo en el tubo seminífero, tantas divisiones y aventuras meióticas. El epidídimo era especialmente cómodo, tiene un epitelio cilíndrico pseudoestratificado ciliado, con los cilios más grandes que haya visto jamás, unos estereocilios grandiosos. El ambiente comenzó a cambiar, el lugar se fue reduciendo, comenzaron una serie de temblores y todos gritaban emocionados: "¡Vamos, llegó la hora!, ¡si!". En grupos íbamos saliendo del cómodo epidídimo hacia el conducto deferente; todo se volvió más rápido y divertido, estábamos muy emocionados. Pasamos por la vesícula seminal, y quedamos inmersos en líquido; íbamos más y más rápido, vertiginoso; el epitelio cilíndrico simple se convirtió en epitelio plano simple. Estábamos en la uretra… ¡Fum! Sentí que salí propulsado como cohete; a mi lado iba mi primo Fulgencio con cara de espantado, mi amigo Nicolás iba muerto de risa, pero en general todos, normales y raritos, salimos disparados completamente eufóricos. Vimos una luz… Todo se paralizó en mi mente, y regresó a mí aquella imagen. Pronto vería a mi dulce ovocito. Quedé sin aliento, estupefacto de emoción, por un momento sentí que mi flagelo se movía tan rápido que era incontrolable. 38

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Todo se oscureció. No sé donde me encuentro, pero aún escucho a algunos de mis compañeros de viaje. Qué raro. Les platico esto porque, como dije en un principio, estoy muy feliz; sé que pronto llegaré a mi destino pero… este lugar no es como me lo describieron, ¿estaré perdido? Es imposible, todos tomamos el mismo camino, salimos en grupos ordenados en cada contracción. ¿Qué veo por aquí? Recapitularé. Estoy seguro de que en la entrada lo que vi fué un rugoso tapete de epitelio plano estratificado queratinizado, pasé cerca de unos que dicen ser bulbos gustativos pero no les quise preguntar ni pedir indicaciones; no me parecieron de confianza, por alguna razón que aún no comprendo no paraban de reír. Hacia adelante las cosas se ven más familiares; a lo lejos veo epitelio plano estratificado, todo empieza a ser muy húmedo y resbaloso de nuevo. ¿Saben?… creo que voy bien, ya sé donde estoy, ¡ja! Esas glándulas de Ebner creyeron que me iban a despistar. Se perfectamente donde me encuentro y, no se preocupen, seguiré adelante y encontraré a mi ovocito . Los veo luego. Tengo que correr. Espero verlos más tarde con buenas noticias; por ahora tengo que apresurarme porque el camino aún es largo, y por lo que sé muchas sorpresas me están esperando. ¡Hasta pronto!


Eterna pesadilla Jéssica de la Portilla Montaño

H

ace más de una década que dejé de soñar. No es que haya perdido mis añoranzas e ilusiones, aunque algo así pasó después. Simplemente dejé de soñar, no pude recordar más mis viajes astrales. Me costaba tanto dormir que prefería no despertar; y al abrir los ojos me daba cuenta de que no había una sola imagen en mi cabeza; nada que pudiera analizar o entender como "un mensaje" de quien sea que me cuide en el mundo invisible. Hace unos años me fui de la Ciudad de México. No sé si fue el cambio de ambiente o que renació el amor en mí. De buenas a primeras recuperé esa capacidad de fantasear dormida; de pronto despertaba con una historia fresca en la mente que de alguna forma viví a través de mi otro yo. Casi siempre soñaba con mi pareja, que de nuevo era mi profesor de secundaria o de prepa y obviamente me daba clases. A veces éramos novios a escondidas, otras él no me hacía caso y unas más nos presumíamos como pareja. En ocasiones nos citábamos en la Alberca Olímpica, como sucedió en realidad la última vez que nos vimos antes de que desapareciera por dieciocho años de mi vida. Luego empecé a soñar con un trío de obesas. Qué horror. Está mal que me exprese así de los ausentes, así que rectificaré: luego empecé a soñar con una obesa, otra con obvio sobrepeso, y una tercera que sigue estando cachetonamente chaparra. En mi sueño les hablaba o no, da igual. De las tres, la que invariablemente aparecía era la obesa gigantona que juró que me enamoré de ella para "vengarse" de que le bajé a dos fulanos que ni siquiera la pelaban

(bueno, uno sí la pelaba pero como a borrego, léase: para trasquilarle la lana). Y ahora, no sé por qué, desde hace unos meses no he hecho más que soñar con una pesadilla antigua. ¡Qué manera de chingar mi inconsciente colectivo, caray! Así, totalmente de la nada reapareció como hizo tantas veces en el mundo real, pero ahora no pasa de que abro los ojos y esa personita se esfuma, ya no está más. Y mientras… Yo aquí, de atormentada como dicen que me gusta, preguntándome si la susodicha persona estará en problemas o si es verdad lo que dicen sobre "la ley de atracción", según la cual si yo sueño con ese ente será algo recíproco y entonces él también estará soñando conmigo. Molesta menos imaginarme a las tres obesas (o bien: con la ballena, con la aguada y con la megacachetes), que por lo menos cumplieron su promesa de no volver a acercarse a alguien tan desagradable como yo. Por fortuna, este mundo es mucho más grande de lo que pensábamos en nuestra adolescencia. ¿Pero mi eterna pesadilla…? ¿Será que alguna vez cumplas mis deseos más profundos, y por fin ahora sí te mueras, como decía Jaime Sabines en su poema "Hay un modo"?

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La menonita José Sifogrante para Lina López Vidal que me azotó

L

a primera vez que vi a Mariska fue la última vez que me enamoré de golpe. La conocí en el Centro Médico Americano en donde papá estaba ingresado para someterse a una cirugía de colon. Fue en el otoño en el que cumplí veintidós años. Había pedido vacaciones en mi trabajo, me debían quince días y decidí que lo mejor era que me quedara con papá para ayudarlo durante su convalecencia. Me quedaría las tres noches con él en el hospital y mamá estaría en casa atendiendo a mis dos hermanitos. Así durante el día yo podría estar en casa o bien, salir con mis amigos y regresar en la noche para estar pendiente de papá. Sabía que era lo correcto, lo que se esperaba de mí, el mayor de los tres. Era hora de que comenzara a ser realmente útil a mi familia y demostrarles que a mis veintidós años estaba listo para asumir un rol más activo. No es que antes no lo estuviera, sino que nunca se había dado una situación en la que mis viejos dependieran de mí. De haber ocurrido esto hace unos años, hubieran llamado a la abuela para que se hiciera cargo de nosotros y mi mamá se habría quedado con papá en el hospital. Ahora contaban conmigo, y en cierto modo me sentí un poco más responsable, más adulto, cosa que me resulta curiosa pues fue en ese entonces cuando más me ilusioné con la misma ferocidad con la que puede ilusionarse un niño. Papá había salido de cirugía sin complicación, pero me advirtió el doctor que por el tipo de procedimiento quirúrgico al que lo habían sometido, era muy molesto, incómodo y doloroso, y por lo tanto, estaría sedado hasta la mañana siguiente. Realmente no me hizo recomendación alguna, sólo me insinuó que podría despertarse por el dolor y en tal caso,

sólo debía llamar a la enfermera de guardia quien ya tenía la orden de suministrarle Tramadol. Papá estaba profundamente dormido así que saqué uno de mis libros y comencé a leer recostado en un extrañamente cómodo sofá para visitas. No sé en qué momento me quedé dormido y desperté cuando una de las enfermeras entró para revisar los signos del viejo. "Buenas noches, joven". "Qué tal", contesté. "¿No se ha despertado tu papi? ¿No se ha quejado?" "No, realmente no. Ha estado muy tranquilo, no se mueve; eso sí, ronca demasiado". Cuando la enfermera salió, me quedé despierto e inquieto. Eran las once de la noche y no había cenado. Al ver tranquilo a papá decidí salir a darme una vuelta por el hospital y bajar a la cafetería para cenar. Al pasar por el segundo piso, justo debajo de nosotros, noté un olor extraño y desagradable. No me refiero al característico de hospital, sino a un olor muy humano, como a sudor y tierra. Diferente al que uno puede esperar en un lugar así, ni sangre, ni formol, alcohol, ni cualquier clase de fluido corporal, no. Era un olor muy vivo a sudor. Cuatro menonitas justificaron mi olfato. Estaban saliendo de la habitación 206 ligeramente confundidos y con la mirada apuntando a todas partes. Apreté el paso y me fui directo a la cafetería en donde a los pocos minutos los volví a ver mientras se dirigían a la salida. Qué tipos tan raros los menonitas, pensé. Lo único que sé de ellos es que se casan entre parientes cercanos; aunque no estoy seguro si llegan a hacerlo entre hermanos, la verdad es que no me sorprendería. También sé que venden trozos de queso, escobas y cepillos en el Anillo Periférico. Que hablan raro. Que huelen mal. Que son unos trabajadores endemoniados a los que delatripa: narrativa y algo más, No. 30, Octubre 2016.

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parece que el sol, se las pela. Que los hombres se visten con overoles y camisas de franela con mangas largas y sus mujeres se ciñen enormes vestidos que no dejan ver siquiera sus tobillos. Que son muy pacíficos, aunque no muy amables. Nunca me había interesado por ellos, no al menos en un punto que no pasara de una simple curiosidad o un más que natural y sano morbo. Un morbo óptico. Todo esto lo consideré mientras cenaba un sándwich de atún y una Sprite Zero. Al terminar mi cena salí al estacionamiento para fumar un Delicados y pensé que la prohibición de fumar en lugares públicos había llegado demasiado lejos cuando tuve que alejarme casi cien metros de la entrada del hospital en donde curiosamente, volví a toparme a los menonitas que se estaban yendo a bordo de una camioneta roja. Mientras fumaba pasó vagamente por mí la idea de cómo le habrían hecho los menonitas para pagar un hospital privado porque no parecía que tuvieran muchos recursos. Luego me puse a pensar en que si eran los menonitas quienes tenían prohibido por su religión recibir transfusiones sanguíneas o eran acaso los testigos de Jehová. Cuando terminé de fumar me dieron ganas de recostarme nuevamente en ese cómodo y mullido sofá, y regresé al hospital. Justo al pasar por el segundo piso, dirigí la mirada hacia la habitación 206, la misma en la que un rato antes estuvieron los menonitas. La puerta estaba entreabierta y supuse que alguna enfermera estaba dentro realizando sus chequeos de rutina. Me ganó la curiosidad y saqué mi teléfono. Hice como si estuviera atendiendo una llamada, mi tono de voz era muy bajo, como si estuviera respetando la convalecencia del paciente. El olor a sudor seguía muy presente, como si se hubiera estancado. Se me hizo más desagradable que la primera vez y decidí subir a recostarme, y justo al darme la media vuelta, el viento resopló de pronto y abrió un poco 42

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más la puerta y pude ver una silueta muy delgada, asida al brazo de una enfermera regordeta. La estaba dirigiendo hacia otra puerta, la que supuse era la del baño. La enfermera encendió la luz y desde donde estaba parado y con la mirada de perfil para no ser demasiado obvio, pude ver a una niña rubia de espaldas con esa batita patética que te deja el culo a la vista. Agradecí la existencia de esas batitas por un momento y luego me di cuenta de que estaba mirándole el culo a una menonita en un hospital y quise entrar en mis cabales, pero también quería entrar a la habitación 206.Volví al cuarto para ver cómo estaba papá. Sin novedades. Dormía profundamente. Quise encender la televisión sin volumen para no molestarlo, pero pensé que incluso la luz quizás podría despertarlo y estaría dolorido. Con la linterna de mi teléfono leí durante una hora y luego me quedé dormido. A la mañana siguiente papá estaba despierto, una enfermera le estaba regulando los medicamentos que pendían sobre la cabecera y le tomaban la presión. Se le veía de buen humor, aunque un poco maltrecho por tan incómoda operación. "No sé quién durmió más, pero podría apostar que tú", me dijo papá en un tono quedo. "Creo que sigues sedado, papá. Llevas como trece horas dormido, yo apenas dormí un par de horas. ¿Cómo te sientes?". Me dijo que muy bien dentro de toda la incomodidad que podía suponer su recuperación. Le dije que iría a por un jugo y un macchiato a la cafetería mientras las enfermeras lo bañaban. Eran las siete de la mañana y mamá estaría por llegar al hospital luego de llevar a mis hermanos a la escuela. Al pasar por el segundo piso pensé en la niña rubia que había visto anoche. Aquella menonita que me hizo detenerme frente a su habitación mientras la llevaban al baño. No me sorprendió encontrármela de nuevo, pero sí lo realmente bonita que se veía. Estaba sentada en un sillón afuera de su


habitación. Agucé un poco la vista pues aún estaba adormilado pero su belleza no dejaba lugar a dudas. No podía tener más de quince años. Se le veía muy pequeña, como disminuida pero vibrante. Ella miraba distraídamente una revista de chismes. Quise observarla un poco más de cerca, así que volví a sacar mi teléfono y fingí haber recibido una llamada: "Sí, mira, yo te llamo después, ahora no puedo atenderte, me están echando tremendos ojos grises de pistola por hacer ruido en el hospital", le hice un guiño, ella me devolvió una sonrisa. No sé qué es exactamente lo que pretendía, pero quería seguir adelante con la menonita. La encontraba increíblemente atractiva y no quería perderme una oportunidad tan rara, así que le hablé: "Llegaste anoche, ¿no?", no me respondió. Me miraba confundida, como si no me hubiera dirigido hacia ella sino a alguien más, pero estábamos solos. "Do you speak spanish? Français? Klingon? ¿Vas a gritar si te sigo hablando…?". "No, no. Perdón, estaba distraída", me contestó finalmente. "Sí, llegué en la noche. No sé a qué hora, estaba dormida, bueno, inconsciente…". Hablaba con un acento raro y tosco. Muy seco. Articulaba con cierta dificultad las palabras, pero el tono que empleaba conmigo era demasiado dulce, un tono que sugería incluso sumisión. Le conté que le estaba haciendo compañía a mi viejo, que lo habían operado la noche anterior, la misma en la que ella había ingresado. "¿Y a ti qué te pasó? ¿Por qué estás aquí?", le pregunté con cierto atrevimiento, pero con naturalidad. "Y además veo que estás tomando tu medicina afuera, con vista al jardín… Si quieres te cuelgo un coco en tu suero, o ya de plano te traigo una piña colada y un bronceador". Volví a hacerle un guiño, esta vez con un dejo de complicidad. "No creo que sea muy buena idea, no tomo alcohol", me dijo un poco más seria de lo que esperaba. "¿Cómo te llamas?, le pregunté.

"Mariska", respondió. "¿Mariska? ¿Qué clase de nombre es Mariska?" "Rumano". Rumano… bueno. "Y tú, ¿cómo te llamas?"; "Nicolás". "¿Y qué hace Mariska en el Centro Médico Americano?", quise saber. "Vine a morir", respondió. "Vamos, no puede ser tan malo, digo, no te ves tan jodida que digamos. ¿Qué es lo que tienes? Digo, si me lo quieres contar". "Hace como cuatro años, me diagnosticaron el síndrome de Wolff-Parkinson-White, que en pocas palabras no es otra cosa que una arritmia, mi corazón no late tal como debería y pues tengo muchos mareos, náuseas, casi siempre estoy muy débil", lo contó con un estoicismo ciertamente conmovedor. "Y por qué dices que vienes a morir, ¿ya no está funcionando el tratamiento?", quise saber, y se lo pregunté más preocupado de lo que me gustaría admitir. "La verdad es que estoy siendo un poco dramática, pero tampoco es algo muy alejado de la realidad, ayer escuché al doctor Parreño hablando con mis papás, y les dijo que ya no hay nada más que hacer, sólo esperar a que los medicamentos funcionen y que el corazón se estabilice, que puede ser que ocurra en las próximas horas o puede ser que ya nunca se recupere por el tiempo que lleva así", continuó igual de imperturbable. "¿Cuántos años tienes?", le pregunté, traté de desviarnos un poco del tristísimo sendero que recorría la conversación, tan sólo para chocar con una pila de mierda. "Quince, recién cumplidos. Apenas antier". Esto está del carajo, digo, qué se supone que debo decir: "ya veo", "felicidades, que cumplas más", "eres libra, como yo". Ni puta idea, pero entre todas esas opciones me limité a decirle que yo también era de octubre, y que nos debíamos por lo menos unos horribles hotcakes de la no menos horrible cafetería del hospital. Fue la segunda vez que me respondió con una sonrisa, pero esta vez había sido una más honesta, de esas que no te dejan ver los dientes. Le pregunté delatripa: narrativa y algo más, No. 30, Octubre 2016.

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por su familia, que por qué no estaban ahí con ella y antes de contestarme, la enfermera salió de la habitación de Mariska y la hizo entrar. "Al rato te llevo tus hotcakes de cumpleaños". Ella sonrió por tercera vez. Strike out. Hay una manera para saber si le gustas realmente a una niña y es haciéndola sonreír tres veces durante el primer encuentro. La primera sonrisa se produce sin que se hayan hablado. Ni una sola palabra. Sólo una mirada rápida a modo de identificación y presentación. La segunda proviene después de un par de bromas. Puedes saber mucho de una niña con tan sólo saber de qué se ríe. Todas se pueden reír de cualquier broma, por eso es crucial saber qué es lo que vas a decirle. Una broma por más estúpida o ingeniosa que sea, tiene el potencial de revelar los secretos que se esconden tras la sonrisa. La tercera ocurre al despedirse. Un par de sonrisas nunca serán suficientes. Son tres las que nos indican si nos quieren dentro de ellas. Mariska había abanicado ya su tercer strike. Mi viejo convalecía de una operación de colon un piso arriba, yo estaba tratando de levantarme a una menonita de quince años con el síndrome de Wolff-Parkinson-White en el Centro Médico Americano. Todo en orden. Luego de la más que exitosa conquista fui a ver al viejo que ya estaba con mamá. Me dijeron que me fuera a la casa a descansar y que regresara en la noche y que, si todo salía bien, lo más probable es que mañana le dieran el alta. Antes de regresarme a la casa, fui a la cafetería y pedí que me prepararan dos órdenes de hotcakes, pedí sirope de maple canadiense, una orden de tocino, jugo de naranja y dos cafés y me fui a desayunar con mi menonita. "Cuéntame, cómo es que te dejan sola tus papás". "Bueno, la verdad es que trabajamos muchísimo, tengo ocho hermanos, y cinco son más pequeños, además, aquí estoy muy bien y vienen a verme en la noche", me dijo mientras devoraba los hot 44

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cakes. "Disculpa que sea tan entrometido, pero bueno, hay un elefante rosa enorme flotando por toda la habitación y no hemos hablado de ello". "Cómo que un elefante rosa", me preguntó con una cara de incredulidad que me hizo pensar que no había entendido absolutamente nada. "Bueno, es un decir. ¿Tus papás se enojarían si me vieran aquí platicando contigo?", le pregunté. "¿Estás loco?", me respondió. "Quizá no te echen a patadas, pero sí te darían un par de segundos para salir, además, ya tengo prometido, se llama Noah y nos vamos a casar, digo, si no es que me muero en un rato", me dijo ahora hablando con nostalgia. "Cómo que prometido, apenas tienes quince años. ¿Se conocen hace mucho?", quise saber, como si de algún modo pudiera impedirlo. "A Noah nunca lo he visto. Él vive en un lugar que se llama Villahermosa, su papá es muy amigo del mío y se prometieron que cuando llegara el momento, nos casarían. Así, sin preguntarnos. Yo lo he visto en fotos, no está feo, bueno, un poco, sí. Es muy alto, pero tiene una cara muy tosca, como la de cualquier granjero, por eso no me aflige tanto que quizá no podamos casarnos". "Tú de dónde eres", le pregunté. "Nací en Campeche", me dijo. "Bueno y el tal Noah de Villahermosa, ¿sabe que estás aquí?", le pregunté. "Sí, hoy le llamaron para que viniera, pero yo creo que no va a venir, igual tiene mucho trabajo y pues toda su familia depende de él", me dijo. Pues vaya prometido el de Mariska. La está dejando sola y uno aquí pues, con ganas; digo, no se trata de aprovecharme de la situación, pero por otro lado… bueno, qué estoy diciendo. "Creo que es mejor que me vaya, no quiero que la enfermera le vaya a decir algo a tus papás, vengo a verte en la noche", le dije. "Cómo está tu papá, ¿cuándo lo van a dar de alta", me preguntó como para alargar un poco más la conversación. Le dije que lo más probable era que saliera a la semana


siguiente. Ella me miró por un instante con los ojos ligeramente más abiertos, ligeramente más abiertos como platos de bufé, quiero decir. "O sea que ya no nos vamos a ver", sentenció con una mueca. "Por qué lo dices", le pregunté extrañado. "Claro que podemos seguir en contacto, no es que te vayas a mudar o algo así. Te doy mi Whats App y nos escribimos, ya más adelante vemos qué", le dije. "No se puede", me dijo. "Sabes que entre nosotros cualquier aparato que tenga que ver con tecnología es cosa del Diablo. Mi papá es el único que tiene teléfono y apenas lo usa. Si me llegara a descubrir que tengo uno, me mata antes que mi Wolff-Parkinson-White". "No deja de sorprenderme lo largo del nombre de tu enfermedad y que te lo hayas aprendido. Ya parece Sterling, Cooper, Draper, Pryce pero de cardiólogos". "¿Parece qué?", me preguntó. No tenía Netflix, qué caso tenía explicarle. "Mira, si es por eso, yo tengo un teléfono que casi no uso, funciona perfectamente bien, si quieres, te lo regalo; total, está ahí asentado, mejor que lo tengas tú. Así me cuentas cómo te va, eso sí, cuídate del viejo, que no te lo vaya a ver". De esa forma, logré sacar a mi menonita del siglo XIX y, me la traje de golpe al XXI. Al llegar a la casa lo primero que hice fue buscar el teléfono que le había ofrecido a la campechanita, desde luego, me tomó más de dos horas encontrarlo y una vez que lo hice, lo puse a cargar. Le borré toda la agenda y le agregué mi número. También reciclé la micro sd que estaba llena de música y pornografía. Le dejé dos o tres aplicaciones que pensé que podrían serle útiles y le compré un case de uso rudo, ya saben, es una campesina, pero muy bonita, eso sí. Contaba las horas para volver al hospital y es que la verdad no tenía más nada interesante que hacer y no podía dejar de pensar en ella. Comencé a futurear, eso sí, con mucho orden. Primero, que me conocieran los viejos y

después ganarme su entera confianza. De simpatía ni hablo porque sé que son hoscos. Después, demostrarles que soy un tipo serio y que trabajo muy duro. Que trabajo duro del tipo en un escritorio, no duro del concepto que ellos tienen. La única vez que logré colocar un clavo en una tabla fue en el taller de electricidad en la secundaria. Si pasé ese curso fue porque el profesor era a toda madre y sólo hablábamos de fútbol y de chichis, pero volvamos con el suegro menonita. Tampoco es que muriera de ganas de convivir con ellos, era sólo para ganarme su confianza y así requisarles a Mariska. En mis fantasías ya teníamos dos hijos y toda la cosa y me detuve. Eran las ocho de la noche y tenía que volver a ver a mi viejo al hospital que, por cierto, había olvidado por completo que se encontraba ahí. Yo sólo tenía mente para mi queserita del periférico. Tomé el teléfono y lo puse en su caja, junto con el cargador, además de un Toblerone de medio kilo que había comprado en un Duty Free y el libro "Thats Why We Broke Up" de Daniel Handler que supuse le encantaría leer. Al llegar al hospital, tuve el impulso de dirigirme a la 206, pero me puse nervioso y fui primero a relevar a mi mamá. Papá estaba terminando de cenar y veía una película, me pregunto si la quería ver con él y le dije que sí, pero que primero iría a la cafetería y a llevarle "un encargo" a un conocido mío que estaba en una habitación en el piso de abajo, le dije que no tardaría. Bajé las escaleras y lo primero que noté al doblar por el pasillo que me llevaría a la habitación 206 era que no olía a nada. Me refiero al olor ese a sudor y tierra que expelen, lo cual me trajo varios pensamientos al momento, entre ellos, que no la habían ido a ver sus papás ni sus familiares, que estaba sola, que ya habían pasado tres horas del límite para las visitas, que la enfermera gorda (que ahora sé que se llama Claudia) no me iba a permitir pasar a verla. Nada de eso ocurrió, delatripa: narrativa y algo más, No. 30, Octubre 2016.

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toqué dos veces la puerta muy dueño de mí y al no obtener ni una respuesta, me aventuré a abrir y noté que el aire acondicionado estaba apagado, encendí la luz y la cama estaba hecha y junto a la mesita sólo había una nota del menú de canales de la televisión por cable. "Joven, le puedo ayudar en algo", me preguntó la enfermera a mis espaldas. "Sí, la paciente que estaba aquí, dónde está", le pregunté. "La dieron de alta en la tarde, bueno, eso me dicen mis compañeras, yo estoy empezando el turno de la noche y no estoy enterada. Usted no es su familiar, ¿de qué la conoce?", me preguntó con un tono inquisidor que me cayó muy mal. "La conocí aquí", le dije seco y me fui. De conseguir sus datos, ni hablar. Lo único que sabía de ella era que es de las menonitas que venden quesos, escobas y cepillos en Anillo Periférico. Que hace años los había notado pero que nunca les había comprado nada. Regresé a la habitación con papá, le dije que estaba muy cansado, le di unas mordidas al enorme Toblerone que había llevado y me quedé dormido repitiendo su nombre en mi mente y elaborando los más complicados y absurdos planes para encontrarla; planes que se iban derrumbando pues, a pesar de que había recibido el alta médica, difícilmente la encontraría en la calle. Seguramente estaría en su casita en su comunidad del siglo XIX o rumbo a Villahermosa para quedar al cuidado del tal Noah de los cojones. A la mañana siguiente, papá recibió muy temprano el alta, sin embargo, debía esperar a su doctor para indicaciones sobre cuidados posteriores a la cirugía. Para el mediodía, ya estábamos en casa. No pude quedarme ahí cruzado de brazos sin hacer nada, me fui a buscarla. Recorrí los 47.6 kilómetros del Anillo Periférico y me detuve en casi todas las intersecciones en donde la mayoría, sólo había voceadores, jugueros, vendedores de Bon Ice y de fichas Amigo de Telcel. Ni un cabrón 46

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menonita. Tres días después realicé el mismo recorrido, hasta que por fin me encontré con un pequeño grupo de menonitas y una señora que debía medir por lo menos un metro noventa, me ofreció un cepillo por veinte pesos. Se lo compré, pero no pregunté por Mariska, temía que no la conociera, o peor aún, que sí la conociera y en todo caso, no me iba a proporcionar ninguna información. Pasaron dos semanas, pero el recuerdo de Mariska no parecía difuminarse, todo lo contrario. Experimentaba una enorme necesidad de volver a la calle y dar con ella a como diese lugar. Volví a Anillo Periférico y llevaba apenas diez minutos cuando me topé con otro grupo de menonitas, un sujeto de rostro amable me ofreció un trozo de queso fresco por cuarenta pesos, se lo compré. "¿Sabe Usted de Mariska, la conoce?". "Mariska", repitió el hombre. "No, Mariska no, no la conozco". Pero algo en su mirada me daba a entender que me ocultaba algo. No quise insistir. Fueron pasando las semanas y los meses, pero no pasó un solo día sin que me preguntara qué había sido de mi queserita. Quizá volvió a Campeche, pero eso era absurdo porque ahí sólo nació y su familia estaba aquí. Lo más probable es que sí se haya ido para Villahermosa y seguramente para estas alturas ya hasta habrá consumado su matrimonio con Noah. No lo sé. De lo único que estoy seguro es que en el congelador de mi casa hay no menos de veinte trozos de queso fresco y en la cajuela de mi coche, otro tanto de cepillos y pequeñas escobetas.


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Estética de la sobrevivencia en Colombia: Memoria y afectos en la poesía contemporánea (2000-2015)1 Angélica Hoyos Guzmán "Pero me has dado la paciencia el silencio para alumbrar un país que no se cansa en la oscuridad de barrer hojas muertas," Homenaje a la música de Arturo, Nelson Romero Guzmán, Música Lenta (2015).

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stos versos hablan de la luz del silencio que evoca la poesía en Colombia, un país donde el ambiente de los últimos cincuenta años ha estado marcado por la guerra. Sugiere que la oscuridad es ese marco precario y las hojas, aquellos que no cesan de caer del árbol de la vida. Un panorama cíclico de guerra y una música que en medio de lo oscuro alumbra a Colombia. Estos versos son parte del poema que hace Romero en su libro Musica Lenta (2015) y que tiene como título Homenaje a la música de Arturo. Aurelio Arturo escribió Morada al Sur cuyos últimos versos, después del retorno a la arcadia, después de cantar el país que ama en ese retorno, se leen como sigue: "He escrito un viento, un soplo vivo /del viento entre fragancias, entre hierbas /mágicas; he narrado el viento; sólo un poco de viento.". Y con ellos pone a volar el país, deshace el poema y la música se vuelve liviana, un soplo de la poesía en el alma de Colombia de entonces y durante todo el siglo XX, pues Arturo renueva con su soplo a la poesía colombiana. Romero en cambio, invoca a la música de Arturo que le enseñó a guardar paciencia, a volar alto y a volver la música terrena, lenta, negra, pues su poemario es un canto oscuro.

ni de la mudez del país de Aurelio Arturo o de la poesía colombiana de espaldas a los problemas de la realidad, según los antólogos y prologuistas colombianoshan mirado a la poesía del siglo XX anulando cualquier posibilidad de estudiarla en relación con la violencia (Villegas-Restrepo, 2016). La música es otra, ha cambiado, varía desde lo que nos propone Romero como poesía y puede uno pensar que esta se acerca a aquello que en el mismo texto que citamos de Paz (1956, 40) se definiera como el lenguaje suicida o el lenguaje poético de la modernidad, que es más social y contempla todos los contagios de la poesía con otros lenguajes como el periodístico.

Valga recordar que decía Octavio Paz "el poema es un caracol en donde resuena la música del mundo" (1956, 13). Tal vez piensa en eso Romero cuando habla de su música, que no es la del viento,

Parto entonces de este silencio que es música, que es luz de una Conversación a oscuras (2012) como se titula el poemario de Horacio Benavides, escrito en homenaje a su hermano asesinado, esta

Esta es nuestra música-poesía, una que lleva la huella de los afectos que han dejado en Colombia la violencia, que lleva la intensidad de la sobrevivencia. Una estética en donde encontramos lo político en lo poético, en la palabra que corporiza lo intenso de sobrevivir en un marco de guerra, que habla de los cuerpos ausentes, de los asesinados y recordados en los poemarios, de los cuerpos que en la poesía sobreviven, y manifiesta agenciamientos de los afectos colombianos contemporáneos.

1. Ponencia presentada durante el II Coloquio de Doctorandos en Literatura Latinoamericana. Universidad Andina Simón Bolívar, Sede-Ecuador, Septiembre 28, 29, 30 de 2016 delatripa: narrativa y algo más, No. 30, Octubre 2016.

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definición de poesía sobre la que hay que indagar en Colombia, necesita pensarse, identificarse, escucharse y decirse. Es necesaria una lectura de estos poemarios que se han publicado en lo contemporáneo, en el umbral de lo demasiado lejano y lo demasiado anticipado (Agamben, 2008), para pensar en los problemas terrenales de la realidad colombiana. En este poemario de Benavides (2014) por ejemplo se habla de cuerpos fragmentados que reclaman su completud, el cuerpo sin órganos según nos diría Deleuze (1994), una intensidad de la vida, una afecto que nos toca, que va más allá de la palabra misma cuando nos dice la voz lírica de esta conversación: SI AL MENOS me hubieran dejado/ el corazón/ podría ir con ustedes/ El corazón es un norte/ una piedra lumbre/ así que sigan adelante/ no carguen con un peso muerto/ Yo regresaré tanteando/ al lugar donde me lo arrancaron/ y no los dejaré en paz/ hasta que lo devuelvan. Mucho están diciendo los poetas colombianos desde diferentes latitudes y en el sentido de los mapas afectivos de Colombia, y la intensidad discursiva que agencian (Deleuze, 1977; y Guattari, 1996). Pues la palabra se ubica en una geografía de la violencia que se ha impartido desde el paraestado, desde las guerrillas, desde el mismo estado y que se denuncia en los poemas. No a manera de cifras como lo hace el Centro Nacional de Memoria Histórica y los estamentos emergentes en función de estos temas, sino desde la sensibilidad alternativa de la poesía frente al discurso hegemónico de la guerra, la memoria, y la paz en Colombia en los últimos 15 años. Entonces defino mis preguntas sobre lo que pasa con la poesía, qué la define, y que persiguen esa idea de la música de Romero, de Benavides, y de otros, que no es la de Arturo, que era la de la noción del poeta como cercano a los dioses, de la poesía aurática, sino más bien de la intensidad de sobrevivir, de la estética de la sobrevivencia frente a la estética de guerra (Benjamin, 2010), o la fascinación por la aniquilación de sí mismo que trajo consigo 52

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la modernidad. Me pregunto así: ¿Cómo se corporiza la intensidad de sobrevivir en la poesía en una época marcada por la violencia? ¿Qué relación hay entre los afectos de la sobrevivencia y las poéticas que proponen una interrupción al sensorium hegemónico, una estética frente al discurso de la memoria? Aparecen varios poemarios para mi lectura en progreso, según plantea Jacques Ranciere (2005) que se debe estudiar lo contemporáneo. Una colección de indicios según define un corpus (Nancy, 2007) compuesta por dos grupos, el primero que conforma las obras que directamente recuerdan a sus muertos y desaparecidos y les dan vida con la palabra, y el segundo grupo de la colección, aquellas obras o poemas que manifiestan afecciones de la memoria o la sobrevivencia pero no constituyen víctimas directas del conflicto armado. De este modo, resalto que la poesía ha favorecido la emergencia de estilos y propuestas diversas alrededor de la memoria, de la justicia. Durante finales del siglo XX María Mercedes Carranza preparaba los encuentros de Alzados en Almas de 1997 a 2002, en la Casa de Poesía Silva, proponía abiertamente la poesía como opción diferente ante la violencia. Esta parte de la historia literaria de Colombia, no se ha escrito. Otros como el antioqueño Carlos Castro Saveedra, en este mismo sentido, se valió de la poesía para denunciar la violencia bipartidista. Estos constituyen antecedentes de una tradición de la que poco se piensa en cuanto a la poesía colombiana, pues se privilegia la narrativa como fuente de crítica y estudio. Sin embargo, mi colección de indicios se justifica en el interés por las manifestaciones poética en torno a la violencia contemporánea, puesto que durante el período más crítico de la violencia en Colombia, entre 1990 y 2004, fueron los poetas los blancos más perseguidos, víctimas de asesinatos y silenciamientos (Documental no hubo tiempo para la tristeza, Centro Nacional de Memoria Histórica, 2015). Tal fue la suerte del periodista y poeta Julio Daniel Chaparro en 1999, a quien se le rememora


con la publicación de sus poemas en el 2012, en el poemario De nuevo soy agosto y otros poemas. Este poemario lo incluyo dentro del primer grupo. Otros que hacen parte de esta colección son Tirso Vélez, Edwin López y Gerson Gallardo, poetas asesinados por el Bloque Catatumbo de las A.U.C., en Cúcuta, en el 2003, a quienes se les recuerda también en la Antología Palabras Como Cuerpos (2013) editada y convocada por el poeta cucuteño Saúl Gómez Mantilla, en la cual participan poetas de toda Colombia. El editor también tiene sus obras en esta línea de la memoria y la denuncia a través de la poesía como vehículo de intensidades afectivas con los libros Rostro que no se encuentra (2006) y Lecciones de olvido (2008). Aparecen también trabajos como el magdalenense Adolfo Ariza Navarro quien poetiza sobre el desplazamiento de la población de la Avianca en el Magdalena, durante el invierno de 1998 y quien dedica su libro Regresemos a que nos maten amor, ganador del Premio de Poesía Ciudad de Santa Marta (2008) al poeta Joaquín Vizcaíno Vizcaíno asesinado en el enfrentamiento que se dio entre paramilitares del Bloque Norte y guerrilleros en el mismo municipio. También se recuerda en este poemario a Víctor Ternera de la Hoz quien fue asesinado en el 2006 por las constantes denuncias que hizo sobre el fracaso del proceso de retorno de los habitantes al pueblo y la entrega de viviendas subsidiadas por el gobierno. En otros libros de este corpus como la obra Amazonía y otros poemas (2011) del poeta Juan Carlos Galeano, desplazado hacia el Amazonas quien desde el lugar del que huye de la violencia nos acerca a un mundo amazónico con la huella del conflicto armado contemporáneo. En El sol y la carne (2015) de Camila Charry, Asma (2015) de Fabio Andrés Delgado y Edwin Gamboa, también se poetiza el rastro violento, se habla de las madres de Soacha en Bogotá y de la violencia que toca la población juvenil. Así mismo en el poemario Seré tu voz (2015) de VJ Romero, se denuncia y hace memoria de los llamados "falsos positivos" y el dolor de las madres, quienes

aún esperan que el estado les devuelva a sus hijos luego de ser engañados para trabajar, asesinados por el ejército y pasados como guerrilleros en los reportes estatales. En otros lugares de Colombia como el Chocó se prefiere la oralidad para poetizar también sobre sus víctimas. Tal es el caso de los poemas que aparece en el Informe Que nadie diga que no pasa nada (2011-2014) editado y publicado por la Arquidiócesis de Tumaco, donde se habla de la violencia contemporánea y el proyecto Yo levanto mi voz: Memorias de Resistencia en Tumaco (2015). Publicado como antología oral donde se desarrolla un discurso poético para expresar la memoria y el recuerdo de las víctimas y activistas sociales asesinadas en esa zona del país. También existen las compilaciones orales de Escuela de poetas de la gloria (2015) y Alabaos de madres por la vida (2015). Estos trabajos son editados y publicados en el canal oral del Centro Nacional de Memoria Histórica de Colombia. Valga incluir en este grupo el poemario que dedica Benavides a su hermano asesinado y al cual me he referido ya Conversación a Oscuras (2012). Otros poemarios que convocan la memoria y el dolor desde una sensibilidad que no es directamente la de las víctimas, el segundo grupo de mi colección, son Puerto Calcinado (2003) de Andrea Cote con su poema El perdón, evoca a través de la poesía la violencia vivida en Barranca bermeja enunciando la interlocución entre una niña y la voz lírica; en este grupo están algunos poemas del poemario Tempus (2014) de Hernán Vargas Carreño donde la intensidad de los afectos y la violencia se registra desde lo homoerótico y el poema de Vientres y guerras del poemario Soportar la Joroba (2011) de Cristina Valcke, donde la voz femenina habla del dolor íntimo del cuerpo para colectivizar la violencia. En el círculo de poetas que están en camino de hacerse visibles internacionalmente o ya lo son incluyo los poemas Los colores de la sed, Abismos de silencio, Dolor Plural de los poemarios Péndulo delatripa: narrativa y algo más, No. 30, Octubre 2016.

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(2010) y La danza del caído (2012) parte de la obra de Jorge Valbuena. En adición el poemario Memorial del árbol (2013) de Henry Alexander Gómez y El falso llanto del granizo (2014) de Hellman Pardo.También la obra de Fabiola Acosta Espinosa Al otro lado de la guerra (2014) y Anabel Torres Poemas de la guerra (2000). En este grupo también incluyo Música Lenta (2015) de Romero. En estos autores encuentro afecciones subjetivas, íntimas, de la sobrevivencia y la memoria en las que encuentro la necesidad de profundizar. El trabajo es arduo, dada la gran variedad de mi colección de indicios, pero está tan disperso en este ambiente de época, en esta estructura sentimental (Williams, 1980) que es necesario organizarlo y darle cuerpo. Propongo una mirada desde el giro afectivo, pues considero que es el enfoque que me sirve para analizar estas intensidades y el sensorium que conforman en el conjunto de obras que he escogido. Me interesan esas fuerzas orgánicas desterritorializadas que manifiestan lo social y lo cultura (Moraña, 2012), esas marcas del cuerpo palabra, del cuerpo que aparece en una virtualidad (Deleuze, 2007) del plano de la inmanencia (Deleuze, 2007), de la vida en sí, según Deleuze, pues es este enfoque el que pertinentemente me puede ayudar a indagar por categorías propias, a pensar el hecho poético como música terrena en Colombia. Esta mirada, para mi proyecto particular, integra referentes de la biopolítica para comprender las expresiones de la violencia desde Agamben (2998) y Giorgi (2014), principalmente. Integro en mi cuerpo teórico también las nociones de sobrevivencia desde Derrida (2003) y Didi-Huberman (2012), entendiendo este concepto como intensidades de la vida sobre la muerte, la luces que emergen en medio de la oscuridad más plena de los estados totalitarios o fascistas, en nuestro caso en el estado de excepción permanente que ha sido la guerra en Colombia (Ochoa Gautier, 2004), y que se dan desde las colectividades, como posibilidades de resistencia. Comprendo así, como sobrevivencia, la creación, la 54

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posibilidad de agencia, y los procesos del devenir y lo múltiple desde la filosofía afectiva de Deleeuze, Guattari y Spinoza, y en este marco también integro a los pensadores de la memoria tanto en Latinoamérica (Nelly Richards 1998, 2002) como desde Europa (Huyssen, 2000; 2002 y Benajamin 1989, 2003, 2010). En consonancia con lo anterior, metodológicamente hablando, mi idea primera es constelar, agrupar varios poemas del corpus en función de una idea. Por ejemplo en cuanto a la idea de músicapoesía que venimos siguiendo, puedo dibujar las líneas de esta constelación con los poemas Música de Juan Carlos Galeano (2015), Música negra de Nelson Romero Guzmán, al igual que el poema en homenaje a la música de Arturo, los poemas Me escondo en las palabras y De los sonidos, ambos de Saúl Gómez Mantilla, y la noción de Canto de vida de las madres cantoras del chocó (2015). Una constelación importante me resulta la del cuerpo extraño de la memoria analizando los cuerpos con los que afectan los poemas: cuerpos desmembrados, cuerpos desaparecidos, cuerpos espectrales, cuerpos recordados (asesinados y rememorados), pues todos ellos atraviesan el umbral de la nuda vida, sobreviven en los poemarios a través de la memoria, han sido cuerpos afectados y nos afectan en su lectura, en su virtualidad. Otra constelación importante sobre la que vale la pena reflexionar es la del duelo; entendiendo que se agencia desde estos poemarios una políticaestética del duelo colectivo (Buttler, 2010) en un marco de guerra. También el devenir animal que permite los agenciamientos de estos cuerpos, de la memoria, y lo que Gabriel Giorgi (2014) llama la memorialización que sirve para que se hagan visibles las máquinarias biopolíticas, sus operaciones tanáticas. Como parte del trabajo de análisis microtextual, es decir en cada poema seleccionado, será mi labor identificar imágenes que constituyen dispositivos afectivos para profundizar en el lenguaje que proponen, e identificar nuevas constelaciones que me


permitan pensar la poesía contemporánea en Colombia y la sobrevivencia ante la violencia como forma de expresión. Me gustaría que con mi libro, pueda contribuir a delimitar una cartografía afectiva; he intentado presentar aquí algún bosquejo de lo que ello implicará en mi investigación, pasar por la geografía territorial y la afección de los cuerpos. También me interesa proponer este trabajo como una forma de visibilizar en la historiografía literaria a los autores y trabajos que se puedan inscribir en este campo de estudio; en esa media busco que la investigación pueda aportar conceptualmente a la definición de la poesía desde la sobrevivencia yel lenguaje, que se propone desde esta estética contemporánea, las cercanías o separaciones tanto con la tradición colombiana, como con la tradición de la poesía latinoamericana. Para concluir, el poeta Ariza Navarro (2008) nos pregunta en su poemario: ¿Cuánto pesa una bala dentro del cuerpo? Y sentimos que este peso nos interpela en lo más profundo de nuestra materialidad. Estos lenguajes que disparan nos ponen en situación desde una sensibilidad a otra, desde el afecto; estos poemarios nos están proponiendo una mirada de la memoria y de la violencia contemporánea que nos toca como lectores, que pretende intervenir en la realidad política. El margen de sus intervenciones, los límites del discurso poético, la labor de los intelectuales, también serán objeto de mi reflexión, pues noto en estas poéticas una reiterada necesidad de hablar, de hacer música del silencio, a pesar de que las hojas siguen cayendo y se sigue barriendo la memoria para el olvido, para la impunidad.

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19. ¡Y yo levanto mi voz!: Memorias de Resistencia en Tumaco (https://soundcloud.com/memoriahistorica/ sets/y-yo-levanto-mi-voz-memorias-de-resistencia-ypaz-en-tumaco

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21. Alabaos de madres por la vida. https://soundcloud.com/ memoriahistorica/sets/alabaos-de-madres-por-la-vida

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20 Escuela de poetas de la gloria: https://soundcloud.com/ memoriahistorica/sets/escuela-de-poetas-de-la-gloria

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Bugsy. Alma Angelina C. Carbajal Guzmán.

Eran las tres de la mañana de un 25 de octubre 1926. Brooklyn descansaba encima del asfalto, y por debajo del cielo, ahí, se alzaba la otra vida desde el puente, aquella que se vive entre juegos de cartas, licor y amigos de codicia. Cinco hombres se enviciaban en el póker —entre mano y mano, la ametralladora, el alcohol, el cigarrillo susurrando sinuosos hilillos, y en la otras, los dólares caían como pétalos, resarcidos por la deidad de la fortuna— bebían en gran algarabía, teniendo como única luz una lámpara, la cual uno de ellos tachó de crear cierta atmosfera interrogante— este hombreya había pasado un tiempo en la cárcel. Afuera, en las cercanías, y brincando entre las farolas, la penumbra reptaba como animal, acechando y trasladándose de sombra en sombra, acicalando con su maleficencia al ángel exterminador, que llevaba una negra rosa prendida en el ojal. Con la agilidad de un gato supo deslizarse elegante y dispuesto en cada hálito de oscuridad. Entró como el rayo en la pequeña bodega, pulverizando a ráfagas toda presencia humana, entre la niebla de tabaco y parpadeos de luminosidad. En la granizada de plomo, el foco de la lámpara fue alcanzado, dejándole a la oscuridad y a la muerte, un día más de vida. La puerta se había cerrado, únicamente el halo de luz que miraba desde la farola del exterior, fue testigo del asesinato. El ángel miró frente a frente al criminal; la única prueba viviente de ese fugaz instante, fue el reflejo del mar en sus ojos, el oleaje de su mirada no se contuvo a la cegadora luz, y como el flash de una cámara, de un solo tiro velo toda existencia del crimen cometido.

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Tres relatos Uriel Martínez

Jenny Diario "Sábado 7 de mayo. 19:45 horas. La leche al fuego se derrama. Mientras la rescato de la estufa Acros, empiezo a salivar. Lavo el percance sin dejar huella del suceso; mezclo el líquido salvado con leche fría. Le agrego mascabado y parto un bísquet a la mitad. Baja un ángel de las telarañas del techo, mientras doy el primer mordisco de pan con café, oigo poco a poco los compases del Mesías de Haëndel." El mico culto repasa el escrito y luego se le enchina la sangre.

El arroz La limusina blanca se detuvo momentáneamente ante el semáforo en rojo. Las ventanillas de cristal polarizado llevan motivos florales; quizá dentro van los recién casados, felices. En lo que prosigue su camino, en la barrera de cristal se ha reflejado por un instante la cara del niño que extiende su artesanía en venta, nadie se asoma, sólo el chico alcanza a ver su propia cara. Luego se refleja otro rostro con un diario del día: es el voceador, niño también. Pero ahí sigue la frontera polarizada. Por último, se duplican los rasgos del mico culto que espera que los novios arrojen arroz, gramínea símbolo de prosperidad. Pero nada.

José entra en el camerino luego de su número más exitoso del año: El show de Jenni Rivera, la Diva de la Banda. Ahí está un desconocido, esperándola, le avisaron de la gerencia. El visitante va al grano: "El Patrón quiere conocerla". José se acomoda en una silla, antes de pasar al espejo que la espera para ayudarlo a desmaquillarse. En su fuero interno, el actor y mimo sabe que la Diva posee una fuerza que se manifiesta en él, en sus decisiones, en el sentimiento que la imprime a su "encarnación", en la presencia escénica que proyecta ante el público. Dile que muchas gracias, le dice a la visita, a la una tengo otro show en el Palenque de la Feria. "Nadie desaira al Patrón. No le recomiendo que lo haga", responde el mensajero, que exhibe las joyas ostentosas del torso, los dedos y las muñecas, "Sólo quiere invitarle un trago". Con un guiño de impaciencia, José imagina que traslada e interpone la luna del tocador entre él y el desconocido. "No tiene caso, sabes, yo no soy Jenni". Luego de una pausa, José se quita la peluca y le muestra la calvicie como rodilla brillante. Mira, estoy calvo, soy un hombre de cincuenta años. Le extiende la cabellera fatigada: es una fantasía, una ilusión sin gracia. Como el visitante se concreta a verla, impaciente y sin decirle nada, José quiere convencerlo: se despoja los pendientes, las uñas de acrílico, las pulseras. Observa mis brazos, observa los pelos. Luego se levanta la cauda del vestido: Mira bien, son piernas y chamorros de hombre. No soy mujer, todo es un truco, todo es utilería, sintetiza. Se levanta aún más el vuelo de la prenda. Mira, le muestra el bulto de la tanga roja, ¿te convences? delatripa: narrativa y algo más, No. 30, Octubre 2016.

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El terruño del abuelito. de Rubén López Cárcamo, adaptación: Susana Mota López.

-C

atherine, Catherine, ven hijita, ¡es hora de acostarse!

—Voy, abuelita. Y la niña, lejos de irse a la cama, se acercó al abuelo: —Abuelito, hoy quiero que me cuentes un cuento; pero que no sea de los que siempre me has contado, de los siete enanitos, de Blanca Nieves o de la Caperucita Roja; que sea otro para que se los cuente a mis amiguitas, algo de lo que haya sucedido aquí en nuestro pueblo. —No lo tenía pensado, pero toma una sillita y ponte cómoda, porque el cuento que deseas sí que va a ser muy largo. —No le hace, abuelito, al fin mañana no voy a la escuela. —Te contaré la historia de nuestro pueblo. Hoy ya es una ciudad que tiene varios siglos de vida... —¿Qué es un siglo, abuelito? —¡Huy! Es mucho, tú ni habías nacido hace un siglo. Yo apenas tengo ochenta y dos años. —¿Tantos? Ya estás viejito, abuelito. —Sí mi hijita, por eso podré contarte muchas cosas que han sucedido aquí. Verás, este lugar era habitado por los zoques, y pasaban los arrieros que solían comerciar con ellos. Entonces, mucha de esta gente admiró el largo

valle y decidió quedarse a vivir en este lugar poblado de abundantes árboles frutales, zapotes y mangos de variada clase, chicozapotes, chincuyas1, cupapé2, jocotes, que se alimentaban de la tierra húmeda proveniente del Sabinal: un río caudaloso que corre a lo largo de la cañada. En sus márgenes crecían los sabinos y los amates con sus ramas vigorosas, cubiertas de hojas verdes, que albergaban a los pájaros y zopilotes para pasar la noche. A este río iban las mujeres a lavar su ropa y se encontraban con decenas de conejitos saltando sobre el pasto esmeralda. Por la abundancia de conejos en este lugar los aztecas lo llamaron "Tochtlán" y los zoques "Coyatoc", que significa "muchos conejos", y esta imagen se plasmó en nuestro escudo heráldico, un conejo sentado sobre tres dientes de maíz, y nos representa como "conejos" a los Tuxtlecos. —Entonces, abuelito, ¿por haber nacido aquí, soy "conejita"? —Por eso nos dicen "conejos". "Conejos" que comparten la hospitalidad, se entregan con cariño y atenciones al que llega. Somos un pueblo pacífico y alegre, que canta, llora y es muy fiestero. —Así como soy de fiestera, ¿verdad, abuelito? ¡Cuéntame de sus fiestas! —Las fiestas ancestrales de los zoques: los mequés, eran muy concurridos, y las vesti-

1. Chincuya. Fruta grande, corteza de picos suaves y pequeños, color pistache claro, pulpa color naranja, semillas negras, delgadas y largas, sabor dulce. 2. Cupapé. Árbol grande, frondoso, flores color naranja, fruto pequeño de cáscara delgada y amarilla, pulpa amarilla, semilla color café. El fruto se usa para hacer dulce. Sus hojas se utilizan para pulir la madera del tronco y las ramas. La madera es muy apreciadapara muebles. 2. m. Dulce. En lengua zoque: Yonohó-pahac. Se cuece la fruta con azúcar y canela, y se hace una miel que baña las almendras de la semilla dura y partida del fruto.

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mentas de los presentes era singulares; la de las mujeres consistía en "huipil" y "enagüilla", y se cubrían la cabeza con mantilla blanca, mientras que otras llevaban rebozo de color blanco, negro o gris; los hombres vestían con camisa y calzón de manta blanca y sombrero de palma. Las danzas se amenizaban al son de la música del tambor y del pito, y a veces, con guitarra y jarana. Se servía las comidas regionales como el pusaxe3, el sispolá4, y los sabrosos tamalitos de juacané5, canané6, nacapitú7, y se refrescaban con grandes jícaras de pozol blanco y de cacao. Después de comer los mequés se alegraban con la marimba que tocaban los cuartetos como el de Ovando "El Fax", el de José Ruíz "El conejo", dos ejecutantes de marimba de apellido Solís, el cuarteto "Los solisones" de mayor edad, y los menores, "Los solicitos" y otro el del "Chalupón"; pero el más famoso era el de los Gómez; fíjate que el papá de este cuarteto compuso el vals "Tuxtla". —¿Y el transporte, abuelito? ¿Andaban en burro? —Fíjate que las personas que llegaron a principios del siglo XX se transportaban en carretas que se jalaban por un par de bueyes y otras personas venían a caballo. Pocas calles eran empedradas para que pudieran correr los escasos carros que iban llegando. Para hacerlos andar se les metía en un orificio del motor una varilla de fierro llamada "cran" (crank) y se les daba vueltas y vueltas hasta que arrancaba el motor. En español se dice "manivela de arran-

que" pero la gente usaba la palabra en inglés por ser más fácil decir "cran" que "manivela de arranque" aunque pronunciaran mal. Llegaron más autos y hasta hubo transporte urbano; unos autobuses grandotes llamados "veinteros" porque el pasaje valía veinte centavos. ¡De aquellos veinte centavos! Por los años cincuenta se inició la Carrera Panamericana que atraviesa toda la república, y salía de Ciudad Cuauhtémoc, Chiapas, y terminaba en Ciudad Juárez, Chihuahua. Venían corredores internacionales como, Piero Tarufi, corredor italiano y una mujer norteamericana, Jacqueline Evans. En los niños se quedó la costumbre de usar el apellido de este corredor italiano como sinónimo de "gran corredor de autos"; cuando alguien manejaba muy rápido le decían: "Pareces Tarufi". —¿Y los niños veían televisión? —No había televisión en esos tiempos, apenas una estación de radio; el servicio de la luz eléctrica era de las seis de la tarde a las once de la noche y no todas las casas gozaban del servicio; el resto de la gente se alumbraba con candiles de petróleo y velas de cera, y muchas fiestas se iluminaban con lámparas de gasolina. —¿Y cómo eran las casitas de "los conejos"? Digo, de los tuxtlecos, je,je,je. —Las de la orilla del pueblo eran de bajareque; hechas de horcones, techo de tejas, y sus paredes de caña de maíz repelladas con mezcla de lodo y paja; las del centro eran de adobes, algunas de ladrillo. Igual a la casa de mi bisabuela Albina Chandomí.

3. Pusaxe o Puxaxe. Guisado caliente de vísceras de res con panza con una salsa de jitomate, chile, ajo y cebolla, que se espesa con masa. 4. Sispolá. Comida zoque que consiste de carne de res y puerco con una salsa espesa hecha de masa de maíz, jitomate, cebolla y ajo y unas ramitas de cilantro. 5. Juacané o Jacuané. Planta pequeña y frondosa de hojas ovaladas de diversos tamaños, de color verde oliva, de tallitos tiernos y rojos. En otros lugares se le llama "hierba santa u hoja santa". Las hojas son comestibles. Se usan para hacer tamales con guisados de carne de res, puerco, pescado o pollo. De uso medicinal, sus hojas en infusión sirven para curar almorranas. 6. Canané. Voz zoque. Tortita de masa reventada y revuelta con frijol fresco. 2. m. Voz zoque. Tamal de masa con frijol horneado. 7. Nacapitú. Tortita de tamaño regular, dorada en horno, de masa de maíz con patashete (legumbre). delatripa: narrativa y algo más, No. 30, Octubre 2016.

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—¿Era zoque? —Sí, y muy trabajadora. La gente se dormía muy temprano porque en la madrugada se cocía el maíz para llevar el nixtamal al molino, se salía de ahí para ir a hacer las tortillas bien tempranito. Entre la neblina del amanecer se veía el humo de los fogones que surgía por los tejados y era indicación de que estaban "echando tortillas". Por eso las tortillas tenían un sabor inigualable a puro maíz, no las de ahora que saben a tortillería y son de maíz transgénico. —Abuelito, en mi escuela un compañerito llega a clase todo tiznado de humo porque dice que en su casa hacen tortillas sobre un comal enorme, en un fogón bien grande que echa mucho humo, y fíjate, los chamacos le dicen "El ahumado", ¿también tenían apodos en ese tiempo? —Claro, y muchos. Los apodos eran parte imprescindible del habla popular para designar personas. Aunque no se sabía uno los nombres pero sí los apodos. Habían apodos para toda la familia como "Los Quishtis", "Los Sherá", y los personales como "El garrobo", "El manteca", "El gallo", "La sardina", "El diablo", "El sapo", "El chorizo", etcétera. —¡Qué graciosos! Y la gente, ¿qué hacía? —En muchas casas había pozos de agua dulce, y la gente que no tenía, acarreaba el agua en galones y valía el viaje un centavo; así que por las calles se veían a las muchachas y los muchachos descalzos cargando sus botes con agua. —Esa moneda de un centavo no la conozco. ¡Aham! —Es que ya no está en circulación. Había mucha gente descalza, y pisar el suelo provocaba que la nigua: un insecto parecido a la pulga pero con trompa larga, depositara sus hueve64

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cillos en las uñas de los pies y así se desarrollaban en una bolsita que causaba mucha comezón; entonces, con una aguja se extraía esa bolsita y a la pequeña herida se le rociaba petróleo como medicamento. Me parece que ya te está entrando el sueño, estás bostezando mucho. —No, abuelito, sigue, sigue. ¿Y el parque central, cómo era? ¡Aham! —En el parque había un llano, después construyeron un jardín adornado con tres estatuas: la de fray Víctor María Flores, la de la Libertad y la del doctor y poeta Rodulfo Figueroa. Al principio se le llamó Parque 12 de octubre, y después llevó su nombre. Lo ampliaron en los siguientes años con una pérgola con refresquerías, en la parte de abajo. Un detalle muy educativo fue instalar un mapa en relieve del estado de Chiapas, a escala, de unos seis metros por lado y se apreciaba muy bien desde lo alto de la parte central de la pérgola. Ahora ya no existe. ¿Te llevo a la cama? Estás bosteza y bosteza. —No, no, abuelito, sigue, sigue. ¡Qué pena con lo del mapa, abuelito! Me hubiera gustado verlo para conocer más de mi estado. ¿Y hacían deporte? ¡Aham! —Antes que entrara la modernidad de la ciudad de Tuxtla, los maestros organizaban olimpiadas con los atletas del estado, y las competencias se efectuaban en el llano de la Industrial; donde actualmente están edificados el parque y el mercado 5 de mayo. Ahí se trazó el óvalo de cuatrocientos metros, o sea, la pista de las carreras y en uno de sus lados la fosa para el salto de longitud; en el centro de ese óvalo se llevaron a cabo los concursos de lanzamiento de jabalina, de disco, martillo y bala. En la alberca del Parque Madero se realizaban las justas de natación y clavados. Los torneos de básquetbol se hacían en la cancha que estaba enfrente de la Casa del Pueblo; en el centro de


la ciudad, junto al Palacio de Gobierno. En el mismo llano se jugaban las competencias de fútbol y beisbol. A mediados de los años veinte presenciamos encuentros de polo y otras actividades ecuestres. Para participar en esos encuentros olímpicos, los atletas se preparaban con mucha disciplina enfundados en uniformes sencillos y participaban con mucho corazón y entusiasmo. —¿Y tú estuviste en la Revolución mexicana? ¡Aham! —No, hijita, yo no había nacido en 1910; pero me contaba mi mamá que fue una época muy triste; pues además de la matazón entre carrancistas y mapachis8, hubo períodos de hambre, y para rematar, la influenza española, una especie de gripe; mató a mucha gente. Como resultado de esa revolución mejoraron las cosas tanto aquí en Tuxtla como en todo el país: en el ramo de la educación se han venido creando tantas escuelas y bibliotecas hasta abrir las universidades que tenemos ahora. Así como servicios médicos para erradicar la insalubridad. ¡Ah!, ya estás bostezando, tenés sueño, te me vas a acostar y mañana continuaremos. —No abuelito, ya te dije que mañana no voy a la escuela y ahora, me puedo ir a dormir más tarde. A propósito, interrumpí en la lectura de tu periódico Cuarto Poder, ¿qué periódicos ha-bía aquí en Tuxtla en ese tiempo? —De México llegaban algunos ejemplares de Excélsior, de El Universal y de La Prensa... —¡Ah! Como ahora. —Nada más que ahora llegan el mismo día por avión; en aquellos años los recibíamos a los tres o cuatro días de editados, a veces llegaban todos mojados por la lluvia, pero aquí —y creo que en ningún otro lugar del mundo—,

vivió una persona que escribía un periódico diario a mano, en hojas tamaño carta, con el nombre de Estrellita, el autor se llamaba Rumualdo Moguel a quien todo el pueblo lo conocía con el seudónimo de don Ruma. Él gratuitamente repartía los ejemplares. Era una persona alta, delgada, siempre de traje, con sombrero y bastón, muy respetuoso y atento. Fíjate nada más, que cada ejemplar de su periódico lo doblaba, más bien lo plisaba como abanico, obtenía varias copias al carbón y así los entregaba. Por ahí tengo una foto de él, la voy a buscar para que lo conozcas. De los periódicos que se editaban aquí, recuerdo La Vanguardia y Chiapas Nuevo. Ahora hay muchos, así como revistas. Como ves, ha habido mejoras en todos los servicios, han aumentado las carreteras, y los medios de comunicación. Han cambiado muchas cosas, por ejemplo, la Avenida Central, que cuando la conocí se le llamaba "Calle Real", en los últimos años fue ampliada; le dieron más anchura para que los vehículos transiten en dos sentidos, y la continuaron en sus extremos con bulevares arbolados hasta la iglesia de Guadalupe. —¿Dónde siempre vamos a misa, abuelito? ¡Aham! —Sí, era una ermita o pequeña iglesia que los misioneros del Espíritu Santo, al llegar aquí hace unos cincuenta años, se afanaron en construir la que tenemos ahora, además de ponerse a predicar. Las construcciones nuevas como ves ahora, son el Parque Morelos, el monumento a la Bandera, el Parque de la Marimba [a dónde te gusta ir], el Polyforum, el Teatro de la Ciudad, los museos y el zoológico, los libramientos norte y sur; son obras construidas por los gobiernos.

8. Mapachis. De "mapaches". En el sur así les decían a los que no eran carrancistas en tiempos de la Revolución mexicana. delatripa: narrativa y algo más, No. 30, Octubre 2016.

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—Y entonces, abuelito, ¿nuestro antepasados sufrieron mucho? ¡Aham!

la música de la época para bailar con mucha alegría.

—Si no sufrieron; tuvieron muchas carencias, pero a pesar de que no había teléfono, radio, ni televisión, ni salones de fiesta, oías por las noches el sonido peculiar de las marimbas por varios rumbos de la población que tocaban

—¡Aham! ¡Aham! Ya sé más de mi ciudad, me voy a dormir, no puedo dejar de bostezar, ¡aham!, un besito de buenas noches, ¡aham! —Te estás cayendo de sueño; mejor ve a acostarte.

Samus el refri Paty Rubio

-T

engo mucho frío— dijo el refrigerador, y se estremeció tosiendo.

Me siento cansado. Ya saquearon mis entrañas. La última vez que abrieron mi puerta fue hace mucho tiempo. Dejaron media cebolla que hoy guarda moho y desprende fetidez. En el cajón base se quedó abandonado un limón que cuando era joven, lucía en hermoso tono amarillo, vivo y brillante. Ahora su corteza es dura como piedra y de color marrón. Lo acompaña un desatendido ramo de apio, marchito y amarillento. El pobre sufre una fiera artritis que le dobla algunos de sus tallos, antaño firmes hoy lacios con el abandono. ¡Ay, aquellos tiempos, cuando con garbo se enorgullecía de la fuerza de sus hojas y su envidiable color! Enhiestas presumían un verde que deslumbraba, y rivalizaba con su compañero, el viejo limón. —¡Que solos y abandonados hemos quedado!— Se dolió Samus. Durante el lastimero quejido, escuchó lo que decía medio kilo de carne molida desde el fondo del congelador: —Dices tener frío y no tienes la menor idea de lo que yo vivo en este helado rincón. Mi cuerpo está como inclemente roca añeja. Me 66

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olvidaron desde hace más de tres meses. Cuando me trajeron, era yo un corpulento trozo jugoso, de un sano color a sangre fresca. Me hicieron la promesa de aderezarme y repartirme en pequeños pedacitos, que Nora llamó albóndigas. Dijo que me acompañaría con un jugoso caldillo de tomates y chipotle. ¡Se ha olvidado de mí! Hoy heme aquí, con el aire bajo cero que circula en este cuarto, mi cuerpo se encuentra duro y entumecido. Mi otrora color a sangre desapareció, haciéndome ver de un triste gris. Y derramó unas cuantas lágrimas, que al momento se helaron y lo lastimaron más. —¡Sólo muerte guardan mis entrañas!— pensó Samus. Se escucharon pasos aproximándose. Para hacerse notar, el refrigerador esperanzado, ronroneó obligando a su cansado motor, con gran esfuerzo, a trabajar; lo único que pudo fue lanzar un ligero quejido dejando escuchar un "rrrrrr" apagado y acompañado de una rápida e imperceptible sacudida. Esperó que se abriera su puerta. Sabía que si Nora se acercaba, sería, para llenarlo con víveres jóvenes y frescos. Pero… ¡Oh sorpresa! Le cortaron la energía, Fue muy doloroso cuando la vena que le diera


vida, era arrancada del enchufe en la pared. Vio con espanto cómo descargaban y desenvolvían del empaque de fábrica, a un joven y reluciente refrigerador Wikipus color plata. Cuando se lo llevaban fuera de la cocina, derramó gran cantidad de lágrimas, que iban dejando a su paso, una lamentable huella de

humedad. De reojo vió cómo acomodaban al joven y brillante refri ahí, en el viejo rincón que hoy le obligaban a abandonar. El cansado Samus se despidió con nostalgia, de ese espacio en la gran cocina de Nora, donde vivió por muchos, muchos años.

Aforiquetes (entre aforismo y periquete) sobre educación Daniel Zetina Todo proceso cognitivo es arbitrario. Todo grupo escolar es arbitrario. Todo alumno es arbitrario. Un estudiante más, un delincuente menos. Algunas primarias hacen primates. Algunos maestros de primaria son primates. Lo máximo en la clase, lo mínimo en el examen. La educación más cara: la que no se utiliza. Hay cafetería con servicio de universidad. Escuelas públicas: interrogantes libres. El conocimiento solo es el deseo del conocimiento y no el conocimiento alcanzado. La primaria y la secundaria me enseñaron cuán grande es la ignorancia.

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Alegría Jesús Fuentes para Lloice

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asé por ella a su casa, me pareció más hermosa que nunca. "Va mi hermana con nosotros", dijo presurosa y me dedica una rápida sonrisa. La mañana agradable. El día despejado nos permite ver en todo su esplendor la isla de Todos Santos. Las pocas nubes suspendidas en el cielo, algodones dulces; rayos de luz inundan el océano azul turquesa. En San Miguel, unos surfistas son presa del oleaje. Las olas revolcándose, acarician la arena, una tras otra abrazan y desabrazan la playa. Yo al volante, ella de copiloto; me toca la rodilla derecha con su rodilla izquierda, sonríe con naturalidad. Fernanda, su hermana, en la parte de atrás nos mira de reojo. El auto recorre kilómetros sobre la carretera escénica. Detrás ha quedado la Ciudad y puerto de Ensenada y sus granjas atuneras. Alegría feliz, su abundante pelo negro, ensortijado, se divierte con el viento que revolotea, juega con él. Los tres con entusiasmo, vamos cuál guerreros rumbo a la batalla, platicando de todo y de nada. Tijuana: estamos en el centro de la Ciudad. Alegría comenta que tenemos que ir por Oskar, su amigo que danza; vive aquí, nos acompañará a la entrevista. "¡Imposible, ya es tarde!", dice Fernanda, "te esperan, recuerda; a las tres de la tarde con veinte entras al aire y... además tengo hambre, debemos comer algo" remarcó.

Justo en ése momento pasábamos por un lugar de comida japonesa. Comimos sushi. Después de dar algunas vueltas de más, por no saber con certeza la ubicación, estamos frente a la televisora. Son las dos de la tarde con cuarenta, le dije a Alegría, y te tienes que arreglar. "¿En dónde?", inquirió; Pues aquí, en el auto, mencioné. "Por favor, pásame la bolsita, ésa, la de lápices y maquillaje; no tengo, éstos son de mi mamá y de ella", señala con la mirada a Fernanda. Alegría se descalza. "Los zapatos por favor, están en la bolsa azul, la de la cajuela, también el saco negro por fa...". Contemplo los hermosos pies femeninos. Tengo el impulso de acariciarlos. Me contengo. "Lista", expresa jubilosa, sonriendo. Se ve tan auténtica, poco maquillaje. Labios de grosella. Quiero besarlos, me detengo. El pelo rizado resbala por sus hombros. Ya están al aire. La conductora de saco rojo y pelo suelto, planchado. "Bienvenidos a Vida de Calidad; hoy nos acompaña Alegría Chan, mujer joven, guapa, inteligente, coach ontológico que nos hablará de su quehacer, así como del taller que imparte, ‘Despertando al Amor’". Alegría sonríe con rostro de nirvana. La conductora amable, se presta para la entrevista, brinda seguridad, confianza. "El estudio del ser en cuanto tal..., modificar nuestras emociones y pensamientos..., lograr la congruencia entre lo que pensamos y como actuamos...". delatripa: narrativa y algo más, No. 30, Octubre 2016.

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Atento sigo la entrevista. Tomo fotos con el celular. —Está guapa la muchachita—, comenta un tipo obeso; recién acaba de entrar, con saco café oscuro, que vino a pararse junto a mi; esboza una sonrisa, mientra se frota las manos. Sonrisa y actitud que no apruebo. —Tú debes ser su amigo, él que la trajo. Ella me hablo de ti..., ¿ desde cuando son amigos ?, me cuestiona con aire de perdonavidas. Alegría, con entereza habla hasta con las manos : "con mujeres adolescentes y adultas en problemas de sobrepeso y obesidad..., yo fui gordita..., tú puedes alcanzar tus sueños, ¡despierta al amor!". Al tipo, le contesto con monosilabas; este amigo no me da confianza, me digo. La entrevista termina, iba a ser de veinte, le dieron cuarenta minutos. Alegría los cautivó. Al traspasar la puerta del estudio, ella al ver a este tipo, le llama por su nombre: "Roberto"... y él, extendiendo los brazos la cobija. "Al llegar pregunté por ti a la persona que nos recibió, me dijo que tenía indicaciones de atenderme, que no tardabas". "Llegue un poco tarde, cuestiones de trabajo", réplica; me quede sin carro, se justifica.

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Su hablar me suena vanidoso, incierto. "Gracias, gracias por está oportunidad", dice ella con emoción. Salimos a la calle. Fotos: Alegría y el barrigón, perdón, Beto; Fernanda, Beto y Alegría; las dos hermanas; Alegría y yo. Tomándola del brazo, Roberto la separa de nosotros, hablan quién sabe de qué. Ella sonríe, eufórica. La contemplo sereno, ¿sereno? El gordo con las manos dentro de los bolsillos de su pantalón beige, dice que va al centro. Alegría le ofrece raite, él acepta. En el trayecto ellos, sentados atrás, platican, sonríen. Los veo por el espejo retrovisor, manejo de prisa, llegamos a la calle Segunda del centro de Tijuana. Por fin se baja Roberto. Otro abrazo. "Te quiero", le dice ella, despidiéndose. Ese "te quiero", pienso, lo expresa Alegría cuando está contenta; cómo si no la conociera, y hoy, está así, con placidez. —Una nieve, se me antoja una nieve— manifiesta Fernanda, ¿y ustedes? Con cara de órale, mirándonos, los tres sonreímos.


Nosotros no controlamos nada. María Nieto

"¡NOSOTROS NO CONTROLAMOS NADA" Le escuché decir a un hombre que pasó caminando a prisa; atravesó la calle y así como él, su voz se alejó rápido, pero la frase quedó grabada en mi cabeza "Nosotros no controlamos nada". Es cierto, pensé, yo no controlo nada; si acaso intento dirigirme en una dirección y enfocarme. Eso ya es bastante y para mi cabeza demasiado. La taza humea todavía. Juego con la pluma sobre la hoja y pienso en el humo, en el hombre y en la frase entre muchas otras cosas. Hago garabatos fingiendo que escribo algo importante, y me pregunto si tienen un nombre estas figuras, las que se hacen mientras se está al teléfono o se espera sentada, como yo ahora. La señorita se acerca para preguntar si falta algo. Me dan ganas de decirle que sí, que falta lo que quiero decir, algo que no es una verdad ni remotamente absoluta, pero que me obstina neciamente. En ese instante, mi voz interna irrumpe "decirlo así, es una redundancia" y quiero tacharla, borrarla, pero recuerdo que la censura no es el objetivo de escribir. La señorita vuelve a preguntar y yo miro sin mirarla. No puedo articular una respuesta, porque aunque mis ojos están en ella, mis pensamientos apuntan a otro sitio. Finalmente recuerdo que las verdades por pequeñas que sean, no las venden aquí ni en ninguna otra parte, así que con una sonrisa le hago saber que estoy bien, y cuando se va, sigo esperando. Porque eso es lo que hago aquí... espero. Miro pasar a las personas, a un pajarito que baja para comer migajas. Miro la avenida y sobre ella el cielo, las flores sobre la mesa y la mesa sobre el pavimento; y así, sentada sobre la silla voy divagando mientras miro. Una parte de mi está exiliada en algún sitio y sin saber hasta dónde, el anhelo me ha lanzado sobre las nubes... entonces escribo la primera idea: El anhelo tiene la cualidad de potenciar el deseo; nos anuda y nos desata, nos inquieta y nos impacienta hasta que un día, tal vez... el deseo anhele no desear tanto y quiera tener el control de algo, de una pequeña verdad escrita sobre nuestra hoja, y dejar el exilio para volver a estar en el mismo sitio en nuestro cuerpo, controlando la altura en que volamos.

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Inseguridad. Patricia Fonseca

TE OBSERVO A ESCASOS METROS, estás en la calle y conversas con una persona, y nos ves mientras estamos en reunión. A través del ventanal te veo enfundada en tu pantalón de marca, tu blusa fina, aretes perlados y ese exceso de maquillaje, y el tinte chillante que a mi gusto te hace ver naca. Me miro a mi misma con mis sandalias sencillas sin tacón, mi pantalón desteñido y una playera que oculta mis encantos. Te veo y me digo, que si tu hombre fuese mío jamás haría lo que haces, el llegar a su oficina para que sepan que tiene esposa, el llegar a una oficina donde no encajo, para hablar y opinar de temas importantes y, como no encajas, te limitas a dar órdenes a la secretaria para que mantenga limpia la cocineta, los escritorios; en un papel que parece más de una capitana que de una esposa, creo que mujeres como tú castran a los hombres, los asfixian con ese trato de invadir la privacidad. Lo veo a él y disfruto su sonrisa, presiento que tiene los labios jugosos, no lo sé, lo supongo. Sé que empezaste a aparecer en la oficina por "casualidad" cuando alguien quizá te dijo que él celebra mis ideas de mercadotecnia, y cuando las cosas salen bien en la venta del producto me abraza efusivamente; sí, sé que a partir de entonces quisiste conocerme para cerciorarte si valgo la pena, pero me da más pena ver que a pesar de que te vemos a través del ventanal como si lo esperaras, al final bostezas, subes a tu camioneta y te vas sin él; porque te das cuenta que la reunión va para largo, y yo me quedo pensando en que es ridículo exhibirse así por un hombre, porque cuando un hombre y una mujer se gustan no hay poder humano que detenga la química, la atracción, y de nada vale que duerma contigo y que haya firmado un papelito. Si yo fuera tú, estilaría seguridad y amor propio; me vería al espejo y reconocería que soy tan hermosa que aún puedo volver loco a cualquier hombre, y si al que es mi marido tiene mucho que no lo apasiono, quizá es tiempo de ver la realidad y dejar de estar con bagatelas y disfrazando de celos ese amor que ya no existe. delatripa: narrativa y algo más, No. 30, Octubre 2016.

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Mi cumpleaños. Judith Almonte Reyes

QUIÉN LO DIRÍA, esperar todo un año para festejar, para sentir que realmente merezco atención por parte de los que me rodean; vaya ironías de la vida; hoy me encuentro más sola que de costumbre, las amistades emigraron hace ya varios meses, en el afán de reconocerme, las fui guardando en el baúl de mis recuerdos. Mis planes eran desayunar en mi restaurant favorito, se encuentra en el corazón de la ciudad; me gusta porque puedo observar a tantas personas ensimismadas en su diario vivir. Recibí la grata sorpresa de un Ser humano increíble; disfruté mucho su compañía; no encuentro las palabras para expresar mi agradecimiento, una mañana realmente maravillosa, sentir su cariño no tiene precio; reímos, platicamos y hasta me di el lujo de llorar; ¡por Dios! Llegó a darme alegría, a llevarme un pedacito de tu corazón ahora que te encuentras lejos, y la distancia nos separa; así como tantas cosas que ahora nos mantienen en un estado de incertidumbre. Celebrar de mil maneras, ser afortunado por estar aquí,en el deleite de los grandes placeres de la vida; y de tantos seres que llenan de júbilo mi existir; esas personitas que las llevo en lo más profundo de mi alma; la cual se regocija al pensar en la magnitud del amor que emana mi corazón. Suave caricia, experiencia que puedo contar con entera satisfacción. Llegaste y mi corazón ha comenzado a sanar. Sencillamente la vida es la melodía que elijo para acompañar mis silencios más intensos en espera de nuevos horizontes.

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Esperando el tiempo. Blanca Vázquez.

CUANDO IBA MANEJANDO RUMBO A CASA pensé que no era tan fácil tirar por la borda todo lo que habíamos hecho juntos; en ese instante reí un poco, y no por burla, más bien fue una sonrisa de nervios, porque cómo podía yo decir haber hecho juntos si cada uno vivía en su casa, con sus propias parejas, sus mascotas y su montones de día a día. Incrementé la velocidad y luego me di cuenta que cada vez iba más despacio. Recordé cuando te conocí saliendo del banco, tú entrabas y sonreíste, con una mirada iluminada; acepto que devolví a esos ojos una sonrisa que hace mucho tiempo nadie provocaba. Como por inercia me rasqué la cabeza e hice un ademán como si hubiera olvidado algo, y me dirigí de manera muy firme al escritorio de mi ejecutiva bancaria y creo que le hice dos preguntas demasiado obvias que ella respondió con una cortesía que hablaba muy bien de su departamento de recursos humanos. Luego salí y como tonto te esperé a que salieras. Cuando lo hiciste vi tu rostro que buscaba algo en su bolso y que se detuvo después de haber bajado los escalones. Así que aproveché y me acerqué. Aspiré de manera profunda tu perfume, y te dije un hola que me hizo sentir un jovencito de secundaria, pero me miraste y respondiste como si me conocieras de hace tiempo. Caminamos juntos hacia el estacionamiento. Intercambiamos tarjetas y te llamé esa misma tarde para invitarte a desayunar, y como si el cielo se abriera aceptaste. Siempre diré que fue el día más extraordinario de mi vida. Nunca pensé que pasaran tantos años; imaginé dos o tres encuentros, comidas o un trago juntos. Acepto que mi mente voló y también me imaginé teniendo una aventura contigo. Pero no, no fue así. Te pedí que fueras mi novia unos meses después, aún sabiendo lo estúpido que eso significaba. Aceptaste. Y hoy voy llegando a casa; saludaré a mis pequeños y a mi pareja. Sonreiré y platicaré un poco lo del día pesado que he tenido. Iré a la cama y te imaginaré a mi lado esperando que un día, tú y yo estemos en un mismo espacio. Siempre hay más tiempo que vida.

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Sobre En espera de la noche Anel Mora

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onocí a Adán Echeverría hace algunos años a través de Facebook. Poeta y escritor maya, ácido, incisivo, cruel casi siempre. Economizaba las palabras para volverlas cuchillos filosos, que cortaban y erizaban la piel, al más puro estilo del pesimismo profundo de Schopenhauer. Hace unos meses, me mandó mensaje ese mismo Adán Echeverría que odié y amé tantas veces; daría un taller literario en Ensenada. De inmediato llamé a mis conocidos; un verdadero personaje estaba a punto de embriagarnos con sus historias, sus histerias y todo un abrevadero poético y cultural.

Desde el primer día del taller, supe que no me había equivocado, habíamos caído en buenas manos. Un poeta honesto, mejor dicho, brutalmente honesto. Citaba al dedillo autores, libros, épocas, corrientes literarias, contextos, apreciaciones. Con él hemos conocido la palabra, los errores, las pifias en la literatura, los falsos poetas y los falsos escritores. Y siempre con sarcasmo, con un "no mames", o "qué es esa mamada". Y hoy nos trae su libro de poemas "En espera de la noche", el primer libro completo que leo de él. Y es, a mi parecer, una extensión de su pensamiento. Una verdad que hiere, que nadie quiere ver. Una verdad que escondemos bajo el sofá, simulando que no existe. En espera de la noche, es la historia crudamente contada de una familia, e inicia con dos personas que se creyeron amantes y enamorados; y un día despertaron y la magia había desaparecido, y el autor lo puntualiza así en su poema “En sus marcas”: Juntos se levantan a enfrentar el desayuno/ van arrinconando las sombras junto al caño/ Cuánta cobardía los impulsa a desearse el uno contra el otro/ a darse las gracias en el odio naciente.

Este libro es un recuento de la infancia; un niño testigo de las vicisitudes de un hogar, un viaje al interior y exterior de cada uno de los actores que conforman esta tragedia convertida en verso, en lamento, en una lucha por conservar el ánimo frente a la desgracia, frente a las sombras inherentes a la existencia del hombre. Esta historia contada con ferocidad, con angustia, con nostalgia; está dividida en dos capítulos: "Bienvenida la fiesta" y "Aquel octubre"; y un poema que da apertura a este trozo de honestidad: "La felicidad es una búsqueda". Cada poema es un dolor clavado en las memorias de un ayer, las memorias de una casa que ha quedado flotando entre las cejas y los párpados; es un nudo en la garganta que no cesa, que concede esperanza, que bailotea y ríe sarcásticamente frente a las cosas que no pudieron ser. Cruel el destino, nos dice cada una de las letras de Adán Echeverría, y no lo juzgamos por decir lo que otros callan; por decir lo que nos da miedo comprender como estos versos que nos avergüenzan como humanos: Qué debemos comprender si la madre ahoga al niño bajo los cobertores Qué debemos comprender cuando el padre lanza al bebé a través de la ventana La madre mira desde su propio vómito la botella encima de la mesa … Habremos de matarnos y continuar Habremos de marchar a favor de los abortos y continuar

No hay tregua en estas narraciones, todo es desventura, amor, fracaso y más desventura; estas letras son lamentos nacidos de circunstancias fallidas, malogradas, circunstancias que nos rodean y nos tragan como el insecto es tragado por una planta insectívora. delatripa: narrativa y algo más, No. 30, Octubre 2016. 77


Siete u ocho años nos despedazamos Y el brillo de sus ojos tenía un no sé qué de masoquismo El humo era blanco Porque es blanco el humo siempre que se juntan los enamorados

Duele la verdad, nos dice Echeverría, y nos la pone sobre la mesa para recordarnos nuestra miseria; nos pone ahí en el tablero la pobreza, la ausencia, el alejamiento, las moscas y hasta los dedos amarillos por el cigarro.

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Su estilo es sencillo, abundan las imágenes que trastocan las sensibilidades, imágenes que constituyen perfectas analogías del destierro. Versos libres con cadencia, ritmo sutil, y desenfado al poner de manifiesto una profunda lamentación por no haber sido. Gracias Adán por estas letras, gracias por recordarnos que en el pesimismo, se encuentra el verdadero optimismo.


La memoria del pájaro por Ángel Augusto Uicab Ensayo sobre la muerte Parte II También está la historia del hombre que optó por morir en forma de péndulo. Es decir, ató una cuerda a la rama de un árbol, el otro extremo de la cuerda lo puso alrededor del cuello e hizo un nudo corredizo; entonces, empujó la silla de la cual se había servido para alcanzar la rama, y saltó a las fauces de la muerte. La cuerda se tensó sujetando al cuerpo que se retorcía en pataletas y espasmos. El hombre sintió las sienes reventar, los ojos salirse de su órbita, como vomitados de los cuencos al que pertenecen. El aire le faltaba, la cabeza era una bomba de tiempo a punto de estallar. Y la vida, como dicen que sucede en los segundos previos a la muerte, le pasó ante los ojos como el cortometraje más minúsculo. Pero todo llega al final, no hay plato que no se rompa ni plazo que no se cumpla, el cuerpo dejó de mostrar vida, los pantalones mostraban manchas de orina y excremento. Babas y las lágrimas le caían del rostro como pequeñas cascadas cristalinas. El cadáver suspendido era mecido por el viento en movimientos circulares, primero acorde a las manecillas del reloj y luego, como queriendo retroceder el tiempo, lo hacía al contrario. Un péndulo humano que se aventuró a oscilar entre el plano de la vida y la muerte, pero que ya había decidido situarse en el segundo. Pocos lo saben, pero se puede morir en una noche calurosa de abril. Una noche de abril yucateca, calurosa hasta la chingada. Uno debe despojarse de la ropa hasta quedar desnudo por completo, si quiere puede mecerse en la hamaca para tratar de mitigar el calor; empresa casi imposible. Y así, como Dios puso a caminar al primer hombre en la Tierra, a pelo suelto mejor dicho. Con las bolas y el pito en todo su

esplendor, y la luz plateada de la luna llena entrando por la ventana. Muriendo al mismo tiempo que se lee el final del libro en turno: "Endimión murió mirando el pálido rostro de la luna, los rayos plateados le acariciaban con calidez el rostro. Un calor le crecía en el pecho, luego fue frío. La oscuridad le arrebató la luz de los ojos, el silencio le despojó del último suspiro: ¡Oh, Selene!". Se muere entonces, con el aroma de las flores del galán de noche refrescando el ambiente, el pie derecho en el suelo para mecer la hamaca en la batalla contra el calor. El libro sobre el pecho, un sudor frío recorriendo el cuerpo, y los ojos fijos e inertes mirando a la luna —y ella, la luna, por su parte, acariciando el rostro del finado con sus rayos albos—. Y las bolas y el pito, como dije antes, en todo su esplendor. Por eso repito lo que dije al principio: uno puede morir a la hora que quiera, en el lugar que se le antoje, como se le dé la puta gana. Tal vez cuando termine de escribir esto, yo decida morir.

El estudio de la poesía debe ir acompañado del disfrute de la misma, si tienes un libro de poemas del que quieras conversar, escríbeme

augustoangel.uc@gmail.com delatripa: narrativa y algo más, No. 30, Octubre 2016.

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Mi punto de risa por Roberto Cardozo

Nobel de ¿Literatura? Tengo la costumbre de despertar con la televisión sintonizando las noticias, por lo que esa mañana, mientras me decidía hacer frente al mundo de afuera; con los ojos cerrados repetía las palabras de la presentadora de noticias hasta que, en un anuncio de última hora, dice que el Premio Nobel de Literatura 2016 se le había otorgado a Bob Dylan. Mi primer pensamiento fue que seguramente seguía dormido y estaba soñando alguna locura de las que acostumbro. Por lo que abrí los ojos rápido y me incorporé para confirmar que la noticia era real. La reacción en las redes sociales y la producción de memes ya la conoces. Antes de emitir alguna opinión al respecto, tenía que pensar bien en los motivos que tuvo el jurado para otorgar el premio a alguien dedicado principalmente a la música; me preparé un café. Entiendo la importancia de Bob Dylan en la música a través de sus letras y la influencia que tiene en esta industria. Entiendo que su poesía puede tener imágenes realmente hermosas, pero también, me pregunto ¿qué pasaría si tomáramos todas sus letras?, las imprimiéramos en un libro y nos pusiéramos a leerlas como si fueran escritas para este soporte literario. Tengo la sensación de que no tendrían el éxito que tienen en el soporte de audio.

Se podría estar iniciando una nueva etapa en la entrega del Nobel de Literatura, que quizá nos lleve a encontrar hasta guionistas de cine en los próximos premiados, lo que llevará a los eruditos a discutir y replantear el significado de literatura. O bien, solamente se trate de una pifia de los jueces, o una broma para que Murakami sea el Cruz Azul de la literatura. Uno nunca sabe. Por otra parte, podemos estar o no de acuerdo con el premio a Bob Dylan, pero la realidad es que es más conocido que muchos de los escritores que han sido premiados anteriormente. Haz un ejercicio, querido lector, de memoria, y menciona a los tres anteriores premios Nobel de Literatura. Hagamos algo y vayamos más allá, piensa en cuántos libros de los premios Nobel has leído. En fin, pocas veces he podido decir que he leído a un Nobel de Literatura y a Dylan sí lo he leído… en el cancionero Guitarra Fácil. delatripa: narrativa y algo más, No. 30, Octubre 2016.

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La Niña TodoMePasa dice: por Jéssica de la Portilla Montaño

Comienza el 2018 en México (I)

La salida de Luis Videgaray Caso del gabinete de Peña Nieto ha provocado nuevas especulaciones sobre el posible delfín prísta de cara al 2018. Previo a los eternos plantones y marchas de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación en contra de la publicitada reforma en la materia, analistas nacionales y extranjeros (del New York Times, por ejemplo) señalaban a Aurelio Nuño Mayer como el posible candidato a aparecer en las boletas electorales. Ante el fracaso del diálogo con la Secretaría de Educación Pública, Miguel Ángel Osorio Chong recuperó su papel protagónico como el mediador 'multiusos' de la Secretaría de Gobernación; alguien capaz de lograr acuerdos con grupos subversivos como las autodefensas de Michoacán. Antes de descartar en definitiva al hombre clave del peñanietismo, habrá que ver en dónde logra colocarse —o colarse— Luis Videgaray durante los siguientes dos años: iniciativa privada o coordinador de la campaña priísta en el Estado de México. Su única opción tras la fracasada visita de Donald Trump al país es irse a descansar un rato a su famosa casita de Higa en el municipio de Malinalco. Según F. Barto-

lomé, quien escribe Templo Mayor en el periódico Reforma, Videgaray sigue muy activo dando sus opiniones en Presidencia de la República, aunque ahora por debajo del agua. Para el Partido Acción Nacional, el panorama no está definido. Si bien el 5 de junio arrebataron gubernaturas y alcaldías que el Revolucionario Institucional encabezaba por tradición, su lista de posibles candidatos es más bien escueta. El nombre más mencionado pertenece a Margarita Zavala, quien ostenta el dudoso título nobiliario de "señora de Calderón" y que años atrás fuera Primera Dama de México. Una aspirante a Hillary Clinton nivel local. Fue titular del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF), como lo han sido todas las consortes de turno de la figura presidencial. Antes de ser la sobria o más bien opaca Primera Dama, tuvo algunos cargos políticos dentro de Acción Nacional, como el liderar la Dirección Jurídica del Comité Ejecutivo Nacional y la Secretaría Nacional de Promoción Política de la Mujer de 1999 a 2003. De 1994 a 1997 fue delatripa: narrativa y algo más, No. 30, Octubre 2016.

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diputada local en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, y de 2003 a 2006 diputada federal por representación proporcional. Se dice que orquestó la persecución contra cierta ex subsecretaria de Estado por algo así como un lío de faldas. Lo más relevante que se ha

mencionado de ella en los últimos meses es que 1) no quiso rendir su declaración 3de3, y 2) está dispuesta a lanzarse como candidata independiente si es que el PAN no la abandera. Continuará.

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Incipit

por Blanca Vázquez

Qué cabrona la muerte. Cuántas muertes más serán necesarias para darnos cuenta de que ya han sido demasiadas. Bob Dylan.

De manera continua escuchamos decir que la muerte es lo único seguro que tenemos desde que nacemos; sin embargo, aún sabiéndolo cuando ésta llega duele, y puede en muchos casos sumir en una profunda tristeza. La muerte nos sitúa en espacio y tiempo, nos obliga a preguntarnos qué pasará cuando la vida en nuestro organismo cese y cómo o a quién puede provocar una emoción. El morir representa un algo que nos sabe frágiles; nadie, ni usted ni yo sabemos cuándo o cómo moriremos. Tal vez en ello radique la belleza de este último acto. En estos momentos convulsos, sé que salimos de casa esperando regresar y poder ver o charlar con quienes amamos. Sin embargo, la muerte como palabra ha ido perdiendo sustancia; quizá porque todos los días está más cerca de nosotros y porque se le exhibe así de cruda y cotidiana. Entonces cuando alguien fallece y no es de nuestra familia se atreven a decirnos "¿Por qué te duele?, "No es de tu familia", "Ni lo conocías" o "Ya había vivido, no te preocupes", "Pronto pasará". Pero no, no es así. Duele la muerte porque obliga a voltear a nosotros y a menudo vemos la banalidad con la que vivimos la vida. Se nos olvida que vivir no es renovable y que cada instante que estemos en este mundo debería ser aprovechado. Duelen los momentos no vividos, las charlas no efectuadas, los perdones no dados, los olvidos, las sonrisas no otorgadas. Ese constante posponer el tiempo que no sabemos si tenemos pero que

queremos acotarlo a nuestras actividades diarias. Duelen aquellas personas con las que convivimos, pero también aquellas con las que no; duelen aquellos que van enriqueciendo nuestros quereres (en mi caso el arte) y parten. Pero duelen y de manera atroz, aquellos que salen en las notas diarias, trato de imaginar sus ojos, sus vidas, sus sueños arrebatados por otros que no han pensado en su propia vida y menos en su muerte. Duelen los dolientes, los que se quedan, los que lloran un cuerpo pero también aquellos que los andan buscando o quienes se enfrentan ante una muerte ultrajada por manos de vivos. Uno quisiera poder decir todos los días como saludo o despedida lo que escribía Isabel Allende “La muerte no existe, la gente sólo muere cuando la olvidan; si puedes recordarme, siempre estaré contigo”. Pero las prisas no lo permiten, porque ni siquiera pensamos en que podemos morir en este instante. Hace unos días llamaron a casa; era la voz de un joven que lloraba doliente, pedía que le ayudara, que le dolía, y que alguien quería hablarnos, una típica llamada de extorsión; pienso ahora que agradezco no haber tomado yo la llamada, porque escucharlo aceleró mi corazón, y pensé en aquel joven que vive con sus 22 años creyendo que triunfará y que tiene el mundo a sus pies con sus sueños y proyectos. Era delatripa: narrativa y algo más, No. 30, Octubre 2016.

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falso, pero esos segundos me alarmaron. Sé que la vida son instantes, pequeños, diminutos que me han mantenido en vilo. Quiero vivir y disfrutar momentos; ser y hacer memoria, en mí y en otros. Qué injusta, qué maldita, qué cabrona la muerte que no nos mata a nosotros sino a los que amamos decía Carlos Fuentes. ¿Qué hay detrás de la muerte? No lo sabremos. Nunca. Pero sí sé que nadie tiene derecho de arrebatar la vida de manera violenta. Morir en este país no puede ser resumida a errores de políticas públicas, intereses mezquinos de grupos de poder, de delincuencia organizada o de grupos de contrainsurgencia que ven a las personas que se atreven a pensar diferente como Nada, y tratan de invisibilizarlos con la muerte para atemorizar a la ciudadanía. No, no

sabremos qué hay detrás de la muerte. Sé que dolerá aunque sepamos que alguien está en agonía por una enfermedad terrible. Duelen los "hermanos" animales que comparten nuestra existencia y a quienes amamos. Pero duelen aquellos seres que de manera imprevisible dejan de existir y dejan en su lugar sus pertenencias, un cuento, una camisa, un reloj, libros, planes, sueños, cariños o sonrisas. Después de todo la muerte es sólo un síntoma de que hubo vida. Mario Benedetti1

Si tienes comentarios, escríbeme: itasavi@hotmail.com

1. Poeta, escritor y dramaturgo uruguayo. Autor de Quién de nosotros, La tregua y Gracias por el fuego entre su vasta obra.

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Desvaríos de la freaky neurosis por Gema E. Cerón Bracamonte

Y las mujeres escriben.

Hay quienes se preguntan si existe alguna diferencia entre la literatura escrita por hombres y aquella escrita por mujeres. Incluso existen grupos o asociaciones feministas que realizan concursos literarios dirigidos a mujeres, con un enfoque en el tema de la equidad de género, y generalmente con la intención de narrar la violencia a la cual son sometidas las mujeres. Esto ligado a diversas acciones que buscan el empoderamiento de la mujer o la lucha por la igualdad social. Pero siendo honestos, ¿podríamos realmente diferenciar entre literatura femenina y masculina? Desde mi punto de vista, la literatura, como la música, el arte o el alma humana, carecen de sexo. Así que no podemos hablar sobre literatura femenina o masculina; se trata de literatura simplemente. Es obvio que las mujeres podrán hablar de temas diferentes de acuerdo a su sentir, educación, cultura y época en la cual vivieron. Si gozaron de las mismas libertades, o no, que los hombres. Pero para mí, sigue siendo literatura sin género o en este caso, sin sexualidad definida. Es tan valiosa la obra literaria de un hombre como la de una mujer. También entiendo que todos los seres humanos somos diferentes, con pensamientos y actitudes diversas; influenciados por nuestras vivencias cotidianas y aprendizajes. De acuerdo a ello, cada escritor definirá su propio estilo literario. Entre las mujeres, podemos identificar el estilo de Sor Juana Inés de la Cruz, Rosario Castellanos, Juana de Ibarborou, Gabriela Mistral, Alejandra Pizarnik, Silvina Ocampo, Elena Garro, Amparo Dávila,

Beatriz Espejo, Katherine Mansfield, Louisa May Alcott, George Sand (Aurore Lucile Dupin), Mary Shelley, Virginia Wolf, Isabel Allende, Laura Esquivel, Laura Restrepo, Elena Poniatowska, Marisol Ceh Moo (entre muchas otras que han visto brillar su nombre en el firmamento literario). Pero incluso la mujer, podría escribir un cuento simulando la voz de un hombre o viceversa, un hombre hablando como mujer. Entonces no encontraríamos diferencia alguna entre si es literatura escrita por hombres o mujeres, simplemente será literatura. Sin embargo, a pesar de que yo no dividiría a la literatura como femenina o masculina; sí creo que las perspectivas y actitudes de una mujer son diferentes a las de un hombre. En esto, intervienen tanto asuntos biológicos (hormonales o de constitución física), como sociales (de educación, cultura, etc). Por ejemplo, el proceso de la maternidad y la menstruación que nos hacen malas jugarretas a las mujeres. En los hombres por su parte, la concentración de testosterona los hace actuar de manera diferente. delatripa: narrativa y algo más, No. 30, Octubre 2016.

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Es indudable que tanto hombres como mujeres podemos sentir diversas emociones de amor, alegría, odio y tristeza. Los sentimientos no cambian, pero sí nuestras actitudes ante la vida. Todavía creo que existen ciertas reglas de conducta para las mujeres y otras diferentes para los hombres, y eso también influye en nuestro comportamiento. Y no es que sea malo, al contrario, hay diferencias que como mujer, se agradecen. Por ejemplo, cuando un caballero te cede el asiento o cuando te tratan como si fueras la flor más delicada del jardín. Por otro lado, poder seducir a un hombre con una sonrisa, una voz suave, cierta coquetería y actitud angelical (aunque por dentro seas un diablo), es un arma poderosa de las mujeres. Ahora, si tanto luchamos por igualdad. ¿Por qué hay mujeres que se enojan si un hombre cansado del trabajo no les cede el asiento?, ¿sólo por su linda carita?, ¡pues no se vale!, o ¿por qué no es tan fácil cederle el asiento a un hombre aunque traiga a su bebé en brazos? Si es una cuestión de sentido común proteger a un menor, independientemente si viene con su madre o su padre, uno tiene la obligación moral de levantarse y ofrecer el asiento ¿o no? ¡En fin!, no pienso escribir un ensayo sobre la igualdad en este momento, no viene al caso. Sólo quería ejemplificar el punto.En resumen, sí creo que exista diferencia entre la perspectiva y actitud de hombres y mujeres ante la vida, pero no creo que sea suficiente para hablar de una literatura femenina o masculina.

En el siglo veinte, comenzó el florecimiento de las mujeres escritoras, y desde entonces el número se ha incrementado. Las mujeres, tratan temas concernientes a sus sentimientos, la percepción de su realidad e incluso la maternidad. Sabemos que a lo largo de la historia han existido muchos más escritores hombres que mujeres y mucho más prolíficos. Esto, por el simple hecho queen la antigüedad, las mujeres no tenían los mismos derechos que los hombres. Para el género femenino era casi imposible acceder a una educación formal. Había universidades donde estaba prohibida la entrada de una mujer, lo cual hacía imposible que pudieran matricularse y estudiar una profesión. De plano, debías ser aristócrata y eso no te aseguraba la entrada a un colegio, porque muchas mujeres eran educadas en su casa. Nombremos a Sor Juana, por ejemplo, quien prefirió recluirse de monja y estudiar; a tener que casarse y hacerse cargo de los molestos deberes de un ama de casa. O como Aurore Dupin, quien tuvo que disfrazarse de hombre para poder entrar al universo literario. Para nuestra fortuna esto ha cambiado y ahora las mujeres podemos hacer una carrera dentro del mundo literario, ser periodistas o incluso columnistas. Esto le permite al mundo echar un vistazo a la forma en que las mujeres percibimos la realidad, lo cual siempre será bueno para la libertad de expresión, independientemente si nuestro lector es hombre o mujer.

Si tienes comentarios, escríbeme: evieangelist@hotmail.com

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Nos vemos en el slam por Mario Pineda Quintal

Más allá de las páginas. Mérida es una de esas ciudades que necesita literatura en vivo. Y cuando pronuncio esto no espero escuchar unas cuantas voces de réplicas, diciéndome que ya la tiene en las convocatorias de premios, en esporádicas publicaciones desde la editorial gubernamental o la independiente, en la profesional o tevenovelesca relación de integrantes de los grupos literarios, en pocos encuentros de escritores y en el romanticismo de la trova.

verría, optaron por la idea de organizar unas lecturas previas con el protagonismo de los antologados.

La capital yucateca es una capital cultural y artística. Su desarrollo histórico en este par de rubros así lo dicta. Por esta cuestión, los versos deben ir más allá de todo lo mencionado en el anterior párrafo y existir por mera naturaleza en las calles, los parques, las escuelas, los mercados, y cualquier rincón de la "Ciudad Blanca". Tanto ciudadanos como visitantes deben tener contacto permanente con las letras y la voz de los escritores.

La primera, y única hasta la fecha, ocurrió en el Café Momento, ubicado en los alrededores del barrio de Santa Ana del Centro Histórico de Mérida. Participaron siete de los 21 autores, uno de ellos con representación por motivos de viaje. Esta actividad en la que se leyeron cuentos y poemas, no necesariamente incluidos en la antología, desde mi punto de vista puede ser, otra vez, un intento más de posicionar la lectura como una actividad común en el ambiente literario de la ciudad, y estar a la par del centro, norte como de algunos puntos del sur del país, donde un gran número de escritores tienen como parte de su chamba este tipo de expresión, realizándola en cualquier lugar, ya sea con permiso o sin permiso, ya sea si quieren ser escuchados o no.

Hace unas semanas, el Colectivo Catarsis Literaria el Drenaje dio a conocer un nuevo proyecto, "Karst". Una antología de autores originarios de los estados de Yucatán, Campeche y Quintana Roo, que de alguna manera tienen presencia constante en la vida literaria de la península. Por el momento se encuentra en proceso de publicación, y fácil hubiera sido esperar el libro en físico para iniciar las presentaciones o cualquier fiesta en torno a él. Pero los compiladores, quien escribe y Adán Eche-

No puedo asegurar cuál va a ser el alcance de “Karst” cuando ya esté publicada. No sé cuánto tiempo estará en los anaqueles de novedad para luego pasar a la canasta del montón. Lo que sí veo prometedor es que el esfuerzo por rebasar las páginas e ir a lo terrenal, en algunos años puede ser reconocido como un antecedente. Ya que además de los aplausos, la lectura también dio como resultado más ideas de las planteadas en una junta previa de organización para el evento. Todo parece indicar que delatripa: narrativa y algo más, No. 30, Octubre 2016.

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la segunda va a ser en una escuela, y junto con los autores participarán alumnos; la difusión en redes sociales despertó el interés de algunos que no se encuentran antologados, para participar en nuevas lecturas, hacerlas en un parque, en fin, quizás el proyecto le dé a la

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literatura meridana y yucateca el empujón a perder el miedo a la expresión en vivo o provoque la motivación para hacer más eventos del mismo tipo, posicionando las letras y la originalidad de los textos en cualquier rincón o exterior.


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